No creo que nuestras acciones puedan cambiar el futuro.
"Dios no nos pide ser vencedores, si no no ser vencidos".
Es un escapulario portado por un Mártir de la Vendée.
Comienzos...
Los cristianos de la Iglesia de la antigüedad en Grecia, Egipto, Antioquía, Efeso, Alejandría y Atenas acostumbraban llamar a la Santísima Virgen con el nombre de Auxiliadora, que en su idioma, el griego, se dice con la palabra "Boetéia", que significa "La que trae auxilios venidos del cielo". Ya San Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla nacido en 345, la llama "Auxilio potentísimo" de los seguidores de Cristo. Los dos títulos que más se leen en los antiguos monumentos de Oriente (Grecia, Turquía, Egipto) son: Madre de Dios y Auxiliadora. (Teotocos y Boetéia). En el año 476 el gran orador Proclo decía: "La Madre de Dios es nuestra Auxiliadora porque nos trae auxilios de lo alto".
San Sabas de Cesarea en el año 532 llama a la Virgen "Auxiliadora de los que sufren" y narra el hecho de un enfermo gravísimo que llevado junto a una imagen de Nuestra Señora recuperó la salud y que aquella imagen de la "Auxiliadora de los enfermos" se volvió sumamente popular entre la gente de su siglo.
El gran poeta griego Romano Melone, año 518, llama a María "Auxiliadora de los que rezan, exterminio de los malos espíritus y ayuda de los que somos débiles" e insiste en que recemos para que Ella sea también "Auxiliadora de los que gobiernan" y así cumplamos lo que dijo Cristo: "Dad al gobernante lo que es del gobernante" y lo que dijo Jeremías: "Orad por la nación donde estáis viviendo, porque su bien será vuestro bien". En las iglesias de las naciones de Asia Menor la fiesta de María Auxiliadora se celebra el 1º de octubre, desde antes del año mil (En Europa y América se celebre el 24 de mayo). San Sofronio, Arzobispo de Jerusalén dijo en el año 560: "María es Auxiliadora de los que están en la tierra y la alegría de los que ya están en el cielo".
San Juan Damasceno, famoso predicador, año 749, es el primero en propagar esta jaculatoria: "María Auxiliadora rogad por nosotros". Y repite: "La "Virgen es auxiliadora para conseguir la salvación. Auxiliadora para evitar los peligros, Auxiliadora en la hora de la muerte". San Germán, Arzobispo de Constantinopla, año 733, dijo en un sermón: "Oh María Tú eres Poderosa Auxiliadora de los pobres, valiente Auxiliadora contra los enemigos de la fe. Auxiliadora de los ejércitos para que defiendan la patria. Auxiliadora de los gobernantes para que nos consigan el bienestar, Auxiliadora del pueblo humilde que necesita de tu ayuda"liadora/.
El nombre de Auxiliadora se le daba en el año 1030 a la virgen María, en Ucrania (Rusia), por haber liberado aquella región de la invasión de las tribus paganas. Desde entonces en Ucrania se celebra cada año la fiesta de María Auxiliadora el 1ro de octubre.
La batalla de Lepanto.
En el siglo XVI, los mahometanos estaban invadiendo a Europa. En ese tiempo no había la tolerancia de unas religiones para con las otras. Y ellos a donde llegaban imponían a la fuerza su religión y destruían todo lo que fuera cristiano. Cada año invadían nuevos territorios de los católicos, llenando de muerte y de destrucción todo lo que ocupaban y ya estaban amenazando con invadir a la misma Roma. Fue entonces cuando el Sumo Pontífice Pío V, gran devoto de la Virgen María convocó a los Príncipes Católicos para que salieran a defender a sus colegas de religión. Pronto se formó un buen ejército y se fueron en busca del enemigo. El 7 de octubre de 1572, se encontraron los dos ejércitos en un sitio llamado el Golfo de Lepanto.
Los mahometanos tenían 282 barcos y 88,000 soldados. Los cristianos eran inferiores en número. Antes de empezar la batalla, los soldados cristianos se confesaron, oyeron la Santa Misa, comulgaron, rezaron el Rosario y entonaron un canto a la Madre de Dios. Terminados estos actos se lanzaron como un huracán en busca del ejército contrario.
Al principio la batalla era desfavorable para los cristianos, pues el viento corría en dirección opuesta a la que ellos llevaban, y detenían sus barcos que eran todos barcos de vela o sea movidos por el viento. Pero luego - de manera admirable - el viento cambió de rumbo, batió fuertemente las velas de los barcos del ejército cristiano, y los empujó con fuerza contra las naves enemigas. Entonces nuestros soldados dieron una carga tremenda y en poco rato derrotaron por completo a sus adversarios.
Es de notar, que mientras la batalla se llevaba a cabo, el Papa Pío V, con una gran multitud de fieles recorría a cabo, el Papa Pío V, con una gran multitud de fieles recorría las calles de Roma rezando el Santo Rosario.
En agradecimiento de tan espléndida victoria San Pío V mandó que en adelante cada año se celebrara el siete de octubre, la fiesta del Santo Rosario, y que en las letanías se rezara siempre esta oración: MARÍA AUXILIO DE LOS CRISTIANOS, RUEGA POR NOSOTROS.
Las guerras religiosas del siglo XVI
El centro de expansión , de este titulo, radicó en Alemania meridional, que, a pesar del triunfo protestante, se propusieron mantenerse fieles al catolicismo. En 1618 estallan las guerras de religión conocidas como "guerras de los 30 años". Los príncipes católicos y el pueblo comenzaron a invocar a la virgen Sma. Con el titulo de "María Auxiliadora" y acudieron en peregrinación a una capilla que, con esta denominación se había levantado a la Virgen en la ciudad de Passau ( Alemania). En medio de las mil vicisitudes de la guerra, de la peste y del enfrentamiento religioso, los católicos de Baviera y del Tirol se sintieron protegidos por la Sma. Virgen y experimentaron una renovación espiritual. Este movimiento mariano estuvo alentado y guiado por los Padres Capuchinos y por la Cofradía de María Auxiliadora, promotora de la nueva devoción mariana. En ella muchos creyeron encontrar un medio seguro para salvar su Fe católica y la libertad de sus tierras.
Los turcos atacan Viena (1683)
Junto a las convulsiones religiosas y sociales provocadas en le centro de Europa por la crisis protestante, surgió el ímpetu del Islam. En 1683 los turcos, capitaneados por el visir Kará Mustafá, ponen sitio a Viena, capital del impero. El Papa Inocencio XI vio entonces en serio peligro la existencia de una Europa cristiana; los creyentes acudieron a la protección de la Virgen María. La invocación María, ayuda (María hilf), afirma un historiador, recorrió todas las regiones de Alemania y Austria. La victoria fue para las fuerzas cristianas, aunque las islámicas eran tres veces superiores. Viena quedó liberada. Una vez mas los pueblos experimentaron la ayuda de la virgen María Auxiliadora.
El Papa y Napoleón.
El siglo XIX sucedió un hecho bien lastimoso: El emperador Napoleón llevado por la ambición y el orgullo se atrevió a poner prisionero al Sumo Pontífice, el Papa Pío VII. Varios años llevaba en prisión el Vicario de Cristo y no se veían esperanzas de obtener la libertad, pues el emperador era el más poderoso gobernante de ese entonces. Hasta los reyes temblaban en su presencia, y su ejército era siempre el vencedor en las batallas.
El Sumo Pontífice hizo entonces una promesa: "Oh Madre de Dios, si me libras de esta indigna prisión, te honraré decretándote una nueva fiesta en la Iglesia Católica". Y muy pronto vino lo inesperado. Napoleón que había dicho: "Las excomuniones del Papa no son capaces de quitar el fusil de la mano de mis soldados", vio con desilusión que, en los friísimos campos de Rusia, a donde había ido a batallar, el frío helaba las manos de sus soldados, y el fusil se les iba cayendo, y él que había ido deslumbrante, con su famoso ejército, volvió humillado con unos pocos y maltrechos hombres. Y al volver se encontró con que sus adversarios le habían preparado un fuerte ejército, el cual lo atacó y le proporcionó total derrota. Fue luego expulsado de su país y el que antes se atrevió a aprisionar al Papa, se vio obligado a pagar en triste prisión el resto de su vida.
El Papa pudo entonces volver a su sede pontificia y el 24 de mayo de 1814 regresó triunfante a la ciudad de Roma. En memoria de este noble favor de la Virgen María, Pío VII decretó que en adelante cada 24 de mayo se celebrara en Roma la fiesta de María Auxiliadora en acción de gracias a la madre de Dios.
San Juan Bosco y María Auxiliadora.
El 9 de junio de 1868, se consagró en Turín, Italia, la Basílica de María Auxiliadora. La historia de esta Basílica es una cadena de favores de la Madre de Dios. su constructor fue San Juan Bosco, humilde campesino nacido el 16 de agosto de 1815, de padres muy pobres.
A los tres años quedó huérfano de padre. Para poder ir al colegio tuvo que andar de casa en casa pidiendo limosna. La Sma. Virgen se le había aparecido en sueños mandándole que adquiriera "ciencia y paciencia", porque Dios lo destinaba para educar a muchos niños pobres. Nuevamente se le apareció la Virgen y le pidió que le construyera un templo y que la invocara con el título de Auxiliadora.
Empezó la obra del templo con tres monedas de veinte centavos. Pero fueron tantos los milagros que María Auxiliadora empezó a hacer en favor de sus devotos, que en sólo cuatro años estuvo terminada la gran Basílica. El santo solía repetir: "Cada ladrillo de este templo corresponde a un milagro de la Santísima Virgen". Desde aquel santuario empezó a extenderse por el mundo la devoción a la Madre de Dios bajo el título de Auxiliadora, y son tantos los favores que Nuestra Señora concede a quienes la invocan con ese título, que ésta devoción ha llegado a ser una de las más populares.
San Juan Bosco decía: "Propagad la devoción a María Auxiliadora y veréis lo que son milagros" y recomendaba repetir muchas veces esta pequeña oración: "María Auxiliadora, rogad por nosotros". El decía que los que dicen muchas veces esta jaculatoria consiguen grandes favores del cielo.
El mismo Don Bosco ideó la imagen de la Señora: vestida con túnica y manto regios, como reina bellísima, coronada de doce estrellas, con la enseña de su Hijo Jesús en los brazos, atento como Ella a los hombres, y con el poder de Dios en su mano derecha, simbolizado en el cetro. Y con los ojos en dirección a la tierra, a la Iglesia, a la Humanidad. Una Señora dinámica, en pie, dispuesta a auxiliar de inmediato. Esta imagen, reproducida en miles de formas: medallas, estampas, calendarios, llaveros... nos ofrece una compañía cotidiana como una interpelación y un signo de que detrás hay gente amiga. La imagen también se hace peregrina, en pequeñas estatuillas que van de casa en casa, visitando los hogares en su humilde altar ambulante. Esta visita es devuelta el 24 de mayo, acontecimiento anual de características singulares. Todos los templos de María Auxiliadora reciben a muchedumbres de devotos y son escenario de expresiones impregnadas de un profundo sentido religioso, cristiano y popular. Se dan cita, junto a la liturgia más entrañable, procesiones y verbenas, el calor del encuentro y la alegría de la esperanza. Esta fiesta va precedida de la solemne novena y tiene el 24 de cada mes su conmemoración, como un medio más para la continuidad, a través del año, de una vida cristiana que se va haciendo bajo la mirada alentadora de la Madre Auxiliadora.
Villancico1. La fachada principal
Descripción histórico-artística: La fachada la comenzó el arquitecto Eufrasio López en 1667. Al morir en 1684, la continuó su discípulo Blas Delgado, que la terminó en 1688. La fachada mide 33 metros de anchura por 32 de altura, sin incluir los arranques de las torres que la enmarcan y le confieren un aspecto italianizante.
Descripción religiosa: Es un gran retablo en piedra con las características del estilo barroco: multitud de imágenes (15) y decorados pétreos; monumentalidad; y efecto teatral como intento de acercar la liturgia al pueblo.
1. La Puerta del Perdón (central) se abre sólo en las solemnidades y jubileos. En el dintel aparece la Asunción de María, titular de la Catedral, devoción del rey santo a la que consagraba todas las catedrales. En el balcón central, el Santo Rostro nos recuerda la reliquia especial que custodia este templo. Desde ese balcón se bendecía a los fieles con el Santo Rostro el Viernes Santo y el día de la Asunción de María. Arriba del todo: San Fernando, el rey santo que conquistó Jaén y parte de Andalucía al poder musulmán. Además de conquistador fue auspiciador de esta Catedral al poner la sede episcopal y la capital en Jaén, en 1249.
2. La Puerta de los fieles (izquierda) está protegida por San Miguel Arcángel, jefe de los ejércitos celestiales, considerado desde antiguo el guardián por excelencia de la puerta de los santuarios, encargado de impedir la entrada al demonio. En el barroco, además, San Miguel simboliza el triunfo de la Iglesia Católica sobre sus enemigos.
3. La Puerta del Clero (derecha) que conduce a la sacristía está dedicada a Santa Catalina, patrona de la ciudad antes del descenso de la Virgen de la Capilla en 1430. Al parecer, en el tercer cerco que Fernando III realizó a la ciudad de Jaén, tomada por los árabes, cuando estaba a punto de retirarse, Santa Catalina se le apareció y lo animó a no retirarse, mostrando en prenda las llaves de la ciudad. Al día siguiente el rey Alahamar entregó la ciudad. En agradecimiento, Fernando III la nombró patrona. Según algunos investigadores, hay indicios de una devoción a esta Santa en época previa a la reconquista de la ciudad. Sta. Catalina, no obstante, es venerada por su sabiduría, su elocuencia, su fortaleza y su purísima castidad, por lo que no es difícil entender que en la edad media se la invocara como patrona del clero.
A los lados de la puerta central, entre las columnas, se encuentran las columnas de la fe, los apóstoles San Pedro y San Pablo. A los lados de San Fernando están los cuatro evangelistas, Mateo (con el ángel), Juan (con el águila), Lucas (con el toro) y Marcos (con el león). Más allá aún, se encuentra los cuatro grandes Padres de la Iglesia Occidental: San Ambrosio (con la iglesia en la mano), San Gregorio Magno (con la tiara papal), San Agustín obispo (con el libro de teología) y san Jerónimo, sacerdote, que tradujo la Vulgata por encargo del Papa.
En resumen, el monumental retablo barroco de la fachada, esculpido en piedra, nos presenta de manera sencilla los tres fundamentos de la fe y de la Iglesia: la Sagrada Escritura (Evangelistas), la Sagrada Tradición (Santos Padres) y el Magisterio (San Pedro y San Pablo); todo ello unido a las raíces locales de la Catedral: el rey San Fernando conquistó la ciudad de Jaén con la ayuda de Santa Catalina en 1246, fundó la Catedral en 1249 y la dedicó a la Asunción de María.
Cristo es el arquetipo. Cristo es el modelo. Cristo es la imagen, del Dios y del hombre perfecto. Y nosotros crecemos como cristianos y como hombres cuando imitamos a Cristo. Un día lo dijo Jesús: "Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto".
Y uno dice: "Caramba, no es tan fácil". Sed perfectos como Dios es infinitamente perfecto. ¿Y cómo hago yo para ser perfecto como Dios si a Dios nunca lo he visto? Precisamente en Jesucristo, Dios se hace visible. El Padre infinitamente perfecto pero invisible, se hace visible en Jesucristo. En Jesús aparece la imagen de Dios y la imagen del Padre. En Jesús aparece el modelo que tenemos que imitar, el modelo al cual nos tenemos que ir asemejando, el arquetipo con el cual nos tenemos que ir conformando. Eso aparece en Jesucristo. Por eso, lo repito, la vida del cristiano tiene que ser una imitación de Cristo.
Pero ¡ojo!: de Cristo Jesús. No de los falsos cristos que andan dando vueltas por ahí. El Papa Juan Pablo II en el discurso inaugural de la conferencia de Puebla advirtió contra las relecturas del Evangelio que nos presentan un Cristo falsificado y dijo que
Cuántas veces escuchamos: "Cristo era un gran tipo, un gran hombre, un gran moralista, un gran político, un gran ejemplo para la humanidad". Pero que era Dios, que nació de
O nos presentan ese Cristo que en forma de blasfemia aparece a veces en el cine, en el teatro o en los ambientes culturales que padecemos. Como en un teatro que lleva el nombre del General San Martín, aquel que ordenaba en el Ejército de los Andes, que el blasfemo fuera azotado primero y que si volviera a repetir la blasfemia se le atravesara la lengua con un hierro al rojo y se lo arrojara del Cuerpo. En un teatro que lleva su nombre se ha blasfemado de Cristo.
El cristo hippie, el cristo super-star, el cristo guitarrero, el cristo estúpido que se muestra en tantos ambientes católicos y en tantos grupos juveniles. O el cristo guerrillero que vimos hace unos años atrás. Todavía recuerdo los carteles: "BUSCADO". Y aparecía Jesús con la barba y el pelo que parecía más Fidel Castro que Jesucristo, con la ametralladora o el fusil al hombro. "BUSCADO. INDIVIDUO PELIGROSO".
Toda esas son falsificaciones de Cristo, como son falsificaciones de Cristo muchas imágenes hechas con tal mal gusto que nos hacen recordar a aquel tipo que tenía un taller de obras religiosas, y lo encuentra un amigo haciendo una imagen de un santo de yeso y le dice: "¿Y ése qué santo es?" "Y... depende. Si me sale con barba es Jesucristo, si no María Magdalena". ¡Esas imágenes que vemos a veces del Señor!
El padre Castellani describe un cuadro del Sagrado Corazón y dice: "Era una de esas imágenes suavemente persuasivas en que el poderoso fundador del cristianismo era un zoncito triste de cabellos rubios". Imaginemos la figura y, agrega Castellani, "parecía un hortelano polaco con un pimiento morrón en la mano".
¡Tantas veces nos han presentado así al Sagrado Corazón de Jesús!, como una Magdalena a la cual le han pintado la barba. ¡Eso no es el amor de Cristo! Aquel gran escritor católico, León Bloy, escribía un día en su diario, en el mes de junio: "Día del Sagrado Corazón. ¡Malaya los que ven en este día el color rosado, cuando es la sangre roja de Cristo que brota a borbotones del Corazón abierto!". El Corazón de Cristo, el amor de Cristo, no es una cosa blanca, fofa, unisex, romanticona, sensiblera. El Corazón de Cristo es el corazón atravesado en
El Corazón de Cristo es el Corazón de Cristo presente en
Miremos aquella imagen de Cristo que no está pintada por mano de hombre. Miremos esa imagen milagrosa de Cristo que está impresa en
Hay un libro sobre
Y si uno compara ese rostro de Cristo en
Y uno dice: todos los esfuerzos de los artistas, de los pintores, de los dibujantes, de los escultores, para representarnos lo que era el rostro de Cristo no sirven para nada. No tienen nada que hacer con esa imagen que Cristo quiso imprimir maravillosamente y milagrosamente en
Y así tiene que haber sido el Señor en su vida. La serenidad y el dolor. La sencillez, la humildad y al mismo tiempo el poder.
Ahora bien, hace un rato decíamos: ¿Cómo imitar a Dios? Dios se nos muestra en Cristo, pero todavía a veces nos desanimamos un poco. "Pero yo soy flojo; pero yo soy pecador... Claro, Cristo tenía todo eso, pero porque era Dios, y yo soy nada más que un hombre, un pobre pecador". ¿Cómo puedo hacer yo para imitar a ese arquetipo, ese modelo de perfección infinita? ¿A Cristo lo veo cerca? ¿Confío en El? ¿Lo quiero? Pero al mismo tiempo lo veo demasiado alto, demasiado grande. Es mi amigo, es el que me perdona, es el que me ama, el que llama. Es mi hermano porque me ha hecho hijo de Dios. Pero también es el Señor, es el Verbo de Dios, es el Verbo que se hizo carne. ¿Cómo puedo imitarlo? Ahí precisamente está el lugar de los santos.
Los santos son los caminos para llegar a Cristo. Los santos nos están mostrando los caminos para llegar a la imitación de Cristo. Fíjense: si miramos las cosas que Dios ha creado, es infinita la variedad de cosas que ha hecho. Para un planeta habitado (y por más que haya hipótesis, teorías y discusiones, hasta ahora el único que conocemos es el nuestro), llenó los cielos con millones de soles, de estrellas y de planetas. Y en este planeta habitado Dios no se quedó en chiquito ¡Cuántas son las especies, las variedades infinitas de plantas, animales, de cosas que Dios ha creado! ¡Cuál es la maravilla que existe mirando una célula con el microscopio, una gota de agua, el ala de un insecto, las cosas más pequeñas de la naturaleza! ¡Y cuánta la maravilla de las cosas que podemos descubrir a la distancia con el telescopio!
¿Por qué Dios creó tanta infinita variedad de creaturas? Porque las creaturas son cada una de ellas como un espejito que está reflejando un rayo de la infinita protección de Dios. Por eso Dios hizo que las cosas creadas fueran muchas y fueran distintas y fueran múltiples. Para que nosotros mirando las cosas pudiéramos ver a Dios.
Yo a veces me planteo esto. Es el problema que uno tiene cuando enseña catecismo. Cuando uno les dice a los chicos: "¿Saben qué es el cielo? Ver a Dios". Y los pobres chicos, ¿qué piensan? Una de esas espantosas imágenes donde Dios aparece como un viejo venerable de barba blanca, sentado arriba de un globo o de una nube, con Jesús entre los brazos y con la palomita del Espíritu Santo revoloteando y arriba de la cabeza. Y eso mal pintado. Entonces los chicos miran y dicen: "y en el cielo uno ve a Dios... bueno un ratito está bien, pero a los quince minutos la cosa se pone aburrida, y mientras el catequista o la catequista insiste más y más en explicarles qué es la eternidad y a poner ejemplos para explicar la eternidad, el niño cada vez tiene un susto más grande y dice: "por lo menos en el infierno me van a dejar portarme mal y patalear un poco".
Ver a Dios. Tenían mucha mejor imaginación y pedagogía catequística los pieles rojas, cuando explicaban el cielo como una inmensa pradera llena de búfalos. Sabemos que no es así, pero para un pueblo de guerreros y cazadores, como eran los píeles rojas, ¿cuál es la imagen de la felicidad? La imagen de la felicidad era una pradera llena de caza. ¡Eso sí los podía entusiasmar mucho más que la imagen falsa que nosotros presentamos del cielo! Y toda la felicidad que el piel roja encontraba en la caza del búfalo, en el cielo la iba a tener y mucho más.
Entonces nosotros no mentiríamos si a un muchachito de catecismo que nos dice: "Padre, ¿en el cielo podré jugar al fútbol?"; le contestáramos: "todos los partidos que quieras y vas a hacer todos los goles que quieras, y vas a ganar siempre". No le estaríamos diciendo una mentira, porque esa felicidad que él pone en el partido, en los goles y en el triunfo, en el cielo la va a tener y mucho más.
Y pensemos nosotros en todas las cosas bellas que podemos mirar. En el paisaje de una noche estrellada, en los lagos del sur, en la armonía de una flor, en los colores de un insecto, en el rostro de una persona querida, y podemos decir: "Ver a Dios es todo eso y mucho más, infinitamente más. Eso es ver a Dios".
Cada una de las creaturas refleja un rayito de ese sol de infinita belleza que es Dios. Lo mismo pasa en
Así son los santos. Cada uno de los santos refleja una de las infinitas perfecciones de Cristo. Y entre todos los santos nos muestran como un retrato de Cristo y todavía existe allí la inmensa distancia que hay entre el retrato y la realidad de la persona. Pero las perfecciones infinitas de Cristo las descubrimos en los santos.
Y así los santos nos muestran el camino para seguir a Cristo. Nos muestran los distintos aspectos, las distintas facetas de esa perfección infinita de Cristo. Y nos están mostrando cuál debe ser el camino para imitar. Cada uno de nosotros tiene un camino que es propio e irrepetible. Pero cada uno de nosotros, conociendo la vida de los santos, puede descubrir ¡cuál es el camino!, mi sendero; de qué forma yo puedo seguir a Cristo. Para esto también es necesario que conozcamos verdaderamente lo que son los santos y lo que no son los santos.
¿Cuál es la relación que tiene la gente muchas veces con los santos? Los santos vienen a ser y son nuestros intercesores. Los santos ruegan a Dios por nosotros. Pero a veces, el que los santos nieguen a Dios por nosotros, le pidan a Dios por nosotros, es lo único que la gente mira. Y entonces los pobres santos vienen a transformarse en una especie de "mangueros" o de "coimeros" celestiales, con los cuales nosotros nos tenemos que acomodar para llegar al patrón y así el patrón nos consiga aquello que nosotros queremos.
Y la costumbre, que existe todavía en algunas partes de que si el santo no me cumplió, lo pongo "en penitencia". San Antonio no consiguió novia, de cara contra la pared o colgado con la cabeza para abajo, en penitencia, "pues yo le recé la novena y el santo no me cumplió". Y eso existe. El creer que infaliblemente con la novena le vamos a sacar a Dios lo que se nos ocurra pedirle. Aprobar el examen aunque no hayamos estudiado; sacarnos la lotería o el Prode para solucionar nuestra situación económica, etc. Y algunos miran así a los santos. Y si los santos no funcionan, se inventan santos: San Cono, para ganar la lotería;
Los santos tampoco son tipos que ya nacieron santos. Eso aparecía antes, sobre todo en algunas vidas de santos, donde nos mostraban tan maravilloso al santo que uno se desanimaba. Uno veía que al santo, desde que nació, le volaba una palomita sobre la cuna y una tía piadosa decía: "de esta niña van a salir cosas grandes".
Y el santo no mamaba los viernes de cuaresma y no quería ir a jugar un partido con los amigos porque prefería ayudar misa. Entonces nosotros que queríamos ir a jugar el partido en vez de ir a misa, ya nos sentíamos desalentados. Entonces decimos: "no, eso no es para mí". O sea los santos son algunos tipos muy especiales, a los cuales Dios los eligió para ser santos. Ya nacieron así y ya se les notaba desde chico, porque era medio pavito. Y entonces nosotros nos damos cuenta que vivir, ser cristianos, nos cuesta, que tenemos que pelearla, que metemos la pata y que caemos en pecado. Entonces decimos: "¡No! En todo caso trataré, en fin, de caer en buen lado en el momento de la muerte, pero en fin, de no hacer macanas demasiado gordas y confesarme cuando me vaya mal para que Dios me tenga misericordia y me deje un lugarcito del lado de la puerta en el cielo. Pero yo no nací para santo".
No. Esas son falsificaciones de los santos, y sabemos porque nos lo muestra la historia de
O sea, los santos son hombres y mujeres como nosotros, jóvenes y viejos, varones y mujeres, chicos y grandes, pobres y ricos, mendigos y reyes, soldados y emperadores, profesionales, amas de casa, religiosos y laicos que se tomaron en serio el Evangelio y la vida cristiana, que quisieron hacer algo grande por Cristo; que regaron con la oración y con la fuerza de la gracia esa semillita de la vida cristiana para tratar de imitar a Cristo. Y eso no es fácil, por supuesto. Por eso tampoco va aquella imagen a la cual ya me referí: el santo flojito, el santo sentimentalón, el santo que es bueno porque no le da el cuero para ser malo; el santo pavote, el santo unisex.
No, ser santo es heroico. Lo dice el padre Castellani: "Los santos fueron varones. Ellos supieron morir. Hasta en las santas mujeres hubo un algo de varón. Y esto es lo que no sabían y podían concebir una nación donde es libre tener o no religión. Nos los pintan los pintores cual muñecos afeitados, cual muñecos extasiados en lumínicas delicias con un halo de zafiro. Mejor debieran pintarlos sucios y mal afeitados; los santos son soldados de esos que saben morir".
Es heroica la santidad. El héroe y el santo son los dos modelos, los dos arquetipos de una vida plena. Las virtudes sobrenaturales: la fe, la esperanza, la caridad, la humildad, la misericordia, la oración, y las virtudes naturales: la palabra empeñada, el coraje, el heroísmo, el amor por la familia, por la justicia, por la patria. El héroe y el santo se identifican, porque el héroe cristiano, el que se juega la vida por una causa humana noble, por la patria, por la justicia, por la familia, por Dios, es santo. Y el santo al mismo tiempo es alguien que ha vivido heroicamente el Evangelio, el seguimiento de Cristo, las virtudes humanas. Por eso el héroe y el santo se identifican en el mártir. En aquel que es capaz de dar con su sangre testimonio de que se ha tomado en serio aquello que está predicando con su lengua.
El mártir. Pero nuestro tiempo es cobarde; nuestro tiempo de compromiso, nuestro tiempo de diálogo, nuestro tiempo de cobardía, nuestro tiempo de "no te metas"; no quiere saber nada con los mártires. Le vuelve las espaldas, lo quiere olvidar. El cardenal de Polonia, Wydzinky, el maestro de Juan Pablo II, dijo alguna vez: "No existe
San Pablo decía que somos como miembros del Cuerpo de Cristo y dice: "¿Cómo puede ser que un miembro sufra, si yo no sufro con él?". Y nosotros, cristianos de Occidente, de este Occidente cobarde, de este Occidente apóstata, volvemos las espaldas al martirio. Preferimos la vida cómoda, la vida fácil, el compromiso, la transacción, incluso el tender la mano de diálogo con aquellos que tienen la mano manchada con la sangre de nuestros hermanos en la fe.
Y sin embargo, en nuestro tiempo, a pesar de todo eso, en nuestro tiempo el martirio ha estado presente, tal vez como en ninguna otra época de la historia de
La santidad va unida con el heroísmo, y nuestro siglo a pesar de ser un siglo de cobardía, es también un siglo de heroísmo. Por eso frente a los falsos modelos tenemos que levantar los Santos. Al principio decíamos: a un joven se lo educa con principios y con palabras, pero sobre todo con ejemplos. Si un chico o una chica ven que en casa papá o mamá dicen "hay que hacer esto", pero hacen lo contrario, ¿qué es lo que queda? ¿Lo que dicen? No, lo que hacen.
En nuestra educación los modelos son importantes. En todos los órdenes. Es importante para
Cuando los modelos para la juventud, son todos esos personajes de la farándula, de la televisión, del triunfo fácil y de la plata fácil, ¿qué juventud estamos formando cuando al santo y al héroe lo han reemplazado los ídolos? Y cuando puede ser ídolo, hasta un personaje como Michael Jackson, que se hace diez operaciones para arreglarse la cara, para conseguir un producto que no es ni blanco ni negro, ni varón ni mujer y figurar en las remeras de nuestros jóvenes. Cuando, como si no hubiera santos en nuestro tiempo, tratan de imponernos los santones. Precisamente, ¿por qué? Porque los encuentran fuera de
Un ejemplo entre miles, entre millones que se podrían encontrar en nuestro tiempo del santo que junta en el martirio la santidad y el heroísmo. Eso es lo que precisamos hoy en nuestra Patria Argentina. En esta Patria que nació cristiana. Cristiana con
Esa es la herida profunda en el corazón de nuestra Patria. Porque los argentinos nos olvidamos que esta Argentina nació cristiana. Porque nos olvidamos de Dios y de los mandamientos y de nuestra herencia cristiana. Esa es la raíz profunda de la crisis de nuestra Patria. Es una herida en el alma, en el alma de
Hay que volver a las raíces cristianas de nuestra Patria porque solamente siendo plenamente cristianos, por el camino de los santos y por el camino de Cristo, podremos ser plenamente hombres y argentinos. Porque ese hombre vertical, del cual alguna vez hemos hablado, no ese hombre que está doblado como el chancho para hundirse en la inmundicia y en el barro y en la miseria de la vida de todos los días, sino el hombre de pie; el hombre que sobre sus pasiones e instintos tiene una voluntad fuerte y sobre la voluntad fuerte, una inteligencia que le muestra la verdad; solamente ese hombre vertical, de pie, es capaz de mirar hacia arriba, de mirar hacia Dios. Pero para eso necesita la gracia. Porque nuestra naturaleza humana, herida por el pecado no puede ponerse de pie, vertical, sin la gracia de Dios.
Pensemos en nuestra pobre Patria. En esa Patria que si la miramos en su derrota y en su entrega podemos llorarla con los versos de Rubén Darío:
"Seremos entregados a los bárbaros fieros,
tantos millones de hombres hablaremos inglés.
Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros.
Callaremos ahora para llorar después"
Que si la miramos en su interior la podemos llorar con los versos de Castellani, cuando dice:
"Pobre Patria en manos de hombres tenderos y charlatanes.
¿Será posible que hayan muerto ya todos tus capitanes?"
Eso es lo que precisa nuestra Patria. El Santo y el héroe. Y que el Santo sea heroico en el testimonio de
Y para eso: mirar hacía los santos, porque mirarlos a ellos es mirar hacia Cristo. Y mirar a Cristo y tomar a Cristo como imagen, como modelo, como arquetipo, es encaminarnos nosotros hacia la plenitud, hacia la perfección, como cristianos y como hombres.
San Bernardino de Siena fue uno de aquellos predicadores de penitencia que en el siglo XV recorrieron gran parte de Italia y contribuyeron eficazmente a la reforma y mejoramiento de las costumbres. Su celo ardiente y apostólico y su oratoria popular y apasionada han quedado como ejemplos vivientes del celo y de la predicación evangélica y aun del estilo de aquellos predicadores del siglo XV, San Vicente Ferrer, San Juan de Capistrano y otros.
Nacido en 1380 en Massa, cerca de Siena, de la noble familia de los Albiceschi, recibió Bernardino en Siena una educación completa en las ciencias eclesiásticas. En 1402 vistió el hábito de San Francisco; en 1404 recibió la ordenación sacerdotal y un año después fue destinado a la predicación.
Pero transcurren unos doce años, y ni su voz ni sus cualidades oratorias le ayudaban a desempeñar con éxito este importante ministerio. Mas como, por otra parte, se distinguía por sus eximias virtudes religiosas, aparece el año 1417 como guardián en el convento franciscano de Fiésole. Entonces, pues, de una manera inesperada, que tiene todos los visos de sobrenatural, se refiere que recibió la orden divina, transmitida por un novicio: «Hermano Bernardino, ve a predicar a Lombardía».
El hecho es que, desde 1418, aparece San Bernardino en Milán y comienza aquella carrera de grandes misiones o predicaciones populares, cuya característica era un intenso amor a Jesucristo, que llegaba al interior de sus oyentes y arrancaba lágrimas de penitencia. Este amor a Jesucristo lo sintetizaba en el anagrama del nombre de Jesús, tal como, precisamente desde entonces, se ha ido popularizando cada vez más: I H S. Llevábalo a guisa de banderín y procuraba fuera grabado en todas las formas posibles, en estampas de propaganda, en grandes carteles y, sobre todo, en los testeros de las iglesias, casas consistoriales y domicilios particulares de las poblaciones donde misionaba. Aquello debía servirles de recuerdo perenne de las verdades predicadas y de las decisiones tomadas. De ello pueden verse, aun en nuestros días, multitud de ejemplos en los territorios donde él predicó.
Efectivamente, en 1418 predica la Cuaresma en la iglesia principal de Milán, donde el último de los Visconti daba el triste ejemplo de una vida entregada a todos los vicios. Bernardino se revela un orador popular de cualidades extraordinarias. El pueblo se siente transformado por el fuego de su predicación. Vuelve al año siguiente y se repiten los mismos resultados de grandes conversiones y reforma de costumbres. De 1419 a 1423 recorre las poblaciones de Bérgamo, Como, Plasencia, Brescia. Unas veces predica en la misa, otras durante el día; unas veces organiza una misión, otras es un sermón de circunstancias; pero el resultado es siempre la transformación de las costumbres y reforma de vida. En 1423 desarrolla su actividad reformadora en Mantua, y por vez primera aparece allí su fuerza taumatúrgica. Según los relatos contemporáneos, al negarse el barquero a conducirle al otro lado del lago, lo atraviesa sobre su manteo, y a nadie sorprende tan estupendo milagro, pues todos son testigos de su ascetismo extraordinario y del abrasado amor de Dios que respira en su predicación.
Pero el fruto de su apostolado no se limita a la transformación de costumbres y reforma de vastos territorios. En Venecia, donde predica en 1422, obtiene la fundación de una cartuja y de un hospital para infecciosos. Predica de nuevo en Verona en 1423, y de nuevo nos relatan los cronistas del tiempo un milagro estupendo obrado por él, cuando hace retornar a la vida a un hombre muerto en un accidente. La fama de su santidad y de la fuerza arrebatadora de su predicación toma proporciones nunca oídas. A partir del año 1424 llega a su apogeo. Ya no bastan las mayores iglesias para contener las grandes masas, ansiosas de escuchar la palabra ardiente de un santo. En Vicenza habla en la plaza pública a una multitud de veinte mil personas. En Venecia desarrolla en 1424 una actividad extraordinaria y acude la población entera a las plazas públicas para escucharle. Los grandes carteles, en que ostenta el anagrama de Jesús, producen un efecto admirable. De allí pasa a Ferrara, donde consigue tocar el corazón de sus habitantes, que renuncian en masa al lujo y a las diversiones pecaminosas.
Parece imposible que su naturaleza débil y enfermiza pueda resistir un trabajo tan agotador, sobre todo si se tiene presente que lo acompaña con una vida extremadamente austera. Su aspecto exterior, tal como nos lo transmitieron los más afamados pintores del cuatrocientos, es el prototipo del ascetismo más exagerado, que contribuye eficazmente a la eficacia de su obra apostólica. Predica la Cuaresma en Bolonia, que se hallaba en rebelión contra el romano pontífice Martín V (1417-1431). Introduce un nuevo juego, haciendo pintar el nombre de Jesús en las cartas que se emplean. El pueblo y el mercader que se compromete en esta empresa la miran con recelo; pero, al fin, terminan todos por entusiasmarse con el invento, que trae consigo una transformación completa de la ciudad. Siguiendo la llamada de los florentinos, predica en Florencia durante el verano de 1424, y esta ciudad, prototipo de la elegancia y del lujo más exagerados, termina la misión organizando grandes hogueras, a las que las damas de la más elegante sociedad arrojan los objetos más preciados de sus vanidades. Más aún. Como recuerdo de tan importantes acontecimientos se hace pintar el anagrama de Jesús y se coloca en la fachada de la iglesia de la Santa Cruz.
En medio de esta carrera de predicación en grande estilo de San Bernardino no podía faltar su turno a su ciudad natal, Siena. En efecto, después de predicar la Cuaresma en Prato, en 1425, llega a Siena a fines de abril, y allí derrocha tesoros de su más ardiente palabra apostólica durante cincuenta días. Entre sus oyentes se encuentra el gran humanista Eneas Silvio Piccolomini, el futuro papa Pío II (1458-1464). La ciudad en peso decide esculpir el anagrama de Jesús en el testero del Palazzo publico. En Asís, en Perusa, en otras poblaciones renueva todas las maravillas de su predicación. En 1427 se hallaba en Viterbo, donde predica la Cuaresma y ataca duramente la usura, una de las plagas del tiempo.
Esta campaña de 1418-1427, extraordinariamente fecunda en frutos de conversiones, renovación de costumbres y reforma fundamental de vida, constituye la primera etapa de la gran obra reformadora realizada por San Bernardino de Siena. Ahora bien, para conocer las características de la predicación de este gran orador cristiano debemos poner a la cabeza de todas su eminente santidad y austeridad de vida, que fascinaba a las multitudes y arrastraba con la fuerza irresistible del ejemplo. Mas, por lo que se refiere a la estructura literaria de sus sermones, no podemos tomar como ejemplos los esquemas latinos que se nos han conservado y podemos leer en sus obras, por ejemplo, en la edición crítica de las mismas, que se ha publicado en nuestros días. Porque su palabra viva y ardiente era completamente diversa de estos esbozos eruditos, a manera de tratados teológicos. De la verdadera elocuencia de su lenguaje popular y vivo nos dan una idea aproximada los Sermones vulgares, que uno de sus oyentes copió en su predicación de Siena en 1427 y han sido recientemente publicados. Aquí es todo vida, naturalidad, comunicación íntima con el auditorio. El orador, sin perder de vista el objeto primordial de su discurso, sigue la inspiración del momento, repite las cosas más difíciles, mezcla su discurso con frecuentes diálogos con el auditorio, prorrumpe en ardientes exclamaciones y apóstrofes, lo empapa todo con un espíritu sobrenatural y divino, que lleva la convicción a las almas y arranca de sus oyentes lágrimas de compunción y propósitos de reforma.
Es admirable la maestría de esta oratoria, eminentemente popular y profundamente teológica y cristiana. Conserva siempre la dignidad de la cátedra apostólica; adáptase, en cuanto le es posible, a los oyentes que le escuchan y a las circunstancias del tiempo; fustiga las divisiones de partidos y los vicios más típicos de la época, sobre todo la usura, la sensualidad, el despilfarro, la vanidad, el espíritu pendenciero; pero siempre en una forma tan digna y elevada que aparecen su espíritu verdaderamente apostólico y las entrañas de misericordia de Dios, siempre dispuesto a acoger en sus brazos a los que de veras se arrepienten de sus vicios y pecados. En particular se observa que, a diferencia de Jerónimo Savonarola, se mantiene siempre alejado de los partidos y de toda significación política, y nunca se expresa de un modo desconsiderado contra ninguna clase de autoridades, eclesiásticas y aun civiles.
Esto no obstante, el año 1427, cuando predicaba la Cuaresma en Viterbo, fue citado y tuvo que presentarse en Roma ante el Papa Martín V. Habíase elevado una acusación contra él por la novedad que ofrecía su predicación sobre el nombre de Jesús y la propaganda que hacía de las estampas, tabletas e inscripciones de su anagrama. Al llegar a Roma se le prohibió subir al púlpito y fue obligado a mantenerse recluido hasta que se examinara y decidiera su causa. El Santo, lleno de la más humilde resignación y con la confianza puesta en Dios, obedeció sin ninguna especie de resistencia. Pero entonces mismo llegó su inseparable amigo y discípulo predilecto, San Juan de Capistrano, quien supo exponer su causa en tal forma que el Papa se convenció de que la devoción del anagrama de Jesús no ofrecía ninguna dificultad teológica y, por el contrario, podía ser un resorte eficaz para fomentar la devoción del pueblo. La respuesta a los acusadores se dio públicamente, permitiendo el Papa que San Bernardino predicara en Roma durante ochenta días, en los que dirigió al pueblo romano ciento catorce sermones.
Puesta así de relieve la santidad, y habiendo aumentado extraordinariamente la popularidad y reputación de su compaisano, los sienenses suplicaron al Papa que nombrara obispo de Siena a San Bernardino. El Papa accedió a tan justificados ruegos, pero el Santo se resistió. En cambio, entonces precisamente dio él comienzo a la segunda etapa de su vida apostólica. Desde agosto del mismo año 1427 desarrolla una intensa campaña en Siena, desgarrada entonces por las más encarnizadas divisiones. Los cuarenta y cinco sermones que entonces predicó, tomados literalmente por un copista y publicados en nuestros días, son la más clara prueba de la elocuencia popular, fuerza persuasiva y unción religiosa y aun mística de su predicación.
Luego siguió un amplio recorrido por la Toscana, Lombardía, Romaña, Marca de Ancona. La madurez de su criterio y experiencia, la eximia santidad de su vida y la aureola de reputación que lo acompañaba, todas estas circunstancias juntas producían un efecto sin precedentes. Nada se resiste a su arrolladora elocuencia. Así, con su palabra de fuego, consigue fácilmente detener a los sienenses en su ya iniciada guerra contra Florencia. Precisamente en esta ocasión el emperador Segismundo se encuentra en Siena y traba con él la más íntima amistad, y en abril de 1433 le lleva consigo a Roma.
Desde 1433 se inicia la última etapa de la vida de San Bernardino. Retirado al convento de Capriola, se dedica tres años al trabajo de redacción de sus obras.
En 1436 dedícase de nuevo dos años a la predicación. En 1438 es nombrado vicario general de los conventos de la observancia, y en inteligencia con Eugenio IV (1431-1447), que tan decididamente la favorecía, trabaja desde entonces en fomentarla por todas partes. Es significativa, en este sentido, la carta dirigida el 31 de julio de 1440 a todos sus súbditos. Con la anuencia de Eugenio IV toma como ayudante en esta obra de reforma regular a San Juan de Capistrano, su más insigne discípulo, émulo de su elocuencia popular y de la eximia santidad de su vida. En esta forma visita las provincias de Génova, Milán y Bolonia. Es un nuevo campo, donde realiza una labor sumamente provechosa.
Finalmente, en 1442, admite el Papa su renuncia a este cargo. Parece que podía entonces dedicarse al descanso. Pero su espíritu apostólico no se lo permite. Agotado por las fatigas de tantos años de predicación y por una vida de continuas austeridades y la observancia más estricta de la disciplina religiosa, siente reanimarse su espíritu entregándose de nuevo a la predicación. Así lo vemos en Milán, en el otoño de 1442, donde combate la herejía de un tal Amadeo; predica en Padua en 1443 una serie de sesenta sermones, que, copiados literalmente por uno de sus oyentes, constituyen una de las mejores joyas de la elocuencia sagrada; tiene que negarse a predicar en Ferrara, y aparece luego en Vicenza. A principios de 1444 tiene un breve descanso en su querido convento de Capriola, donde acaba de revisar algunas de sus obras, en particular sus Discursos sobre las Bienaventuranzas. Al exponer el Bienaventurados los que lloran da suelta a su tierno corazón por la honda pena que acaba de experimentar por la muerte del hermano Vicente, compañero suyo inseparable durante veintidós años. «Débil de cuerpo –exclama–, con frecuencia yo he estado enfermo. Entonces él me sostenía, él me conducía. Si mi cuerpo se sentía débil, él me alentaba. Si me sentía decaído o negligente en el servicio de Dios, él me excitaba. Yo era imprevisor, olvidadizo; pero él velaba por mí. ¿Cómo me has sido arrebatado, oh Vicente? ¿Cómo me has sido arrancado, tú que eras como una misma cosa conmigo, tú que eras tan conforme a mi corazón?»
Tal es San Bernardino al final de su vida: el gran predicador popular, que ha transformado con su palabra y ejemplo comarcas enteras de Italia; el gran propagador de la devoción del nombre de Jesús, a la que dedicó escritos maravillosos; el gran entusiasta de la devoción a María; el gran reformador y defensor de la observancia; el enamorado de Cristo al estilo de su padre, San Francisco de Asís. Es un sol que se halla en su ocaso. Todavía quiere predicar a Cristo. Sacando fuerzas de flaqueza, se decide a ir a predicar a Nápoles. En el camino predica en varios lugares; obra varios milagros; se detiene en Asís, en Santa María de los Angeles; pero, llegado a Áquila, rendido al cansancio, muere el 20 de mayo, víspera de la Ascensión. Seis años después, el 24 de mayo de 1450, el papa Nicolás V (1447-1555), cediendo a los clamores del pueblo cristiano, le eleva al honor de los altares.
San Bernardino de Siena es, indudablemente, uno de los más grandes santos del siglo XV, uno de los mejores modelos de la predicación popular cristiana, uno de los más preciosos ejemplos de aquel puro y encendido amor de Cristo, tan característico de su padre San Francisco de Asís y del espíritu franciscano de todos los tiempos.
Bernardino Llorca, S. I., San Bernardino de Sena, en Año Cristiano, Tomo II, Madrid, Ed. Católica (BAC 184), 1959, pp. 436-443.
Octavio amigo:
No sé si hubieras tolerado un obituario. No al menos –lo adivino- uno de plúmbeos ayes y postrimeras reconvenciones.
Acaso una elegía sí, algo distante del funeral de Patroclo -no por contrariar a Homero, a quien bienamaste- sino por humildad cristiana, que la tenías toda contigo, y era tu hermana de naturaleza y talante.
Una elegía se adecuaba mejor a tu vivir lidiando contra aburridos y prosaicos. Pero enseguida me hubieras aclarado que siguiera el modelo de Ovidio, cantando a su héroe cómico, diestro en amar, vagar y escribir, antes que el de la necrológica de Landívar por el Obispo Figueredo. Porque eras tan profundamente católico, caro Pato, que no podías soportar al clero, ni a las vestales cardenalicias, ni al azufre que a veces –malhaya- nos llega de Roma. Eras católico como el amito o el cíngulo o el roquete; quiero decir católico de esas nobilísimas antiguallas, sobre las que hoy hasta los nombres se ignoran, pero que resultaban tan familiares a la Tradición, y tan próximas al pueblo cristiano de misa y olla.
Un obituario no, entonces. De intentarlo, te veo fustigándome –como siempre y con razón y caridad lo hacías- por mi sentido dramático de la vida, por no saber captar la comedia dentro de la tragedia, mester en el que fuiste adalid y pregonero, casi sin competencia a la vista. ¿Cómo lo hacías, Octavio? ¿Qué secreto era ese don tan tuyo de la chuscada sabia, del gracejo erudito, de la picardía limpia, de la jocosidad pedagógica y la causticidad desopilante? ¿En qué momento le enseñaste a Santeuil, aquello de castigat ridendo mores? ¿O eras nomás Dominique redivivo, mitad jujeño y platense, vestido de jubón al que llamabas traje? ¿En que alborada le hiciste caso a Agustín de Foxá, y naciste en Grecia, sólo para irte de parranda con Aristófanes a las Dionisias Urbanas? ¿En que envidiable vela de armas te armó el cura Castellani Caballero de la Orden de la Risa Laudante?.
Quise decírtelo en un soneto, hace año largo, que empezaba así, y no me permita Aidós transcribirlo íntegro en folio alguno: “Tu pluma sostenida sin jadeo/ alegra al joven, mueve a los ancianos…”. Me respondiste que no eras Maurras para merecer ese juego eterno de tercetos y cuartetos. No; Maurras no eras. Te faltaban la sordera y el Cardenal Billot.
Entonces coincidimos en que un obituario no. Y si elegía, que no le falte siquiera una palabrota, de esas que usaba Braulio a modo de estrambote y de corona lírica. Recuerdo que una vez me propusiste cambiar el verso de un sonetillo a la patria, usando precisamente un terminacho soez que mejoraba mi pobre endecásilabo. Te desoí escrupuloso. Y me enseñaste la distinción entre solemnidad y seriedad, entre la eutrapelia y la bufonería. Caían de tu boca cascadas de razones, ya citando a Quevedo o al Beato de Llébana, a la Retórica del de Estagira o a los cánticos de alguna barra brava. No diré con Terencio que nada humano te era ajeno, porque el latín pertinente suena agraviante en porteño. Pero diré que nada te era ajeno, si era de Dios y de la Patria. Por ambos amores tu lucha. Por ambos dolores tu dolor. Por ambos bienes el bien inmenso de tu ciencia. Por Dios y por la Patria el sacrificio que ofreciste, sin alardes ni poses, de administrar bizarramente justicia en un país enfermo de injusticia. Justicia cristiana entre zurdos criminales y procesistas cabrones.
Aquí, Octavio amigo, quienes quedamos, recordábamos cosas tuyas estos días. Y eras, en nuestras memorias luengas o flacas, amistad y leyenda, consejo y sencillez, bonhomía inagotable y compañía en la batalla. Eras libros y viajes, conspiraciones y travesuras, empanadas y vinos, sentencias tribunalicias y refutaciones de yerros.
A mi se me antoja recordar tu misericordia. La tuviste a raudales, junto a la queridísima Delia, para apoyar mis desfogues “literarios” y mis pugilatos históricos, para estar presente en cuanta ocasión nos amenazara la indiferencia o la soledad. Allí siempre tu camaradería y tus chanzas, sacando de la galera lo que juzgabas favorable en nosotros, y era en rigor tu propia delicadeza de espíritu.
Se me antoja recordarte, entusiasta, tras los escritos de Epiphanius contra masonería, y traduciendo al Solzenitsin que descifró la clave de la cuestión judía. Se me antoja recordarte, insisto, en un aforismo epistolar que acuñaste sin saberlo: “la poesía es siempre una excepción aristocrática”.
Pero no te la llevarás de arriba, por alto que estés ahora. No te haré siervo de Dios para que a nadie se le ocurra compararte con Pironio o con las monjas francesas. Por eso, te recuerdo también hilvanando los peores maquiavelismos criollos y retándome por ser angelista. Octavio, ahora que ves tan cerca a los alados,¿no vale la pena empezar el angelismo en la tierra? ¿Ahora que puedes calibrar la puntería de sus ballestas y arcabuces, no me escribirás, disculpándote, para decirme que siga predicando nomás la hora de la espada?.
Aquella noche del 26 de abril, que sería la última en la casa de abajo, se te dio por leer –según me dijeron- el hondísismo análisis del amigo Francisco Rego sobre las relaciones entre el alma y el cuerpo. No te hubiera perdonado que te nos fueras con El Príncipe o con La razón de mi vida. Y hasta dejaste indicado el tomo de la Vida política de Rosas, de Don Julio, para que pudiera localizar una carta del Caudillo tras la que andábamos con el Padre Sáenz. Gracias también por este gesto final de apoyo logístico. A las pocas horas, en la madrugada del domingo 27, saliste a enterarte de las Ultimas Noticias.
Tu hijo Víctor, en la homilía espléndida que te dedicara-una pieza antológica, ante la que daban ganas de ser el destinatario, aunque estuviera finado- trajo a colación el texto aquel de San Pablo, casi olvidado: “nuestra conversación está en el cielo”. Por lo que colijo que en tu merecido locus amenus podrás seguir la plática y hasta darnos argumentos todavía más sólidos. O más etéreos.
Por eso te escribo, caro amigo. Ni un obituario, ni una letanía, sino una carta. Para agradecerte y felicitarte.
Justo eso. Una carta de gratitud y de encomio, como la que te envié cuando redactaste “El cisma sexual”, para poner en su lugar a un obispo marica que dio escándalo público. Es que aquel episodio luctuoso estaba hecho exactamente para tu análisis: la comedia en la tragedia. Especialidad de la Casa Sequeiros.
En esa carta iba un soneto, con el que reíste un rato, y que ahora copio:
SAN PEDRO CELESTINO
Papa
(1221-1296)
San Pedro Morone, más tarde Celestino V, nació en los Abruzzos, Italia. "Mis padres, cuenta en su Autobiografía, tuvieron doce hijos, como Jacob, y su mayor deseo era ofrecer alguno al Señor. Fue escogido el undécimo, (él mismo), que se llamaba Pedro, como fue escogido José, en casa de locos''. Pedro repetía con frecuencia a su madre "Quiero ser un buen siervo de Dios".
Pedro era la humildad personificada. Sus deseos se inclinaban a la vida de los anacoretas. Marchó a una montaña y se quedó en una cueva, dedicado totalmente a la oración. Después cavó un hoyo bajo una roca, para mayor austeridad. Se alternaban grandes tentaciones con altas consolaciones.
Acudían muchos a consultarle. Le animaban a que recibiera el sacerdocio. Accedió y fue a Roma a recibirlo. De vuelta, se quedó otros cinco años en otra cueva para vivir en soledad con Dios. Tenía dudas sobre la celebración de la Misa. Pensaba que si celebraba acudirían muchos y perdería la soledad. Además se sentía indigno. La voz del cielo se dejó oír. - Celebra Misa, hijo. - Pero San Benito y otros Santos no se atrevieron. No soy digno. -Nadie es digno. Celebra Misa con temor y temblor. Y quedó tranquilo.
Marchó al monte Morone, que le ha dado el apellido, buscando mayor soledad. Pero crecía la fama de santidad y tenía el carisma de los milagros. Acudieron muchos que querían ser sus discípulos. Se resistía pero al fin cedió, y nació la Orden de los Celestinos, luego unida a los benedictinos.
Un día llegó una visita inesperada. Era el arzobispo de Lyón con varios prelados, embajadores del cónclave, notificándole que había sido elegido Sumo Pontífice. Rondaba ya los 80 años. Era el año 1294. Muchos se alegraron de esta elección. Hacía falta un Papa santo, que rompiera las intrigas de los Orsinis y Colonnas en el Sacro Colegio. Además era necesario terminar con el largo interregno de más de dos años sin Papa.
Pedro Morone cedió y tomó el nombre de Celestino V. Montado humildemente en un borriquillo entró en Aquila, como Jesús en Jerusalén. Recibió el homenaje de los cardenales, la consagración episcopal y la coronación como Papa. No quiso ir a Roma, sobresaltada por luchas ciudadanas. Se fue al Palacio Real de Nápoles e hizo construir una cabaña dentro de sus habitaciones para vivir mejor la soledad. Pero le influía demasiado el rey de Nápoles, y los asuntos de la Curia iban de mal en peor.
Su temperamento poco sociable, el desconocimiento de las cosas humanas, le acarrearon graves dificultades. Además todo eran intrigas y ambiciones. Entonces se convenció de su incapacidad para el cargo y dio un gran ejemplo de humildad y desapego de las grandezas y honores terrenos.
Constituyó una comisión para estudiar la posibilidad de renuncia. Dado el visto bueno, reunió a los cardenales y leyó la bula de abdicación. Fue una escena única en la historia. Es "la gran renuncia" que Petrarca le alabará y Dante le reprochará hasta hundirlo en el infierno. Había gobernado -más bien, había ocupado el Solio pontificio- unos cinco meses.
Poco después era elegido su sucesor Bonifacio VIII, que encerró a Pedro Celestino en el castillo de Monte Fumone, junto a Anagni, por temor a un cisma. Allí vivió como un simple monje, según era su deseo. Allí continuó su vida de oración, soledad y penitencia, hasta mayo de 1296 en que murió. El Papa Clemente V lo elevó al honor de los altares en Avignon el 1313.