Este blog está optimizado para una resolución de pantalla de 1152 x 864 px.

Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

11 de abril de 2009

11 de Abril, Festividad de San León Magno, Papa, Confesor y Doctor




















a soberana personalidad de San León Magno es, en realidad, tan grandiosa, que apenas sabemos de él más datos —olvidados los de su infancia, educación y juventud— que los gigantes de su pontificado.

Debió nacer en los primeros años del siglo V o finales del anterior, época crucial y erizada de problemas, donde habían de brillar sus dotes excepcionales.

Parece que fue romano, (tusco le llama el Liber Pontificalis), y bien lo manifiesta el fervor con el que habla en sus discursos de aquella Roma imperial sublimada por el cristianismo, que llama su patria:

"La que era maestra del error se hizo discípula de la verdad... Y aunque, acumulando victorias, extendió por mar y tierra los derechos de su imperio, menos es lo que las bélicas empresas le conquistaron, que cuanto la paz cristiana le sometió. Y cuanto más tenazmente el demonio la tenía esclavizada, tanto es más admirable la libertad que le donó Jesucristo."

En el año 430 era ya arcediano de la iglesia papal, cargo que solía llevar la sucesión en el Pontificado. Y ya para entonces eran admiradas su sabiduría teológica, su elocuencia magnificente y su diplomacia habilísima.

En una legación a las Galias donde se preparaba la infecunda victoria de los Campos Cataláunicos sobre las hordas de Atila, le sorprendió la muerte del papa San Sixto III y su elevación al trono pontificio, acogida con grandes aclamaciones por el pueblo romano. Era el 29 de septiembre del 440.


************

Para leer el artículo completo haga click sobre la imagen del Santo Papa, enfrentando a Atila.

Cristo Crucificado


La tarde se escurecía
entre la una y las dos,
que viendo que el Sol se muere,
se vistió de luto el sol.

Tinieblas cubren los aires,
las piedras de dos en dos
se rompen unas con otras,

y el pecho del hombre no.

Los ángeles de paz lloran
con tan amargo dolor,
que los cielos y la tierra
conocen que muere Dios.

Cuando está Cristo en la cruz
diciendo al Padre, Señor,
¿por qué me has desamparado?
¡ay Dios, qué tierna razón!,


¿qué sentiría su Madre,

cuando tal palabra oyó,
viendo que su Hijo dice
que Dios le desamparó?

No lloréis Virgen piadosa,
que aunque se va vuestro Amor,
antes que pasen tres días
volverá a verse con vos.

¿Pero cómo las entrañas,
que nueve meses vivió,
verán que corta la muerte
fruto de tal bendición?

«¡Ay Hijo!, la Virgen dice,
¿qué madre vio como yo
tantas espadas sangrientas
traspasar su corazón?

¿Dónde está vuestra hermosura?
¿quién los ojos eclipsó,
donde se miraba el Cielo

como de su mismo Autor?

Partamos, dulce Jesús,

el cáliz desta pasión,
que Vos le bebéis de sangre,
y yo de pena y dolor.

¿De qué me sirvió guardaros
de aquel Rey que os persiguió,
si al fin os quitan la vida
vuestros enemigos hoy?»

Esto diciendo la Virgen
Cristo el espíritu dio;

alma, si no eres de piedra
llora, pues la culpa soy.

La Enciclopedia en la Historia (1)



por el Dr. Aníbal D´Angelo Rodríguez


Tomado de La Enciclopedia y el Enciclopedismo
Ediciones OIKOS, Buenos Aires, 1983






La "Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, de las artes y de los oficios" representa, por una parte, la continuidad de ciertos hábitos intelectuales de Occidente, por otra, la culminación de un proceso iniciado cuatro siglos antes y, por último, el tránsito a una época nueva signada por el predominio de una cosmovisión antropocéntrica. Sólo partiendo de esta triple perspectiva histórica puede entenderse su decisiva importancia.

La historia de un libro

l 28 de junio de 1751 debió ser un día de intenso trabajo en la Imprenta de M. Le Bretón, "Imprimeur ordinaire du roy". En su establecimiento de la rué dé la Harpe se terminaba de imprimir un inmenso volumen en cuya portada, a la moda del siglo, se leía un largo título: Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, de las artes y de los oficios, aclarándose a continuación que lo había redactado "une société de gens de lettre". Y para mayor precisión, la portada añadía que la obra había sido "puesta en orden y publicada por M. Diderot, de la Academia Real de Ciencias y Literatura de Prusia", salvo en cuanto a la parte matemática, confiada a los cuidados del señor D'Alembert, el cual le ganaba a su socio, pues era miembro de dos academias: la de Ciencias de París y la Sociedad Real de Londres. No era poca cosa la aventura que con tal volumen se emprendía. Desde el punto de vista tecnológico, estaba justo en los límites de las posibilidades de la era preindustrial. Los cuatro impresores comprometidos (Briasson, David y Durand, además del Le Bretón mencionado) debieron apelar a la última palabra del arte de entintar papel: unos cilindros llamados "hollanders", que simplificaban las técnicas artesanales de la época (1).

***********
Para leer el artículo completo haga click sobre la imagen del autor.

10 de abril de 2009

Stabat Mater

Giovanni Pierluigi da Palestrina (Palestrina, c.1525 - Roma, 1594)

Ejercicio del Santo Vía Crucis





por el R.P. Alvaro Calderón (10/04/09)


esús, amable Salvador nuestro, ve aquí reunidos a tus hijos, dispuestos a seguirte por el camino de la Cruz, ya que Tú nos dijiste que quien no toma su cruz y te sigue, no puede ser tu discípulo. Pero también nos dijiste que si no nos volvíamos como niños, no entraríamos en el Reino de los cielos. Y antes de emprender tu arduo camino al Cielo, no convocaste a los mayores sino a los más pequeños : Dejad que los niños vengan a mí. Son estas palabras tuyas las que nos han animado a responderte, porque nuestra debilidad e impotencia nos hace ver más accesible el volvernos niños pequeños, mientras que la enormidad de tus sufrimientos nos hace dudar grandemente de que podamos llegar nunca a ser discípulos verdaderos. Queremos seguirte, pero tenemos miedo. Por eso, antes de emprender tras de Ti el camino de la Cruz, como eres Maestro bueno, quisiéramos preguntarte : ¿Por qué sólo salvas a los niños, por qué dijiste que sólo de ellos es el Reino de los cielos?
Por una parte lo entendemos. ¿Acaso al árbol que creció torcido se lo puede volver a poner derecho? Sólo cuando es retoño vale ponerle una vara para que crezca recto. Por eso es fácil comprender que solamente a los niños pequeños vale ponerles la vara de tu Cruz, para que puedan crecer en dirección al cielo. Sólo los niños pueden ser redimidos. Los adultos ya no tienen remedio.
Pero por otra nos parece incomprensible. ¿Cómo puedes pedirle a niños que te sigan en un sendero que ni los más grandes guerreros son capaces de recorrerlo? Te pedimos, por favor, que en cada uno de sus pasos nos expliques este enorme misterio, no sea que, asustados, te dejemos.
Y tú, Virgen Santísima, hecha Madre nuestra al pie de la Cruz, que fuiste la primera en llevar a los niños por el camino del Calvario, abre nuestro entendimiento y nuestro corazón para que, alentados por las palabras de tu Hijo, lleguemos de tu mano hasta el fin de este camino.

1ª Estación: Jesús es condenado a muerte.

Hijos míos, aprendan del enemigo, observen qué es lo que más odia el demonio, el mundo y la carne. Cuando me hice hombre, no me hice adulto sino niño y mis jueces me condenaron a muerte porque nunca dejé de serlo. Por boca de Caifas habló el demonio y me condenó no tanto por declararme Hijo de Dios, sino por ser manso y humilde de corazón y confundir su orgullo. Por boca de Pilato habló el mundo y me condenó no tanto por temor a los judíos, sino por ser simple e ingenuo y no entrar en sus astucias. Por boca de Heredes habló la carne y me condenó no tanto por guardar silencio, sino porque se sintió ofendido al darse cuenta de mi pureza. Yo les advierto, hijos míos, si vienen a Mí, no faltará un Caifas, un Pilato, un Herodes para condenarlos. Si se vuelven humildes, simples y puros como los niños, sólo les quedará un camino : mi Vía crucis.

2ª Estación: Jesús es cargado con su Cruz.

He cargado mi Cruz y estoy para salir. ¡Ay del que quede en ti, Jerusalén, que expulsas a tu Salvador! Pero si sólo llamo a los niños para que vengan en pos de Mí, es porque sé muy bien que sólo ellos me podrán seguir. Los adultos tienen casas y familias que atender, son responsables, calculan los riesgos, tienen mucho que perder, y no me quieren seguir si no les firmo contrato y les garantizo los riesgos. Pero si les explico a dónde los llevo, se van a morir de miedo. Sólo Yo pude cargar la Cruz a sabiendas. Los niños, en cambio, no calculan, no pretenden ser prudentes. Para seguirme, sólo necesitan saber que los quiero.
He cargado mi Cruz y estoy para salir. Hijos míos, vengan a Mí, pero no me pregunten a dónde iremos, sólo sigan mis pasos. Soy como el flautista de sus cuentos, que encanto a los niños y me los llevo camino al cielo. Dejemos la ciudad desierta, con sus adultos atentos a tantas cosas que se han vuelto sordos a mis silbidos.

3ª Estación: Jesús cae por primera vez.

No me caí por Mí mismo, sino porque ponían piedras en mi camino. Hijitos míos, Yo sé que a Ustedes les pasará lo mismo, pero si permanecen niños, con sus caídas no se harán gran daño. Los adultos crecen según su orgullo, llegando a veces a ser muy altos; se hacen pesados con la impureza; y la avaricia los carga de tantas cosas - de autos, de muebles para guardar la ropa, de aparatos -, que no hay manera que no tropiecen en cada piedra de escándalo y terminen aplastados. No es tan fácil, en cambio, que se escandalice un verdadero niño, porque su ingenuidad lo vuelve inmune a las malas proposiciones y a los malos espectáculos.

4ª Estación: Jesús encuentra a su Santísima Madre.


Hijos míos, viéndome junto a mi Madre quisiera que comprendan cómo pueden permanecer niños aunque pasen los años. Una buena madre vive pendiente de su pequeños hijos y se ve obligada a adecuarse a su psicología y a su lenguaje. Y a un buen maestro le pasa lo mismo. Mi Madre se hizo niña para Mí y Yo quise permanecer niño para ser Maestro bueno de todos ustedes. Así deben hacer ustedes. - Hoy les reclamo a tantas madres que llevan mi apellido de cristianas y no han querido permanecer infantiles junto a sus hijos, deseando ser adultas : sociales, emprendedoras, intelectuales. Les reclamo a tantos padres que se dicen cristianos, y no quieren pasar por niños : trabajadores, empresarios, políticos, todo salvo ser maestros simples de sus hijos. ¿Por qué no han dejado que sus niños vengan a Mí? Porque estos padres «adultos» engendran hijos de orfanato, que nunca fueron arrancados del poder de mi enemigo.

5ª Estación: Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la Cruz.

Hijitos míos, Yo sé muy bien que el camino del matrimonio es también un Vía crucis, donde la cruz son los hijos. Y que hoy el demonio lo siembra cada vez más de piedras de tropiezo. Pero si lo caminan conmigo y no calculan tanto los riesgos, cuánto aliviarán mi Cruz con el consuelo de sus niños. Padres de familia, Yo les pido que sean mis cireneos. Los convoco para que sean mis corredentores. Pregúntenle a Simón de Cirene, padre de Alejandro y Rufo, que dulce se vuelve la Cruz de los hijos cuando se la lleva conmigo.

6ª Estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús.

Cuánto le agradecí a la Verónica su compasión, y fue justo dejarle la imagen del Rostro que ella enjugó. Mas también ante Ustedes está mi Rostro como en imagen viviente ¿Acaso no saben verme en el limpio rostro de un niño piadoso en su Primera Comunión? Ése soy Yo. Y cómo he sufrido al verme en tantos otros niños con la cara sucia, sin que nadie se preocupe en limpiarme. Necesito nuevas Verónicas que sepan verme en los niños, aún cuando la suciedad los afee. Todavía es fácil limpiar el alma de un niño, y sabré agradecerles mostrándome a Ustedes.

7ª Estación: Jesús cae por segunda vez.

Es duro caer y es obra de misericordia levantar al caído. Mucho les agradezco a los que ayudan a levantarse de sus caídas a los niños. Pero es mucha mayor misericordia adelantarse al suceso, y quitar del camino las piedras de tropiezo. Padres de familia, Cireneos míos, cuánto pueden hacer ustedes en este sentido. Cuántas obstáculos evitables ponen en el camino de sus hijos la televisión, la computadora, una mala escuela, las malas amistades. Pero, ¿cómo podrían adelantarse si ha veces ni saben dónde están sus hijos?

8ª Estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén.

No lloréis por Mí, llorad por las familias y las ciudades que fueron cristianas y en las que ya casi no se ven niños. Yo he llorado por su causa amarguísimas lágrimas, porque les pedí sus hijos y me los negaron. ¡Ay de estas sociedades, peor que paganas, que sostienen con sus leyes el crimen abominable de matar los niños en los vientres de sus madres, impidiéndoles venir a Mí por el bautismo! Si les advertí que aquel que escandalice un niño más le valdría ser arrojado al mar con una piedra de molino, ¿qué será de ustedes, naciones criminales, devoradoras de la infancia, cuando mi ira se desate?

9ª Estación: Jesús cae por tercera vez.

Yo previ que el Vía crucis del siglo XXI sería todavía más arduo de recorrer, por la multitud de obstáculos que el enemigo ha acumulado en el camino. Y por eso fui mostrando cada vez más el amor misericordioso de mi Sagrado Corazón. Pero aunque me muestro dispuesto a levantarlos hasta setenta veces siete, ustedes no son capaces de caer tres veces, sin perder el ánimo de volver a ponerse en pie. Si se hicieran como niños, no se sentirían tan humillados y descorazonados por volver a caer, porque es propio de los niños andar a tropezones. ¿Acaso a los más pequeños no se los lleva siempre de la mano? Yo no dejaré de hacer lo mismo.

10ª Estación: Jesús es despojado de sus vestidos.

La pureza verdadera no es distinta que la virginidad, porque no es otra cosa que la permanencia de la ingenuidad del niño. Yo fui siempre como un niño, y cuando me desnudaron, no sentí vergüenza por mi propio cuerpo, sino por la malicia que veía en los ojos ajenos. Padres de familia, Cireneos míos, luchen por conservar la pureza que sus hijos tienen de niños, porque luego no podrán devolverles la pureza que se ha perdido. Enseñen a sus hijas a cubrirse para proteger su ingenuidad de la malicia de los ojos ajenos, porque si no luego tendrán que luchar por cubrirlas, para proteger los ojos de los demás de la malicia de su sensualidad.

11ª Estación: Jesús es clavado en la Cruz.

Hijos míos, es muy cierto que todos los que mi siguen terminan clavados en una cruz. Mis sacerdotes están clavados en sus altares y confesionarios; mis religiosos están clavados en sus conventos por los tres clavos de sus votos; y también ustedes, mis hijos unidos en matrimonio, van siendo clavados en sus hogares por tantos clavos como hijos tienen. Porque cada amor es un clavo que nos une dolorosamente al objeto amado. - Si hoy estoy tan solo y abandonado, es justamente porque los mismos bautizados ya no toleran ser clavados : quieren conservar libres sus pies y sus manos, no quieren compromisos en su corazón. ¿Es que ya no saben que sólo de la Cruz viene la vida? Por eso las parroquias ya no me traen niños, tampoco las escuelas religiosas; por eso en las familias que se dicen católicas ya no forman hijos que venga a Mí.

12ª Estación: Jesús muere en la Cruz.

No quise demorarme en dar mi vida, y a las tres de la tarde morí en la Cruz. Tenía prisa por rescatar mis niños de las crueles garras del diablo. Y ustedes, ¿cuánto demoran en darme sus hijos por el Bautismo? Ellos no son míos hasta que no los lava el agua bautismal, que brotó con la sangre de lo más profundo de mi Corazón. No encontré otro modo de significarles cuánto deseo tenerlos en mis brazos. ¿Acaso no oyen que en el rito del Bautismo el sacerdote les reza exorcismos; que junto a la pila bautismal se les pide que renuncien a Satanás? Sus hijos sin bautizar están acunados en las perversas manos del demonio ¿y ustedes duermen tranquilos? Dejen que los niños vengan a Mí. Yo me di prisa en morir por ellos, dense prisa ustedes en bautizarlos.

13ª Estación. Jesús es entregado a su Santa Madre.

Nada me fue más dulce en mi vida terrena que descansar de niño en brazos de mi Madre, por eso, después de dormirme en los crueles brazos de la cruz, quise volver a su regazo, para que todos sepan que nunca dejé de amar ese Refugio.
Yo les dejé a mi Madre como herencia. Vean que sólo Ella les podrá enseñar a no perder la infancia y hacerse capaces de seguirme hasta el final en el camino de la Cruz. De mis Apóstoles, sólo San Juan llegó a estar a mi lado, porque por ser el más jovencito, guardó como un reflejo infantil y en el momento del desconcierto corrió a mi Madre. No se suelten de su mano y no temen perderse ni detenerse.

14ª Estación: Jesús es puesto en el sepulcro.

José de Arimatea me ofreció un sepulcro nuevo excavado en la piedra para descanso de mi Cuerpo después del Sacrificio. Pero cuánto deseo que mi Cuerpo Eucarístico, después del sacrificio de la Misa, descanse en los corazoncitos nuevos de piedra viva de mis amados niños. Cuánto les agradezco a los sacerdotes, religiosos y padres de familia que se preocupan en prepararme dignamente esos corazones para la Primera Comunión. Porque desde la Eucaristía, Yo sabría enseñarles, como buen Maestro, el secreto de la infancia espiritual. Cuántos cristianos se creen adultos y hoy profanan mi Sacramento recibiéndome con sus propias manos sin consagrar. No quieren que Me les de a comer en la boca, como a los más pequeños. Pero los tengo advertidos, si no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los cielos.


Viernes Santo, Acción Litúrgica en memoria de la Pasión y Muerte del Señor



por el R.P. Gustavo Podestá (1990)


o que creían sus seguidores que iba a ser un exitoso golpe de estado ha fracasado miserablemente. La asonada ha terminado con el paredón para el jefe rebelde. Allí está su cuerpo colgado como un guiñapo, expuesto públicamente como escarmiento a todo intento de desestabilizar el poder de la dirigencia política y de la ocupación imperialista. Aún conserva, su cabeza vencida y sangrante, la corona que, como escarnio de sus pretensiones al bastón de mando, han tejido en espinas soldados de la represión. La confusa turba que lo acompañó en su entrada triunfal a Jerusalén en medio de hosannas, ha desaparecido. Los jefes inmediatos huyen a todo lo que dan sus piernas por caminos que, en derrota, los alejan de Jerusalén. El motín se ha frustrado.

Doble noche de fiesta para la ciudad: el regocijo de la Pascua con su abundante comida y libaciones y la alegría de haber superado la sedición.

Aunque en realidad no había mucho que temer. El pretendido heredero al trono, el así llamado descendiente de David, no parecía ser gran cosa. El puñado de capitanes que lo seguían no eran sino unos cuantos ridículos galileos. El único de cuidado parecía ser Judas, el Iscariote, ex-guerrillero zelote, avezado al puñal y a las emboscadas, quizá el más inteligente. Pero a éste lo habían sabido convencer de que su líder no valía nada y hasta le habían obligado a aceptar una donación "para ayudar a la gente pobre" -decía-. En realidad el mismo Judas había colaborado luego a terminar con el impostor.

Impostor o loco. Lo mismo da. Sí. Es verdad que estos rebeldes no parecían demasiado bien armados. En realidad hay que confesar que al grupo solo se le pudieron encontrar en total dos espadas. Y también que los discursos de su jefe eran más bien inofensivos y lo único notable que había hecho era convencer a la gente simple de que era capaz de realizar algunas curaciones y resolverles algunos problemas.

De toda maneras estas cosas mejor cortarlas de entrada. Se sabe como empiezan pero no como terminan. El populacho es capaz de soliviantarse con cualquier excusa y, loco o no, este farsante parecía capaz de fascinar al pueblo con su palabra. Por otra parte, si bien era necesario reconocer que no había llamado directamente a la revuelta, toda esa su prédica sobre que antes que nada estaba la obediencia a Dios y que Dios amaba incluso a los más pobres e ignorantes podía dar curiosas ideas de insubordinación a la autoridad, de libertad a las personas, de derecho a sentirse iguales a la gentuza.

No, estuvo bien, más vale prevenir que curar y nunca está de más un escarmiento para mantener a la gente apaciguada. Ahora pues ¡a comer el asado de cordero, a beber el rico vino de las copas de bendición!

El alivio se ha extendido por la clase dominante de la ciudad. El tesoro del templo está a salvo. También el de los banqueros y los comerciantes. Los políticos han asegurado sus puestos y prebendas. El principio de autoridad ha sido mantenido. El procurador romano ha quedado satisfecho con la lealtad del senado judío y de los partidos; podrá informar a Roma que pueden seguir sosteniendo los préstamos y continuar la inversión. Magnificando un poco el incidente el representante de Roma podrá ganarse unos puntos en la opinión de la cancillería y asegurarse un puesto futuro algo mejor que en el de esta estéril y zafia provincia palestina.

En la soledad más pavorosa, física y moral, el impostor, el loco, muere en una última y espantosa convulsión tetánica. Sus esfínteres aflojados y los coágulos de sangre que aún gotean atraen nubes de moscas que comienzan a posarse en las heridas. Se oyen aún los jadeos inhumanos de los dos malhechores colgados cerca de él.

Pero el espectáculo ya ha acabado. Es tarde y los pocos peregrinos rezagados que apresuradamente tratan de entrar en Jerusalén para la fiesta de Pascua antes de que se cierren las puertas, por el camino público al costado del cual se ejecuta a los delincuentes como edificante advertencia a los que llegan, en su premura apenas echan una mirada a los cuerpos horriblemente torturados y pasan de largo. Tampoco dedican una mirada a la mujer insignificante que a unos metros, de pie, sigue con la vista clavada en la cruz. El muchacho que hasta hace unos momentos la acompañaba la ha dejado también.

A lo lejos: las luces que comienzan a prenderse y las risas de la fiesta que está por empezar. Pero ya aquí todo es solamente horror, silencio, hediondez, oscuridad.

El lugar de los suplicios al costado del camino, era una pequeña elevación de terreno, apenas unos metros de altura, que por su forma redondeada se le llamaba pintorescamente 'cráneo', en latín 'calva' o 'calvaria', en arameo 'gólgota'. Venerado luego el lugar por los cristianos, el emperador Adriano lo profanó, construyendo encima una cueva en tierra acumulada, en donde colocó una estatua de Venus. Triunfante el cristianismo, en el siglo IV, Constantino sustituyó la construcción profanadora por un espléndido edificio sagrado, el 'Martirium anástasis', de 137 metros por cuarenta, que dejaba al descubierto el calvario, sobre el cual se enarboló una gran cruz de plata.

Desde entonces los cristianos hemos usado profusamente cruces de plata, de oro, artísticamente góticas o románicas, renacentistas o modernas, colgadas de nuestras paredes o pendiendo de nuestros cuellos. Alrededor del tema de la cruz lo mejor del arte humano ha labrado recamos de belleza, en música, en poesía, en pintura, en escultura. La cruz es una forma armoniosa, estética, matemática, geodésica; es rosa de los vientos, es clave de puntos cardinales, es el eje del arriba y del abajo, de la diestra y de la siniestra; es objeto de combinaciones de colores, de dorados y de barnices, de frescos y miniaturas; es materia distinta de calidades y de metales, de aleaciones y de mármoles, de troquelados y fundiciones, de bruñidos y niquelados; es objeto valioso de museos y de joyeros, de coleccionistas y anticuarios. Cruces inodoras y bellas, indoloras y amables. Inspiración en claves de do y de fa, de sopranos y de tenores, de arpegios de capillas Sixtinas y de gorgoritos de niños de Viena. Musa de elegías y baladas, sonetos y madrigales.

Nada que ver con el patíbulo infame en que la mujer contempla deshecho el cadáver irreconocible de su hijo.

Nada que ver con las verdaderas cruces que aparecen alguna vez en serio en nuestras vidas.

Porque mientras puedas ser crucificado artísticamente en cruz de plata y dos o tres lagrimones perfumados y con ánimo poético o místico sufras atléticamente inconvenientes o dolores y con una frase del evangelio filosóficamente te consueles, aún no habrás conocido la cruz.

La cruz en serio es la cruz desesperada, el cadáver del hijo definitivamente muerto, el horror sin adornos, sin alivio, el dolor sin sinfonías ni oratorios, el sufrimiento sucio, sórdido, sin barnices ni dorados.

¿Y la Resurrección? Ah, amigo, ¡la Resurrección..! Pero ¿no sabés acaso que la resurrección no es el consuelo inmediato a Marta y María de la resurrección de Lázaro? Porque precisamente la de Cristo no es lo mismo, no es volver a tomar a mi niño Jesús entre los brazos, no es comerlo a besos, no es volver otra vez a oírlo reír y cantar, ni mirarlo dormido y cansado y derretirme de ternura y amor por él. No. La Resurrección de Cristo es glorificación. Inaugura un nuevo tiempo, qué digo, una nueva tierra y un nuevo cielo más allá de toda nuestra experiencia humana, precisamente porque divinos. Es algo que mientras estamos en este mundo solo puede experimentarse en la fe. Las apariciones del Resucitado no son sino eso, apariciones, revelaciones momentáneas, asomos, desde una dimensión por ahora inaccesible, inefable, que solo devuelven esperanza pero no presencia tangible, consolante.

No cristianos, la resurrección de ninguna manera trivializa la terrible prueba de la cruz: ni la de la cruz de Cristo, ni la de nuestra propia cruz.

El espanto de los discípulos fugitivos no fue trivial. El dolor de María no tuvo consuelo.

No estaban preparados los discípulos para semejante prueba. Solo a partir del nuevo testamento que por supuesto los discípulos no tenían, el dolor y el sufrir adquieren un cierto sentido, difícil de entender, pero sentido al fin. Para los contemporáneos de Jesús el dolor no tenía ninguno, ni para los judíos ni para los paganos. La única explicación que hallaban era que siempre se trataba de una consecuencia de pecado, de normas violadas, o de tabúes no respetados. Por eso el que sufría casi ni siquiera era objeto de compasión, al contrario, su sufrir, su enfermedad era clara señal de que se trataba de una mala persona. Hasta eso tienen que vivir aterrados y desilusionados los discípulos: no solo la muerte afrentosa de su jefe, sino la prueba más palpable de su falsedad, porque no solamente lo ha rechazado Jerusalén, las autoridades, el pueblo: lo ha rechazado Dios. Y eso mismo siente Jesús en la derelicción aplastante de la cruz: el abandono de Dios.

Pero también allí hace Jesús su supremo acto de abandono en Dios. De obediencia total.

Y es posible que aquí encontremos entonces finalmente el sentido del absurdo humano de la cruz. Porque vean, en el presupuesto de que Dios quiera darnos su propia vida divina, transformarnos en él, hacernos partícipes de su felicidad sobre humana, hipercósmica, infinitamente distante de nuestras posibilidades, razonamientos y planes, Dios no tiene más remedio que, al elevarnos a sus propias posibilidades, razonamientos y planes , muchísimas veces contradecir los nuestros. Y la cruz, en el fondo, no es sino el absurdo aparente que para la conciencia humana de Jesús, para los planes y pensamientos de sus discípulos y para nuestros propios razonamientos y razonabilidades humanas, tiene la lucidez encandilante, el proyecto infinitamente inteligente del plan transformante de Dios . La cruz es la distancia sideral que existe entre nuestra razón humana, nuestras aspiraciones finitas, nuestros proyectos de criaturas, y la inmensa felicidad del Dios que no tiene más remedio que liquidar nuestros planes si quiere llevarnos a ella.

La cruz verdadera es la obediencia espantosa y tremenda a la Voluntad de un Dios que quiere darnos una felicidad que no entendemos, es el salto al abismo de nuestra distancia con El y que sufriremos sin consuelo y sin remedio hasta que no alcancemos la otra orilla divina, por más que sobre ese abismo Cristo, el primero, haya tendido el puente de su cruz.

Hoy nosotros sabemos que es un día de triunfo del Señor, y que el golpe de estado en realidad no ha fracasado, que verdaderamente Jesús ha sido coronado rey, la revolución ha vencido. Lo sabemos por la fe, lo veremos recién en su Reino. Pero ahora, hoy, solo tenemos su cuerpo obediente y torturado en cruz, su madre doliente y nuestros corazones huyendo, junto con los discípulos, de la cruz. No importa, el Señor y la Virgen están hoy librando en obediencia su batalla. Ellos por nosotros triunfarán. Y el día en que a nosotros nos toque obedecer, los días que puedan venir de absurdo y de dolor y de no entender, -y, si no los tenemos, al menos el día que vendrá de obediencia en nuestra muerte o en la de quienes amamos-, prometamos, intentemos, llevar la cruz con El. El, y Ella, nos acompañarán.

9 de abril de 2009

Charpentier/ Le Parlement de Musique.





Marc-Antoine Charpentier (1643 - 1704).


Le Parlement de Musique.

Mathilde Etienne.
Ariane Wohlhuter.
James Oxley.
Thomas Van Essen.
Bertrand Chuberre.

Dir: Martin Gester.






Tristis est anima mea H.126: Répons du Mercredi Saint pour 2 tailles et basse continue.





Tenebræ factæ sunt, H.129: Répons du 2ème Nocturne du Jeudi Saint pour basse-taille et orchestre.





I. Notus in Judeæ Deus, H.206: Psaume 75 pour solistes, choeur et orchestre.






II. Notus in Judeæ Deus, H.206: Psaume 75 pour solistes, choeur et orchestre.





III. Notus in Judeæ Deus, H.206: Psaume 75 pour solistes, choeur et orchestre.

Jueves Santo: Misa en recuerdo de la cena del Señor


Sermón del R.P. Gustavo Podestá (28/03/02)

Tomado de Catecismo





Lectura del santo Evangelio según san Juan 13, 1-15
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: "¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?". Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás". "No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!". Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte". "Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!". Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos". El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: "No todos ustedes están limpios". Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.

SERMÓN

Betfagé se encuentra unos centenares de metros más allá de Betania acercándonos desde el este hacia Jerusalén. Hoy podemos visitar, en Betania, apenas a tres kilómetros de la capital, la tumba de Lázaro, antiquísima, pero muy modificada y reacondicionada a lo largo del tiempo. La iglesia que allí se yergue se dice está edificada sobre la casa de Marta y María.

Avanzando hacia Betfagé los guías señalan el lugar donde el hijo de David montó sobre su mula de ceremonias para cabalgar hacia su ciudad. Debió detenerse sin duda en la cima del monte de los Olivos y desde allí habrá mirado con inmensa pena su ciudad rodeada de altas murallas y, cayendo a pico sobre el torrente Cedrón, justo frente a él, los altísimos muros de sostén de la enorme explanada porticada -catorce hectáreas- que rodea al fastuoso templo de mármoles blancos, techado en oro, refulgente al sol, construido por Herodes el Grande en el lugar del viejo templo de Salomón.

¡Jerusalén! ¡Tan espléndida por fuera y tan llena de corrupción, soberbia, apostasía, miseria y avaricia por dentro!

Muy probablemente el cortejo triunfal de Jesús, enarbolando sus ramas a guisa de lanzas y estandartes, haya ido, al bajar al valle, rodeando las imponentes murallas jerosolimitanas hacia el norte, doblando hacia el oeste al llegar a la que hoy se llama la torre de Fuller , donde hace la muralla casi un ángulo recto, arribando finalmente a la que, en nuestros días, se denomina "puerta de Damasco", llamada en época cruzada y bizantina "puerta de San Esteban", porque por allí habían sacado los judíos al diácono protomártir para lapidarlo. Desde ese acceso, una calleja más o menos recta ascendía escalonadamente las diversas terrazas donde se apiñaban las casas de altos y bajos, todas con azotea, de los habitantes de la ciudad. En determinado punto dicha calle se dividía en varias y tortuosas subidas y bajadas, pavimentadas toscamente de lozas y adoquines desiguales, que, uniéndose a otros senderos que subían desde los barrios bajos de Jerusalén, convergían a la llamada "calle de Herodes", la que bordeaba los muros del templo por su lado oeste. Calle bulliciosa y atiborrada, a ambos lados, de tiendas, de casas de cambio, de vendedores de recuerdos, de expendedores de vino y de comida, en donde apenas se podía caminar. Desde allí, en dos puntos, había unas empinadas escalinatas -cuyos restos hoy señalan los arqueólogos- que terminaban en osados puentes que atravesaban la calle a gran altura y permitían el ingreso al patio del templo por el pórtico oeste, donde, prolongando el bullicio del zoco, se juntaban los cambistas y los vendedores de animales para el sacrificio. Allí llega Jesús después de su ingreso triunfal en Jerusalén. Allí, según san Marcos, su estirpe davídica se rebela frente a los que profanan el templo de sus antepasados con sus turbios negocios. Y, con santa ira, los expulsa a latigazos. Será el último acto de su realeza efectiva en este mundo.

En realidad ya, una vez transpuesta la puerta de Damasco, al hijo de David lo traga esa ciudad enorme que ya no se reconoce suya, que está ocupada ilegalmente por usurpadores a quienes poco importa le legitimidad de su poder y nada les interesa de la dinastía davídica, ni de las promesas de Dios de mantenerla en el poder perpetuamente: "tu casa y tu reino permanecerán para siempre. Tu trono estará firme eternamente " (II S 7 16); " Durará tanto como el sol, como la luna de edad en edad " (Sal 72, 5)

La ciudad, como tantas grandes ciudades, en la globalización producida por las conquistas de Alejandro Magno y, luego, del imperio romano, poco tiene de patria y de davídica, ya es una gran Babilonia, a duras penas santificada por su envilecido templo y por sus sacros recuerdos guardados en el corazón de pocos. El hombre siempre ha sido capaz de mancillar y abusar de las cosas más santas y aún de usar banderas, himnos y hasta mitras, tiaras, cálices y sotanas para los propósitos más viles.

Las multitudes apiñadas -cuando en manada crueles y barras bravas- solo obedecen, solo abren camino al paso de las lanzas de los legionarios romanos, de los mercenarios de Herodes con sus mazas y sus chasquidos de fustas, o se apelotonan obscenamente para mirar las prostitutas de lujo de los espectáculos o vivar, a lo bestias, al gladiador o deportista del día, u observar con temor mezclado de odio y envidia, el carruaje lujoso del banquero, del saduceo, o a los mentones altos que avanzan despreciando la plebe. O ceden y vivan a los que reparten lo que les sobra o lo de los demás arrojándolo al aire, como reparten puestos y prebendas diputados y senadores indignos... No hay lugar en la gran ciudad para el verdadero señorío, no hay veredas para los señores y las damas. Todo es igual en la masa que se aglomera por las estrechas callejuelas. Solo la apariencia despierta el interés de las miradas. O la fuerza el respeto. O el éxito mediático la admiración. No la grandeza interior, no la sangre noble del hijo de David, su porte señorial, su indumentaria pulcra pero austera, su más oculta aún condición de Hijo de Dios, ya comenzando su calvario como uno más de los hijos de los hombres, apenas avanzando ya, empujado por todos ...

La bajeza de Jerusalén, a pesar de los píos peregrinos que vienen de afuera y son sistemáticamente explotados por hospederos, cambistas, meseros, estafadores, transportistas, mujeres de mala vida aprovechando sus debilidades -como explota furtiva la televisión a los hombres decentes si los atrapa en las oscuridades y soledades de la noche con sus programas indecentes-... no es solo bajeza, sordidez moral, también es imposible y nauseabunda compacta suciedad... La dura roca y la vejez de la ciudad hacen imposibles las obras cloacales a las cuales están acostumbradas las ciudades romanas. Por algo Pilato y su mujer detestan esa villa a la cual solo van para las fiestas pascuales con sus tropas en prevención de tumultos en esos días propicios a los ánimos levantiscos. Y baúles llenos de frascos de perfumes de Arabia es lo primero que desembarcan en su residencia donde sahumerios constantemente encendidos tratan vanamente de perfumar el ambiente.

Es que en Jerusalén todos los desperdicios, perrunos y humanos, basura y podredumbre se lanzan y quedan en la calle. Las prescripciones del Levítico son imposibles de cumplir. Calcuta, poco a poco Buenos Aires, donde pobres miserables ya no tienen pudor alguno en hacer sus necesidades en las plazas a la vista de todos. Pero en Jerusalén, sin decir 'agua va' ,todo se arroja desde las ventanas a las serpenteantes calzadas que apenas son lavadas por escasas lluvias a favor de las pendientes.

Aún el esplendor del Templo que, en maquetas o reproducciones modernas a escala luce blanco y resplandeciente, inodoro y pulido, se ve opacado por las actividades religiosas que allí se hacen. No solo oraciones hipócritas y desafinadas, ni sonares de trompetas y sofares destemplados, ni guitarras eléctricas y baterías, ni grita y estrépito de las turbas, sino el permanente olor a matadero, a sangre, que por más que los levitas baldeen y frieguen los patios que rodean al enorme altar, se cuela en los intersticios de la lajas, pringan el mármol, se pudren a la vista de todos, crían alimañas, atraen por millones moscas verdes y moscardones en zumbido malévolo que solo se aparta del sumo sacerdote y de los ancianos -los senadores- al batir de las palmas y abanicos emplumados de sus esclavos.

Carne podrida y carne quemada: el altar de los holocaustos es un permanente asador en donde se incineran mensualmente toneladas de vísceras, de cuero, de carne, de grasa. Desde lejos -como el 'smog' de las grandes ciudades del tercer mundo en donde no se cuida la polución de la atmósfera- se ve la columna espesa, grasienta, negra, que cubre permanentemente como una nube aciaga y simbólica la santa ciudad de Jerusalén, solo surcada por el volar rapaz, carroñero, de los buitres, que se ciernen sobre todo por encima del valle de la Gehena, el basurero de Jerusalén, allí a donde van a parar insepultos cadáveres de animales y de ajusticiados, ya que no se atreven a descender a donde se arriman, tan ávidos como las aves de rapiña, sacerdotes y levitas que viven de la parte que les toca del sacrificio.

Aunque la gente de entonces, sobre todo la que vivía en esas ciudades inhóspitas de la antigüedad, estaba acostumbrada de alguna manera a esa suciedad, hedor, promiscuidad, ratas, perros famélicos e insectos y, peor, habituados, como ya nosotros, a la mala educación, la inmoralidad, la carencia de respeto, la corrupción... (Nadie, hoy, se asombra de nada.) Jerusalén, la ciudad de David, joya de la corona, ombligo del mundo, hija de Sion, vejada, violada y transformada en esa ciudad prostituida, pesa en el corazón patriota y divino de Jesús.

Jesús, arrullado, criado y mimado en el regazo decoroso de una madre virgen, de la estirpe de Aarón, en los brazos fuertes de un padre noble del tronco de Jesé, viene del campo limpio, de la aldea cuidada con su campiña llena de flores y sus aves canoras. Su olfato apenas resiste la fetidez de Jerusalén. Su sentido interior a gatas soporta la angustia de esa ciudad corrupta que lo ignora, que lo rechaza, que le es indiferente "¡ Jerusalén, Jerusalén!, que matas a tus profetas y apedreas a los que te son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas y no habéis querido!" (Lc 14, 34)

Condición del cristiano, vivir en medio del nauseabundo 'smog' de los dueños y mayorías de este mundo. "Estar en el mundo sin ser del mundo" (Jn 17, 14-15). No acostumbrarse jamás a él.

Pero Jesús, como buen judío sabe que solo allí, en Jerusalén, puede comerse el cordero pascual. (Por eso no hay lugar en las atestadas plazas, azoteas, albergues, zaguanes de la ciudad para contener a los centenares de miles de peregrinos que para la fecha vienen, como está mandado, a celebrar la Pascua en la ciudad.)

Jesús sabe, además, que un rey legítimo, un profeta auténtico, solo puede morir con decoro en Jerusalén. Y Él ya sabe que la suerte esta echada, que su hora ha venido. Nadie se unió a su pobre mesnada: doce generales sin soldados -generales malvineros que a último momento lo dejarán y si no pudieron defenderlo, ni siquiera sabrán, por lo menos ahora, morir con honor-. Uno, vil traidor, lo entregará. "¿Seré yo, Señor? Tú lo has dicho" (Mt 26, 25).

¡No, no, no!, yo no lo he dicho, no quiero decirlo, no quiero entregarte, no quiero ser traidor... Quizá huya, Señor, quizá te deje un tiempo, pero volveré, dame tu fuerza, dame tiempo, y volveré...

Jesús ha juntado a los suyos en la casa del discípulo amado. Cuando se escriben los evangelios es aún una persona conocida a quien no hay que señalar: "Ve a la casa de 'tal persona' -narra el evangelio- y dile que he de celebrar allí la pascua con los míos".

Ya lo sabemos, es la casa de Juan, el autor del evangelio, no el hijo del Zebedeo, sino Juan, de la clase sacerdotal, un 'kohen', de familia desahogada, aristócrata, con su mansión en el barrio de los ricos, no lejos del palacio de Caifás, de los jardines reales de Herodes y a cinco cuadras del palacio de los Asmoneos que ocupaba Herodes Antipas. Lugar lejano a la chusma, al ruido de la turba, a los olores nauseabundos del templo, de los negocios, de los espectáculos, del parloteo de los políticos y los periodistas. Como han de ser nuestras capillas e iglesias cristianas.

Allí, en la casa de Juan, arriba, en la sala del trono, que todo noble reserva para recibir la visita de su señor -no en cualquier lugar-, se hacen los preparativos de la cena. Jesús sigue el calendario no de los fariseos que celebra la mayoría, sino el de los saduceos, a la manera como lo hace su ilustre anfitrión, Juan, el discípulo amado. Por eso, hoy, jueves, celebra la Pascua, no el sábado. El relato algo machista de nuestro narrador solo habla de los doce discípulos varones, pero es harto probable que estuvieran allí las mujeres: sin la menor duda María, la madre del Señor, quizá la mujer de Pedro, ¡Marta y María!, la Magdalena, María Salome, las que estarán ¡todas ellas! junto a la cruz, mientras todos los demás, excepto Juan, varones ellos, se desparramarán como liebres a esconderse del desastre.

Jesús no ha sido reconocido como rey sino por este puñado de fieles que ahora celebra con él la que sabe su última cena. Ocupa el lugar principal, como corresponde; con Juan, el dueño de casa, a su lado. No rehúsa ni rehusará nunca el título de rey que le pertenece por herencia, sin embargo les demostrará ahora qué tipo de rey es.

En un gesto que deja helados a los discípulos se despoja de su ropaje y, vestido de servidor -jarra, jofaina y paño- se pone a lavar y secar los pies de los discípulos, los pies de su madre, de sus hermanas...

Juan no narrará luego los ritos de la última cena, de esa santa Misa que tantos años después celebrará cotidianamente con el permanente y emocionado recuero de esa noche. Pero en este único gesto que fija por escrito Juan quiere explicarnos el sentido del servicio de amor a los suyos que será la entrega de la vida de Jesús en cruz -y en vino y en pan- que mañana asumirá "amándonos hasta el fin".

Reinar es servir: cualquier superioridad humana o divina solo tiene sentido en amor y servicio a los demás. Riquezas, talentos, puestos, comandos, solo son de auténtica realeza cuando puestos en actuación de amor por el otro. La única legitimidad de la verdadera autoridad no la dan las constituciones, ni el voto de la plebe, ni mucho menos las asambleas legislativas que lo único que hacen es legislar contra la ley de Dios y contra el verdadero pueblo, sino el servicio de amor que se enlaza con el sometimiento de la autoridad a la ley de Dios y se transforma en obras de amor y de justicia, en premios y castigos, en libertad a los buenos y abatimiento de perversos y delincuentes y, en última instancia, en promoción de la misericordia, fruto de la fe, de la esperanza y de la caridad, no de cualquier supuesto derecho humano o decreto votado o de necesidad y urgencia.

Y Jesús va a realizar ahora su acto supremamente real, aquel para el que lo han preparado sucesión tras sucesión de hijos de David: va a entregarnos su sangre noble, ennoblecida al infinito porque unida, en el Verbo, a la nobleza sin límites del mismo Dios. Y con su sangre, con su vida, molida y estrujada en cruz y prolongada hacia nosotros en vino y en pan, nos adoptará a su condición preclara, a su aristocrática prosapia de hijo de David, de hijo de Dios.

Con ese misma forma de vino y de pan nos hará comensales de la mesa de su Madre. También Ella, la reina, siempre en la Misa nos asistirá, disimulará las arrugas de nuestros trajes, de nuestra alma y nos hará presentarnos dignos y aseados delante de nuestro Señor.

En uva y en trigo, Jesús, el Rey, el Señor, nos lava los pies. En sangre de sus llagas, en agua de su costado.

"Sangre de Cristo embriágame, agua del costado de Cristo lávame, pasión de Cristo" ¡dame tu fuerza y tu coraje!

"Y en la hora de mi muerte ", que quiero combatir junto a ti, muerte cotidiana de amor, de servicio, de entrega a los demás, alimentado por tu Misa, por tu pan, "llámame, y mándame ir a ti, para que con" María y tus once generales y "tus santos te alabe por los siglos de los siglos. Amen".

Principios económicos de la nueva Constitución




Discursos del Dr. Antonio de Oliveira Salazar



CAPITULO IX


Principios económicos de la nueva Constitución






Este discurso, pronunciado en el domicilio de la Unión Nacional el dia 16 de Marzo de 1933, puede considerarse como un complemento del de 30 de Ju­nio de 1932. El discurso estaba destinado a la ciudad de Oporto, a donde fue transmitido por la radio. En él se encuentran muchas de las pricipales lineas direc­tivas del pensamiento de Oliveira Salazar.


La crisis del pensamiento económico


s hoy el día siguiente al de la catástrofe del dólar, estamos a poco más de un año de la caída de la libra, y probablemente en víspera del desmoronamiento de casi todo lo que aún apa­renta estar en pie. Fenómenos de tal gravedad como éstos serían bastantes para llenar un si­glo, si diversos acontecimientos extraordinarios sucediéndose en plazos cortísimos, no hubiesen embotado nuestra sensibilidad.
Vemos cómo se quiebran, unas tras otras, las orgullosas cons­trucciones económicas de nuestro tiempo: la política de los cartels poderosos, la política de los trusts formidables, la política de los salarios altos, la política de la sobreproducción, la polí­tica del crédito superabundante, la política de las valoraciones artificiales, la política de los grandes gastos públicos, la política de los con­sumos excesivos, la política de los nacionalis­mos exclusivistas, la política del Estado policía que no hace nada, y la política del Estado productor que pretende hacerlo todo.
En to­dos los climas y en todos los continentes, las medidas más opuestas, las orientaciones más encontradas, producen sólo ruinas; en las fi­nanzas públicas, en el crédito, en los capitales, en la propiedad, en los salarios, en el mundo del trabajo se amontonan los escombros en una devastación sin igual. Parece que nunca hubo tanta desgracia ni tanta miseria, y ni siquiera han podido huir de ellas los que creían poder desafiar al mundo con la extensión de sus terri­torios y las montañas de oro de sus riquezas. El momento económico y social no puede estar más perturbado, ni puede ser más oscuro.
¿Y precisamente cuando aún no se adivina la luz que ha de alumbrar los tiempos nuevos, es cuando los hombres del gobierno van a lanzar en el proyecto de Constitución las grandes lí­neas de la construcción futura? Muchos lo juz­garán osado; no pocos lo creerán, al menos, pre­maturo. Pues bien, yo que en los momentos de alucinación colectiva temo más a los remedios que a los males, creo que es éste el momento oportuno de trazar en esta pequeña casa portu­guesa, cuyos intereses a nadie importarán en el mundo más que a nosotros, las grandes líneas directivas de su gobierno, los principios funda­mentales de su estructura económica, el espí­ritu, por así decir, de su actividad y de su tra­bajo. La fase aguda de la presente crisis está a punto ciertamente de pasar, como antes de ésta pasaron otras que parecía que el mundo no era capaz de resistir. Pero una cosa son los sínto­mas que pueden desaparecer, y otra la dolencia profunda que mina la vida económica y social, que multiplica las crisis y las hace cada vez más violentas y más devastadoras, que engen­dra este malestar permanente, que amenaza en ciertos momentos todo lo que la Humanidad ha acumulado en siglos de trabajo como beneficios de la civilización.

***********
Para leer el discurso completo haga click sobre la imagen del estadista.