12 de febrero de 2011
Bodas de Infierno
12 de Febrero, los siete Fundadores de los Servitas, Confesores
a amistad ha sido siempre cantada en la Sagrada Escritura. "El mejor tesoro es un buen amigo". Hoy más que nunca se habla y escribe de fraternidad y solidaridad. Buen reclamo, pues, estos siete Santos Fundadores, con su mensaje para este mundo que tanta necesidad tiene de verdadera amistad y de generosa entrega.
Estamos en el siglo XIII y en la rica y artística ciudad de Florencia. Es este un caso insólito en la vida de la Iglesia, que ella celebre en su liturgia a tan elevado número de Santos, sin preocuparse de sus nombres ni de sus vidas, siendo que no murieron mártires como en tantos casos a través de los siglos de la Iglesia. Mártires sí que los hay en grupo y sin saber sus nombres. Entre los demás, no.
Apenas si sabemos sus nombres. Parece que fueron estos: Bonfilio, Bonayuto, Manetto, Amidio, Ugoccio, Sostenio y Alejo. Eran unos comerciantes de Florencia pertenecientes a las más distinguidas familias de la ciudad. Formaban parte de una especie de Cofradía en honor de Santa María y que el pueblo conocía como "los laudes" o "los alabadores de la Santísima Virgen". Ellos eran algo así como la Junta directiva de esta Asociación Mariana y estaban llenos del espíritu de Dios y de un filial afecto hacia la Virgen María.
Una de las Crónicas, después de afirmar que nadie sabía distinguirlos entre sí, en cuanto al fervor y observancia regular se refería, escribió: "Hubo siete hombres de tanta perfección, que nuestra Señora estimó cosa digna dar origen a su Orden por medio de ellos. No encontré que ninguno sobreviera de ellos, cuando ingresé en la Orden, a excepción de uno que se llamaba fray Alejo... La vida de dicho fray Alejo, como yo mismo pude comprobar con mis ojos, era tal, que no sólo conmovía con su ejemplo, sino que también demostraba la perfección de sus compañeros y su santidad".
¿Cómo llevaron adelante aquella empresa? - El cielo se encargaría de abrirles los caminos: El día de la Asunción, 15 de agosto, los siete recibieron una común iluminación: "Ponerse, a pesar de sus imperfecciones, a los pies de la Virgen María para que Ella obtuviera de su Hijo el perdón de todas sus faltas y los aceptase para la gloria de su Hijo y la suya... siendo siempre y en todo, los servidores de esta Reina y Señora y por ello se llamarían siervos de María".
Bien pronto fueron aprobados por su propio Obispo y por el Papa después. Las gentes los tenía como santos pues decían que obraban muchos milagros. Cierto día cuando recorrían las calles de Florencia pidiendo limosna, unos niños que ni siquiera hablaban aún, exclamaron al pasar ellos: "He ahí los servidores de la Virgen. Dadles limosna".
El Viernes Santo de 1239 la misma Virgen María se les apareció para señalarles que fuera negro su hábito y que aceptasen la Regla de San Agustín. Pronto empezaron a acudir jóvenes que deseaban abrazar aquella vida de austeridad y de servicio a la Virgen María a la que estaban especialmente dedicados. Desde un principio quisieron hacer hincapié en estas notas distintivas de su espiritualidad: Amor al retiro o soledad y también ejercicio del apostolado cuando fuere necesario pero especialmente con esta dirección: Propagar la devoción a la Virgen María en especial bajo esta faceta de su cooperación dolorosa a la Redención de Jesucristo.
Fueron muriendo poco a poco los seis fundadores. Sólo sobrevivió a todos ellos San Alejo que es el más conocido y el que tuvo la alegría de ver propagada la Orden de la Virgen María por muchas partes con abundancia de vocaciones. Tuvo perseguidores como era natural por ser obra de Dios pero, pasados algunos siglos, el 15 de enero de 1888, el Papa León XIII los elevaba a los siete al honor de los altares.
11 de febrero de 2011
J,S. Bach: Brandenburgs Concertos Nº 4, BWV 1049
Mov 2 : Andante
Mov 3 : Presto
Mitos de las Cruzadas (año 2002)
Por Thomas F. Madden
Tomado de Biblia y Tradición
as Cruzadas han sido mencionadas últimamente en las noticias. El presidente Bush cometió un error al referirse a la guerra en contra del terrorismo como una “cruzada”, y fue muy criticado por pronunciar esta palabra ofensiva e hiriente para el mundo musulmán. Si es tan hiriente, ¿porque será que los musulmanes la usan tan constantemente?. Osama bin Laden y Mullah Omar repetidamente se refieren a los norteamericanos como los “cruzados” y a la guerra actual como “una cruzada en contra del Islam”. Durante décadas los norteamericanos han sido denominados “cruzados” o “vaqueros” entre los árabes del Oriente Medio. Es evidente que las cruzadas están muy en boga en el mundo musulmán.
Tampoco han sido olvidadas en Occidente. En realidad, a pesar de las muchas diferencias entre oriente y occidente, la mayoría de las personas de ambas culturas coinciden en las ideas acerca de las Cruzadas. Es comúnmente aceptado que las Cruzadas representan una mancha en la historia de la civilización occidental en general, y de la Iglesia católica en particular. Cualquier persona ansiosa de atacar al catolicismo no demorará demasiado en sacar el tema de las Cruzadas y la Inquisición. Las Cruzadas son frecuentemente usadas como el clásico ejemplo de la maldad de la religión organizada. Un hombre común y corriente en una calle de Nueva York o en el Cairo, coincidirán en que las Cruzadas constituyeron un ataque tramposo, cínico e improvocado llevado a cabo por fanáticos religiosos en contra de los pacíficos, prósperos y refinados musulmanes.
Pero no siempre fué así. Durante la Edad Media cualquier cristiano europeo creía que las Cruzadas constituían un acto de máximo bien. Incluso los musulmanes respetaron los ideales de las Cruzadas y la piedad de los hombres que pelearon en ésta. Pero esta concepción cambió con la Reforma Protestante. Para Martín Lutero, que ya había desechado las doctrinas de la autoridad papal y las indulgencias, las Cruzadas no eran más que una maniobra de poder y avidez papal. De hecho, argumentó que combatir a los musulmanes significaba combatir a Cristo mismo, ya que fué Cristo quien envió a los turcos para que castigaran a los cristianos, debido a sus faltas. Cuando el sultán Suleiman el Magnífico y sus ejércitos invadieron Austria, Lutero cambió de opinión acerca de la necesidad de combatirlos, pero continuó condenando a las Cruzadas. Durante los dos siglos posteriores, las personas tendieron a ver las Cruzadas bajo un lente confesional: los protestantes las demonizaban, mientras que los Católicos las exaltaban. En cuanto a Suleiman y sus sucesores, se alegraron de haberse librado de ellos.
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De herejías y boberías
por D. Rubén Calderón Bouchet
Tomado del blog de Cabildo
Hace un tiempo, uno de ellos, muy avispado y al tanto de lo que se cocina en París, culpaba a ciertos católicos de estar todavía bajo la influencia del tomismo, que ha esterilizado la búsqueda filosófica y teológica y ha tratado de encerrar a la Iglesia en una Bastilla sin ventanas a la historia.
Los dogmas —aseguraba— han sido creados en un momento de la historia de la Iglesia para responder a ciertas necesidades impuestas por el tiempo y el lugar. Así la confesión apareció en los comienzos de la cristiandad, pero el psicoanálisis la ha hecho innecesaria y obsoleta. También la inmortalidad del alma que no está mencionada para nada en el Credo pudo, en un momento determinado de la historia, tener una cierta importancia, pero como carece de toda base científica resulta absolutamente incongruente predicarla en los nuevos catecismos como si fuera una verdad de fe. A estas manifestaciones claras de su heterodoxia progresista sucedió una ardiente apología del creyente laico al que otorgó, como en su fecha Lutero, todos los carismas del sacerdocio, del profeta y hasta del rey.
Los jóvenes asistentes lo obligaron a una corta pausa, pues sintieron la necesidad de agitarse, conmovidos por el otorgamiento de todos aquellos dones que evitaría, de ser llevados a la práctica, la molesta disciplina de los seminarios y el uso innoble de alguna sotana apolillada.
Concluyó su discurso con una nutrida apología de la libertad religiosa y como había entre los asistentes un par de figuras que parecían reprobar sus conceptos, se dirigió a los tradicionalistas asegurándoles que ellos no tenían el total monopolio de la estupidez y que, al fin de cuentas, si no exageraban sus principios podían salvarse como cualquier otro creyente de cualquiera otra religión.
Este generoso deseo, lejos de aquietar los ánimos de los intransigentes, provocó una serie de preguntas y observaciones que auspiciaron un diálogo algo subido de tono y que no siempre el orador, a pesar de su serena ecuanimidad, pudo mantener en los límites del respeto. Uno de los observantes adujo que si el alma no fuera inmortal a qué diablos menciona el Credo la “vida perdurable”. En cuanto a la confesión, le recordó las palabras de Cristo: “Los pecados les serán perdonados a todos aquellos a quienes perdonéis”.
Lo que siguió ya no es narrable porque todos se habían salido un poco de las casillas y los seguidores del buen religioso estimaron que debían sacar a los intrusos a patadas y pusieron manos y pies a la obra, de manera que muchas objeciones quedaron latentes en el ánimo de los viejos católicos.
Como viejo y muy sordo que soy, no asisto a las conferencias, pero uno de los expulsados de la reunión que había ligado algunas patadas y todavía masticaba su rencor me informó con todos los detalles lo que había dicho el curita y como se trataba de un muchacho echado a perder por las lecturas de Castellani y de Meinvielle y acaso algún libro mío leído sin la luz del Concilio, me dijo que el buen religioso criticó a los Papas que no habían sabido acoger las ideas liberales, ni comprender los progresos implícitos en la Revolución Francesa. Por esa razón no entendieron la democracia ni el carácter evangélico que emanaba de ella. Por supuesto, entre esos Papas abominables se encontraba, en lugar de privilegio, la figura de San Pío X, cuya santidad proclamada por el Magisterio, no impresionaba demasiado a nuestro religioso, que debía considerarla un error atribuible a la época.
11 de Febrero, Aparición de la Santísima Virgen en Lourdes
n 1858 Lourdes era un pueblecito desconocido, de unas cuatro mil almas. Simple capital de partido judicial, tenía su juzgado de paz, su tribunal correccional y hasta un pequeño destacamento de gendarmería. Esto y un mercado bastante concurrido era lo único que le daba un poco de superioridad sobre los demás pueblecillos de los alrededores, perdidos, como él, en las estribaciones de los Pirineos.
Poco tiempo antes, un célebre escritor, Taine, garabateó en su cuaderno de viaje esta apresurada nota: "Cerca de Lourdes, las colinas se vuelven rasas y el paisaje se entristece. Lourdes no es más que un amasijo de tejados sucios, de una melancolía plúmbea, amontonados junto al camino". Fue injusto. Hoy admiramos en Lourdes algo que no ha podido cambiar desde entonces; la belleza de su paisaje. El jugoso verde de las orillas del Gave, las perspectivas maravillosas de los Pirineos nevados, la airosa construcción del castillo dominando toda la villa... y hasta las callejuelas, empinadas algunas de ellas, no exentas de una cierta gracia pirenáica.
Si el paisaje no ha cambiado, la población en cambio se ha transformado por completo. El pueblecillo, entonces ignorado, es hoy conocido en todo el mundo. Sin sombra de duda se puede asegurar que Lourdes es, de toda Europa, el punto por el que pasan un mayor número de personas. Es cierto que otros le superan en cuanto al arte de retenerlas mucho tiempo. El flujo y reflujo de Lourdes durante la época de las peregrinaciones no conoce descanso y es algo único e impresionante. De aquí el nacimiento de una nueva ciudad, la de los hoteles y las tiendas de recuerdos, que han venido a erigirse y casi a eclipsar a la antigua.
¿Qué ha ocurrido?
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10 de febrero de 2011
¿Cómo nacen los hijos?
Por el Dr. Aníbal D´Angelo Rodríguez
Tomado de Cabildo
Es algo mucho más modesto. Es la curiosa opinión que expone un tal peruano llamado Jaime Bayly. Con el título “Las vidas inesperadas” argumenta que cree sin poder demostrarlo, que la inmensa mayoría de las personas hemos llegado bruscamente al mundo, no porque nuestros padres lo desearon y planificaron… sino porque nuestros padres simplemente desearon tener sexo… compartir un momento de puro placer… olvidaron tomar las debidas precauciones y luego se resignaron, más o menos abatidos o más o menos esperanzados a los hechos fríos y consumados: ella había quedado embarazada y no había más remedio que aceptar la paternidad como un pesado mandato del destino que solo los muy crueles osaban interrumpir. (Dichosa época en que sólo “los muy crueles” apelaban al aborto).
Mi primera pregunta angustiada es: ¿cómo llega esta clase de imbéciles a ser periodistas y a disponer hebdomadariamente de dos páginas de una revista? ¿Cómo llega a publicarse tamaña estupidez? ¿No hay un jefe de redacción, un Director o lo que sea que lea lo que va a publicar y diga delicadamente al Señor Bayly que es un grandísimo zopenco y que lo que dice quizás sirva para describir la situación actual en un país europeo de los más modernizados (verbigracia, Suecia), pero aplicado al conjunto de la humanidad y de los tiempos es un reverendo disparate? ¿No hay alguien que le enseñe que, al contrario de lo que él dice, la inmensa mayoría de la gente, en siglos de Historia, ha querido tener hijos, los ha buscado con tesón? Eso se podría llamar “instinto colectivo de supervivencia” y ha funcionado a nivel personal, pero ha permitido que los pueblos subsistan.
Pero hay algo más asombroso todavía. Bayly confiesa que ha tenido dos hijas y que “si me dijeran mañana que me voy a morir, aquello de lo que más me arrepentiría sería haber deseado no ser padre, haber intentado porfiada y estúpidamente interrumpir los embarazos que me hicieron padre”.
O sea que descubrió la importancia y grandeza de lo que los hijos dan: “irónicamente, lo que entonces consideré que había sido un error, un acto irracional o imprudente, ha terminado siendo lo mejor que me ha pasado en la vida, la experiencia más feliz y enriquecedora de mi existencia…”
Pero aun así, a este buen señor Bayly no se le ocurre que mucha gente ha sabido, sabe y sabrá eso que él ha descubierto tardíamente y —en consecuencia— ha usado el placer como un medio lícito de tener hijos y no como un fin en sí mismo.
Nietzsche escribió que quien lo disfruta cree que lo que importa es el fruto, cuando en realidad es la semilla. He aquí la diferencia entre quienes piensan y quienes gozan. La semilla es continuidad de la vida, es mirada de largo plazo que el mundo moderno no puede comprender.
Veamos lo que opina de la educación doña Maruja Torres en un recorte sin fecha de la misma revista dominical de “El País” de Madrid. Es un artículo titulado “Pasando de cruces”, en el que se supone que va a hablar de la retirada de crucifijos de las aulas de los colegios.
Pero Marujita va por más y comienza por declarar su respeto por todas las religiones siempre que no intenten imponerle su creencia. Pero la suya, su religión es otra. Es la de Darwin (al que tiene “en mejor concepto que a los cantamañanas que forman el nudo gordiano de cualquier religión”) y la de “los antibióticos y la anestesia” que son, para ella “la Salvación con mayúscula”. Y hasta “lo de las células madre” le parece “mucho más impresionante que lo de los panes y los peces”.
Bueno, ya entendimos. Maru, ya entendimos. Tu fe es en la Ciencia o, mejor, es el cientificismo. Y una fe de carbonero como solía decirse cuando había fe. Y carboneros.
Por eso no nos extraña tu posición contraria a los crucifijos en las aulas y suponemos que preferirías unas buenas fotos de Darwin y de Bill Gates. Para ti, “el mensaje del crucifijo es el de un caballero (sic) de antaño que murió crucificado… para salvarnos de nuestro pecado original”, lo cual es notoriamente contrario a su fe de carbonera. “Lo que hace falta son pizarras, mapas y ordenadores”. Sobre todo ordenadores, en lo que coincide con nuestros ministros de educación, que están convencidos de que la educación repuntará y nos llevará en sus brazos al desarrollo si llenamos las aulas de computadoras, que es como llamamos en estas playas a los ordenadores.
Mira por dónde: Por las mismas fechas el diario “ABC” de Madrid publicaba la noticia de la publicación de un libro en el que el periodista Juan Manuel de Prada descubre a Castellani y en la noticia venía la opinión de nuestro cura sobre la significación del crucifijo en las aulas: “enseña que el fin de la vida es el triunfo de la Vida y la lucha contra la muerte. Cuando Usted sabe eso, la aritmética se hace soportable”.
Como siempre, Castellani da justito en el clavo y en todos los clavos que clavan los cientificistas incluida nuestra carbonera.
Porque aulas sin Cristo y con muchas pizarras, mapas y ordenadores, hay miles. Aulas en las cuales se enseña mucha aritmética. Casi nada más que aritmética. O sea, ciencia. Con lo que se consigue —con suerte— gente que sabe aritmética. Ahora —por desgracia— esa gente no tiene idea de para qué vivimos, y lo grave es que esa gente es la que dirige el mundo, incluyendo a Marujita.
No se asombren entonces de que los alumnos no quieran aprender, que se rebelen y se maten entre ellos y a sus profesores. No se extrañen de que salgan del colegio sabiendo algo (más bien poco) de aritmética, pero que sean al mismo tiempo unos salvajes y unos ignorantes completos. Mucho me temo que si le damos tiempo, la misma Marujita verá que cuando se saca una Gran Presencia del aula se meten por debajo de la puerta los bicharracos de la superficialidad, la necedad y el sinsentido.
Reflexiones preliminares sobre el catolicismo y el liberalismo ante la economía (III y IV y final)
Por José Antonio Ullate Fabo
Tomado de su blog El Brigante
n este contexto, entenderé por “catolicismo” la filosofía social contenida en el magisterio pontificio y en los maestros aprobados por la autoridad eclesiástica a lo largo de la Historia. Como se me objetará que, aun así acotado, el catolicismo no presenta una doctrina unitaria sobre el asunto, tal como se deduce del cotejo de las más recientes encíclicas “sociales” con las primeras, reduciré todavía más el sentido del término: la filosofía social de Santo Tomás de Aquino, en cuanto aprobada repetidas veces por la suprema autoridad de la Iglesia, y en cuanto idealmente recogida en los principios rectores de las grandes encíclicas.
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Cardenal Pie, obispo de Poitiers –III el naturalismo anti-cristo
por el R.P. José María Iraburu
Tomado de su blog Reforma ó Apostasía
–¿Y qué le vamos a hacer?… Le cuento. En Burgos, en la Facultad de Teología, hace años, me encargaron seleccionar en los grandes fondos de la Biblioteca general los libros que debían reunirse en un Seminario de Espiritualidad, poniéndolos más a mano. Y revisando todos esos fondos, acumulados desde el siglo XVI, pude comprobar, p. ej., que había muy pocos ejemplares de las Obras de San Juan de la Cruz, y que por el contrario se hallaban numerosas ediciones de obras como Alfalfa espiritual para las ovejas de Cristo, o bien Reloj ascético para despertar conciencias dormidas, y otros libros semejantes. Se veía claramente que éstos fueron en su tiempo los libros más leídos por el personal, y que pocos leían a San Juan de la Cruz. ¿Y qué le vamos a hacer?… «Yo he venido al mundo para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37). Y el Cardenal Pie dice la verdad. Y yo la digo.
risto es Rey, y la Iglesia ora y labora para que reine sobre los hombres y sobre las naciones. Como ya confesamos en posts anteriores (20-21), Cristo es el Rey del mundo: a Él le ha sido dado «todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18); ya en el presente histórico «vive y reina por los siglos de los siglos», y sabemos además con absoluta certeza de fe que finalmente «todas las naciones vendrán a postrarse en su presencia» (Ap 15,4), y que «su reino no tendrá fin» (Lc 1,33). Esta verdad grandiosa es uno de los temas centrales de la sagrada Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
Mons. Pie, recordando las tres primeras peticiones del Padrenuestro –santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo–, escribe: «Jesucristo, al enseñar la oración dominical, dispuso que ninguno de los suyos pudiese cumplir el primer acto de la religión, que es la oración, sin ponerse en relación con todo lo que pueda hacer progresar o retardar, favorecer o impedir el reino de Dios sobre la tierra. Y evidentemente, como las obras del hombre deben estar coordinadas con su oración, un cristiano no es digno de tal nombre si no se emplea activamente, de acuerdo a la medida de sus fuerzas, en procurar este reino temporal de Dios, y en despejar lo que lo obstaculiza» (III,500).
«No queremos que él reine sobre nosotros» (Lc 19,14). La fe en Cristo Rey y en la conveniencia de que ya en la historia reine en el mundo, una fe siempre viva en la Europa cristiana, comienza a ser negada abiertamente desde los comienzos del siglo XVIII por los filósofos, de los que parte la masonería, la Ilustración, el liberalismo. El espíritu diábólico infunde así en los hombres la convicción de que sólamente lograrán ser del todo libres, del todo hombres, cuando se sacudan el «yugo suave y la carga ligera» de Cristo (Mt 11,30), y afirmen con plena decisión, personal y colectivamente. Es el mismo espíritu que le hace decir al Israel rebelde a Yavé: «no te serviré (non serviam)… Somos libres, no te seguiremos» (Jer 2,20.31).
Esta rebelión de las naciones contra Cristo, iniciada en Occidente y difundida a todos los pueblos que le siguen, es ya la forma cultural y política predominante en nuestra época. Hombres de la cultura, y concretamente los políticos, han sustraído, han robado el mundo a Cristo, su Señor natural. Y llevan siglos destrozando la antigua Cristiandad occidental día a día, más y más, la cultura, las costumbres, la educación, las leyes, la vida política, los medios de comunicación, el pensamiento, el arte, todo. Y aunque no llegan a derribar las Catedrales, ciertamente procuran siempre borrar hasta el menor vestigio secular del antiguo mundo cristiano.
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10 de Febrero, Festividad de Santa Escolástica, Vírgen
Cruel es la labor del arado que levanta y vuelca la tierra, pero ella orea los gérmenes fecundos que al fuego del sol florecerán espléndidamente. Así, de esta tierra imperial desbaratada, arada por las lanzas de pueblos jóvenes, brotaría con renovado vigor la fuerza oculta de las antiguas razas. Santa Clotilde convertiría a Clodoveo y al pueblo franco; Leandro e Isidoro se harían dueños del alma visigoda; San Patricio ganaría a Irlanda; San Gregorio el Grande, por medio de San Agustín, evangelizaría a los anglosajones... Y para ser los precursores de la Edad Media, la de las catedrales góticas, la de las abadías insuperables, focos del Espíritu Santo, nacieron en Italia, cerca de la Umbría, en esa "frígida Nursia" que canta Virgilio (Eneida, 1.8 v.715) y de un mismo tallo: Benito y Escolástica.
Se dice que sus padres fueron Eutropio y Abundancia y es seguro que pertenecían a la aristocracia de aquel país montaraz, de costumbres austeras, símbolo de la fortaleza romana, que aun bajo el paganismo había dado varones como Vespasiano, el emperador, y Sertorio, el héroe de la libertad. Si por el fruto se conoce el árbol, grande debió ser el temple puro y el cristianismo de los padres que dieron el ser y la educación a tales hijos. Del varoncito, Benedictus, dijo el gran San Gregorio, su biógrafo, que fue "bendito por la gracia y por el nombre"; de su hermana sabemos, por la misma fuente, que fue dedicada al Señor desde su infancia.
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9 de febrero de 2011
Pederastas, hipócritas y progresistas
Por José Javier Esparza
nas lamentables afirmaciones de Fernando Sánchez Dragó -todo eso de su flirt sexual con niñas japonesas de 13 años- han desencadenado una formidable polvareda. Como no podía ser de otro modo, la izquierda político-mediático-sindical se ha lanzado a la yugular del escritor, culpable por otra parte de simpatizar con el PP, y ha pedido su expulsión de la ciudad. Pero si usted ha conseguido mantener la cabeza tranquila por encima de la refriega, tal vez se haya hecho una reflexión: porque, en efecto, éstos que ahora piden la cabeza de Dragó por sus efusiones pedófilas ¿no son los mismos que imponen la educación sexual obligatoria desde la primera infancia?, ¿no son los mismos que mantienen la edad de consentimiento sexual en los 13 años?, ¿no son los mismos que llevan tres decenios intentando sexualizar a todo trance a los menores de edad? Parece que aquí hay mucha hipocresía, ¿no?
El dogma progre
No olvidemos lo fundamental: el dogma que el desorden establecido predica sobre este punto sigue siendo el que nació en los años sesenta, en la estela de la revolución sexual. Ese dogma dice así: la sexualidad es una función natural que aparece de manera espontánea, hay que dejar que se desarrolle libremente en el niño, sin normas coercitivas, e incluso conviene potenciarla porque es un instrumento de emancipación del sujeto. Ante esa radiante fuerza emancipatoria, cosas como la familia o la moral no son más que siniestros obstáculos represivos que hay que eliminar. Por eso, hoy, el desorden establecido adoctrina a los niños en su propia versión ideológica de la educación sexual, dispensa de manera universal y gratuita las píldoras abortivas y permite a las adolescentes de 16 años abortar sin conocimiento paterno. Por eso, también, en España la edad mínima de consentimiento para mantener relaciones sexuales está en los 13 años, la más baja de Europa y una de las más bajas del mundo. Por cierto: el objetivo inicial del PSOE -corría 1995- era situar esa edad mínima en los 12 años.
Estamos ante una cuestión filosófica de primer orden y conviene explicar de dónde viene todo esto. Es muy importante recordar que ese mito de la “libre espontaneidad sexual” de los niños descansa sobre una estafa: la de la antropóloga Margaret Mead. Esta señora era una norteamericana que allá por los años treinta del siglo pasado trató de convencer al mundo de que la forma natural de vivir la sexualidad, en civilizaciones vírgenes y no corrompidas por el cristianismo, era la pura espontaneidad, la libertad sin trabas. Para ello se instaló en una tribu de Samoa y se dedicó a recoger los testimonios de una serie de mujeres. De ese trabajo de campo salieron dos libros que en su día fueron muy importantes: Adolescencia, sexo y cultura en Samoa (1928) y Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas (1935). Sus conclusiones causaron conmoción: todas nuestras ideas tradicionales sobre la conducta sexual -la continencia, la virginidad, etc.- eran puro artificio, obra de la represión; por el contrario, las culturas primitivas como la samoana, que conservan intacto el sentido natural del sexo, son un paraíso de libertad sin traumas donde, además, no hay diferencias de jerarquía entre hombres y mujeres. El discurso progresista de la posguerra encontrará aquí, en los trabajos de Mead, una de sus principales fundamentaciones científicas.
La gran estafa
¿Dónde estaba el problema? En que todo era mentira. En los años sesenta, el antropólogo neozelandés Derek Freeman viajó a Samoa, se instaló entre las mismas tribus que Mead había estudiado y descubrió que las teorías de esta señora no tenían nada que ver con la realidad. Para empezar, Mead apenas había estado nueve meses en Samoa y no hablaba los dialectos locales, de manera que todas sus conversaciones fueron con intérprete. Por el contrario, Freeman estuvo cuatro años entre los samoanos y dominaba su idioma. Sus hallazgos eran exactamente opuestos a los de Mead: lejos de ser un paraíso de sexualidad sin trabas, la vida tribal de los samoanos estaba plagada de violencia, incluida la violencia sexual. Más aún: varias de las mujeres entrevistadas en su día por Mead confesaban ahora a Freeman que habían mentido a la norteamericana. Conclusión: Margaret Mead había visto lo que quería ver, no la realidad. Y la realidad era esta otra: el buen salvaje no existe, no hay sexualidad natural, y las reglas sobre los comportamientos sexuales no son fruto de ninguna malvada represión.
Los partidarios de las teorías de Margaret Mead contraatacaron con distintas críticas, sobre todo de tipo metodológico, pero no lograron rebatir la fundamental afirmación de Freeman, a saber: que Mead se había inventado la mayor parte de sus supuestos hallazgos. Freeman concluyó su trabajo en 1971. El control ideológico de la izquierda era tan férreo que nadie se atrevió a publicarlo hasta 1983. Se tituló Margaret Mead and Samoa: The Making and Unmaking of an Anthropological Myth. Por supuesto, en España, donde siguen circulando los libros de Mead, jamás se ha editado a Derek Freeman.
Cuando constatamos la obsesión del desorden establecido por sexualizar a la infancia, con esas nuevas asignaturas obligatorias sobre educación sexual o con la dispensa universal y gratuita de píldoras abortivas, conviene recordar que todo eso obedece a una ideología preestablecida; que esa ideología bebe en fuentes como Margaret Mead, y que la investigación ha demostrado que esas fuentes venían adulteradas desde su mismo origen.
Por cierto: desde hace mucho tiempo, varios organismos internacionales están recomendando a España que eleve la edad mínima de consentimiento sexual, porque eso de los 13 años es un exceso notorio. Incluso hay una moción aprobada por el Congreso para que ese umbral se eleve a los 15 años. Sin embargo, nadie en el Gobierno parece dispuesto a hacerlo. ¿Por qué?
Una nota más sobre pederastia, progresismo e hipocresía: hace algunos meses, Ignacio Peyró escribió en Alba un texto muy interesante, “Un cuento de izquierdas”, donde explicaba cómo la normalización de la pederastia fue un objetivo de la izquierda cultural desde los años sesenta. Pero sobre este punto, con su permiso, hablaremos la semana que viene.
Publicado en www.gaceta.es
UN CUENTO DE REYES
por Don Fernando Vizcaíno Casas
— ¿Ves? Ésta será tu habitación —dijo la Superiora, que lo acercó a una de las últimas camas—. Apréndete bien el número, Quique. Te corresponde la cama 23. ¿No lo olvidarás?
— No, madre…
— Tienes un armarito al fondo con el mismo número. Deja allí las cosas que has traído.
— Sí, madre…
Llegó en seguida sor Asunción. La Superiora le habló en voz baja.
— Cúidelo mucho estos primeros días, hermana. Ya sabe quién es, ¿verdad?
— Ya sé, ya. El del accidente, ¿no? ¡Pobrecito!…
— Y precisamente en estas fechas…
Aquellas fechas eran las de Navidad, y Quique tenía que pasarlas espantosamente solo. Justamente la víspera de Nochebuena, sus padres y un hermano mayor habían muerto en un choque de automóviles. No tenía más familia que un tío lejano con negocios en México y mientras llegaba o mientras decidía el destino del niño, hubo de acogerse a la Beneficencia del Estado.
Pasó metido dentro de sí todas las fiestas. En realidad, aún no había reaccionado. De golpe y porrazo llamaron a la puerta de su casa; pero no eran sus padres, no era su hermano Jaime. Eran dos señores vestidos de gris que le dijeron de sopetón que toda su familia estaba ya en el cielo.
Luego la tata Juana hizo la maleta y se encontró allí, en la Casa de San Gabriel. Las monjitas le dedicaban todas sus preferencias y unos muchachos, indiferentes con sus problemas, se empeñaban en jugar con él de continuo. Pero él no tenía ninguna gana de jugar.
Y eso que a los siete años no se comprende demasiado estas cosas.
Después del Año Nuevo, las monjitas comenzaron a preparar el recibimiento de los Reyes Magos. Quique no había escrito la carta. A Quique le dictaba todos los años la carta su madre, pero ya nunca más podría hacerlo.
— Si quieres, yo te la dictaré —le había dicho sor Asunción. Pero a él no le interesó la idea.
Su vecino de cama se llama Juan. Expósito de apellido, aunque aseguraba que en cuanto fuese mayor pediría otro, cuestión que Quique no acababa de entender. Juan tenía ya diez años y presumía de saber bastante de todo. Por eso Quique se atrevió a consultarlo.
— Oye, ¿tú crees que me traerán algo los Reyes si no les escribo bien la carta? Porque como siempre me ayudaba mamá…
Juan se rió. Se rió mucho. Llamó a varios compañeros más, todos mayores como él y se rieron a coro.
— ¡Claro que te traerán, rico! ¡Carbón a toneladas…! ¿No es eso lo que les dejan a los niños malos?
— Pero yo no he sido malo… —protestó Quique, sin comprender la algarabía.
— ¡No has sido malo! Entonces, ¿qué esperas que te traigan sus Majestades?
— Yo sí que lo tenía pensado… Pero no sé…
— Dilo, hombre, dilo —vociferó Juan—. Cuéntanoslo todo…
— Yo quería este año un automóvil de esos que funcionan con electricidad…, de esos que parecen de veras y puede uno guiarlo y todo…
— ¿De los que valen seis mil pesetas…?
— Creo que sí…
Volvieron a reírse todos con estrépito.
— Pues aquí, don Felipe no reparte más que soldaditos de plomo…
— Y balones de fútbol. Aunque no de reglamento, ¿eh?
— Pero yo no he pedido balones. A mí no me gusta el fútbol…
— ¡Ay, que rico!
— ¡Igual le traen el automóvil…!
— ¡O un “Talgo” de verdad…!
— ¡El tontaina ese…!
Quique se quedó muy preocupado. Después de comer, en el recreo de las cuatro, llamó a Juan:
— ¿Es que tú no quieres a los Reyes Magos?
— ¡Pero qué Reyes Magos, ni qué flautas, bobo!
No se enteró, esta es la verdad. Anduvo dándole vueltas todo el día y toda la noche, hasta que le llegó el sueño. Al otro día le dijo a sor Asunción:
— Hermana, ¿de verdad quiere usted ayudarme a escribir a los Reyes?
— Pues claro que sí, Quique…
Pero después, la monja se resistió a pedir el automóvil con motor eléctrico. ¿Por qué? Parecía empeñada en que Quique pidiese el balón de fútbol. O soldaditos de plomo.
— No, hermana, no. Yo sólo quiero el automóvil. En resumen; que al final, la carta de la hermana no sirvió y Quique se hizo el ánimo y escribió otra él solo. Era muy corta: apenas cuatro líneas. Habían colocado en el vestíbulo un buzón que decía: “Para sus Majestades de Oriente”, y allí la echó, cerciorándose bien de que había llegado al fondo.
Era el día 4 de enero. Hacía frío y una lluvia menuda, pertinaz y molesta, salpicaba los cristales de las ventanas.
Al otro día se lo contó a Juan. Juan volvió a llamar a los de la pandilla.
— Sí, sí, el automóvil. Balones y soldaditos. Ya verás…
— Yo he pedido el automóvil.
—Claro, gilipollas.
Pasó la noche inquieto. ¿Tendrían razón los mayorcetes? No, no podía ser. Los Reyes Magos existían desde siempre. Desde que llegaron al portal de Belén y ofrendaron regalos al Niño Jesús.
No tenía sueño: serían más de las 12 cuando se le acercó sor Asunción, que aquella noche velaba.
— ¿No duermes, Quique?
— No, hermana. Dígame, hermana, ¿vendrán los Reyes?
— ¡Claro que vendrán!
— ¿Y me traerán el automóvil?
— Eso ya no lo sé. Nuestros Reyes Magos son pobrecitos, ¿sabes?
— Los Reyes Magos son muy ricos, hermana.
—No sé, no sé… Anda, duerme. Casi a las tres se quedó dormido.
A las once de la mañana estaba anunciada la visita de los Reyes al Asilo. Pero eran apenas las diez cuando unas trompetas avisaron su llegada. Venían sobre tres caballos blancos y apenas traían comitiva. En un camión se amontonaban los juguetes. La Madre Superiora salió muy nerviosa a recibirlos.
— ¿Cómo se han adelantado sin avisar…? Los niños no estarán preparados…
— Perdónenos, Reverenda Madre… Tenemos tantas visitas que hacer…
— ¿Y don Felipe? ¿No viene don Felipe de Melchor…?
— No, no viene de Melchor…
Pasaron al patio central. Los niños fueron saliendo en filas. Los Reyes los acariciaron, les regalaron peladillas y pidieron que alguien ayudase a descargar el camión. Fue un espectáculo inolvidable: aquel año, no había balones, no había soldaditos de plomo. Todos los juguetes eran caros; incluso sor Emilia, que hablaba alemán, descubrió que no eran de fabricación española. El último juguete que se entregó fue el automóvil eléctrico; un precioso automóvil color azul. El propio Baltasar gritó el nombre de su destinatario.
— Y esto para Quique, que tanta ilusión tenía. Juan y la pandilla, en cambio, recibieron unos espantosos sacos de carbón. Y andaban mascullando quejas cuando los Reyes volvieron a montar en sus caballos blancos y dijeron adiós con la mano.
— Además, no ha venido don Felipe —protestó Juan.
Quique estaba al volante del automóvil azul.
A las once menos diez sonó el teléfono.
— Salimos ahora mismo de la Cruz Roja. Llegamos en seguida.
— ¿Pero quiénes llegarán?
— ¿Quién va a ser, hermana? La cabalgata de los Reyes.
— ¿Otra vez?
Y tenía razón.
Brandenburg Concerto Nº 3, BWV 1048, Freiburg Baroque Orchestra
Mov. 2: Adagio
Mov. 3: Allegro
9 de Febrero, Festividad de San Cirilo de Alejandría, Obispo, Confesor y Doctor
an Cirilo Alejandrino es uno de los Santos Padres más celebrados de la Iglesia oriental antigua.
Fue, durante treinta y dos años, patriarca de Alejandría, ciudad en que confluían la ciencia del paganismo, del judaísmo y del cristianismo. Ciudad, puesta al frente de todo el Egipto en lo político y en lo eclesiástico.
Su actividad literaria coincide con el siglo de oro de la literatura patrística.
En la historia eclesiástica su nombre va vinculado al concilio de Efeso, tercero ecuménico, y en la defensa de la fe brilla como lumbrera rutilante en la magna controversia, nestoriana. Su doctrina cristológica y las estrechas relaciones eclesiásticas que le unieron con la cátedra romana le hicieron acreedor de la simpatía y veneración de la Iglesia universal.
Nació San Cirilo, según parece, en la misma ciudad de Alejandría. Era sobrino del prepotente patriarca Teófilo, que rigió los destinos de aquella iglesia madre entre los años 385-412 y se hizo famoso por su enconada lucha con San Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla.
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8 de febrero de 2011
Imperdible de hoy
Véalo en Ex Orbe: Los Maritain , (y el santoral juanpablista in crescendo)
Reflexiones preliminares sobre el catolicismo y el liberalismo ante la economía ( I y II)
Por José Antonio Ullate Fabo
Tomado de su blog El Brigante
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8 de Febrero, Festividad de San Juan de Mata, Confesor y Fundador
Por ejemplo, para la fecha del nacimiento del Santo se ha hablado de 1154, mientras el año generalmente aceptado es el de 1160. Ciertos documentos españoles le llaman Joannes de Matha o de Mataplana, apellido de una familia muy conocida en Cataluña. El hecho es que Juan de Mata nació en una aldea de la Alta Provenza, Fauçon, cerca de Barceloneta, cuando esta región dependía de la corona de Aragón. Es, por lo tanto, un santo franco-español, aunque algo más francés que español por los acontecimientos de su vida, como se verá luego. Sus padres eran Eufemio o Eugenio, barón de Mata, y Marta o María Fenouillet, de distinguida familia marsellesa.
Por esta última circunstancia se ha supuesto que, de joven, el hijo del matrimonio pudo conocer en el puerto de Marsella los daños que los piratas musulmanes infligían a los cristianos, ver a los cautivos berberiscos que vivían esclavos en la ciudad a consecuencia de las inevitables represalias, y concebir así el deseo de trabajar al rescate o al canje de los cautivos de ambas orillas del Mediterráneo. Mas, para esta obra de caridad, se necesitaba entonces pertenecer al clero, y, por consiguiente, hacia los años 1180, Juan se fue a estudiar a París, en donde tomó el grado de doctor en teología y recibíó el sacerdocio. Quiere una piadosa leyenda que, durante la celebración de su primera misa (¿1193?), haya tenido la revelación de la Orden que iba a instituir: cuando la elevación de la hostia consagrada le apareció un ángel o, según otros, el mismo Jesucristo, con un vestido blanco y una cruz azul y encarnada sobre el pecho; tenía a sus lados dos cautivos, un moro y un cristiano, parecía que se disponía a canjearlos, y le ordenó fundar una Orden religiosa para la redención de los cautivos. Dos amigos de Juan, el obispo de París, y el abad de San Víctor, le aconsejaron entonces hiciera el viaje a Roma para ofrecerse al Soberano Pontífice, someterle su proyecto y acatar su decisión.
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