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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

31 de agosto de 2009

La gloria de Zapatero




por Juan Manuel de Prada


Tomado de ABC





FIRMABA irónicamente Baudelaire en su diario Mi corazón al desnudo que «la gran gloria de Napoleón III había consistido en probar que cualquiera puede tiranizar una gran nación, apoderándose del telégrafo y de la imprenta nacional»; cosa que los españoles sabemos bien sin necesidad de acudir a Baudelaire. Sólo que, de Napoleón III hasta hoy, los medios de propagación del temor y la mentira han multiplicado por cien o por mil la rudimentaria eficacia del telégrafo y la imprenta. Sobre este control omnímodo de la propaganda, que difunde alternativamente temor y mentira sobre la masa tiranizada, son muchos los gobernantes que consiguen instalarse en el poder; y, lo que aún resulta más pasmoso, mantenerse en él sin perturbar la sonrisa.

Un ejemplo de esta «gloriosa» estrategia napoleónica nos lo brinda la acción de Zapatero desde que se declarara la crisis económica. Su primera medida consistió en negar que existiera; hoy semejante negación puede antojársenos burda pillería, pero convendría que recordásemos que tan burda pillería, sostenida a machamartillo por la propaganda oficial y coreada por sus falóforos mediáticos, fue la principal baza de su segundo triunfo electoral. Una vez instalado en el poder, dueño absoluto de los medios de propaganda, el glorioso Zapatero promovió medidas para combatir la crisis de lo más chocante: recordemos, por ejemplo, aquel demencial reparto de bombillas de bajo consumo; o aquel plan no menos desquiciado -anunciado en tribuna parlamentaria, con luz y taquígrafos- que consistía en recolocar albañiles en paro, reciclándolos por arte de birlibirloque para el desempeño de otros oficios. Aquellas medidas, para cualquier cerebro no absolutamente estragado por el nápalm de la propaganda, eran de una inverosimilitud irrisoria: pero la masa tiranizada tragó tales memeces sin empacho; y cuando se demostró que eran ocurrencias chuscas e irrealizables siguió tragando sin excesivo aspaviento, tal vez porque para entonces el glorioso Zapatero ya se había sacado de la manga la limosnilla o deducción fiscal de los 400 euros. Con la limosnilla de los 400 euros, el glorioso Zapatero actuaba como las legiones romanas actuaban con las aldeas sometidas: primero les saqueaban los graneros y, cuando ya entre los sometidos no restaba ni un ápice de dignidad, los convocaban en la plaza de la aldea y les arrojaban desde un carro unas cuantas hogazas de pan, para que se las disputasen como alimañas, sin reparar en que tales hogazas habían sido amasadas con una parte exigua del grano que antes les había sido saqueado. En un pueblo al que aún le restase un ápice de dignidad, aquella limosnilla hubiese provocado un motín; pero para la masa tiranizada, la limosnilla fue prueba de la magnanimidad de su glorioso benefactor.

Ahora el glorioso benefactor anuncia que tal limosnilla dejará de repartirse para una gran mayoría de contribuyentes; y aquí, como diría el maestro Burgos, no passsssa nada, porque previamente la propaganda oficial y los falóforos mediáticos se han encargado de azuzar el resentimiento de la masa tiranizada, haciéndole creer que el remedio a la crisis consiste en robar a los ricos para dárselo a los pobres. A la postre, se comprobará que los verdaderamente ricos siguen tan campantes, mientras los que dan trabajo a los pobres son sometidos a una persecución tributaria que los obligará a dejar de dárselo; pero para entonces la propaganda oficial y los falóforos mediáticos ya se encargarán de aturdir a la masa tiranizada con otra invención o taumaturgia que le haga olvidar que pasa hambre. Y si es necesario, recurrirán a la censura, como han intentado hacer con esa foto de la vicepresidenta en biquini, que parecía una alegoría medieval; una alegoría, por supuesto, de la Opulencia que nos aguarda a la vuelta del verano.

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