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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

6 de enero de 2011

Biografía de Santo Tomás de Aquino (4)










por Gilbert K. Chesterton


Tomado de La Editorial Virtual













IV. Una meditación sobre los Maniqueos

ay una anécdota casual acerca de Santo Tomás de Aquino que lo ilumina como el destello de un rayo, no sólo por fuera sino también por dentro. Es que lo muestra no sólo como un personaje – y hasta como un personaje de comedia – mostrando la coloración de su período y su trasfondo social sino que, al menos por un instante, hace una radiografía de su mente. Es un incidente trivial que ocurrió un día en que, a regañadientes, consintió en que lo arrastraran lejos de su trabajo; casi podríamos decir que lejos de su juego. Porque hallaba trabajo y diversión en el inusual pasatiempo de pensar, que para algunas personas es algo mucho más intoxicante que tomar. Había declinado cualquier cantidad de invitaciones sociales a la corte de reyes y príncipes, no porque fuese huraño – cosa que no era – sino porque siempre estaba ardiendo con los realmente gigantescos planes de exposición y discusión que llenaban su vida. En una famosa ocasión, sin embargo, fue invitado a la corte del rey Luis IX de Francia, más conocido como el famoso San Luis, y por alguna razón las autoridades dominicas de la Orden le dijeron que acepte, lo cual hizo inmediatamente puesto que era un fraile obediente hasta en sueños, o mejor dicho hasta en su permanente trance de reflexiones.

A la hagiografía oficial se le puede hacer válidamente la acusación de tener a veces la tendencia a hacer aparecer a los santos como si fuesen todos iguales. Eso a pesar de que no hay personas más diferentes entre si que los santos. Ni siquiera los asesinos difieren más entre ellos. Y difícilmente puede haber habido un contraste mayor, dejando de lado lo esencial de la santidad, que el existente entre Santo Tomás y San Luis. San Luis había nacido caballero y rey; pero era una de esas personas en las que cierta simplicidad, combinada con coraje y energía, les permite cumplir directa y rápidamente cualquier tarea o función, por más oficial que sea, de un modo natural y, en cierto sentido, con facilidad. Fue un hombre en el cual lo santo y lo sano no se combatían; y ambas virtudes se traducían en acción. No era amigo de pensar mucho, en el sentido de teorizar mucho. Pero, aun en el ámbito de la teoría, poseía una especie de presencia de ánimo característico del raro hombre realmente práctico forzado a pensar. Nunca dijo algo incorrecto y fue ortodoxo por instinto. En el antiguo proverbio acerca de reyes que son filósofos o filósofos que son reyes hay cierto error de cálculo relacionado con un misterio que sólo el cristianismo pudo revelar. Porque, si bien para un rey es posible desear fuertemente ser un santo, para un santo no es posible desear fuertemente ser un rey. Un buen hombre difícilmente esté constantemente soñando con ser un gran monarca; pero la liberalidad de la Iglesia es tal que no puede prohibirle, ni siquiera a un gran monarca, el sueño de ser un buen hombre. Luis fue una persona directa y militar a la que no le importó mayormente ser un rey, como que tampoco le hubiera importado ser un capitán o un sargento, o cualquier otro rango, en su ejército. Ahora bien, a un hombre como Santo Tomás categóricamente no le hubiera gustado ser rey, o quedar enredado en la pompa y en la política de los reyes. No sólo su humildad sino también una especie de fastidio subconsciente y esa fina aversión por la futilidad que con frecuencia es dado hallar en las personas apacibles y cultas, le hubieran impedido tomar contacto con las complejidades de la vida cortesana. Además, durante toda su vida se cuidó de quedar al margen de la política; y en ese momento no había un símbolo político más evidente y en cierta forma más provocador, que el poder del Rey en París.

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