I algo distingue la personalidad y la ejecutoria de Baltasar Garzón no es precisamente su rigor jurídico, sino el sentimiento de impunidad que comparece en sus múltiples actuaciones, siempre impregnadas de escándalo judicial. Y acaso su expresión más acabada la encontremos en la forma de invitar a sus amigos y compadres a la cacería en la finca Cabeza Prieta, según leo en www.lanacion.es: “Vamos a brindar por los próximos veinte años del PSOE en el poder”.
Considero innecesario el relato de lo acaecido en torno a esta nueva puesta en escena del llamado con razón “juez estrella” a causa de su gusto por aparecer en el escenario mediático. Está tan ocupado en exhumar los muertos que le convienen, destapar sumideros de corrupción que interesan coyunturalmente al poder sociata o darse bien pagados garbeos por foros internacionales, que se ha convertido a la postre en un pésimos instructor cuyos errores deben enmendar luego otros magistrados de la Audiencia Nacional. Pero el juez Garzón se va siempre de rositas, mientras Gómez de Liaño fue expulsado de la carrera judicial por oponerse a los chanchullos mediáticos de Jesús Polanco (finalmente le ha dado la razón el Tribunal de Estrasburgo con rácano y fugaz despliegue informático), es abatido el juez Ferrín en la cacería organizada por maricones y lesbianas, o el juez Torres sufre en sus carnes las consecuencias de las carencias de una Administración de Justicia infartada.
Siempre que el gobierno Rodríguez o sus cipayos autonómicos precisan desviar la atención pública de sus fracasos, errores o retorcidas componendas, surge un aparatoso escándalo atribuible al PP que luego queda en agua de borrajas. Ha sucedido en Canarias, donde los imputados quedarían el libertad sin cargos luego de una escandalera monumental en los medios afines al poder. O en Murcia. Pero es lo bastante significativo que escándalos de corrupción del PSOE, como el de Almería, los baleares, los gallegos, los del socialcatalanismo y tantos otros (la Junta de Andalucía es un pozo insondable de corrupción) gocen de un conspicuo silencio mediático y de una anómala pereza judicial. Garzón insisto ha dado la clave con su invitación a la cacería: “Vamos a brindar por los próximos veinte años del PSOE en el poder”. A partir de ahí somos libres para sospechar servidumbres de partido y de secta.
España, decía, se ha convertido en un gigantesco antro de corrupción donde se mueven a sus anchas cualesquiera tipo de promiscuas relaciones entre el poder y muy variadas formas de delincuencia. En generalizado Patio de Monipodio.
Días atrás, mientras estudiaba algunos aspectos del reinado de Fernando VII relacionados con la Constitución de 1812, la Pepa, tropecé con un alusión al célebre bandido madrileño Luís Candelas, al que el romanticismo, sobre todo el de allende los Pirineos, convirtió en un suerte de héroe antisistema. Lo que me condujo a interesarme por el personaje. Una biografía la de tal sujeto, la verídica, que descubre la podredumbre de aquella sociedad.
Luís Candelas, jaquetón, pendenciero y apasionado lector de literatura folletinesca, se convirtió en el chulapón más notorio y pretencioso del barrio del Avapiés en que creció. Lo mismo seducía a majas propicias que se enredaba con lo más renombrado del puterío. E igual asaltaba a descuidados viandantes para robarles la bolsa a punta de navaja sin hacer más sangre que la necesaria, que la utilizaba para dar muerte por encargo de políticos. Lo deslumbrante de Candelas reside en que sin dejar de ser bandido nocturno, durante el día vivía como un burgués bajo el disfraza de indiano, se incorporó a la masonería, jugó un lucrativo papel entre los partidismos que disputaban al poder sin reparar en medio, pasó por muchos lechos de baja y alta condición y hasta logró la confianza de Fernando VII. Y esto último hoy podrá parecer a muchos lo más insólito, por lo que requiere una breve explicación.
Fernando VII, el implacable de la Década Ominosa al que o temblaba la mano al ordenar la ejecución de adversarios aunque fueran héroes de la guerra de la Independencia o colaboradores anteriores, gustaba tanto de los tablaos flamencos populacheros como de las mujeres. Se decía de él que estaba sexualmente muy bien dotado, aunque prematuramente se le fuera el fuelle, acaso de tanto usarlo. En uno de esos tugurios conoció a un tal Perico Chamorro, aguador de la Fuente del Berro y amancebado con ramera de tronío, conocida como La Tirabuzones. Perico Chamorro, que se cambió el nombre por el de Pedro Collado, le pasó La Tirabuzones al monarca al tiempo que le suministraba otras mozas o más grandas, todas ellas de buena hechura y expertas en trabajos de cama. Y de esta suerte llegó Pedro el aguador a ser íntimo del Felón e influyente ministro en la sombra.
La Tirabuzones, también conocida como La Lola, fue la que introdujo y orientó a Luís Candelas en ese mundo de connivencia y conspiración entre políticos, aristócratas, militares, alta burguesía del dinero, truhanes y trepadores que caracterizó aquel periodo.
Fue detenido en varias ocasiones. Pero gracias a su valedores obtenía la libertad de inmediato, fuera cual fuera el partido en el poder a la sombra del monarca. Crecido como estaba, Luís Candelas, a través de un escribano masón de su misma logia, se implicó en una conspiración fraguada por una aristócrata aventurera y pródiga en relaciones sexuales, amante del célebre político Salustiano Olózaga. Sólo estuvo dos días en prisión. Pero luego cometería el error de enamorarse de una chica de clase media y huir con ella. Fue su perdición. Perseguido por la Justicia, e inservible ya para el monarca y su camarilla, fue condenado a muerte y ajusticiado.
No se precisan excesivas dotes de imaginación para vestir aquel turbio mundo con apariencias, costumbres y escenarios de hoy. El lodazal es el mismo. La corrupción se ha apoderado del sistema. Los Luís Candelas y los Pedros Collado han irrumpido en la nervatura del poder, las instituciones se han degradado a la condición de estructuras tabernarias, la inmoralidad es el santo y seña del actual despotismo, prevalece la política del tugurio y nada es lo que se quiere que parezca. Y si a Fernando VII lo resguardaban los Cien Mil Hijos de San Luís, ahora son los tentáculos del Nuevo Orden Mundial los que amparan la disolución de España, la degradación de la sociedad, el bandolerismo político, las conspiraciones contra la oposición, la manipulación de la Justicia y a ese seductor de vodeville mediático al que pusieron al frente de la quinquicracia para cumplir tan sórdida tarea.
Sabían muy bien lo que hacían los inductores de las matanzas de los trenes de Atocha el 11 de marzo de 2004. Un genocidio político cuyo tortuoso proceso judicial desembocó en un fiasco previsible. A aquel sangriento suceso sobre el que Rodríguez fue aupado al poder, puede aplicarse la caricatura de Martín Morales en Estrella Digital, referida a la acción institucional del 23 de febrero de 1981. Un personaje exhibe un cartel con el siguiente texto: “23-F. Serie de TVE. Al fin los españoles desconocen lo que pasó”.
Estamos en vísperas electorales. La socialtiranía necesita ganar en Vascongadas y Galicia para que todo siga igual y encubrir la catastrófica situación a que nos ha conducido el demencial arbitrismo del gobierno Rodríguez, componedor impenitente de figuras chinescas. Y es precisamente en esta coyuntura cuando el juez Garzón, con la ayuda inestimable de las investigaciones realizadas por la Policía Judicial, la Fiscalía del gobierno y el concurso de “El País” y la SER, descubre un nido de presunta corrupción en aledaños municipales del PP madrileño que pudiera quedar en globo pinchado, una vez más, pasadas las elecciones. Como también el bodrio televisivo del 23-F de cuyo relato, aún más falso que la versión oficial, enaltece al máximo la figura del monarca como salvador de la democracia; y nada subliminalmente culpa una derecha montaraz equivalente a la que hoy el agit-prop rodriguezco identifica con un PP calificado de facha y continuador encubierto del franquismo.
Sigue siendo cierta la máxima de que la historia se reitera, aunque con otras vestiduras, cuando los pueblos olvidan su historia o quienes gobiernan la falsean. Asistimos a una reedición pseudodemocrática y postmoderna del tétrico periodo de Fernando VII. ¿Puede sorprender que los nuevos Candelas de toda laya se hayan multiplica en los engranajes de un Estado en acelerada descomposición?