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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

27 de septiembre de 2008

IX Arquetipo: Padre Antonio Ruíz de Montoya


por el R.P. Alfredo Sáenz. S.J.

Nos introducimos ahora en la consideración de la figura de uno de los grandes de nuestra historia, el P. Antonio Ruiz de Montoya, esforzado misionero del período español de nuestra Patria, alma y vida de aquella inédita experiencia misional que fueron las reducciones guaraníticas.

I. Su juventud

Antonio nació en Lima, el 13 de junio de 1585, hijo de don Cristóbal Ruiz de Montoya, originario de Sevilla, y de Ana de Vargas. Por aquel entonces era Lima una ciudad señorial, espiritualmente regida por Santo Toribio de Mogrovejo, entre cuyos méritos se cuenta el de haber sido el redactor de un «Catecismo» escrito en español, quechua y aymara, que fue aprobado por el III Concilio Limense. Época realmente gloriosa aquélla, engalanada con la pureza de Santa Rosa y la humildad de San Martín de Porres. De Lima saldría para llevar la Buena Nueva al norte de nuestra Patria el gran misionero San Francisco Solano. Dicha floración se enmarca en el Siglo de Oro español, poblado de grandes santos, de grandes escritores, de grandes capitanes. Era la España generosa que se transfundía en sus provincias de ultramar.

A los 8 años, Antonio quedó huérfano de padre y madre, por lo que pasó a manos de tutores. Poco antes de morir, su padre lo había inscrito en el Real Colegio de San Martín, recientemente fundado por los jesuitas. Tras una niñez serena, comenzaron los devaneos de la adolescencia, con un creciente deterioro espiritual. Primero dejó la confesión, y luego abandonó los estudios para entregarse de lleno a una vida licenciosa, malgastando la herencia recibida, «con ansias de vivir independiente –como él mismo dice–, señor absoluto de sus acciones y hacienda». Empleó lo que tenía de dinero en comprar alhajas, servicios de plata, costosas tapicerías, todo ello en aras de la vanidad.

Sus biógrafos nos cuentan un episodio interesante de aquella época. El 4 de octubre de 1602, es decir, cuando tenía 17 años, fue hecho «caballero». Así lo relata su compañero y admirador Francisco Jarque: «Ciñó la espada, con asistencia de todos sus amigos, con el aplauso y solemnidad que acostumbran los Caballeros». Pero su caballería era puramente galante, sin el contenido profundo ni el espíritu medieval que había caracterizado a ese noble estamento de la sociedad. Sólo le resultaba útil para emprender inacabables lances callejeros, en esa Lima que por aquel entonces era una ciudad poco iluminada, sobre todo en los arrabales, poblados de huertas.

Se comportaba «peor que un gentil», escribiría luego de sí mismo. No eran, por cierto, juergas inocentes las suyas, sino aventuras tan serias que lo pusieron a veces en peligro de perder la vida o hacerla perder a otros. A consecuencia de tales desmanes, llegó a ser puesto en prisión o amenazado con el destierro.


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Anunciación

Entonçes llamó a un archángel
que Sant Gabriel se dezía
y embiólo a una donzella
que se llamava María
de cuyo consentimiento
el misterio se hazía
en el qual la Trinidad
de carne el Verbo vestía.
Y aunque tres hazen la obra
en el uno se hazía
y quedó el Verbo encarnado
en el bientre de María.
Y el que tiene sólo Padre
ya también madre tenía
aunque no como qualquiera
que de varón concevía
que de las entrañas de ella
él su carne recevía
por lo qual Hijo de Dios
y del hombre se dezía.

San Juan de la Cruz (1542-1591)

Cartas a un escéptico en materia de religión (3)


Jaime Balmes

Enviado por María Luz López Pérez

Carta II

Multitud de religiones.

Profundo misterio que aquí se envuelve. Los católicos reconocen y lamentan este daño mucho más que todos los sectarios. Explicación del principio «quod nimis probat nihil probat», lo que prueba demasiado no prueba nada. Aplicación de este principio a la dificultad presente. Reglas de prudencia que conviene no perder de vista. Motivos de la permisión divina. Fatales consecuencias del pecado del primer padre. Impotencia de la filosofía en la explicación de los misterios del hombre.

Voy a pagar, mi estimado amigo, la deuda que en mi anterior contraje, de responder a la dificultad que V. me proponía, relativa a la permisión de Dios sobre tantas y tan diferentes religiones. Éste es uno de los argumentos que sin cesar producen los enemigos de la religión, y que suelen proponer con tal aire de seguridad y de triunfo, como si él solo bastara a echarla por tierra. No se crea que trate yo de desvanecer la dificultad, eludiendo el mirarla cara a cara, ni de disminuir su fuerza presentándola cubierta con velos que la disfracen; muy al contrario, opino que el mejor modo de desatarla es ofrecerla en toda su magnitud. Añadiré, además, que no niego que haya en esto un misterio profundo, que no me lisonjeo de señalar razones del todo satisfactorias en esclarecimiento de la objeción indicada, pues estoy íntimamente convencido de que éste es uno de los incomprensibles arcanos de la Providencia, que al hombre no le es dado penetrar. Me parece, no obstante, que les hace a muchos más mella de la que hacerles debiera; y tan distante me hallo de creer que en nada destruya ni debilite la verdad de la Religión Católica, que antes juzgo que en la misma fuerza de dicha dificultad podemos encontrar un nuevo indicio de que nuestra creencia es la única verdadera.

Es cierto que la existencia de muchas religiones es un mal gravísimo; esto lo reconocemos los católicos mejor que nadie, pues que somos los que sostenemos que no hay más que una religión verdadera, que la fe en Jesucristo es necesaria para la eterna salvación, que es un absurdo el decir que todas las religiones pueden ser igualmente agradables a Dios; y, por fin, los que tal importancia damos a la unidad de la enseñanza religiosa, que consideramos como una inmensa calamidad la alteración de uno cualquiera de nuestros dogmas. Por donde se ve que no es mi ánimo atenuar en lo más mínimo la fuerza de la dificultad ocultando la gravedad del mal en que estriba; y que a mis ojos es mayor este daño que no a los del mismo que me la ofrece. Nadie aventaja ni aun iguala a los católicos en confesar lo inmenso de esa calamidad del humano linaje; porque sus creencias los precisan a mirarla como la mayor de todas. Los que consideran como falsas todas las religiones, los que se imaginan que en cualquiera de ellas puede el hombre hacerse agradable a Dios y alcanzar la eterna salud, los que profesando una religión que creen única verdadera, no profesan el principio de la caridad universal sin distinción de razas, pueden contemplar con menos dolor esas aberraciones de la humanidad; pero esto no es dado a los católicos, para quienes no hay verdad ni salvación fuera de la Iglesia, y que, además, están obligados a mirar a todos los hombres como hermanos, y desearles en lo íntimo del corazón que abran los ojos a la luz de la fe, y que entren en el camino de la salud eterna. Bien se echa de ver que no trato, como suele decirse, de huir el cuerpo a la dificultad, y que antes procuro pintarla con vivos colores. Ahora voy a examinar su valor, presentándola desde un punto de vista en que por desgracia no se la considera comúnmente.

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La Edad Media


por H. Belloc


He dicho en el capítulo anterior que la Edad Oscura puede compararse a un largo sueño de Europa; un letargo que se inicia en la fatiga de la vieja sociedad, en el siglo V, y que termina en la primavera y surgimiento de los siglos XI y XII. La metáfora, por supuesto, es muy simple, porque ese sueño fué un sueño de guerra, y durante esos siglos, Europa se encontraba manteniendo desesperadamente sus posiciones contra el ataque de todas aquellas fuerzas que deseaban destruirlas: el Islam, ardiente y refinado, por el Sud; los bárbaros paganos analfabetos, por el Este y por el Norte. De todos modos, Europa fué relevada o despertada de su sueño.
He dicho que tres grandes fuerzas, humanamente hablando, operaron el milagro: la personalidad de San Gregorio VII, la breve aparición -debida a un feliz accidente- del Estado normando, y finalmente, las Cruzadas.

Los normandos de la Historia, los verdaderos normandos franceses que conocemos, se agitan en el panorama histórico una generación después del año 1000. San Gregorio fué de esa misma generación. Cuando se inició el esfuerzo normando, era un joven; murió, después de realizar una gran obra, en 1085. Y en la medida en que puede hacerlo un hombre solo, él, el heredero de Cluny, rehizo a Europa. Inmediatamente después de su muerte se oyó hablar de las Cruzadas. De estos tres hechos procede el vigor de una Europa joven, fresca y renovada.

Mucho más pudiera añadirse. Esa época fué iluminada y clarificada por la constante carga caballeresca contra el musulmán. El Asia fué rechazada de los Pirineos, y a través de los pasos de los Pirineos cabalgaron siempre los grandes aventureros cristianos. Los vascos -un pueblo pequeño y extraño- fueron el corazón de la reconquista, pero el valle del torrente de Aragón fué su canal. La vida de San Gregorio es contemporánea de la vida del Cid Campeador. Y en el mismo año de la muerte de San Gregorio, Toledo, el sagrado centro de España, fue arrancada de manos de los mahometanos y de sus aliados los judíos, y conservada firmemente. Todo el sud de Europa vivió espada en mano.

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27 de Septiembre, Festividad de San Cosme y San Damián, Mártires

Mártires
Siglo III

Quiera Dios enviarnos muchos médicos generosos que, a imitación de Cosme y Damián, se dediquen a recetar gratuitamente a los pobres, y a aprovechar su ascendiente para propagar la santa religión de Jesucristo. Qué hermoso fuera que hubiera muchos médicos así.

"Lo que habéis recibido gratis, dadlo también gratuitamente" (Jesucristo Mt. 10, 8).


Estos dos santos han sido (junto con San Lucas) los patronos de los médicos católicos. En oriente los llaman "los no cobradores", porque ejercían la medicina sin cobrar nada a los pacientes pobres.

Eran hermanos gemelos y nacieron en Arabia, en el siglo tercero. Se dedicaron a la medicina y llegaron a ser muy afamados médicos. Pero tenían la especialidad de que a los pobres no les cobraban la consulta ni los remedios. Lo único que les pedía era que les permitieran hablarles por unos minutos acerca de Jesucristo y de su evangelio.

Las gentes los querían muchísimo y en muchos pueblos eran considerados como unos verdaderos benefactores de los pobres. Y ellos aprovechaban su gran popularidad para ir extendiendo la religión de Jesucristo por todos los sitios donde llegaban.

Lisias, el gobernador de Cilicia, se disgustó muchísimo porque estos dos hermanos propagaban la religión de Jesús. Trató inútilmente de que dejaran de predicar, y como no lo consiguió, mandó echarlos al mar. Pero una ola gigantesca los sacó sanos y salvos a la orilla. Entonces los mandó quemar vivos, pero las llamas no los tocaron, y en cambio quemaron a los verdugos paganos que los querían atormentar. Entonces el mandatario pagano mandó que les cortaran la cabeza, y así derramaron su sangre por proclamar su amor al Divino Salvador.

Y sucedió entonces que junto a la tumba de los dos hermanos gemelos, Cosme y Damián, empezaron a obrarse maravillosos curaciones. El emperador Justiniano de Constantinopla, en una gravísima enfermedad, se encomendó a estos dos santos mártires y fue curado inexplicablemente. Con sus ministros se fue personalmente a la tumba de los dos santos a darles las gracias.

En Constantinopla levantaron dos grandes templos en honor de estos dos famosos mártires y en Roma les construyeron una basílica con bellos mosaicos.

26 de septiembre de 2008

CANTICA DE LOORES DE SANTA MARÍA


Estrofas 1678 a 1683

Quiero seguir a ti, flor de las flores,
siempre decir cantar de tus loores;
non me partir de te servir,
mejor de las mejores.

Grand fianza he yo en ti, Señora,
la mi esperanza en ti es toda hora;
de tribulación sin tardanza,
venme librar agora.

Virgen muy santa, yo paso atribulado,
pena tanta, con dolor atormentado,
en tu esperanza coita atanta
que veo, mal pecado.

Estrella de la mar, puerto de folgura,
de dolor complido e de tristura,
venme librar e conortar,
Señora del altura.

Nunca fallesce la tu merced complida,
siempre guareces de coitas e das vida;
nunca parece nin entristece
quien a ti non olvida.

Sufro grand mal sin merecer, a tuerto,
esquivo tal, porque pienso ser muerto;
más tú me val, que non veo ál,
que me saque a puerto.

Juan Ruiz, Arcipreste de Hita (1283?- 1350?)

España como estilo

¡¡¡ Imperdible !!!



por el R.P. Manuel García Morente

Primera de las 2 Conferencias pronunciadaslos días 1 y 2 de junio de 1938en la Asociación de Amigos del Arte,de Buenos Aires.

























Cuatro aspectos de la historia de España


Por cuatro veces en la historia universal ha sido España el centro y eje de los acontecimientos mundiales.

La primera vez fué cuando Roma, la gran civilizadora de pueblos, transcendió los límites de la península itálica y puso las plantas en la ibérica. Entonces España no existía. Existía tan sólo como una realidad geográfica. Pero los habitantes de las altas tierras que se extienden desde el Pirineo hasta los confines del Africa poseían ya, sin duda, algunas de las grandes virtudes que a lo largo de los siglos habían de desenvolver magníficamente; porque los hispánicos opusieron al ingreso y establecimiento de Roma en sus territorios tan tenaz y decidida resistencia, que por inesperada sorprendió y conmovió profundamente [10] a los romanos. Fueron dos siglos de laboriosos esfuerzos –durante los cuales Roma tuvo que enviar a España sus mejores legiones y sus más esclarecidos generales– los que duró la conquista de España por los romanos. Y en realidad cabría decir que no hubo en la contienda vencedores ni vencidos; porque, como de Grecia más tarde, podría afirmarse también de España: que el conquistado conquistó al conquistador. No por la fuerza, sino por la superioridad de una cultura, de una civilización expansiva, fueron domeñados los hispánicos, que consintieron al fin en entrar a formar parte de ese consenso de pueblos que fué el Imperio Romano. Pero entonces los españoles, recibiendo de Roma un cañamazo de cultura y de vida civilizada, devolvieron a Roma, en energías creadoras y en típicas cualidades espirituales, crecidos réditos como pago de los beneficios obtenidos. Los españoles imprimieron su sello peculiar en la orientación histórica y cultural de la vida romana, que se fué hispanizando, por decirlo así, al tiempo que España se latinizaba. De España fueron a Roma hombres, ideas, pensamientos, cualidades vitales y espirituales, que dejaron indelebles huellas en la historia romana –entonces historia [11] del mundo–. No hace falta insistir en detalles. La serie de los emperadores, de los filósofos, de los poetas, de los oradores españoles que marcaron rumbos en la política y en la cultura del Imperio está en la mente de todos. España, en su primer encuentro con un elemento extraño, supo, pues, maravillosamente asimilar lo necesario, conservando, empero, y afirmando la peculiaridad de sus propias esencias populares.

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La Verdad y el número - Homilía contra los que consideran al número como prueba de la verdad



San Atanasio de Alejandría


De Dios debemos esperar la fuerza y las luces necesarias para combatir la mentira y el error y a Él recurriremos para obtenerlas. Él es el Dios de la Verdad, Él nos ha sacado del seno del error y de la ilusión, Él nos dice en el fondo del corazón: "Yo soy la Verdad", Él sostiene nuestra esperanza y anima nuestro celo, cuando nos dice: "Tened confianza, Yo he vencido al mundo."


Después de eso, ¿cómo no sentir compasión por los que sólo miden la fuerza y el poder de la Verdad por el gran número? ¿Han olvidado por consiguiente, que Nuestro Señor Jesucristo no eligió sino doce discípulos, gentes simples, sin letras, pobres e ignorantes, para oponerlos, con una misericordia totalmente gratuita, al mundo entero y que no les dio, como única defensa, sino la confianza en Él? ¿Ignoran acaso que les dio como instrucción a estos doce enviados, no el seguir al gran número, y a esos millones de hombres que se perdían, sino ganar a esa multitud y comprometerla a seguirlos? ¡Cuán admirable es la fuerza de la Verdad! Sí, la Verdad es siempre vencedora, aunque no esté sostenida sino por un número muy pequeño. No tener otro recurso sino el gran número, recurrir a él como a una muralla contra todos los ataques, y como a una respuesta para todas las dificultades, es reconocer la debilidad de su causa, es convenir en la imposibilidad en que se está de defenderse, es, en una palabra, reconocerse vencido. ¿Qué pretendéis, en efecto, cuando nos objetáis vuestro gran número? ¿Queréis como en otro tiempo, levantar una segunda Torre de Babel, para tener a raya a Dios y atacarlo en caso de necesidad? ¡Qué ejemplo el de esa multitud insensata! Que vuestro gran número me presente la Verdad en toda su pureza y su brillo, estoy dispuesto a rendirme y mi derrota es segura; pero que no me dé como prueba y razón nada más que su propio gran número y su autoridad: es querer causar terror y dar miedo, pero de ningún modo persuadirme.
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26 de Septiembre, Conmemoración de San Cipriano y Santa Justina, Mártires


Santa Justina era de Damasco, vivía en la virginidad por Cristo. San Cipriano era de Antioquía y empezó como un iniciado de magia y adorador de los demonios. Un cierto hombre joven se había enamorado fuertemente con la belleza de Justina y contrató a Cipriano para que ella lo amara; cuando Cipriano intentó cada dispositivo demoníaco que él sabía, y falló, sintiéndose rechazado por el poder de Cristo a quien Justina invocó, él entendió entonces la debilidad de los demonios y llegó a conocer la verdad. Liberado del engaño demoníaco, él llegó a Cristo y quemó todos sus libros de magia, se bautizó, y después ascendió el trono episcopal en su país. Después, él y Justina fueron arrestados en Damasco, y habiendo soportado muchos tormentos, les enviaron finalmente a Diocleciano en Nicomedia dónde ellos fueron decapitados aproximadamente el año 304.

25 de septiembre de 2008

Reseña biográfica de G. K. Chesterton


Gilbert Keith Chesterton nació en Londres , un 29 de Mayo de 1874. Si bien se consideró a si mismo meramente como un “periodista alborotador”, en realidad fue un escritor prolífico y talentoso en virtualmente todas las áreas de la literatura. Hombre de fuertes opiniones y con un enorme talento para defenderlas, su exuberante personalidad, sin embargo, le permitió mantener cálidas relaciones con personas – como, por ejemplo, George Bernard Shaw y H. G. Wells – con quienes disentía vehementemente.

Chesterton no tuvo nunca dificultades para defender públicamente aquello en lo cual creía. Fue uno de los pocos periodistas que se opuso a la Guerra Boer. En 1922, con “Eugenics and Other Evils” (Eugenesia y Otros Males), atacó lo que en ese momento era la más progresiva de las ideas: la de que la raza humana podía y debía criar una versión superior de si misma; una idea cuya paternidad muchos hoy le adjudican a los alemanes de la época de Adolfo Hitler pero que, en realidad, se hallaba muy extendida y arraigada en el mundo anglosajón mucho antes de la Segunda Guerra Mundial.

Su poesía se extiende desde “On Running After One’s Hat” (Sobre Correr Detrás de Tu Propio Sombrero) hasta baladas serias y oscuras. Sus biografías de Charles Dickens y San Francisco de Asís, aun cuando no están escritas para una audiencia académica, contienen brillantes percepciones de los personajes tratados. Por último, su incursión en la novela policial con la serie de los casos del Padre Brown produjo historias que continúan siendo leídas y son fuente de argumentos para programas de televisión hasta el día de hoy.

Su posición política refleja su profunda desconfianza frente a la concentración de riqueza y de poder de cualquier clase. Junto con su amigo Hillaire Belloc y en libros como "What's Wrong with the World" (Qué Está Mal En El Mundo) propuso un criterio que se dio en llamar “distribucionismo” y que podría resumirse en su famosa expresión de que a cada persona se le deberían garantizar “tres acres (de terreno) y una vaca”. Si bien no terminó siendo un pensador político famoso, su influencia ha dado la vuelta al mundo. Algunos ven en él al creador del movimiento “lo pequeño es hermoso” y se dice que un artículo periodístico suyo inspiró a Ghandi.

Herejes (1905) pertenece a otra de las áreas en las que Chesterton se destaca. A esta obra cabe agregar su otro libro Ortodoxia, escrito en 1908 como respuesta a las críticas que recibió por Herejes y, naturalmente, no se puede dejar de mencionar su El Hombre Eterno (1925) que es una novela sobre la humanidad, Cristo y el Cristianismo.

A pesar de ser una persona básicamente alegre y sociable, en su adolescencia albergó ideas suicidas. En el cristianismo terminó encontrando la respuesta a los dilemas y a las paradojas que veía en la vida, con lo cual, habiendo sido bautizado anglicano al nacer y luego de pasar por etapas de ateísmo y agnosticismo, terminó abrazando y defendiendo con convicción la fe de la Iglesia Católica.

Chesterton falleció el 14 de Junio de 1936 en Beaconsfield, Buckinghamshire, Inglaterra.

Había publicado 69 libros y por lo menos otros diez fueron publicados, basados en sus escritos, luego de su muerte.

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Para leer el artículo completo que incluye el Prólogo de Herejes, haga click sobre la imagen del autor.

Soneto a Cristo Crucificado


No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Anónimo español Siglo XVI

(Atribuido a Santa Teresa)

Tres lugares comunes de la "Leyenda Negra"



por el Dr Antonio Caponetto

Frente a la Leyenda negra de la conquista, propalada por los enemigos de la Fe Católica, se ofrece la realidad sobre los tres tópicos siempre usados.

Introducción

La conmemoración del Quinto Centenario ha vuelto a reavivar, como era previsible, el empecinado odio anticatólico y antihispanista de vieja y conocida data. Y tanto odio alimenta la injuria, ciega a la justicia y obnubila el orden de la razón, según bien lo explicara Santo Tomás en olvidada enseñanza. De resultas, la verdad queda adulterada y oculta, y se expanden con fuerza el resentimiento y la mentira. No es sólo, pues, una insuficiencia histórica o científica la que explica la cantidad de imposturas lanzadas al ruedo. Es un odium fidei alimentado en el rencor ideológico. Un desamor fatal contra todo lo que lleve el signo de la Cruz y de la Espada.
Bastaría aceptar y comprender este oculto móvil para desechar, sin más, las falacias que se propagan nuevamente, aquí y allá. Pero un poder inmenso e interesado les ha dado difusión y cabida, y hoy se presentan como argumentos serios de corte académico. No hay nada de eso. Y a poco que se analizan los lugares comunes más repetidos contra la acción de España en América, quedan a la vista su inconsistencia y su debilidad. Veámoslo brevemente en las tres imputaciones infaltables enrostradas por las izquierdas.
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"Simbolización del estilo español: el Caballero Cristiano".

No dejen de leerlo completo. Imperdible!!

por el R.P. Manuel García Morente


Segunda parte de su ciclo de conferencias Sobre Idea de la Hispanidad. Conferencias pronunciadas los días 1 y 2 de junio de 1938en la Asociación de Amigos del Arte, de Buenos Aires.

García Morente al plantearse cuál es el estilo hispánico y en qué consiste el estilo propio de la hispanidad, el cual no es ni cosa ni ser, sino un «modo» de las cosas, un modo del ser, no intenta definirlo sino que quiere mostrarlo y hacerlo intuitivo, mediante un símbolo que lo manifieste. A su parecer, la imagen intuitiva que mejor simboliza la esencia de la hispanidad es la figura del caballero cristiano, arquetipo ideal de los hombres de hispanofiliación, del cual analiza algunas características.

Simbolización del estilo español

La nación no es ninguna cosa material de las que hay en la naturaleza. No es una raza, ni una sangre. No es un territorio, ni un idioma. Tampoco, como creen algunos pensadores modernos, puede definirse como la adhesión a un determinado pasado o a un determinado futuro. La nación, por el contrario, es algo que comprende por igual el pasado, el presente y el futuro; está por encima del tiempo; está por encima de las cosas materiales, naturales; por encima de los hechos y de los actos que realizamos. La nación es el estilo común a una infinidad de momentos en el tiempo, a una infinidad de cosas materiales, a una infinidad de hechos y de actos, cuyo conjunto constituye la historia, la cultura, la producción de todo un pueblo. La nación española es, pues, el estilo de vida que ostentan todos los españoles y todo lo español, en los actos, en los hechos, en las cosas, en el pensamiento, en las producciones, en las creaciones, en las resoluciones históricas.
Ahora bien; ¿en qué consiste ese estilo propio de España y de lo hispánico? ¿Qué es la hispanidad? Tal es el problema planteado: el de evocar -puesto que definir no es posible- la esencia del estilo español. Y digo que un estilo no puede definirse, porque el estilo no es un ser -ni real, ni ideal-; no es una cosa, no es un posible término ni de nuestra conceptuación, ni de nuestra intuición. Hay cosas que no pueden definirse -como por ejemplo, un color-, pero que son objeto de intuición directa. El estilo no es tampoco de estas cosas; porque el estilo no es cosa, sino «modalidad» de cosas; ni es ser, sino «modo» de ser. No es un objeto que nosotros podamos circunscribir conceptualmente, ni señalar intuitivamente en el conjunto o sistema de los objetos. El estilo no puede, pues, ni definirse ni intuirse. Entonces, ¿qué podemos hacer para conocerlo? ¿Cómo podremos formarnos alguna noción, o idea, o evocación, o sentimiento, de lo que es el estilo hispánico?
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24 de septiembre de 2008

¿Alguien se ha enterado que están asesinando cristianos en la India?

Enviado por Aldo H Delorenzi

por Eulogio López


El mayor peligro para Occidente no es el Islam, mera herejía torpe del Cristianismo, sino en el orientalismo panteísta, que en el Occidente se plantea en dos planos: el social, con un ecologismo religioso y en un espiritismo numinoso estilo ‘new age’.
Y es sabido que los dos extremos, materialismo neuronal y pan-espiritualismo oriental, siempre se han dado la mano. Al final, como decía Chesterton, sólo hay dos posibilidades: o panteísmo o cristianismo.
Pero, insito, el panteísmo es mucho peor que Ben Laden: una filosofía de círculo, de eterno retorno, enormemente desesperanzada.
¿Pacífica? Pero, por favor, ¿ha habido acaso un crueldad más siniestra que la crueldad asiática a lo largo de la historia? ¿Cómo va a existir clemencia con el individuo allá donde el individuo no es sino una molécula ciega que flota en un universo donde todos los elementos de la vida, humanos, animales o vegetales, tienen un mismo valor y, donde, por tanto, ninguno de ellos importa una higa, donde, en suma, la persona se subordina al todo, a la armonía universal? Si el individuo no es una parte del todo, y sólo importa el todo, ¿cómo amar al individuo? Por lo demás, hay que ser muy cursi para amar al planeta.
Mientras tanto, con esa actitud suicida tan propia del Occidente actual, los medios de comunicación europeos y americanos ocultan la persecución contra los cristianos en la India y las autoridades hindúes -porque la India es otra teocracia, aunque en el contexto internacional no se la identifique como tal- miran hacia otro lado.
¿Se imaginan que estos asesinos se hubieran cebado en musulmanes, o en occidentales por el mero hecho de serlo? No se engañen: el mundo sólo tiene un enemigo: La Iglesia. Y lo de India no presagia nada nuevo. Se ha abierto la veda libre para la persecución del Cristianismo, y el proceso de va a propagar, potenciado por la impunidad con la que actúan los hindúes y el silencio cómplice de tantos occidentales que disfrutan mucho cuando los asesinados son cristianos.
Eulogio López

Imitación de Cristo (2)



por el Beato Tomás de Kempis


3.- De la doctrina de la verdad

1. Bienaventurado aquel a quien la Verdad por sí misma enseña, no por figuras y voces que se pasan, sino así como es. Nuestra estimación y nuestro sentimiento a menudo nos engañan y conocen poco. ¿Qué aprovecha la gran curiosidad de saber cosas oscuras y ocultas, pues que del no saberlas no seremos en el día del juicio reprendidos? Gran locura es que, dejadas las cosas útiles y necesarias, entendemos con gusto en las curiosas y dañosas. Verdaderamente, teniendo ojos, no vemos. ¿Qué se nos da de los géneros y especies de los lógicos. Aquel a quien habla el Verbo Eterno, de muchas opiniones se desembaraza. De este Verbo salen todas las cosas, y todas predican este Uno, y éste es el Principio que nos habla ( Je., 8, 25). Ninguno entiende o juzga sin él rectamente. Aquel a. quien todas las cosas le fueren uno, y las trajere a uno, y las viere en uno, podrá ser estable y firme de corazón y permanecer pacífico en Dios. ¡Oh Dios, que eres la Verdad! Hazme permanecer uno contigo en caridad perpetua. Enójame muchas veces leer y oír muchas cosas; en Ti está todo lo que quiero y deseo. Callen todos los doctores; callen las criaturas en tu presencia: háblame Tú solo.


2. Cuanto alguno fuere más unido contigo, y más sencillo en su corazón, tanto más y mayores cosas entiende sin trabajo, porque de arriba recibe la luz de la inteligencia. El espíritu puro, sencillo y constante no se distrae, aunque entienda en muchas cosas, porque todo lo hace a honra de Dios; y esfuérzase en estar desocupado en sí de toda curiosidad. ¿Quién más te impide y molesta que la afición de tu corazón no mortificada? El hombre bueno y devoto, primero ordena dentro de sí las obras que debe hacer de fuera. Y ellas no le llevan a deseos de inclinación viciosa; mas él las trae al albedrío de la recta razón. ¿Quién tiene mayor combate que el que se esfuerza a vencerse a sí mismo Y esto debería ser nuestro negocio: querer vencerse a sí mismo, y cada día hacerse más fuerte y aprovechar en mejorarse.


3. Toda la perfección de esta vida tiene consigo cierta imperfección; y toda nuestra especulación no carece de alguna oscuridad El humilde conocimiento de ti mismo es más cierto camino para Dios que escudriñar la profundidad de la ciencia. No es de culpar la ciencia, ni cualquier otro conocimiento de lo que, en sí considerado, es bueno y ordenado por Dios; mas siempre se ha de anteponer la buena conciencia y la vida virtuosa. Pero porque muchos estudian más para, saber que para bien vivir, por eso yerran muchas veces, y poco o ningún fruto hacen.


4. Si tanta, diligencia pusiesen en desarraigar los vicios y sembrar las virtudes como en mover cuestiones, no se harían tantos males y escándalos en el pueblo, ni habría tanta. disolución en los monasterios; Ciertamente, en el día del Juicio no nos preguntarán qué leímos, sino qué hicimos; ni cuán bien hablamos, sino cuán religiosamente vivimos. Dime: ¿dónde están ahora todos aquellos señores y maestros que tú conociste cuando vivían y florecían en los estudios? Ya poseen otros sus rentas, y por ventura no hay quien de ellos se acuerde. En su vida parecían algo; ya no hay de ellos memoria.


5. ¡Oh, cuán presto se pasa la gloria del mundo! Pluguiera a Dios que su vida concordara con su ciencia, y entonces hubieran estudiado y leído bien. ¡Cuántos perecen en este siglo por su vana ciencia, que cuidan poco del servicio de Dios! Y porque eligen ser más grandes que humildes, por eso se hacen vanos en sus pensamientos. Verdaderamente es grande el que tiene gran caridad. Verdaderamente es grande el que se tiene por pequeño y tiene en nada la más encumbrada honra. Verdaderamente es prudente el que todo lo terreno tiene por estiércol l (Phil., 3, 8) para ganar a Cristo. Y verdaderamente es sabio el que hace la voluntad de Dios y deja la suya.

Contra la tolerancia


por Louis de Wöhl


La tolerancia no es ninguna virtud. En el mejor de los casos es una debilidad amable. Y es muy típico de la confusión de ideas de nuestra época el que para muchos sea una virtud y que creamos alabar a una persona tachándola de tolerante.
Tolerancia significa consentimiento. Y consentir algo significa aceptarlo o permitirlo aunque uno no esté de acuerdo con ello. Es un concepto totalmente pasivo, y con demasiada frecuencia sirve de tapadera para los verdaderos motivos por los que se consiente: indiferencia y cobardía. Federico II de Prusia fue un hombre tolerante cuando se trataba de cuestiones religiosas. «Cada persona debe alcanzar la vida eterna a su manera», fue su famosa frase. Era ateo, la religión no significaba nada para él y por eso le era totalmente indiferente la fe que pudiera profesar su pueblo. Cuando una cuestión no le resultaba indiferente, tampoco era tolerante. La tolerancia es en el fondo la forma más inferior de colaboración. Y está claro que, precisamente por eso, nos impone una responsabilidad personal, pues en definitiva lo que toleramos es lo que consentimos.
Quien tolera el mal se hace cómplice. Puede demostrarse claramente que la tolerancia no puede ser una virtud, porque no existe ninguna virtud que contradiga básicamente la esencia de otra virtud. El sentido del ahorro y la generosidad sólo son contrastes aparentes y pueden muy bien ir juntos. La verdad, en cambio, es esencialmente intolerante. La verdad protesta contra todos los demás resultados de esta suma: dos y dos son cuatro. Sólo acepta cuatro; y tampoco admite que el cinco sea número par. A esto hay que añadir que él concepto de tolerancia lleva implícita además cierta dosis de arrogancia. Tolero la proximidad de otra persona -¡qué despectivo por mi parte!-. Tolero el ruido que hacen los niños al jugar. ¿Por qué? Porque los pequeños deben divertirse, ¡uno también ha sido joven!
No hay que confundir la tolerancia ni el consentimiento, con la paciencia que nace del amor; la simple tolerancia carece de amor por su propia naturaleza. La tolerancia, en el mejor de los casos, es hermanastra de la paciencia, no tiene nada en absoluto que ver con el amor; sin embargo, navega casi siempre o con mucha frecuencia bajo esa bandera. El amor y la paciencia, llamados erróneamente tolerancia, no toleran la maldad, lo torcido, por indiferencia, sino que están dirigidos hacia el prójimo, respetando la libertad de su conciencia incluso cuando hace algo que es en sí erróneo o malo, lo mismo que el Señor deja crecer las malas hierbas hasta el momento de la cosecha, para evitar que al quitar la cizaña pueda arrancarse también el fruto bueno (Mateo, 13, 28-30).
No estoy defendiendo precisamente la intolerancia en sí. Lo contrario de un chichón en la frente es un agujero en la frente; ¡tampoco es agradable!

Diálogos (im)pertinentes: Historias de la Nada



Por el Dr. Aníbal D´Angelo Rodríguez
Tomado del Blog de Cabildo

— El Discípulo: Maestro, hace un par de meses se conmemoraron los cuarenta años del “Mayo francés” y los diarios, suplementos culturales y revistas le dedicaron largos artículos. ¿Qué me puede decir al respecto?
— El Maestro: “Los papeles” —como se le decía en un pasado remoto a la prensa escrita— se mantienen fieles a su tradición: llenan carillas con noticias que no existen, ideas que no importan y “cosas que no son”, como decía Castellani (“Qué gente que sabe cosas / la gente de este albardón / Qué gente que sabe cosas / pero cosas que no son”).
— El Discípulo: Pero Maestro, no se los puede acusar de tal pecado en este caso. El “Mayo francés” existió y ejerció fuerte influencia.
— El Maestro: Niego ambas cosas. A cierto grupo de experiencias ocurridas en mayo de 1968 los papeles le pusieron un nombre común y pretendieron que representaban alguna cosa en el terreno de la política y de la cultura. Pero sus huellas en la política sencillamente no existen…
— El Discípulo: ¿Pero sí en la cultura?
— El Maestro: Menos que menos. Nada importante, nada serio, nada significativo deriva del “Mayo francés” y su ideología. Supuesto que hubiera tenido alguna.
— El Discípulo: Pero, Maestro, algo se puede predicar del asunto, puesto que en ciertos días del mes de mayo de ese año pasaron en Francia ciertas cosas.
— El Maestro: Bien, acepto que exageré para enfatizar la verdad. Pero esa serie de acontecimientos tienen la consistencia y la importancia de un síntoma.

— El Discípulo: Bueno, eso es algo.

— El Maestro: Suponte que cuentas la historia de una persona y llegas en ella a su enfermedad final. ¿Dedicarías mucho tiempo a relatar y comprender la fiebre que anunció la llegada de su mal?

— El Discípulo: No, por cierto.

— El Maestro: Bueno, esa es la máxima existencia y consistencia que puedo atribuirle al famoso “Mayo francés”. No hay nada en él que merezca un análisis profundo, porque nada de importante hay en él.

— El Discípulo: Bien, Maestro, ¿pasamos entonces a otro tema?

— El Maestro: No, seguimos en éste, porque la importancia que no tiene el hecho en sí la tienen los múltiples comentarios a su respecto. Desnudan la etapa en que se dieron —la “década del sesenta”— el canto de cisne de la modernidad.
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24 de Septiembre, Conmemoración de Nuestra Señora de la Merced



Nuestra Señora de la Merced es una respuesta al sufrimiento de sus hijos en España, la nación evangelizada por el Apóstol Santiago y que estuvo por varios siglos bajo la invasión del pueblo árabe.

Estos hechos históricos abarcan el período comprendido entre el 711 d.C, año en que se inició la rápida invasión de la Península Ibérica por las huestes árabes, hasta el 1492 d.C,, cuando durante el reinado de los Reyes Católicos, los musulmanes fueron expulsados definitivamente de España.
El largo período de dominación árabe supuso para España importantes transformaciones a nivel político, económico, social, cultural y religioso.

Los distintos reinos de la Península iniciaron cada uno por su cuenta su lucha contra la dominación árabe a partir del año 718 d.C. que es el período histórico denominado la Reconquista, durante el cual España quedó dividida en dos partes: la musulmana y la cristiana.

De entre los numerosos monarcas que ofrecieron resistencia a los árabes, destacaremos a Jaime I de Aragón, hombre valiente y muy religioso que unió su nombre al de San Pedro Nolasco y San Raimundo de Peñafort para fundar una Orden religiosa: La Orden de la Merced, consagrada al rescate de los cristianos cautivos en poder de los musulmanes.
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23 de septiembre de 2008

Vladimir Soloviev... En la escondida senda: recuerdos y trallazos



La imagen es de Vladimir Soloviev

por D.P.F.R.(a) Maestro Gelimer

Tomado de su Blog Libro de Horas y hora de libros

....Recuerdos
Una tarde de primavera el aristócrata andujareño D. Alfonso de Lara y Gil nos recibió en su finca de “Capellanías”: éramos unos cuantos jóvenes, aburridos de la cantinela universitaria, del discurso decadente, insufrible, nauseabundo de la modernidad. Han pasado unos años, muchos años, después de aquella visita. D. Alfonso había estado encuadrado en el Requeté. Alto y noble como un roble, por sus venas corría sangre de D. Juan Manuel Orti y Lara.

D. Alfonso nos recibió con su hidalga cortesía, dándonos hospitalidad bajo su techo. En las conversaciones que sosteníamos por la noche nos habló allí por vez primera de Berniof, citándonos un pensamiento que removió nuestras entrañas: “la vida humana no se comprende fuera de sus relaciones divinas, ni la Historia fuera de la Teología, o el tiempo fuera de la Eternidad.”

D. Alfonso, que pasó a mejor vida hace años, terminó diciéndonos al hilo de esta cita de Berniof: “Lo mismo que decía Berniof cabe decir de la vida política, ésta jamás será inteligible ni practicable al margen de toda consideración religiosa, proclamándose por principios ateos o laicos. Soloviev lo desarrolló magistralmente.”

Mucho ha llovido desde entonces. Éramos prácticamente unos jóvenes. Admirábamos de D. Alfonso sus hazañas guerreras en la Guerra de Liberación Nacional de 1936-1939, pero él guardaba silencio sobre aquella gesta. Permanecíamos atentos a la lección del maestro D. Alfonso de Lara y Gil, Doctor en Derecho y Filosofía. Una lección que no tuvimos que pagar en tasas universitarias, una lección de la que no conservamos ningún inútil diploma que colgar en la pared. Una lección indeleble de profundidad teológica, filosófica e histórica. Y recuerdo con nostalgia aquellos días de estudio, al margen de toda regulación y homologación académica. En los tiempos modernos, los mejores maestros siempre estuvieron fuera de la Universidad. La tarde la pasábamos leyendo y paseando, y por la noche, tras la cena, rezábamos el Santo Rosario. Y después, no mirábamos el reloj cuando se trataba de conversar al amor de la lumbre. Por las mañanas, levantándonos temprano, ofrecíamos las obras del día a la Santa Madre de Dios, desayunábamos como espartanos y caminábamos hacia la antigua ermita, erigida en la vasta finca de encinares y arroyuelos; en aquella ermita era tradición que había estado Fray Diego José de Cádiz predicando, uno de los primeros contrarrevolucionarios españoles.
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Dos textos de Marcelino Menéndez Pelayo


Fragmento de la Historia de los heterodoxos españoles

«España debe su primer elemento de unidad en la lengua, en el arte, en el derecho, al latinismo, al romanismo. Pero faltaba otra unidad más profunda: la unidad de la creencia. Sólo por ella adquiere un pueblo vida propia y conciencia de su fuerza unánime; sólo en ella se legitiman y arraigan sus instituciones; sólo por ella corre la savia de la vida hasta las últimas ramas del tronco social. Sin un mismo Dios, sin un mismo altar, sin unos mismos sacrificios, sin juzgarse todos hijos de un mismo Padre y regenerados por un sacramento común; sin ver visible sobre sus cabezas la protección de lo alto; sin sentirla cada día en sus hijos, en su casa, en el circuito de su heredad, en la plaza del municipio nativo; sin creer que este mismo favor del cielo, que vierte el tesoro de la lluvia sobre sus campos, bendice también el lazo jurídico que él establece con sus hermanos; y consagra, con el óleo de justicia, la potestad que él delega para el bien de la comunidad; y rodea con el cíngulo de la fortaleza al guerrero que lucha contra el enemigo de la fe o el invasor extraño; ¿qué pueblo habrá grande y fuerte? ¿Qué pueblo osará arrojarse con fe y aliento de juventud al torrente de los siglos?
Esta unidad se la dio a España el cristianismo.
La Iglesia nos educó a sus pechos, con sus mártires y confesores, con sus Padres, con el régimen admirable de sus concilios. Por ella fuimos nación, y gran nación, en vez de muchedumbre de gentes colecticias, nacidas para presa de la tenaz porfía de cualquier vecino codicioso.»

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El Cicutal

por el R.P Leonardo Castellani

Don Agapito Puentes vio una plantita de Cicuta al lado de su maizal, y díjole: -No te doy un azadonazo porque tenés florecitas blancas... y por no ir a traer la azada.

Otro día vio un Cardo y no lo cortó, porque tenía una flor azul, y para que comiesen las semillas las Cabecitas Negras. Medio poeta el viejo, cariñoso con las flores y los pájaros. Por un cardo y una cicuta no se va a hundir la tierra.

Pasaron los dos meses en que el pobre estuvo en cama con reuma, y cuando se levantó se arrancaba los pelos; había un cicutal tupido hasta la puerta de su rancho todo salpicado de cardos, de no arrancarse ni con arado; y su maíz, tan lindo y pujante, había desaparecido casi. Entonces sí que había florecitas blancas.

-¡Hay que desarraigar el mal aunque sea lindo, y cuanto más lindo sea, más pronto hay que dar la azadonada! -dijo el viejo-. Velay, a mi edad, ya debía haberlo sabido.

23 de septiembre, Festividad de San Lino, Papa y Mártir



Después de la persecución de Nerón, durante la cual sufrieron el martirio los apóstoles Pedro y Pablo, la historia de la Iglesia romana, por más de un siglo, se nos presenta envuelta en una densa oscuridad, rota por uno que otro rayo de luz. En el último cuarto del siglo II encontramos testimonios atendibles sobre los primeros doce obispos que ocuparon sin interrupción la sede apostólica. San Ireneo, obispo de Lyon, que seguramente estuvo alguna vez en Roma, es quien nos presenta esta lista en su Adversus haereses: "Después de haber fundado y establecido la Iglesia (de Roma), los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo, confiaron la administración a Lino, de quien habla San Pablo en la carta a Timoteo. Le sucedió Anacleto...".

La lista de Ireneo no es la única. Hacia el 160, Egesipo, originario de Palestina, visitó las Iglesias más importantes con el noble propósito de controlar allí la segura tradición de la predicación apostólica. Después de su visita a Roma, escribe: "Elaboré el orden de sucesión hasta Aniceto". Lino fue Papa durante doce años, aproximadamente del 64 al 76, o del 67 al 76, si se coloca al martirio de San Pedro en el 67, al final y no al principio de la persecución de Nerón. Estas cifras no tienen valor absoluto, porque en las dos listas presentadas prevalece el interés doctrinal, y sólo a comienzos del siglo III, con Julio Africano e Hipólito, se empezó a tener en cuenta la cronología.

A más del dato cronológico, tenemos de los sucesores inmediatos de los apóstoles y por tanto de San Lino, otra nota interesante, que nos presenta San Clemente en la Carta de la Iglesia romana a la Iglesia de Corinto. En ella San Clemente insiste en la unión que reina en la Iglesia romana y que contrasta tan fuertemente con el cisma que aflige a la comunidad de Corinto. Al recordar los orígenes de la jerarquía eclesiástica, subraya: "Los apóstoles probaron en el espíritu sus primicias y los instituyeron como obispos y como diáconos de los futuros creyentes. Más tarde impusieron esta regla: que después de su muerte hombres probados deberían sucederlos en el ministerio".

San Lino, originario de Tuscia, probablemente de Volterra, es, pues, "el hombre probado" que, por santidad de vida y capacidad de gobierno, fue elegido por el mismo San Pedro para que le sucediera. Por tanto, fue un directo colaborador suyo y la estimación de que gozó en la comunidad romana fue muy grande si fue nombrado para regir la suerte de la Iglesia en un momento tan difícil.

22 de septiembre de 2008

Historia de la Iglesia. Introducción: I.- Historicidad de la Iglesia


por Joseph Lortz


La historia es una peculiar dimensión del ser y el acontecer. El pensamiento histórico es una categoría espiritual propia; no es innata al hombre. Entendida en sentido estricto es, ciertamente, una adquisición de la Edad Moderna. El hombre tiene que aprender este modo de pensar. Tal exigencia, cuando se quiere comprender a la Iglesia históricamente, cobra un significado especial, porque la Iglesia tiene que ver, y por cierto esencialmente, con elementos inmutables. Por ello será útil empezar aclarando el concepto de historia de la Iglesia y ciertas leyes fundamentales que se dejan entrever en su propio desarrollo.

1. La Iglesia es el cuerpo místico de Cristo, el Cristo que sigue viviendo. Por eso es algo divino y objeto de fe. Como tal no puede ser captada ni comprendida, en el sentido propio de la palabra, por la inteligencia humana; ésta puede, sin embargo, penetrar en su naturaleza y en sus obras con hondura suficiente para hacer de ella una exposición científica.Una ayuda importante para lograr este objetivo es el conocimiento de la historia de la Iglesia. Pues aunque la Iglesia es divina, tiene una historia real: Jesucristo, el Logos divino venido al mundo y, con ello, a la historia por la encarnación, su vida, su doctrina y su influjo en el curso de los siglos hasta hoy.El cúmulo de los datos de la historia de la Iglesia durante estos siglos nos enseña lo siguiente: cuando con Cristo y su mensaje lo divino irrumpió en el mundo de lo natural y dio testimonio de sí mediante milagros, no destruyó las categorías del ser y el crecer naturales; se sometió a ellas. El cristianismo no se tornó en modo alguno una magia. Así, la realidad divino-cristiana, que como tal no puede mudarse, como fenómeno histórico ha tomado a lo largo de los siglos múltiples formas. Como cuerpo de Cristo, la Iglesia es un organismo vivo que no permanece anquilosado en su estado originario fundacional, sino que se desarrolla.La posibilidad intrínseca de mantenerse idéntica a sí misma dentro de su desarrollo se hace hasta cierto punto comprensible en lo profético. El sentido de lo profético, de lo inspirado por Dios, tiene un alcance más hondo y más amplio de lo que el autor humano (¡incluso el inspirado!) es capaz de advertir en su conciencia. A menudo es sólo la historia -cuyo Señor es Dios- la que va desarrollando en plenitud ese sentido.Unicamente desde este ángulo se comprende en toda su profundidad un pasaje como Mt 16,18[1].Únicamente desde esta perspectiva es posible compaginar, por ejemplo, la concepción de Jesucristo en el seno de María por obra del Espíritu Santo y la bienaventuranza del Magníficat (Lc l,46ss), con la confesión de que «no entendieron sus palabras» (Mc 9,32).
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La canción de Roland



por Gilbert K. Chesterton


Muchos recordarán, sin duda, por los cuentos escolares leídos en la niñez, que en la batalla de Hastings, Taillefer el Juglar marchaba al frente del ejército cantando la Canción de Rolando. Naturalmente, eran relatos de tipo victoriano, que pasaban por encima del Imperio Romano y las Cruzadas, de camino a cosas más serias, tales como la genealogía de Jorge I o la administración de Addington. Pero esa imagen se destacó en la imaginación como algo vivo en medio de la muerte; como encontrar un rostro conocido en un tapiz descolorido.
La canción que cantaba, es de presumir que no era la misma épica, ruda y noble que el mayor Scott Montcrieff tradujo íntegramente, prestando un sólido e histórico servicio a las letras. El juglar debió, por lo menos, seleccionar extractos o pasajes favoritos, o de lo contrario las batallas debieron retrasarse muchísimo. Pero el relato tiene la misma moraleja que la traducción, pues ambos comparten la misma inspiración. El valor de la narración reside en que sugiere a la mente infantil, a pesar de todos los efectos mortecinos de la distancia y la indiferencia, que un hombre no hace tal ademán con un espada a menos que sienta algo y que un hombre no canta a menos que tenga algo de qué cantar. La avaricia y el apetito por ciertas tierras feudales no inspira tal canto de juglaría.
En suma, el valor del relato reside en que deja traslucir que existe un corazón en la historia, aunque sea remota. Y el valor de la traducción reside en que, si debemos aprender historia, debemos aprenderla de memoria y de corazón. Debemos aprenderla en su totalidad y en detalle, deteniéndonos en espacios casuales de la obra contemporánea por amor al detalle. Y hasta podríamos decir que por amor a su mismo pesadez. Incluso un lector desordenado como yo, que sólo penetra aquí y allá en esas cosas, mientras sean realmente cosas de la época, a menudo llega a aprender más de ellas que de los más cuidadosos digestos constitucionales o sumarios políticos hechos por hombres más cultos que uno mismo. Un hombre moderno, conocedor de la historia moderna, puede encontrar allí cosas que no espera.
Aquí tengo espacio sólo para un ejemplo, uno de los tantos que podría citar para demostrar lo que quiero decir. La mayoría de las historias seleccionadas le dicen al joven estudiante algo de lo que fue el feudalismo en lo que respecta a la forma legal y las costumbres; que los subordinados se llamaban vasallos, que rendían homenaje y demás. Pero esas historias lo relatan de modo tal que sugieren una obediencia feroz y reticente; como si el vasallo no fuera más que un siervo. Lo que no se sugiere es que el homenaje era realmente un homenaje; algo digno de un hombre. El primer sentimiento feudal tenía algo de ideal y hasta de impersonal, como el patriotismo. Aún no habían nacido las naciones y aquellos pequeños grupos tenían casi el alma de naciones. Los lectores hallarán la palabra «vasallaje» usada repetidamente con un tono que no es sólo heroico sino también arrogante. El vasallo está, evidentemente, tan orgulloso de ser un vasallo como cualquiera podría estarlo de ser un caballero. En realidad, el poeta feudal usa la palabra «vasallaje» donde un poeta moderno usaría la palabra «caballería». Los Paladinos atacando el Paynim se ven atenaceados por el vasallaje. El arzobispo Turpin acuchilla al jefe musulmán costilla a costilla; y los cristianos, contemplando su triunfo, lanzan gritos de orgullo porque ha demostrado bravo vasallaje; y porque con tal arzobispo la cruz está a salvo. No había objeciones conscientes en su cristianismo.
Ésta es una clase de verdad que la literatura histórica debiera hacernos sentir; pero que las simples historias muy raramente lo logran. El ejemplo que di, del juglar de Hastings, es una complejidad de curiosas verdades que podrían ser transmitidas, y lo son muy pocas veces. Podríamos haber aprendido, por ejemplo, qué era un juglar, y de este modo habríamos comprendido que éste, en particular, pudo haber tenido sentimientos tan profundos y fantásticos como los del juglar celebrado en el poema del siglo XX, que murió gloriosamente mientras bailaba y hacía acrobacia frente a la imagen de Nuestra Señora; que pertenecía al gremio que tomó como tipo la alegría mística de san Francisco de Asís, quien llamó a sus monjes «juglares de Dios».
Un hombre debe leer por lo menos algunas obras contemporáneas antes de encontrar de este modo el corazón humano dentro de la armadura y de la toga monástica; los hombres que escriben la filosofía de la historia pocas veces nos presentan la filosofía de los personajes históricos y, mucho menos, su religión. Y el ejemplo final de esto es algo que también está ilustrado por el oscuro trovador que arrojó su espada mientras cantaba la Canción de Rolando, así como también arrojó la Canción misma. La historia moderna, puramente etnológica o económica, siempre habla de la aventura normanda en el lenguaje algo vulgar del éxito, pero es dable notar, en la verdadera historia normanda, que el bardo al frente de la línea de batalla gritaba la glorificación de la derrota. Esto atestigua la verdad, en el corazón mismo de la cristiandad, de que aun el poeta de la corte de Guillermo el Conquistador celebra a Rolando, el conquistado.
Esta alta nota de esperanza abandonada, de una hueste acosada y una batalla contra males sin fin, es la nota en la que finaliza el canto épico francés. No conozco nada tan conmovedor en poesía como este final extraño e inesperado; esa espléndida conclusión que no concluye nada. Carlomagno, el gran emperador cristiano, finalmente ha pacificado su imperio, ha hecho justicia casi como se haría el día del Juicio Final, y duerme en su trono en una paz semejante a la del Paraíso. Y allí se le aparece el ángel de Dios proclamando que se necesitan sus armas en una tierra nueva y distante, y que debe retomar otra vez la marcha interminable de sus días. Y el gran rey se mesa su larga barba y llora contra la inseguridad de la vida inquieta. El poema termina con una visión de guerra contra los bárbaros; una visión muy real. Pues nunca ha cesado esa guerra que defiende la salud del mundo contra todas las anarquías inflexibles y las negaciones que desunen y braman sin cesar contra ésa salud. Esa guerra no terminará jamás en este mundo; y el pasto ha crecido apenas sobre las tumbas de nuestros amigos que perecieron en ella.

22 de Septiembre, Festividad de Santo Tomás de Villanueva

Este inmenso predicador que fue llamado por sus oyentes "el divino Tomás", nació en España en 1488 y su sobrenombre le vino de la ciudad donde se educó y creció.

Sus padres no le dejaron riquezas materiales en herencia, pero sí una herencia mucho más importante: un profundo amor hacia Dios y una gran caridad hacia los demás.

Hizo sus estudios con gran éxito en la universidad de Alcalá y en 1516 pidió y obtuvo ser admitido en la comunidad de los padres agustinos, en Salamanca. En 1518 fue ordenado sacerdote y luego fue profesor de la universidad. Poseía una inteligencia excepcionalmente lúcida y un criterio muy práctico para dar opiniones sobre temas difíciles. Pero tuvo que ejercitarse continuamente para adquirir una buena memoria y luchar mucho para que las distracciones no le alejaran de los temas que quería tratar.
Sentía una predilección especial por atender a los enfermos y repetía que cada cama de enfermo es como la zarza ardiente de Moisés, en la cual se logra encontrar uno con Dios y hablar con Él, pero entre las espinas de incomodidad que lo rodean.
Fue nombrado Provincial de su comunidad y en 1533 envió a América los primeros Padres Agustinos que llegaron a México.
Frecuentemente mientras celebraba la Santa Misa o rezaba los Salmos, le sobrevenían los éxtasis y se olvidaba de todo lo que lo rodeaba y sólo pensaba en Dios.
En esos momentos el rostro le brillaba intensamente.
Cierto día mientras predicaba fuertemente en Burgos contra el pecado, tomó en sus manos un crucifijo y levantándolo gritó "¡Pecadores, mírenlo!", y no pudo decir más, porque se quedó en éxtasis, y así estuvo un cuarto de hora, mirando hacia el cielo, contemplando lo sobrenatural. Al volver en sí, dijo a la multitud que estaba maravillada: "Perdonen hermanos por esta distracción. Trataré de enmendarme".
El emperador Carlos V le había ofrecido el cargo de arzobispo de Granada pero él nunca lo había aceptado. Entonces un día el emperador le dijo a su secretario: Escriba: "Arzobispo de Valencia, será el Padre...", y le dictó el nombre de otro sacerdote de otra comunidad. Cuando fue a firmar el decreto leyó que el secretario había escrito: "Arzobispo de Valencia, el Padre Tomás de Villanueva". "¡Pero este no fue el que yo le dicté!", dijo el emperador. "Perdone, señor" – le respondió el secretario. "Me pareció haberle oído ese nombre. Pero enseguida lo borraré". "No, no lo borre, dijo Carlos V, el otro era el que yo pensaba elegir. En cambio este es el que Dios quiere que sea elegido". Y mandó que lo llamaran para dar el nombramiento.
Tomás se negó totalmente a obedecer al emperador en esto. El hijo del gobernante (el futuro Felipe II) le rogó que aceptara, pero tampoco quiso aceptar. Solamente cuando su superior de comunidad le mandó bajo voto de obediencia, entonces sí aceptó tan alto cargo.
Llegó a Valencia de noche, en medio de terrible aguacero, acompañado solamente por un religioso de su comunidad. Pidió hospedaje de caridad en el convento de los Padres Agustinos, diciendo que le bastaba una estera en el suelo para dormir (Cuando los frailes descubrieron quién era él se arrodillaron a pedirle su bendición). Antes de posesionarse del arzobispado hizo seis días de retiro de oración y penitencia en el convento. Quería empezar bien preparado para su difícil oficio.
Al posesionarse de su cargo de Arzobispo, los sacerdotes de la ciudad le obsequiaron 4,000 monedas de plata para hospital diciendo: "los pobres necesitan esto más que yo. ¿Qué lujos y comodidades puede necesitar un sencillo fraile y religioso como soy yo?".
Algunos lo criticaban porque usaba una sotana muy vieja y desteñida, y él respondía: "Lo importante o es una sepultura. Lo importante es embellecer el alma que nunca se va a morir".
El emperador Carlos V al oírle predicar exclamaba: "Este Monseñor conmueve hasta las piedras". Y cuando estaba en la ciudad, el emperador nunca faltaba a los sermones de Monseñor Tomás. Sus sermones producían cambios impresionantes en los oyentes, y aun hoy día conmueven profundamente a quienes los leen. La gente decía que Tomás de Villanueva era como un nuevo apóstol San Pablo, enviado por Dios para transformar a los pecadores.
Lo que más le interesaba era transformar a sus sacerdotes. A los menos cumplidores se los ganaba de amigos y poco a poco a base de consejos y peticiones amables los hacía volverse mejores. A uno que no quería cambiar, lo llamó a su palacio y le dijo: "Yo soy el que tengo la culpa de que usted o quiera enmendarse. Porque no he hecho penitencias por su conversión, por eso no ha cambiado". Y quitándose la camisa empezó a darse fuetazos a sí mismo hasta derramar sangre. El otro se arrodilló llorando y le pidió perdón y desde ese día mejoró totalmente su conducta.
Dedicaba muchas horas a rezar y a meditar, pero su secretario tenía la orden de llamarlo tan pronto como alguna persona necesitara consultarle o pedirle algo. A su palacio arzobispal acudían cada día centenares de pobres a pedir ayuda, y nadie se iba sin recibir algún mercado o algún dinero. Especial cuidado tenía el prelado para ayudar a los niños huérfanos. Y en los once años de su arzobispado no quedó ninguna muchacha pobre de la ciudad que en el día de su matrimonio no recibiera un buen regalo del arzobispo. A quienes lo criticaban por dar demasiadas ayudas aun a vagos, les decía: "mi primer deber es no negar un favor a quien lo necesita, si en mi poder está el hacerlo. Si abusan de lo que reciben, ellos responderán ante Dios".
A los ricos les insistía continua y fuertemente acerca del deber tan grave que cada uno tiene de gastar en dar limosnas todo lo que le sobre, es vez de gastarlo en lujos y cosas inútiles. Decía a la gente: "¿En qué otra cosa puedes gastar mejor tu dinero que en pagar tus culpas a Dios, haciendo limosna? Si quieres que Dios oiga tus oraciones, tienes que escuchar la petición de ayuda que te hacen los pobres. Debes anticiparte a repartir ayudas a los que no se atreven a pedir".
Algunos le decían que debía ser más fuerte y lanzar maldiciones contra los que vivían en unión libre. Él respondía: "Hago todo lo que me es posible por animarlos a que se pongan en paz con Dios y que no vivan más en pecado. Pero nunca quiero emplear métodos agresivos contra nadie". Si oía hablar de otro respondía: "Quizás lo que hizo fue malo, pero probablemente sus intenciones eran buenas".
En septiembre de 1555 sufrió una angina de pecho e inflamación de la garganta. Mandó repartir entre los pobres todo el dinero que había en su casa. Hizo que le celebraran la S. Misa en su habitación, y exclamó: "Que bueno es Nuestro Señor: a cambio de que lo amemos en la tierra, nos regala su cielo para siempre". Y murió. Tenía 66 años.

21 de septiembre de 2008

Oración por los abogados.


En la Tumba de San Fidel de Singmaringa

¡Santo es Fidel, y fue abogado!,
Obra del poder Divino.
Mucho le costó ser capuchino
y morir después martirizado.

(haga click sobre la imagen del Santo, para conocer su biografía)


Muchos años después ( y repito de memoria pues no puedo encontrar el texto), recuerdo un verso del R.P. Castellani :

"Santo es el que fué abogado,
¡Grande es el Poder Divino!,
Mucho le costó ser capuchino
y morir martirizado!...

“DECÁLOGO”

DE LA PROFESIÓN DE ABOGACIA

San Alfonso María de Ligorio, por especial disposición de la Iglesia, es “patrono de los abogados”.

Sus grandes cualidades y capacidades le habían permitido comenzar sus estudios universitarios a la edad de doce años, y a los dieciséis había concluido todos los exámenes.

Un decreto real prohibía conceder el título a menores de 20 años, pero fue dispensado por gracia real, y admitido ante el Consejo Universitario para presentar su Memoria.

Se le otorgó el título de Doctor en Derecho y Abogado del foro de Nápoles, comenzando una carrera brillantísima en la que jamás perdió un juicio, defendiendo causas de gran relieve.

Comprendía sin embargo que lo principal era salvar el alma, y que su profesión era un gran obstáculo: “Esta carrera no me conviene, y tarde o temprano la abandonaré” decía.

Redacta entonces lo que se ha dado en llamar su “decálogo” o “dodecálogo”, que demuestra lo delicado de su conciencia y el concepto que tiene de los tribunales donde se aplica la justicia.

Máximas sobrias, tajantes, que conforman concretamente la deontología del abogado[1]:

1. “No aceptar nunca causas injustas, dado que son peligrosas para la conciencia y la dignidad propias”.

2. “No defender causa alguna con medios ilícitos”.

3. “No cargar sobre el cliente expensas inútiles; de lo contrario, deberás reembolsarle”.

4. Defiende la causa de tu cliente con el mismo calor que si lo fuera tuya propia”.

5. “Estudia concienzudamente las piezas de los autos con el fin de sacarles los argumentos útiles a la defensa de la causa”.

6. “El retraso o la negligencia pueden comprometer los intereses del cliente; de ahí, que debe éste ser indemnizado de los perjuicios resultantes, si no se quiere contravenir la justicia”.

7. “Ha de implorar el abogado la ayuda divina para defender las causas porque Dios es el primer amparo de la Justicia”.

8. “No es digno de elogio el abogado que se empeña en la defensa de causas superiores a su talento, a sus fuerzas y al tiempo de que dispone, a fin de aparejarse para defenderlas concienzudamente”.

9. “Ha de tener siempre muy presentes el abogado la justicia y la honradez y guardarlas como la pupila de los ojos”.

10. “El abogado que por su propio descuido pierde la causa, queda en deuda con su cliente y debe resarcirle todos los daños que le ha ocasionado”.

11. “En su informe debe el abogado ser veraz, sincero, respetuoso y razonador”.

12. “Por último, las partes de un abogado han de ser la competencia, el estudio, la verdad, la fidelidad y la justicia”.



[1] Citadas por el P. Raimundo Telleria (CSSR), en su libro “San Alfonso María de Ligorio – Fundador, Obispo y Doctor”, ed. El Perpetuo Socorro, Madrid, año 1950, t. I, p. 57, quien afirma que están tomadas por el P. Rispoli, del mismo proceso de canonización del Santo. También la obra del P. José Montes (CSSR) “San Alfonso María de Ligorio” (ed. Difusión, Bs. Aires, año 1950, p. 15), trae estos mandamientos pero de una manera más simple: 1) “No aceptar jamás una mala causa, porque son la ruina de la conciencia y del honor”, 2) “No emplear jamás medios ilícitos en la defensa de un pleito”, 3) “No obligar al cliente a gastos inútiles. De otro modo hay que restituir”, 4) “Poner en la defensa de una causa tanto empeño e interés como si fuera propia”, 5) “Estudiar a fondo todos los detalles del proceso”, 6) “No dañar al cliente con retrasos o negligencias”, 7) “Implorar el socorro de Dios, sumo protector de la Justicia”, 8) “No encargarme de pleitos que juzgue superiores a mí fuerza y talentos o que exijan más tiempo del que puedo concederles”., 9) “Respetar la justicia y la equidad como a la niña de mis ojos”.