
La fase Moderna
l Domingo me fui al Parque de la Memoria, hecho por el Gobierno Nacional en la Costanera norte, con un listado de nombres escrito, para averiguar si estaban allí, con sus plaquitas.
1. Fui con los nombres de los atacantes MUERTOS (NO DESAPARECIDOS) del ataque a Monte Chingolo (sacados del listado del libro MONTE CHINGOLO, del "erpiano" Gustavo Plis Sterenberg). Estos muchachos atacaron ese cuartel durante el gobierno democrático peronista pero.... AHI ESTAN SUS NOMBRES. El Estado argentino HOMENAJEA a quienes querían derrocar a un Gobierno constitucional...
3. Fui con el nombre de Fernando Haymal, que en el FALLO DE LA CAUSA 13 la Cámara que juzgó a los Comandantes, da por probado que lo "ejecutaron" los propios Montoneros luego de un "juicio revolucionario por delator" en 1975, durante un gobierno constitucional. La Cámara se basa en lo publicado en la Revista "Evita Montonera" Nº 8, de esa fecha, que PUBLICA el "juicio a Haymal y la sentencia de ejecución". Pues bien, ahí esta LA PLAQUITA DE HAYMAL.
Estoy pensando qué acción pública iniciar PARA QUE SE SAQUEN ESAS PLACAS.
Pienso que el tema del monumento da mucha tela para cortar. En principio, el reconocimiento no sólo a las víctimas de la represión estatal, sino también a aquellos que cayeron defendiendo "los mismo ideales" configura Apología del Crimen, delito reprimido con un mes a un año de prisión por el art. 213 del Código Penal. Es un delito de acción pública que, como es permanente, la prescripción de dos años no comienza a correr (tema controvertido), así que, en principio, no interesa cuando fue inagurado.
a American Society of Reproductive Medicine admite ahora un efecto abortivo de este fármaco
La píldora anticonceptiva no sólo es anticonceptiva: también tiene un efecto abortivo en ciertas circunstancias.
No se trata de las píldoras abortivas directamente, ni de la "píldora del día después", que se presenta como "anticoncepción de emergencia" pero que también tiene un efecto abortivo. Se trata de la píldora anticonceptiva habitual, que algunas mujeres han estado tomando mensualmente durante más de 30 años.
La revista de salud reproductiva "Fertility and Sterility" publicó en un suplemento a su número de noviembre de 2008 una afirmación de la "American Society of Reproductive Medicine", una entidad completamente pro-aborto.
En la "amplia variedad" de anticonceptivos orales accesibles, el "mecanismo de acción" es el mismo, dice el texto de la ASRM: “inhibición de la ovulación, alteración del moco cervical y/o modificación del endometrio, impidiendo así la implantación" [del embrión humano, lo que causa su muerte].
Durante mucho tiempo, ha habido grupos pro-vida (no católicos) que aceptaban la píldora anticonceptiva, pensando que no tenía un efecto abortivo, oponiéndose, sin embargo, al DIU, cuyo efecto abortivo (anti-implantatorio) sí es conocido desde hace mucho tiempo. (Los grupos católicos se oponen a la píldora porque la doctrina católica se opone a la mentalidad y la práctica anticonceptiva, aunque no a la regulación natural por razones serias).
Ya en un estudio de 1996 realizado por ginecólogos de la Universidad de Chapel Hill North Carolina se reconocía que "un mecanismo por el que la anticoncepción oral ejerce su accción contraceptiva" es la "receptividad uterina impareja" (es decir, que la píldora impide que el útero sea receptivo al embrión humano que intenta implantarse).
Este efecto, obviamente, se produce si la píldora afecta a la mujer cuando ya ha concebido, cosa que puede suceder al empezar a tomarla o si hay "huecos" entre una y otra toma. Como en el caso de la "píldora del día después", se trata de un aborto precoz, sin que la mujer ni se entere, eliminando al embrión humano en sus primeros días de vida.
Noticia tomada de Forum Libertas
l domingo 28 de diciembre, en dos festividades solemnes y tan significativas para nuestra defensa de la cultura de la vida –nada menos que la celebración litúrgica de la Sagrada Familia y el día de los Santos Inocentes- el diario Página 12 nos ha regalado la tapa y dos hojas enteras de publicidad, profusamente ilustradas y con llamativa diagramación.
Ya en anteriores ocasiones habíanse prodigado sus redactores en gentileza análoga, pero ésta supera a las precedentes y nos colma de particular regocijo.
Dos antiguos camaradas –que se ocultan modestamente tras los ingeniosos motes de Mario Wainfeld y Sergio Kiernan- han sido esta vez los encargados de tan dadivosa promoción. Impetuosos ambos –con esos hervores tan propios de la Hitlerjugend a la que seguramente pertenecieron y callan por modestia- se desmadran incluso en algunos elogios, violentando la cristiana humildad a la que estamos moralmente obligados.
Mario, por ejemplo, historiando nuestra trayectoria, habla de los "devotos lectores” que nos siguen, y del “furor” con que supimos “enfrentar” a los “liberales”, sin que nos temblara el pulso ante Martínez de Hoz, a quien habíamos colocado “en el banquillo de los acusados”. Reconoce incluso los “dotes premonitorios notables” de alguno de nuestros eventuales colaboradores, y no trepida en señalar que Cabildo “embestía sin ambages” contra “el poder judío”. Buen catador del idioma, y desdeñando –según se colige implícitamente- ese prosaísmo de las izquierdas sin el menor asomo de la gracia, como decía Peman, alude además a “la pluma generosa en casticismos y en palabras tonantes” de otro de nuestros redactores, concluyendo en que su estilo era el propio de “clasicismo hispano”. “Todo un estilo”, puntualiza el título; y toda “una coherencia a lo largo de los años”.
Pero el encomio sube hasta rozar el mismo género epidíctico que pedía el Maestro de Estagira, cuando memorando aquellas jornadas tensas de la defensa de nuestra soberanía austral ante las injustas pretensiones chilenas, Wainfeld afirma que Cabildo “convocaba a morir por la patria”. Veraz y emocionante recuerdo, tanto más valioso cuanto nos distingue de la hez kirchnerista, que aliada de la cabronería episcopal acaba de celebrar nuestra rendición ante los atropellos trasandinos.
Kiernan por su parte –que ya ha probado ser un adicto a nuestras páginas- se inclina ante la perseverancia y el empecinamiento militante demostrado en tantos años. Cabildo “sigue ahí”, apunta; “es la revista más antigua de ese palo”. Metáfora esta última –la del palo, bastone o randello- que delata la familiariedad de Sergio con la semántica mussoliniana, y que tanto nos emociona.
Firme en su propósito encomiástico –y como si la muerte no hubiera hecho mella en nuestras filas- Sergio cree firmemente que “el staff de Cabildo muestra continuidades notables”, y que somos capaces de todo: de “soñar con cruzadas de limpieza”, “escribir de tú”, “armar diálogos platónicos”, o “prologar [su actual director] cuanto libro le ponen por delante”, con “estilo estentóreo y lleno de exclamaciones”.
Gracias, camaradas. Nos creíamos derrotados y marginados. Solos y sin un cobre en el cinto, la lucha se hace dura, difícil, cuesta arriba. La adversidad ronda como una tentación riesgosa y cansina. Ahora –gracias a vuestro afán- nos damos cuenta del valor indoblegable que tienen el testimonio coherente y el estilo frontal, el empecinamiento en la batalla y la continuidad de un ideario claro.
Gracias, camaradas. Con ese clacisismo hispano que bien habéis detectado os lo decimos: nos devolvéis los bríos, nos multiplicáis el ímpetu, nos renováis la esperanza, nos mantenéis en vigilia tensa y fervorosa, nos ampliáis en centurias de adherentes nuestras prietas mesnadas.
Gracias, al fin, porque con el año que se escurre en estas horas, podemos ratificar con Gracián una de nuestras consignas predilectas: “Triste cosa es no tener amigos, pero más triste debe ser no tener enemigos, porque quien enemigos no tenga, señal de que no tiene: ni talento que haga sombra, ni valor que le teman, ni honra que le murmuren, ni bienes que le codicien, ni cosa buena que le envidien”.
En la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires, a 29 días de Diciembre del Año del Señor, 2008.
La crítica histórica se ha encargado de disipar cierta poesía legendaria trenzada en torno al origen de Tomás Becket. En realidad, no hay tal princesa sarracena enamorada que cruza Europa repitiendo las dos únicas palabras de su vocabulario inglés: "Londres", "Becket", hasta encontrar, por fin, al antiguo cruzado, hacerle su marido y darle más tarde un hijo santo: no. El niño nacido en Londres el día de Santo Tomás de 1118 procede de burgueses normandos y su padre es sheriff de la ciudad. Los canónigos regulares de Merton se encargarán de iniciarle en los libros, hasta que un día, cuando los reveses se hayan cebado en la hacienda familiar, tenga que dedicarse al trabajo en casa de un pariente londinense. A los veinticuatro años de edad, huérfano ya durante tres, Tomás entra al servicio del arzobispo cantuariense Teobaldo y emprende la carrera eclesiástica. Recibe las órdenes menores, sube al diaconado en 1154, acumula prebendas y beneficios, y pronto se ve encaramado al relevante puesto de arcediano. Teobaldo se ha dado perfecta cuenta de la valía del joven eclesiástico y no vacila en confiarle delicadas misiones en el Vaticano. Incluso en el grave problema de la sucesión al trono pesa la voz del novel diplomático. El es quien inclina a su indeciso prelado y al propio papa Eugenio III por la causa de Matilde, la hija del difunto rey Enrique y actual esposa del conde de Anjou. En consecuencia, a la muerte de Esteban, a la sazón en el trono, la corona recaerá en el hijo de Matilde, Enrique de Plantagenet.
*****
Para leer la biografía completa haga click sobre la imagen del martirio de Santo Tomás.
por D. Rafael Gambra Ciudad
l Carlismo ha defendido siempre la unidad religiosa de España. Más aún: esa unidad es la piedra angular del orden político que el Carlismo propugna. Cuando hace de Dios el primero de sus lemas no significa simplemente que cree en la existencia de Dios en el Cielo o que propone la religiosidad como norma de vida de sus adeptos. El trilema carlista no es un programa de vida personal, sino el ideario de un sistema político. La unidad católica, por lo demás, aunque a veces de forma incongruente con el régimen político, ha estado vigente en España desde tiempos de Recaredo, en el siglo VI, hasta la actual Constitución de 1978, con la sola excepción de los cinco años de la segunda República.
¿Qué es la unidad religiosa? Para mejor entendernos, digamos ante todo qué no es la unidad religiosa. No es, contra lo que muchos creen, coacción ni intolerancia. La fe no puede imponerse a nadie, ni moral ni siquiera físicamente, puesto que es una virtud infusa que Dios concede y que incide en lo más íntimo de cada alma. Tampoco debe ejercerse coacción alguna sobre el culto privado de otras religiones, ni sobre su práctica en locales o templos reservados, con tal de que no se exteriorice ni se propague públicamente, ya que en un Estado confesional la difusión de las religiones falsas debe considerarse como más dañina que la propagación de drogas o sustancias nocivas.
Más aún: el sistema tradicional aconseja el prudencialismo político de acuerdo con el cual el gobernante católico en cuyo pueblo estén arraigadas de hecho más de una confesión religiosa, debe basarse en lo que tengan de común esas religiones, y practicar la tolerancia de cultos. No es el caso de España, donde no existe otra religión ni histórica ni ambientalmente establecida más que la católica.
¿Qué significa entonces la unidad religiosa que el Carlismo propugna como primero de sus lemas? Simplemente, que la legislación de un país debe estar inspirada por la fe que se profesa –la católica en nuestro caso– y que no puede contradecirla; que las costumbres, en cuanto son influidas por la ley y la política del gobernante, debe procurarse que permanezcan católicas. Que la religión, en fin, debe ser objeto de protección por parte de la autoridad civil. Dicho de otro modo: que no se pueden dictar ni proponer leyes que contradigan a la moral católica –ante todo el Decálogo–, ni que atenten a los derechos y funciones de la Iglesia. Este fundamento religioso (religión es religación con un orden sobrenatural) es radicalmente opuesto al principio constitucional moderno, según el cual el poder procede del hombre, de su voluntad mayoritaria, y nada tiene que ver con Dios ni con el Decálogo, que sólo concierne a la vida privada de quienes profesan esa religión. Recordemos que el origen de nuestras guerras civiles –que siempre tuvieron un trasfondo religioso– los dos gritos que se oponían entre sí eran ¡Viva la Religión! y ¡Viva la Constitución!
La confesionalidad del Estado y la conservación de la unidad religiosa allá donde exista son, ante todo, una consecuencia del primer Mandamiento que nos prescribe amar a Dios sobre todas las cosas, y no sólo en nuestro corazón o privadamente, sino también las colectividades que formemos, familiares o políticas. En segundo término, es una necesidad para conservar el bien inmenso de una religiosidad ambiental o popular, de lo que depende en gran medida la salvación de las almas. En algunos momentos cumbre de la historia el Cristianismo se propagó de un modo súbito, cuasi milagroso: en el Imperio Romano en tiempos de los apóstoles, en la rápida cristianización de los pueblos bárbaros a la caída de Roma, en la difusión fulgurante de nuestra fe en la América española. Pero en lo demás la fe requiere ser mantenida con esfuerzo y evitarle peligros, al igual que debemos hacer con nuestra fe personal, y con la salud y el dinero, y cualquier género de bienes, que requieren ser guardados y preservados. Bajo un Estado laico la fe tiene que perderse, porque ese pueblo no merece la fe que ha recibido, y ello está a la vista en nuestra sociedad.
En segundo lugar, tampoco puede subsistir un gobierno estable que no se asiente en lo que Wilhelmsen ha llamado una "ortodoxia pública". Es decir, un punto de referencia que sirve de fundamento a la autoridad y a la obligatoriedad de las instituciones, las leyes, las sentencias. En rigor, si se establece la libertad religiosa (y el consecuente laicismo de Estado) resulta imposible mandar ni prohibir cosa alguna. ¿En nombre de qué se preservará en una tal sociedad el matrimonio monógamo? ¿Bajo qué título se prohibirá el aborto, la eutanasia y el suicidio? ¿Qué se podrá oponer al nudismo, a la objeción de conciencia, a las drogas o a la promiscuidad de las comunas?
Bastará que el afectado por el mandato o la prohibición apele a una religión cualquiera –incluso individual– que autorice tal práctica o la prohiba. ¿Y qué límite podrá poner el Estado a esa libertad religiosa si se la supone basada en "el derecho de la persona"? Quien desee divorciarse o vivir en poligamia no tendrá más que declararse adepto a múltiples religiones orientales, o al Islam, o a los mormones. Quien quiera practicar la eutanasia o inducir al suicidio, podrá declararse sintoísta. El que desee practicar el desnudismo público alegará su adscripción a la religión de los bantús, y los objetores al servicio militar buscarán su apoyo en los Testigos de Jehová. En fin, los que vivan en promiscuidad o se droguen, hallarán un recurso en los antiguos cultos dionisíacos o báquicos. La inviabilidad última de cualquier gobierno humano (que recurre simplemente a la fuerza) se hace así patente. La "libertad religiosa" es, por su misma esencia, la muerte de toda autoridad y gobierno.
Se objetará, sin embargo, que la Declaración Conciliar Dignitatis Humanae del Concilio Vaticano II ha propugnado la libertad religiosa y el consiguiente laicismo de Estado.
¿Qué hemos de pensar de esto los carlistas? A mi juicio, lo siguiente:
1.º.- El Concilio Vaticano II no es un concilio dogmático sino sólo pastoral, por propia declaración: por lo mismo, exento de infalibilidad.
2.º.- La libertad religiosa en el fuero externo al individuo contradice la enseñanza de todos los papas anteriores (uno de ellos santo) desde la época de la Revolución Francesa, y particularmente a la encíclica Quanta Cura de Pío IX que reviste las condiciones de la infalibilidad.
3.º.- La Declaración Conciliar se contradice a sí misma, puesto que afirma al mismo tiempo que deja intacta la doctrina anterior.
4.º.- Los amargos frutos de esa Declaración son bien patentes en la Iglesia y en la sociedad.
5.º.- Si esa Declaración hubiera de ser recibida como "palabra de Dios", al Carlismo no le quedaría más que disolverse, porque ha sido el último y más heroico empecinamiento en la defensa del régimen de Cristiandad.