
por Juan Manuel de Prada
Tomado de XLsemanal

Ambas declaraciones coinciden en adoptar una fraseología religiosa: Obama –más sibilino o farisaico– comienza declarándose «hombre de fe» y enmascara su discurso con la coartada filantrópica; Zapatero, más expeditivo, nos habla sin ambages de la «adoración del hombre». Ambas declaraciones hacen profesión de una fe ilimitada en las posibilidades humanas, en la grandeza del hombre, en la capacidad del hombre para instaurar un paraíso en la Tierra, evitando el sufrimiento y erigiéndose en juez omnímodo, investido de voluntad y conciencia moral, para determinar el bien común. Ambas declaraciones, en fin, exaltan la grandeza infinita del hombre, pero disfrazándola con los ropajes y aspavientos de la religiosidad. No se trata, pues, de aquel ateísmo antañón, que negaba la existencia de Dios y vaciaba el templo, arrojando al hombre a una orfandad cósmica; se trata de una nueva forma de ateísmo, que sienta al hombre en el templo de Dios y lo adora como si fuera Dios él mismo. Esta suplantación ya la prevenía San Pablo en su Epístola a los romanos, cuando auguraba que los hombres, «entontecidos en sus razonamientos» y «alardeando de sabios», acabarían «sirviendo a la criatura y no al Creador». Y en eso estamos.
La adoración del hombre es la religión universal de nuestra época; la proclaman sus sacerdotes y corifeos –falsos mesías y falsos profetas «que vienen a nosotros con vestiduras de ovejas, mas por dentro son lobos rapaces»– y la celebran las multitudes crédulas y ofuscadas. La acompañan «multitud de milagros, señales y prodigios engañosos y seducciones de iniquidad», como predijo el mismo San Pablo (II Tes 2, 9): nos aseguran que dejaremos de sufrir, que nuestras enfermedades serán sanadas, que seremos el «vértice claro del mundo tal como se nos ha mostrado». Por supuesto, el «mundo tal como se nos ha mostrado» –como nos lo han mostrado los falsos mesías y los falsos profetas– no es sino un espejismo o utopía ilusoria, donde la idolatría de la Ciencia, la esperanza en el Progreso y la adhesión a la Ideología prometen al hombre la implantación de un nuevo paraíso en la Tierra. Un paraíso, por supuesto, con un trasfondo infernal, donde la deificación del hombre se logra a costa de su deshumanización, donde la liberación de la Humanidad se logra sobre su suicidio futuro, donde la experimentación con células embrionarias o el aborto a mansalva se nos venden como logros humanitarios (¡y hasta como conquistas de derechos!) que instaurarán un nuevo Reino de las Delicias Universales.
A algunos les sorprende que este mesianismo secularizado o adoración del hombre se desmelene precisamente ahora, cuando las multitudes crédulas y ofuscadas se debaten en la tribulación, acuciadas por la sombra de una crisis económica que no hace sino extenderse como plaga de langosta. E, incapaces de penetrar en la sustancia de estos misterios de iniquidad, los despachan afirmando que son «cortinas de humo» que se lanzan para mantener distraída a la gente. No aciertan a entender que tales «cortinas de humo» son en realidad signos de un drama que se nos cuenta con pelos y señales en ese libro que Leon Bloy aconsejaba leer, para enterarse de lo que estaba sucediendo. Pero ¿cómo va a ponerse la gente a seguir el consejo de Leon Bloy si ni siquiera sabe quién es ese fulano? Y, además, ¿quién es ese fulano para decirles lo que tienen que leer a los hombres deificados a quienes se debe adoración?
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