por Gilbert K. Chesterton
IX

Y así llegamos a la cuestión crucial que realmente cierra a todo el asunto. Un agnóstico razonable, si por casualidad ha estado de acuerdo conmigo hasta aquí, puede volverse y decir: “Usted ha encontrado una filosofía práctica en la doctrina de la Caída; muy bien. Ha encontrado un aspecto de la democracia que ahora se descuida peligrosamente y que fue afirmada con sabiduría en el Pecado original; está bien. Ha encontrado una verdad en la doctrina del infierno; lo felicito. Usted está convencido de que los fieles de un Dios personal miran hacia el mundo y son progresistas; los felicito a todos. Pero, aún suponiendo que esas doctrinas contienen estas verdades ¿por qué no puede usted tomar las verdades y dejar las doctrinas? Concedamos que la sociedad moderna confía demasiado en los ricos porque no tiene en cuenta las debilidades humanas; concedamos que las épocas ortodoxas tuvieron una gran ventaja porque – creyendo en la Caída – previeron esas debilidades humanas. ¿Por qué no puede usted admitir las debilidades humanas sin creer en la Caída? Si ha descubierto que la idea de la condena eterna representa una saludable idea de peligro, ¿por qué no puede usted simplemente tomar la idea del peligro y dejar la de la condena eterna? Si ve claramente el núcleo de sentido común en la médula de la ortodoxia cristiana, ¿por qué no puede tomar el núcleo y dejar la médula? Tanto como para utilizar una frase de los diarios que yo, como agnóstico altamente académico, empleo con algo de vergüenza: ¿por qué no puede usted tomar lo que es bueno en el cristianismo, aquello que se puede definir como valioso, lo que se puede comprender, y no abandona todo el resto, todos los dogmas absolutos que por su propia naturaleza resultan incomprensibles?” Ésta es la cuestión real; ésta es la cuestión última; y es un placer tratar de contestarla.
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