23 de noviembre de 2008

Tiempo de hechiceros



por Ismael Medina
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La petulancia occidental ha hecho creer que los hechiceros son esos sujetos anacrónicos con plumas, collares, caretas y pintarrajos que controlan y deciden la suerte individual y colectiva en tribus remotas todavía con taparrabos. Pero el arte de hechizar, de embaucar, de cautivar la voluntad de multitud de individuos ha adquirido una dimensión abrumadora en el mundo desarrollado. Una pavorosa capacidad de seducción que convierte a las sociedades en masas maleables y sumisas, acrecida por las modernas técnicas de desinformación. El golpismo continuado a que asistimos desde hace siete lustros, y cuya serie interrumpo una semana más atraído por una actualidad sobrecogedora, no tendría explicación plausible sin admitir lo que podríamos llamar retorno a la hechicería.

Se nos abruma con explicaciones muy variadas sobre las causas de la recesión económica mundial, superpuesta a las peculiares de unas u otras naciones que la agravan. Ni tan siquiera los economistas se ponen de acuerdo pese a que tantos de ellos son reputados forenses de lo pasado. Vienen a decirnos a la postre algo que la historia de los pueblos y de las civilizaciones descubre a quienes la transitan con los ojos abiertos: que se reiteran desde la antigüedad y que la codicia es uno de sus componentes.

Los políticos siempre quieren más poder, sea cual sea la forma de Estado a que se acogen y usufructúan. Acrecentar el poder y satisfacer su ego exige crecientes sumas de dinero, salvo que les frene una severa moral propia y colectiva. Los poseedores del dinero aprovechan con usura las necesidades de los políticos. E igual que ellos, siempre quieren más. Ya sentenció Adam Smith que la economía no entiende de moral. Y ahí , en el materialismo relativista, radica la clave del capitalismo liberalista y del capitalismo de Estado marxista, primos hermanos. No en vano su tronco común es iluminista.

Los anteriores y sintéticos elementos de juicio explican el pertinaz empeño de unos y otros durante los dos últimos siglos en desfondar los tradicionales valores morales de la llamada civilización occidental y sus raíces cristianas. Y sobre todo, la inquina hacia la Iglesia Católica, traducida en persecuciones brutales o tan insidiosas como las que practica en España el gobierno socialista, el cual cuenta con la pasividad suicida de una derecha contagiada de relativismo.


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