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Hechos de los Apóstoles en América,
José María Iraburu
En la ciudad de Guayaquil, porteña y liberal, en el año 1821, nació Gabriel García Moreno, octavo hijo de una familia muy distinguida, pues su padre Gabriel García Gómez, español leonés, nacido cerca de Ponferrada, fue procurador síndico de Guayaquil, y su madre, Mercedes Moreno, era hija del regidor perpetuo del ayuntamiento de la ciudad, hermana del arcediano de Lima y del oidor de Guatemala, y tía del cardenal Moreno, primado de Toledo. Gabriel, de niño, dio muestras de un temperamento sumamente débil y medroso. De tal modo le espantaba cualquier cosa, que no pudo ser enviado a la escuela, y fue su madre su primera maestra.
Gabriel, a los nueve años, justamente cuando se produce la independencia, queda huérfano de padre, y la familia, que se había distinguido como realista, se ve en la ruina. Un buen fraile mercedario, el padre Betancourt, que ayudaba espiritualmente a doña Mercedes, se hizo cargo de Gabriel, sirviéndole de maestro durante varios años, con gran provecho. Gabriel, que hablaba a veces en latín con su maestro, mostraba una memoria prodigiosa y una gran facilidad para el estudio. En esos años cambió totalmente su forma de ser, haciéndose una personalidad fuerte y valiente.
Para leer su bigrafía entera haga click sobre la imágenSe crió entre soldados
San Luis Gonzaga, nació el 9 de marzo, de 1568, en el castillo de Castiglione delle Stivieri, en la Lombardia. Hijo mayor de Ferrante, marqués de Chatillon de Stiviéres en Lombardia y príncipe del Imperio y Marta Tana Santena (Doña Norta), dama de honor de la reina de la corte de Felipe II de España, donde también el marqués ocupaba un alto cargo. La madre, habiendo llegado a las puertas de la muerte antes del nacimiento de Luis, lo había consagrado a la Santísima Virgen y llevado a bautizar al nacer. Por el contrario, a don Ferrante solo le interesaba su futuro mundano, que fuese soldado como el.
Para leer la biografía completa haga click sobre la imágen, que representa al santo, meditando frente a un crucifijo, pintado por Goya entre 1781 y 1785.
Museo de Bellas Artes de Zaragoza.
Los viejos documentos, las crónicas y distintos testimonios de época permiten dimensionar la figura trascendente de Manuel Belgrano, que en los albores de la Patria se convierte en fervoroso defensor de la causa americana. Belgrano no es solo mediador en el proceso revolucionario, sino un activo movilizador de la Patria nueva. Su correspondencia con los principales hombres públicos de su época así lo demuestra. Su fama se proyectó a nivel continental para estar colocada al lado de nombres como Francisco Miranda, Simón Bolívar y José de San Martín.
Para leer el artículo completo haga click sobre la imágen.Había bajado para conservar, este artículo del Sr Ricardo G. Cardinali de Política y desarrollo, otro weblog, sin ánimo de publicarlo pues ya lo estaba. Me entero, por carta de su autor, leyendo comentarios de Panorama Católico, que dicho articulo había sido borrado del sitio uno o dos días después de publicado. Como me ha gustado mucho, decidí sacarlo a luz.
Mezcla de Narnia y el Señor de los Anillos, es de rigurosa actualidad.
A disfrutarlo.
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Traducción: Ricardo Guillermo Cardinali
Presentación
Había una vez (¿de qué otra manera se puede empezar este relato?) un grupo de profesores de la muy circunspecta Universidad de Oxford que constituyeron una sociedad informal con la finalidad de recitar poemas en inglés antiguo, cantar en latín, fumar en pipa y tomar cerveza.Llamóse The Inklings la tal sociedad y su sede era un pub. Sus dos miembros más famosos fueron Clive Staples Lewis y John Ronald Reuel Tolkien, creadores de las sagas de Narnia y el Anillo, respectivamente.
Según una tradición nunca comprobada, que algunos investigadores consideraban como una simple maniobra comercial del cantinero destinada a atraer parroquianos, Tolkien y Lewis habrían escrito entre ambos en una mesa del pub un texto en el que los amigos compartían personajes y escenarios.
Habiendo llegado a mis oídos la leyenda de este manuscrito perdido, comencé una búsqueda agotadora y exhaustiva, siguiendo endebles pistas que las más de las veces terminaban en desalentadores callejones sin salida. Hasta que finalmente un dato fidedigno que me proporcionó un borracho londinense a la vera del Támesis me llevó al Reino de Escocia.
“Desde el primer momento que los vi supe que eran mis hijos.
Bajaban enmalonados y disfónicos de colectivos y camiones, rodeados de rostros que eran un solo rostro atrabiliario o convulso. El vale para alguna vitualla extra por haberse movilizado a medianoche, les asomaba por los bolsillos, veteranos de plusvalías. Los gritos se les hacían babaza entre las comisuras, y corrían por las calles golpeando a tamberos y tractoristas, cosechadores y sembradoras, señoras con críos y jóvenes trabajadores, todos los cuales –como se sabe- son la oligarquía vacuna.
Para leer el artículo entero haga click sobre la imágenNació en Florencia en el año 1270. Su padre era riquísimo y había construido por su propia cuenta un templo en honor de la Sma. Virgen de quien era sumamente devoto.
Es un largo y enjundioso artículo, motivo por el cual he optado por ponerlo por separado, para no ocupar tanto espacio de la página, que desalienta a mirar artículos anteriores.
Tómese su tiempo y léalo, vale la pena.
Después de haberse graduado en Padua el 25 de septiembre de 1655, fue ordenado sacerdote el 21 de diciembre siguiente, y a los dos meses se trasladó a Roma por invitación de Alejandro VII, que lo había conocido en Münster, a donde Barbarigo había ido como secretario del embajador de Venecia para el congreso de paz de Westfalia. Quería una comida sobria, pero muchos libros para alimentarse intelectualmente. En Roma lo sorprendió la epidemia de la peste: "Al principio sentía tanto miedo que me parecía morir"; pero aceptó el puesto de organizador de sanidad pública, y se demostró activísimo y valiente.
Cuando lo nombraron obispo de Bérgamo, hizo su entrada en privado el 27 de marzo de 1658. Puso su esmero sobre todo en las escuelas cristianas y en la formación de los candidatos al sacerdocio. En 1660 fue nombrado cardenal, y a los cuatro años elegido para la importante sede episcopal de Padua. Concluía un programa pastoral así: "El ver ciertas ocasiones de escándalos, de pecados, sin saber qué camino coger: estos, hermanos, son mis angustias, mis males, estas mis lágrimas".
En las frecuentes visitas pastorales a las 320 parroquias, el infatigable obispo se mezclaba con los bulliciosos niños para explicarles el catecismo. Su preocupación principal fue la formación de los seminaristas. Vendió todos los objetos de plata del palacio y compró un viejo monasterio que transformó en seminario; después no ahorró gastos con tal de llevar profesores de Milán y hasta del extranjero.
Todos los días iba a estar con los alumnos, porque, como le escribió al gran duque Cósimo III, "el seminario es un poco de descanso, o por decir mejor el único descanso que encuentro entre las espinas del gobierno episcopal". En los dos últimos conclaves en los que participó casi resulta elegido Papa. A fines de mayo de 1697 salió para su última visita pastoral. Murió el 18 de junio de ese mismo año, con merecida fama de Santo.
Antoine de Saint Exupery escribió, en El Principito, la frase que sirve de título a estas líneas. El significado es obvio: las cosas en verdad importantes en la vida humana no son los oropeles del mundo, los que se ven, se palpan y se disfrutan.
Pero, curiosamente, esa frase tan acertada vino a mi memoria hace pocos días, a propósito de algo que a primera vista poco tiene que ver con Saint Exupery: la llegada a nuestra Capital de la antorcha olímpica camino a Beijing y los juegos que se celebrarán allí en poco tiempo más. Los diarios informaban de algo curioso: a su paso por la Ciudad de la Santísima Trinidad y puerto de Santa María de los Buenos Aires, y a diferencia de la mayoría de las ciudades europeas y americanas, el desfile de la antorcha olímpica no sufrió el más mínimo menoscabo, protesta o repudio. Cosa nada fácil de entender. Si hay un país en el que proliferan los organismos defensores de los «derechos humanos» es esta pobre Ínsula. Y si hay un país que viola setenta veces siete cada día esos derechos es la China actual. ¿Cómo entender esta circunstancia? ¿Cómo hicieron estos ofensores para no tropezar con aquellos defensores? ¿Los pescaron descuidados o mirando para otro lado?
Quizás convenga buscar la explicación en una historia reciente pero hasta ahora muy mal contada: la del siglo XX. Imaginemos un selenita que cayera en la tierra y se atiborrara de los muchos libros en que se relatan los sucedidos de la recién fenecida centuria. Y que se tropezara con los numerosos testimonios de los crímenes del comunismo. El más completo de los cuales es El libro negro del comunismo por Stephen Courtois y otros. En él, como es sabido, se cifra en cien millones la cantidad de personas asesinadas, durante el siglo XX, por los diversos regímenes comunistas. ¿Qué diría el selenita? Primero preguntaría si el dato es verdadero y se le contestaría que varios comentaristas han observado que el cálculo es demasiado conservador pero que la cantidad de cien millones puede considerarse un mínimo indudable. A continuación el selenita sorprendido preguntaría si no era ese un dato esencial para entender la Historia del siglo en que se produjo tal matanza y se asombraría de ver el dato sencillamente ignorado en numerosos libros. Cómo –diría–, ¿qué historiador del siglo XIV podría omitir la Peste Negra que se llevó veinticinco millones de europeos?
¿Y qué historiador del siglo XVI podría olvidar los cerca de setenta millones de indígenas americanos que murieron víctimas de la viruela y otras enfermedades?
Es evidente que aquí hay algo raro. Si se analizan los regímenes comunistas en que se produjeron los crímenes, se verá también que no se trata de «accidentes históricos» no deseados, como las muertes del siglo XIV y del XVI, ambas producto de la irrupción de microbios contra los que las poblaciones locales no tenían anticuerpos. Por el contrario, aquellos regímenes no sólo practicaron el terror sino que hicieron del Terrorismo de Estado la clave de su supervivencia. Intentaban implantar un sistema contrario a la naturaleza humana y rechazado por el grueso de la población. Las minorías apoderadas del aparato estatal no podían mantenerse en su posición más que creando un clima de terror que paralizara a sus enemigos. Por eso ni cabe la discusión, a estas alturas, sobre si fue Lenin o fue Stalin el que comenzó la persecución a los burgueses, kulaks (campesinos ricos) y demás «elementos contrarrevolucionarios». La toma del Palacio de Invierno se hizo el 7 de Noviembre de 1917. La creación de la Cheka (primera forma del organismo represor que terminó llamándose KGB) fue el 7 de Diciembre de ese mismo año, exactamente un mes después. El comunismo, quedaba probado, no se sirve del terror, el comunismo es y siempre será el terror en acción.
Ahora bien, así como el mago David Copperfield hizo desaparecer, ante un auditorio atónito, la Torre Eifel, los periodistas e intelectuales han escamoteado con un solo pase mágico este monumental hecho del siglo XX. Lo esencial se ha desvanecido delante de nuestros ojos: el terrorismo de izquierda no existe y naturalmente todos los juicios que se hacen respecto del comunismo en sus diversas formas quedan falseados ante esta colosal omisión.
Y la izquierda argentina ha logrado, además de coadyuvar en el objetivo general, que hasta la Corte Suprema, en un arranque de Suprema Irrisión, le de la razón. Los crímenes de los militares son imprescriptibles, inolvidables, imperdonables, los de los terroristas no. Asombroso pase de magia por el que unas vidas humanas son invalorables pero el Estado las pagará a precio de oro y otras en cambio sólo merecen el olvido.
Supongo, lector amigo, que has visto la relación entre Saint Exupery, la antorcha china y el terror comunista. Y has asistido a esta fascinante paradoja: lo esencial puede ser invisible a los ojos por su propia naturaleza o porque una clase dirigente intelectual lo hace desaparecer del horizonte dejando en su lugar una montaña de mentiras y engaños, una colina de sofismas.
Para Hegel el Estado sólo existe cuando los ciudadanos pueden encontrar satisfacción a sus intereses razonables y, a la vez, reconocen al Estado al reconocer su voluntad particular manifestada en la voluntad general a través de las leyes. Es decir, el Estado existe cuando es capaz de conciliar lo particular –los intereses particulares- con lo universal –la voluntad general-. Cuando esta conciliación se realiza, es entonces cuando el individuo es libre.
Sin embargo, la realización de estos postulados en el Estado moderno, en la actual democracia moderna, ha llevado a la tiranía del pensamiento políticamente correcto o la llamada tiranía de la mayoría. La libertad de pensamiento y de realización de la persona, ha sido cercenada.
Para Hegel, si un grupo no se ve representado por la voluntad general, generaría una facción dentro del Estado, opuesto al mismo. Para evitar esta posibilidad el Estado moderno ha destruido aquello que dice defender. Y lo ha hecho a través de un sistema de medios de comunicación, que al más puro estilo orwelliano, nos dice que debemos pensar –lo políticamente correcto- asegurando así un pueblo sumiso que vive en la ilusión de ser libre. A esta sumisión e ilusión se ha llegado haciendo uso de varios mitos.
La ingeniería social
Antes de hablar de los mitos voy a definir el término ingeniería social, que es fundamental para poder explicar con claridad lo que quiero decir. Por ingeniería social entiendo el conjunto de medios que el sistema utiliza para imbuirnos ciertas ideas, formas de pensar, esquemas mentales, etc. Esta ingeniería está en la televisión, la radio, los periódicos, internet, etc. Tras la repetición de ciertos hechos o ciertas ideas, de manera directa o indirecta, se lleva a que las personas asuman como propios ciertos postulados, que se incorporan a la conciencia colectiva, manifestada en lo políticamente correcto y a la cual no se puede contradecir sin sufrir una anatema social.
El mito del hedonismo y el vitalismo
Los medios de comunicación nos invaden con mensajes e imágenes que, de manera más o menos sutil, nos invitan a poner como fin de nuestra vida el placer (hedonismo) e igualmente se nos invita a dejarnos llevar “por lo que pide el cuerpo” (vitalismo). Su manifestación diaria está en: la mentalidad de la fiesta, del querer las cosas hechas, del no-esfuerzo, la sexualidad desordenada, la pornografía, el gusto por lo morboso y bajo, el poco interés por los temas culturales o humanísticos de verdad, la televisión basura, etc. Esto no deja de ser la más abyecta tiranía de las pasiones sobre la libre voluntad, lo cual persigue dos fines.
El mito del progreso
Así la ingeniería social maneja y cercena la libertad de pensamiento de la población. Todo este proceso consigue varias cosas: a) hace creer a la gente que son libres, que han elegido libremente su lucha, sus pensamientos y su posicionamiento respecto a un tema, y que además el Estado es bueno porque ha cumplido con sus expectativas; b) de que el mundo (o el país) progresa y eso es bueno; c) de que su modo de vida se concilia perfectamente con las reivindicaciones que han abanderado, por lo que se reafirma en su estilo de vida vitalista y hedonista. Es un círculo vicioso del que la salida es difícil. Queda así claro que la democracia liberal es la gran dictadura del pensamiento políticamente correcto.
La finalidad
¿Cuál es la finalidad de esta dictadura del pensamiento? La respuesta está en el otro gran aspecto del liberalismo: la economía. Con este sistema se consigue una gran cantidad de gente que vive presa de la novedad y de los impulsos que le transmiten desde la ingeniería social. Es la manera perfecta de conseguir una masa aborregada que no se cuestiona nada y está ansiosa de novedades. Así, siempre está dispuesta a consumir las nuevas modas, tecnologías, tendencias, etc. Todo el sistema está hecho para favorecer el consumismo: la homogeneización social a escala mundial, la generación de necesidades artificiales, la publicidad, etc. Estamos inmersos en una sociedad sustancialmente económica donde se enriquecen unos pocos que a su vez son los que sostienen el sistema. La finalidad del sistema es, en última instancia, el beneficio económico desmesurado de unos cuantos, a costa de nuestra libertad. Pero tampoco debería extrañarnos, al fin y al cabo, los fundamentos políticos que han dado lugar a nuestra democracia liberal se encuentran en la filosofía burguesa que aspiraba a esto: el enriquecimiento económico.
Objeciones
Se podría responder que el Estado no nos quiere poco formados sino que nos invita a la lectura y nos pone escuelas. Veámoslo con detalle.
Se podría argumentar que el sistema no quiere sólo que vivamos para nosotros mismos o únicamente de una forma vitalista o hedonista. Nos invita a ser solidarios, constantemente. Esto es obvio, el sistema sabe que las personas necesitamos salir de nosotros y sentir que hacemos algo por los demás, es lo mínimo de la naturaleza humana. Pero el modo que nos ofrece el sistema es una salida fácil. No nos pide que cambiemos el mundo –eso es imposible, dice-, simplemente que hagamos algo sencillo: apadrinar un niño, dar dinero a una ong o hasta participar en algún grupo solidario. Sin embargo:
Ahora, no digo que participar en algunas de estas actividades no pueda ser bueno, simplemente que no son contradictorias con el sistema. Mas bien al contrario, lo refuerzan porque no cuestionan su raíz y nos hacen sentir satisfechos –aunque no hayamos conseguido realmente cambiar las estructuras que hacen posible tantos males-.
Se me podrá decir que el sistema me deja expresarme contra él y no pasa nada. Bueno, soy políticamente incorrecto y, por tanto, mal visto. En segundo lugar este texto nunca pasará de ciertos círculos. Jamás aparecerá en primera plana de un periódico o se debatirá del mismo en la televisión de manera justa. Y si algo de eso pasase no sería gracias al sistema, sino a pesar suyo.
El papel de la Iglesia Católica y su neutralización
Sin embargo el sistema no puede alterar la naturaleza profunda del ser humano. Este tiene anhelo de eternidad, de infinito, de verdad, de bien, de belleza y de justicia. Es a lo que aspira el ser humano, es el suspiro eterno que saldrá de su alma hasta que encuentre la Verdad. Es la religión quien da respuesta a estos anhelos humanos; el vitalismo, el hedonismo, el consumismo, etc. son un mal sustituto de la fe, que rápidamente nos cansan y hastían. Pero la religión nos coloca en unos valores y en una forma sana de entender el mundo completamente opuesta al actual sistema. La búsqueda continua y sincera de la Verdad nos deposita en la Iglesia de Cristo, en la Iglesia Católica. Pero la fe que guarda la Iglesia tiene un conjunto de valores, una cosmovisión que es incompatible con el actual sistema. Y lo es, aunque mostrar esto requerirá de otro artículo. El sistema es consciente de ello y quiere relegar a Jesucristo al ámbito de lo privado. Manifestarse hoy día como católico es algo políticamente incorrecto. Y es que, la verdadera enemiga del sistema es la Iglesia Católica. Si la Iglesia, tomando la expresión de Chesterton, hiciese uso de su dinamita, no sólo volaría un sistema injusto por naturaleza sino que podría dar el sustrato sano y firme para una buena sociedad.
La facción dentro del Estado y opuesto al mismo
Hegel afirma que cuando dentro del Estado hay un grupo que no se siente identificado con la voluntad general, crea una facción dentro del Estado opuesto al mismo. Si esto es cierto, evidentemente hoy la gran mayoría, por activa o por pasiva, se siente identificada con la voluntad general, puesto que no cuestionan el Estado, o mejor dicho, no cuestionan el mismo sistema. Hay pequeños grupos que sí cuestionan al mismo sistema, aunque no todos se puedan decir que sean muy inteligentes. Es más, muchos de estos grupos antisistema son instrumentos del sistema. Estos individuos sucios, con pintas raras, que acuden a la violencia y se dicen así mismos antisistema, no dejan de ser un instrumento del sistema para poder decir: ¿Qué prefieres, lo que hay o eso? Y la respuesta es obvia, nadie va a quedarse con “eso”.
Por tanto, hay que realmente hacer una facción a esta tiranía, una oposición intelectual fundamentada en la fe, la tradición y la recta razón, con una visión cristiana de la sociedad, de la política y de la economía. Quizás en la actualidad el único sitio donde se me ocurre que podemos ver algo así es en el Carlismo y el distributismo.
Pedro Jiménez de León
Tomado de Hispánitas.