Este blog está optimizado para una resolución de pantalla de 1152 x 864 px.

Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

1 de noviembre de 2008

Cartas a un escéptico en materia de Religión (5)


por el R.P. Jaime Balmes.

Enviada por María Luz López Pérez

Carta IV
Filosofía del porvenir.Descripción de esta filosofía y retrato de los que la profesan. Pasaje de Virgilio. Mr. Jouffroy. El cristianismo y las masas. Mr. Cousin. Pasaje notable de Mr. Pedro Leroux sobre las convicciones de Mr. Cousin. Profecía de Mr. Cousin. El catolicismo no está amenazado de muerte. En los cuatro ángulos del universo está dando señales que acreditan su vida y vigor. Observaciones sobre la decadencia de la fe y de las costumbres. Combátese el error de los que pretenden desalentar con la exageración de semejante decadencia. Reseña histórica de los grandes males que en todas épocas ha sufrido la Iglesia. Su estado actual no es tan desconsolador como algunos creen. Cómo calculan los incrédulos la decadencia de la fe. Conviene no confundir la sociedad con las capitales, ni éstas con algunos círculos muy reducidos. La transición y la perfectibilidad.

Mi estimado amigo:

Mucho me complace que me haya V. ofrecido la oportunidad de manifestarle mi parecer sobre esa filosofía que V. apellida del porvenir; pues que, si bien V. la critica hasta motejarla, traslúcese, no obstante, que no ha dejado de hacerle mella, mayormente en lo que ella dice sobre los destinos del Catolicismo. Llámela V. filosofía del porvenir; y, en efecto, no cabe nombre más bien adaptado para calificar esa ciencia estrambótica que, sin resolver nada, sin aclarar nada, sólo se ocupa en destruir y pulverizar, respondiendo enfáticamente a todas las preguntas, a todas las dificultades, a todas las exigencias, con la palabra porvenir. A juicio de esta filosofía, la humanidad ha errado siempre, yerra todavía en la actualidad; esta filosofía lo sabe, y al parecer es ella sola quien lo sabe: tan grave y magistral es el tono con que lo anuncia.

Demandadle ¿dónde está la verdad, cuándo será dado al hombre encontrarla? En el porvenir. Como se supone, todas las religiones son falsas, todas son obra de los hombres, un ardid para engañar a las masas, un objeto de risa para los sabios, y muy particularmente para los profesores de esa elevada filosofía, únicos que merezcan tal nombre: ¿dónde estará, pues, la religión verdadera? ¿Cuándo podrán los hombres profesarla? En el porvenir. Ningún filósofo alcanzó a descifrar el enigma del universo, de Dios y del hombre; ¿vendrá un día afortunado en que se verifique el hallazgo de la deseada clave? En el porvenir. La organización social y política se ha de cambiar radicalmente, se ignora lo que se ha de substituir a lo que actualmente existe; ¿quién nos ilustrará para resolver acertadamente tan espinoso problema? El porvenir. Las masas populares sufren atrozmente en los países más cultos; la desnudez, el hambre, la más repugnante miseria, contrastan de una manera escandalosa con el lujo y los goces de los potentados y la vita bona de los filósofos; ¿de dónde saldrá el remedio para situación tan angustiosa? Del porvenir. El porvenir para la historia, el porvenir para la religión, el porvenir para la literatura, el porvenir para la ciencia, el porvenir para la política, el porvenir para la sociedad, el porvenir para la miseria, el porvenir para sí mismo, el porvenir para lo presente, el porvenir para lo pasado, el porvenir para todo. Panacea de todas las dolencias, satisfacción de todos los deseos, cumplimiento de todas las esperanzas, realización de todos los sueños; siglo de oro, cuyos radiantes albores, ocultos a los ojos de los profanos, sólo se revelan a algunos espíritus que alcanzaron el inefable privilegio de leer escrita en letras divinas la historia del porvenir. Por esto le saludan con alborozo; por esto se abalanzan a él como niño a los brazos de la madre que le acaricia; por esto atraviesan con irónica sonrisa por en medio de este siglo que no los comprende; por esto vivirían gustosos la vida de los desprendidos filósofos de la Grecia, y se retirarían del mundo a guisa de anacoretas, si no fuera necesaria su presencia para anunciar la verdad, si pudiesen prescindir de la misión que han recibido sobre la tierra. ¡Desgraciados! Víctimas de un destino infausto, no les es dado conceder a su entendimiento todo el vuelo a donde lo ensalzara su profética inspiración; no les es permitido desahogar su pecho con una expansión humanitaria, y, pegados a esa época de barro, se encuentran forzados a vivir en espléndidos palacios, a ocupar elevadísimos puestos, desde donde puedan comenzar a dirigir acertadamente esta sociedad, y no les queda otro consuelo que solazarse algunos momentos, cantando lo que su mente divisa y su corazón augura.
****
Para leer el artículo completo haga click sobre la imagen del autor.

Súplica para la Iglesia militante


por Ignacio B. Anzoátegui

¿Es que perdió su rumbo

la nave de la Iglesia? ¿Es que a porfía
se nos ha puesto a andar de tumbo en tumbo

ebria y alzada la marinería?


¿Qué fue de la pasada
misión
de iluminar la mar ignota?

¿Quién le dejó, Señor, así trocada,
su derrota en derrota?


¿Qué viento amotinado

rasgó sus velas y quebró su quilla

y la azotó sobre el acantilado

lejos de Ti, mi Dios y de Tu orilla?

¿Qué capitán, Señor, adormecido,
por culpa y obra de la democracia
le quitó su vigor y su sentido

y la gracia velera de Tu Gracia?


Todavía esperamos que en tu pía

solicitud nos salves del naufragio.

El diablo nos acecha día a día

¡escúchanos, Señor, nuestro sufragio!


¡Y que Santa María,

Nuestra Señora, la Corredentora,

si fuera necesario,

nos tienda nueva vez en esta
hora
el Santo salvavidas del Rosario!

1 de Noviembre, Festividad de Todos los Santos


Introito/ Salmo 32,1

"Gocémonos todos en el Señor,
al celebrar esta fiesta en honor
de todos los Santos, de cuya
solemnidad se alegran los Ángeles,
y ensalzan al Hijo de Dios".


"Regocijaos, justos en el Señor;
a los rectos compete la alabanza"




La Solemnidad

La Iglesia nos manda echar en este día una mirada al cielo, que es nuestra futura patria, para ver allí con San Juan, a esa turba magna, a esa muchedumbre incontable de Santos, figurada en esas series de 12,000 inscritos en el Libro de la Vida, - con el cual se indica un número incalculable y perfecto, - y procedentes de Israel y de toda nación, pueblo y lengua, los cuales revestidos de blancas túnicas y con palmas en las manos, alaban sin cesar al Cordero sin mancilla. Cristo, la Virgen, los nueve coros de ángeles, los Apóstoles y Profetas, los Mártires con su propia sangre purpurados, los Confesores, radiantes con sus blancos vestidos, y los castos coros de Vírgenes forman ese majestuoso cortejo, integrado por todos cuantos acá en la tierra se desasieron de los bienes caducos y fueron mansos, mortificados, justicieros, misericordiosos, puros, pacíficos y perseguidos por Cristo.

Entre esos millones de Justos a quienes hoy honramos y que fueron sencillos fieles de Jesús en la tierra, están muchos de los nuestros, parientes, amigos, miembros de nuestra familia parroquial, a los cuales van hoy dirigidos nuestros cultos.

Ellos adoran ya al Rey de reyes y Corona de todos los Santos y seguramente nos alcanzarán abundantes misericordias de lo alto. Esta fiesta común ha de ser también la nuestra algún día, ya que por desgracia son muy contados los que tienen grandes ambiciones de ser santos, y de amontonar muchos tesoros en el cielo.

Alegrémonos, pues, en el Señor, y al considerarnos todavía bogando en el mar revuelto, tendamos los brazos, llamemos a voces a los que vemos gozar ya de la tranquilidad del puerto, sin exposición a mareos ni tempestades. Ellos sabrán compadecerse de nosotros, habiendo pasado por harto más recias luchas y penalidades que las nuestras.

Muy necios seríamos si pretendiéramos subir al cielo por otro camino que el que nos dejó allanado Cristo Jesús y sus Santos.

Los Santos

La Sagrada Biblia llama "Santo" a aquello que está consagrado a Dios. La Iglesia Católica ha llamado "santos" a aquellos que se han dedicado a tratar de que su propia vida le sea lo más agradable posible a Nuestro Señor.

Hay unos que han sido "canonizados", o sea declarados oficialmente santos por el Sumo Pontífice, porque por su intercesión se han conseguido admirables milagros, y porque después de haber examinado minuciosamente sus escritos y de haber hecho una cuidadosa investigación e interrogatorio a los testigos que lo acompañaron en su vida, se ha llegado a la conclusión de que practicaron las virtudes en grado heroico.

Para ser declarado "Santo" por la Iglesia Católica se necesita toda una serie de trámites rigurosos. Primero una exhaustiva averiguación con personas que lo conocieron, para saber si en verdad su vida fue ejemplar y virtuosa. Si se logra comprobar por el testimonio de muchos que su comportamiento fue ejemplar, se le declara "Siervo de Dios". Si por detalladas averiguaciones se llega a la conclusión de que sus virtudes, fueron heroicas, se le declara "Venerable". Más tarde, si por su intercesión se consigue algún milagro totalmente inexplicable por medios humanos, es declarado "Beato". Finalmente si se consigue un nuevo y maravillosos milagro por haber pedido su intercesión, el Papa lo declara "santo".

Para algunos santos este procedimiento de su canonización ha sido rapidísimo, como por ejemplo para San Francisco de Asís y San Antonio, que sólo duró 2 años. Poquísimos otros han sido declarados santos seis años después de su muerte, o a los 15 o 20 años. Para la inmensa mayoría, los trámites para su beatificación y canonización duran 30, 40,50 y hasta cien años o más. Después de 20 o 30 años de averiguaciones, la mayor o menor rapidez para la beatificación o canonización, depende de que obtenga más o menos pronto los milagros requeridos.

Los santos "canonizados" oficialmente por la Iglesia Católica son varios millares. Pero existe una inmensa cantidad de santos no canonizados, pero que ya están gozando de Dios en el cielo. A ellos especialmente está dedicada esta fiesta de hoy.

La Edad Media


Fragmento del libro Europa y la Fe

por Hilaire Belloc


He dicho en el capítulo anterior que la Edad Oscura puede compararse a un largo sueño de Europa; un letargo que se inicia en la fatiga de la vieja sociedad, en el siglo V, y que termina en la primavera y surgimiento de los siglos XI y XII. La metáfora, por supuesto, es muy simple, porque ese sueño fué un sueño de guerra, y durante esos siglos, Europa se encontraba manteniendo desesperadamente sus posiciones contra el ataque de todas aquellas fuerzas que deseaban destruirlas: el Islam, ardiente y refinado, por el Sud; los bárbaros paganos analfabetos, por el Este y por el Norte. De todos modos, Europa fué relevada o despertada de su sueño.

He dicho que tres grandes fuerzas, humanamente hablando, operaron el milagro: la personalidad de San Gregorio VII, la breve aparición -debida a un feliz accidente- del Estado normando, y finalmente, las Cruzadas.

Los normandos de la Historia, los verdaderos normandos franceses que conocemos, se agitan en el panorama histórico una generación después del año 1000. San Gregorio fué de esa misma generación. Cuando se inició el esfuerzo normando, era un joven; murió, después de realizar una gran obra, en 1085. Y en la medida en que puede hacerlo un hombre solo, él, el heredero de Cluny, rehizo a Europa. Inmediatamente después de su muerte se oyó hablar de las Cruzadas. De estos tres hechos procede el vigor de una Europa joven, fresca y renovada.



Mucho más pudiera añadirse. Esa época fué iluminada y clarificada por la constante carga caballeresca contra el musulmán. El Asia fué rechazada de los Pirineos, y a través de los pasos de los Pirineos cabalgaron siempre los grandes aventureros cristianos. Los vascos -un pueblo pequeño y extraño- fueron el corazón de la reconquista, pero el valle del torrente de Aragón fué su canal. La vida de San Gregorio es contemporánea de la vida del Cid Campeador. Y en el mismo año de la muerte de San Gregorio, Toledo, el sagrado centro de España, fue arrancada de manos de los mahometanos y de sus aliados los judíos, y conservada firmemente. Todo el sud de Europa vivió espada en mano.

En ese preciso instante aparece el romance: las grandes canciones, la mayor de todas, la Canción de Rolando; fermentó entonces la mente europea, anhelante después del letargo, penetrando en campos inexplorados. Y el escepticismo alerta que flanquea y acompaña la marcha de la Fe cuando ésta se muestra más vigorosa comenzó también a hacerse oír.

Hubo hasta una expansión allende los límites orientales, y fué reclamada una parte de la infructífera llanura báltica. Despertaron las letras y la filosofía. Había de aparecer pronte el mayor de sus exponentes: Santo Tomás de Aquino. Brotaron las artes plásticas, el color y la piedra. Retornó en pleno la sátira, y los largos viajes, y la contemplación. En general, el momento era de expectación y adelanto: la primavera.

****
Para leer el artículo completo haga click sobre la imagen del autor.

Catecismo para adultos (3)


por el R.P. Leonardo Castellani



CRISTO ES VERDADERO DIOS


La tesis que puse en primer lugar se llama "Cristo es verdadero Dios", pero previamente debe estudiarse un tratado que se llama "De Revelación" donde se sientan las bases de todo lo que se afirma después en la dogmática. En esta se prueba cada tesis con tres fuentes: la Escritura, la Tradición y la razón humana. La razón humana casi nunca tiene nada que decir más que no entiende las otras fuentes. La Escritura es divina porque Cristo mismo lo dijo: que es la palabra de Dios. La Tradición son los escritos de los Santos Padres, especialmente los más antiguos, que representan la tradición apostólica trasmitida de acuerdo con las definiciones de los Sumos Pontífices y los Concilios. ¿Quiere decir que todos los Santos Padres son infalibles y que todo lo que dijeron es absolutamente cierto? No. Y algunos se han equivocado; poco, pero lo han hecho.

Lo que es infalible es la unanimidad de los Santos Padres, cuando todos afirman una misma cosa. Será infalible lo que digan —según lo expresado por San Vicente de Lerins: "Lo que siempre, lo que en todas partes, lo que por todos fue creído". Así, hay cosas que no están en las Sagradas Escrituras y que han sido definidas como dogmas por los Papas, como, por ejemplo, la Asunción en cuerpo y alma a los cielos de la Santísima Virgen o su Inmaculada Concepción. Así tampoco el Reinado o Reyecía de Cristo definida por Pío XI, que no está explícitamente, aunque Cristo le dijo a Pilatos "Yo soy Rey", pero su Reyecía universal no está.

El dogma fundamental de nuestra fe es el desarrollado en el tratado "De Cristo", de esa verdad dependen todos los otros. De eso se desprende inmediatamente el de la Trinidad, por cuanto Cristo trató a su Padre como persona diferente; hablaba de El y de su Padre y luego habló también como persona diferente del Espíritu Santo.

Desde los primeros tiempos de la Iglesia, surgió un verdadero enjambre de herejías sobre la divinidad de Cristo. Herejías son separación de la Iglesia en un dogma, no rechazo de todas las verdades de la Iglesia. Herejía suele ser negar un dogma, aferrándose a tal negación y aceptando, defendiendo o callando sobre los demás. Hereje quiere decir separado o desgarrado. Aquí, entre nosotros, la palabra "hereje" significa una cosa tremenda; una cosa atroz: un hombre cruel, feroz, peor que un ladrón o un asesino. Y tienen razón. Santo Tomás los compara a los monederos falsos y dice que se les puede dar muerte.

El fue el primero que justificó la muerte de los herejes, práctica que había comenzado mucho tiempo antes. El primer hereje que fue muerto por tal fue un tal Prisciliano y murió por orden de un rey de Francia: Augusto Máximo. Era un hereje español que justamente negaba la divinidad de Cristo y que había escapado de su país con dos mujeres bastante locas o locas del todo, que se decían profetisas. Santo Tomás fue el primero que razonó sobre la justicia de esa pena, pena que hoy naturalmente ha desaparecido. Pobres de nosotros si hoy estuviéramos amenazados por esa pena: la mitad de los argentinos se irían al cadalso.

****
Para leer el capítulo completo haga click sobre la imagen del autor.

31 de octubre de 2008

Los últimos de Filipinas: los héroes de Baler











por José Javier Esparza


Hoy muchos españoles ignoran quiénes fueron los héroes de Baler. Quizá ni siquiera el título de “los últimos de Filipinas” les evoque otra cosa que una vieja película. Pero aquellos hombres, los últimos de Filipinas, escribieron una gesta realmente extraordinaria: casi un año soportaron el asedio del enemigo en una pequeña iglesia de un rincón perdido del archipiélago. Se negaron a creer que España hubiera abandonado las Filipinas y mantuvieron la bandera, frente a un enemigo muy superior, hasta que no les cupo la menor duda de que aquello ya no era suelo español. Una aventura excepcional.

Estamos en Filipinas en 1898. Los norteamericanos han empezado a ejercer de gran potencia: quieren dominar América y controlar el Pacífico. Su primer objetivo será un viejo país europeo, empequeñecido y menesteroso, que sin embargo aún tiene su bandera en aquellos lugares: España. La bandera española ondea en Cuba, en Filipinas y también en Guaján o Guam, en las islas Marianas. Son los restos del viejo imperio. Los yanquis saben de nuestra debilidad. Saben también que, desde algunos años atrás, Cuba y Filipinas viven una fuerte efervescencia antiespañola. En Cuba la guerra viene siendo larga y costosa. En Filipinas no ha sido tan grave: a España no le había costado mucho mantener el orden; los disturbios, aunque serios, se habían limitado al área de la capital, Manila.

No lejos de Manila hay un distrito bastante tranquilo: el del Príncipe. Su capital era Baler, una aldea compuesta por una iglesia, un hospital, la casa del gobernador, los barracones de la tropa (un cabo y cuatro guardias civiles) y las viviendas de los nativos. Aunque Baler, sobre el mapa, está cerca de Manila, en la práctica está muy lejos: rodeada de montañas y aislada por un río, sus comunicaciones con el exterior son dificilísimas. También allí había llegado la guerra. Desde agosto de 1897, el pacífico poblado había sido escenario de enfrentamientos entre los rebeldes tagalos, escondidos en la selva, y las tropas españolas enviadas de refuerzo. La calma volverá cuando el líder independentista, Aguinaldo, sea derrotado. Pero como Baler se ha convertido en un foco de conflicto, España decide reforzar el puesto: así, hacia febrero de 1898 se instalan en Baler 50 hombres al mando de los tenientes Juan Alonso Zayas y Saturnino Martín Cerezo, bajo la autoridad del nuevo gobernador de la plaza, el capitán Enrique de las Morenas. Y en ese momento, cuando parece que la paz ha vuelto a Baler, los yanquis declaran la guerra a España.

El destacamento español de Baler, aislado en aquel lugar, lo ignora todo sobre la guerra con Norteamérica. Bastante tiene el capitán De las Morenas con prevenir nuevas insurrecciones: los tagalos están en la selva, esperando la oportunidad de volver al ataque. Hasta junio no se enteran los de Baler de que están en guerra con los EEUU. Ese mismo mes, los tagalos vuelven a la carga. Un día, el poblado amanece desierto: claro indicio de que va a comenzar el ataque. Los españoles se encierran en la iglesia y cortan toda comunicación con el exterior. Comienza así un asedio que hará historia.

****
Para leer el artículo completo haga click sobre la imagen del autor

Aborto, la ciencia y la conciencia


Tomado de ForumLibertas


El pasado 13 de agosto, el diario argentino La Nación publicaba un artículo de opinión firmado por Daniel Díez, director de Comunicación Institucional de la Universidad Austral, con el título Aborto, la ciencia y la conciencia.

En ese artículo, Díez hacía una ‘radiografía’ del proceso de cambio experimentado con el paso del tiempo por Bernard Nathanson, el llamado padre del aborto en Estados Unidos.


Nathanson pasó de dirigir la mayor clínica abortista estadounidense y de supervisar y practicar miles de abortos a convertirse a finales de los años setenta en un firme defensor de la vida humana y afirmar con rotundidad la siguiente frase. “No tengo remilgos en emplear esta palabra: el aborto es un crimen”.


Por su interés, reproducimos íntegramente a continuación el artículo de Daniel Díez.


Aborto, la ciencia y la conciencia


“Conozco lo referente al aborto como quizá ningún otro. Conozco cada faceta del aborto. Fui uno de los que lo hizo nacer. Ayudé a que creciera la criatura en su infancia alimentándola de grandes dosis de sangre y dinero… El aborto se ha convertido en un monstruo, un gargantúa tan inimaginable que sólo pensar en volver a encerrarlo en su jaula –después de haber engordado con los cuerpos de treinta millones de seres humanos- supera toda expectativa razonable. Y sin embargo ésa es nuestra misión: una tarea hercúlea”.


Estas palabras, contenidas en su autobiografía, pertenecen al doctor Bernard Nathanson, el llamado padre del aborto en Estados Unidos. Y tiene sobrados méritos para tal calificativo. Él mismo lo cuenta: “Dirigí la mayor clínica abortista de los Estados Unidos, y como director supervisé decenas de miles de abortos. Yo mismo he practicado miles de ellos”.


Con crudeza reconoce: “He dirigido personalmente 75.000 abortos. He realizado el aborto de mi propio hijo. He abortado los hijos no nacidos de amigos, colegas, conocidos e incluso profesores. Y nunca hubo ni una brizna de duda, ni la más mínima vacilación de la convicción suprema de que estaba haciendo un servicio de primer orden a quien me lo solicitaba”.


Si algo queda claro en Nathanson es que tiene autoridad para hablar y resulta una fuente inevitable a consultar por los legisladores, tanto diputados como senadores, que actualmente tratan en diferentes comisiones numerosos proyectos relativos al aborto (este año ingresaron siete proyectos en diputados y uno en senadores).

Nathanson es un referente ineludible en el tema: por ejemplo, para contar cuáles eran las estrategias de las cuales se sirvieron para introducir el aborto en Estados Unidos: “Nuestra línea de conducta favorita era achacar a la Iglesia cada muerte producida por abortos caseros. Se daban cada año unas trescientas muertes por abortos delictivos en los años sesenta en Estados Unidos, pero NARAL (asociación pro aborto) y sus notas de prensa afirmaban tener datos que apoyaban la cifra de cinco mil”.


El paso del tiempo y los avances científicos modificaron la postura del doctor Nathanson: comenzó a advertir que lo que él “operaba” no era un conjunto de células cualquiera, sino un verdadero ser humano.


En 1974 declaró: “Ya no quedan dudas en mi cabeza de que la vida humana existe en el vientre desde el comienzo mismo del embarazo, a pesar del hecho de que la naturaleza de la vida intrauterina haya sido objeto de considerable discusión en el pasado. Esta es una declaración que ahora, veinte años después, debe ser corregida por la nueva información de que disponemos sobre la genética y la reproducción asistida. Si lo escribiera hoy, tendría que afirmar que la vida humana comienza antes incluso, con el complejo proceso de la fecundación, un milagro de la química, física y biología molecular que tiene lugar en la trompa de Falopio. Cuando el óvulo fecundado, que ya se ha dividido y ha empezado a organizarse, llega al útero, la vida está presente por lo menos desde hace tres días”.

****
Para leer el artículo completo haga click sobre la imagen.

El cumpleaños infeliz



por el Dr Antonio Caponetto


Tomado del blog de Cabildo

CARA O CRUZ

Se ha repetido ya muchas veces que el mejor ardid del demonio es convencernos de su inexistencia. Hábil en intrigas y ocultamientos, el escondite de su propia realidad es la garantía de su éxito. Actuar negando la entidad del sujeto le otorga eficacia a la acción e impunidad al responsable. La simulación y el fraude son pues, parte substancial de su trabajo; y ha de tener forzosamente algo de endemoniado quien hace de su función una impostura y una trapacería permanente.

Mas siendo cierto lo antedicho, y sin que importe una contradicción con ello, parecería que hoy ya no se pretende negar la existencia del Demonio sino afirmar la conveniencia de su figura y el carácter positivo de su presencia. Entronizarlo como ídolo intangible y, revestido previamente de ángel de la luz, exhibirlo bajo la faz bonachona y positiva de un prometedor de utopías. Con algo de víctima incomprendida por el pasado y mucho de fulgurante dinamizador del cambio y del futuro. Ya no el monstruo que atemorizaba en la soledad a los supersticiosos, sino el mascarón sonriente que encandila y saluda a las multitudes. Ya no el oculto por su fealdad visible, sino el visible por su fealdad ocultada. Y ya no más el impresentable y el negado por su ruindad, sino el ruin presentable y caracterizado de afable.

Hay indudablemente una distancia —pero también un camino directo que la recorre y unifica— entre el escamotear aviesamente a Satán y el pedir con descaro su mandato, entre el fingir su inconsistencia y el proclamar su candidatura. Pero tácticas variables y complementarias, apuntan en el fondo a un mismo fin: segar a Dios de las almas y de los pueblos, apartar de Dios las inteligencias, las voluntades y los corazones. Tácticas reversibles e intercambiables, decimos, pero cuyos responsables tienen nombres y rostros conocidos que al revés o al derecho ya no pueden engañarnos. Janos modernos —remozados y maquillados— míreselos como se los mire, son la cara de la culpa y del odio. Mas el solo hecho de su bifrontalidad caricaturesca y luciferiana, el solo hecho de adquirir un fondo endemoniado tras una apariencia apacible, habla a las claras de una degradación de lo humano, de una atrofia del señorío y de una ausencia de la univocidad propia de lo noble. Algo sabía de esto Dostoievski cuando nos describe a Pedro Verjovenski en Los Endemoniados.

Por eso, muchas explicaciones cabrá dar sobre la actual situación argentina. Analistas y politicólogos mercan con la tragedia nacional como con un producto abaratado y en oferta. Pero no podrá inteligirse plenamente nuestro drama, ni proponerse seriamente su regeneración, sin una perspectiva teológica como la que dejamos entrever. Lo que hoy acontece en la Patria es, estrictamente hablando, diabólico. Es la Revolución Mundial Anticristiana avanzando descontroladamente, es el Judaísmo y la Masonería cogobernando a sus anchas; es el liberalismo y el socialismo repartiéndose el patrimonio material y cultural, es el marxismo y sus socios adueñándose como gavillas en rapiña de cuanto topan a su paso. Es el primado de la impostura y la inmoralidad, la tiranía de la subversión y la perversidad de la democracia. Es la Sinagoga de Satanás, como lo dijo para siempre León XIII, y el enseñoreamiento de Satán en la Ciudad del que tan bien habló Marcel de la Bigne. Era él justamente, el que explicando con trazos magníficos el dominio del Maligno sobre el cuerpo social y político, sintetizaba acertadamente la cuestión en la falacia de la soberanía popular. Y es cierto; porque secularizado el poder no queda otra cosa más que todas las formas de la rebelión del hombre contra el Creador. Pero de un hombre que ha hecho del pecado original un grito de liberación, de la masificación un motivo de orgullo, y de la suma de sus desvaríos la omnipotencia numérica de sus derechos. Así, el despotismo de la cifra y la adulación de la cantidad que comporta el mito de la soberanía popular erigido en suprema razón de los estado, va justificando y convalidándolo todo: desde el desmembramiento territorial hasta la corrupción de la moral y de las costumbres; desde la destrucción de la familia hasta la profanación de la Cruz; desde el empobrecimiento físico de la población hasta su vejamen espiritual. Siempre es el guarismo, la aritmética, la estadística o el censo lo que se invoca para legitimar las tropelías. Siempre es la prevalencia de lo más y el griterío de los acumulados, siempre es el cálculo contra la Unidad Indivisa de la Verdad, siempre es el volumen basto del averno contra la longitud etérea del Cielo. Lo que acontece en la Patria, sin dudas, es algo propiamente diabólico.

Y se entiende que en una nación ganada por las huestes del Gran Farsante no pueda sino prevalecer la mentira y la confusión deliberada, las intrigas palaciegas y las urdimbres viscosas en las que se enriedan sus mismos agentes. Porque cuando no se reconoce a Dios, pasa lo que vociferaba Sartre: “el Infierno son los otros”. Que lo diga si no —es un ejemplo— el enfermo Germán López. En manos de los lacayos del Padre de la Mentira, la Argentina está rodeada de embustes.

Mentira en el lenguaje oficial incapaz de definir y siempre pronto para adormecer y profanar. Mentira en la diplomacia reducida a la cobardía de los conciliábulos y a los enjuagues de las trastiendas. Mentira en la economía programada para los usureros y los tecnócratas. Mentira en la educación convertida en lavado de cerebros contra la rehabilitación de la inteligencia. Mentira en la seguridad pública librada a la indefensión y a las agresiones de toda índole. Mentira en las promesas demagógicas y en las bravatas comiteriles, mentiras en el parlamento y en los despachos públicos, en los balcones del oprobio o en los sillones académicos. Mentira en la oposición cómplice y envidiosa por no poder mentir desde el poder. Mentira en los atentados y en las investigaciones, en los repudios y en las interpelaciones ministeriales. Mentiras, en fin, en las invocaciones cívicas imbecilizadas de pacifismo y en las voces trémulas y psudoprotestatarias de los que debieran defenderse como siempre se han sabido defender los varones.

En este estado de cosas, este caos que es fruto causal y metódico de la negación del Orden, tiene en la persona de Alfonsín a su primer responsable y a su más penosa encarnadura. Lo decimos expresamente ante ese entorno servil de amanuenses que tratan de preservarlo y de mantener incólume su imagen. Pero su imagen es la que mostramos hoy, y que cada vez más, se vuelve nítida para la indignación nacional. Es la cara de un enemigo de Dios y de la Patria. Es el anverso y el reverso de la misma negación de Cristo y de la Fe Fundadora. Es la cara de la traición al ser nacional, de la claudicación de la estirpe y de la construcción de una factoría materialista e impía. Por eso es bueno repetirlo: cara o Cruz.

Nosotros —que hemos crecido y amado a la sombra del Crucifijo— sabemos bien lo que es el demonio. Sabemos de su vileza incurable como de su final ruinoso, para él, para sus pompas y para todos sus sirvientes de turno. Sabemos que Satán está en la Ciudad, pero la ciudad se llama de la Santísima Trinidad y de Santa María de los Buenos Aires, e “ipsa conteret caput tuum”. Ella misma —vencedora imparable en la lucha final— le aplastará la cabeza al Infame.

No. No es el Maldito el que nos amedrenta. Son los católicos tibios y rendidos. Los que todavía creen que se puede edificar una segunda república y no entienden que hay que restaurar en Cristo Rey la que tenemos despojada y en servidumbre. A ellos, el consejo sabio del Padre Ribadeneyra de andar “apercibido y armado”. A los nuestros la certeza de que “de todo laberinto se sale de arriba”. Arriba, bien alto, donde las águilas no cierran sus alas imperiales. Donde el Arcángel que custodia la Argentina ya tiene desplegado el Campamento.


La Cristiandad, una realidad histórica (4)



por el R.P. Alfredo Sáenz, S.J.


Capítulo III

El orden político de la Cristiandad


En la presente conferencia trataremos de exponer el modo como la Edad Media entendió el orden político, tanto en lo que hace a la estructuración jerárquica de la sociedad, cuanto a las relaciones que habían de mediar entre la autoridad espiritual y el poder temporal, con una mirada final a las proyecciones internacionales.
I. El Feudalismo y los lazos de la fidelidad

El orden político de la Edad Media tuvo su raíz en una contextura institucional de notable originalidad: el feudalismo.

1. La génesis de la institución feudal

Para captar el sentido del feudalismo es preciso examinar su origen en la Europa caótica de los siglos V al VIII. A lo largo de dichos siglos el Imperio romano se fue haciendo pedazos no sólo por el embate de las invasiones bárbaras sino también como consecuencia de la descomposición interior. En el viejo Imperio todo había dependido de la fuerza del poder central. Desde el momento en que ese poder se vio agrietado y desbordado, la ruina se hacía inevitable. Los Emperadores eran creados y destituidos según el capricho de sus guardias pretorianas. Roma fue tomada y retornada por los bárbaros, la Europa entera no era sino un vasto campo de batalla donde se enfrentaban las armas y las tribus.

En medio del desconcierto generalizado, del sálvese quien pueda, comenzaron a despuntar diversos poderes locales. A veces era el jefe de una banda que agrupaba en torno suyo a un grupo de aventureros; otras, el dueño de algún terreno, que trataba de asegurar en él la tranquilidad que el Estado, prácticamente inexistente, ya no estaba en condiciones de garantizar. La tierra se había convertido en la única fuente de riqueza, y como el intercambio de mercancías se había vuelto muy dificultoso por la peligrosidad de los caminos, era menester defenderla personalmente.

R. Pernoud compara dicha situación con lo que hoy sucede en diversos lugares, y por nuestra parte podríamos agregar que también entre nosotros, a saber, la necesidad de policías paralelas para proteger a los ciudadanos pacíficos amenazados por la ola de la delincuencia descontrolada. «Esto puede ayudarnos a comprender lo sucedido entonces: un campesino modesto, incapaz de garantizar su propia seguridad y la de su familia, se dirige a un vecino más poderoso que él con posibilidad de mantener un grupo de hombres armados; éste se compromete a defenderle y, a cambio, le pide una parte de sus cosechas. Aquél se beneficiará de una serie de garantías, y éste, el señor, se hallará más rico, más poderoso y, en consecuencia, más apto para ejercer la protección que se le pide. El acuerdo, en principio, favorecerá tanto al uno como al otro, sobre todo en circunstancias difíciles. Es un acuerdo de hombre a hombre, un contrato recíproco que, por supuesto, no sanciona ninguna autoridad superior, pero que estaba basado en una promesa, en un juramento, sacramentum, que era un acto sagrado y tenía un valor religioso» (¿Qué es la Edad Media?, 105-106).
****
Para leer el capítulo completo haga click sobre la imagen del autor.

Y para terminar el día ¡Ave María!

30 de octubre de 2008

El Papa San Pío X: Memorias (6)


por S.E.R. Cardenal Rafael Merry del Val



Capítulo V


MI NOMBRAMIENTO DE CARDENAL SECRETARIO DE ESTADO





No sin gran repugnancia me decido a tocar este tema mío, tan personal, al que, ciertamente, no hubiera aludido si no se hubiese hecho público hace tiempo y no hubiera sido mencionado, con más o menos pormenores, por otras perso­nas. Es más. por indiscreción de un antiguo amigo, se ha publi­cado ya impreso el texto de la carta que Su Santidad se sirvió dirigirme en aquella ocasión Por ello, he creído no debía vacilar en dar a conocer por mí mismo lo ocurrido, muy es­pecialmente teniendo en cuenta que constituye una prueba característica del modo de actuar de Pío X. Pocos, quizá, creerían fácilmente el hecho de que durante los dos meses largos que transcurrieron desde el día de su elección a la mañana en que me entregó el nombramiento, Pío X no me hizo la menor insinuación sobre sus planes a este respecto. Los más absurdos rumores circulaban por en­tonces en el ambiente con relación a la persona que tendría mayores probabilidades de ser designada por el Santo Padre para el puesto de Cardenal Secretario de Estado y sobre la resolución que adoptaría en este punto. Creo que, por mera casualidad, mi nombre apareció en la prensa al lado de otros varios, aunque, por razones claras y evidentes, parecía lógico que Su Santidad no pensara en mí, y —debo confesarlo inge­nuamente— yo mismo no me paré a considerar la posibilidad de aquella solución, tan extraña e inesperada.

Transcurrieron semanas de trabajo febril. La pesada carga de la tarea diaria no me dejaba tiempo de reflexionar en otra cosa, y sólo aspiraba a verme relevado de la ingente respon­sabilidad de un oficio transitorio, que ninguna persona razo­nable hubiera deseado ver prolongado. Más tarde supe que el Santo Padre, durante este lapso de tiempo, había requerido repetidas veces la opinión de algu­nos de los miembros más destacados y experimentados del Sacro Colegio sobre este asunto, y lo había hecho objeto de sus constantes oraciones. En la mañana del domingo 18 de octubre de 1903 despa­ché, como siempre, durante una hora varios asuntos con Su Santidad, y cuando me levantaba para despedirme, me alar­gó un sobre algo voluminoso dirigido a mí con su propia le­tra, diciendo distraídamente, como refiriéndose a algo que había olvidado: "¡Ah Monseñor! Esto es para vos." En ocasiones anteriores se había conducido en idéntica forma al terminar nuestras entrevistas, y más de una vez me había entregado grandes sobres de esta clase con igual so­brescrito, conteniendo documentos que requerían atención especial. No experimenté, por tanto, la menor sorpresa ni di importancia excepcional a este hecho. Deslicé el paquete entre los restantes papeles, y respondí: "Muy bien, Santo Padre; ya lo veré para informaros mañana." Al atravesar la loggia, camino de mis habitaciones, me detuvo el Cardenal Mocenni, quien, al parecer, había habla­do con Su Santidad por la mañana temprano y sabía lo que iba a pasar. Su Eminencia me había demostrado siempre una gran amistad y simpatía durante los ocho años que pasé en el Vaticano con León XIII, y acostumbraba tratarme con familia­ridad. "Bueno, ¿qué noticias tenemos esta mañana? —me pre­guntó con la franqueza un tanto áspera en él habitual— ¿Quién va a ser el nuevo Cardenal Secretario?" "Tened la seguridad de que yo no lo sé, Eminencia —fue mi respuesta—; el Santo Padre no ha hecho nunca alusión a este punto en presencia mía." El Cardenal inclinó un poco la cabeza para volverla a levantar con un gesto de sorpresa. "¿Cómo es esto? —excla­mó casi bruscamente—.Venga a mi cuarto."

Le seguí hasta su despacho, donde me hizo sentar, empe­zando a asediarme a preguntas. Manifestó que creía imposi­ble que yo no estuviera enterado de la decisión tomada por Su Santidad. Volví a insistir yo en el hecho de que nada ex­cepcional había ocurrido durante mi audiencia con el Papa, que no habíamos hablado ni una sola palabra sobre el futuro Cardenal Secretario y que yo me había marchado, como de costumbre, con mis papeles y un sobre con documentos que el Santo Padre me había entregado momentos antes de salir. "¡Un sobre!—exclamó—. ¿Dónde está? ¿Porqué no lo abrís?"

Así lo hice, echando una rápida ojeada a la carta que ha­bía dentro. ¿Sería demasiado decir que me sentí un tanto ofus­cado y bastante conmovido al leer su contenido? El anciano Cardenal me miraba con una sonrisa compren­siva y me daba afectuosas palmadas sobre el hombro. Junto con el autógrafo del Papa iba incluida una considerable suma en billetes de Banco, que justificaban el grosor del sobre. Con su bondad paternal, Su Santidad deseaba, sin dudas, que yo aceptase aquella cantidad, por no haber percibido hasta en­tonces remuneración de ninguna clase, y porque también deseaba contribuir a los gastos que me ocasionaría el nom­bramiento.

La carta decía así:

"
La opinión de los eminentes Cardenales que os eligieron como Secretario de Cónclave, la amabilidad con que consen­tisteis en aceptar durante este tiempo los deberes de Secreta­rio de Estado y la escrupulosa fidelidad con que habéis des­empeñado este puesto tan delicado, me obligan a rogaros os hagáis cargo, con carácter permanente, del cargo de mi Se­cretaría de Estado. "Con este motivo, y también para satisfacer una necesidad afectiva de mi propio corazón y daros una pequeña prueba de mi profunda gratitud, en el próximo Consistorio, que ha­brá de celebrarse, Dios mediante, el próximo día 9 de no­viembre, me daré el placer de crearos Cardenal de la Santa Iglesia Romana. "Para vuestra tranquilidad, debo añadir que, al obrar de este modo, cumplo un deseo de la mayoría de los Cardena­les, los cuales comparten mi admiración por los excelentes dones con que os ha dotado el Señor y con los que, cierta­mente, habréis de rendir servicios muy señalados a la Iglesia. "Al llegar a este punto, con particular afecto, os doy mi bendición apostólica. "Dado en el Vaticano el 18 de octubre de 1903 Pío P P X."

Algo repuesto de mi sorpresa, subí a ver al Santo Padre, que me recibió con particular cariño, pero descartando fir­memente cualquier intento de oponerme a su resolución o de eludir el compromiso. Habíase decidido —me aseguró— con plena deliberación, y debía inclinarme ante la voluntad de Dios como él mismo había hecho en mi presencia.

Juan Donoso Cortés: Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo (14)



Capítulo VII

De cómo Dios saca el bien de la prevaricación Angélica y de la humana


De todos los misterios, el más pavoroso es este de la libertad, que constituye al hombre señor de sí mismo y le asocia a la Divinidad en la gestión y en el gobierno de las cosas humanas.

Consistiendo la libertad imperfecta dada a la criatura en la facultad suprema de escoger entre la obediencia y la rebeldía hacia su Dios, otorgarle la libertad viene a ser lo mismo que conferirle el derecho de alterar la inmaculada belleza de sus creaciones; y como quiera que en esa belleza inmaculada consiste el orden y la armonía del universo, otorgarle la facultad de alterarla viene a ser lo mismo que conferirle el derecho de sustituir el orden con el desorden, la armonía con la perturbación, el bien con el mal.

Este derecho, aun encerrado en los límites que dijimos, es tan exorbitante, y esta facultad tan monstruosa, que el mismo Dios no hubiera podido otorgarla si no hubiera estado cierto de convertirla en instrumento de sus fines y de atajar sus estragos con su poder infinito.

La razón suprema de existir la facultad concedida a la criatura de convertir el orden en desorden, la armonía en perturbación, el bien en mal, está en la potestad que tiene Dios de convertir el desorden en orden, la perturbación en armonía y el mal en bien. Suprimida esta altísima potestad en Dios, sería lógicamente necesario o suprimir aquella facultad en la criatura o negar a un mismo tiempo la divina inteligencia y la omnipotencia divina.
****
Para leer el artículo completo haga click sobre la imagen de su autor.

Herejes (10)



por Gilbert K. Chesterton

X. De sandalias y simplicidad







La gran desgracia del pueblo inglés moderno no es que sea más fanfarrón que cualquier otro pueblo (que no lo es); es que lo es acerca cosas sobre las que no puede serlo si no quiere perderlas. Un francés puede sentirse orgulloso por ser atrevido y lógico, sin dejar por ello de ser atrevido y lógico. Un alemán puede sentirse orgulloso por ser reflexivo y ordenado sin dejar por ello de ser reflexivo y ordenado. Pero un inglés no puede sentirse orgulloso por ser simple y directo sin dejar de ser simple y directo. En relación con estas extrañas virtudes, conocerlas es matarlas. Un hombre puede ser consciente de su heroísmo, o ser consciente de su divinidad, pero no puede (a pesar de todos los poetas anglosajones) ser consciente de su inconsciencia.

No creo que pueda negarse sinceramente que cierta parte de esta imposibilidad se vincula con algo que es muy distinto (en su propia opinión al menos) de la escuela del anglosajonismo. Me refiero a esa escuela de la vida simple, que generalmente se asocia a Tolstói. Si hablar sin cesar de nuestra propia robustez nos lleva a ser menos robustos, todavía es más cierto que hablar sin cesar de nuestra propia simplicidad nos hace menos simples.

Una gran queja, creo yo, debe formularse contra los defensores de la vida simple; la vida simple en todas sus variadas formas, desde el vegetarianismo hasta la honorable coherencia de los dujobores. Esta queja contra ellos se basa en que nos llevarían a ser simples en cosas que no importan, pero complejos en las cosas importantes.
****
Para leer el artículo completo haga click sobre la imagen.

¿ Y porqué no una Salve Regina?




Choir of the cathedral of Einsiedeln
Choral Master: Pater Roman Bannwart
Organ: Pater Cornelius Winiger
Cond.: Pater Daniel Meier

29 de octubre de 2008

Adorote , Devote

Una oleada emocional irresistible


(en todas partes se cuecen habas, el "ejemplo" argentino, ha cundido con creces) El cruzamante

por Juan Manuel de Prada

CÁNDIDO Méndez ha declarado que «ni un fiscal ni nadie» va a poder frenar la «oleada emocional irresistible» provocada por el auto del juez Garzón. La invocación a esa tromba de emociones resume, mejor que cualquier diagnóstico, un estado de cosas en el que el Derecho ha dejado de regir; porque donde triunfan las emociones desatadas, la juridicidad brilla por su ausencia. En honor a la verdad, Cándido Méndez no hace sino apuntarse así a una tradición antijurídica que en su sindicato ha contado con esforzados paladines. Ramón González Peña, destacado ugetista que «participó como dirigente en el golpe de estado contra el gobierno republicano de octubre de 1934» (según se afirma sin empacho en la biografía que nos proporciona la propia página web del sindicato), pronunciaba el 20 de febrero de 1936 un mitin en el que se defendía esta misma «oleada emocional» contra el rigor jurídico: «Para la próxima revolución -reclamaba González Peña-, es necesario que constituyamos unos grupos que yo denomino «de las cuestiones previas». En la formación de esos grupos yo no admitiría a nadie que supiese más de la regla de tres simple, y apartaría de esos grupos a quienes nos dijesen quiénes habían sido Kant, Rousseau y toda ese serie de sabios. Es decir, que esos grupos harían la labor de desmoche, la labor de saneamientos, de quitar las malas hierbas ; y cuando esta labor estuviese realizada, cuando estuviesen bien desinfectados los edificios públicos, sería llegado el momento de entregar las llaves a los juristas». ¡Toma ya Estado de Derecho!
González Peña, promotor de estos «grupos de las cuestiones previas», llegaría a dirigir durante la Guerra Civil la Unión General de Trabajadores, siendo nombrado... ¡Ministro de Justicia! en el segundo gobierno de Negrín. No podía ser menos, pues desde luego su doctrina sobre la «labor de desmoche y saneamientos» sentó cátedra en la justicia republicana; y la revolución se puso las botas a «quitar las malas hierbas». Por supuesto, la UGT desempeñó un papel protagonista en estos «grupos de las cuestiones previas», formando parte de los Comités de Salud Pública y Tribunales Populares que empezaron a actuar a partir de julio de 1936, e incorporando afiliados -presumimos que poco conocedores de «Kant, Rousseau y toda esa serie de sabios»- a las brigadas del amanecer que «saneaban« la población de elementos facciosos: léase, gentes que hubiesen votado a las derechas, católicos practicantes, lectores de ABC y demás ralea fascista. Todo ello a lomos de esa «oleada emocional irresistible» que el auto de Garzón ha resucitado setenta años después; y a la que Cándido Méndez, rindiendo homenaje a la «memoria histórica» de su sindicato, ha corrido gozosamente a subirse, cual surfista en día de asueto, mientras otros sucumben a la oleada del paro, que también es irresistible aunque Cándido Méndez se haga el longui.
Que un sindicato que cuenta con episodios tan turbios a sus espaldas -y cuyos dirigentes se beneficiaron de la misma Ley de Amnistía que ahora Garzón declara parcialmente abolida- se persone cínicamente en un proceso donde la juridicidad brilla por su ausencia provocaría una «oleada de indignación irresistible» en cualquier sociedad sana; pero la española -como escribía el otro día César Alonso de los Ríos- es una sociedad humillada, que no tiene empacho en abandonar a sus padres y abuelos en la fosa común de los criminales contra la Humanidad, mientras el secretario general de un sindicato que se puso las botas a «desmochar y sanear» posa como adalid de una causa noble. Y conste que, entre los afiliados de la UGT, hubo también en aquellos años de emociones desatadas muchos hombres nobles: hombres como, por ejemplo, el responsable del sindicato en la localidad barcelonesa de Castellar del Vall_s, que murió asesinado tras descubrirse que había redactado un aval para intentar salvar la vida del párroco de la misma localidad; que, por cierto, también fue asesinado, por el delito de ser cura. Ese párroco y ese ugetista de Castellar del Vall_s encarnarían, en una sociedad sana, la España que deberíamos recordar y honrar con orgullo; pero las sociedades humilladas y enfermas prefieren entregarse a la «oleada emocional irresistible» de la mistificación y la mentira.

28 de octubre de 2008

Perla


por Juan Vázquez de Mella

"La tradición, ridículamente desdeñada por los que ni siquiera han penetrado su concepto, no sólo es elemento necesario del progreso, sino una ley social importantísima, la que expresa la continuidad histórica de un pueblo, aunque no se hayan parado a pensar sobre ella ciertos sociólogos que, por detenerse demasiado a admitir la naturaleza animal, no han tenido tiempo de estudiar la humana en que radica.

Y esa es la causa de que todo hombre, aun sin advertirlo y sin quererlo, sea tradicionalista, porque empieza por ser ya una tradición acumulada. Que se despoje, si puede, de lo que ha recibido de sus ascendientes aunque sea prescindiendo de su ser, y ver que lo que queda no es él mismo, sino una persona mutilada que reclama la tradición como el complemento de su existencia. El revolucionario más audaz que, en nombre de una teoría idealista, formada más por la fantasía que por el entendimiento, se propone derribar el edificio social y pulverizar hasta los sillares de sus cimientos para levantar otro de nueva planta, si antes de empezar el derribo se detiene a preguntarse a sí mismo quién es, si la pasión no le ciega, oirá una voz que le dice desde los muros que amenaza y desde el fondo de su alma: Eres una tradición compendiada que se quiere suicidar; eres el último vástago de una dinastía de antepasados tan antigua como el linaje humano; ninguna es más secular que la tuya. Si uno sólo faltara en esa cadena de miles de años, no existirías; quieres derrocar una estirpe de tradiciones, y eres en parte obra de ellas.

Quieres destruir una tradición en nombre de tu autonomía, y empiezas a negar las autonomías anteriores y por desconocer las siguientes; al inaugurar tu obra, quieres que continúe una tradición contra las tradiciones pasadas y contra las tradiciones venideras, proclamando la única verdad de la tuya. Mirando atrás, eres parricida; mirando adelante, asesino; y mirándote a ti mismo, un demente que cree destruir a los demás cuando se mata a sí mismo"

****
Juan Vázquez de Mella, El pensamiento de Mella. Selección de sus O.C., T. XXVIII, Subirana, Barcelona 1942. Páginas 233-235.


Actualidad nacional (Argentina)

En verdad, me tienen harto los KK
Desconozco a los autores de los artículos que recomiendo leer.
En este blog de noticias publican autores de todo pelaje. Liberales, algunos masones (por lo menos al decir de un comentarista), socialistas y "periodistas" de la gran prensa, es decir zurditos que se suman al "pensamiento político correcto".
También publica algún "petardista", y de tanto en tanto un nacionalista católico.
Hoy sugiero leer algunos artículos de actualidad, que si no en todo, en parte comparto. (si hay alguna referencia a la "constitución (liberal) nacional", o a la "democracia", ruego sepan disculparme.)
Anticipándome a las críticas de lectores hago mía la definición de Santo Tomás de Aquino:

"Toda verdad, dígala quien la diga, viene del Espíritu Santo."

Para leer : Hurtolandia

Para leer: El páramo de la indiferencia

Para leer: Di Lullo, el folklore y la identidad nacional

Para leer: Imploración por la sensatez

Para leer y meditar: "Cristo Rey" por el cura Castellani

La Cristiandad, una realidad histórica (3)


por el R.P. Alfredo Sáenz, S.J.

Capítulo II

La cultura en la Cristiandad

Terminamos la conferencia anterior aludiendo al abanico de esplendores que se desplegó en la Edad Media, al carácter arquitectónico y catedralicio de su Weltanschauung, que incluye la religión, la cultura, la política, la economía, el trabajo, el arte. A partir de la presente conferencia iremos exponiendo los diversos componentes de esa catedral. Hoy nos abocaremos al análisis de la cultura, a partir de sus prolegómenos en la época de Carlomagno.
I. El Renacimiento Carolingio

No sería justo afirmar que con la caída del Imperio Romano, se extinguió todo resabio de cultura. Aquí y allá, en la Europa primitiva dominada por las tribus bárbaras, se fueron encendiendo pequeños focos de vida intelectual. Así, durante los siglos V y VI, en el norte de Italia dominada por Teodorico, rey ostrogodo, con sede en Ravena, tuvo lugar un pequeño «renacimiento» con el apoyo de Boecio y Casiodoro. En la España visigótica apareció también una gran figura, S. Isidoro de Sevilla, eminente autor enciclopédico, quien tuvo el mérito de transmitir a las generaciones venideras lo que él había sistematizado del pensamiento antiguo. Gran Bretaña, por su parte, a comienzos del siglo VIII, nos legó a S. Beda el Venerable, monje erudito, que creó en la Iglesia anglosajona un centro de cultura en torno a su persona. Según algunos autores, Beda representa en Occidente el momento culminante de su cultura intelectual durante el período comprendido entre la calda del Imperio y el siglo IX.También a Inglaterra le debemos a Vinfrido, que tomaría luego el nombre de Bonifacio, uno de los hombres más grandes del siglo VIII, el principal artífice de la conversión de los germanos al cristianismo, quien sería el que consagrase a Pipino el Breve, padre de Carlomagno, muriendo finalmente mártir en Fulda en 754. Tanto S. Beda como S. Bonifacio prepararon un compacto grupo de monjes misioneros, los cuales, en todos los lugares donde predicaron, juntamente con el cristianismo llevaron las letras y la civilización.
****
Para leer el arículo completo haga click sobre la imagen del autor.

El Papa San Pío X: Memorias (5)


por S.E.R. Cardenal Rafael Merry del Val



IMPRESIONES DE HOMBRES DE ESTADO SOBRE PÍO X




Todos saben que el príncipe von Bulow, al retirarse de la Cancillería del Imperio alemán, acostumbrada pasar los inviernos y primaveras en Roma, donde poseía la "Villa Mal­ta". Nunca dejaba de solicitar audiencia con el Santo Padre, tanto a su llegada como al abandonar la Ciudad Eterna. Siem­pre le conmovían hondamente estas entrevistas con Pío X, y después de sus audiencias me expresaba invariablemente su admiración por Su Santidad, que le había sorprendido, una vez más, con la sagacidad de sus observaciones y la exactitud de sus juicios sobre hombres y cosas. En diversas ocasiones le oí comentar su entrevista con las siguientes palabras: "Todo lo que me ha dicho Su Santidad es verdadero y justo. He co­nocido a muchos monarcas y jefes de Estado, pero raras ve­ces he visto en ellos esa percepción tan notable de la natura­leza humana y ese conocimiento que Su Santidad posee de las fuerzas que gobiernan al mundo y a la sociedad moder­na."

Me habían informado, con carácter confidencial, que el príncipe von Bulow era opuesto a la gran guerra y a las nor­mas políticas que habían de llevar, irremisiblemente, a la con­flagración; no estoy en condiciones de afirmar si esto era o no cierto; lo que sí puedo asegurar sin vacilación es que ni el príncipe ni otras personas obtuvieron jamás una sola palabra salida de los labios de Pío X para favorecer o justificar la ten­dencia de provocar una agresión o el empleo de la violencia. El Santo Padre hubiera derramado gustoso su propia sangre para evitar el horrendo conflicto y proteger a la Humanidad de los innumerables sufrimientos de la guerra.

Emilio Olivier, el distinguido político francés, que tuvo ocasión de conversar ampliamente con el Santo Padre en los primeros días de su pontificado, expresaba su opinión en tér­minos casi idénticos, y al terminar su audiencia pronunció las siguientes palabras, reproducidas en la prensa. "No tiene la majestad oficial de León XIII, pero posee la que brota de una amabilidad y bondad irresistibles. Lo que más me ha sorprendido ha sido el don de su inteligencia su­perior, plena de claridad, lucidez y precisión "Sabe escuchar maravillosamente, entiende a la perfección cuanto se le quiere decir y afronta sin vacilación el punto decisivo o delicado de la cuestión, que él resume con pala­bras breves y concisas, sin fantasías ni divagaciones, con un enorme sentido de realidad y abarcando en un instante lo que es factible y lo que no. "Aún más que su inteligencia, me ha llamado la atención en Pío X su valentía. Posee un valor auténtico, suave, amable, sin jactancia. No es capaz de elevar la voz para decir non possumus; pero si se ve forzado a hacerlo, lo hará con voz mesurada y se mantendrá inflexible. "Si surgieran circunstancias difíciles, podréis esperar de él grandes cosas, y si la ocasión lo requiere, sabrá ser, a la vez, héroe y santo."

El conde Goluchowski, el conde Sturza, sir Wilfrid Laurier, Mr John Redmond y otros eminentes políticos y hombres deEstado, tanto de Europa como de América, no fueron menos explícitos en manifestar una estimación semejante, refirién­dose a las cualidades y al carácter del Pontífice.

El Arzobispo Bignami, de Siracusa (Sicilia), recientemente fallecido, me visitó, en diciembre de 1917, para relatarme una larga conversación celebrada pocos días antes con uno de los ministros de Italia más conocidos, entonces en el Po­der, a quien, casualmente, había encontrado en el curso de un viaje por la isla. Este distinguido miembro del Gobierno, después de expresarse con elocuencia sobre los merecimien­tos y éxitos del Papa Pío X, no vaciló en declarar que, en su opinión, el sentimiento general de la bondad del Santo Padre había inducido a muchos a pasar por alto otras cualidades sobresalientes que consideraba situaban merecidamente a Pío X entre los más grandes Pontífices de la Iglesia católica.

"El mismo —añadió— no había tenido nunca ocasión de tratar a su Santidad, y por tanto, no había experimentado personal­mente el encanto de su bondad, pero le juzgaba por sus actos, que en muchas circunstancias había tenido personalmente ocasión de apreciar"

Tomé nota por escrito de estas afirmaciones que proce­dían de los labios de Monseñor Bignami.