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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

3 de octubre de 2009

La verdad sobre El Código da Vinci (Parte Segunda).- Examen crítico de los argumentos del Código Da Vinci (IX)






por José Antonio Ullate Fabo






Tomado de
Conoze








XIII.- El Gran Maestre, Magdalena y "Q"



El Gran Maestre indiscreto y su nieta, la ingenua

Capítulo 58, página 306:

Sophie «recordó a un airado sacerdote que en una ocasión había aparecido en casa de su abuelo y se había puesto a aporrear la puerta.

»-¿Vive aquí Jacques Sauniére? -le había preguntado, mirándola desde las alturas cuando le abrió la puerta-. Quiero hablar con él sobre el artículo que ha escrito. -El sacerdote blandía un periódico.

»[...] Sophie se fue corriendo a la cocina y empezó a hojear el diario matutino. Encontró el nombre de su abuelo en un artículo de la segunda página. Lo leyó. No lo entendió todo, pero parecía que el gobierno francés, accediendo a las presiones de los curas, había aceptado prohibir la exhibición de una película americana llamada La última tentación de Cristo, en la que Jesús tenía relaciones sexuales con una señora llamada María Magdalena. Y su abuelo decía que la Iglesia se equivocaba y se mostraba arrogante al prohibir aquella película».

[En el capítulo 9 nos hemos enterado de que Sophie Neveu tiene 32 años cuando transcurre la novela].

Aquí hay cosas muy raras. Primeramente, Jacques Sauniére era supuestamente el Gran Maestre del super secreto Priorato de Sión. Ni los más profundos conocedores de las sociedades secretas y del mundo de los símbolos, ni los expertos «buscadores del Grial» sabían cuál era su identidad. «La identidad real del conservador, así como la de sus tres sénéchaux era casi tan sagrada como el secreto que guardaban» (prólogo). Hemos visto como sor Sandrine, pese a pertenecer a los escalafones más bajos del priorato, llevaba una vida discreta bajo la apariencia de una piadosa monja. Sin embargo, quien más celoso tenía que ser de su misión, quien bajo ningún concepto debía permitir que se asociara su nombre al secreto del culto a la diosa, es quien viola la norma de la discreción y mete la pata de la forma más burda. Vemos que cuando arrecia la polémica en torno a la película de Martin Scorsese, La última tentación de Cristo, Sauniére, escribe un artículo firmado con su propio nombre en la segunda página de un periódico, y tercia en la disputa, calentando el ambiente. No parece el hombre para una misión tan secreta, pues no es capaz de hacer que otro firme el artículo.

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Verdades como puños de Don José Blanco








por Juan Manuel de Prada




Tomado de ABC








ON José Blanco, como cualquier otro político de hogaño, es una ametralladora de consignas que, allá donde va, riega las meninges de su auditorio con una andanada. El otro día, entrevistado en mi presencia por Nacho Villa, comprobé cómo Don José se ayudaba de un papelico en el que le habían escrito un puñado de estas consignas; y, a medida que hablaba, iba metiendo con fórceps las consignas del papelico, como los cómicos desmemoriados meten morcillas en sus parlamentos. En esto se ha convertido la politiquería de hogaño: en una cháchara mazorral e inepta salpimentada de consignas; y, a fuerza de ametrallarnos las meninges, nuestros políticos logran que interioricemos tales consignas, de modo que llegamos a repetirlas como si fuesen ocurrencias propias, y las vamos desovando por doquier, como carpas de una piscifactoria ahítas de pienso ideológico y encantadísimas de la vida.

Pero Don José Blanco no es tan sólo una ametralladora de consignas, como cualquier otro político de hogaño; en honor a la verdad, a Don José Blanco se le encasquilla de vez en cuando la ametralladora y entonces dice verdades que le brotan del alma, verdades como puños que lo aureolan de una humanidad enternecedora. Acaba de ocurrirle en uno de esos coloquios que se organizan para que los políticos provean a la masa idiotizada de su ración diaria de consignas, donde sin rebozo alguno -como una muchacha que nos enseña un seno apenas púber- ha confesado:
-Cuando yo deje de ser ministro, estaré eternamente agradecido al presidente. Uno no es ministro por méritos propios ni por currículum académico; uno es ministro porque el presidente del Gobierno así lo decide. Hay miles y miles de ciudadanos que podrían hacerlo mejor que yo, o tan bien como yo, y que no tuvieron esa oportunidad.

Y ante tamaño de alarde de ufana, conmovedora, entrañable sinceridad, uno no puede sino soltar la lagrimilla. Don José, bajándose del pedestal de las falsas vanidades, nos reconoce que en su elección como ministro no han mediado virtudes propias, ni prendas intelectivas de las que pueda blasonar. Don José nos reconoce que ha sido elegido, en lugar de los miles y miles de personas que podrían haberlo hecho mejor que él, porque un señor que a su vez reconoce que «cualquiera puede ser presidente del Gobierno» así lo ha decidido. ¿No resulta encantador? Uno escucha estas verdades como puños de Don José y siente algo así como un cabrilleo de optimismo y euforia trepándole por la médula espinal; es como si, en mitad de un viaje en autobús, el conductor te confesara, entre desenfadado y coqueto, que se ha dejado las gafas de veinte dioptrías en casa y que además tiene un hormiguillo en los pies que le impide pisar el freno. ¡Qué deliciosa sinceridad!

Uno de los signos más evidentes de la corrupción de la democracia es la subversión de las humanas jerarquías. Santo Tomás establecía que las tareas de gobierno debían ser encomendadas a los más virtuosos e inteligentes; y también que encumbrar lo que es de naturaleza inferior es una monstruosidad. Pero hoy este orden jerárquico se ha subvertido; y a lo que es monstruoso lo llamamos «la grandeza de la democracia», que por lo que se ve consiste en dejarse gobernar por quienes reconocen sin tapujos, en un alarde de ufana, conmovedora, entrañable sinceridad que carecen de méritos. Pero no todo está perdido: Don José, que no es ministro por méritos propios, es al menos hombre religioso; pues, para estar «eternamente agradecido» a Zapatero hay que creer que existe una vida eterna. Y sólo una vida eterna podría, en efecto, albergar la infinita gratitud que Don José debe a Zapatero; sólo espero que, para entonces, el llanto y el crujir de dientes no entorpezcan demasiado su culto idolátrico al líder.

3 de Octubre, Festividad de Santa Teresita del Niño Jesús, Vírgen





lençon, 1873. El 2 de enero ha nacido en aquella ciudad normanda una niña; el día 4 se la bautiza en Nuestra Señora. Es el primer encuentro misterioso con Jesús. Se trata de la última hija de Luis Martin y de Celia Guérin, un matrimonio ejemplar, cristianísimo, sencillamente heroico en el conjunto de sus virtudes sinceras. Con su estilo fin de siglo un poco cerrado, un poco romántico, un poco burgués. Él había trabajado como relojero y joyero. Ella dirigía una pequeña artesanía de encajes de Alençon. Es familia modesta, pero acomodada. A la pequeña precedieron otros ocho hermanos, de los cuales murieron cuatro de corta edad. Quedan: María, Paulina, Leona y Celina. A mediados de marzo hubo que enviar a la pequeña a Semallé para que la criase Rosa Taillé, y no volverá al hogar familiar hasta abril del año siguiente. Lo exigió así la debilidad de la niña y la falta de salud de la madre.

En casa se vive una intimidad entrañable y encantadora. La educación de las hijas se realiza cálidamente, exquisitamente, pero sin mimos. El ambiente es de intensa piedad y de una cultura relativa, pero apropiada a las condiciones de la familia y de los tiempos.

Por cierto que Teresita ofrece síntomas de nerviosismo exagerado a ratos. De pródromos de amor propio muy signi-ficativos. Y de cabeza despierta y de corazón nobilísimo también. Pero el cuidado de los suyos, su esfuerzo despierto desde muy pronto, y sobre todo la gracia de Dios, han logrado que aquellos defectos queden perfectamente superados y las cualidades magníficas orientadas hacia el bien. Ella podrá afirmar de sí misma con toda verdad esta frase tremenda: "Desde los tres años no he negado nada a Dios..." Es un caso de precocidad sobrenatural pocas veces igualado.

El 28 de agosto de 1877 moría madame Martín. De años venía soportando una dura enfermedad cancerosa. Su muer te fue la de una santa. Teresita, de cuatro años y medio, captó la emoción de aquellos días y de aquel trance. Pero su sensibilidad quedó afectada: durante diez años padecerá demasiado las impresiones pequeñas de la vida, aparecerá tímida, llorosa por cualquier pequeñez que le acaezca.
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2 de octubre de 2009

2 de Octubre, Festividad de los Santos Angeles Custodios






a existencia de los ángeles está atestiguada casi por cada una de las páginas de la Sagrada Escritura." Así habla San Gregorio Magno, a quien se da el título de Doctor de la milicia celeste. Podemos añadir nosotros que el mismo alto origen ha de reconocerse para el culto de estos celestiales espíritus. La devoción a los ángeles aparece casi con espontaneidad en los primeros años de,nuestra vida y ya no nos abandona jamás. En una inscripción del cementerio de San Calixto se lee: Arcessitus ab angelis, que viene a decir: "fue llamado por los ángeles" para presentarle al Señor. "Salid al encuentro suyo, ángeles del Señor, para ofrecer su alma en la presencia del Altísimo", canta la Iglesia en el oficio de difuntos.

La fiesta de los ángeles custodios tiene ya existencia multisecular. Se ha recordado que ya en el siglo V se celebraba en España y en Francia, como fiesta particular. Suprimida por San Pío V, fue restablecida por un decreto de Paulo V el año 1608, fijándola para el primer día libre después de San Miguel. Clemente X fue quien la introdujo definitivamente en la liturgia de toda la Iglesia, determinando que se celebrara el día 2 de octubre.

El nombre de "ángel" significa mensajero. Es nombre que significa ministerio y oficio. Pero la perfección de su naturaleza va de acuerdo con ese sublime oficio, que ellos ejercen de una manera más permanente que los demás seres de la creación. Son los "mensajeros" de Dios, por excelencia. Son seres creados, intelectuales, superiores a los hombres, dotados por el Señor de especial virtud y poder.

La humana filosofía apenas había columbrado, de una manera borrosa, la existencia de los ángeles. La fuente primera de nuestra devoción es la Revelación divina, contenida en la Sagrada Escritura. Con ella en la mano evitamos el primer error en que cayeron algunos teólogos combatidos por Orígenes, que, influidos por la filosofía pagana, tuvieron a los ángeles por "dioses". Están al servicio de Dios, pero son seres creados por su omnipotencia. Merecen nuestra veneración por su grandeza sobrenatural, por la gracia que les adorna, por su amor al Señor, demostrado en la prueba, que no supieron superar Lucifer y sus secuaces, los cuales, por su soberbia, fueron convertidos en demonios y padecen las penas eternas del infierno, que fue creado para ellos.

En la vida de Cristo Nuestro Señor y en la vida de la Iglesia primitiva los ángeles ejercen su misión de mensajeros con frecuencia. A veces se designa a los ángeles por su nombre, como a San Gabriel, San Rafael, San Miguel; a veces simplemente se les designa con el genérico apelativo de "el ángel del Señor"; a veces cumplen su misión individualmente, como el ángel que bajaba a la piscina de Betzata, en la puerta Probática, para agitar el agua y comunicar una virtud maravillosa de curación de cualquier enfermedad que tuviere el primero que descendía a sus ondas. Otras veces son dos los ángeles enviados, como los que vió la Magdalena, vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había estado el cuerpo de Jesús muerto, antes de la resurrección. Otras veces la Escritura alude a legiones de ángeles, como aquellas "doce legiones" que hubiera enviado el Padre celestial si Cristo hubiera formulado tal petición. Y no falta alguna ocasión en que la Escritura habla de "millares de millares", como aquellos que aparecen en el Apocalipsis alrededor del trono triunfal del Salvador del mundo. Dada la armonía perfecta del mundo, como obra del Creador, podemos pensar en la escala ascendente que va del maravilloso mundo físico que nos va descubriendo en su portentosa complejidad la física nuclear, al mundo de los vivientes, más perfecto aún, siguiendo por esa misteriosa unión de lo somático y lo psíquico, lo material y lo espiritual, representado por la persona humana. Los ángeles son las criaturas que colman esta ascensión hacia el cielo. Por eso decimos que son superiores a los hombres. La Escritura los llama "estrellas de la aurora e hijos de Dios".
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1 de Octubre, Conmemoración de San Remigio, Obispo y Confesor





an Remigio, célebre obispo de Reims, conocido en la historia principalmente por el hecho de haber bautizado al rey Clodoveo y un buen número de su pueblo, fué hombre, según el testimonio de San Gregorio de Tours, insigne por su erudición y santidad y por sus obras maravillosas, por todo lo cual es considerado como el apóstol de los francos. Las fuentes que nos informan sobre él, principalmente San Gregorio. de Tours y San Avito de Vienne, aunque fieles en la relación de los hechos fundamentales, no son absolutamente seguras, en lo que se refiere a los detalles de los mismos. Sin embargo, tomando el conjunto de éstos, podemos decir que estamos suficientemente informados.

Nacido en Laon, hacia el año 437, de padres galos, hizo tan considerables progresos en su formación, y particularmente en la elocuencia, que, según el testimonio de San Sidonio Apolinar, compañero suyo en los primeros años, llegó a superar a todos sus iguales. Contando sólo veintidós años de edad, al quedar vacante en 459 la sede de Reims, fue él destinado para la misma, y los hechos probaron bien pronto que con su celo y fervor de espíritu suplía lo que le faltaba de experiencia.

No poseemos muchas noticias sobre la actividad de San Remigio durante la primera etapa de su vida, desde su elevación a la sede de Reims, en 459, hasta el gran acontecimiento de la conversión de Clodoveo, hacia el 496, en que tan directamente intervino San Remigio. Pero lo poco que conocemos nos lo presenta como un prelado eminente, consciente de sus deberes y entregado de lleno a la instrucción y gobierno de su pueblo. Sabemos por Sidonio Apolinar que desarrolló gran actividad en convertir a muchos entre los invasores francos y someterlos al yugo de Cristo. El mismo atestigua que poseyó un volumen de los sermones de Remigio, cuya suavidad, belleza de expresión y plenitud de doctrina pondera extraordinariamente. Con esta elocuencia, a la que se juntaba su eminente santidad, contribuyó eficazmente a poner el fundamento de la conversión del pueblo de los francos.
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30 de septiembre de 2009

30 de Septiembre, Festividad de San Jerónimo, Presbítero y Doctor




a Iglesia ha reconocido a San Jerónimo como Doctor Máximo en exponer las Sagradas Escrituras. Tampoco se le puede negar el título de Doctor de los ayunos. Fue admirado ya por sus contemporáneos como el varón trilingüe, por sus conocimientos del latín, del griego, del hebreo. La Edad Media se entusiasmó con sus cartas ascéticas a clérigos, monjes, vírgenes y viudas, en las que trataba el ideal de la cristiana perfección. Hoy mismo, más que sus trabajos bíblicos, superados por el incesante avance de la ciencia, siguen deleitándonos sus epístolas y sus polémicas, sus vidas de Pablo, Malco e Hilarión, es decir, aquellos escritos en que se revela más espontáneamente —el estilo del hombre— el temperamento y la personalidad de San Jerónimo. Y aquí, precisamente, es donde radica la dificultad para tejer su semblanza crítica, no su panegírico.

Ya en el siglo XVI, el gran escritor español Juan José de Sigüenza, en su Vida de San Jerónimo —la primera escrita en castellano—, tuvo que defenderlo de quienes reparaban en "que tiene mucha libertad en el decir, que es muy desenvuelto para santo". Por otra parte, se ha llegado a decir en nuestros días que algunos pasajes de sus obras completas quizá no hubieran sido aprobados en un proceso moderno de canonización.

Ciertamente, la vida de Jerónimo, seguida paso a paso a través de los abundantes fragmentos autobiográficos de su obra escrita, nos da la clave para interpretar su santidad de la mejor ley. En sus escandalosas invectivas, así como en sus criticas mordaces y sus polémicas ofensivas, había mucho de "literatura", esto es, "adornos retóricos" para impresionar a los lectores. Si esto se juzga defecto o sombra, error o debilidad, habrá que achacarlos al "hombre viejo", al literato ciceroniano que pugnaba por salirse a través de su pluma. En todo caso, su entusiasmo por la Iglesia y por la ciencia, su tenaz lucha por alcanzar la perfección monástica, su entrega total a las tareas bíblicas, renunciando a su innata vocación a la literatura profana, hacen de Jerónimo un santo extraordinario, único en su género, tal vez más admirable que fácilmente imitable.
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29 de septiembre de 2009

29 de Septiembre, Festividad de San Miguel Arcángel





unca podríamos imaginar un ángel guerrero, con su rodela al brazo, la cota bien ajustada, abierta la espada en orden de combate. Pero tampoco ciertos ángeles de una estatuaria dulzona, con muchas cintas y bucles mujeriles, en un porte impropio de criaturas tan excelsas. Eugenio d'Ors, en sus Glosas que se escriben los lunes, concebía muy varonil al ángel: musculado y poderoso, como para entendérselas toda una noche con Jacob a brazo partido. Pero, al mismo tiempo, leve y sutil, asomada a sus ojos de luz toda la sabiduría de un espíritu celeste. No son apetecibles los ángeles de Denís, ni siquiera los de Beuron, y mucho menos los que Rohault inscribe sombríamente en feos dramas humanos. Sólo en las ventanas de algunas abadías y catedrales hay ángeles vivos, que al trasluz del sol arden en un fuego de oro y se hacen llama encendida y adorante al Altísimo. Y, sobre todos, aquel ángel que hay en la Toscana anunciando la encarnación a María. Pues, a pesar de los lujos que le pintó Fra Angélico en la túnica, y en la pedrería que le transfigura las alas, está allí, digno y sereno, delante de la Señora, angelizando su embajada, la turbación de la Doncella y los nardos que crecen entre la ternura del paisaje. Pero un ángel guerrero, ¿cómo?

Fueron creados de la nada, puros espíritus —inteligentes, amorosos, libres—, domésticos del trono de Dios, en funciones de una alabanza incesante. Distribuidos según una arcana jerarquía —querubines y serafines, dominaciones, potestades y tronos, virtudes, arcángeles y ángeles—, componen muy hermosamente la grande escenografía del cielo. San Juan, desde Patmos, ha visto este cielo como una ciudad deslumbrante la Jerusalén nueva, ataviada de Esposa para sus nupcias con el Cordero de la Vida. Semejante traducción resulta demasiado corpórea y sensible, ya que nos alucina imaginar tanta abundancia de oro, del que viene fabricada, y los chispazos irresistibles de infinitos zafiros, diamantes y rubíes, que adornan las doce puertas, con doce ángeles, que son las doce tribus de Israel. No hay sol ni luna, día ni noche en esa celeste Jerusalén, porque la inviste toda una claridad eterna, cuya luz es el Cordero, a quien aclaman, con los ángeles, los felices ciudadanos de Dios: aquella turba innumerable de vencedores que rinden sus palmas en adoración infinita. Sin embargo, este mural del cielo sanjuanista nos ofrece su belleza y una tranquilidad de gozo inamisible, muy cercana al verdadero cielo, y que consiste en ver cara a cara a Dios y en amarle beatíficamente. ¿Cómo concebir dentro de tan sacra armonía el dolor de una guerra?
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28 de septiembre de 2009

Un cortinón de humo





por Juan Manuel de Prada




Tomado de ABC












UBO muchas almas cándidas que, cuando el Gobierno empezó a promover una reforma del aborto, repitieron con fervor de loritos: «¡Es una cortina de humo para distraernos de la crisis económica!». Y, ahora que el Consejo de Ministros presenta al alimón una subida de impuestos y un proyecto de ley que convierte el crimen del aborto en «derecho de la mujer», insisten hasta desgañitarse: «¡Ya lo decíamos nosotros! ¡Es una cortina de humo!». Si estas almas cándidas hubieran vivido en la época de las guerras púnicas, al comprobar que las matanzas de niños ante el altar de Moloch se incrementaban a medida que Cartago se derrumbaba, habrían gritado también: «¡Es una cortina de humo!».

Hay, desde luego, una cortina de humo que nubla la razón de las almas cándidas. Pues, para quien mantenga la razón medianamente clara, resulta notorio que la coincidencia de ambas calamidades demuestra que comparten una naturaleza común, como las matanzas de niños ante el altar de Moloch compartían una misma naturaleza con la suerte de Cartago. Sólo que la naturaleza compartida de ambas calamidades es de índole sobrenatural: los dioses plutonianos siempre exigen a sus adeptos, a cambio de poder, que les entreguen su alma. Pero nuestra época ha excluido de sus razonamientos el orden sobrenatural; y, al excluirlo, sólo puede aspirar a juicios escindidos, fragmentarios, de tal modo que las calamidades que la afligen aparecen ante sus ojos desvinculadas entre sí, separadas por cortinas de humo que nublan su razón.

En su dilucidador ensayo La abolición del hombre, C. S. Lewis avizora el proceso que, nublando la razón, acabará por convertirnos en seres que ya ni siquiera merezcan el calificativo de humanos. Y que, expoliados de su condición humana, llegarán a aceptar como conquistas de la libertad o del progreso lo que no son sino disfraces sibilinos de su esclavitud. El aborto es un crimen que la razón repudia; y cuando el hombre se desprende de la razón es como cuando las ramas se desprenden del árbol, que no les aguarda otro destino sino amustiarse y fenecer. Cuando el aborto se acepta como una conquista de la libertad o del progreso, cuando se niega o restringe el derecho a la vida de las generaciones venideras, nuestra propia condición humana se debilita hasta perecer. «Los que moldeen al hombre en esta nueva era -vaticina Lewis- estarán armados con los poderes de un estado omnipotente y una irresistible tecnología científica: serán una raza de manipuladores que podrán, verdaderamente, moldear la posteridad a su antojo». Por supuesto, esa raza de manipuladores presentará sus manipulaciones como conquistas de la libertad humana; «sabrán -añade Lewis- cómo concienciar y qué tipo de conciencia suscitar». Y con la conciencia reformateada -con la razón nublada-, esos hombres que han dejado de serlo se guiarán por voliciones, por meros impulsos caprichosos, y dirán: «Yo quiero esto, o lo otro» (donde esto o lo otro pueden ser el aborto o cualquier otra petición irracional). ¿Y qué ofrece -e pregunta C. S. Lewis- el manipulador a los hombres que desea despojar de su condición humana? Lo mismo que Mefistófeles a Fausto: «Entrega tu alma y recibirás poder a cambio». El manipulador nos da poder para abortar; y, a cambio, nos exige que entreguemos nuestra condición humana. Pero no podemos entregar nuestras prerrogativas humanas y, al mismo tiempo, retenerlas; o somos seres racionales, o nos convertimos en marionetas en manos de los manipuladores. Hoy nos quitan el dinero y nos expolian los ahorros; mañana nos chuparán hasta la última gota de sangre. Para no comprender algo tan evidente, hace falta, en efecto, tener la razón nublada por un cortinón de humo. Y, por cierto, el cortinón apesta a azufre.

28 de Septiembre, San Wenceslao, Duque y Mártir





an Wenceslao es hijo de Vratislao, prudente, fervoroso y bondadoso príncipe cristiano, y de Drahomira, una princesa de genio fuerte, cruel y pérfido, de la pagana familia de Stodoronow, en Lutecia.

La dualidad de este matrimonio: cristiano-pagano tuvo mucha trascendencia en la vida del santo duque. El joven príncipe vio, pues, en el seno de su familia, los efectos de la lucha de una religión mixta; más tarde tuvo que enfrentarse con la misma en la vida de su propia nación. El problema se presentó más agudo cuando junto a las rivalidades religiosas se unieron los conflictos políticos.

Aunque las primeras semillas de la fe católica la recibieron los bohemios de Bizancio, sin embargo, la magna labor misionera fue fruto de los misioneros occidentales, y precisamente de los alemanes. Este hecho originó, primero, las competencias de los ritos: eslavo con el romano, y más tarde, el influjo de los alemanes en la vida pública de los bohemios.

Como efecto en contrario, surgió entonces, la rebelión pagana, la persecución de los cristianos, acaudillada por Drahomira; la conspiración de Boleslavia y, finalmente, el funesto plan del martirio de San Wenceslao.

El panorama de aquella época era, por tanto, muy difícil y muy obscuro.

Para superar todas estas dificultades, el bien de la nación y de las misiones católicas exigían un príncipe ágil, prudente y santo.

Fue San Wenceslao quien mejor respondía a estas exigencias.

Dirigido por su abuela, Santa Ludmila, se mostró inteligente, dócil y con una extraordinaria inclinación a todo lo bueno. Más tarde, ya en el Colegio de los Nobles, bajo la dirección de un sabio maestro, estas virtudes brillaron aún más en el joven alumno. Intelectualmente se distinguía por su ingenio; espiritualmente, por su pureza de costumbres; por la devoción a Cristo en el Santísimo Sacramento y por su filial afecto a la Virgen Santísima. Mas la singular veneración que profesaba a la Virgen le hizo sentir un extremado amor a la pureza. Virtud que pareció ser la nota más sublime de su carácter. A pesar de vivir este ambiente de santidad, Wenceslao no se olvidó de adquirir también las cualidades de un señor futuro soberano de Bohemia.

En 925, tres años después de la repentina muerte de Vratislao, Wenceslao, considerándose preparado para el gobierno de su patria, dio un golpe de Estado y eliminó de la regencia a su madre pagana. Con ella eliminó también la lucha sin cuartel contra los cristianos y todos los privilegios que conquistaron, en aquellos tiempos, los paganos. Termina con las crueldades y salvajismo de aquellos idólatras y comienza una época de verdadera paz y labor constructiva.

Como señal externa de nuevo gobierno, Wenceslao hace un apoteósico traslado de las reliquias de su abuela, Santa Ludmila, a la catedral de Praga. Elige con gran cuidado a sus ministros y jefes militares y comienza una intensa labor de propagación de la fe.

En todo este ambiente es él mismo quien con su ejemplo realiza los altos ideales de Cristo.

Cumple exactamente con la ley de Dios y practica fervorosamente las virtudes cristianas. Lleva una vida casi monacal; consagra horas en fervorosas oraciones y en mortificaciones; defiende a los oprimidos; ayuda con generosidad a los pobres; facilita la libertad a los cautivos y presos, etc. En todo el país organiza una política más humanitaria, elimina torturas y prohíbe la horca. Se puede decir que entre los soberanos fue el único que profesara una fe tan eficiente, caridad tan ardiente y virtudes tan escogidas.
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27 de septiembre de 2009

Mi admirado Hilarión



por el (según creo) R.P. Terzio




Tomado de su blog EX ORBE




asta hace unos años, en mi lista de Hilariones - aparte del Santo - estaban el eximio Don Hilarión Eslava y el simpático Don Hilarión, el boticario de la Verbena de la Paloma; dos Hilarions musicals, podría decir. Hasta que conocí a este mi tercer Hilarión: Hilarión Alfeyev, obispo ruso-ortodoxo de Viena, representante del patriaracado de Moscú ante los organismos de la Unión Europea y una de las figuras más notables y emergentes de la Rusia ortodoxia actual.

El tipo somático es eslavo-ruso 100%. Incluso, desde que ví sus primeras fotos, le encontré un más que notable parecido físico con el anterior Patriarca de Moscú, Alexis. Ha cumplido 44 ó 45 años, se mueve por todo el mundo Ortodoxo, ha tenido una excelente formación con el aval de las mejores universidades y tiene publicadas en varios idiomas sus obras sobre temas de teología, espiritualidad y liturgia. Un currículum de primera. Es natural que haya contado con sus "padrinos", porque en el mundo cerrado y tradicional del clero ortodoxo no se hace carrera tan joven; pero es evidente que tiene méritos sobrados por lo mismo: Una trayectoria tan reconocida y brillante no es casualidad ni cosa de padrinazgos.

El colofón que corona al personaje es este, sorprendente: Es músico y compone. Pero no compone bagatelas, rock, copletas de autor o charangas pseudo-litúrgicas, no. Dentro de la mejor tradición litúrgico musical de la ortodoxia rusa compone piezas de canto eclesiástico-coral, magníficas. Y el summum: Compone oratorios; tiene estrenados una Pasión según San Mateo y un Oratorio de Navidad. ¿Que suena troppo bachiano? Sí, pero suena tan armoniosamente bello que eriza el vello. Escuchen dos muestras:

Este es el preludio-comienzo de la Pasión (el texto es conmovedoramente "ruso": Una llamada a la compasión con la Virgen: "Venid, cantemos una lamentación santa a Cristo. Aleluya. Oh, Señor, Dios mío, voy a cantar un himno a tu muerte. Aleluya. Tu Madre toda santa llora por ti con lamento. Aleluya":
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Pirómanos y extintores




por Juan Manuel de Prada



Tomado de XLSemanal




no de los rasgos más distintivos y definitorios de nuestra época es la incapacidad para percibir la idea, el denominador común o principio que explica los fenómenos que se despliegan ante nuestros ojos; y de ahí se desprende la incapacidad para combatir las calamidades que nos afligen, a las que atacamos en sus consecuencias, sin atender a sus orígenes (o lo que aún resulta más aflictivo, después de haberlas alimentado en sus orígenes). Así, el hombre contemporáneo se halla inmerso en un fárrago de problemas que no sabe cómo solucionar; o para los que dispone soluciones que sólo los combaten en su expresión contingente, sin atender a sus causas. Ocurre esto porque ya no existe una capacidad para enjuiciar la realidad desde una perspectiva abarcadora que la explique de modo coherente; y así todos nuestros juicios están atrapados en una telaraña de impresiones confusas y contradictorias. Y, cuanto más tratamos de enfrentarnos a lo contingente, más nos enredamos en su telaraña mistificadora.

Pruebas de esta incapacidad las tenemos por doquier: si aumenta el número de crímenes perpetrados por adolescentes, pensamos que la solución consiste en rebajar la edad penal; si las escuelas se han convertido en aquelarres donde triunfa la indisciplina, pensamos que la solución consiste en otorgar a los maestros rango de «autoridad pública»; si crecen los embarazos no deseados, pensamos que la solución se halla en repartir condones o en legalizar el aborto, etcétera. O bien proponemos soluciones alternativas, que entran en colisión con las soluciones expuestas; pero que comparten con ellas un mismo rasgo característico: son soluciones fundadas en juicios contingentes, incapaces de penetrar el meollo del problema, incapaces de abarcarlo por entero y de combatirlo en sus orígenes. Naturalmente, esta incapacidad para combatir las calamidades en sus orígenes beneficia a quienes han hecho del combate de las calamidades en sus consecuencias su coartada vital; que, por lo común, son los mismos que las han alimentado en sus orígenes. Y es que, manteniendo nuestro juicio sobre la realidad en un plano puramente contingente, se azuza el rifirrafe ideológico; y así se evita que los problemas sean sanados en su raíz. Porque la garantía de supervivencia del rifirrafe ideológico consiste en impedir que la gente llegue a saber dónde se halla la raíz del problema, engolfada como está en elegir entre las soluciones contingentes que se ofrecen a su elección.

Para garantizar su supervivencia, los promotores del rifirrafe ideológico cuentan con un poderosísimo instrumento de mistificación, disfrazado de «pluralidad», «libertad de opinión» y demás bellas falsedades muy del gusto de nuestra época. Consiste este instrumento en convertir los medios de comunicación en un pandemónium o guirigay de opiniones en porfía, proferidas por personas que, a imagen y semejanza de los promotores del rifirrafe ideológico, son incapaces de conducir los hechos hasta sus primeras causas, incapaces de hallar entre el embrollo de enrevesadas minucias con que nos golpea la realidad el hilo conductor que lleva hasta los principios originarios. Esta incapacidad para alcanzar los principios originarios suele deberse a que son personas carentes de principios, que sustituyen por una adscripción ideológica; y así, en lugar de rescatar del estrépito circundante la nota originaria que podría otorgar una melodía a la realidad, añaden nuevos ruidos discordantes al estrépito. De este pandemónium o guirigay se abastece luego el pueblo sometido (esto es, la ciudadanía); y cualquier intento de quebrar este círculo vicioso resulta un empeño estéril, porque la realidad se ha convertido ya en un campo de Agramante en el que cualquier razonamiento que trate de ascender hasta los orígenes del problema se torna ininteligible.

Y sí, en medio de este campo de Agramante en el que se desenvuelve el pueblo sometido, los promotores del rifirrafe ideológico pueden dedicarse impunemente a alimentar las calamidades en sus orígenes, para luego proponer soluciones contingentes –siempre ineficaces– que las combatan en sus consecuencias. Son pirómanos que, después de prender fuego, tratan de tranquilizarnos, aduciendo que tienen un extintor a mano; y, a la vista del extintor, el pueblo sometido discute el modo de dirigir el chorrito contra las llamas, sin darse cuenta de que la raíz del mal está en el pirómano, no en las llamas; y que la solución no está en el extintor, sino en la reducción del pirómano.


27 de Septiembre, Festividad de Santos Cosme y Damián, Médicos y Mártires





on los santos populares de los primeros siglos la leyenda ha hecho estragos. De tal manera ha embrollado sus vidas, que ahora nos resulta poco menos que imposible desenmarañar la madeja.

Si fueron santos que, además, tuvieron mucho culto, que vieron surgir en honor suyo numerosas iglesias, que favorecieron con el beneficio de sus milagros a los fieles que se encomendaban a ellos, entonces la cosa se complica, hasta el punto de que podamos encontrarlos sufriendo el martirio en poblaciones distantes o hallar sus cuerpos enterrados en santuarios diferentes.

Todo se comprende partiendo de la devoción popular, que pedía detalles, anécdotas, referencias concretas, y si eran prodigiosas, mejor.

Y nunca faltaban quienes se prestasen a saciar este ansia de noticias. No con mala intención, sino simplemente para glorificar al santo bendito. Eran tiempos en que el concepto de lo histórico no tenía un significado tan riguroso como en nuestros días.

Por eso, al comenzar la semblanza de San Cosme y San Damián habremos de desbrozar primero el terreno para quedarnos con el hecho cierto de su existencia, atestiguado por la enorme extensión de su culto, que alcanzó de Oriente a Occidente.
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