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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

22 de enero de 2011

Arte católico






Duccio de Buoninsegna

Madonna and Child with Six Angels
1300-05
Tempera on wood, 97 x 63 cm
Galleria Nazionale dell'Umbria, Perugia





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Ensalada... italiana





por el Dr. Aníbal D´Angelo Rodríguez


tomado del Blog de Cabildo






n varias ocasiones hemos traído al señor Umberto Eco a nuestro sillón y le hemos hecho barba y bigote para delicia de nuestros lectores. Así demostramos, por ejemplo, que escribía sobre la lujuria sin saber qué era. Hace un tiempo escribió en “La Nación” un artículo que tituló “Cuando lo feo es hermoso” en el que hizo una ensalada rusa (a la italiana) mezclando conceptos con el desparpajo de un argentino.

Comenzó hablando de Hegel, quien habría escrito que fue el cristianismo el que introdujo “el dolor y la fealdad” en el arte, con sus Cristos sangrantes y sus Santos torturados. Error, dijo Eco, ya en el arte clásico había infinidad de rostros terribles y de escenas escalofriantes. Pero ya comenzó a meter la pata porque metió muy alegremente en el mismo saco a dos cosas por completo diferentes.

Este desprejuiciado escritorzuelo italiano no entiende que puede haber dolor muy bellamente representado y que el dolor forma parte de las experiencias elementales del hombre y de las experiencias que el sabio hace positivas. Bueno, se podrá objetar, pero también la fealdad forma parte de nuestras experiencias. Claro, pero es antagónica con el arte, que es belleza y que sólo puede apropiarse de la fealdad si la embellece. Y entonces deja de ser fealdad.

El problema del arte actual es, justamente, que pretende hacer arte con lo feo, sin transformación ni sublimación alguna. Es el culto de lo feo por ser feo. Según Eco, el actual afán por la fealdad (el dolor se perdió en el camino) proviene de una elección “de lo que en siglos pasados habría sido considerado horrible” o —en otros casos— “la fealdad es elegida como el modelo de una nueva belleza”. Lo cual sucede porque “en la posmodernidad toda oposición entre belleza y fealdad se ha disuelto” principio que apenas enunciado es puesto en duda por el mismo Eco. Con un párrafo final en el que la pluma se le ha escapado de las manos y escribe sola: Tal vez todas esas manifestaciones de horror y fealdad “sean expresiones superficiales exhibidas en los medios de comunicación de masas”, porque “de esa manera exorcizamos una fealdad mucho más profunda que nos asalta y nos asusta, algo que desesperadamente deseamos ignorar”.

Sí, querido: un adarme de verdad. En efecto, el arte moderno es feo porque el mundo moderno es feo, de una fealdad de fondo que no puede sino ser resultado de su maldad.

Biografía de Santo Tomás de Aquino (8 y último)










por Gilbert K. Chesterton

Tomado de La Editorial Virtual












VIII – El Complemento a Santo Tomás

on frecuencia se dice que Santo Tomás, a diferencia de San Francisco, no permitió en su obra el indescriptible elemento de la poesía. Como, por ejemplo, que hay escasas referencias a cualquier placer en las flores y frutos reales de las cosas naturales, frente a cualquier cantidad de preocupación respecto de las raíces enterradas de la naturaleza. Y sin embargo, confieso que, leyendo su filosofía, he tenido una impresión, muy peculiar y poderosa, análoga a poesía. De un modo bastante curioso, de alguna forma es más análoga a la pintura y recuerda mucho la impresión que producen los mejores pintores modernos cuando arrojan una extraña y casi cruda luz sobre objetos austeros y rectangulares, o cuando parecen estar tanteando más que tratando de asir los pilares mismos de la mente subconsciente. Probablemente esto es porque en su obra hay una cualidad que es primitiva – en el mejor sentido de una palabra muy mal utilizada – pero, de cualquier manera que sea, el placer, definitivamente, no es sólo de la razón sino también de la imaginación.

Quizás la impresión está relacionada con el hecho que los pintores trabajan con cosas reales y sin palabras. Un artista dibuja bastante seriamente las grandes curvas de un cerdo porque no está pensando en la palabra “cerdo”. No hay ningún pensador que esté tan inconfundiblemente pensando acerca de cosas sin dejarse engañar por la influencia indirecta de las palabras como Santo Tomás de Aquino. Es cierto que, en ese sentido, no posee la ventaja de las palabras en un grado mayor que la desventaja de las palabras. En esto se diferencia nítidamente de, por ejemplo, San Agustín que fue, entre otras cosas, un ingenioso. También fue una especie de poeta en prosa, con un poder sobre las palabras en su aspecto emocional y ambiental, de tal modo que sus libros abundan en hermosos pasajes que resuenan en la memoria como compases de música; como el illi in vos saeviant; o bien la inolvidable exclamación. “¡Tarde te he amado, oh antigua belleza!” Es cierto que hay poco y nada de esta clase en Santo Tomás; pero si bien careció de la utilización más elevada de la pura magia de las palabras, también estuvo libre de su abuso, como el de los artistas meramente sentimentales o egocéntricos que pueden volverse tan sólo enfermizos y adeptos a una magia negra, por cierto. Y en verdad, es a través de alguna de estas comparaciones con el intelectual puramente introspectivo que podemos hallar una pista acerca de la real naturaleza de la cosa que describo, o más bien fracaso en describir. Me refiero a la poesía elemental y primitiva que brilla a través de todos sus pensamientos; y especialmente a través del pensamiento con el cual comienza todo su pensar. Es la intensa exactitud de su sentido de la relación que existe entre la mente y la cosa real fuera de la mente.

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22 de Enero, San Vicente, Diácono y Mártir





1. Huesca, que conserva una iglesia construida en el sitio de su casa natal, Zaragoza, donde estudió y desarrolló su actividad apostólica y Valencia, teatro de sus atroces tormentos y testigo de su glorioso triunfo, son las tres ciudades españolas que se disputan el honor de ser la cuna de Vicente: El relato de su «pasión» leído en las iglesias, excitó la admiración universal. Algunos años después preguntaba Agustín en la Hipona africana: "¿Qué región, qué provincia del Imperio no celebra la gloria del Diácono Vicente? ¿Quién conocería el nombre de Daciano, si no hubiera leído la pasión del mártir?". (Sermón 276). Los papas San León y San Gregorio celebraron al santo mártir en sus panegíricos, y San Isidoro de Sevilla y San Bernardo, en sus escritos.

2. Su padre cónsul y su madre Enola, natural de Huesca, lo confiaron a San Valero, obispo de Zaragoza, bajo cuya dirección hizo rápidos progresos en la virtud. A los veintidós años, el obispo, que era tartamudo, le eligió diácono y le confió el cuidado de la predicación con lo que Valero, quedó en la penumbra.

3. A principios del siglo I, Diocleciano y Maximiano, los dos emperadores romanos reinantes, juraron exterminar la religión cristiana. Siendo procónsul en España, el griego Daciano, que odiaba el cristianismo, arremetió contra los pastores para amedrentar al rebaño. En Zaragoza mandó prender al obispo y al diácono Vicente, pero no quiso entregarlos al suplicio. «Si no empiezo por quebrantar sus fuerzas con abrumadores trabajos, estoy seguro de mi derrota», pensaba. Les cargó con pesadas cadenas, y ordenó conducirlos a pie hasta Valencia, haciéndoles padecer hambre y sed. En el largo viaje, los soldados les afligieron con toda clase de malos tratos.

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21 de enero de 2011

El aborto no es el mayor pecado






l aborto no es actualmente el pecado más grave de la humanidad. Es, desde luego, uno de los mayores crímenes que pueden cometerse contra los seres humanos: matarlos, quitarles la vida. También es gravísimo quitarles la fe, escandalizarlos, ayudarles a pecar, matarlos de hambre, por omisión de las acciones que podrían realizarse para sacarles de su miseria, etc. De todos modos, el aborto es un crimen enorme: matar un ser humano en el propio seno de su madre, cuando, siendo inocente, está indefenso, en un estado de total vulnerabilidad y debilidad. Horrible, espantoso.

Pero el pecado más grave del hombre es la infidelidad, no creer en Dios, y aún es peor la apostasía. Cuando al comienzo de la carta a los Romanos describe San Pablo los pecados de la humanidad pagana de su tiempo, dice:

«Desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son conocidos mediante las criaturas. De manera que son inexcusables, por cuanto conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias… Alardeando de sabios se hicieron necios… Por esto los entregó Dios a los deseos de su corazón… pues trocaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar de al Creador, que es bendito por los siglos. Por eso los entregó Dios a las pasiones vergonzosas», etc. Y enumera más de veinte pecados-consecuencias del pecado-principal, la negación de Dios (Romanos 1, extractos).

Siempre la Iglesia ha considerado la infidelidad (no-fe) como el más terrible de los pecados, como aquello que más pervierte al hombre y a la sociedad, como el pecado que más pecados causa y engendra. Santo Tomás de Aquino lo explica así:

El pecado es «aversio a Deo et conversio ad creaturas» (STh III, 86,4 ad1m; II-II, 118,5; I-II, 71,6). Aversio en latín tiene más el sentido de apartamiento, separación, que el de aborrecimiento, aunque también puede significarlo. «Todo pecado consiste en la aversión a Dios. Y tanto mayor será un pecado cuanto más separa al hombre de Dios. Ahora bien, la infidelidad es lo que más aleja de Dios… Por tanto, consta claramente que el pecado de infidelidad es el mayor de cuantos pervierten la vida moral» (II-II, 10,3).

Y aún más grave pecado es la apostasía, por la que el creyente abandona la fe. La apostasía es la forma extrema y absoluta de la infidelidad (STh 12,1 ad3m). No hay para un cristiano un mal mayor que abandonar la fe católica, apagar la luz y volver a las tinieblas, donde reina el diablo. Así lo entendió la Iglesia desde el principio, como lo afirman San Pedro y San Juan:

«Si una vez retirados de las corrupciones del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, de nuevo se enredan en ellas y se dejan vencer, su finales se hacen peores que sus principios. Mejor les fuera no haber conocido el camino de la justicia, que después de conocerlo, abandonar los santos preceptos que les fueron dados. En ellos se realiza aquel proverbio verdadero: “se volvió el perro a su vómito, y la cerda, lavada, vuelve a revolcarse en el barro”» (2Pe 2,20-22). De los renegados, herejes y apóstatas, dice San Juan: «muchos se han hecho anticristos… De nosotros han salido, pero no eran de los nuestros» (1Jn 2,18-19). Y lo mismo Santo Tomás:

«“El justo vive de la fe” [Rm 1,17]. Y así, de igual modo que perdida la vida corporal, todos los miembros y partes del hombre pierden su disposición debida [se corrompen], muerta la vida de justicia, que es por la fe, se produce el desorden de todos los miembros. En la boca, que manifiesta el corazón; en seguida en los ojos, en los medios del movimiento; y por último, en la voluntad, que tiende al mal» (II-II, 12,1 ad2m).

Una sociedad apóstata es capaz de crímenes mayores que una sociedad pagana. Corruptio optimi pessima. Son muchos los pueblos que, ateniéndose a sus tradiciones y religiones naturales, valoran el culto a sus dioses, el respeto a los padres, la virginidad, la maternidad, la obediencia a las autoridades escolares y cívicas, etc. Son naciones que no han llegado a los extremos de perversidad alcanzada por las naciones apóstatas de antigua filiación cristiana. En éstas pueden darse horrores extremos, como «el derecho al aborto», financiado por los contribuyentes, «el matrimonio homosexual», equiparado al matrimonio, el adiestramiento estatal para la rebeldía y la fornicación, también financiado por los contribuyentes, etc. Una sociedad apóstata es diabólica, es capaz de promover, legalizar y financiar las mayores atrocidades.

El aborto es la muestra más patente de que negando a Dios, el hombre no queda libre, abandonado a sí mismo, sino cautivo del diablo, que es «padre de la mentira y homicida desde el principio» (Jn 8,44). No hablo ahora de quien por debilidad comete un aborto. Trato de quienes lo defienden como un derecho humano irrenunciable, como un progreso en la historia del derecho. Y en ese sentido el aborto es diabólico:

–es diabólico el aborto porque es mentira. Hablar del derecho que una mujer madre tiene sobre su propio cuerpo; considerar el feto humano como si fuera un tumor extirpable; poner en duda la identidad humana del niño concebido por padres humanos… todo eso es diabólico. Hay conocimientos científicos sobradamente suficientes para asegurar la identidad genética que se mantiene desde el óvulo fecundado al niño nacido y crecido. No hace falta ser cristiano y tener fe para estar cierto de que el ser concebido en el seno de la mujer es un ser humano viviente. ¿Qué otro ente puede ser, un antropoide? El aborto es mentira, es diabólico. Y todos los filósofos, científicos, escritores y periodistas que callan esta verdad o la niegan están bajo el influjo del Padre de la Mentira.

–es diabólico el aborto porque es homicida, es mata-hombres, como el diablo lo es desde el principio, desde Caín matando a Abel, porque es el enemigo del género humano. Y así como Cristo es «el Autor de la vida», como bellamente le llama San Pedro en su primera predicación apostólica (Hch 3,15), el diablo en cambio es el autor del pecado y de la muerte. De Cristo nos viene la verdad y la vida; del diablo, la mentira y el homicidio. Por tanto, el aborto es diabólico.

José María Iraburu, sacerdote

Día de los Santos Inocentes mártires 2010

21 de Enero, Santa Inés, Vírgen y Mártir







n halo de leyenda, tejida poco después de su muerte y aumentada en los siglos medievales, envuelve la encantadora imagen de esta doncella mártir. Es el arquetipo y símbolo de la virginidad hasta la inmolación. Los antiguos Padres de la Iglesia loan, conmovidos, la extraordinaria entereza de esta niña frágil y delicada que, "a los trece años de edad - canta el oficio en su día - perdió la muerte y halló la vida, porque solamente amó al Autor de la vida".

San Ambrosio, en su libro De Virginibus que es un conjunto de homilías, habla largamente de Inés; pero habla como quien sabe que su auditorio conoce ya los hechos que va ensalzando: "¿Qué podemos decir nosotros que sea digno de aquella cuyo nombre mismo entraña un elogio?" Alude a la etimología de la palabra Inés, en latín Agnes, que, si se deriva de esta lengua, significa agnus, cordero; y si proviene del griego, agnos pura. "Esta mártir tiene tantos heraldos que la alaban, como personas pronuncian su nombre."

El sabio obispo de Milán pasa después a comentar la narración del martirio, sin duda apoyándose en las Actas que ya por entonces se conocían, y tal vez un tanto alteradas. Y dice: "Refiérese que tenía trece años cuando padeció. La crueldad del tirano fué tanto más detestable cuanto no perdonó una edad tan tierna. Pero, notemos ante todas las cosas el poder de la fe, que halla testigos de tal edad. ¿Había acaso sitio en tan pequeño cuerpo para tantas heridas? Mas, donde no había sitio para recibir el hierro, lo había para vencer al hierro. Muéstrase intrépida en las ensangrentadas manos de los verdugos; no se conmueve cuando oye arrastrar con estrépito pesadas cadenas; ofrece todo su cuerpo a la espada del soldado furioso; ignora todavía lo que es la muerte, pero está dispuesta, si es llevada contra su voluntad a los altares de los ídolos, a tender las manos hacía Jesucristo desde el fondo de la hoguera y a formar, aun sobre el brasero sacrílego, ese signo que es el triunfo del Señor victorioso. Introduce el cuello y las manos en las argollas de hierro que le presentan, pero ninguna puede ceñir miembros tan pequeños..." "No iría el esposo a las bodas con tanto apresuramiento como ponía esta santa virgen en dirigirse con paso ligero al lugar del suplicio, gozosa de su proximidad. Todos lloraban, todos menos ella. La mayor parte admiraban la gran facilidad con que, pródiga de una vida que aún no había gozado, la daba como si la hubiese ya agotado. Estaban todos llenos de asombro de que se mostrase testigo de la Divinidad en una edad en que no podía aún disponer de sí misma. ¡Cuántas amenazas emplea el tirano para intimidaría! ¡Cuántos halagos para persuadirla! ¡Cuántos hombres la deseaban por esposa!" Mas ella contestaba: "La esposa injuria al esposo si desea agradar a otros. Unicamente me poseerá el que primero me eligió. ¿Por qué tardas tanto, verdugo? Perezca este cuerpo que pueden amar ojos a los cuales no quiero complacer." Llega, ora, inclina la cabeza. Hubierais visto temblar al verdugo, lleno de miedo, como si él fuese el condenado a muerte. Su mano tiembla, palidece por el peligro ajeno, en tanto que la jovencita mira sin temor su propio peligro. He aquí, pues, en una sola víctima, dos martirios: el de la pureza y el de la religión. Inés permanece virgen y obtiene el martirio."

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20 de enero de 2011

20 de Enero, San Fabián, Papa y Mártir. San Sebastián, Soldado y Mártir



artirologio Romano: San Fabián, papa y mártir, que, siendo simple laico, fue llamado al pontificado por indicación divina y, después de dar ejemplo de fe y virtud, sufrió el martirio en la persecución bajo el emperador Decio. San Cipriano, al hacer el elogio de su combate, afirma que dejó el testimonio de haber regido la Iglesia de modo irreprochable e ilustre. Su cuerpo fue sepultado en este día en el cementerio de Calixto, en la vía Apia de Roma (250).


San Sebastián, Soldado y Mártir

espués de la persecución de Valeriano, el emperador Galieno, su sucesor, dirigió un rescripto a los obispos por el que les permitía reanudar el culto cristiano y ocupar las iglesias que unos años antes les habían sido confiscadas. Los emperadores siguientes respetaron aquel rescripto y el cristianismo gozó de un largo período de paz. Sí se dieron casos de persecución en provincias, ello fue debido más al celo intempestivo de algún prefecto que a la voluntad expresa del emperador.

Durante los años que transcurrieron del 260 hasta rayar el siglo IV, la Iglesia completó la organización por todo el Imperio y afianzó su prestigio. Había muchos cristianos en todas partes: llegando a ser mayoría en algunas ciudades de Asia Menor. Los había entre los funcionarios públicos, entre los cargos palatinos y en la milicia. Fue preciso edificar nuevos templos espaciosos, pues los locales construidos en el decurso del siglo III no bastaban para atender a la multitud de fieles. Quedaba muy lejos el tiempo aquel en que los cristianos eran mal vistos y acusados de los peores crímenes.

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19 de enero de 2011

A tiempo y a destiempo



Este artículo fue publicado originalmente, el 18 de Enero de 2009.

Como en toda obra buena, en su relectura se enriquecen los conceptos otrora adquiridos.

Así es que he decidido republicarlo a "destiempo", reafirmando, para mí y para mis lectores lo expresado en aquella oprtunidad.



18 de Enero de 2009

El objetivo de esta bitácora, por si algún lector descuidado, distraído o desinformado, no se ha dado cuenta, es proclamar a voz en cuello la Reyecía , no sólo espiritual, sino política y social de Nuestro Señor Jesucristo.

Por eso las citas tan frecuentes de SS San Pío X: "Omnia instaurare in Christo" (toda una definición Política, con mayúsculas).

Tambien habrán notado los más avisados, que se publican muchos sermones del R.P. Podestá, de quien fuí feligrés durante muchos años, por su "tradicionalidad" (valga el neologismo), y por su elocuencia, (a la cual sus escritos, transcriptos de sus homilías, no hacen mérito).


En feliz concurrencia, mi hermano menor (en puridad, el marido de mi hermana menor), a quien su edad y su "insolencia" le permiten llamarme "tío", me consulta ayer si sabía cuál era el icono más antiguo que se conserva.

Por cierto que no lo sabía. pero investigando un poco, descubro, como no podía ser de otro modo, que es un
Pantocrator (Rey del Universo), realizado c.550, que se conserva en el Convento de Santa Catalina del Monte Sinaí, o de la Transfiguración, en la península del mismo nombre. Buscando el día de hoy un sermón sobre las bodas de Canaá, evangelio del día, por curiosidad leo uno de este esclarecido sacerdote católico, sobre Cristo Rey, del año 2005.

De allí el título de esta entrada: a destiempo (litúrgico), que no "existencial", un sermón sobre Cristo Rey, Señor de Todo lo Creado:
Pantocrator.

El Cruzamante.



Cristo Rey

Pantocrator. c. 550



por el R. P. Gustavo Podestá


ún los más jóvenes recuerdan cómo tanto en la Iglesia -a cuya cabeza se le adjudicó desproporcionadamente parte del triunfo- como en las sociedades occidentales, la caída del comunismo significó un nuevo impulso de optimismo para las alicaídas doctrinas del progreso que venían imperando desde, al menos, hacía dos siglos. De hecho dichas expectativas optimistas habían vuelto a ser alentadas tan pronto terminada la segunda guerra mundial, y habían alcanzado su mayor auge en la época de Kennedy, cuando parecía que, poco a poco, el final de la guerra fría culminaba en una especie de pacto de coexistencia -por no decir colaboración- entre un comunismo ruso que disimulaba sus aspectos más inhumanos y un occidente -y lamentablemente una parte de la Iglesia - que coqueteaba sin pudor alguno con el marxismo y el tercermundismo. Llevando, en muchos lugares, como Latinoamérica y su Teología de la Liberación , a la guerrilla más sangrienta.


No hay que olvidar esta situación de la era de Kennedy para entender el clima de utopismo progresista que permeó todo el desarrollo del Concilio Vaticano II. Concilio que se cuidó bien de romper este clima de conciliación con ningún tipo de condena o reclamo doctrinal, no haciendo la más mínima mención al drama de los países en manos del marxismo y asimilando, en un lenguaje farragoso y poco preciso, todas las ideas fuerzas del universalismo pacifista, 'nación-unidista' y 'ecológico-socialista' de la época. Desde entonces los clérigos que se formaron en los seminarios fueron obligados a alimentarse de esa literatura conciliar, fruto de compromisos entre contrapuestas tendencias eclesiásticas y que, salvo allí donde repetían, fuera de contexto, afirmaciones del Magisterio anterior, no aportaban nada a la formación de las mentes ni de los corazones. Así hemos llegado a la predicación humanista actual, despojada de fibra y teología, que suele escucharse en nuestros púlpitos y cátedras episcopales.

Pero claro, lo de Kennedy tocó a su fin. Sus proyectos fracasaron lastimosamente, al menos en Latinoamérica, entre otras cosas, no por el menor motivo de que la supuesta 'ayuda americana' era tragada por la avidez de burocracias corruptas que no alcanzaban sus beneficios a la gente y porque lo único que de hecho llegaba era la ideología inmoral, siempre izquierdosa y anticristiana, que dominaba la ONU , la UNESCO, la OMS, la Banca Mundial, la CEPAL y otras 'organizaciones no gubernamentales', pero costeadas por intereses mundialistas.

De todos modos, caído el comunismo, el 'tercermundismo' llamado católico perdió uno de sus caballitos de batalla.

Es bueno recordar que ese fenómeno de mixtura entre cristianismo y marxismo militante había sido la lógica consecuencia de que el catolicismo hubiera echado por la borda -a partir de la aceptación de León XIII, a fines del siglo XIX, de las reglas de juego de la democracia liberal y partitocrática- su proyección necesaria en la política y la economía. La Iglesia oficial, renunciando a la cristiandad en contra de la naturaleza misma del catolicismo, redujo la fe a la vida puramente familiar y personal. La renuncia a aquella cristiandad y la adopción de otras praxis no específicamente católicas tomó su forma definitiva en el Vaticano II. Ya a ningún prelado significativo se le ocurrirá sostener la verdad de siempre de que, si el mundo, aún en sus estructuras temporales, debe servir al auténtico Bien Común, su única posibilidad consiste en someterse desde ya, en este tiempo, a la reyecía de Cristo. Así la fiesta de Cristo Rey que estamos celebrando hoy, trasladada al final del año litúrgico, se transformó en el festejo de una meta puramente escatológica, fuera del tiempo.

En realidad la lápida teórica a la reyecía temporal de Cristo la había suministrado el filósofo cristiano de origen judío Jacques Maritain, quien sostenía, la posibilidad y necesidad de una política puramente humanista sin referencia a lo sobrenatural -sólo basada en una ley natural que, despojada de sustento cristiano, fue suplantada prestamente por los cambiantes así llamados derechos humanos-.

De todos modos, cuando, por exigencias internas de la fe, muchos católicos sintieron la necesidad de proyectarla política y socialmente, perdida la memoria de la cristiandad y la auténtica política católica, no encontraron modelo mejor que, por una parte el liberalismo y, en su ala más comprometida, el socialismo marxista, que les parecía -erróneamente- respondía mejor a las pautas cristianas. Y así, desde el evangelio, hasta se llegó a justificar y alentar el terrorismo y la subversión.

Pero, como decíamos, fracasado el comunismo, al menos en la Unión Soviética, quedaba, aparentemente solo y triunfante, el modelo liberal. Adalid teórico o al menos propagandista 'best seller' de dicho modelo victorioso fue el mediático Francis Fukuyama, nacido en el año 1952 en Chicago, doctorado en Harvard. La obra que lo lanzó a la fama fue "El fin de la historia", del año 1992. Allí postulaba que -caídas todas las luchas ideológicas junto al muro de Berlín- el progreso había alcanzado finalmente su objetivo. El triunfo arrasador de la democracia liberal era capaz de terminar con toda guerra. Todo el mundo se iría dando cuenta ahora de las ventajas del sistema, el único apto para garantizar el crecimiento y distribución de la riqueza de las naciones y el máximo garante de las libertades individuales y felicidad de las mayorías. La historia se había cerrado.

El libro tuvo una repercusión fulminante y sustentó durante mucho tiempo las tesis sobre la globalización.

Pero el mismo Fukuyama ha debido, en obras posteriores, por cierto de menor repercusión, ir matizando sus afirmaciones. Desde dos desmañadas obras del 95 y el 99 tendientes a la defensa de 'valores', incluso familiares, como necesarios para sustentar la prosperidad y el crecimiento -que fueron la base teórica del llamado renacimiento moral americano (efímero, por cierto), hasta, en el 2002, "Nuestro futuro posthumano. Consecuencias de la revolución de la biotecnología", donde Fukuyama tomaba en cuenta las nuevas posibilidades de la ingeniería genética de intervenir en el cerebro y comportamiento humanos, cosa que crearía, a su juicio, fuentes de desigualdad no previstas en sus obras anteriores. La bioética fue en esos años su preocupación y, de hecho, es en este renglón, actual asesor del presidente Bush.

Sin embargo su último libro, recién traducido al castellano, "La construcción del estado. Hacia un nuevo orden mundial en el siglo XXI", apenas toca el tema. En realidad habla de que el fracaso, al menos temporal, de su tesis del "Fin de la Historia ", tiene su explicación en la debilidad de los estados, incapaces de imponer el verdadero orden liberal, sobre todo en los países del tercer mundo. Y así Fukuyama defiende la tutela que, mediante ejércitos globalizados, han de ejercer las organizaciones internacionales, y, mientras éstas se muestren ineficaces, la necesidad de que asuman dicha tutela Estados fuertes donde impere la libertad, como los Estados Unidos, interviniendo allí donde los estados nacionales no cumplan el papel de hacer respetar las garantías individuales.

Curioso que, en su libro, a pesar de que sus cambios de posición obedecen en gran parte al 11 N y lo de las torres gemelas, el Islam apenas aparezca mentado como 'fenómeno pasajero', excusa solo de masas pauperizadas -según F- y que desaparecerá tan pronto sus seguidores comprendan el papel benéfico del sistema global impuesto convincentemente por las armas y las inversiones. Curioso también que en sus obras no se haga nunca la más mínima alusión al papel de la Iglesia Católica sino como lejano factor histórico ya superado.

(Fukuyama anda en estos momentos por aquí, en Buenos Aires, invitado por la Universidad di Tella y acaba de dictar, en el auditorio del edificio Malba, una conferencia sobre el tema)

Pero es verdad que a los grupos -de los cuales Fukuyama, a la manera de Kissinger, no es sino un hábil mercenario-, consciente o no; e.d. a la Trilateral , al grupo Bilderberg, al Council on Foreign Relations (CFR), a las grandes empresas noticiosas, a los tejes-manejes anticristianos judeo talmúdicos y masónicos en sus miles de disfraces, lo único que les interesa es, precisamente, hacer desaparecer a la Iglesia como verdadero fin de la historia. Porque -es bueno tenerlo siempre claro-: a pesar de los fatídicos equilibrios maritainianos y conciliares, no existen más metafísicas -como afirma San Pablo en la epístola que acabamos de escuchar (I Cor 15, 20)- ni por lo tanto más políticas que la de (1) o aceptar que el hombre es criatura y, por lo tanto, ha de encaminar su vida y sus sociedades de acuerdo a la ley de su Creador expresada en las leyes naturales y en Cristo Rey, ayudado necesariamente por Su Gracia y encaminado a la Vida verdadera; o (2) el hombre es Dios y por tanto capaz de modificar las normas a su arbitrio, sin el recurso a ninguna fuerza que venga de lo alto y encerrado en los límites adamíticos, a la postre homicidas, de su naturaleza.

En esta segunda metafísica, prometeica y demoníaca, es imperioso suplir la unidad humana sublimada por Cristo y su Iglesia en el respeto de toda persona, raza, nación y cultura sanables, por un universalismo igualitario y humanista de mediano consumo, digitalmentee controlado, satisfecho en sus instancias primarias, recreado por sexo, fútbol y droga. Todas las religiones adorando al hombre y, la católica, admitida sólo como una más, y en la medida en que sirva a la democracia y a la humanidad global. Y, lamentablemente, en eso estamos: ¿Cristo Rey? Una conmemoración simbólica. Lo único verdadero: el Reino mundialista del hombre. El hombre rey, el hombre dios, la ecología entronizada, la humanidad incensada, la democracia reunida alrededor del circo y del pan elevados a liturgia dominical.

De tal modo que hoy ni siquiera cuando hombres de Iglesia son atacados o impugnados por la política podemos estar seguros de que lo sean como un factor más de poder en el cual ficticias rivalidades hacen a la estabilidad del sistema global o lo hacen realmente por oposición a lo cristiano. Todo es confuso.

Por ejemplo, cuando nuestro impresentable presidente, dueño de millones mal habidos depositados en el exterior y mentor de cuanta iniciativa corruptora y disolvente pueda proponerse en el país, ataca a hombres de Iglesia, hasta es capaz de decir cosas verdaderas. Como por ejemplo cuando afirma que la Declaración de la nonagésima Asamblea General de la Conferencia Episcopal Argentina más parece el manifiesto de un partido político que una pieza de índole religiosa y pastoral.

Lo mismo cuando insta a los obispos a que, en lugar de criticar para afuera, miren un poco qué es lo que está sucediendo dentro de la Iglesia. Y lo cierto es que, en eso de tomarlos medio en broma, como lo ha hecho algún ministro, no dejan de ser razonables, porque si nuestros dirigentes eclesiásticos tienen la misma idoneidad para dar consejos sobre la marcha de la economía del país como la que demuestran para dirigir a sus iglesias en ruinas y sus inexistentes vocaciones sacerdotales y sus fieles refugiándose en las sectas o en el ateísmo práctico -según estadísticas que alarman a la Santa Sede-, francamente no parece serio hacerles demasiado caso.

Antes, los obispos hablaban en nombre de Cristo Rey, de la Tradición católica, de siglos de gobierno inspirado por las verdades cristianas. Pero ahora que nada de ello se predica, que, para peor, aparentemente se ha pedido perdón por esa maravillosa experiencia y doctrina milenaria, ¿en nombre de qué competencia o autoridad los religiosos reivindican potestad alguna sobre problemas económicos, sociales, o políticos? Si, como sería lógico, de política y leyes se pronunciaran abogados católicos, la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Católica , la Corporación de abogados católicos; si sobre economía lo hiciera la Facultad de Economía de la misma UCA o asociaciones de empresarios católicos o corporaciones profesionales semejantes, al menos tendrían la seriedad de sus conocimientos y experiencia y cierta lejana garantía de su inspiración católica. Pero la reunión de cuatro o cinco días de religiosos que cuanto mucho han estudiado -no todos demasiado bien- algo de teología y un cristianismo adaptado a los tiempos e infiltrado por la gnosis masónica, ¿qué puede sacar de lúcido respecto de cuestiones sociales y políticas? Más, cuando sabemos que cada uno, en esas materias, no sólo no tienen grandes estudios y casi todo lo absorben de la televisión que miran a la noche y los diarios o noticiosos que leen o escuchan a la mañana, sino que, en sus opiniones, tienen entre sí tantas divergencias como la de los diversos partidos por los cuales, como cualquier integrante del padrón, votan religiosamente cuando les toca hacerlo.

Nos gustaría más escucharlos hablar católicamente de cuestiones religiosas -como irónicamente les ha sugerido el presidente 'K'-. Pero también allí, la prudencia y las nuevas doctrinas de la libertad religiosa -piedra libre para contaminar con cualquier superchería la mente ya bastante estragada de nuestros pueblos- y la de la igualdad de todas las religiones, 'dogmas' impuestos por los poderes mundiales, obliga a nuestros pastores a ser sinuosos, jamás claros, amigos de componendas, de no enfrentamientos.

Eso es lo peor, hoy: el 'enfrentamiento'. Por eso, a callar cuando algún obispo digno se atreve a hacer afirmaciones religiosas sobre una verdad moral y suscita las iras del gobierno. Por eso, a asombrarse y desmentir rápidamente -mediante 'voceros'- cuando algún pasaje acertado que por casualidad se les escapó en medio de un documento tan inocuo y sin trascendencia como el emitido por la Conferencia , toma vuelo y suscita ira y reacción. Pero, sobre todo, jamás referirse a que en la Iglesia misma hay problemas, que las cosas no van como deberían ir o que se dude de que ellos manejan infaliblemente bien a sus diócesis, más aún que las han 'renovado' venciendo la herencia vetusta que les dejaron sus predecesores.

Pero esto ya es un hecho: estamos casi peor que en épocas preconstantinianas, que en las catacumbas. Una a una han sido destruidas las esencias nacionales otrora católicas reconocedoras de Cristo Rey. Las ideas gnósticas judeo talmúdicas y masónicas han carcomido el caracú de la antigua cristiandad; dos guerras mundiales han abatido lo poco que de ella restaba; los medios y las grandes finanzas están en manos del enemigo; el ariete talmúdico del Islam avanza -como lo ha hecho desde su nacimiento salvo retrocesos temporarios- en todos los frentes.

Pocos eclesiásticos se atreven a predicar la 'entera verdad', como ha acusado el Papa Benedicto hace una semana nada menos que a los obispos de Austria. No quedan ni naciones, ni ejércitos cristianos; solo, aislados, unos cuantos soldados, algunos obispos, algunos religiosos, algunas familias, algunos que todavía ven y reconocen, al menos en sus vidas, la reyecía del Señor del Universo. Por eso la reconquista, si todavía es posible en esta tierra, habrá de ser esforzada y paulatina.

Y hay que empezar por lo más importante: por lo que acaba de decir el Papa Benedicto y les leo: "Es necesario, dar a la Iglesia un cambio de dirección. Antes que nada la confesión clara, corajuda y entusiasta de la fe en Jesucristo, -no de cualquier Dios esfuminado- el Cristo que vive aquí y ahora en su Iglesia, único en quien el hombre puede encontrar la felicidad. (.) Y hacerlo sin concesiones, como en los primeros tiempos, en clara misión de proclamar la entera verdad. (.) Aunque puede que debamos en nuestros días actuar con ponderación, la prudencia de ninguna manera ha de impedirnos presentar la palabra de Dios con total claridad, aun en aquellas cosas que el mundo no quiere aceptar o que suscitan reacciones de protesta o de burla. (.) Una enseñanza católica que se ofrece de modo incompleto, es una contradicción en sí misma y, a largo plazo, no puede ser fecunda. Sólo la claridad y belleza de la fe católica integral puede hacer luminosa la vida del hombre y de las sociedades. Sobre todo si se presenta mediante testigos entusiastas y entusiasmantes"

Siguiendo a nuestro Papa y en la solemnidad de hoy, comprometámonos, más que nunca, en esta Iglesia asediada, en este mundo y esta patria que han sido arrebatados a nuestro Rey, a cerrar filas a su vera y, al menos en el bastión de nuestros corazones, seguir proclamando, con nuestra vida y conducta, que tenemos sólo a Cristo por Rey.

Concepción Católica de la Economía (5)





Por el R.P. Julio Meinvielle

Edición de los Cursos de Cultura Católica. Impreso por Francisco A. Colombo, 19 de septiembre de 1936.

Tomado de Stat Veritas








CAPITULO V

EL CONSUMO

emos visto en el precedente capítulo la suerte de una economía entregada al dinero como a su último fin. Siendo éste, de suyo, infinito, ilimitado, como observaron Aristóteles y Santo Tomás, debía imprimir un movimiento de aceleración infinita a toda la vida económica. Así acaeció, en efecto. El ansia insaciable de lucrar, no sólo desatada sino glorificada en el régimen económico moderno, estimuló el comercio del dinero con dinero para producir más dinero. Las Finanzas, con su motor, el préstamo a interés, coronaron toda la vida económica.

En una economía colocada bajo el signo del lucro, detrás de las Finanzas debía seguir, corriendo vertiginosamente, el comercio de mercaderías, porque en él, sin una actividad directamente productora, se acrecienta rápidamente el dinero. Y así, la vida comercial y mercantil, con la furia desbocada del transporte marítimo, fluvial y carretero, agitó la humanidad hasta entonces relativamente pacífica, haciendo de ella un inmenso mercado.

Detrás del comercio debía venir, también en carrera vertiginosa, para responder a la incesante demanda del mercado, la producción. Primero la producción industrial, porque se ejerce en el dominio de lo artificial y por ende de lo ilimitado; y en segundo lugar, la natural que, por lo mismo, está atada a las exigencias limitadas de las fuerzas naturales.

Por fin, si hay que producir para comerciar y comerciar para lucrar, es necesario también consumir, porque si no hay consumo, no es posible la producción. Pero el consumo siempre es forzosamente limitado, aunque de propósito se le pervierta. Y es más limitado que la producción de la tierra. Luego, debe venir detrás de ella.

Y así, en la economía lucrativa del mundo moderno, el consumo viene a la cola de todo proceso económico, arrastrado por la producción, así como a ésta le arrastra el comercio, y a éste, a su vez, la Banca.

Sería erróneo sacar de aquí la consecuencia de que en el mundo moderno se busca no comer. Al contrario, se busca que se coma, que se consuma en modo infinito, ilimitado, acelerado, para poder producir infinitamente y comerciar infinitamente y lucrar infinitamente. En este mundo sin Dios, el infinito de la materia se filtra por todos los dominios de la actividad.

El error de la economía moderna no está, pues, en suprimir el consumo. Al contrario, está en elevarlo al infinito para poder continuar hasta el infinito los otros procesos económicos.
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19 de Enero, San Canuto, Rey y Mártir











ació hacia la mitad del siglo XI y es hijo natural de Sven II el rey de Dinamarca. Desde joven resaltan en él las mejores cualidades para la lucha y posee apreciadas dotes de conquistador. Pelea contra los piratas que destrozan las costas del reino y logra limpiar los mares; sale vencedor en las sangrientas guerras contra los vendos paganos. Crece más y más su estima entre el pueblo. Pero a la muerte de su padre usurpa el trono su hermano Harald porque la nobleza prefiere un rey flojo y estúpido, que muere a los dos años. Entonces es cuando sube al trono Canuto, corriendo el año 1080.

Se esfuerza por restablecer las buenas costumbres ya que se ha encontrado con un reino que aún sufre los tropiezos del paganismo. Purga al pueblo de vicios y desórdenes. Guerrea contra Estonia y añade a Dinamarca los territorios de Curlandia y Samogitia. Parece que no por ambición, sino por piedad; de hecho, inmediatamente manda misioneros que evangelicen a los habitantes de esas tierras.

Como suele suceder en un rey, se casó con Adela, hija de Roberto, conde de Flandes, de quien tuvo a Carlos el Bueno.

Dispone las cosas del reino con leyes humanas, sabias y prudentes. Hace por los menesterosos, construye hospitales, su tesoro es para los pobres. Favorece la misión de la Iglesia con la construcción de templos y patrocinando monasterios. Precisamente la cuestión de los diezmos le indispone con los nobles. Intenta desarraigar en el pueblo la mala costumbre de atribuir únicamente a los pecados de los clérigos la causa de las calamidades que periódicamente afligen al pueblo, las enfermedades, catástrofes y todo tipo de desórdenes naturales.

Por su parte, adopta actitudes penitenciales. Tiene una piedad grande que le lleva a traer después de invadir Inglaterra, las reliquias de san Albano. Entre todas las actitudes religiosas destaca su amor y veneración por la Eucaristía. Sinceramente es capaz de poner a los pies de Cristo crucificado su espada, su corona y las insignias reales ¡y lo hace!

Es traicionado por su hermano Olao. Un día que asiste a la Misa en Odense, en la isla de Fünen y en la iglesia de san Albano, acompañado por algunos leales, los rebeldes capitaneados por Blacon rodean la Iglesia. Después de haber confesado y comulgado, muere asaeteado, perdonando a sus enemigos. Fue un 10 de enero del 1087. Es canonizado y proclamado primer santo de Dinamarca el año 1.100. El papa Clemente X reconoce su culto para toda la Iglesia y manda se celebre el 19 de enero.

En nuestra época puede resultarnos extraña la figura de un santo rudo, peleón, invasor de tierras extrañas y exigente sin contemplaciones. Parece convencernos más su bondad con los pobres, su compasión con el débil, su piedad y penitencia. Pero él hizo lo que pudo para ser leal consigo mismo, bueno con su pueblo y fiel con la Iglesia.

18 de enero de 2011

Gobernar a los hombres






por Vittorio Messori


Visto y Tomado de Conoze










a que tanto se discute acerca de las reformas institucionales, sobre el indispensable cambio de sistema, puede ser interesante no perder de vista la perspectiva católica.


Es sabido que los hombres pueden organizarse según tres modelos fundamentales, si bien divididos, mezclados y entrelazados de modos diversos: la monarquía, la aristocracia y la democracia.



La Iglesia siempre ha llamado a no preferir en abstracto a ninguno de estos modelos así como a no excluir tampoco a ninguno de ellos: la elección depende de los tiempos, de la historia y de la idiosincrasia de los diversos pueblos. Así, si los últimos papas (pero empezando sólo desde Pío XII con el mensaje radiado la Navidad de 1944, cuya difusión fue prohibida, y no por casualidad, en Alemania y en la República de Saló) parecían preferir para el Occidente contemporáneo el sistema representativo parlamentario, se han guardado mucho por otro lado de hacer de ello una especie de dogma, como si fuese el único aceptable para un católico. Sencillamente, lo han considerado el más oportuno en estos tiempos para dichos países. Por los mismos motivos, la Iglesia no debe arrepentirse ni pedir disculpas por haber mantenido a sus capellanes en las cortes de los reyes del Antiguo Régimen o por haber considerado una Res publica christiana (pese a ciertas discusiones, pero no por causa del sistema de gobierno) a la de Venecia, que representa el sistema más ilustre de régimen aristocrático.



En aquellos tiempos, en aquellos lugares, con aquellas historias y temperamentos era lo que convenía. Y, sobre todo, se trataba de autoridades legítimas para las que regía el severo mandamiento del Apóstol: «Que todos estén sometidos a las autoridades constituidas; ya que no hay más autoridad que la de Dios y las que existen son establecidas por Dios. Así, quien se opone a la autoridad se opone al orden establecido por Dios. Y quienes se opongan atraerán sobre sí la condena... Es necesario estar sometidos, no sólo por temor al castigo sino también por razones de conciencia... Dad a cada uno lo que le corresponde: a quien corresponda tributo, tributo; a quien temor, temor; a quien respeto, respeto...» (Rom. 13, 1s, 5, 7).



Desde el momento en que la Iglesia no puede hacer «lo que le sale de la cabeza», no pudiendo «inventarse» una Revelación según la moda y las exigencias siempre cambiantes porque es esclava de la Palabra de Dios (tanto si ésta gusta como si no), el comportamiento «católico» específico ante los diferentes sistemas de gobierno debería juzgarse a la luz de este párrafo de Pablo y de otros del mismo tenor repartidos por el Nuevo Testamento. Entre ellos se encuentra la Primera carta de Pedro (2, 7), esa exhortación que es casi una síntesis, tan breve como eficaz, de la praxis cristiana: «Amad a todo el mundo, amad a vuestros hermanos, temed a Dios, honrad al rey.»



Ante estas citas y ante muchísimas otras que podrían exponerse, el problema no es achacable a la Iglesia «oficial», acusada por efecto de su historia de «asimilación al poder», o de «obsequiosidad con los gobiernos, sin importar el carácter de éstos». El problema se invierte para convertirse en el de los «contestatarios», los «revolucionarios» que, no obstante, afirmaban -y en algunos casos todavía lo hacen- inspirarse en las Escrituras para llevar a cabo su lucha política, cuando éstas dicen justo lo contrario.



No se cuestiona, pues, la legitimidad «cristiana» del jesuita del siglo XVII, por poner un ejemplo, consejero del rey en Versalles; en todo caso, la del sacerdote guerrillero o el catequista revolucionario. Puede parecer desagradable pero es necesario atenerse, si se desea hacerlo, a la Palabra de Dios; o si no, inventarse otra acorde con la propia ideología.



El pensamiento católico, pues, no ha hecho un absoluto de ninguna forma política, como en la actualidad (tras despertarnos del sometimiento al «rojo» y de la borrachera «comunitaria») corremos el riesgo de hacer con el sistema democrático-liberal-capitalista que celebra inquietantes triunfos en su patria, los Estados Unidos de América.



El pensamiento católico siempre ha tenido en cuenta que todos los regímenes -hasta el más perfecto sobre el papel, el más noble en teoría- luego lo encarnan hombres a los que el pecado original ha legado una mezcla de valor y cobardía, de altruismo y egoísmo, de grandeza y de miseria.



Así pues, a lo largo de los siglos el esfuerzo de los hombres de la Iglesia se ha decantado menos por el perfeccionamiento de las estructuras y más por el de los hombres. Más que aspirar en abstracto a un «buen gobierno», ha intentado contribuir a formar «buenos gobernantes». La mejor estructura sociopolítica derivada de la teoría puede llegar a convertirse en una pesadilla si la dirigen hombres indignos.



El cristianismo no es un asunto de ideólogos iluministas que se encierran en sus aposentos o en las charlas de salón o de convenciones con el fin de elaborar proyectos para «el mejor de los mundos posibles». El creyente debe sustituir aquel aroma de muerte de los principios teóricos por la realidad de la vida, el pragmatismo de la relación que no se encuentra en las estructuras anónimas sino en las personas, en su contradictoria amalgama de humanidad. La política no se redime con los «manifiestos», todo lo más redimiendo a los políticos y «purificando el corazón» del pueblo que los lleva al gobierno y los apoya.



Bajo este punto de vista también se juzgaría el grandioso esfuerzo de las órdenes religiosas, sobre todo de aquellas que surgieron después de la Reforma protestante, cuando se intentaba reconstruir una sociedad desgarrada. Es decir, del esfuerzo de los jesuitas, barnabitas, escolapios y tantos otros para asegurar una formación católica a la clase dirigente.



Solamente una superficialidad de antiguo contestatario puede escandalizarse porque aquellos religiosos parecieran favorecer a los hijos de los ricos, de los poderosos, de quienes «cuentan» (sin olvidar que los hijos de la gente pobre en modo alguno quedaron abandonados a su suerte, ya que junto a los «colegios para nobles» de jesuitas o barnabitas siempre surgieron colegios, oratorios o talleres para los abandonados). Quien se escandalice no comprende el punto de vista que debería adoptar el creyente: el prius no es la lucha para cambiar el sistema de gobierno en abstracto, que es siempre relativo, imperfecto e insatisfactorio, dado que el bien absoluto no existe en estas materias y lo máximo a lo que puede llegar la política es a limitar los daños. El prius resulta ser el compromiso para colocar en las estructuras de gobierno a buenos gobernantes. Así, formar para el deber, el sentido de la solidaridad, de la justicia y de la moderación a los vástagos de las familias nobles destinados a gestionar los poderes públicos en un futuro era la forma más eficaz de ocuparse también de la suerte del campesino, del obrero y del artesano que habrían podido sufrir los efectos prácticos de ese poder.



Por esta razón no se predicó la revuelta (cuyos resultados ya hemos visto por otro lado; y que, además, estaba descartada en las Escrituras). En cambio, sí se tuvo en consideración que la intervención sobre «los de arriba» mediante la formación evangélica de los políticos y, luego, mediante el mayor grado posible de cristianización de la política, resultaba mucho más social que la llamada a «los de abajo», con la demagogia hacia las masas. Por lo demás, eran siempre conscientes de la relatividad de todas las estructuras terrenales: «Ya que no poseemos aquí abajo una ciudad permanente sino que vamos en busca de una futura» (Hab. 13, 14); «Nuestra patria está en los cielos y allí esperamos a nuestro Señor Jesucristo como salvador» (Flp. 3, 20).



Obviamente, éstos sólo son apuntes sobre asuntos que hasta hace poco el creyente daba por descontados, pero que ahora corren el riesgo de parecer escandalosos. Son apreciaciones que pueden ayudar, de todos modos, a comprender el pasado y a intervenir sobre el presente, con vistas al futuro, sin salirse del sendero de una tradición milenaria.



Biografía de Santo Tomás de Aquino (7)











por Gilbert K. Chesterton

Tomado de La Editorial Virtual











VII – La Filosofía Permanente


s una pena que la palabra Antropología se haya degradado hasta significar el estudio de los antropoides. En la actualidad ya está asociada a riñas entre profesores de la prehistoria (en más de un sentido) sobre si una astilla de piedra es el diente de un hombre o de un mono; cosa que a veces se resuelve como en aquél famoso caso en que resultó ser el diente de un cerdo. Está muy bien que exista una ciencia puramente física de estas cosas; pero la denominación comúnmente utilizada bien hubiera podido estar dedicada, por analogía, a cosas no sólo más amplias y profundas sino algo más relevantes. Así como en Norteamérica los nuevos humanistas le han señalado a los antiguos humanitarios que su humanitarismo estuvo en gran medida concentrado en cosas que no son especialmente humanas – tales como condiciones físicas, deseos, necesidades económicas, medioambiente y etc. – del mismo modo, en la práctica, quienes se llaman antropólogos tienen que estrechar sus mentes para dedicarse a cosas materiales que no son notablemente antrópicas. Tienen que salir de caza por la Historia y la Prehistoria para atrapar algo que decididamente no es un Homo Sapiens, pero que de hecho siempre es considerado como un Simius Insipiens. El Homo Sapiens sólo puede ser considerado en relación con la Sapientia y sólo un libro como el de Santo Tomás está realmente dedicado a la idea intrínseca de Sapientia. En resumen: debería existir un verdadero estudio llamado antropología, concordante con la teología. En este sentido, Santo Tomás de Aquino, es, quizás más que otra cosa, un gran antropólogo.

Pido disculpas por las palabras iniciales de este capítulo a todos esos excelentes y eminentes hombres de ciencia que están dedicados al real estudio de la humanidad en su relación con la biología. Pero me imagino que serán los últimos en negar que, en la ciencia popular, ha habido una disposición algo desproporcionada a convertir el estudio de los seres humanos en el estudio de los salvajes. Y el salvajismo no es Historia; o bien es el comienzo de la Historia, o bien es su fin. Sospecho que los más grandes científicos estarán de acuerdo en que demasiados profesores se han perdido en la selva o en la jungla; profesores que quisieron estudiar antropología y nunca pasaron más allá de la antropofagia. Pero tengo un motivo en particular para iniciar esta sugerencia de la necesidad de una más elevada antropología con un pedido de disculpas a los genuinos biólogos que pueden parecer estar incluidos – pero que ciertamente no lo están – por esta protesta en contra de la ciencia popular barata. Porque lo primero que hay que decir de Santo Tomás como antropólogo es que realmente es como el mejor de la clase de los biólogos modernos dedicados a la antropología; es decir: es de la clase que se autodenominaría como agnóstica. Este hecho es un punto de inflexión en la Historia, tan nítido y decisivo, que la historia realmente necesita ser recordada y registrada.

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18 de Enero, la Cátedra de San Pedro en Roma.








l divino Maestro como correspondencia a la firme confesión de su fiel apóstol Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo", le dirigió aquellas trascendentales palabras: "Bienaventurado tú, Simón Baryona, porque no es la carne ni la sangre quien eso te ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos" (Mt. 16,17-19).

Con estas palabras el divino Redentor anunciaba la concesión a Pedro de una serie de privilegios sobre los demás apóstoles. Con ellos le hacía entrega del supremo poder de gobierno y magisterio, de legislador e intérprete de la doctrina evangélica, base esencial de la existencia misma de la obra de Jesús. "Todo reino dividido será desolado" había dicho el mismo divino Maestro. Y como el reino de Cristo debía existir por los siglos de los siglos hasta la consumación del mundo, aquel supremo poder debía naturalmente perpetuarse en los sucesores de Pedro. Todos estos privilegios y su perpetuación en los Romanos Pontífices se quisieron simbolizar y conmemorar en la institución de la fiesta de la Cátedra de San Pedro, cuyo origen histórico y litúrgico vamos a explicar para promover la devoción a esta solemnidad.

Uno de los medios más sencillos y eficaces de enseñar e inculcar al pueblo fiel la doctrina evangélica han sido siempre las representaciones plásticas históricas o simbólicas. De ahí la riqueza de figuraciones artísticas de las diferentes escenas referentes a la institución del supremo magisterio de San Pedro.

De San Pedro, como la roca fundamento de la Iglesia, tenemos un hermoso relieve en un sarcófago lateranense. Se ven en él una basílica, un baptisterio y un palacio en el plano superior, y más abajo, las figuras del Salvador y de su fiel apóstol, todo descansando sobre una roca. No hay duda que la basílica quería representar la de Letrán, madre de todas las iglesias, como lo indica el baptisterio contiguo y el palacio que quería recordar el que Constantino regaló a la Iglesia romana. De esa manera se expresaba al mismo tiempo que esta Iglesia era la sucesora del apóstol.

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