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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

20 de junio de 2009

El lugar de los Obispos






por Juan Manuel de Prada



Tomado de ABC


n época de vacas gordas, Elena Salgado, con su bello aire de anchoa asténica, quiso privarnos de las hamburguesas y el vino, a semejanza de aquel doctor Pedro Recio de Tirteafuera que le amargaba las comidas a Sancho Panza. Ahora que estamos en época de vacas flacas, a la Salgado la han nombrado, con irreprochable lógica, ministra de Economía, para que los españoles nos vayamos haciendo a la idea de que su Gobierno de progreso nos va a matar de hambre; y también para que nos consolemos pensando que el hambre nos da un bello aire de anchoas asténicas. «Absit!» (o sea, ¡aléjese!), exclamaba el doctor Pedro Recio cada vez que Sancho alargaba una mano para alcanzar una vianda; y la ministra Salgado acaba de decir lo mismo a los obispos, por osar pronunciarse sobre el aborto: «Absit, episcopi! ¡Que esta vianda es nuestra!». El aborto es, en esta época de vacas flacas, el festín predilecto de la gente de progreso; y a los diputados de progreso ya los tenemos segregando jugos gástricos y relamiéndose de gusto ante la inminencia de la pitanza. El prohombre Llamazares ha añadido que «si el parlamento dice que el aborto es un derecho, es un derecho, lo diga Agamenón o su porquero». No sabemos quién será Agamenón en este banquete (aunque creamos distinguirlo, por su característico hedor a azufre); pero, desde luego, queda muy claro quiénes son los porqueros y los pobres cochinillos sacrificados.


«La Iglesia no sabe, como siempre, cuál es su lugar», ha afirmado la ministra Salgado, después de que los obispos recordarán que ningún católico puede participar de la pitanza abortiva que cocina nuestro Gobierno de progreso. Lo que no ha dejado claro en sus declaraciones es cuál será ese difuso «ámbito de los fieles» donde los obispos podrían hacer sus recomendaciones. Pero, puesto que la ministra Salgado establece que ese ámbito no es el foro público, hemos de interpretar que tal vez se refiera a las catacumbas, o a la arena del circo. O tal vez lo que la ministra Salgado pretendía significar es que la Iglesia debe ponerse de rodillas ante el César y bendecir sus pitanzas. Este sería el lugar de una Iglesia corrompida; pero el lugar de una Iglesia fiel a su misión es exactamente el que ocupan los obispos: «Lo que os digo al oído, predicadlo en los terrados». Y a los terrados se han subido los obispos para cumplir su misión, que comprende los fundamentos éticos que surgen de la misma naturaleza humana.

Existe una confusión creciente, auspiciada por la soberbia del César, en torno a los límites del dominio político; confusión que el prohombre Llamazares sintetiza, con su característica empanada mental, en la desquiciada frase que reproducíamos más arriba. El aborto jamás podrá ser un derecho, por mucho que así lo determine la aritmética parlamentaria, como tampoco podrían serlo el hurto o el estupro, por más que en una determinada coyuntura a una mayoría social le convenga que así sea. El aborto, como el hurto o el estupro, es un crimen que la racionalidad ética repudia; y cuando deja de repudiarlo es porque, simplemente, tal racionalidad ética ha dejado de asistirnos. Lo cual es tanto como decir que hemos muerto; porque cuando dimitimos de nuestra racionalidad ética hemos dejado de ser humanos. Decía Chesterton que necesitamos curas que nos recuerden que vamos a morir, pero sobre todo necesitamos curas que nos recuerden que estamos vivos. Y el lugar que corresponde a los obispos, su obligación irrenunciable en una época que pretende imponer la aritmética parlamentaria sobre la racionalidad ética, es recordarnos que estamos vivos, recordarnos que el aborto es un crimen que atenta contra la misma naturaleza humana. Por mucho que les fastidie a quienes nos quieren ver muertos, mientras segregan jugos gástricos y se relamen de gusto, ante la inminencia de la pitanza.

El Estado-Nación ha entrado en agonía




por Ismael Medina


Tomado de Altar Mayor








a actual depresión económica mundial, una más de las que periódicamente se registran, repercute en el orbe igual que si se tratara de un tremendo maremoto cuyas ondas de expansión afectan con superior gravedad a los países que no previnieron, obviaron las consecuencias sobre las que alertaban sus primeros oleajes o no dispusieron las necesarias defensas, por frágiles que fueran. Pero no es el caso de entrar en el debate economicista que en cada caso se registró y ha derivado en un círculo vicioso de sustitución y resurrección de los grandes budas de la teoría económica. La actual reverdece la disputa artificiosa entre si más o menos Estado. Cabría preguntarse, sin embargo, si la apelación al proteccionismo estatal no se reduce a que unos Estados-ficción usen de los fondos públicos para salvar del incendio a ese poder superior del capitalismo especulativo y entrópico que está por encima de los Estados-Nación en progresivo declive.

El concepto tópico del Estado-Nación, nacido de las revoluciones norteamericana y francesa de finales del siglo XIX, se ve asediado desde dos flancos: las entidades supranacionales y el sarpullido interno de nacionalismos dispersivos. ¿Fenómenos inevitables de un final de ciclo histórico? ¿Procesos calculados para favorecer el establecimiento de un único poder mundial por encima de los Estados, degradado a la condición de imperativa servidumbre?
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20 de Junio, Conmemoración de San Silverio, Papa y Mártir





eodato, rey de los godos en Italia, asustado con las conquistas de Belisario, general del ejército del emperador Justiniano, obligó al papa San Agapito á que hiciese un viaje á Constantinopla para pedir la paz al Emperador. No lo pudo conseguir el santo papa; pero en aquella corte mostró su celo y su vigor en defensa de los intere­ses de la religión, negándose, con invencible tesón, á recibir en su comunión á Antimo, obispo eutiquiano, y mostrándose inflexible, aunque le amenazaron con destierro, hasta que en fin, consumido de trabajos y de penitencias, murió en el año de 536.
Apenas se supo en Roma su muerte, cuando se juntó el clero para nombrarle sucesor. Era grande protectora de los eutiquianos la em­peratriz Teodora, singularmente de Antimo, á quien había sacado de la Silla de Trebisonda para colocarle en la patriarcal de Constantinopla; y resuelta á tener un Papa que fuese de su entera devoción, hizo partir á Roma al diácono Vigilio, y escribió á Belisario que le hiciese nombrar por sucesor de Agapito; pero el rey Teodato, que no quería por Pontífice á ninguno que fuese hechura del Emperador, previno á la Emperatriz, y obligó por fuerza al clero de Roma á que eligiese al subdiácono Silverio, natural de la campaña de Roma, hijo de Hormisdas, que, habiendo enviudado, se hizo diácono de la Igle­sia romana, y después fue Papa.
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19 de junio de 2009

Testimonial es lo nuestro



por el Dr. Antonio Caponetto


Tomado del blog de Cabildo





onvertidos en el acontecimiento político del año, los comicios del 28 de junio, con sus innúmeras interpretaciones anteriores y posteriores, ocupan el centro de la atención de casi todos los mortales de esta ínsula. A nosotros nos llevará apenas un párrafo, y ya lo adivinan los lectores afines o antagónicos.

Un párrafo para decir lo que toda persona sensata conoce, intuye y padece, sin necesidad de frondosas argumentaciones. A saber: que gobierna el país un tropel de delincuentes; que quienes dicen oponérsele pertenecen a otras tantas manadas de idéntica especie aunque de pelajes distintos, y que nada bueno puede brotar de un sistema edificado en la contranatura institucional, legal y moral.

Hay elecciones porque, como escribía Bernard Shaw, los políticos y los pañales necesitan cambiarse a menudo por la misma causa. Tal la materiam signatam que constituye, como todos, el nuevo sufragio universal que se ha adueñado del escenario colectivo. Las plagas egipcias —y bien quisiéramos que no fuera retórica bíblica— se han abatido sobre la patria, mientras quienes se postulan de taumaturgos son esos “tipos trashumantes”, como los llama José María de Pereda, que se comunican con el poder político mediante el Ministerio de Hacienda; esto es, mediante el lucro infame y rabioso. Cese aquí la parrafada de rigor y a otra cosa.

Y esa otra cosa es lo que nosotros podemos y debemos hacer.

Por lo pronto, hacer de nuestras vidas, vidas coherentes. Testimoniales, para seguir usando una palabra que no estamos dispuestos a dejarnos robar. La vida coherente del católico preocupado y dedicado a la política, es aquella que no muda ni permuta ni adultera los grandes e irrevocables principios; antes bien, tanto más los propala como las únicas soluciones posibles cuanto más los pragmáticos se empeñan en considerarlos expresiones de un abstraccionismo obstaculizante. No es “no hacer nada” indicar perseverantemente lo que debemos y lo que no debemos obrar.

Regístrese entre los mentados derechos, el derecho a la congruencia, y sépase que esta fidelidad heroica en lo poco es condición para alcanzar la anhelada fidelidad en lo mucho.

Lo segundo es entender que no nos está permitido el abstencionismo ni el indiferentismo político; mucho menos cuando la tierra natal yace cautiva y engangrenada. Pero hay una distancia insalvable entre participar sujetándose dócilmente a las reglas del Régimen —viciadas con las corrupciones inherentes al mismo— y participar con sentido misional y apostólico, sin necesidad de pasar por la política juego, aportando el consejo, la información, la reflexión y —sobre todo— la ejecución de bienes concretos al servicio de las instituciones de orden natural.

Para optar por este segundo camino, urge que volvamos a las distinciones elementales legadas por la tradición e insensatamente olvidadas. Distinguir, por ejemplo, entre estructuras sociales y estructuras estatales. Si estas últimas son creadas por el poder y desde el poder, las primeras brotan de las relaciones amicales, parentales e institucionales que el hombre entabla en su carácter de ser social por naturaleza. Es el ámbito propicio de las llamadas libertades concretas, y es incluso el ámbito propicio que soñó Gramsci para subvertirlo todo; señal, por lo mismo, de su potencial riqueza para restaurarlo todo.

O la política es servicio al invocado bien común, o es mera conquista del poder estatal. O es oblación patriótica sin buscar recompensas, o es competencia partidocrática, sumisa a las pautas del liberalismo. Hay que dejar de confundir la polis con el kratos, creyendo que únicamente la posesión de este último garantiza y verifica la obligación de ocuparse de la res publica. Y percibir que más valioso que el poder es la autoridad. Fundada en la preeminencia inclaudicable de los valores espirituales y morales, puede darse y se ha dado la paradoja de que las grandes autoridades carezcan completamente de poder, y hasta sean sus víctimas fatales. Mientras los poderosos sin límites carecen completamente de autoridad, y acaban sucumbiendo. Porque si para algo no sirven las tiranías es para apoyarse en su propio sustento.

Todo seguirá su curso de ignominia, antes y después del último domingo de junio. Excepto la voluntad decidida y acerada de los patriotas cabales para seguir testimoniando la verdad entera. Con un testimonio que no rozan las boletas electorales, ni los fraudes del escrutinio, ni la decisión despótica e ignorante de la mitad más uno. Pero que ha de ser el sonido de júbilo y de mando, para que se congreguen en medio de la noche y del desierto, como en la célebre retreta, las voluntades perdidas de todos los combatientes.


Concepción Católica de la Política (8)







por el R.P. Julio Meinvielle




Copia escaneada de la tercera edición reproducida en la Colección “Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino”, volumen 3º, editado en Bs. Aires en el año 1974. Al final se agregan como Apéndices (incluidos también en el volumen citado) varios trabajos del autor relacionados con el tema y un ensayo sobre Maurras)








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7. República y Democracia

Decía anteriormente que Santo Tomás llama república o política a la democracia templada que resulta de la participación jerárquica de todos en el gobierno de la cosa pública, y reserva el nombre de democracia al régimen tiránico del gobierno popular (De Regno I, 1). No sin profunda sabiduría, ya que la democracia, en virtud de su esencia igualitaria, concluye en la opresión de una clase o de un partido sobre otro. No hemos de imaginar la república, de que habla Santo Tomás, como una democracia atenuada, que enel fondo seguiría siendo una verdadera democracia. Esto supondría que no entendemos elconcepto del cuerpo mixto de la filosofía tomista. El agua, por ejemplo, no es hidrógeno uoxígeno atenuados. Es una esencia nueva con propiedades específicas nuevas. Así la república es una esencia nueva, con un carácter político nuevo, inasimilable a la pura yuxtaposición de democracia y aristocracia.

De todo lo expuesto, aparece cuán tomista sea la distinción entre república y democracia, entre republicano y demócrata. Distinción tanto más imprescindible, cuanto que en estos tiempos la democracia vivida y voceada no es un simple régimen degobierno, más o menos preferible al monárquico o al aristocrático, sino que está asimiladaal mito de la soberanía popular y del igualitarismo universal, lo que llama León Rougier"la mystique démocratique".

La Iglesia, y León XIII, su voz auténtica, no admite sino la forma republicana de gobierno cuando escribe: Preferir para el Estado una constitución templada por el elemento democrático no es en si contra la justicia, con tal que se respete la doctrina católica sobre el origen yel ejercicio del poder público. (Encíclica Libertas).
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Cortos de razones, largos de espadas




por Arturo Pérez-Reverte



Tomado de XLSemanal







res joven y guipuzcoano, según deduzco por tu carta y el remite. Escribes como lector reciente de la última aventura de nuestro amigo Alatriste, contándome que es el primer libro de la serie que cae en tus manos. Te ha gustado mucho, dices, excepto el hecho «poco riguroso» y «poco creíble» de que una galera española estuviera tripulada por soldados vizcaínos que combatían al grito de Cierra España; en referencia a la Caridad Negra, que en los últimos capítulos combate a los turcos, en las bocas de Escanderlu, llevando a bordo a la compañía del capitán Machín de Gorostiola. Y añades, joven amigo –lo de joven es importante–, que eso no disminuye tu entusiasmo por la historia que has leído; pero que el episodio de los vizcaínos te chirría, pues parece forzado. «Metido con calzador –son tus palabras– para demostrar que los vascos (y no los vascongados, don Arturo) estábamos perfectamente integrados en las fuerzas armadas españolas, lo que no era del todo cierto».

Son las siete últimas palabras del párrafo anterior las que me hacen, hoy, escribir sobre esto; la triste certeza de que realmente crees en lo que dices. Te gusta la novela, pero lamentas que el autor haga trampas con la Historia real; la auténtica Historia que –eso no lo cuentas, pero se deduce– te enseñaron en el colegio. Así que, con buena voluntad y con el deseo de que yo no cometa errores en futuras entregas, me corriges. Debería, a cambio, escribirte una carta con mi versión del asunto. El problema es que nunca contesto el correo. No tengo tiempo, y lo siento. Esta página, sin embargo, no es mala solución. La lee gente, y así quizá evite otras cartas como la tuya. De paso, extiendo mi respuesta a la cuadrilla de embusteros y sinvergüenzas de los sucesivos ministerios de Educación, de la consejería autonómica correspondiente, de los colegios o de donde sea, que son los verdaderos culpables de que a los diecisiete años, honrado lector, tengas –si me permites una expresión clásica– «la picha histórica hecha un lío».
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El Penitente








por Miguel Angel Loma Pérez

Tomado de Altar Mayor (REVISTA DE LA HERMANDAD DEL VALLE DE LOS CAÍDOS
Nº 121 - Abril - Mayo de 2008



or una razón u otra, o quizá por muchas sinrazones, llegó a la Hermandad dispuesto a realizar su estación de penitencia, pero ya iba más quemado que un guiri el primer día de playa. Y por unas y otras cosas, no muy diferentes a la que le habían sucedido otros años, la estación de penitencia se le fue haciendo eterna. Ahora un parón interminable, ahora una carrerita insufrible, ahora otro parón, ahora otra carrerita..., ahora el gracioso que le golpeaba la cruz para fastidiarle un poquito, ahora el niñato que le pasaba un refresco a un palmo de los morros preguntándole si tenía sed, ahora un comentario soez al que obviamente no podía responder:..

Fue caldeándose tanto el hombre que, cuando entró en la carrera oficial, no es que estuviese quemado, es que iba como el contenido de la urnita que te dan en los crematorios. Y al vislumbrar a lo lejos el palco de autoridades, se le comenzó a calentar el caletre y a venírsele a la memoria recuerdos que no debieran. Se acordó de su hija, que ese mismo año se había quedado sin plaza en el colegio religioso concertado porque la inicial de su apellido no salió agraciada, en el sorteo de la progresista política educativa; se acordó del problemático colegio público adonde le había tocado llevarla y el «respetuoso» director que les había hecho retirar el belén y el crucifijo de las aulas; se acordó de la obrita blasfema que había subvencionado el ayuntamiento hacía sólo unos días; por acordarse, incluso se acordó de unas antiguas declaraciones del alcalde diciendo que la Semana Santa era un fenómeno socio-cultural… En fin, que se fue acordando de todo lo peor. Así que, cuando llegó a la altura de las autoridades y se vio a dos o tres metros del engolado señor alcalde y de su obsequioso séquito, sin pensárselo dos veces, se plantó ante ellos y les espetó: «¿No os molestan tanto una pequeña cruz en la pared de un aula, pues cómo podéis soportar la visión de tantas cruces delante de vuestras narices? ¿Así que creéis que llevo esta cruz porque se trata de un fenómeno socio-cultural, no? Pues ahí tenéis machotes, probad un poco de cultura en vivo y en directo». Dicho y hecho. Ante el asombro, el mutismo y el pasmo de todos, reuniendo las fuerzas que le quedaban y con la ayuda de la adrenalina generada por el cabreo, se bajó la cruz del hombro y la lanzó contra los prebostes agnósticos, tumbando de un certero golpe al alcalde y a dos o tres concejales que le rodeaban, tipos muy significados también en el laicismo militante de despacho, ordeno y mando.

Las consecuencias de todo aquello habrían sido funestas si no fuera porque…, porque en realidad el violento desenlace sólo sucedió en su encendida imaginación que, felizmente, supo controlar antes de transformaría en acción. Porque al llegar a la altura del palco de autoridades, en vez de dar el mitin, bajarse la cruz y lanzarla, la apretó aún más en el callo dolorido que a esas alturas se había formado en su hombro, levantó los ojos al cielo en un gesto difícilmente perceptible, y pidió perdón a Dios por sus torpes deseos. Y en vez de maldecir a aquellos tipos revestidos de agnóstica y vanidosa solemnidad, echó mano de nuevo del rosario y comenzó a rezar. Esta vez por aquéllos; por aquéllos y por tantos otros que ofenden, ignoran o utilizan la Cruz para sus intereses. Porque fue también por ésos, por esos mismos que estaban a pocos metros de él, por quienes se abrazó a su Cruz el Crucificado, tras cuya imagen caminaba con pasos cansados. Y aquel rosario lo rezó con una sonrisa maliciosa que sólo Dios veía y sabía interpretar.


19 de Junio, Festividad de Santa Juliana Falconieri






anta Juliana de Falconieri es la fundadora de las religiosas terciarias servitas, organizadas en 1306 en Florencia y designadas comúnmente en Italia con el nombre de Mantellate, o de la mantilla. Deben, pues, distinguirse bien, por un lado, de los servitas, o siervos de María, insigne Orden mendicante que debe su origen a los célebres siete santos fundadores florentinos, y, por otro, de las religiosas servitas, fundadas por San Felipe Benicio, de carácter puramente contemplativo. Sin embargo, Santa Juliana está, en cierto modo, emparentada con ambas Ordenes, pues, por una parte, pertenece a la familia de los Falconieri, de la que procedía su tío, San Alejo Falconieri, uno de los siete fundadores de los servitas, y, por otra, se inició en la vida religiosa con las religiosas servitas y bajo la dirección de su fundador, San Felipe Benicio.

Nacida del hermano de San Alejo Falconieri, llamado Carisino, recibió en Florencia una educación profundamente cristiana. Su padre, que había reunido con su comercio grandes riquezas, levantó a sus expensas la magnífica iglesia de Nuestra Señora de la Anunciata, y no mucho después murió. Juliana, por su parte, según refieren sus antiguos biógrafos, dio desde sus primeros años las más expresivas muestras de eximia piedad y, sobre todo, de su predilección por la Santísima Virgen y por la virginidad cristiana. Por esto se refiere que San Alejo, su tío, llegó a decir a la madre de Juliana que había traído al mundo, no una niña, sino un ángel.
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18 de junio de 2009

Apéndice: Sobre el Papa Pío XII



por Antonio Rivero, L.C.


Tomado de Breve historia de la Iglesia. (Conoze)


ué decir sobre los silencios de Pío XII?

A diferencia de Benedicto XV, que había sido muy criticado por sus llamadas a la paz durante la primera guerra mundial, Pío XII recibió en vida unánimes alabanzas por su actitud durante el conflicto de 1939-1945, es decir, durante la segunda guerra mundial.

Pero en 1963, en una obra que alcanzó un gran éxito de escándalo, «El vicario», un joven autor alemán, Rolf Hochhuth, acusó a Pío XII de no haber condenado explícitamente el exterminio de los judíos por los nazis.

Se siguió una áspera controversia: ¿le faltó valentía? ¿Era favorable al nazismo? ¿Ignoraba lo que ocurría? El asunto tuvo la ventaja de provocar la publicación de numerosos documentos de los archivos, para hacer un poco de luz. Diplomático y secretario de estado, antes de ser papa, Pío XII conocía bien los asuntos alemanes; había firmado el concordato con Hitler en 1933, y en 1937 había participado en la redacción de la encíclica «Mit brennender Sorge. Sin ninguna simpatía por el nazismo, prefería las intervenciones diplomáticas discretas más que las declaraciones solemnes.

Durante la guerra, en numerosos discursos y radiomensajes de navidad volvió incansablemente sobre los excesos de la guerra y sobre los beneficios de una negociación y de una paz basada en un justo equilibrio. Bajo la responsabilidad de monseñor Montini (futuro Pablo VI) creó una oficina de información que transmitía noticias de los prisioneros y de los desaparecidos. Miles de judíos y otras personas perseguidas por los nazis encontraron abrigo en las instituciones pontificias y en los conventos. Y dio la orden de ayudar a los judíos de manera valiente y discreta. De hecho, al final de la guerra, delegaciones de altos dignatarios judíos, fueron a Roma para agradecerle cuanto había hecho por ese pueblo tan perseguido. Pero todo ello lo hizo con discreción, para evitar males mayores a quienes buscaba proteger.

En Zenit, 30 junio 2001, salió esta información que me parece oportuno poner aquí: «¿El linchamiento contra Pío XII? Una porquería». Quien así habla no es un integrista católico, ni un intelectual con simpatías clericales. Se trata de Paolo Mieli, uno de los más ilustres protagonistas del periodismo italiano, excorresponsal de «La Stampa» y exdirector del «Corriere della Sera» y hoy director de «RCS», la casa editorial más grande de Italia. Tiene pasión de historiador. De hecho, su último libro, que ya es un fenómeno editorial , lleva por título «Historia y política: Resurgimiento, fascismo y comunismo».

Mieli es judío, implacable ante la terrible tragedia del Holocausto, al que su familia tuvo que pagar un doloroso precio de sangre.

«Vengo de una familia de origen judío y he tenido parientes que murieron en los campos de concentración durante la segunda guerra mundial. Por tanto, hablo de todo esto con mucha dificultad» dijo Mieli al intervenir en Roma, el 6 de junio, en la presentación del libro «Pío XII. El Papa de los judíos» («Pio XII. Il Papa degli ebrei», Piemme, 2001), escrito por Andrea Tornielli, experto en asuntos vaticanos del diario milanés «Il Giornale».

«El libro de Andrea Tornielli -afirmó Mieli- hace de contrapeso para alcanzar un equilibrio justo sobre ese pontífice tan discutido. Al leer el libro se puede ver que durante un largo período de tiempo fueron precisamente los judíos quienes dieron las gracias a ese pontífice por lo que había hecho durante la segunda guerra mundial».

Desde los años sesenta, sin embargo, se ha puesto en discusión su figura con la obra teatral «El Vicario», en un primer momento, y, recientemente, con la publicación del libro del periodista británico John Cornwell, «El Papa de Hitler».

Y sin embargo, «ese papa y la iglesia que tanto dependía de él, hicieron muchísimo por los judíos -añade el director de la editorial «RCS—. Se calcula que algo menos de un millón, entre 700 y 800 mil judíos, fueron salvados por la iglesia y por ese pontífice. Es un dato -de fuente judía, pues el cálculo lo hizo Pinchas Lapide- que quizá debería preceder toda discusión sobre Pío XII. Seis millones de judíos asesinados por los nazis y casi un millón de judíos salvados gracias a la estructura de la iglesia y de este pontífice. Cuando se recuerda a las personas que hicieron algo para salvar físicamente a los judíos, muy pocos pueden enorgullecerse de haber hecho algo parecido a lo que hizo la Iglesia de Pío XII».

«Se recrimina a Pío XII por no haber alzado un grito ante las deportaciones del ghetto de Roma -continuó diciendo Mieli en la presentación del libro-, pero otros historiadores han observado que nadie vio a los antifascistas corriendo hacia la estación para tratar de detener el tren de los deportados. Y, sin embargo, muchos estudios, realizados en la posguerra, demuestran que era posible hacer algo, y que es totalmente infundada la teoría, según la cual, la resistencia no podía hacer nada por los judíos».

«Se amordaza, sin embargo, en la campaña contra Pío XII, la ayuda que ofreció la Iglesia a los judíos, una ayuda que fue incluso logística —continúa diciendo Mieli-. Quizá se olvida que toda la comunidad antifascista gozó de aquella ayuda, como puede leerse en el libro de Enzo Forcella "La resistencia en convento" ("La resistenza in convento")».

«Quiero decirlo con la máxima claridad -confesó Mieli-: poner las responsabilidades sobre las espaldas de Pío XII es una auténtica sinvergüencería. Pío XII no puede ser la persona a quien se le echa la culpa de algo que corresponde de manera compleja a toda la comunidad. Obviamente hablo de la comunidad que produjo el fenómeno horrendo del exterminio de los judíos, pero también de aquellos que asistieron sin reaccionar de manera adecuada. Los historiadores israelíes, por ejemplo, se preguntan por qué los judíos de Palestina fueron, por así decir, "sordos" ante lo que estaba sucediendo en Europa. ¿Por qué se dieron casos de colaboracionismo en los campos de concentración, que objetivamente facilitaron el exterminio?».

Ante la pregunta implícita sobre las razones por las que Pío XII se ha convertido en el blanco de tantos ataques, Mieli respondió: «Uno de los motivos por los que este importante papa fue crucificado se debe al hecho de que tomó parte contra el universo comunista de manera dura, fuerte y decidida. De una manera tal que hubo que esperar treinta años, con Juan Pablo II, para que ese estilo pudiera ser retomado adecuadamente, de una manera que fue fatal para el comunismo».

Al concluir, el ex director del «Corriere della Sera» dijo: «No quiero proponer y no tengo los requisitos para proponer la beatificación de este pontífice. Sin embargo, considero que es muy poco valiente ponerle sobre las espaldas responsabilidades que no tiene. Se le ha tratado casi como si hubiera estado junto a Hitler, junto a los nazis, como si fuera el único ser en el mundo que tuvo responsabilidades en el Holocausto. Creo y lo repito que esto es algo monstruoso, aberrante, algo que tendría que acabar».

En apoyo de las tesis de Mieli, intervino también en la presentación del libro el politólogo y ex embajador italiano Sergio Romano, que no es precisamente de cultura católica, quien explicó una curiosa paradoja: en un primer momento Pío XII fue «alabado y reconocido, sobre todo por las comunidades judías, por el valor y la generosidad con que defendió y salvó a un numero elevado de judíos de las persecuciones nazis»; después, «de manera imprevista, este juicio se trastocó completamente».

Para algunos autores, después de su muerte, «Pío XII pasó de ser el bienhechor de los judíos al cómplice de Hitler, a un cínico e indiferente espectador del genocidio judío».

«Existe una íntima relación -concluyó el embajador Romano- entre el juicio sobre Pío XII y la versión histórica que se ha ido afirmando progresivamente en los últimos cuarenta años: una versión en la que el nazismo se convierte en el único mal del siglo. En la divulgación de esta versión colaboró la propaganda soviética, la opinión de la izquierda en las sociedades occidentales y la parte que el genocidio judío tuvo en la legitimación nacional del Estado de Israel durante las fases más controvertidas de su historia. Hoy, tras el final de la guerra fría, la caída del comunismo, y la apertura de los archivos soviéticos, es posible escribir la historia de una manera más objetiva y neutral, enmarcando a los protagonistas en el clima en el que tuvieron que actuar y decidir».

Inteligencia independiente


por Ignacio San Miguel

Tomado de El Risco de la Nava

GACETA SEMANAL DE LA HERMANDAD DEL VALLE DE LOS CAÍDOS

Nº 25 – 28 de junio de 2000



l título parece constituir una redundancia, pues para que haya inteligencia debe haber libertad, la cual supone independencia. Sin embargo, en los tiempos presentes es lo común que las personas tenidas por inteligentes utilicen sus facultades intelectuales con plena sumisión a la corriente de pensamiento dominante, con un perceptible terror a desviarse de lo comúnmente admitido y a causar escándalo. Aún los que pretenden ser audaces, aparentan serlo mediante bravatas en la dirección de la corriente, nunca a contracorriente. Y si alguien se decide a oponerse a ésta, lo hace con mil precauciones, empleando casi siempre una cobertura retórica en la que se diluyen las aristas de las verdades, cuando no estas últimas. De ahí que resulte una redundancia obligada hablar de inteligencia independiente. Es un bien escaso, de casi nula circulación.

El intelectual europeo de hoy está en las antípodas de un Gilbert Keith Chesterton, de su olímpico desprecio por los sistemas de pensamiento que imperaban en su tiempo (que son los mismos de la actualidad, sólo que hoy han triunfado plenamente y vivimos sus consecuencias). El materialismo, el ateísmo, el agnosticismo, el cientificismo, el darwinismo, la teosofía, el cristianismo liberal y modernista, el budismo, Nietzsche, Marx, Schopenhauer; contra todo esto y mucho más se enfrentó con extraordinaria bravura, enorme erudición y una poderosísima y penetrante inteligencia que, merced al uso constante y acertado de la paradoja, adquiría en sus múltiples escritos y controversias públicas el poder urente del vitriolo y la facultad estimulante del mejor vino. Son famosas sus polémicas con Bernard Shaw, H. G. Wells, Bertrand Russell y otros, en las que, sin duda, no llevó él la peor parte. También se enfrentó con Clarence Darrow, el famoso abogado norteamericano, a quien venció con facilidad.

Lo singular de este personaje es que el desarrollo progresivo de su pensamiento, bajo el empuje de la pasión insobornable por la verdad, le llevó paulatinamente, desde el agnosticismo, a simpatizar primero con la religión católica, como fiel depositaria de la ortodoxia antigua, para terminar, al cabo de cierto tiempo, por decidirse a la conversión pública.

Él, junto con C. S. Lewis (éste, anglicano, muy próximo al catolicismo), son, tal vez, los más destacados paladines de esta ortodoxia en el siglo XX. Me imagino la sonrisa irónica de cualquier docto clérigo al leer esta afirmación. Pero yo le diría que los importantes trabajos teológicos de los especialistas duermen en los estantes el sueño de los justos, y, por el contrario, la obra de Chesterton y Lewis está más viva que nunca para el laico de pensamiento inconformista e independiente. A los especialistas los leen los especialistas, y así se forma un circuito cerrado, que será muy interesante para dichos especialistas, pero completamente estéril para el pueblo. Y esto, en el supuesto optimista de que estos doctorales trabajos sean ortodoxos, lo cual es mucho conceder. Más frecuente es lo contrario, lo cual, trasladado a la catequesis, ya no es que resulte estéril; simplemente, resulta venenoso.

Estoy hablando, por tanto, de la antigua ortodoxia cristiana, que es la que estos escritores, así como los Bernanos, Belloc, Péguy, Bloy, etcétera, profesaban y defendían. Nada que ver con lo ahora vigente en la predicación habitual. Nada que ver con un cristianismo sin dogmas, sin milagros, sin premio ni castigo, sin infierno, sin Satanás. Una predicación acobardada que a lo más que llega es a referirse a un tal Jesús que vivió hace muchos años y que era buenísimo, por lo que nosotros también tenemos que ser muy buenos. Estoy hablando de la antigua religión, que era una religión recia que convenía a los recios y vigorizaba a los débiles. No una religión débil que confirma a los débiles en su debilidad y repele a los fuertes.

Pero, aún más que ocuparme en esta ocasión de ella, prefiero referirme a esa calidad de inteligencia que, en condiciones sin duda desfavorables y que abrumadoramente señalaban en otra dirección, se abrió camino, en soledad y fuerza, a través de la maraña de obstáculos, para proyectar al cabo triunfalmente una visión plenamente opuesta a la de curso común, llena de alegría y esplendor, pero, también, de rigor y esfuerzo. Lo contrario del depresivo conformismo, del dejarse llevar, del insípido agnosticismo o las turbias complacencias orientalistas del anonadamiento; situaciones éstas a la que lleva la inteligencia dependiente, sin carácter, que se humilla y se desarbola ante el pensamiento de los más.

Esa inteligencia que no se subordina al medio ambiente es más necesaria hoy que en los tiempos de Chesterton. Pues en aquella época había inquietud intelectual y hoy no. Ya he dicho que vivimos las consecuencias del triunfo de las tendencias filosóficas nocivas: no el triunfo, sino las consecuencias del triunfo; es decir, el colapso del espíritu.

Por lo mismo, la necesidad del despertar. Y no se puede esperar a que despierten los demás. Esto es cosa de cada uno. Cada uno, contra la corriente. Cada uno con su «no».

Es de agradecer, sin duda, que personas de algún renombre, así lo hayan comprendido, y demostrando valor y carácter comiencen a plantar cara a lo establecido. Es el caso de un joven escritor español que, recientemente, publicó un artículo de condena frontal del aborto. Lo hizo con crudeza y sin eufemismos, despreciando tapujos y acolchamientos verbales que pudieran hacer más digerible una verdad cruenta: la del genocidio discreto, solapado, que se realiza en el mundo occidental, el de las naciones cristianas, mediante abortos continuados con protección legal.

Esa es la forma adecuada de expresarse, pues se trata de reflejar la auténtica realidad, huyendo del bochorno grotesco de discutir si un ser humano en gestación es verdaderamente un ser humano o no. Planteamiento éste que puede caber en mentes degradadas por el interés o el sectarismo, pero nunca en las cabezas sanas.

Y se presenta el problema habitual, como siempre que algún laico se destaca en la expresión de verdades morales molestas, en denuncias que causan incomodidad, y que, por lo mismo, son consideradas inoportunas por la sociedad apoltronada e inerte y suponen un cierto grado de valor por parte del denunciante, al hacer uso de esa inteligencia independiente a que me refiero y colocarse por fuerza a contra corriente. Se trata del deslucido, desvaído, papel del clero a la hora de enfrentar estas cuestiones morales, no digamos dogmáticas, en las que se supone que algo tendrían que decir. Sí, ya sabemos que la jerarquía ha condenado el aborto. Eso está bien, pero ¿cuántas veces se condena el aborto en los púlpitos? ¿Se condena alguna vez? Lo habitual en la predicación es el discurso monocorde, untuoso, descomprometido, reiteradamente benévolo y amoroso, conciliador, adulón y sin sustancia. No hay formulaciones doctrinales, ni apenas morales, y se repite una y otra vez que Dios es muy bueno y nos perdonará a todos. Lo cual no deja de constituir un implícito estímulo a que hagamos lo que nos venga en gana.

Resulta chistoso, a poco que se piense en ello, que con esa preparación y ese espíritu se pretenda ni más ni menos que la «nueva evangelización de Europa». ¡Nada menos! Por mi parte, ya no veo apenas a ningún joven en las iglesias, y cuando veo a alguno me quedo sinceramente sorprendido. Y no puedo menos de pensar que el clero, con su tozuda obstinación en ser complaciente y progresista, dejando de lado la ortodoxia, está haciendo el mayor de los ridículos.

Es lícito pensar que, en la defensa de la tradición, cada vez será más importante el papel del laico independiente y sin prejuicios modernistas. Al sacerdote siempre le corresponderá, en virtud de su función, un papel singular, pero si no está a la altura de las circunstancias, su antigua posición influyente, ya enormemente deteriorada, habrá de reducirse aún más si cabe. Pues el laico precavido se ve obligado a hacerle objeto de un serio escrutinio, y si sus palabras están cortadas por el patrón común, lo rechaza. Se tendrá que conformar con el grupo de oyentes habitual, carente de capacidad de discernimiento, y al que todas las «las palabras del cura» le suenan igual. Si esa es su modesta aspiración, tiene el triunfo asegurado. Pero, sería oportuno que, en esas circunstancias, no mencionase la nueva evangelización, pues este es un tema de gravedad y peso considerables.

El cristianismo triunfaba con la ortodoxia antigua; se ha desmoronado con el progresismo moderno. ¿Qué tozudez diabólica obliga a muchos a no ver la correlación de causa y efecto?

El artículo de Juan Manuel de Prada, decididamente antiabortista, tiene, por tanto un valor y eficacia muy importantes. Primero, porque (hay que decirlo) no parte de presupuestos religiosos, que no son necesarios para oponerse al aborto, y así la lección es mayor: si motivaciones de ética natural llevan a una condena tan drástica, aún mayor debería ser la de aquellas instancias que a la ética natural añaden la religiosa; segundo, por la franqueza con que se expresa; tercero, por la demostración de inteligencia independiente que supone.

Estos son tiempos de reacción o aniquilamiento espiritual. Tiempos en que cobran especial significación las últimas palabras de Chesterton pocas horas antes de morir, en 1936: «A un lado está la luz... y al otro, las tinieblas. Y uno tiene que elegir...».


18 de Junio, Festividad de San Efrén, Diácono, Confesor y Doctor




a Iglesia estaba todavía en los inicios de su cuarto siglo de vida y las persecuciones no faltaban, cuando en el pueblo de Nisiben, en la Mesopotamia, nacía Efrén, hijo de José, varón piadoso y justo, habiendo conseguido la nobleza más apreciada y alabada entre los cristianos: la de pertenecer a una familia rica en el número de sus miembros martirizados por la fe de Cristo. Erase el año 300 (otros suponen el año 306). Su nombre significa, como el del hijo de Jacob en el libro del Génesis (41,5), Dios me hizo fecundo. Es un nombre, por tanto, auténticamente religioso y bíblico, y por ello nos creemos con derecho a escoger aquellas biografías que hacen de San Efrén hijo de cristianos y no de paganos. Es que muchos escritores tejieron variadísimos y a veces legendarios cuentos sobre su vida, de manera que nos resulta difícil distinguir lo legendario de lo histórico. Es sabido, sin embargo, que los nombres bíblicos no eran adoptados sino por los cristianos en la Mesopotamia, y no por los paganos o por sus hijos convertidos al cristianismo a pesar de sus padres. Es cierto, además, que a Efrén le gustaba realizar en su vida y en sus pensamientos los datos y detalles que leía en la Sagrada Escritura, aplicándose a sí mismo lo que hallaba escrito sobre Efraím, el hijo de Jacob.
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17 de junio de 2009

Westfalia, el cambio definitivo del destino de Occidente




por D. Alvaro de Maortua


Tomado de Arbil






n 1635 se produjo una polémica entre escritores y publicistas españoles y franceses. Los panfletos franceses defendían una nueva concepción del mundo basada en el naciente racionalismo y en una visión exclusivamente pragmática de las cosas. No hay lugar para lo trascendente. Proclamaron, sobre todo, la razón de Estado, según la cual las naciones no están sujetas a normas de moral objetivas, sino que cada una debe buscar aquella política capaz de engrandecerla materialmente. Un orden europeo, basado en unos principios únicos a aceptar por todos, sería injusto. Los españoles, en cambio, mantienen la idea de Europa como «Universitas christiana» y no aceptan la idea de Europa como dispersión que rompe la riqueza de la diversidad.

En mayo de 1635 Francia declaró la guerra al mundo hispánico con su intervención en la guerra de los Treinta Años. España lo consideró como una traición a la causa católica; para Francia fue una decisión política destinada a acabar con el exclusivismo español.

En 1643 los tercios españoles sufren su primera derrota militar en Rocroi. Otro desastre se produce en Lens en 1646 y con ello se llega a la paz de Westfalia en 1648, en la que, con su pérdida de la hegemonía en el mundo, España se ve obligada a admitir la realidad de un mundo nuevo.

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La Guerra Religiosa




por el Dr. Aníbal D´Angelo Rodríguez



Tomado de la hemeroteca de Cabildo





Pasado, presente e historia


l lector atento, fiel y comprensivo (una pinturita) recordará que en muchas oportunidades he descrito al siglo XX como repartido en tres etapas de 30 años: 1914-1945; 1945-1975 y 1975-2005. Siempre dije que se trataba de especulaciones provisorias y un tanto superficiales, desde el momento en que para comprender los períodos en que se pude dividir el pasado la primera condición es la perspectiva, esa distancia que en la pintura es el espacio y en la historia es el tiempo. Diversas circunstancias, cuyo detalle ahorraré al lector-pinturita, me han llevado en los últimos meses a cavilar sobre otra posible periodización. Dejando constancia, también ahora, de que se trata de consideraciones sujetas a revisión. Pero que quiero comunicar ya porque se refieren –y ese fue el punto de partida de mi reflexión– al sentido de los tiempos que hoy –en el ahora literal y puntual que estamos viviendo–. ¿Qué católico que se tome en serio su fe puede ignorar los nubarrones que se han levantado en el horizonte? ¿Qué católico que se tome en serio su fe no advierte un avance, que se hace día a día más invasivo y destructor, de las potencias del mal, del impudor, de la irresponsabilidad, de la blasfemia pública e institucionalizada? Tales hechos no pueden apartarse del análisis del pasado. Lo que hoy se pide a la Historia es que dé cuenta del presente encontrando sus antecedentes temporales. Las causas y los efectos son la materia prima, hoy más que nunca, de la reflexión histórica.

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Concepción Católica de la Política (7)





por el R.P. Julio Meinvielle




Copia escaneada de la tercera edición reproducida en la Colección “Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino”, volumen 3º, editado en Bs. Aires en el año 1974. Al final se agregan como Apéndices (incluidos también en el volumen citado) varios trabajos del autor relacionados con el tema y un ensayo sobre Maurras)








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4. Sufragio Universal



ada más deplorable, en cambio, y opuesto al bien común de la nación, que la representación a base del sufragio universal. Porque el sufragio universal es injusto, incompetente, corruptor.

Injusto, pues niega por su naturaleza la estructuración de lanación en unidades sociales (familia, taller, corporación); organiza numéricamente hechos vitales humanos que se substraen a la ley del número; se funda en la igualdad de losderechos cuando la ley natural impone derechos desiguales: no puede ser igual el derechodel padre y del hijo, el del maestro y el del alumno, el del sabio y el del ignorante, el del honrado y el del ladrón. La igual proporción, en cambio — esto es la justicia — exige que a derechos desiguales se impongan obligaciones desiguales.

Incompetente, por parte del elector, pues éste con su voto resuelve los más trascendentales y difíciles problemas religiosos, políticos, educacionales, económicos. De parte de los ungidos con veredicto popular, porque se les da carta blanca para tratar y resolver todos los problemas posibles y, en segundo lugar, porque tienen que ser elegidos, de ordinario, los más hábiles para seducir a las masas, o sea los más incapaces intelectual y moralmente.

Corruptor, porque crea los partidos políticos con sus secuelas de comités, esto es, oficinas de explotación del voto; donde, como es de imaginar, el voto se oferta al mejor postor, quien no puede ser sino el más corruptor y el más corrompido. Además, como las masas no pueden votar por lo que no conocen, el sufragio universal demanda el montaje de poderosas máquinas de propaganda con sus ingentes gastos. A nadie se le oculta que a costa del erario público se contraen compromisos y se realiza la propaganda.
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17 de Junio, Festividad de San Gregorio Barbarigo, Obispo y Confesor




ste simpático santo nació en Venecia (Italia) en 1632, de familia rica e influyente. La madre murió de peste de tifo negro, cuando el niño tenía solamente dos años. Pero su padre, un excelente católico, se propuso darle la mejor formación posible.

El papá lo instruyó en el arte de la guerra y en las ciencias, y lo hizo recibir un curso de diplomacia, pero al joven Gregorio lo que le llamaba la atención era todo lo que tuviera relación con Dios y con la salvación de las almas.

Estudiando astronomía admiraba cada día más el gran poder de Dios, al contemplar tan admirables astros y estrellas en el firmamento.

Deseaba ser religioso, pero su director espiritual le aconsejó que más bien se hiciera sacerdote de una diócesis, porque tenía especiales cualidades para párroco. Y a los 30 años fue ordenado sacerdote.

Un amigo suyo y de su familia, el Cardenal Chigi, había sido elegido Sumo Pontífice con el nombre de Alejandro VII, y lo mandó llamar a Roma. Allá le concedió un nombramiento en el Palacio Pontificio y le confió varios cargos de especial responsabilidad.

Y en ese tiempo llegó a Roma la terrible peste de tifo negro (la que había causado la muerte a su santa madre) y el Santo Padre, conociendo la gran caridad de Gregorio, lo nombró presidente de la comisión encargada de atender a los enfermos de tifo. Desde ese momento Gregorio se dedica por muchas horas cada día a visitar enfermos, enterrar muertos, ayudar viudas y huérfanos y a consolar hogares que habrían quedado en la orfandad.
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16 de junio de 2009

Tomás de Aquino, El Santo


por Monseñor Adolfo Tortolo
Arzobispo de Paraná



Tomado de Mikael Nº 5
Revista del Seminario de Paraná

Segundo semestre de 1974







I.- LA SANTIDAD


uizá ninguna palabra sea tan privativa de Dios como la palabra Santidad. "Yo soy Santo; sólo Dios es Santo", no son expresiones de un simple atributo. La Santidad en Dios es mucho más. Es el medio vital en que vive Dios necesariamente, penetra toda su realidad ad intra y toda su acción ad extra. Es el halo del misterio que lo separa de todo. Pero es también lo absolutamente suyo.

Todas las culturas han reconocido y reconocen la preeminencia del valor Santidad, y consienten en que el santo es superior al héroe, al sabio y al genio. El mismo sentido popular cuando quiere exaltar la bondad de alguien lo expresa todo diciendo: es un santo.

Pero ¿en qué consiste la Santidad? Santo Tomás de Aquino —cuya Santidad quisiéramos entrever— nos señala dos elementos esenciales en la Santidad de Dios; negativo uno y positivo el otro. La Santidad exige inmunidad de pecado y absoluta adhesión a Dios o unión con Él. Es decir: adhesión total a Sí mismo.

Dios y el pecado metafísicamente se rechazan y se oponen. En Dios no hay pecado ni tiniebla alguna. Vive en un océano de pureza inmaculada y en un abismo de luz incorruptible. Se extasía contemplando su límpida pureza. Esta contemplación eterna, siempre en acto, lo embebe en la unión fruitiva del amor a Sí mismo. En esto consiste la Santidad de Dios.
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El Buen Salvaje, dogma de fe


por Serafín Fanjul


Tomado de la hemeroteca de ABC (09/02/07)




uan Jacobo Rousseau, notable bigardo, fue capaz de ir entregando a una inclusa a los cinco hijos que hubo con su amante, mientras componía exquisitas páginas acerca de las tiernas y conmovedoras virtudes del Hombre Natural. Un progre de su tiempo, vaya. Con su encantador Discours se reforzó la beata emoción de los europeos ante los hombres primigenios, de reacciones y sentimientos puros, a salvo de la nefasta contaminación civilizada de las artes y las letras, sin trazas de política, de maldad ni mentira. La idea no era nueva pero, para no aburrir a los lectores con alardes eruditos —al alcance de cualquiera que disponga de los libros adecuados— sólo diremos que la insatisfacción por la propia vida en las comunidades civilizadas, con proyección sobre unos imaginarios seres perfectos en su ingenuidad natural, puede rastrearse ya en nuestra Antigüedad grecolatina, a lo largo de toda la Edad Media y el Renacimiento, hasta llegar a las obras de Chateaubriand, Atala y René, secuelas directas de Rousseau. Tras el Descubrimiento de América, el pastor arcádico había sido sustituido por el indio americano, con el alborozo añadido para ingleses, franceses, holandeses de poder echar en cara a España (su competidora con ventaja en el momento), el asalto y destrucción de aquella vida paradisíaca. Y recalcamos lo de «vida paradisíaca» (sic) porque alguna vez lo hemos oído, dicho en serio, tal cual, en simposios y jornadas americanistas. Y sin soltar la risa.

Se ha estrenado en estos días la película Apocalypto de Mel Gibson que, desde el punto de vista cinematográfico, ha sido comentada de manera favorable por los críticos correspondientes, partiendo de la evidencia de que se trata de una cinta de aventuras, bien dirigida, realizada e interpretada, con las convenciones propias de toda ficción: nada que objetar, pues, por ese lado. Sin embargo, como no podía ser menos, el gallinero políticamente correcto se ha alborotado contra ella muy crudamente, auxiliado por antropólogos e historiadores indigenistas, de esos que en tu casa admiten que su lengua materna es el castellano pero que, frente a un periodista madrileño, dejan sentado muy clarito haber mamado el quechua de su madre: «Esto sólo demuestra —me apostilló sobre el lance un conocido escritor cubano, bien acomodado con el régimen de su país y con un cinismo ejemplar— que debe Ud. elegir mejor a sus amigos». En eso estamos, pero volvamos a la película.

La primera media hora del filme puede colmar las expectativas del «conchero» mexicano más enloquecido: cantos y lenguaje de los pájaros, rudas pero sanas chanzas entre cazadores que no afectan a la modélica armonía colectiva, sexualidad natural bien ubicada y hasta una suegra que, entre bromas y veras, urge al yerno a tener descendencia. Más las inevitables consejas del anciano cuentacuentos junto al fuego. Todo es bonito, ensambladas miríadas de piececitas en el bosque, las aguas y la Madre Tierra, digno el escenario de ser promocionado y subvencionado por el Instituto Nacional Indigenista de México o por un ayuntamiento español de progreso. Pero, de repente, irrumpe una realidad distinta: los miembros de una de las altas culturas mesoamericanas, los mayas, se dedican a cazar indios de las selvas, para vender o sacrificar en sus rituales, actuando como si fuesen vulgares salteadores españoles, algo inconcebible, si atendemos a la verdad histórica admitida. A cada uno lo suyo y a los mayas toca en el catálogo el papel de matemáticos y estrelleros famosos, de grandes constructores y —a la última moda— preservadores de un elaboradísimo equilibrio del medio ambiente. ¿A qué viene Gibson, el aguafiestas, a intercambiar los roles, a recordar que en Palenque no sería oro todo lo que relucía, sino que también refulgía la sangre? Hablar de talas y quemas para disponer de milpas, de deforestación para obtener cal con que levantar los centros ceremoniales (por cierto, una de las causas de la desaparición de la cultura teotihuacana), o de cacerías de esclavos pertenecientes a etnias con tecnologías inferiores es un domingosiete que ningún profesional vividor del indigenismo o progre masoquista occidental va a tolerar. Así pues, desde políticos y funcionarios guatemaltecos —a saber qué hacen en realidad por los indios— hasta los antropólogos de guardia permanente en La Jornada, el diario mexicano apoyado por la ETA, han saltado como el resorte de una caja-sorpresa, con puñetazo incluido: Gibson no sabe de qué habla, hay en la cinta anacronismos, elementos poco racionales y lógicos que no casan, etc.

Yo no veo contradicción cronológica grave entre la llegada final de los castellanos en la película y el hecho de que el período maya postclásico terminara hacia 1200 con el hundimiento de Chichén Itzá y la emigración de los itzás hacia el sur, al Petén, donde su capital Tayasal resistió a los conquistadores hasta su rendición a la Corona española en 1697. Pero ése es, tal vez, el pecado más imperdonable de todos: la alegoría del desembarco, salvador para el protagonista —exhausto y vencido y a pique de morir— y mensajero de un tiempo nuevo, no hace sino confirmar lo que anticipa la glosa inicial, es decir, que toda civilización destruida desde fuera, primero puso todos los medios para autoaniquilarse desde dentro. Y apliquémonos el cuento los europeos ante otra amenaza nada fantástica que tenemos al lado. Pero en el imaginario de los antropólogos en nómina resulta inadmisible que alguien no blanco cometa iniquidades, expolios, salvajadas (y no de Buen Salvaje, precisamente) y si, en algún caso, no queda más remedio que aceptarlo por ser la documentación en exceso irrefutable y explícita, el asunto debe guardarse bajo siete llaves, sin trascender las herméticas y estrechísimas ergástulas de los especialistas: allí se puede esconder lo que sea, sin que un solo grito salga al exterior y denuncie la verdad, por otra parte bien lógica. Mas el colmo es la pretensión de Gibson de agregar a lo anterior la imagen de los cristianos, con fraile incluido, viniendo a terminar con aquel estado de cosas. Este hombre ha pasado de la caricatura a la ofensa y así no hay biempensancia posible, ni Alianza de Civilizaciones que aguante.

Mientras gringas obesas y blondas, convertidas al parecer a excitantes cultos solares, matan el aburrimiento jugando al Corro de la Patata en Teotihuacán o en el Zócalo, bien emplumadas y alhajadas con piedritas, Iberoamérica sufre su crisis perpetua de no haber sido capaz de asimilar y digerir la modernización, entre oligarquías arcaicas, tecnócratas desalmados y una izquierda incapacitada para comprender que la vía revolucionaria fue un fracaso monumental, se mire por donde se mire, y que el sucedáneo guevarista que hoy se ensaya como si fuese una novedad, los populismos, invariablemente acaba en tiranía y corrupción y garantiza para todo el siglo un futuro lamentable. Para indios, mestizos y blancos, por mucho que se les hable en el multicolor lenguaje de los pájaros.

16 de Junio, San Juan Francisco de Regis, Confesor





mediados del siglo XVII el párroco de Lalouvesc, aldea perdida entre las nieves del mediodía francés, escribía en su libro parroquial: "Este último día de diciembre de 1640, hacia la media noche, ha muerto en mi habitación y sobre mi cama, en la que había estado enfermo seis días, el reverendo padre Juan Francisco de Regis, jesuita del Puy”.


Efectivamente, seis días antes, el 26 de diciembre, aquel hombre, hasta entonces aparentemente insensible al frío, a la fatiga y al ayuno, había caído sin conocimiento, rodeado de una inmensa turba de gentes que le apretujaban esperando a que los confesase. Toda la mañana la había pasado, aconsejando, consolando y absolviendo, en ayunas.


A las dos les dijo la misa, y a continuación siguió confesando hasta caer desmayado.Este accidente fue una revelación asombrosa para los lugareños. Resultaba que "el padre santo" no era un ángel, sino un hombre como ellos, a pesar de los prodigios de todo orden que estaban acostumbrados a ver realizar a aquel religioso grandote y flaco. Así sucumbía a sus cuarenta y tres años de edad, agotado hasta el extremo en el ejercicio de su ministerio, el hombre del que Pío XII, poco antes de ser elegido papa, afirmaría: "Si hay un santo a quien pueda invocársele como a patrón de las misiones rurales en tierras de Francia, éste es San Juan Francisco de Regis".

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