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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

16 de octubre de 2009

16 de Octubre, Festividad de Santa Margarita María de Alacoque, Vírgen





a primera comunión de una niña de nueve años pasó inadvertida en aquel mundo francés del siglo XVII, deslumbrado por la creciente majestad de Luis XIV, que se habia hecho declarar mayor de edad y habia comenzado a reinar a los catorce años.

El nacimiento de este rey, 1638, coincidía con la muerte del holandés Cornelio Jansenio, obispo de Yprès, cuya obra principal, el Augustinus, habia de producir en Francia una revolución contra la piedad debida a Dios, contra la obediencia debida al Papa.

Frente al mundo del poder, del placer y de las herejías, aquella primera comulgante de 1656 iniciaba una cadena de comuniones y visitas íntimas con el Señor sacramentado, que habian de repercutir en toda la Iglesia y habian de contribuir a llenar muchos comulgatorios.

Era hija del notario real Claudio Alacoque, que desempeñaba su cargo en la ciudad de Lhautecour, actual diócesis de Autun. Nació el 22 de julio de 1647, la quinta entre sus hermanos, y fue bautizada con el nombre de Margarita.

Su primera infancia transcurrió en el placentero castillo de su madrina. Prevenida por la gracia de Dios, se sentía como obligada a repetir: "Dios mio, te consagro mi pureza y te hago voto de perpetua castidad".

Perdió a su padre cuando tenia ocho años. Su madre la puso interna con las clarisas urbanistas de Charolles, que la permitieron comulgar a los nueve años, y esta comunión le puso amargor en las diversiones mundanas. Le encantaba la vida religiosa.
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15 de Octubre, Festividad de Santa Teresa de Jesús, Vírgen





ué tiene esta mujer que, cuando nos vemos ante su obra, quedamos avasallados y rendidos? ¿Qué fuerza motriz, qué imán oculto se esconde en sus palabras, que roban los corazones? ¿Qué luz, qué sortilegio es éste, el de la historia de su vida, el del vuelo ascensional de su espíritu hacia las cumbres del amor divino? Con razon fundada pudo decir Herranz Estables que "a Santa Teresa no acaba de conocerla nadie, porque su grandeza excede de tal suerte nuestra capacidad que la desborda, y, como los centros excesivamente luminosos mirados de hito en hito, deslumbra y ciega".

Teresa de Cepeda nace en Avila, el 28 de marzo de 1515. En el admirable Libro de la Vida, escrito por ella misma, nos refiere cómo fueron sus primeros años en el seno de su hidalga familia. Sabemos, además, por testimonio de quienes la trataron, que Teresa de Cepeda era una joven agradable, bella, destinada a triunfar en los estrados del mundo, y, como ella confiesa, amiga de engalanarse y leer libros de caballería; y aún más, son sus palabras, "enemiguísima de ser monja" (Vida, II, 8). Pero el Señor, que la había creado para lumbrera de la cristiandad, no podía consentir que se adocenara con el roce de lo vulgar espíritu tan selecto, y así, la ayudó a forjarse a sí misma. Venciendo su natural repugnancia, Teresa se determinó, al fin, a tomar el hábito de carmelita en la Encarnación de Avila. "Cuando salí de casa de mi padre para ir al convento—nos dice ella—no creo será más el sentimiento cuando me muera" (Vida, IV, 1).
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14 de octubre de 2009

La Ciencia contra la Fe


por el Dr. Raúl Leguizamón

Tomado de Monfort Associação Cultural




Introducción

Los dogmas de fe son muy difíciles -si no imposibles- de refutar con argumentos científicos. La historia de la humanidad lo atestigua sobradamente.
Nuestro tiempo no escapa, por cierto, a esta regla, ya que en la actualidad, como en to­das las épocas, una buena cantidad de personas sigue obstinadamente creyendo cosas, no sólo desprovistas de todo fundamento científico, sino que, además, están en franca con­tradicción con el conocimiento científico que hoy poseemos.
Para dar un ejemplo, entre cientos, de lo expresado, me referiré a la insólita creencia actual de mucha gente -curiosamente, muchos de ellos científicos- de que el hombre desciende del mono.
Porque ha de saberse que el tan mentado y manoseado "antecesor común" del hombre y del mono, de quien hablan muchos científicos y divulgadores, no es ni puede ser otra cosa que un mono. El supuesto "antecesor común” sería llamado ciertamente mono por cualquiera que lo viese, afirmaba el ilustre paleontólogo de la Universidad de Harvard, George G. Simpson. Es pusilánime si no deshonesto, decir otra cosa, agregaba Simpson. Es deshonesto, agrego yo.
De manera que todos los esfuerzos de los antropólogos e investigadores en este tema, no se dirigen, en absoluto, a dilucidar, objetivamente y sin prejuicios, de qué modo se originó el hombre, sino de qué mono lo hizo.
En otras palabras: el postulado de nuestro origen simiesco es una convicción de la que se parte, y no una conclusión a la que se arriba.
Ahora bien, esta convicción, que muchos científicos y divulgadores sostienen encarni­zadamente (¡hasta el punto de mostrarla al público como un hecho científico y demostrado!), es -por definición- algo que está fue­ra del campo de la ciencia experimental, que se basa, precisamente, en la observación y reproducción experimental del fenómeno bajo estudio. Cosas evidentemente imposi­bles en este caso.
De manera que, y a poco de respetar el significado de las palabras, esta creencia en el origen del hombre a partir del mono, es sólo una hipótesis de trabajo, una suposición, una conjetura, más o menos razonable, más o menos coherente, más o menos disparata­da, pero siempre de carácter hipotético. No sólo no demostrada, sino, aún más -por definición-, indemostrable. Y la ciencia es de­mostración.
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14 de Octubre, Festividad de San Calixto I, Papa y Mártir





l papa San Calixto es, indudablemente, uno de los Romanos Pontífices que más sobresalieron a fines del siglo II y principios del III, en un tiempo en que multitud de corrientes más o menos peligrosas trataban de desviar a la Iglesia del verdadero camino de la ortodoxia y del justo medio de la disciplina eclesiástica. Por desgracia, la mayor parte de las noticias que sobre él poseemos nos han sido transmitidas por su apasionado enemigo y contrincante, San Hipólito. Sin embargo, combinando estas noticias con las que nos transmiten el Líber Pontificalis (o historia oficial de los Papas) y otras fuentes, podemos estar bastante seguros de la objetividad de nuestra información.

Según el Líber Pontificalis, Calixto nació en Roma, y su padre, llamado Domicio, residía en el barrio denominado Ravennatio. Era de condición esclavo; mas, dotado, como estaba, de extraordinarias cualidades, supo levantarse poco a poco hasta llegar a ser obispo de Roma, rigiendo con notable acierto a la Iglesia durante los cinco años que duró su pontificado (217-222).
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13 de octubre de 2009

13 de Octubre, Festividad de San Eduardo, Rey y Confesor





ara hacer historia de los siglos próximos falta perspectiva, para narrar la vieja historia faltan datos y sobran leyendas. "Y el historiador perfecto, al propio tiempo que debe poseer imaginación bastante para dar a sus narraciones interés y colorido, debe asimismo dominar tanto su arte y por tal modo que se contente con los materiales acopiados por él y se defienda de la tentación de suplir los vacíos que halle con añadiduras de su propia cosecha." Así opinaba de la historia lord Macaulay.

Por otra parte, la historia se simplifica excesivamente con la lejanía. También de lejos todo resulta pardo. Por eso la Edad Media se ha vuelto torneo, cruzada y lirismo a través de crónicas irresponsables y películas ligeras. A sus hombres se les ve sencillos, ingenuos y de una sola cara. Tan sólo admitimos la excepción de algún que otro "malo' cinematográfico medieval. Comparamos con nuestros años, y el balance final indiscutible es que "fue mejor todo tiempo pasado". Quizá se busca así una justificación de la propia debilidad al querer ver la fidelidad a la Ley divina como más fácil en otros aires temporales, También porque lo vivo es empecinadamente discutido mientras lo muerto se dulcifica, se atenúa y reduce a una visión comprensiva y simplista. La hora de la muerte es de alabanza,

"Jamás se dirá bastante mal de la Edad Media, pero, sobre todo, nunca se dirá bastante bien'. Esta verdad de Federico Ozanam es la que se ve evidente al meditar la vida del santo rey inglés, en la que lo adverso es pan de cada día y lo bueno es el personaje, en realidad sólo el protagonista, en brega con todo un ejército de circunstancias adversas a toda existencia facilitada. Este es el haz y el envés de su época.

Aquel tiempo tenía su armazón social en las leyes naturales, la caridad y Cristo. Y aquí su maravilla. Porque la consistencia de sus costumbres era la justicia informada por la caridad. Vale decir -escribe Enrique Rau- que todo el orden social temporal era como una mansión pasajera donde el hombre reponía sus fuerzas corporales en marcha hacia la eternidad; el destino temporal del hombre se consideraba como un medio providencial de realizar el destino eterno sobrenatural. Ni un momento de la vida real, ni un aspecto, ni una clase social, ni trabajo alguno, por humilde que fuera, se creían separables de la religión. Toda la vida era considerada "deber de estado" y transformable en materia apostólica. También es cierto que la humanidad medieval tenía de la naturaleza concepto de escala hacia Dios, y San Francisco oraba al libre aire de los campos italianos, y allí era su púlpito, bajo los tornavoces de hojas verdes, y allí sus éxtasis, y allí los capítulos de su Orden, abrigados por unas leves vegetales esterillas. El ideal de hombre era el de "caballero", y el de mujer el de dama y reproducción de la más cantada Mujer y bendita Madre de Dios, Nossa Senyora. El caballero habia de ser leal, idealista, cristiano y compasivo. La mujer, pudorosa, devota y muy de casa. La sociedad armónica y religiosa en común. El Papado fuerte. La Monarquía responsable y la cultura teológica.
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12 de octubre de 2009

La esencia de la Hispanidad: el caballero cristiano



Fragmento de su segunda conferencia sobre "Idea de la Hispanidad", dada en Buenos Aires en 1938.


por el R. P. Manuel García Morente

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Pero todas estas figuras, tomadas del tesoro artístico de España, tienen un grave inconveniente: su excesiva determinación, su adscripción marcada a un momento, a un lugar o a una esfera de la realidad vital. Y esta determinación excesiva les impide desempeñar con plenitud de valor la función de símbolos de la hispanidad integral. Podrán, sin duda, plasmar con acusado relieve, en trazos inolvidables, una o dos o tres cualidades de la índole hispánica; pero no es fácil que tengan la universalidad que para nuestro intento se requiere. Nuestro intento, efectivamente, no es sólo de evocación concreta, sino también de sugestión amplia; es, a un tiempo mismo, sentimental, intuitivo e intelectual, discursivo. Los símbolos procedentes de esferas demasiadamente acusadas y de concreciones demasiadamente limitadas, correrían el riesgo de reducir con exceso el área de su vigencia y aplicación. Más que una figura, lo que necesitamos, pues, para simbolizar la hispanidad, es un tipo, un tipo ideal; es decir, el diseño de un hombre que, siendo en sí mismo individual y concreto, no lo sea, sin embargo, en su relación con nosotros; un hombre que, viviendo en nuestra mente con todos los caracteres de la realidad viva, no sea, sin embargo, ni éste, ni aquél, ni de este tiempo, ni de este lugar, ni de tal hechura, ni de cual condición social o profesional; un hombre, en suma, que represente, como en la condensación de un foco, las más íntimas aspiraciones del alma española, el sistema típicamente español de las preferencias absolutas, el diseño ideal e individual de lo que en el fondo de su alma todo español quisiera ser. Los antiguos griegos, para representar plástica e intuitivamente el estilo de su nación, forjaron el término bien expresivo de kalós kai agathos; el hombre bello y bueno. La síntesis de esas dos virtudes, material y corpórea la una, moral y cordial la otra, simbolizan perfectamente el ideal humano, que, más o menos claro, se cernía ante la mirada de todos los griegos clásicos. Del mismo modo, el ideal humano, que los romanos clásicos aspiraban a realizar, puede también condensarse o simbolizarse en los dos términos famosos del otium cum dignitate, que dibujan inequívocamente la gravedad honorable del patricio, alejado de todo negocio (nego otium) y exclusivamente dedicado a la administración de sus bienes, de la república y de la honra personal y familiar. Y para no citar sino un solo ejemplo de naciones modernas, recordad la significación de infinitas resonancias que tiene para los ingleses la palabra gentleman, donde se concreta y a la vez se condensa toda una ética, una estética, una sociología y, en suma, la manera misma de ser típica del pueblo inglés.

Pues bien, yo pienso que todo el espíritu y todo el estilo de la nación española pueden también condensarse y a la vez concretarse en un tipo humano ideal, aspiración secreta y profunda de las almas españolas, el caballero cristiano. El caballero cristiano -como el gentleman inglés, como el ocio y dignidad del varón romano, como la belleza y bondad del griego- expresa en la breve síntesis de sus dos denominaciones el conjunto o el extracto último de los ideales hispánicos. Caballerosidad y cristiandad en fusión perfecta e identificación radical, pero concretadas en una personalidad absolutamente individual y señera, tal es, según yo lo siento, el fondo mismo de la psicología hispánica. El español ha sido, es y será siempre el caballero cristiano. Serlo constituye la íntima aspiración más profunda y activa de su auténtico y verdadero ser -que no es tanto el ser que real y materialmente somos, como el ser que en el fondo de nuestro corazón quisiéramos ser.

Vamos, pues, a intentar un análisis psicológico del caballero cristiano, de ese ser irreal, que nadie ha sido, es, ni será, pero que -sépanlo o no- todos los españoles quisieran ser. Vamos a intentar describir a grandes rasgos la figura del caballero cristiano, como representación, símbolo o imagen del estilo español, de la hispanidad. ¿Qué siente, qué piensa, qué quiere el caballero cristiano? ¿Cómo concibe la vida y la muerte? ¿Cómo cree en Dios y en la inmortalidad? ¿Cuál es el matiz de su religiosidad? ¿Cuál es, en suma, su sistema de preferencias absolutas? Esta descripción interior del caballero cristiano es la única manera posible de determinar -en cierto modo- la esencia de la hispanidad, el estilo de la nación española.

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Si quiere leer las conferencias completas haga click sobre este enlace. (impostergable para quien no lo ha hecho, recomendable para el que lo hizo)

Obama, príncipe de la paz




por Juan Manuel de Prada



Tomado de ABC




A concesión del Nobel de la Paz al falso mesías Obama ha provocado entre sus obnubilados adoradores un rapto de entusiasmo orgiástico; y, entre quienes aún se resisten a adorarlo, una suerte de perplejidad abrumada, pues consideran que tal premio no recompensa acciones concretas, sino vagas promesas. Pero lo cierto es que son precisamente esas vagas promesas las que encumbraron a Obama, las que le concedieron autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación y lo elevaron a un trono de adoración ante el que desfilan todos los moradores de la tierra. Y siendo esas vagas promesas las que lo entronizaron, nada más natural que ahora lo premien por mantener a sus adoradores genuflexos con un despliegue de falsos prodigios. Después de todo, si Obama ha logrado que el cretinismo contemporáneo distinga a la gorilona de su señora como un epítome de la elegancia y la feminidad, ¿por qué no habría de lograr que lo distinguiese a él con el título de Príncipe de la Paz?

¡Ah, paz, qué hermosa palabra! En su estremecedora novela Señor del Mundo, Benson imagina a un falso mesías llamado Felsenburgh que se entroniza lanzando promesas de paz mundial. Felsenburgh, como Obama, es «un senador americano dotado de extraordinaria elocuencia» que, raudo como una pantera (pero con pies de oso y voz de león), se inviste de un «prestigio fuera de lo común» ante los ojos de la masa cretinizada, sin que nadie pueda explicarse de forma racional su endiosamiento. Cuando sube al estrado de los discursos, Felsenburgh «anuncia la fraternidad universal», provocando entre la multitud un gesto unánime de rendida adhesión: «Eran muchos los que lloraban en silencio, miles de personas movían los labios sin emitir ni una sílaba, todos los rostros estaban vueltos hacia esa figura, como si en ella se concentrasen las esperanzas de todas las almas. Del mismo modo se concentraron las miradas de muchos en quien hoy conoce la Historia con el nombre de Jesús de Nazaret».

Pero aquel Jesús vino a traer la espada; y el Felsenburgh de Benson viene a traer la paz. Con él, se acaban los gritos que claman por un Dios que nunca aparece; y arrecian los gritos que claman por un hombre que, ante los ojos de la multitud cretinizada, aparece investido de divinidad: «Él era el verdadero Salvador del Mundo. Allí había alguien a quien se podía seguir con entera tranquilidad, un dios sin duda, un hombre también: dios por ser humano, y humano por ser divino». Y a la adoración de Felsenburgh se dedica la multitud cretinizada, entregándole el título de monarca universal. Una vez lograda una paz engañosa durante el primer año de su mandato, Felsenburgh dedica el segundo a conseguir un falso bienestar para la humanidad, solucionando la crisis económica que la aflige; y, a continuación, dedica el tercer año de su mandato a deleitar a sus adoradores con los falsos portentos de la moderna tecnología, que permite a la masa cretinizada el dominio utilitario de la naturaleza, creando y destruyendo vida a placer. Así se alcanza el cuarto año de su reinado, en el que -tras la feliz resolución de las cuestiones política, social y científica- Felsenburgh se dispone a consumar su misión, poniendo fin al «problema religioso», que para entonces se reduce a la supervivencia de cierta religión «grotesca y esclavizadora», la única que con sus «negativas tendencias extremistas» se resiste a aceptar la adoración eufórica del hombre. Quienes profesan esa religión son contemplados como una secta de peligrosos delincuentes; de modo que su persecución es aceptada como un beneficio público que la masa cretinizada acoge con entusiasmo orgiástico. Un entusiasmo incluso mayor que el que hoy exhiben los adoradores de Obama, tras su entronización como Príncipe de la Paz.

12 de Octubre, Festividad de Nuestra Señora del Pilar, Patrona de la Hispanidad






ba el Almirante navegando aquella incertidumbre de sesenta vacías singladuras, mudo y ensimismado en su paisaje interior de aguas y de estrellas. Estaba ungido. Y el Señor se complacía en descubrirle el misterio de aquella geometría de números y de luz en que fueron creadas todas las cosas al principio. ¡Qué riesgo marear los océanos cuando aún no concierta la bitácora con la Polar, los caminos seguros donde resoplan su gozo los ángeles del viento y las sirenas! Pero la corazonada del Almirante le ardía, asomada a los ojos, como un fuego rusiente, para conducir los navíos. ¿No parecían las carabelas, entre el turpial salobre de las olas, tres conchas peregrinas desprendidas del bordón de Santiago? Sí. Después de andar siglos y siglos la dura tierra española, en holocausto de sangre y de batallas, por la unidad de la fe, esta aventura extraordinaria en la inmensidad desconocida de los océanos.

Los Pinzones, grandes capitanes y ambiciosos, tejen, con la fatiga y el descontento de la tripulación, trampas y trifulcas al Almirante: pero él se recoge, con la seguridad de su fe iluminada, en el regazo de la Biblia. Se navega hacia la desesperación. Y, detrás de cada ola, crece el de signio del retorno a La Rábida.

De pronto, los pájaros. Inesperadamente, un vuelo de papagayos y de grullas enhebran, con las agujas de los mástiles y el hilo de oro del sol, un soneto de luz a la esperanza. El anochecer de vísperas se cierra, como boca de lobo, sin estrellas, abrasado de vientos tropicales que enloquecen la pasión y la sangre. El mar, en calma. Y rompe la "Salve, Regina" marinera, tan impetuosa, que arranca el milagro al corazón de Dios, en el nombre de María Santísima, ¡Qué prodigio entonces! El Almirante, vestido de negra ropilla penitente, agarra entre sus manos el gobernalle, Quiere rezar, y no puede, porque sus labios se aferran a una palabra sólo: "Tierra". Después se pone a temblar, él, tan endurecido de infinitas navegaciones. Una lágrima cristiana de amor enturbia el poder de sus pupilas, que adivinan allí, en la lejana frontera del cielo con las aguas, el resplandor parpadeante de un fuego. ¿Se alucinan aún? El reloj que criba las arenas del tiempo, entre aquellas ampollas que parecen dos corazones de cristal, apunta las dos de la madrugada. Un morterazo y un grito: "¡Tierra a la vista!" Y Rodrigo de Triana, como el bello arcángel de la Anunciación, certifica el milagro del Descubrimiento.

Algarabía, abrazos y canciones; los tamboriles vascongados rizan vítores de gloria al Almirante; y una oración: "Bendita sea la luz,—bendita la santa cruz;—y el Señor de la verdad—-y la Santa Trinidad;—bendito sea este día—y el Señor, que nos lo envía". Y allí van solemnes las carabelas españolas, escoltadas de una orla de indios que saltan y juegan, como delfines, con el poder del mar.... y parece el cortejo de los tres Reyes Magos que rinden su homenaje a un nuevo mundo recién nacido para la mayor gloria de Dios. En el Diario del Almirante hay esta noticia que resume todos los designios del Descubrimiento: "Yo, para que los indígenas nos tuvieran mucha amistad, porque conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra santa fe más por el amor que por la fuerza, les di bonetes colorados y cuentas de vidrio, que se ponían al cuello, con lo que habían mucho placer y quedaron tan nuestros que era maravilla". Está fechada un 12 de octubre de 1492, el mismo día que allí la España distante, católica y misionera, honra a su Patrona de los cielos, Santa María del Pilar. ¿Coincidencia? Pero ésta es otra historia de un estupendo prodigio, en el escenario de las aguas del Ebro, acaecido un amanecer original, catorce siglos antes.
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11 de octubre de 2009

Santa María Madre de Dios




En el nuevo calendario litúrgico la Fiesta de Santa María, Madre de Dios, se festeja el 1 de Enero, de allí las alusiones a dicha fecha. (N.d.E.)



por el R.P. Gustavo Podestá
(01/01/2004)


Tomado de Catecismo









la manera de la Pascua, Navidad tiene su octava. Ocho días que se entienden litúrgicamente como uno solo: un prolongado 25 de Diciembre de 192 horas en donde en todas las celebraciones se dice "en este día en que la Virgen María dio a luz al Salvador del mundo". Y esos ocho días, esa octava se cierra con la solemnidad de Santa María Madre de Dios. Porque es bueno que, en comunión con la Iglesia de todos los tiempos, con las palabras del Concilio de Éfeso, "confesemos que el Emmanuel es realmente Dios, y que por esta razón, la Santísima Virgen es Madre de Dios, pues Ella ha dado a luz según la carne, al Verbo de Dios hecho carne." Con este solemne pronunciamiento el tercer Concilio Ecuménico de la historia de la Iglesia, proclamaba, el 11 de octubre de 431, la maternidad divina de María, contra los errores nestorianos que le negaban tal carácter, aduciendo que Dios no tiene ni puede tener madre. En el fondo negando calidad divina a Nuestro Señor y, por lo tanto, haciendo vana la Navidad, la Encarnación, nuestra vocación de cielo.

Con este título -Madre de Dios-, en este Buenos Aires descreído, los cristianos proclamamos, pues, que ella no es solo una figura amable, reproducida en cantidad de imágenes frente a las cuales presentar solo el dolor, el vacío o las urgencias o conveniencias de nuestras necesidades temporales, sino la mediadora de la Gracia, lo sobrenatural, lo divino, sobre todo de la gracia que nos libera del límite de nuestras culpas, de nuestros pecados y que tienen fuerza -haciéndonos partícipes de la divinidad de su Hijo- para llevarnos al cielo.

Con este título -Madre de Dios- decimos que su hijo no es simplemente un hombre sabio, el par de Confucio o de Sidartha Gautama o de Mahoma, supuestos voceros de cualquier sabiduría de este mundo, gurúes de lo humano, maestros de autoayuda y, mucho menos, promotor de revoluciones sociales o garante de justicia social ni de la democracia o los derechos humanos, sino el mismísimo Dios, potente para elevarnos, más allá de las miserias o utopías de este mundo y del linde de lo humano, a Su celeste morada.

En estos días de Navidad los cristianos proclamamos, pues, de un modo más explícito nuestra fe en la Encarnación. Creemos firmemente que el Hijo de Dios, Uno con el Padre, Eterno, Invisible, Inmenso, asume nuestra naturaleza humana. "El Verbo se hace carne". El Inmenso se deja contener en el claustro de una madre que es también virgen, porque, de lo solamente humano, no puede salir sino lo humano, "la carne es carne, el espíritu es espíritu", decía Jesús a Nicodemo. Y es el Espíritu Santo no la carne el que 'cubre a María con su sombra'.

El Hijo de Dios se hace hijo de María y Ella nos lo entrega como hermano y, si aceptamos su fraternidad -en fe, esperanza y caridad- ella media la Gracia que nos hace también sus hijos.

María, según los primeros teólogos, los llamados santos padres, que gustaban ver a la Virgen en anticipos del Antiguo testamento, es como la zarza ardiente vista por Moisés ardiendo sin nunca consumirse. También María, abrasada por el fuego del amor divino, da a luz al hijo de Dios, luz y fuego, sin consumirse, por siempre Virgen y fecunda (Ex 3, 1-3).

María es como la vara de Aarón, el sacerdote compañero de Moisés, rama seca y sin vida, que echa brotes y florece de la noche a la mañana en virtud de la palabra de Dios. También Ella, en la pobreza asumida de su virginidad humanamente infecunda, sin vida en su seno cerrado; mas dando el Fruto bendito en virtud de la palabra que le es dirigida y en la que cree (Num 17, 16-24).

María es la pequeña nube en el horizonte que ve Elías sobre al mar desde la cima del monte Carmelo, anticipando que se acabarán los largos años de sequía que han dejado yerma la tierra de Israel y traerá la lluvia abundante que devolverá fertilidad al pueblo elegido (I Reyes 18, 41-46).

Y así siguiendo....

Un himno mariano de la liturgia bizantina, multiplicando comparaciones de este tipo, al modo de letanías, canta las glorias de María repitiendo incansablemente: "Alégrate"

El arcángel Gabriel es enviado desde lo alto para decir a la Madre de Dios: ¡Alégrate!.

Y al verte, Señor, encarnarte, exclama maravillado: ¡Alégrate!

Alégrate, resplandor de gozo!

Alégrate; tú que levantas al hombre de su bajeza!

Alégrate, por ti Eva no llora más.

Alégrate, montaña inaccesible a los pensamientos de los hombres!

Alégrate, abismo impenetrable hasta para los ángeles!

Alégrate, tú, trono y el palacio del Rey

Alégrate, tú que llevas al que lo lleva todo.

Alégrate, estrella que anuncia el Sol naciente,

Alégrate, tabernáculo de la divina encarnación,

Alégrate, tú que renuevas toda creatura,

Alégrate, tú por quien el Creador se hace Niño pequeño!

Alégrate, esposa no desposada!

Hagamos nuestro este canto jubiloso y esa alegría -sobre todo en medio de nuestras penas y soledades- y unamos nuestra acción de gracias a la de los santos de todos los tiempos. Porque somos, también nosotros, hijos de esta Madre Virgen y estamos bajo su amparo. Alegrémonos en este día porque Dios ha obrado en Ella maravillas, y Ella sí, que es, nueva Eva, "carne de nuestra carne y hueso de nuestros huesos". Y por eso Madre de Dios y madre nuestra.

Que María convierta la esterilidad de nuestros actos infecundos en actos de gracia, de cristiana alegría, para que, aún en la estrechez y dificultades de los argentinos, el 2004 nos sirva para hacernos más santos -que es lo único para lo que sirve el tiempo-, más hijos de la Admirable Madre, opulentos herederos de Cielo.

11 de Octubre, Festividad de la Divina Maternidad de María Santísima



a maternidad divina de María está basada en las enseñanzas de los Evangelios, en los escritos de los Padres y en la definición expresa de la Iglesia. S. Mateo (1:25) testifica que María "dio a luz a su primogénito" y que El fue llamado Jesús. Según S. Juan (1:15) Jesús es la Palabra hecha carne, la Palabra que asumió la naturaleza humana en el vientre de María. Como María era verdaderamente la madre de Jesús, y Jesús era verdadero Dios desde el primer momento de su concepción, María es en verdad la madre de Dios. Incluso los Padres más antiguos no dudaron en extraer esta conclusión, como puede verse en los escritos de S. Ignacio , S. Ireneo , y Tertuliano . El conflicto de Nestorio que negaba a María el título de "Madre de Dios" fue seguido por las enseñanzas del Concilio de Efeso, que proclamó que María eraTheotokos en el verdadero sentido de la palabra.

"Confesamos, consiguientemente, a Nuestro Señor Jesucristo Hijo de Dios unigénito, Dios perfecto y hombre perfectocompuesto de alma racional y de cuerpo, antes de los siglos engendrado del Padre según la divinidad, y el mismo en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, nacido de María Virgen según la humanidad, el mismo consubstancial con el Padre en cuanto a la divinidad y consubstancial con nosotros según la humanidad. Porque se hizo la unión de dos naturalezas (humana y divina), por lo cual confesamos a un solo Señor y a un solo Cristo" (DS, 272).

"Según la inteligencia de esta inconfundible unión, confesamos a la Santa Virgen por Madre de Dios, por haberse encarnado y hecho hombre el Verbo de Dios y por haber unido consigo, desde la misma concepción, en María, el templo que de ella tomó" (DS, 272).


Sevilla, de corta a checa


Para quienes no hayan leído esta excelente novela (inencontrable en Buenos Aires por mucho tiempo), ambientada en los comienzos de la Guerra Civil, en Madrid, les comento que salió reeditada por Ciudadela en 2006. (N.dE.)


por Tomás Cuesta



Tomado de ABC





doña Josefa Medrano -la camarada Pepa- habría que organizarle un homenaje en vez de ponerla un pleito. Si el nombre de Foxá va hoy de boca en boca, si la memoria histórica ha vencido a la amnesia, a ella, y sólo a ella, hemos de agradecérselo. ¿A qué pedir justicia ante los tribunales ordinarios cuando puede apelarse a la justicia poética? Un homenaje por prohibir un homenaje, ahí queda eso. Del banquillo al banquete y que el ayuntamiento sevillano -¿será por subvenciones?- subvencione el evento. Lo dicho, a disparate, disparate y medio. Agustín de Foxá, que era un guasón inabarcable, amén de un escritor inmenso, es harto probable que suscribiera la propuesta aunque, hoy por hoy, no le quedase otra que excusar su asistencia. Es natural, puesto que, a fin de cuentas, esté donde esté de embajador -ya sea en el quinto infierno o en el séptimo cielo- todo le cae lejos. No obstante, enviaría una adhesión emocionada, sintética y sincera: «¡Viva la Pepa!». A buenas horas le iba enseñar liberalismo la señora Josefa.
Es obvio que la izquierda recuerda a voluntad y olvida a conveniencia. Aún así, es un milagro que la camarada Pepa se haya acordado de que Foxá fue falangista pese a que, a juzgar por su apellido, ella le identificaba con Esquerra. Bien es verdad que, para ejercer de policía ideológica, las lecturas estorban, lo importante es el celo. Alguien que sabe poco, duda menos. Ahí tienen el caso de la camarada Pepa -que no es nada dudosa- como preclaro ejemplo. Fascista y se acabó, a mi no me la pegan. Ni corta ni perezosa, la tal doña Josefa le ha enmendado el título al conde de Foxá (el título de su novela, el nobiliario aún lo conserva) y, a partir de ahora, «Madrid, de corte a checa» llevará por mal nombre «Sevilla, de corta a checa». La historia -afirmaba Marx a rebufo de Hegel- se repite inexorablemente y, tarde o temprano, el drama reaparece transformado en sainete. Pues, oiga usted, tal cual, sin cambiar una coma, de la cruz a la fecha. A la chita callando, doña Josefa es una luminaria del materialismo dialéctico. ¡Qué un homenaje! Habría que erigirle un monumento. O, mejor, una cátedra. ¡Que le den una cátedra a ese pozo de ciencia!
Entre bromas y veras, lo cierto -y lo que duele- es que el cincuentenario de la muerte de Foxá haya cobrado aliento merced a un ejercicio de sectarismo analfabeto. Mientras unos ejercen el monopolio cultural en nombre de una modernidad de chicha y nabo que va de lo rastrero a lo mostrenco, los demás, salvo contadas excepciones, mendigan los favores de los que les desprecian. Remover tumbas es un empeño fácil. Lo difícil es rescatar aquellas voces que yacen en el sepulcro del silencio. Dar rienda suelta al verbo de Foxá (de Foxá y de un interminable etcétera) sin esperar a que su nombre se vea puesto en lenguas por la rampante estupidez de la camarada Pepa. No aceptar, en resumen, que «La melancolía de desaparecer» desaparezca: «Y pensar que después que yo me muera / aún surgirán mañanas luminosas, / que bajo un cielo azul, la primavera, / indiferente a mi mansión postrera, / encarnará en la seda de las rosas».
¿Azules? ¿Primaveras? ¿Rosas? ¿Cielos? ¡Cielos! Eso es el «Cara al sol» vestido de etiqueta. Fascista y se acabó, a mi no me la pegan. La chequista Medrano ha recibido un cheque en blanco del consistorio bético y continúa en sus trece, cortando el bacalao y dale que te pego. «Sevilla, de corta a checa». ¡Viva la Pepa!