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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

11 de octubre de 2008

Libertad religiosa y Libertad política



por el Dr. Alvaro D´Ors (1915-2004)

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En el pensamiento occidental, la "libertad" se halla oscurecida por la concurrencia de dos significados de ese término: uno negativo y otro positivo, que dan a aquella idea cierta persistente ambigüedad, tanto más por cuanto el significado positivo parece dar el contenido material del negativo, que es puramente formal.

Libertad: esencia y accidente

El significado negativo, que es el propio de la mentalidad romana, de la libertas, consiste simplemente en no estar "dominado", es decir, en no hallarse sometido, como están los esclavos, a un dominus, cuya voluntad inhibe en absoluto la del sometido a ella, esto, sin perjuicio de que pueda darse una potestad similar sobre los liberi, que son, por antonomasia, los hijos y descendientes legítimos de estirpe viril, a favor del jefe de familia, del Pater familias.
Esta libertas se identifica, en la concepción romana, con la ciudadanía, la civitas, pues la posible libertad de los no-romanos es algo muy diferente de la libertas ciudadana, no sólo por las diferencias de orden público, sino también porque la patria potestad a la romana es algo desconocido entre los pueblos extranjeros.

El segundo significado, por su parte, es positiva, y no corresponde al concepto romano de libertas, sino al germánico de "freedom": se cifra en el derecho para una determinada facultad de las personas, de comerciar, viajar, publicar, etc. Esta libertad no debe confundirse con la idea negativa de libertas. La libertas es esencial y carece de contenido -se es libre por no tener dueño y no para hacer tal o cual cosa-, en tanto la "freedom" es accidental y no se concibe sin un contenido concreto. Por ello mismo, la libertas es indivisible, en tanto esas otras libertades o derechos de actuación son siempre limitables; su limitación puede ser por distintas causas, como, por ejemplo, el sexo, la edad, la mala fama personal, la extranjería, etc.
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Poesía


¡Ay Virgencita que luces,

ojos de dulces miradas!

Que vieron llegar las Espadas,

que dieron paso a las Cruces.


Mira a tus Tierras Amadas!

Y si hoy nos arrancan las Cruces,

¡Brillen de nuevo las luces

del filo de las espadas!


Pablo Antonio Cuadra Cardenal

DE RE ECONÓMICA, O FINANCISTA, POLITIQUEROS Y PRENSA SERIA



por el R.P. Leonardo Castellani

Tomado del blog de Cabildo

Cuenta Rudentius que Marco Polo —que descubrió el Oriente— tuvo una famosa entrevista con el Khan Abdar, un sultanejo desconocido de Pechikén, un reino situado entre Singapur y Bengala: la cual puso por escrito.
Como vio enseguida el viajero veneciano, el pequeño reino estaba muy atrasado en comercio, aunque muy adelantado en arte. Vivía prácticamente de la copia de manuscritos del Vedanta, ricamente miniaturizados por artistas que traían de China y del Japón: la misma hija del Rey, la princesa Betharis, era una notable calígrafa y miniaturista. Eran además habilísimos en burilar joyas.
En el reino de Pechikén regía todavía el viejo uso del trueque. La gente iba al “bazaar” y cambiaba los productos que les sobraban por los que necesitaban. Esto era muy engorroso (¡oh, los largos viajes desde la montaña sagrada a la Capital, situada en el valle del río Rho!). Pero era sencillo: y uno de sus frutos era una sociabilidad admirable. La gente del reino prácticamente se conocía toda: los bribones eran fácilmente detectados, la gente honrada había construido sus defensas contra ellos, los cuales habían constituido una especie de bandas o partidos, organizados en orden a burlar la justicia. Pero los mismos jueces prevaricadores eran también conocidos.
El Rey pidió consejo a Marco Polo acerca del progreso de su país.
— Hay que hacer moneda, respondió el veneciano.
— ¿Qué es eso?
— ¿No venden en el bazaar grandes cargas de oro?
— Naturalmente, para los joyeros.
— Hay que comprarlo todo, y acuñarlo en piezas pequeñas de 10 adarmes; y declarar que cada pieza equivale a dos vacas o cuatro ovejas. ¿Ve Ud. lo que sucederá?
— No veo —dijo el Rey—. Lo que veo es que actualmente 10 adarmes de oro equivalen solamente a una vaca.
— ¡Yo veo! —exclamó el Ministro de Hacienda—. ¡Todo se simplificará maravillosamente! Actualmente nuestros millonarios poseen a lo más mil vacas, y eso requiere gran extensión de terreno, muchos peones, y muchos quebraderos de cabeza. Tener 500 piecitas de oro en un baúl será como tener mil vacas vivas. ¡Qué comodidad para comprar cosas en el mercado!
— ¿Y qué impedirá que cualquiera haga igual que yo, y gane una vaca por cada… ¿cómo llamas a eso? ¿moneda?
— Hay que grabar en cada piecita la cabeza del Rey y la inscripción “dos vacas”: y promulgar que a todo el que haga igual se le cortará la cabeza.
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Soneto

ADVERTENCIA A ESPAÑA DE QUE ASÍ COMO SE HA HECHO SEÑORA DE MUCHOS, ASÍ SERÁ DE TANTOS ENEMIGOS ENVIDIADA Y PERSEGUIDA, Y NECESITA DE CONTINUA PREVENCIÓN POR ESA CAUSA

Un Godo, que una cueva en la Montaña
Guardó, pudo cobrar las dos Castillas;
Del Betis y Genil las dos orillas,
Los Herederos de tan grande hazaña.

A Navarra te dio justicia y maña;
Y un casamiento, en Aragón, las Sillas
Con que a Sicilia y Nápoles humillas,
Y a quien Milán espléndida acompaña.

Muerte infeliz en Portugal arbola
Tus castillos; Colón pasó los godos
Al ignorado cerco de esta Bola;

Y es más fácil, oh España, en muchos modos,
Que lo que a todos les quitaste sola,
Te puedan a ti sola quitar todos.

Francisco de Quevedo y Villegas

Enviado por María Luz López Pérez

11 de Octubre, Festividad de la Maternidad de la Santísima Vírgen



Entre los dogmas marianos, ninguno tan inculcado y tan venerado por la Liturgia sagrada como el de la Maternidad de la Bienaventurada Virgen María, por ser el principal y la raíz de todas las prerrogativas que la distinguen y la encumbran sobre las demás criaturas. Pero, como «de María numquam satis», ha querido la Iglesia afirmarlo aún con mayor explicitud y dejar un monumento vivo del XVº Centenario del Concilio efesino, en que los Padres, reunidos en la ciudad mariana por excelencia, bajo la presidencia de San Cirilo de Alejandría, legado al efecto del Papa San Celestino, anatematizaron al patriarca Nestorio y definieron la divina Maternidad de la Virgen María, proclamándola Teotócos, Deípara o Madre de Dios, por ser Madre de Cristo, el cual es Dios al par que hombre.
De donde resulta para la Virgen Madre «una dignidad casi infinita» (S. Tomás), pudiéndola llamar de algún modo los Santos Padres como el complemento de la Trinidad, su instrumento y cooperadora en la magna obra de la Encarnación y de la Redención. Pero, al ser María Madre del Hijo de Dios por naturaleza, es también Madre de los hijos de Dios por adopción y por gracia. Este aspecto tenía menor relieve en la Liturgia; de ahí que ahora insista en él la Iglesia, por ser uno de los mayores consuelos que caben al hombre huérfano y pecador. María es Madre de todos los cristianos en el orden sobrenatural, por serlo de Cristo, el cual se declaró a boca llena nuestro hermano mayor, dispuesto a compartir su herencia con nosotros y su divina filiación. Esto por su cooperación en nuestro rescate, y mejor que Eva merece se r llamada «Madre de todos los vivientes». Eslo también por su amor y maternal solicitud, y finalmente, a titulo de donación, por habérsela dado Jesús agonizante al Discípulo amado, y en él a todos los señalados con el sello de Cristo. «Celebremos, pues, con regocijo la Maternidad de la bienaventurada Virgen María» (Invitatorio). ¡Oh María! monstra te esse Matrem y muéstrense los redimidos hijos tuyos carísimos, hijos dignos de tan santa y excelsa Madre, para que merezcan disfrutar un día de tu vista y del calor de tu regazo.

10 de octubre de 2008

Laicidad y laicismo


LA AMBIVALENCIA DE LA LAICIDAD Y LA PERMANENCIA DEL LAICISMO: LA NECESIDAD DE RECONSTITUIR EL DERECHO PÚBLICO CRISTIANO



Por MIGUEL AYUSO



1. De nominibus non est disputandum? o Res denominatur a potiori?

Laicismo y laicidad. Dos términos emparentados. Con significados, por lo mismo, entrelazados. El primero, lo denota el sufijo “ismo”, ligado a una ideología. Una ideología, la liberal, basada en la marginación de la Iglesia de las realidades humanas y sociales. En efecto, el naturalismo racionalista puesto por obra en la Revolución liberal, y condenado por el magisterio de la Iglesia, recibió entre otros el nombre de laicismo. El segundo, relacionado en su inicio con una situación generada por esa ideología en la Francia del último tercio del ochocientos. Así pues, laicismo y laicidad como términos que expresan un mismo concepto.
Hoy, en cambio, parece que hay sectores interesados en contraponerlos. Principalmente el “clericalismo” (tomando el término en el sentido que le daba Augusto del Noce , esto es, la subordinación del discurso político e intelectual católico al dominante en cada momento) y la democracia cristiana. El laicismo agresivo se diferenciaría, así, de la laicidad respetuosa, y la pareja “laicismo y laicidad” se interpretaría disyuntivamente como “laicismo o laicidad”. Pero, ¿resulta fundada una tal oposición? ¿O más bien es dado hallar en la misma un simple matiz entre dos versiones de una misma ideología? Un indicio, entre muchos, y de singular relevancia, nos conduce hacia esta segunda posibilidad: la protesta que hacen los secuaces de la laicidad de respetar la “separación” entre la Iglesia y el Estado, con el consiguiente rechazo de la tesis del Estado católico. Ahora bien, la Iglesia no puede (sin traicionar su misión) dejar de afirmar que hay una ley moral natural, que Ella custodia, y a la que los poderes públicos deben someterse . Esto es, el núcleo del Estado (que no es el Estado moderno sino la comunidad política clásica) católico, de lo que se llama con terminología de origen protestante la “confesionalidad del Estado”, y –con denominación tradicional que presupone una mayoría sociológica– “unidad católica” .
Cuando se afirma que “ninguna confesión (religiosa) tendrá carácter estatal” –según hace, por ejemplo, el artículo 16 de la Constitución española– podría pensarse que no se ha salido del ámbito de esa tesis tradicional, ya que el Estado católico lejos de estatalizar la religión, se somete a su invariante moral del orden político . En la práctica, sin embargo, lo que se está postulando es el agnosticismo político, que no puede sino concluir exigiendo la sumisión de la Iglesia (previo olvido de su misión de garante de esa ortodoxia pública) al Estado: la “laicidad del Estado” siempre termina en la “laicidad de la Iglesia” , esto es, en la pretensión de que ésta renuncie a su misión y se limite a ofertar su “producto” (pura opción) dentro del respeto de las reglas del “mercado”. Esta ha sido siempre la lógica de la laicidad, pero que ahora –pasado el momento fuerte de las “religiones civiles”– se evidencia con toda claridad. Por lo mismo, ante la falsa oposición entre laicismo y laicidad debe proclamarse que “ni laicismo ni laicidad”.

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Cristeros



por Vittorio Messori


Se lee (y se escucha) todo tipo de cosas sobre el Quinto Centenario del descubrimiento de América.
El aniversario ha generado un río de palabras, en el que se mezclan verdades y leyendas, intuiciones profundas y consignas superficiales. Lo que más entristece es la actitud de ciertos religiosos -sobre todo del hemisferio norte, europeo y americano- quienes, a pesar de la caída repentina de aquel marxismo que habían abrazado con entusiasmo de conversos, siguen aplicando sus falaces y desastrosas categorías interpretativas. Hasta hay frailes y monjas que públicamente critican a los misioneros cristianos por haber destruido esas bonitas idolatrías precolombinas, esos fetichismos feroces que -es el caso de los aztecas- tenían como base indispensable el sacrificio humano colectivo. En su opinión, quizás, habría sido mucho mejor que estos pueblos no hubieran entrado nunca en contacto con esa manía peligrosa de sus hermanos de entonces de considerar importante el anuncio de Cristo y del Evangelio.
Pero en el conjunto de lo insulso, falso y no cristiano (aunque defendido por quien se presenta como «cristiano», y más que cualquier otro, pues se llama a sí mismo «defensor de los oprimidos»), destacan al­gunas publicaciones que merecen nuestra atención.
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Imitación de Cristo (4)



7.- Que se ha de huir la vana esperanza y la soberbia


1. Vano es el que pone su esperanza en los hombres o en las criaturas. No te avergüences de servir a otros por amor a Jesucristo y parecer pobre en este siglo.
No confíes de ti mismo, sino pon tu esperanza en Dios. Haz lo que puedas, y Dios favorecerá tu buena voluntad. No confíes en tu ciencia ni en la astucia d ningún viviente, sino en la gracia de Dios que ayuda a los humildes y abate a los presumidos.
2. Si tienes riquezas, no te gloríes en ellas ni en los amigos, aunque sean poderosos, síno en Dios, que todo lo da, y, sobre todo, desea darse a Sí mismo. No te ensalces por la gallardía y hermosura del cuerpo, que con pequeña enfermedad destruye y afea. No te engrías de tu habilidad o ingenio, no sea que desagrades a Dios, de quien es todo bien natural que tuvieres.
3. No te estimes por mejor que otros, porque no seas quizá tenido por peor delante de Díos, que sabe lo que hay en el hombre. No te ensoberbezcas de tus buenas obras, porque de otra manera son los juicios de Dios que los de los hombres, y a El muchas veces desagrada lo que a ellos contenta. Si tuvieres algo bueno, piensa que son mejores los otros, porque así conservas la humildad. No te daña si te pusieres debajo de todos; mas es muy dañoso si te antepones a sólo uno. Continua paz tiene el humilde; mas en el corazón del soberbio hay emulación y saña frecuente.

9.- Que se ha de evitar la mucha familiaridad

1. No descubras tu corazón a cualquiera (Eccl., 8, 22), mas comunica tus cosas con el sabio y temeroso de Dios.
Con los jóvenes y extraños conversa poco. Con los ricos no seas lisonjero, ni estés de buena gana delante de los grandes. Acompáñate con los humildes y sencillos y con los devotos y bien acostumbrados, y trata con ellos cosas de edificación: No tengas familiaridad con ninguna mujer mas en general encomienda a Dios todas las buenas. Desea ser familiar a sólo Dios y a sus ángeles, y huye de ser conocido de los hombres.
2. Justo es tener caridad con todos; pero no conviene la familiaridad. Algunas veces sucede que la persona no conocida resplandece por la buena fama; pero su presencia suele parecer mucho menos. Pensamos algunas veces agradar a los otros con nuestra conversación; y más los ofendemos porque ven en nosotros.

10.- De la obediencia y sujeción

1. Gran cosa es estar en obediencia, vivir debajo de un superior y no tener voluntad propia. Mucho más seguro es estar en sujeción que en mando.
Muchos están en obediencia más por necesidad que por caridad; los cuales tienen trabajo y ligeramente murmuran, y nunca tendrán Libertad de ánimo si no se sujetan por Dios de todo corazón.
Anda de una parte a otra; no hallarás descanso sino en la humilde sujeción al superior. La imaginación y mudaría de lugar a muchos ha engañado.
2. Verdad es que cada uno se rige de buena gana por su propio parecer, y se inclina más a los que siguen su sentir. Mas si Dios está entre nosotros, necesario es que dejemos algunas veces nuestro parecer por el bien de la paz. ¿Quién es tan sabio que lo sepa todo enteramente

Católicos en las catacumbas



por Juan Manuel de Prada

Siempre he mirado con desconfianza la connivencia del poder político con la religión. En primer lugar, porque empaña las creencias de una equívoca connotación ideológica; en segundo, porque el poder político siempre trata de sacar tajada de dicha connivencia, exigiendo a cambio de determinadas concesiones una adhesión lacayuna de las jerarquías eclesiásticas.
Por lo demás, la experiencia demuestra que la hostilidad del poder político es el humus fecundo que favorece el aquilatamiento de las convicciones religiosas: probablemente, la religión cristiana no se habría propagado con la pujanza que lo hizo si Roma no hubiese dictaminado su exterminio. No participo, pues, de ese desaliento que parece haberse apoderado de una mayoría de los católicos españoles en los últimos meses, después de que la nueva facción gobernante haya multiplicado sus gestos de displicencia, desdén o declarada beligerancia hacia la religión que nos sirve de sustento.
Por el contrario, creo que la coyuntura no puede ser más estimulante, pues nos incita a espantar la camastronería con que habitualmente vivimos nuestra fe. Jesús ya nos anticipó que nos perseguirían en su nombre: «Os entregarán a los sanedrines, y en las sinagogas seréis azotados, y compareceréis ante los gobernadores y los reyes por amor de mí para dar testimonio ante ellos». Y también dejó establecido cuál debía ser nuestra actitud cuando llegase ese día: «No les tengáis miedo. Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo a la luz; y lo que os digo al oído, predicadlo sobre los terrados».
De eso se trata. Prediquemos nuestra fe en los terrados, sin miedo al vituperio y al aborrecimiento de nuestra época. Quienes dispongan de una tribuna pública, haciendo uso de ella para que sirva de acicate y confortación. Quienes carezcan de ella, manteniéndose firmes en unas convicciones que van a la contra de los tiempos que corren; pues en su capacidad de resistencia se cifra el éxito final de la empresa. Pero no ha de ser ésta una resistencia pasiva y pusilánime, como pretenden quienes postulan una «fe privada» y casi clandestina, sino desvelada y dispuesta a revolverse contra su hostigador. A fin de cuentas, los gestos de displicencia, desdén o declarada beligerancia que nos dispensa la facción gobernante ni siquiera anhelan nuestro exterminio, sino más bien nuestra reclusión en catacumbas de tibieza y acoquinamiento; bastará con que nos neguemos a recular para que los hostigadores aprecien el material del que estamos fabricados. Y quizá sean ellos quienes entonces empiecen a acoquinarse.
La defensa de nuestra fe nos impone un deber de activismo. Aprovechemos, en primer lugar, los instrumentos que la ley pone a nuestro servicio: exijamos sin desmayo para nuestros hijos una educación religiosa en las escuelas; contribuyamos con nuestros impuestos al sostenimiento de la Iglesia. Aceptemos, en segundo lugar, que la fe no puede ser vivida en tiempos de tribulación como una rutina heredada, sino como un signo de identidad orgullosa en el que se dirime la supervivencia de nuestra genealogía cultural y espiritual; participemos en las liturgias de nuestra fe con gozo, espantemos ese marasmo de estolidez y hedonismo que han arrojado sobre nuestros hombros llenando las iglesias. Y, en fin, si la defensa de nuestras convicciones lo exige, salgamos a la calle armados de pancartas que nos identifiquen: nunca se habría visto una manifestación más multitudinaria y apabullante como la que congregase a los católicos que cada domingo van a misa. Cualquier cosa, antes que resignarnos a vivir en las catacumbas.
Y, sobre todo, perseverancia, aunque la soledad nos incite a la claudicación: «Seréis aborrecidos de todos en mi nombre. Sólo el que persevere hasta el fin será salvo».

10 de Octubre, Festividad de San Francisco de Borja, Confesor

La familia Borja, era una de las más célebres del reino de Aragón, España. Alcanzó fama mundial cuando Alfonso Borja fue elegido Papa con el nombre de Calixto III. A fines del mismo siglo, hubo otro Papa Borja, Alejandro VI, quien tenía cuatro hijos cuando fue elevado al Pontificado. Para dotar a su hijo Pedro, compró el ducado de Gandía, (en Valencia, España). Pedro, a su vez lo legó a su hijo Juan, quien fue asesinado poco después de su matrimonio. Su hijo, el tercer duque de Gandía, se casó con la hija natural de un hijo de Fernando V de Aragón. De este matrimonio nació el 28 de octubre de1510 Francisco de Borja y Aragón, nuestro santo, quien era nieto de un Papa (Alejandro VI) y de un rey (Fernando) y además, primo del emperador Carlos V.

Una vez que hubo terminado sus estudios, a los dieciocho años, Francisco ingresó en la corte de este último. Por entonces, ocurrió un incidente cuya importancia no había de verse sino más tarde. En Alcalá de Henares, Francisco quedó muy impresionado a la vista de un hombre a quien se conducía a la prisión de la Inquisición: ese hombre era Ignacio de Loyola.

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Para leer la biografía completa haga click sobre la imagen del Duque Santo, que abandonó el mundo y se hizo jesuíta.

9 de octubre de 2008

A los 50 años de la muerte de S.S. Pío XII, Pastor Angelicus


Tomado del blog de Cabildo



Plena guerra mundial. El Jefe del Gobierno fue detenido el día 25 de julio y conducido a la isla de Ponza, situada en Anzio, que se encuentra a unos cincuenta kilómetros al sur de Roma. Sus partidarios habían disminuido extraordinariamente, y muchos se congratularon de aquella especie de revolución que colocó a un Mariscal en el puesto de Jefe del Gobierno, de completo acuerdo con el rey Víctor Manuel.

Nuevamente vio entonces Pío XII la ocasión de solicitar que Roma fuese declarada “ciudad abierta”, y encontró franca colaboración en el Mariscal. Pero, consultados los aliados en tal sentido, por medio de sus representantes, manifestaron:
“De momento, no poseemos suficiente conocimiento del nuevo Gobierno para otorgarle nuestra confianza. Es menester que se nos demuestre la seriedad de este cambio político y su buena predisposición respecto a nosotros”.
Quedó pues demorada nuevamente tal solicitud, lo cual fue la causa de que un nuevo bombardeo tuviera lugar sobre la Ciudad Eterna el día 13 de agosto. Otra vez el Papa salió del Vaticano, sin ningún protocolo, para dirigirse al lugar más destrozado, que resultó ser el barrio de San Juan, cerca de la iglesia de San Juan de Letrán.
Por cierto que se relata una anécdota referente a esta ocasión, que nos parece significativa. Hela aquí:
Circulaba Pío XII por el lugar del suceso, atendiendo a unos y a otros, respondiendo a preguntas, consolando, acariciando, bendiciendo, cuando de pronto sus ojos oscuros, fatigados, llenos de pena, se fijaron en un rostro infantil, blanco, inmóvil… Aproximóse más, pudo darse cuenta de que se trataba de una niña, a la que habían colocado sobre unas parihuelas. Probablemente había recibido alguna herida importante. O quizá estuviera muerta.
Con aquel especial afecto que siempre sintiera por los pequeñuelos, se acercó más todavía y arrodillóse a su lado. La chiquilla no hacía el menor movimiento. Parecía que la vida se había escapado ya de su cuerpecito. Alargando su pálida y delgada mano, el Papa la tocó ligeramente mientras le dirigía tiernas frases. No se oyó lo que le decía, pero se sabe que al sonido de su voz, la pequeña fue abriendo lentamente los ojos. Pareció extrañada de encontrarse allí y poco después se incorporaba. El “hombre blanco” le sonreía y ella sonrió también.
¿Estaba solamente desmayada y entonces reaccionó? Es posible. Pero lo cierto es que se reanimó al ligero contacto de la mano de Pío XII y al escuchar el tierno y dulce sonido de su voz. Levantándose por completo, ya del todo restablecida, pudo marcharse hacia su casa, mientras la mirada bondadosa y complacida del Papa la seguía amorosamente.


Otra espina estaba clavada en el sensible corazón del Pastor Angelicus. Porque era, en efecto, un gran Pastor espiritual y sufría por aquellas ovejas que padecían tanto y a las cuales quería ayudar hasta el máximo. Tratábase ahora de los prisioneros que se encontraban en los campos de concentración. Y hablando de ellos, decía en cierta ocasión:
—Cierto es que las normas del Derecho Internacional no obligan a liberar a los prisioneros antes de que la paz sea firmada. Pero me dan pena estas personas, tan lejos de sus hogares, en muchos de los cuales ni siquiera sen si están muertos o vivos… Debo escribir un mensaje para los aliados en este sentido. Creo que me secundarán.
— Entonces, ¿quiere Vuestra Santidad, que tome nota de lo que deseáis decirles?
— Sí, por favor, hágalo usted… Escriba… “Sabemos que las reglas del Derecho Internacional…”
Y así continuó dictando el discurso que luego pronunciaría por radio, y que habría de servir también de gran consuelo para los infelices que sufrían en tales lugares, apartados de los suyos, muchos de ellos enfermos, y algunos casi dementes. Pío XII continuaba, de uno u otro modo, en todas las direcciones que creía conveniente, su excelsa obra de Apostolado. Los deseos que tuviera en su juventud de ayudar a quienes lo necesitaran, se veían sobradamente cumplidos. Únicamente que él había aspirado a regentear solamente una sencilla parroquia, a atender a los feligreses de la misma. Y ahora se encontraba que su parroquia era el mundo entero y sus feligreses, una buena parte de los habitantes del mundo.
De esta época se relata una anécdota bastante conocida. Se trata de lo siguiente:
Habiendo el Papa recibido, poco después de la guerra, la visita del político inglés Winston Churchill, éste le dijo durante la conversación:
— ¿Sabéis, Santidad, lo que preguntó José Stalin en la Conferencia de Yalta cuando se habló de Vos en la misma? Pues lo siguiente: “Yo quisiera saber cuántas Divisiones tiene el Papa”.
Pío XII sonrió ante tal ocurrencia, y contestó sin inmutarse:
— Cuando vea de nuevo a Nuestro hijo José Stalin, dígale que Nuestras Divisiones están en el cielo.
Quedó de este modo el asunto, hasta que, años más tarde falleció el aludido político ruso. Al serle comunicada la noticia al Pontífice, éste volvió a sonreír, y de un modo sencillo, espontáneo, seguro, manifestó:
— Ahora verá Nuestras Divisiones.


Un día, hallándose en su despacho, notó que el gentilhombre tenía el rostro algo contraído, como si estuviera pensando en alguna cosa que lo preocupara o repugnara. Bastante extrañado, le preguntó:
— ¿Le ocurre a usted algo extraordinario?
— No, Santidad —repuso él con voz un tanto entrecortada—. Es decir, he visto una cosa que me ha impresionado, pero no quiero molestaros con ello.
— ¿De qué se trata? Debe de ser importante cuando lo ha afectado de tal modo.
— Pues… sí, en cierta manera, Santo Padre. Se trata de una mujer que ha llegado hasta aquí para pedir audiencia. Llevaba consigo a su hijo… ¡Pobre niño! Es tan deforme que la gente, apenas lo mira, vuelve la cabeza, horrorizada… Yo mismo me acuso de haberlo hecho. Nunca había presenciado una deformidad tan monstruosa…
El Papa iba interesándose cada vez más por lo que el gentilhombre le contaba, y entonces preguntó rápido:
— ¿Y dónde están esa mujer y ese niño?
— Se han marchado.
— ¿Cómo que se han marchado? ¿No dijo usted que habían solicitado una audiencia?
— Sí, Santidad. Pero juzgando que el caso no era interesante para Vos, no se la han concedido.
— ¡Todas las personas que sufren me interesan! Y esa pobre madre… Viendo que su interlocutor estaba algo perplejo, añadió: — Vaya, vaya usted. Esto no le concierne.
Y mientras él salía del despacho, tomó presurosamente el receptor del teléfono, y una vez establecida la comunicación, mandó:
— Busquen a esa mujer que hace poco ha estado aquí acompañada de su hijo enfermo. Y cuando la encuentren, introdúzcanla inmediatamente en mi despacho.
Así lo hicieron, y cuando pudieron ser localizados, los llevaron a su presencia. Él los recibió con aquella singular dulzura que tenía para todos los desgraciados. Tomó al niño en sus brazos, amorosamente, y se interesó por el tratamiento que se le había prescrito.
— Muchos médicos lo han visitado, Santidad —respondió la madre, llorando, pero al mismo tiempo conslada por la extrema afabilidad del Papa—, y viendo que ellos no podían curarlo, lo llevé a Lourdes… Pero tampoco allí conseguí buen resultado.
— No todos los que van allá sanan, hija mía, y Dios sabe el por qué. Quizá más adelante lo consiga. Nunca ha de perderse la esperanza. Y si el Señor tiene dispuesto que usted y su pequeño tengan que soportar esta gran cruz, resígnense a ella, seguros de que Él dará su recompensa más tarde o más temprano.
Una expresión de alivio, de interno consuelo iba reflejándose en el semblante de la pobre madre, que manifestó llena de gratitud:
— Eso es lo que yo quería, Santo Padre. Recibir este consuelo que a tantos alienta… No esperaba un milagro al venir a veros; sólo estas palabras que parece que dan vida… Aunque quien me lo pidió fue el niño. Siempre decía que quería venir a Roma para veros. Y al final me decidí. El pobre ha oído hablar de Vos y os quiere mucho…
El pequeño sonreía mirando al Pontífice, que seguía teniéndolo en brazos, y él le sonrió también, diciendo cariñosamente:
— También lo quiero yo, y rezaré por él. ¿Sabes, chiquito, que los niños siempre me han gustado mucho? Me recuerdan al Divino Infante que nació en Belén. Por Navidad, en mi capilla privada, digo Misa delante de una cuna donde está reclinado el Niño Dios. Y en Él me parece ver simbolizados a todos los pequeñuelos del mundo…
Lágrimas de emoción corrían por las mejillas de la pobre mujer al ver el semblante consolado de su hijo, del cual, habitualmente todas las personas apartaban los ojos, impresionados. El Papa, por el contrario, parecía buscar su mejor sonrisa, su caricia más tierna, sus palabras más confortables, para dirigírselas al pequeño.
Y cuando, más tarde, ambos abandonaron el Vaticano, se sentían mucho menos desgraciados. Aquella luz que se desprendía del Pontífice los acompañaría siempre, con el recuerdo de una bondad ultraterrena, sobrehumana, santa.


Domingo 5 de octubre de 1958. En apariencia, era un domingo como cualquier otro en Castelgandolfo, donde todavía se encontraba el Santo Padre, después de haber pasado allá el verano, como hacía habitualmente. A las 9:30 salió al balcón, desde el cual acostumbraba bendecir a los peregrinos, que se arracimaban cerca de los muros de la estival residencia.
Aquella mañana fueron unos cinco mil los reunidos. Él les sonrió, con una sonrisa un tanto cansada, que reflejaba su creciente agotamiento. Y después de bendecirlos, los fue saludando afectuosamente con la mano. Luego los que estaban cerca de él lo oyeron murmurar:
— Adiós… Adiós…
¿Presentía acaso su muerte? ¿Comprendía que era ya la última vez que se asomaba a aquel balcón para recibir el homenaje de la multitud y entregarle a su vez la expresión de su afecto?


Ya hace cincuenta años que su alma fue llamada al encuentro con el Padre. Confiamos en que, también hace ya cincuenta años, estará disfrutando del Cielo, de la visión beatífica, de la Luz y la Gloria que no tienen fin. Aquella sonrisa un tanto cansada resplandecerá ahora, en lo Alto. Pidámosle al SANTO Padre Pío XII que nos proteja y nos brinde un poco de su fe, para algún día llegar a verlo, si no en los altares de esta tierra —por culpa de tantos pusilánimes y traidores—, sí a la diestra de Aquel de quien fuera su Vicario de tan feliz memoria.
Y si —como decía Anzoátegui— para hombres como Freud parece haber sido creado el infierno, para Santos como Pío XII parece haber sido creado el Cielo.

Juan Donoso Cortés: Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo (8)


Libro Segundo

Capítulo I

Del libre albedrío del hombre



Fuera de la acción de Dios no hay más que la acción del hombre, fuera de la providencia divina no hay más que la libertad humana. La combinación de esta libertad con aquella providencia constituye la trama variada y rica de la Historia.

El libre albedrío del hombre es la obra maestra de la creación y el más portentoso, si fuera lícito hablar así, de los portentos divinos. A él se ordenan todas las cosas invariablemente, de tal manera que la creación seria inexplicable sin el hombre, y el hombre sería inexplicable no siendo libre. Su libertad es a un tiempo mismo su explicación y la explicación de todas las cosas. ¿Quién explicará, empero, esa libertad altísima, inviolable, santa, tan santa, tan altísima y tan inviolable, que el mismo que se la dio no se la puede quitar y con la cual puede resistir y vencer al mismo que se la dio, con una resistencia invencible y con una tremenda victoria? ¿Quién explicará de qué manera, con esa victoria del hombre sobre Dios, queda Dios vencedor y el hombre queda vencido, y esto siendo la victoria del hombre una verdadera victoria, y el vencimiento de Dios un vencimiento verdadero? ¿Qué victoria es ésa, seguida necesariamente de la muerte del vencedor? Y ¿qué vencimiento es aquel que va a parar a la glorificación del vencido? ¿Qué significa el paraíso, galardón de mi vencimiento, y el infierno, pena de mi victoria? Si en mi vencimiento está mi galardón, ¿por qué desecho naturalmente lo que me salva? Y si mi condenación está en mi victoria, ¿por qué apetezco naturalmente aquello mismo que me condena?

Cuestiones son éstas que ocuparon todos los entendimientos en los siglos de los grandes doctores, y que miran hoy con desdén los petulantes sofistas que no tienen fuerza para levantar del suelo las formidables armas que esgrimieron fácil y humildemente aquellos doctores santos en las edades católicas. Hoy día parece inexcusable locura tantear humildemente y ayudados con su gracia los altos designios de Dios en sus profundos misterios; como si el hombre pudiera saber alguna cosa sin entender algo de esos misterios profundos y de esos altos designios. Todas las grandes cuestiones sobre Dios parecen hoy estériles y ociosas; como si, siendo Dios inteligencia y verdad, fuera posible ocuparse de Dios sin ganar en verdad y en inteligencia.

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Los papeles del armario de Don Rubén



I.- Una reflexión sobre Anatole France

por D. Rubén Calderón Bouchet

Tomado del blog amigo Argentinidad


El Padre Castellani en una referencia que hizo sobre Anatole France y tomando como supuesto el uso de ese pseudónimo de France, lo convirtió placenteramente en judío y no con el propósito de endilgarle un adjetivo oprobioso. Castellani no tenía una actitud antijudaica firme y decidida, uno de sus protagonistas y, probablemente, de los más simpáticos: don Benjamín Villafañe era judío y un comentarista nada trivial del Apocalipsis si nos atenemos a los papeles que gustaba garabatear para solaz de su alma religiosa.
Anatole France no era judío y su verdadero apellido Thibault era de cepa tan francesa y parisiense como la orilla izquierda del Sena donde gustaba pasearse para meter su gran nariz en todos los cambalaches de libros viejos que encontraba. Su amor a los libros y su indudable erudición literaria eran del mejor estilo francés, porque nunca se permiten aplastar el discurrir de su espléndida prosa, con notas que confirmen ese saber tan armoniosamente unido a su irónica lucidez.Todo en él, tanto los defectos como las virtudes, delatan su humor francés, y un defensor tan celoso de las glorias de Francia como Maurras no hubiera podido escribir de él esta frase que lo coloca, sino entre los buenos maestros, en un sitio de admiración y privilegio: “Será más exacto decir que no es un escritor de izquierda. Jamás ha mostrado más talento que cuando le sucede exponer ideas tan opuestas a las del partido que adhiere hace veinte años” (MAURRAS: Oeuvres Capitales, tomo III p. 415).
Precisamente esta capacidad de Anatole France de ponerse en la situación de un representante del más rancio y puro tradicionalismo católico y hacerlo exponer sus ideas con una precisión, una elegancia y una veracidad dignas del ejemplar mejor elegido bregan por la sobrevivencia en él de conocimientos teológicos aptos para honrar una cátedra episcopal.
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9 de Octubre, Festividad de San Dionisio, Obispo y Mártir




Según San Gregorio de Tours, San Dionisio, nacido en Italia, fue enviado a las Galias, hacia el año 250, con otros seis obispos misioneros. De este grupo, el que penetró más en el país fue San Dionisio, acompañado del presbítero San Rústico y del diácono San Eleuterio. Llegaron a Lutecia, hoy París, y establecieron una iglesia cristiana en una isla del Sena, Instigado por los sacerdotes de los ídolos, el gobernador romano Fescennino Sisinio lo hizo detener y decapitar, alrededor del año 275.

8 de octubre de 2008

Retórica política

Visto en Embajador en el Infierno, y tomado de Alberto Montt, en dosis diarias

Herejes (4)


por Gilbert K. Chesterton



IV. Bernard Shaw


En los viejos tiempos, antes de la aparición de los males modernos, cuando el genial y viejo Ibsen llenaba el mundo de absoluta alegría, y los amables relatos del olvidado Émile Zola mantenían nuestros hogares felices y puros, el ser malinterpretado solía considerarse una desventaja. Pero puede ponerse en duda que lo sea siempre, o incluso en general. El hombre al que se malinterpreta cuenta siempre con la siguiente ventaja sobre sus adversarios: que éstos no conocen su punto débil, ni su plan de campaña. Salen a cazar pájaros con redes, y a pescar peces con flechas. Existen varios ejemplos modernos de esta situación. Chamberlain constituye uno muy bueno; constantemente elude o vence a sus oponentes porque sus verdaderos poderes y defectos son bastante distintos de aquellos que tanto sus partidarios como sus detractores le atribuyen. Aquéllos lo representan como a un infatigable hombre de acción; éstos, como rudo hombre de negocios, cuando, en realidad, no es ni lo uno ni lo otro, sino un admirable orador romántico; además de un actor también romántico.

Cuenta con un poder que es el alma misma del melodrama: el poder de fingir – incluso cuando le apoya una amplia mayoría – que se halla acorralado. Pues todas las facciones son tan caballerosas que sus héroes deben dar alguna muestra de desgracia; esa clase de hipocresía es el tributo que la fuerza le rinde a la debilidad.

Chamberlain dice tonterías y, al mismo tiempo, habla muy bien de su ciudad, que nunca le ha abandonado. Lleva una flor vistosa y fantástica, como un decadente poeta menor. En cuanto a su franqueza, su dureza y su defensa del sentido común, todo eso es, por supuesto, el primer truco de la retórica. Se enfrenta a su público con la venerable afectación de un Marco Antonio: Yo no soy orador, como Bruto, sino, como todos sabéis, un hombre sencillo y directo.

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Los derechos del hombre (y 4)


por Vittorio Messori

Tenemos la cabeza, dice Pascal, para que «busquemos las razones de los efectos». Sin quedarnos, por lo tanto, en lo que sucede, sino interrogándonos acerca de las causas, a menudo no tan evidentes. Un deber de lucidez -añade ese grande- que incumbe especialmente a los cristianos, a quienes en efecto se les dijo: «Vosotros sois la sal de la tierra...Vosotros sois la luz del mundo» (Mt. 5, 13-14).

Ahora bien, debería estar claro que las «razones» de muchos «efectos» que ocurren fuera y dentro de la Iglesia están en pocas, pero decisivas, palabras. La «Declaración de los derechos del hombre» de 1789 proclama en el artículo 3: «El principio de toda soberanía reside esencialmente en la nación. Ningún cuerpo, ningún individuo puede ejercer una autoridad que no derive expresamente de ella.» Y, en el artículo 6: «La ley es la expresión de la voluntad general.»

La «Declaración universal de derechos humanos» de las Naciones Unidas, en 1948, confirma y hace explícito en el artículo 21: «La voluntad del pueblo es el fundamento de la autoridad de los poderes públicos. Esta voluntad tiene su expresión en elecciones honestas que deben realizarse periódicamente, con sufragio universal igual y voto secreto.»

Según hemos visto ya en tres «capítulos», estas dos «Declaraciones» representan casi la Biblia de una nueva religión: la religión del hombre, donde todos podrían -mejor, deberían- converger. Una base común para creyentes y no creyentes, para construir juntos una sociedad diferente y mejor.

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8 de Octubre, Festividad de Santa Brígida, Viuda


SANTA BRIGIDA era hija de Birgerio, gobernador de Uplandia, la principal provincia de Suecia. La madre de Brígida, Ingerborg, era hija del gobernador de Gotlandia oriental. Ingerborg murió hacia 1315 y dejó varios hijos. Brígida, que tenía entonces doce años aproximadamente, fue educada por una tía suya en Aspenas. A los tres años, hablaba con perfecta claridad, como si fuese una persona mayor, y su bondad y devoción fueron tan precoces como su lenguaje. Sin embargo, la santa confesaba que de joven había sido inclinada al orgullo y la presunción.


La Pasión: centro de su vida


A los siete años tuvo una visión de la Reina de los cielos. A los diez, a raíz de un sermón sobre la Pasión de Cristo que la impresionó mucho, soñó que veía al Señor clavado en la cruz y oyó estas palabras: "Mira en qué estado estoy, hija mía." "¿Quién os ha hecho eso, Señor?", preguntó la niña. Y Cristo respondió: "Los que me desprecian y se burlan de mi amor." Esa visión dejó una huella imborrable en Brígida y, desde entonces, la Pasión del Señor se convirtió en el centro de su vida espiritual.


Matrimonio


Antes de cumplir catorce años, la joven contrajo matrimonio con Ulf Gudmarsson, quien era cuatro años mayor que ella. Dios les concedió veintiocho años de felicidad matrimonial. Tuvieron cuatro hijos y cuatro hijas, una de las cuales es venerada con el nombre de Santa Catalina de Suecia. Durante algunos años, Brígida llevó la vida de la época, como una señora feudal, en las posesiones de su esposo en Ulfassa, con la diferencia de que cultivaba la amistad de los hombres sabios y virtuosos.


En la Corte


Hacia el año 1335, la santa fue llamada a la corte del joven rey Magno II para ser la principal dama de honor de la reina Blanca de Namur. Pronto comprendió Brígida que sus responsabilidades en la corte no se limitaban al estricto cumplimiento de su oficio. Magno era un hombre débil que se dejaba fácilmente arrastrar al vicio; Blanca tenía buena voluntad, pero era irreflexiva y amante del lujo. La santa hizo cuanto pudo por cultivar las cualidades de la reina y por rodear a ambos soberanos de buenas influencias. Pero, aunque Santa Brígida se ganó el cariño de los reyes, no consiguió mejorar su conducta, pues no la tomaban en serio.

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7 de octubre de 2008

Coplas de el alma que pena por ver a Dios





Vivo sin vivir en mí
y de tal manera espero
que muero porque no muero.

I

En mí yo no vivo ya
y sin Dios vivir no puedo
pues sin él y sin mí quedo
éste vivir qué será?
Mil muertes se me hará
pues mi misma vida espero
muriendo porque no muero.

II

Esta vida que yo vivo
es privación de vivir
y assí es contino morir
hasta que viva contigo.
Oye mi Dios lo que digo
que esta vida no la quiero
que muero porque no muero.

III

Estando ausente de ti
qué vida puedo tener
sino muerte padescer
la mayor que nunca vi?
Lástima tengo de mí
pues de suerte persevero
que muero porque no muero.

IV

El pez que del agua sale
aun de alibio no caresce
que en la muerte que padesce
al fin la muerte le vale.
Qué muerte abrá que se yguale
a mi vivir lastimero
pues si más vivo más muero?

V

Quando me pienso alibiar
de verte en el Sacramento
házeme más sentimiento
el no te poder gozar
todo es para más penar
por no verte como quiero
y muero porque no muero.

VI

Y si me gozo Señor
con esperança de verte
en ver que puedo perderte
se me dobla mi dolor
viviendo en tanto pabor
y esperando como espero
muérome porque no muero.

VII

Sácame de aquesta muerte
mi Dios y dame la vida
no me tengas impedida
en este lazo tan fuerte
mira que peno por verte,
y mi mal es tan entero
que muero porque no muero.

VIII

Lloraré mi muerte ya
y lamentaré mi vida
en tanto que detenida
por mis pecados está.
¡O mi Dios!, quándo será
quando yo diga de vero
vivo ya porque no muero?

San Juan de la Cruz

El epíritu de la época


por Luis de Wöhl


Es éste en muchos aspectos un tipo muy curioso. Tiene en común con el espíritu del vino y del amoníaco que se volatiliza muy rápidamente sin dejar ninguna huella. Pero mientras vive, afirma siempre tener razón, característica ésta que rápidamente se transmite a todo aquel que queda captado por él; casi me atrevería a decir que poseído por él.
El hombre poseído por el espíritu de la época es supermoderno. Acepta con gran entusiasmo las obras de arte de determinadas escuelas, ofrece explicaciones inspiradísimas para el hecho de que la «Mujer con flor» tenga los dos ojos al mismo lado dé la nariz, y por qué los cuadros de un chimpancé ligeramente neurótico merecen ser preferidos a las antiguallas de un Rembrandt o un Tintoretto. No le molesta en absoluto que su cuadro favorito podría haber sido pintado fácilmente por un chaval de seis años, todo lo contrario, lo considera una alabanza objetiva. También en literatura se entusiasma por los productos de escritores de siete años, y un autor de más de quince años sólo tiene interés si escribe con suficiente indecencia. Los autores mayores de veintitrés años son demasiado rancios y tradicionalistas para resultar interesantes. Constituyen una excepción —por lo menos en algunos países— los primeros cuatro o cinco libros de la lista de «bestseller». La base de su filosofía es: «Hay que marchar con el tiempo», y sentimos la tentación de respirar con alivio, pensando que efectivamente se marchará con el tiempo para no volver nunca más.
En política generalmente está más o menos ligado a la izquierda, y como por la lógica no siente más que desprecio (suponiendo que tenga conocimiento de que ésta existe), ignora que el caminar con perseverancia en la misma dirección le devolverá más pronto o más tarde a su punto de partida y, por el contrario, considera que su caminar en círculo es progreso.
El progreso es su ideal, y así continúa progresando cada vez más, alejándose de todo lo experimentado, estable y verdadero. Entiende tan poco del futuro como del pasado. Vive en un presente inclinado en constante desliz por el que se mueve como un mono domesticado sobre una gran pelota de goma. Pero por muy grave que parezca este cuadro clínico, estos pacientes tienen curación en la mayoría de los casos. Es asombrosa la paciencia de Dios. ¡Gracias a Dios!

7 de Octubre, Festividad de Nuestra Señora del Rosario


Un Pontífice Santo, San Pío V, implorando a Dios con las manos alzadas como Moisés.

Un Rey Santo, Felipe II, rogando devotamente con todo su séquito. Y todos sus Reinos, como una sola voz, desde el ciego mendigo de la puerta del templo hasta el Duque, rezando juntos. Desde el niño que hurta higos en las huertas hasta el Abad más linajudo. Todos.

San Pío V había pedido a todos los cristianos que rezaran el Santo Rosario para alcanzar la victoria y una Cristiandad, obediente al Santo Padre, secundaba la petición del Pontífice. Se rezaba el Santo Rosario: desde la ciudad más populosa hasta la aldea más recóndita, todos rogando...

Y Don Juan de Austria, brazo de Dios y espada de María Santísima, con el mazo dando.

Hoy 7 de octubre de 2008 recordamos aquella jornada: "la más alta ocasión que vieron los siglos" -escribiera de ella el más grande de los escritores, partícipe también de aquella hazaña sin parangón.

Conmemoramos aquel 7 de octubre de 1571 y le pedimos a Dios que nos dé luces, para aprender de aquel día que de nada vale afanarse, si no rezamos. Es la oración la que nos salva, la que logra abrir los cielos para que los ángeles de Dios combatan a nuestro lado contra el maligno enemigo y sus secuaces del otro y de éste mundo.

Mientras la batalla tenía lugar, el Papa estaba conversando con algunos cardenales; de repente, los dejó, se quedó algún tiempo con sus ojos fijos en el cielo, y cerrando el marco de la ventana, dijo:

"No es hora de hablar mas sino de dar gracias a Dios por la victoria que ha concedido a las armas cristianas".

No fueron pocos los cruzados que aquel día vieron los cielos abrirse... El Capitán Pedro de Quero Escabias, natural de Andújar (Sagrario de Nuestra Señora de la Cabeza y mi pueblo) estaba allí en Lepanto con su compañía. Muchos eran los andujareños y paisanos del Reino de Jaén que pelearon bravamente en aquella jornada. La sangre del turco hasta los codos, sudorosos, fatigados de la portentosa brega, pero todavía con arrojo para descargar la espada... Sobre la que habían jurado morir en Cruzada. Según los papeles que guarda un tío mío, Pedro de Quero Escabias vio aquella victoria, y más tarde pasó como Capitán de Caballos a Flandes, con el Conde de Fuentes. Vínose a la postre a España, para establecer la Milicia general en el partido de Cuenca, tierra de Molina, y Marquesado de Atienza. Durante todos sus días, hasta el día de su muerte, rezó el Santo Rosario mandando que lo rezáramos todos sus descendientes.

El Santo Rosario es el arma más poderosa que tenemos los cristianos.

Publicado por Maestro Gelimer

7 de octubre de 1571, Batalla de Lepanto


AUXÍLIUM CHRISTIANÓRUM... ORA PRO NOBIS

“Ea, soldados valerosos – gritó – teneís el tiempo que deseasteis; lo que me tocaba, cumplí; humillad la soberbia del enemigo, alcanzad gloria en tan religiosa pelea, viviendo y muriendo siempre vencedores, pues iréis al cielo”
(Don Juan de Austria, arenga).

Sumario: Guerra contra los Turcos: Lepanto, 1571. Los Turcos, dueños de las costas septentrionales de África, se apoderaron de Túnez, (1569) y de la isla de Chipre (1570-1571). FELIPE II, ante el peligro que estas conquistas representaban para el mundo cristiano, consiguió formar contra ellos la llamada Liga Santa, en la que entraron España, el Sacro Imperio, el Papa PÍO V y Venecia. Era Sultán de Turquía, SELIM II (1566-1574).
La escuadra cristiana, mandaba por DON JUAN DE AUSTRIA (hermano de FELIPE II), se componía de 264 naves con 79.000 marineros y combatientes.
Las flotas cristiana y turca – ésta al mando ALÍ BAJÁ – se enfrentaron en la entrada del golfo entre la Grecia continental y la península de Morea (Peloponeso). En el terrible combate que entre ambas se trabó, por el entusiasmo de Don JUAN DE AUSTRIA y la destreza de don Álvaro de Bazán, la victoria se decidió a favor de las armas cristinas (7 de octubre de 1571). En esta memorable batalla recibió una herida en el pecho y otra en el brazo izquierdo Miguel de Cervantes Saavedra (“el manco de Lepanto”), entonces oscuro soldado; gracias a su valor, los turcos no consiguieron la Marquesa.

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6 de octubre de 2008

Elogio de la nueva Milicia



¿Qué hacer con nuestros jóvenes?
¿Con nuestros hijos, hoy seducidos por las sirenas del hedonismo, de los "derechos humanos", sin sus consecuentes deberes?.
Pues, presentarles la realidad,: "milicia es la vida del hombre sobre sobre la tierra".
Somos Iglesia Militante, ergo militares (milites=soldados) de esa Iglesia.
Después de escuchar las bo...chornosas declaraciones de nuestros Obispos, defensores de la "democracia", cual verdad de Fé, de la "Tolerancia como virtud", (decía Chesterton que la tolerancia es la "virtud" del que no cree en nada"), sólo me cabe transcribir las palabras del artífice de la Cristiandad que fué San Bernardo de Claraval.


por San Bernardo de Claraval

Prólogo
A Hugo, Soldado de Cristo y Maestre de su Milicia, Bernardo Abad, solo en el nombre, de Claraval.


Salud y que pelee el buen combate. Una y otra vez, y hasta tres, si no me engaño, me habías pedido, carísimo Hugo, que te enderezara a ti y a tus conmilities algunas palabras de aliento, y que, si no embrazaba la lanza, vibrara al menos la pluma contra el tirano enemigo. Y siempre me asegurabas que os había de ser gran estímulo el que, a no ser posible ayudarnos con las armas, os exhortara y animara con mis escritos. Tardé algún tiempo en satisfacer a tus deseos, no porque desdeñase la petición, sino temiendo que, si la aceptaba, me culpasen de precipitado y ligero, puesto que, pudiendo hacerlo cualquier otro mejor, presumía yo de poder salir airoso de tal empresa, y así estorbaba el fruto que podía sacarse de cosa tan necesaria. Mas al ver que mi larga demora de nada me servía, pues insistías una y otra vez, al bien que por incompetencia, me he decidido a hacer lo que estaba en mí. El lector juzgará si he satisfecho sus deseos. Aunque ciertamente, como no he escrito este opúsculo sino por contentarte y acceder a lo que me pedías, no me preocupa gran cosa el que agrade a quienes lo leyeren.

CAPÍTULO I Elogio de la Nueva Milicia

Oyese decir que un nuevo género de milicia acaba de nacer en la tierra, y precisamente en aquella región donde antaño viniera a visitarnos en carne el Sol Oriente, para que allí mismo donde El expulsó con el poder de su robusto brazo a los príncipes de las tinieblas extermine ahora a los satélites de aquellos, hijos de la infidelidad y de la confusión, por medio de estos fuertes suyos, rescatando también al pueblo de Dios y suscitando un poderoso Salvador en la casa de David su siervo. Si, un nuevo género de milicia ha nacido, desconocido en siglos pasados, destinado a pelear sin tregua un doble combate contra la carne y sangre y contra los espíritus malignos que pueblan los aires. Cierto, cuando veo combatir con las solas fuerzas corporales a un enemigo también corporal, no solo no lo tengo por caso maravilloso, pero siquiera lo juzgo raro. Cuando observo igualmente como las fuerzas del alma guerrean contra los demonios, tampoco me parece esto asombroso, aunque si muy digno de loa, pues lleno está el mundo de monjes, y todos suelen sostener estas luchas. Mas cuando se ve que un solo hombre cuelga al cinto con ardimiento y coraje su doble espada y ciñe sus lomos con un doble cíngulo, ¿quién no juzgará caso insólito y digno de grandísima admiración? Intrépido y bravo soldado aquel que, mientras reviste su cuerpo con coraza de acero, guarece su alma bajo la loriga de la fe; puede gozar de completa seguridad, porque pertrechado con estas dobles armas defensivas, no ha de temer a los hombres ni a los demonios. Es mas ni siquiera teme a la muerte, antes la desea. ¿Qué podría espantarle ni vivo ni muerto, cuando su vivir es Cristo; pero desearía mas bien acabar de soltarse del cuerpo para estar con Cristo, siendo esto lo mejor. Marchad, pues, soldados, al combate con paso firme y marcial y cargad con ánimo valeroso contra los enemigos de Cristo, bien seguros de que ni la muerte ni la vida podrán separarlos de la caridad de Dios, que está en Cristo Jesús. En el fragor del combate proclamad: Ya vivamos, ya muramos, del Señor somos. ¡Cuán gloriosos vuelven al regreso triunfal de la batalla! ¡por cuán dichosos se tienen cuando mueren como mártires en el campo de combate! Alégrate, fortísimo atleta, si vives y vences en el Señor; pero regocíjate mas y salta de alegría si mueres y te unes al Señor. La vida te es ciertamente provechosa y de gran utilidad, y el triunfo te acarrea verdadera gloria; pero no sin gran razón se antepone a todo eso una santa muerte. Porque si son bienaventurados los que mueren en el Señor, ¡cuánto mas lo serán los que sucumben por Él! Verdad certísima es que, ya los visite en el lecho, ya los sorprenda en el fragor del combate, siempre será preciosa en el acatamiento del Señor la muerte de sus santos. Pero en el ardor de la refriega será tanto mas preciosa cuanto mas gloriosa. ¡Oh vida segura cuando va acompañada de buena conciencia! ¡Oh vida segurísima, repito, cuando ni siquiera la muerte se espera con recelo, antes se la desea con amorosas ansias y se las recibe con dulce devoción! ¡Oh verdaderamente santa y segura milicia, libre de aquel doble peligro que con frecuencia suele espantar a los hombres cuando no es Cristo quien los pone en la pelea! ¡Cuantas veces, al trabar combate con tu enemigo, tu, que militas en los ejércitos del siglo, has de temer que, matándole a él en el cuerpo, matas también tu alma. O que, siendo tu muerto por el acero de tu rival, pierdas juntamente la vida del alma y la vida del cuerpo! Porque no es por el resultado material de la lucha, sino por los sentimientos del corazón por lo que juzgamos los Cristianos acerca del riesgo corrido en una guerra o de la victoria ganada; porque si la causa es buena, no podrá ser nunca malo el resultado, sea cual fuere el éxito, así como no podrá tenerse por buena la victoria al final de la campaña, cuando la causa por la que se inició no lo fue y los que la provocaron no tuvieron recta intención. Si, queriendo dar muerte a otro, eres tu el muerto, mueres ya homicida. Y si prevaleces sobre tu contrario y, llevado del deseo de vencerle, le matas, aunque vivas, eres también homicida. ¡Infausta victoria en la que, triunfando del hombre, sucumbes al pecado! Y si la ira o la soberbia te avasallan, vanamente galleas por haber dominado a tu contrincante. Dáse otro caso, amén de los dichos, y es el de quien mata, no por celo de venganza, ni por la perversidad de gozar del triunfo, sino por evitar el mismo la muerte. Pero tampoco diré sea buena tal victoria; porque de entre dos males, como son la muerte del alma o la muerte del cuerpo, preferible es el segundo; pues no porque muera el cuerpo muere también el alma, sino el alma que pecare, ella morirá.
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6 de Octubre de 2008, Festividad de San Bruno, Confesor



Este santo se hizo famoso por haber fundado la comunidad religiosa más austera y penitente, los monjes cartujos, que viven en perpetuo silencio y jamás comen carne ni toman bebidas alcohólicas.

Nació en Colonia, Alemania, en el año 1030. Desde joven demostró poseer grandes cualidades intelectuales, y especialísimas aptitudes para dirigir espiritualmente a los demás. Ya a los 27 años era director espiritual de muchísimas personas importantes. Uno de sus dirigidos fue el futuro Papa Urbano II.

Ordenado sacerdote fue profesor de teología durante 18 años en Reims, y Canciller del Sr. Arzobispo, pero al morir éste, un hombre indigno, llamado Manasés, se hizo elegir arzobispo de esa ciudad, y ante sus comportamientos tan inmorales, Bruno lo acusó ante una reunión de obispos, y el Sumo Pontífice destituyó a Manasés. Le ofrecieron el cargo de Arzobispo a nuestro santo, pero él no lo quiso aceptar, porque se creía indigno de tan alto cargo. El destituido en venganza, le hizo quitar a Bruno todos sus bienes y quemar varias de sus posesiones.

Dicen que por aquel tiempo oyó Bruno una narración que le impresionó muchísimo. Le contaron que un hombre que tenía fama de ser buena persona (pero que en la vida privada no era nada santo) cuando le estaban celebrando su funeral, habló tres veces. La primera dijo: "He sido juzgado". La segunda: "He sido hallado culpable". La tercera: "He sido condenado". Y decían que las gentes se habían asustado muchísimo y habían huido de él y que el cadáver había sido arrojado al fondo de un río caudaloso. Estas narraciones y otros pensamientos muy profundos que bullían en su mente, llevaron a Bruno a alejarse de la vida mundana y dedicarse totalmente a la vida de oración y penitencia, en un sitio bien alejado de todos.

Teniendo todavía abundantes riquezas y gozando de la amistad de altos personajes y de una gran estimación entre la gente, y pudiendo, si aceptaba, ser nombrado Arzobispo de Reims, Bruno renunció a todo esto y se fue de monje al monasterio de San Roberto en Molesmes. Pero luego sintió que aunque allí se observaban reglamentos muy estrictos, sin embargo lo que él deseaba era un silencio total y un apartamiento completo del mundo. Por eso dispuso irse a un sitio mucho más alejado. Iba a hacer una nueva fundación.

San Hugo, obispo de Grenoble, vio en un sueño que siete estrellas lo conducían a él hacia un bosque apartado y que allá construían un faro que irradiaba luz hacia todas partes. Al día siguiente llegaron Bruno y seis compañeros a pedirle que les señalara un sitio muy apartado para ellos dedicarse a la oración y a la penitencia. San Hugo reconoció en ellos los que había visto en sueños y los llevó hacia el monte que le había sido indicado en la visión. Aquel sitio se llamaba Cartuja , y los nuevos religiosos recibieron el nombre de Cartujos.

San Bruno redactó para sus monjes un reglamento que es quizás el más severo que ha existido para una comunidad. Silencio perpetuo. Levantarse a media noche a rezar por más de una hora. A las 5:30 de la mañana ir otra vez a rezar a la capilla por otra hora, todo en coro. Lo mismo a mediodía y al atardecer.

Nunca comer carne ni tomar licores. Recibir visitas solamente una vez por año. Dedicarse por varias horas al día al estudio o a labores manuales especialmente a copiar libros. Vivir totalmente incomunicados con el mundo... Es un reglamento propio para hombres que quieren hacer gran penitencia por los pecadores y llegar a un alto grado de santidad.

San Hugo llegó a admirar tanto la sabiduría y la santidad de San Bruno, que lo eligió como su director espiritual, y cada vez que podía se iba al convento de la Cartuja a pasar unos días en silencio y oración y pedirle consejos al santo fundador. Lo mismo el Conde Rogerio, quien desde el día en que se encontró con Bruno la primera vez, sintió hacia él una veneración tan grande, que no dejaba de consultarlo cuando tenía problemas muy graves que resolver. Y aun se cuenta que una vez a Rogerio le tenían preparada una trampa para matarlo, y en sueñoir hacia Roma a que le sirviera de consejero. Esta obediencia fue muy dolorosa para él, pues tenía que dejar su vida retirada y tranquila de La Cartuja para irse a vivir en medio del mundo y sus afanes. Pero obedeció inmediatamente. Es difícil calcular la tristeza tan grande que sus monjes sintieron al verle partir para lejanas tierras. Varios de ellos no fueron capaces de soportar su ausencia y se fueron a acompañarlo a Roma. Y entonces el Conde Rogerio le obsequió una finca en Italia y allá fundó el santo un nuevo convento, con los mismos reglamentos de La Cartuja.

Los últimos años del santo los pasó entre misiones que le confiaba el Sumo Pontífice, y largas temporadas en el convento dedicado a la contemplación y a la penitencia. Su fama de santo era ya muy grande.

Murió el 6 e octubre del año 1101 dejando en la tierra como recuerdo una fundación religiosa que ha sido famosa en todo el mundo por su santidad y su austeridad. Que Dios nos conceda como a él, el ser capaces de apartarnos de lo que es mundano y materialista, y dedicarnos a lo que es espiritual y lleva a la santidad.

Que sean pocas tus palabras (S. Biblia).

5 de octubre de 2008

Herejes (3)


Por Gilbert K. Chesterton

III. De Rudyard Kipling y su empequeñecimiento del mundo


No hay en el mundo un tema que no sea interesante; lo que hay son personas que carecen de interés. Nada se necesita más que una defensa de los aburridos.

Cuando Byron dividía a la humanidad entre los que aburren y los que se aburren, pasó por alto que las más altas cualidades concurren en quienes inspiran aburrimiento, mientras que las más bajas concurren entre quienes lo sufren – incluido Byron. El que aburre, con su iluminado entusiasmo, su felicidad solemne, puede, en cierto modo, resultar poético. El que se aburre resulta sin duda prosaico.

Puede, qué duda cabe, resultarnos fastidioso contar todas las briznas de hierba o todas las hojas de un árbol. Pero no sería a causa de nuestro entusiasmo y alegría, sino a pesar de ellos. El que aburre emprendería la tarea, entusiasta y alegre, y hallaría las briznas de hierba tan espléndidas como las espadas de un ejército. El que aburre es más fuerte y más feliz que nosotros; es un semidiós. Mejor dicho, es un dios. Pues son los dioses los que no se cansan de la iteración de las cosas. Para ellos la puesta de sol es siempre nueva, y la última rosa es tan roja como la primera.

La sensación de que todo es poético es algo sólido y absoluto; no se trata meramente de un asunto de la fraseología o de persuasión. No es simplemente verdadero, es demostrable. Tal vez los hombres puedan sentirse desafiados a negarlo; los hombres pueden sentirse desafiados a mencionar algo que no sea objeto poético. Recuerdo que, hace mucho tiempo, un sensato editor vino a verme con un libro en la mano titulado El señor Smith, o La familia Smith, o algo por el estilo. Me dijo, más o menos: «De aquí seguro que no sacas ni una gota de tu maldito misticismo». Y debo admitir que no le decepcioné.

Pero su victoria fue demasiado evidente y fácil.

En la mayoría de los casos el nombre no es poético pero el hecho sí lo es. En el caso de «Smith» (Ferrero ó Herrero en castellano, N.d.E.), el nombre resulta tan poético que estar a su altura debe de ser una tarea ardua y heroica para el hombre que lo lleva. El nombre de Smith es el nombre de un oficio que incluso los reyes respetaban, podría reclamar la mitad de la gloria de aquellas arma virumque que todos los épicos aclamaron. El espíritu de la fragua se encuentra tan cerca del espíritu de la canción que se ha mezclado con ésta en un millón de poemas, y todo herrero es un herrero armonioso.

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Los derechos del hombre (3)


por Vittorio Messori



Todos los artículos publicados en este blog de este periodista italiano, han sido tomados de Conoze.com, (que no siempre me acuerdo de citarlo).

A los problemas generales (de los que hemos hablado) planteados por la «Declaración de los derechos del hombre» de 1789 y la de 1948, otros se añadían -y se añaden- cuando se examinan concretamente los textos.

El texto de 1789 dice: «La Asamblea Nacional reconoce y declara, en presencia y bajo los auspicios del Ser Supremo, los siguientes derechos del hombre y del ciudadano. Artículo 1: Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos.»

Ese «Ser Supremo» (el Dios sin cara e inaccesible en el Cielo del deísmo de los ilustrados, el «Gran Relojero» de Voltaire, el «Gran Arquitecto del Universo» de los masones) es la única referencia «religiosa». Pero es una reverencia puramente ritual a Algo (más que a Alguien) que está sobre las nubes, que no tiene nada que ver con lo que los hombres establecen autónomamente, basándose sólo en aquel libre «pacto social» que, para Rousseau, es la única base de la convivencia humana.

Otra cosa es el Bill of Rights, aquella «Patente de derechos» proclamada doce años antes, en 1776, por los constituyentes americanos. La Constitución de Estados Unidos declara: «Todos los hombres han sido creados iguales y tienen unos derechos inalienables que el Creador les otorga...». Pese al origen estrictamente masónico de Estados Unidos (todos los padres fundadores, como Franklin o Washington, estuvieron abiertamente afiliados a las logias, y la gran mayoría de sus presidentes lo ha estado y lo está), el documento americano no establece el fundamento de los derechos del hombre en la voluntad de éste, sino en el proyecto de un Dios Creador. No es casualidad que ni la proclamación de independencia americana ni su Constitución provocaron reacciones en los ambientes católicos. Y siempre fue reconocida la lealtad patriótica de los católicos de la Federación.
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