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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

5 de noviembre de 2008

El Papa San Pío X: Memorias (8)


por S.E.R. Cardenal Rafael Merry del Val



Capítulo VII

CARACTERÍSTICAS DE PIO X

El amable carácter de Pío X y la bondad de su corazón han sido atestiguados por todos cuantos tuvieron con él algún contacto, siendo unánime la opinión, cuando se trata de exaltar lo que generalmente se designa con el nombre de su "bon­dad" Y esto, ciertamente, no tiene nada de extraño. Un aspecto tan destacado de su personalidad no podía menos de impresionar las mentes de tantos millares de perso­nas que se acercaron a él en los once años de su pontificado, sin mencionar a los que habían sido objeto directo de su ca­ridad inagotable y del suave celo del humilde cura rural de Tómbolo, del párroco de Salzano o de aquellos que le habían conocido íntimamente cuando trabajaba en medio de ellos como canciller de Treviso, Obispo de Mantua y Cardenal Pa­triarca de Venecia.

Si a esta paterna solicitud en todos los casos de sufrimien­to o de desgracia que tenía ocasión de conocer, añadimos la generosa ayuda de su dictamen y consejo, aun en aquellas cuestiones que, aparentemente, carecían de importancia para los no directamente nteresados, la ayuda material y genero­sas limosnas que dispensaba, tanto en público como en privado, y su extrema delicadeza para los sentimientos de aque­llos a quienes favorecía, se comprenderá perfectamente por qué no podrá ser nunca olvidada aquella "bondad" de Pío X y por qué tantas personas se limitan a ensalzar sólo esta visi­ble muestra de su personalidad que tan verdaderamente re­flejaba el amor de su Divino Maestro.

Pero sería un gran error creer que esta característica tan atrayente de Pío X le retratara plenamente o resumiera sus dotes y cualidades, nada más lejos de la verdad. Al lado de esta "bondad", y felizmente combinada con la ternura de su corazón paternal, poseía una indomable energía de carácter y una fuerza de voluntad que podrían testificar sin vacilación los que realmente le conocieron, aunque, en más de una oca­sión, sorprendiera y aun causara extrañeza a aquellos que tan sólo habían tenido ocasión de experimentar su delicadeza y reserva habituales. Mantenía un absoluto señorío de sí y dominaba los impul­sos de su ardiente temperamento. No vacilaba en ceder en asun­tos que no consideraba esenciales, y aun estaba dispuesto a considerar y aceptar la opinión de otros si ello no implicaba riesgo de un principio; pero no había en él ninguna debilidad.

Cuando surgía alguna cuestión en la que se hacía necesa­rio definir y mantener los derechos y libertad de la Iglesia, cuando la pureza e integridad de la verdad católica requerían afirmación y defensa o era preciso sostener la disciplina ecle­siástica contra la relajación o la influencia mundanas, Pío X revelaba entonces toda la fuerza y energía de su carácter y el intrépido valor de un gran Pontífice consciente de la respon­sabilidad de su sagrado ministerio y de los deberes que creía tenía que cumplir a toda costa. Era inútil, en tales ocasiones, que nadie tratara de doblegar su constancia; toda tentativa de intimidarle con amenazas o de halagarle con especiosos pretextos o recursos meramente sentimentales, estaba condenada al fracaso.

En tales casos, al cabo de muchos días de reflexión y no­ches en vela, solía yo verle con una mano extendida sobre la mesa, que iba cerrando poco a poco hasta apretar el puño; entonces, levantando la cabeza, con una mirada severa y de­cidida en sus ojos, habitualmente tan serenos y tranquilos, me expresaba su resolución definitiva o me daba su juicio en frases breves y mesuradas. Sin necesidad de más palabras, ya sabía uno a que atenerse...

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Para leer el capítulo completo haga click sobre la imagen del Santo Cardenal Secretario de Estado que necesitaríamos en esta hora aciaga.
(este capítulo fue "escaneado" por el Cruzamante y la "Cruzamantita", su "petite fille", quien afirma haber hecho de "obra de mano barata").

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