8 de noviembre de 2008
Vivaldi: Gloria in D major (RV 589)
Gloria, for 3 solo voices, chorus, trumpet, oboe, violin (ad lib), 2 violas, 2 cellos, strings & continuo in D major (RV 589):
Concerto Italiano.
Deborah York (Soprano).
Patrizia Biccire (Soprano).
Sara Mingardo (Contralto).
Dir. Rinaldo Alessandrini.
Movements:
Gloria in excelsis Deo (Chorus).
Et in terra pax (Chorus).
Laudamus te (Sopranos I and II).
Gratias agimus tibi (Chorus).
Propter magnam gloriam (Chorus).
Domine Deus (Soprano).
Domine, Fili unigenite (Chorus).
Domine Deus, Agnus Dei (Contralto and Chorus).
Qui tollis peccata mundi (Chorus).
Qui sedes ad dexteram Patris (Contralto).
Quoniam tu solus sanctus (Chorus).
Cum Sancto Spiritu (Chorus).
La Sábana Santa, imagen de Cristo muerto (1)
por el R.P. Raimondo Sorgia, O.P.
1. Carta abierta al lector
Hablar de la misteriosa realidad que es la Sábana Santa supone adentrarse en un tema apasionante, en un gran problema.
Los adultos probablemente habrán visto u oído hablar de las imágenes de la Sábana de Turín, sobre todo desde que en 1973 se transmitiera por Eurovisión su imagen, y posteriormente el documental que compraron y retransmitieron las cadenas de televisión de muchos países. Imagino que también muchos jóvenes saben algo sobre la Sábana, porque desde hace tiempo periódicos y revistas le han dedicado títulos, artículos y fotografías, especialmente con ocasión de su ostensión desde agosto hasta octubre del año 2000. Quizás algunos lectores hayan tenido ocasión de visitar la Sábana Santa y la exposición organizada con tal motivo en Turín en estas fechas. En todo esto radica una de las dificultades del tema: exponerlo de forma que sea accesible a personas con muy diferente nivel de información y de interés sobre el mismo.
Por otra parte, es preciso que se trate de una explicación seria, objetiva, completa, que al mismo tiempo resulte comprensible. Son muchas las preguntas científicas y religiosas que se plantean alrededor del fascinante atractivo de la imagen del Hombre de la Sábana más misteriosa de la historia, y es seguro que al encontrarse con ellas el lector querrá encontrarlas resueltas. Por eso, no obstante la dimensión reducida de este cuaderno, se incluyen en él datos históricos, descripciones científicas, narraciones de los Evangelios, reconstrucciones de ambientes y además, reflexiones fundadas en la razón y en la fe. Aunque para algunos resulten superfluas determinadas explicaciones, comprenderán fácilmente que otros precisarán de ellas.
Es cierto que se podría haber sistematizado un material tan rico y complejo dentro de esquemas más rígidos. Pero he preferido no hacerlo; y más bien hablar de la Sábana, auténtico universo incluido dentro de cuatro metros de tela, en la manera más fluida y atrayente que pudiera. Hablar de la Sábana no es simplemente volver atrás en el pasado, como quien recorre de nuevo las excavaciones de una ciudad antigua por el mero gusto de conocerla. La Sábana Santa se presenta a la mentalidad moderna como un desafío, un pacífico y exaltante reto que «no teme a los exámenes, y que solo tiene miedo de ser enjuiciada sin haber sido sometida a examen».
Puede sorprender el hecho de no encontrar siempre de acuerdo a los estudiosos acerca de un determinado problema, en especial al interpretar algunos fenómenos, o al atribuir a los mismos una causa u otra. Es fácil que esto suceda en los casos de indagaciones realizadas por investigadores distintos, sobre casos particularmente complicados. Al principio habrá tantas conclusiones como investigadores: cada uno de ellos, se habrá valido, como es lógico, de sus propios métodos, indicios, técnicas deductivas. Cada uno ha buscado el centro de la cuestión partiendo de su punto de vista. Es posible que sólo un último investigador, confrontando los elementos recogidos por sus colegas y eliminando gradualmente las hipótesis de menor consistencia, llegue a dar con una solución del misterio satisfactoria, definitiva y completa.
En el caso que nos ocupa, esto ocurre además en un enigma que, como la Sábana Santa, está constituido por otros cien misterios de menor importancia, pero estrechamente relacionados entre sí. Por eso en los puntos más arduos, todavía abiertos a la investigación científica, se presentan dos o más hipótesis sobre su explicación. Al autor le corresponde el deber de informar y de ofrecer un mínimo de orientación sobre ellos; pero después tendrá que ser el lector quien llegue a una conclusión mediante su inteligencia, capacidad de reflexión y ánimo humilde.
Finalmente, quiero hacer tres sugerencias que serán de utilidad para interpretar mejor el rostro del Hombre de la Sábana:
1ª.- Las dos bandas más oscuras en el positivo, es decir, en la foto al natural, que se notan enseguida alrededor del rostro y que le dan un extraño alargamiento, son debidas en parte a la masa de los cabellos y en parte a un casual amarilleamiento de esa parte de superficie, determinada por una mayor exposición a la luz; o bien podría tratarse de una distinta tonalidad del tejido por una diferencia de calidad en las fibras de lino utilizadas por el anónimo tejedor palestino.
2ª.- Hay que tener siempre presente las condiciones físicas en las que se encontraba el cuerpo de Jesús en el momento de la sepultura. Entre las deformaciones más marcadas y que destrozaron sus facciones, deben considerarse: la rotura del cartílago de la nariz, a causa de un puñetazo o bastonazo, o bien por una caída violenta, de donde resulta una ligera desviación hacia la derecha y una caída hacia el labio superior del extremo de la punta de la nariz. El ojo y la ceja derecha aparecen hinchados; como el labio superior mismo y la región del pómulo derecho. También el mentón, aun teniendo en cuenta un cierto espesor de la barba, aparece hinchado por un fuerte golpe o una caída al suelo. Imaginando una línea vertical que pase entre las cejas y la mitad de la boca, es conveniente «aislar» el lado izquierdo del rostro, pues ésa es, de algún modo, la parte más íntegra.
3ª.- Es necesario habituarse a mirar la imagen del rostro, y observarla pausadamente. Mejor aún si se enmarca, como retrato, y se le mira a distancia.
La Cristiandad, una realidad histórica (7)
por el R.P. Alfredo Sáenz, S.J.
Capítulo VI
La post-Cristiandad
La Cristiandad fue un hecho histórico, una realidad concretada, no una mera utopía de gabinete. Ello no significa que haya sido la realización perfecta del ideal soñado, lo cual es imposible en esta tierra, dada la debilidad de la naturaleza humana. Decía Péguy que siempre el número de los pecadores será mayor que el de los santos. Con todo, si hubo algún período de la historia en que el poder político y el orden temporal reconocieron la superioridad del orden sobrenatural fue, sin duda, la Edad Media. Luego soplarán otros vientos y se predileccionarán otras excelencias. A estos nuevos vientos y distintas excelencias nos referiremos en la presente conferencia.
Por cierto que el Evo Moderno no apareció de la mañana a la noche. Algunas de sus líneas ya comenzaron a insinuarse durante el transcurso de la Edad Media, especialmente en sus postrimerías. Comenzó, por ejemplo, a atribuirse un valor nuevo al dinero, con la consiguiente inclinación al lucro; la unidad política empezó a agrietarse y el Imperio se fue volviendo una ficción; en el orden de la cultura, las ciencias y las artes, que justamente habían ido adquiriendo una sana autonomía, seguirían su camino centrífugo, pero ahora en detrimento de su subordinación esencial a la teología.
Dificil nos será sintetizar en esta sola conferencia el complejo proceso de los tiempos modernos. Lo han intentado ya muchos pensadores. Dada la vastedad del tema, nuestro tratamiento del mismo será, por necesidad, sucinto y apretado.
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La muerte de un inquisidor
por Vittorio Messori
El verano propicia las relecturas, sobre todo las de textos clásicos. Como tal se considera La civilización del Occidente medieval de Jacques Le Goff, que leí cuando se publicó en francés y que ahora, después de muchas ediciones en varias colecciones, Einaudi vuelve a presentar en edición de bolsillo. Aprovecho este día de verano para darle un repaso.
Entre los medievalistas laicos, Le Goff es uno de los santones pero no es ajeno a las gaffes, la más clamorosa de las cuales es la del asesoramiento histórico para la adaptación cinematográfica de El nombre de la rosa de Umberto Eco, quien tuvo que admitir que «su» Edad Media, la del libro, era históricamente más exacta que la reflejada en imágenes con el consejo «científico» de este tan homenajeado profesor francés. Pero Le Goff también es autor de El nacimiento del Purgatorio, obra que, a pesar de su apariencia severamente académica, hay que tomar con pinzas y está plagada de un deseo iconoclasta (si bien hábilmente enmascarado) hacia la pastoral y, sobre todo, el dogma católicos.
Volvamos a La civilización del Occidente medieval, donde tampoco faltan perspectivas sectarias, o más bien, falsedades propiamente dichas. Por ejemplo, en las páginas 102 y 103 de la última edición italiana, dice así: «Los dominicos y los franciscanos se convierten para muchos en símbolo de hipocresía; los primeros inspiran aún más odio por la forma en que se han puesto al frente de las represiones de la herejía, que por el papel asumido en la Inquisición. Una revuelta popular en Verona acaba cruelmente con el primer "mártir" dominico: san Pedro, llamado precisamente, Mártir, y la propaganda de la orden difunde su imagen con un cuchillo clavado en el cráneo.»
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8 de Noviembre, Conmemoración de lo Cuatro Santos Coronados
Servían como militares al emperador Diocleciano, pues gozaban de gran reputación como soldados, y tenían puesto honoríficos en la corte. Además, eran cristianos y no ocultaban su condición de tales; asistían a las reuniones y a los oficios divinos, generalmente realizados en las catacumbas, socorrían a los pobres y visitaban a los presbíteros.
En el año 304, Diocleciano decreto que todos los súbditos del Imperio sacrificasen públicamente a los dioses. Se desató de este modo, con mayor furor, la persecución contra los seguidores de Cristo, y prontamente los cuatro santos fueron apresados. Como se negaron a prestar juramento a los dioses, fueron llevados delante del ídolo de Esculapio y amenazados de muerte si no le rendían culto.
Los cuatro gritaban: "¡Es un falso Dios!".
Fueron azotados cruelmente, pero ellos continuaron gritando: "¡Nuestro Dios es Jesucristo!"
Se los sometió a toda clase de tormentos. Y así, entregaron su vida. Diocleciano ordenó que sus cuerpos fuesen arrojados a la plaza, para que sirvieran de alimento a los perros.
Afirma la tradición que transcurridos cinco días, ningún perro se les acercó, poniendo de manifiesto que los hombres eran más crueles que las bestias. Los cristianos, en secreto les dieron sepultura en una arenal.
Sus restos están ahora en la iglesia que lleva el nombre de los Santos Coronados, en Roma.
Los santos mártires Claudio, Nicóstrato, Sinforiano, Castor y Simplicio, cuyo recuerdo celebra la Iglesia también hoy, padecieron en la misma persecución y fueron sepultados en el mismo cementerio.
Éstos cinco eran escultores de profesión y se negaron a esculpir una estatua del dios Esculapio, para no dar lugar a idolatría. Diocleciano mandó que fuesen azotados, sus cuerpos se colocaron en cajones y arrojados al río.
No es seguro que este hecho haya ocurrido en Roma o que en realidad ocurrió en Panonia (actual Hungría).
No obstante sus restos descansan también en la iglesia de los Santos Coronados, en Roma.
7 de noviembre de 2008
Dos reflexiones
Por D. Rubén Calderón Bouchet
Tomado de Argentinidad
EL TIEMPO Y LA SANGRE: El hombre ha sido hecho por Dios para que lo conozca, lo sirva, lo ame y de esta manera salve su alma y para nada más, añade con vascongada intrepidez San Ignacio de Loyola. La cosa, presentada así, con la brusca parquedad de un axioma, puede parecernos hoy demasiado simple y deja sin responder a una serie de interrogantes que desde la ciencia y la filosofía moderna saldrían al encuentro de nuestra inquietud. Personalmente me atrevo a dejarlo así, como ésta, porque me parece una respuesta saludable y muy bien fundada al misterio que nos plantea nuestra propia existencia.
En primer lugar porque si no nos hizo Dios ¿Quién nos hizo? ¿Cómo explico la aparición de este preguntón inagotable que emerge de rondón entre las bestias apacibles y comienza su inquietante aventura histórica? ¿A quién dirige sus preguntas? Y como esta es una pregunta más que se impone con todo el peso de una necesidad casi absoluta, el buen sentido sugiere la existencia de un interlocutor ante quien preguntamos y cuyo silencio nos llena de consternación y congoja. No obstante la respuesta de Dios es muy clara y cuando fue interrogado por Moisés frente a la zarza que ardía inexplicablemente ante sus ojos, dijo con toda seguridad: Soy el que soy, el que Es te envía para que respondáis a los tuyos.
Si Dios se señala a sí mismo como el Ser por antonomasia, todas las preguntas que hagamos en nuestra vida tienen que ser resueltas en la plenitud con que vivamos nuestra propia realidad. Es en la cumbre de nuestra generosidad existencial donde hallaremos la respuesta que sosiega y calma la congoja que despierta su aparente silencio. El monte Sinaí, el Tabor son los símbolos topográficos de la altura que es menester alcanzar para oír la contestación del Señor. Mientras permanecemos en los pantanos de la bajeza sólo oiremos el croar de los batracios y el lastimero ruido de las bestias que se arrastran.
Él es el que Es y el ser tiene gradaciones: desde el cascote al hombre, pasando por las plantas y los animales hay un ascenso claro que cualquier imbécil puede notar y colocados ya, en la escala de lo humano, desde el distraído por el son de las flautas bucólicas y el espejismo de los encantos carnales, hasta el abstraído en la contemplación de las verdades eternas hay diferencias existenciales tan notables que únicamente puede negarlas el que carece de ojos espirituales para percibir la nobleza de las almas.
Decía Don Quijote que nadie es más que otros si no hace más, pero el que hace más, es más. En este preciso sentido ascender la montaña de la generosidad hasta anegarse en el olvido de sí mismo, es la manera de arrimarse a Dios y escuchar la respuesta a la pregunta que le hemos dirigido y que consiste, fundamentalmente, en este ascenso a la cima de nuestra realidad.
Pero somos también sangre, tiempo y agonía, es muy cierto, pero la agonía no serviría para nada sino fuera capaz de vencer a la sangre y al tiempo. A la primera porque nos ata demasiado al dolor y al sufrimiento y al segundo porque nos encadena a los sucesos que, como el amor de los marineros: besan y se van y una noche nos casan con la muerte y no vuelven nunca más. Neruda estaba demasiado ligado al tiempo y a la sangre para escuchar la voz del Señor. En el tumulto que hacían las voces de las cosas no podía oír otra palabra hasta que quedó, acostado en su nostalgia y mecido por el rumor de las olas que no pueden responder a ninguna de nuestras preguntas.
La sangre y el tiempo son escabeles que nos conducen hasta el que verdaderamente Es o son etapas que nos detienen en el ascenso y nos engañan con el atractivo de su esplendor efímero. En la época juvenil es el fervor de la sangre lo que nos distrae de nuestros esfuerzos y dispersa las energías en el ancho campo de los atractivos sensuales. Más tarde, en el ocaso de la vida, nos atan a la tristeza, para hundirnos en la bajeza del dolor sin sentido.
Conocer a Dios es una cuestión de crecimiento humano, amarlo, es lo mismo que desear nuestra perfección y respirar el aire de las cumbres alcanzadas, sin olvidar que en el ascenso nos acecha un enemigo más solapado y malicioso que la carne. Se oculta en todos los desengaños y en cada una de las dificultades que el camino ofrece. Allí está, agazapado y estéril, para decirnos que todo, absolutamente todo es inútil, y que en la cima no hay más que cuatro piedras barridas por el viento. Dios quiere que aparezcan casi cuando el Sol se oculta y cuando apenas nos quedan fuerzas para negarnos a la sugestión de su derrotismo, por eso en el Padre Nuestro aparece al final, cuando ya hemos pedido el advenimiento del Reino y sólo nos queda rogar que nos libre del Malvado: “sed libera nos a Malo”.
Se dice que el llanto de un viejo es tanto más triste cuanto es el resumen de toda su vida y cuando un anciano llora, el Malo le insinúa al oído que él es el autor del universo, el fabricante de este dédalo absurdo del que sólo podemos salir por el artilugio de una muerte voluntaria.
CUESTIONES DE ESTILO: Entre el discurso parlamentario y la homilía dominical se desliza la cátedra como una suerte de disertación intermedia que tiene algo de discurso y un poco de homilética. En verdad no es ni una cosa ni otra, para discurso la falta énfasis y ese llamado a la emoción apto para conmover la fibra del partidario y para homilía carece del vuelo sobrenatural que conduce el alma a la contemplación de las verdades divinas. No obstante el buen catedrático no está totalmente libre de convocar la afectividad del oyente, necesita despertar una emoción que ayude a la faena intelectual y, en alguna medida, toque esas cuerdas del alma donde vibra el entusiasmo por la verdad y hasta asoma un poco la virtuosidad polémica que exige el combate contra la mentira filosófica o la deformación científica de algunos hechos. El buen catedrático tiene algo de polemista y, sin caer en la oratoria partidaria, debe sostener con buen ímpetu las opiniones comprometidas en el debate.
Siempre hay debate y nunca conviene evitarlo del todo, aunque se soslayen por impertinentes los dicterios ofensivos y los recursos a los golpes directos, muy eficaces en la polémica callejera, pero poco recomendables en la serenidad de la cátedra. Porque la cátedra tiene necesariamente que ser serena. Cuando el profesor manifiesta su iracundia, pierde seriedad y cae fácilmente en el ridículo, algo que debe evitarse como el peligro mayor que puede amenazar la integridad de un catedrático. El ridículo y el aburrimiento son los enemigos declarados: el primero en un sentido absoluto y total, un profesor ridículo, es inadmisible. En cambio un profesor aburrido puede tolerarse dentro de ciertos límites y con la seguridad de que conoce bien sus asuntos y es capaz de impartir una enseñanza saludable. Contra ambos flagelos es siempre aconsejable el uso de una discreta ironía. Entendámonos bien: la ironía no es el sarcasmo ni la burla, es el uso suave y matizado de un escepticismo muy ligero que afecta tanto al catedrático como a sus oyentes y los hacen partícipes de una cierta ignorancia extensible a todos los conocimientos humanos. Sabemos que dos y dos son cuatro, pero si damos a entender que esta seguridad plúmbea adviene solamente con los entes de razón, ponemos a nuestra afirmación un límite sereno y sonriente que nos devuelve más tranquilos a la perpleja inseguridad de los otros conocimientos. Gilson solía decir que el pensador moderno pensaba, allí donde el antiguo trataba de conocer y con esta suave advertencia nos ponía en guardia contra los abusos de la lógica en el accidentado terreno de la filosofía.
Cuando examinamos una obra literaria lo primero que se impone a nuestra consideración es el carácter del estilo: oratorio, homilético, catedrático, narrativo o dialogado y esto sucede en cualquier género literario, incluso en aquellas composiciones poéticas que por su brevedad podrían escapar a una apreciación de esta naturaleza. En Juan Ramón Jiménez predomina siempre el acento narrativo: ya se asome por la verja de un viejo parque desierto o se quede un instante en el balcón a solas con su enamorada. Antonio Machado es un orador sumamente parco y sobrio, pero decidido a marcar las tierras de Alvar González en el corazón de España con la decisiva tristeza de sus campos solitarios o increpar a Dios por haberle quitado lo que él más quería y haberlo dejado al fin en su coloquio con el mar. Unamuno era decididamente homilético y su vocación sacerdotal se hacía sentir en todo lo que escribía, así fuera en abierta polémica con la Iglesia. Ramiro de Maeztu y José Ortega y Gasset fueron dos profesores y como catedráticos universales asumieron, por su cuenta y riesgo, la faena de informar a los españoles de su época todo cuanto podía servirles para colocarlos en el nivel de los tiempos.
Un buen novelista tiene, necesariamente, que ser un buen narrador, pero, al mismo tiempo, es conveniente que sepa hacer hablar a sus personajes de acuerdo con lo que son y con lo que representan en la sociedad a la que pertenecen y ambas condiciones no siempre se dan en el mismo artista. Ricardo Gűiraldez lleva en Don Segundo Sombra una narración muy bien sostenida por la etopeya de su personaje central y los pocos diálogos que anima el cuadro evocativo tienen una indudable veracidad, pero son pocos y emergen, esporádicamente traídos a colación por el recuerdo de un personaje o de una escena vivida por su propia memoria.
Castellani es un escritor religioso y aunque sus homilías son de su exclusiva propiedad, imponen su presencia tanto en sus cuentos como en sus versos y los convierten en rezagos, no siempre de primera clase, de sus auténticos sermones.
El lobby gay pierde las elecciones
por Juanjo Romero
Tomado de De Lapsis
Acabaron las elecciones. Mis preferencias están documentadas, únicamente me resta decir, gracias Sarah Palin.
Tiempo tendremos para analizar los resultados y sus consecuencias, pero la misma lucha ya ha sido una victoria. Las posturas de apología del aborto de políticos ‘católicos’ como Pelosi —la «Presidenta del Congreso»— o Biden —el hoy vicepresidente— han servido para que los católicos useños, con sus obispos a la cabeza (como le gusta a Miguel Serrano), saltasen a la arena, con valentía. Sinceramente creo que los frutos los veremos pronto, el caminó comenzó a andarse.
Pero estos americanos son muy raros, y aprovechan las convocatorias de elecciones para someter a sufragio leyes que consideran importantes. En estos comicios se votaba sobre 153 propuestas en 36 estados. La verdad es que muy heterogéneas, desde once de ellas que preguntaban sobre la apertura de casinos, a otras tres sobre la prohibición del matrimonio homosexual.
Yo estaba especialmente atento a una batalla que creí perdida —hombre de poca fe—, fundamentalmente por la desproporción de medios: la proposition 8 en California. Estos benditos, pretendían volver a introducir en la constitución del Estado que «sólo el matrimonio entre un hombre y una mujer es válido o reconocido en California», esta simple adición deja fuera de la ley los innumerables intentos para reconocer el gaymonio. En Arizona y Florida, terminado el escrutinio, han salido adelante las propuestas, se protege el matrimonio entre hombre y mujer, uniéndose a otros 26 estados que ya habían aprobado leyes de protección de la familia en las elecciones de 2000 y 2004; en Arkansas además se protege la adopción, limitándola a parejas casadas (por lo tanto los artificios que utilizaba el lobby gay quedan también fuera de la ley).
Sin embargo el caso de California era singular. Por un lado, la Prop 8, como se la conoce, era una iniciativa ciudadana, promovida por distintas plataformas agrupadas en la ProtectMarriage.com. Por otro lado era el segundo asalto. Sorpresivamente se ganó en 2004 (con el 61%) una iniciativa similar —la Prop 22—, pero mediante prácticas de filibusterismo leguleyo (que os ahorro), fue obviada y se aprobó la ley que reconocía el matrimonio entre personas del mismo sexo.
La batalla era desigual, se tenía a la clase política en contra, a los medios de comunicación en contra, a la farándula ( Spielberg y Brad Pitt encabezan la lista de donantes al movimiento No Prop 8) en contra; Google y Apple donan a la campaña contra al Prop 8 un cuarto de millón de dólares. Cuatro años de machaque continuo, de una campaña sistemática para normalizar.
En medio de la intolerancia, e incluso violencia física, del lobby gay destacan los actos heroicos, unas veces anónimos, otras con trascendencia como la del obispo Soto. Al buen hombre le invitan a la National Association of Catholic Diocesan Lesbian and Gay Ministries (creo que no necesita traducción), y con un par, decide acudir a explicar la postura de la Iglesia. Ya sabemos cómo se las gastan los del lobby cuando están agrupados —por ejemplo en 1973, con técnicas propias de la mafia, consiguen que en contra de la opinión de la práctica unanimidad de los psiquiatras se redefina el concepto de homosexualidad—.
Pues Soto se presenta y les suelta un discurso para enmarcar. La prensa lo tituló It is sinful —Es pecado—, pero se quedaron en la superficie. Es un canto al amor, a la castidad, a la visión positiva de la persona, a que un homosexual es un buen cristiano pero la práctica de la homosexualidad no lo es. El estado de shock de la audiencia obligó al moderador a pedir perdón: no sabía lo que iba a decir el obispo, llegó a balbucear.
Escribo esto con un 91% del voto escrutado: 4.922.675 (52%) apoyan la Prop 8, 4.577.453 están en contra. Y aunque los representantes del lobby gay piden prudencia, creen que ese 9% les dará la victoria, ya han declarado esta jornada como día de la rabia (tendremos que prepararnos para recibir con la acostumbrada saña que estilan).
De confirmarse esta increíble noticia (en California ganó Obama con un 61%) crearía un precedente de que es posible la marcha atrás en las leyes contra la familia y la vida. Ya se está especulando si la ley es retroactiva a los gaymonios actuales.
La parte negativa es que no salieron adelante las propuestas de limitación del aborto. Pero la semilla está plantada. Hace más de cien años el partido Demócrata era el partido de la esclavitud, del Sur que se levantó contra el Republicano Abraham Lincoln. Hoy vuelve a estar, como toda la progresía, en contra de los débiles, de los desfavorecidos. Esta guerra cultural también la perderán.
Y parafraseando a Donoso Cortés, que el mal venza es lo natural, que lo haga el bien es sobrenatural. Pongamos los medios.
6 de noviembre de 2008
En incrédulas épocas: Credo. Vivaldi (RV 586)
Credo setting of Vivaldi's RV 586
No hay más datos.
A Oliveira Salazar
blanca la mano sobre el libro abierto,
la soledad fecunda del desierto,
camastro pobre, ayuno, verbo orante.
Algo de bravo caballero andante
que en sueños vive y a la vez despierto,
algo de asceta con el gesto yerto
o la sonrisa apenas anhelante.
No discute la patria, la defiende
de la usura sin rostros humanados,
cuando las hoces siegan los sembrados,
y al trigo blanco que del cáliz pende.
Para sí nada quiere, porque entiende
al poder como oficio de abnegados.
El cetro con la cruz van hermanados:
sólo el bullicio al gobernante ofende.
La nación es su casa solariega,
ese hogar lusitano junto al río,
su cátedra, su claustro, el labrantío.
Es el imperio de la fe andariega.
Señor de la mesura a quien no ciega
el aplauso mundano del gentío.
Sacrificio es mandar, pero el bajío
remonta al agua si el amor navega.
Tiene su acción el tono esponsalicio
de los antiguos reyes medievales,
sabedor de las normas teologales,
primero en el deber y en el servicio.
Tiene acaso en Platón su natalicio
en la aldea cristiana sus puntales,
el color de las frondas terrenales
la viril inflexión del epinicio.
Siempre de pie lo vieron en Lisboa
jerárquico en la acción y en el sosiego
entre Guinea, Mozambique y Goa.
Quieto el sol sobre Fátima se afila,
quietud de un pueblo en paz y sin trasiego.
Silencio todos: Salazar vigila."
Herejes (11)
Por Gilbert K. Chesterton
XI. La ciencia y los salvajes
Un hombre puede entender de astronomía sólo si es astrónomo; puede entender de entomología sólo si es entomólogo (o, tal vez, insecto). Pero un hombre puede entender mucho de antropología por el hecho de ser, meramente, hombre. Él es el animal al que dedica su estudio. De ahí surge el hecho que se da por todas partes en las investigaciones sobre etnología y folclore: el mismo espíritu frío y distante que logra el éxito en la investigación sobre astronomía o botánica, sólo logra desastres en el estudio de la mitología o los orígenes del hombre. Hace falta dejar de ser hombre para hacer justicia a un microbio; pero no es necesario dejar de ser hombre para hacer justicia a los hombres. Esa misma supresión de simpatías, ese mismo apartar las intuiciones o las corazonadas que hacen que los hombres sean preternaturalmente aptos para abordar el estudio del estómago de una araña, es lo que los hace preternaturalmente incapaces para el estudio del corazón del hombre.
Para entender la humanidad se vuelven inhumanos. Muchos hombres de ciencia se jactan de su ignorancia del otro mundo, pero en este asunto su defecto se pone en evidencia, no a partir de su ignorancia del otro mundo, sino de su ignorancia de éste. Pues los secretos de los que se ocupan los antropólogos se aprenden mejor, no a partir de libros o viajes, sino a partir de la relación habitual de unos hombres con otros. El secreto de por qué algunas tribus salvajes adoran a los monos, o la luna, no se descubre siquiera viajando al encuentro de esos salvajes y tomando nota de sus respuestas, por más que el más inteligente de los hombres decida seguir esa vía. La respuesta a ese enigma se halla en Inglaterra; se halla en Londres. Mejor aún, se halla en su propio corazón.
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La Cristiandad, una realidad histórica (6)
por el R.P. Alfredo Sáenz, S.J.
El arte de la Cristiandad
Durante mucho tiempo se consideró el arte medieval como un arte decadente. Grave error. La Edad Media fue una de las épocas en que el arte resplandeció con mayor fulgor. Y conste que al afirmar esto no pensamos tan sólo en los artistas en sentido estricto. La sociedad, en su conjunto, vivió en un ambiente de belleza. Como afirma Huizinga, la estética de la existencia se mostraba en el aspecto cotidiano de la ciudad y del campo. Ya el mismo modo de vestir, con tanta diversidad de telas, colores, gorras y caperuzas, confería a los distintos estamentos de la sociedad un marco externo de hermosura y dignidad, que permitía percibir tanto las diferentes dignidades cuanto las delicadas relaciones entre los amigos y los enamorados. La estética de las emociones no se restringía a las alegrías y dolores del nacimiento, el matrimonio y la muerte, en que el espectáculo estaba impuesto por las circunstancias especiales. Todo lo que se refería al valor, el honor y el amor, era considerado a través de formas bellas y estilizadas (cf. El otoño de la Edad Media… 85-88).
En la presente conferencia analizaremos las diversas manifestaciones del arte en la Edad Media, pero lo haremos a la luz de la catedral, punto de partida y lugar de retorno de todas las expresiones estéticas que impregnaron de belleza la Cristiandad medieval.
Juan Donoso Cortés: Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo (15)
Capítulo VIII
Antes de poner término a este libro, me parece conveniente interrogar así a la escuela liberal como a las socialistas sobre lo que piensan acerca del mal y del bien, del hombre y de Dios, problemas temerosos con que tropieza forzosamente la razón al darse cuenta a sí propia de los grandes problemas religiosos, políticos y sociales.
Por lo que hace a la escuela liberal, diré de ella solamente que en su soberbia ignorancia desprecia la teología, y no porque no sea teológica a su manera, sino porque, aunque lo es, no lo sabe. Esta escuela todavía no ha llegado a comprender, y probablemente no comprenderá jamás, el estrecho vínculo que une entre sí las cosas divinas y las humanas, el gran parentesco que tienen las cuestiones políticas con las sociales y con las religiosas, y la dependencia en que están todos los problemas relativos al gobierno de las naciones, de aquellos otros que se refieren a Dios, legislador supremo de todas las asociaciones humanas.
La escuela liberal es la única que entre sus doctores y maestros no tiene ningún teólogo; la absolutista los tuvo, los levantó muchas veces a gobernadores de los pueblos, y los pueblos crecieron, durante su gobernación, en importancia y poderío. La Francia no olvidará nunca el gobierno del cardenal de Richelieu, afamado y glorioso entre los más gloriosos y afamados de la Monarquía francesa. El lustre del gran cardenal es tan limpio que afrenta al de muchos reyes, y su resplandor tan soberano que no padeció eclipse por el advenimiento al trono de aquel rey gloriosísimo y potentísimo a quien la Francia en su entusiasmo y la Europa en su asombro llamaron a un tiempo mismo el Grande. Cardenales y teólogos fueron Jiménez de Cisneros y Alberoni, los dos ministros más grandes de la Monarquía española: el nombre de aquél está gloriosa y perpetuamente asociado al de la reina más esclarecida y al de la mujer más insigne de nuestra España, famosa entre las gentes por sus insignes mujeres y sus esclarecidas reinas; el segundo es grande en la Europa por la grandeza de sus designios y por la agudeza y la sagacidad de su prodigioso ingenio. Nacido aquél en los dichosos días en que los altos hechos de esta nación la levantaron sobre la dignidad de la Historia, encumbrándola hasta la altura y la grandiosidad de la epopeya, gobernó con mano firme el gran bajel del Estado; y poniendo en silencio a la tripulación turbulentísima que iba con él, le llevó por mares inquietos a otros más apacibles y tranquilos, en donde hallaron el bajel y el piloto quieta paz y sosegada bonanza. Venido el segundo en aquellos tiempos miserables en que iba desdeñándose ya la majestad de la Monarquía española, estuvo a punto de volverla su antigua majestad y poderío, haciéndola pesar gravemente en la balanza política de los pueblos europeos.
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5 de noviembre de 2008
Obama y las marcas del Anticristo
por Eulogio López
Enviado por Aldo H. Delorenzi
Hispanidad, miércoles, 05 de noviembre de 2008
Se que el título de este artículo no me va a traer muchas simpatías, pero eso es lo bueno de hacerse viejo -o sea, mayor-: cada día que pasa preocupa menos el efecto que producen las palabras y más el motivo que las provoca.
Barack Obama ha vencido en las elecciones norteamericanas y lo ha hecho por goleada: con una participación holgada, triunfal, inhabitual en Estados Unidos. Los demócratas tendrán ahora la Presidencia, el Congreso, el Senado, 7 de las 11 gobernadurías en juego, a Hillary Clinton y, sobre todo, un apoyo popular como no ha disfrutado ningún presidente norteamericano, al menos desde la II Guerra Mundial. Es como un Zapatero, tan rencoroso y triste, pero a lo grande, presidente de la primera potencia del mundo.
Y esto es lo peligroso. Porque Obama es un iluminado que no se conforma con cambiar Estado Unidos: quiere cambiar el mundo entero. Es decir, quiere mandar sobre el mundo entero. Lo repiten como cotorras una progresía rendida a sus pies. Cuando hablo de las marcas del Anticristo me refiero a dos aspectos: será un hombre aclamado como un salvador por la mayoría de la humanidad todo el mundo, será una pacifista, será un globalizador, será un relativista, será un sincretista, un verdadero lobo vestido de cordero. Y, sobre todo, un hombre ensoberbecido, al que le cuesta horrores sonreír.
El nuevo presidente de los Estados Unidos es un retórico, con buena música y letra equívoca, al que se hace necesario interpretar. Por ejemplo, cuando habla de la nueva América uno piensa en la vieja Europa, decadente y relativista. Donald Rumsfeld es un personaje retorcido y peligroso, pero su definición de la Vieja Europa hirió tanto en Bruselas porque era horriblemente cierta.
Otra de las marcas del Anticristo se refleja en la obsesión anti-Palin que, además, ha sabido sembrar en todo el mundo. Palin representaba la creencia en una serie de principios, mientras Obama es un relativista. Y es verdad que los relativistas cambian, continuamente, al ritmo de sus propios caprichos.
Obama lo tenía chupado con McCain, porque si Obama da miedo McCain da pena, y unas elecciones no se ganan proporcionando lástima y hablando de las cicatrices del pasado sino de los planes de futuro. Todo el Nuevo Orden se conjuró, no contra McCain, sino contra los principios de Sarah Palin. Las multinacionales de la información repetían, una y otra vez, que el riesgo de que ganara McCain consistía en que se nos muriera a los pocos meses, dejando a Palin como presidenta. En verdad, ése era el temor.
Los papanatas progres repiten que Obama ha ganado por su proyecto económico. ¡Cielo Santo!, ¿de qué proyecto hablamos? Del Proyecto Bush.McCain dudó, Pal
Otra de las marcas del Antricristo es la apostasía general, pero, ojo, no será una apostasía materialista como imaginan algunos milenarios ingenuos. Será una vuelta al paganismo sincretista del Viejo Imperio romano. Como Obama. Insisto: la Cristofobia actual no trata de destruir a la Iglesia, sino de conquistarla. Obama seguirá asistiendo a sermones con mucha marcha, cuanto más esotéricos mejor. El materialismo es tan inconsistente que no puede convencer a nadie con dos dedos de frente, o al menos a nadie nacido que no fuera adulto en 1968. No, la marca del Anticristo no es el ateísmo sino el panespiritualismo, la “new age” de Obama. Nada mejor para concretar esto que los dos personajes que le rodean: su vicepresidente, Joe Biden, católico por el derecho a decidir y la presidenta del Congreso, Nancy Pelosi, una católica -millonaria, naturalmente- con una macedonia mental en la cabeza, y muy mala uva en las manos. Lo demostró cuando, a pesar de la prohibición de los obispos norteamericanos, utilizó una fila lateral para ir a comulgar durante la multitudinaria Eucaristía de Benedicto XVI en Nueva York.
McCain cerró su lamentable campaña pidiendo que Dios salvara a América. Habrá que ampliar las preces con Obama: que Dios salve al mundo entero. Este hombre es un peligro. Y sí, lleva las marcas del Anticristo. La primera de ellas, la tristeza; la segunda, el orgullo; la tercera, el resentimiento.
Por lo demás, es un tipo muy brillante.
Eulogio López
Sobre la Dificultad de Creer Hoy
por Josef Pieper
Lo complicado de toda discusión sobre argumentos y contraargumentos en el terreno de la fe se explica porque la fe, estrictamente considerada, no se apoya en argumentos, al menos en formulables argumentos objetivos, ni tampoco, por consiguiente, puede ser inquietada por tales argumentos. Naturalmente es éste un modo un tanto equívoco de expresarse; pero la cuestión es, precisamente, complicada en grado extremo. De una parte, la fe no acontece, cuando versa sobre correcto objeto, así porque si: eso es evidente. De otra parte decidirse a creer no es simplemente consecuencia de una argumentación. Jamás se ve uno forzado a creer algo así como en razón de las leyes de la lógica. Dada su naturaleza, la fe no es justamente competente consecuencia de premisas. Si yo hago una cuenta, no puedo hacer otra cosa, de buenas a primeras, que reconocer el resultado; sencillamente, ni puedo, ni me sale oponer resistencia al conocimiento verdadero que allí se me muestra. Pero al creyente no se le muestra precisamente el hecho aceptado al creer; no está forzado en modo alguno por la verdad. Allí se da más bien la credibilidad de otro: precisamente de aquel que me asegura haberse producido lo que él dice. Es cierto que esa credibilidad puede comprobarse hasta cierto punto. De todas formas, pueden darse tantas razones en favor de la credibilidad de un testigo que sería imprudente y, por lo demás, quizá incluso incorrecto no creerle. Y sin embargo, no he de hacer eso, no he de creerle sólo por eso. Entre la clara y consecuente intuición de la credibilidad de un hombre, de una parte, y la confianza y fe que realmente le muestro, de otra, se da un acto voluntario, totalmente libre, al que nada ni nadie me pueden forzar, como tampoco se me puede imponer el que ame a una persona, por muy convincente y concluyentemente que se me haya puesto ante los ojos la conveniencia de amarla. Se puede admitir «de mala gana» que algo es así o ha ocurrido así, pero ni se puede amar de mala gana ni tampoco creer. Esto se encuentra ya en San Agustín en su comentario al Evangelio de San Juan: nemo credit nisi volens, nadie cree sino voluntariamente. Dado, por tanto, que la fe, por naturaleza, reposa en la libertad y surge de la libertad, es como por lo demás lo es también el, nada religioso, dar crédito a otro en la ordinaria convivencia un fenómeno indescifrable en un sentido específico, algo emparentado y vecino al menos del misterio.
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El Papa San Pío X: Memorias (8)
por S.E.R. Cardenal Rafael Merry del Val
Si a esta paterna solicitud en todos los casos de sufrimiento o de desgracia que tenía ocasión de conocer, añadimos la generosa ayuda de su dictamen y consejo, aun en aquellas cuestiones que, aparentemente, carecían de importancia para los no directamente nteresados, la ayuda material y generosas limosnas que dispensaba, tanto en público como en privado, y su extrema delicadeza para los sentimientos de aquellos a quienes favorecía, se comprenderá perfectamente por qué no podrá ser nunca olvidada aquella "bondad" de Pío X y por qué tantas personas se limitan a ensalzar sólo esta visible muestra de su personalidad que tan verdaderamente reflejaba el amor de su Divino Maestro.
Pero sería un gran error creer que esta característica tan atrayente de Pío X le retratara plenamente o resumiera sus dotes y cualidades, nada más lejos de la verdad. Al lado de esta "bondad", y felizmente combinada con la ternura de su corazón paternal, poseía una indomable energía de carácter y una fuerza de voluntad que podrían testificar sin vacilación los que realmente le conocieron, aunque, en más de una ocasión, sorprendiera y aun causara extrañeza a aquellos que tan sólo habían tenido ocasión de experimentar su delicadeza y reserva habituales. Mantenía un absoluto señorío de sí y dominaba los impulsos de su ardiente temperamento. No vacilaba en ceder en asuntos que no consideraba esenciales, y aun estaba dispuesto a considerar y aceptar la opinión de otros si ello no implicaba riesgo de un principio; pero no había en él ninguna debilidad.
Cuando surgía alguna cuestión en la que se hacía necesario definir y mantener los derechos y libertad de la Iglesia, cuando la pureza e integridad de la verdad católica requerían afirmación y defensa o era preciso sostener la disciplina eclesiástica contra la relajación o la influencia mundanas, Pío X revelaba entonces toda la fuerza y energía de su carácter y el intrépido valor de un gran Pontífice consciente de la responsabilidad de su sagrado ministerio y de los deberes que creía tenía que cumplir a toda costa. Era inútil, en tales ocasiones, que nadie tratara de doblegar su constancia; toda tentativa de intimidarle con amenazas o de halagarle con especiosos pretextos o recursos meramente sentimentales, estaba condenada al fracaso.
En tales casos, al cabo de muchos días de reflexión y noches en vela, solía yo verle con una mano extendida sobre la mesa, que iba cerrando poco a poco hasta apretar el puño; entonces, levantando la cabeza, con una mirada severa y decidida en sus ojos, habitualmente tan serenos y tranquilos, me expresaba su resolución definitiva o me daba su juicio en frases breves y mesuradas. Sin necesidad de más palabras, ya sabía uno a que atenerse...
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(este capítulo fue "escaneado" por el Cruzamante y la "Cruzamantita", su "petite fille", quien afirma haber hecho de "obra de mano barata").
4 de noviembre de 2008
El Pensamiento de la Revolución Nacional (3)
por el Dr. Antonio de Oliveira Salazar
Política de verdad
Política de sacrificio
Política Nacional
Política de verdad, política de sacrificio, política nacional. He ahí lo que se ha hecho y lo que entiendo que apoyáis en vuestro mensaje. Si me lo permitís, sin embargo, voy a desarrollar algo más nuestro común pensamiento.
Política de verdad
Al igual que la vida social, la política y la administración pública deben apoyarse en la verdad. Por temperamento, por convicción, por imperativo de mi conciencia, defiendo esta forma de dirigir y administrar. Sin embargo, la política de verdad impone a los gobernantes deberes para con la Nación; impone deberes a la Nación para con los gobernantes; impone deberes al legislador en la elaboración de las leyes y a los servicios en su forma de ejecución.
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4 de Noviembre, Festividad de San Carlos Borromeo, Obispo y Confesor
Entre los grandes hombres de la Iglesia que, en los días turbulentos del siglo XVI, lucharon por llevar a cabo la verdadera reforma que tanto necesitaba la Iglesia y trataron de suprimir, mediante la corrección de los abusos y malas costumbres, los pretextos que aprovechaban en toda Europa los promotores de la falsa reforma, ninguno fue, ciertamente, más grande ni más santo que el cardenal Carlos Borromeo. Junto con San Pío V, San Felipe Neri y San Ignacio de Loyola, es una de las cuatro figuras más grandes de la contrareforma. Era un noble de alta alcurnia. Su padre, el conde Gilberto Borromeo, se distinguió por su talento y sus virtudes. Su madre, Margarita, pertenecía a la noble rama milanesa de los Médicis. Un hermano menor de su madre llegó a ceñir la tiara pontificia con el nombre de Pío IV. Carlos era el segundo de los varones entre los seis hijos de una familia. Nació en el castillo de Arona, junto al lago Maggiore, el 2 de octubre de 1538. Desde los primeros años, dió muestras de gran seriedad y devoción. A los doce años, recibió la tonsura, y su tío, Julio Cesar Borromeo, le cedió la rica abadía benedictina de San Gracián y San Felino, en Arona, que desde tiempo atrás estaba en manos de la familia. Se dice que Carlos, aunque era tan joven, recordó a su padre que las rentas de ese beneficio pertenecían a los pobres y no podían ser aplicadas a gastos seculares, excepto lo que se emplease en educarle para llegar a ser, un día, digno ministro de la Iglesia. Despúes de estudiar el latín en Milán, el joven se trasladó a la Universidad de Pavía, donde estudió bajo la dirección de Francisco Alciati, quien más tarde sería promovido al cardenalato a petición del santo. Carlos tenía cierta dificultad de palabra y su inteligencia no era deslumbrante, de suerte que sus maestros le consideraban como un poco lento; sin embargo, el joven hizo grandes progresos en sus estudios. La dignidad y seriedad de su conducta hicieron de él un modelo de los jóvenes universitarios, que tenían la reputación de ser muy dados a los vicios. El conde Gilberto sólo daba a su hijo una parte mínima de las rentas de su abadía y, por las cartas de Carlos, vemos que atravesaba frecuentemente por periodos de verdadera penuria, pues su posición le obligaba a llevar un tren de vida de cierto lujo. A los veintidós años, cuando sus padres ya habían muerto, obtuvo el grado de doctor. En seguida retornó a Milán, donde recibió la noticia de que su tío el cardenal de Médicis había sido elegido Papa en el cónclave de 1559, a raíz de la muerte de Pablo IV.
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Introducción al libro Mero Cristianismo
por C.S. Lewis
C.S. Lewis (1898-1963), en su libro "Mero Cristianismo" (*) se define como un laico ordinario de la Iglesia de Inglaterra, que cree que el mejor -y tal vez el único- servicio que puede prestar a su prójimo no creyente es exponer la fe que ha sido común a casi todos los cristianos de todos los tiempos; lo que él llama "mero cristianismo". Su intención no es presentarlo como una alternativa a los credos de las confesiones cristianas, sino destacar lo mucho que éstas comparten frente a lo que todavía hoy las separa. Por gentileza de Ediciones Rialp, presentamos en Editorial Mandruvá la edición electrónica del prefacio de este libro que refleja en todo su esplendor la profundidad y agudeza del pensamiento de C. S. Lewis, así como su rara capacidad para "conectar" con sus oyentes.
Prefacio
El contenido de este libro fue primero emitido por la radio y después publicado en tres partes separadas: Argumento a favor del cristianismo (1942), Comportamiento cristiano (1943) y Más allá de la personalidad (1944). En la versión impresa añadí algunas cosas a lo que había dicho ante los micrófonos, pero aparte de esto dejé el texto más o menos como estaba. Una «charla» por la radio debe asemejarse tanto como sea posible a una charla auténtica, y no a un ensayo leído en voz alta. En mis alocuciones, por tanto, utilicé todas las contracciones y coloquialismos que normalmente utilizo en la conversación. Y cuando en las charlas había acentuado la importancia de una palabra por el énfasis de mi voz, la escribía en letra cursiva. Ahora me inclino a pensar que esto es un error, un híbrido indeseable entre el arte de hablar y el arte de escribir. Un conversador debe utilizar las variaciones de la voz a guisa de énfasis porque su medio se presta naturalmente a ese método, pero un escritor no debe valerse de la cursiva para el mismo fin. Tiene sus medios propios y distintos de resaltar las palabras clave y debe utilizarlos. En esta edición he expandido las contracciones y reemplazado la mayoría de las palabras en cursiva redactando nuevamente las frases cuando ha sido preciso, pero sin alterar, espero, el tono «popular» o «familiar» que siempre había sido mi intención utilizar. También he añadido o suprimido allí donde pensé que comprendía una parte de mi tema mejor que diez años atrás, o donde sabía que la versión original había sido mal comprendida por algunos.
El lector debe quedar advertido de que no ofrezco ayuda alguna a aquellos que dudan entre dos «denominaciones» cristianas. No seré yo quien le diga si debe convertirse en un anglicano, un católico, un metodista o un presbiteriano. Esta omisión es intencionada (incluso en la lista que acabo de dar el orden es alfabético). No hay misterio acerca de mi propia posición. Soy un laico ordinario de la Iglesia de Inglaterra, ni muy «alto» ni muy «bajo», ni ninguna otra cosa en especial. Pero en este libro no intento atraer a nadie a mi propia posición. Desde que me convertí al cristianismo he pensado que el mejor, y tal vez el único, servicio que puedo prestar a mis prójimos no creyentes es explicar y defender la creencia que ha sido común a casi todos los cristianos de todos los tiempos. Tenía más de una razón para pensar esto. En primer lugar, las cuestiones que separan a los cristianos unos de otros a menudo implican temas de alta teología o incluso de historia eclesiástica que nunca deberían ser tratados salvo por auténticos expertos. Yo habría estado fuera de mi jurisdicción en ese terreno: más necesitado de ayuda que capacitado para ayudar a otros. En segundo lugar, creo que debemos admitir que las discusiones sobre estos disputados temas no tienden en absoluto a atraer a un «forastero» a la congregación cristiana. Mientras hablemos y escribamos sobre ellas es mucho más probable que lo disuadamos de ingresar en cualquier comunión cristiana que lo atraigamos a la nuestra. Nuestras divisiones jamás deberían ser discutidas salvo en presencia de aquellos que ya han llegado a creer que hay un solo Dios y que Jesucristo es Su único Hijo. Finalmente, tuve la impresión de que tenemos muchos más, y más talentosos, autores ya dedicados a esos temas controvertidos que a la defensa de lo que Baxter llama el «mero» cristianismo. Aquella parte del terreno en la que pensé que podía servir mejor era también la parte que me pareció más desatendida, y allí naturalmente me dirigí.
Surrealismo
Diálogos (IM)pertinentes
por el Dr. Aníbal D’Ángelo Rodríguez— El Maestro: No es la primera vez que lo hacen y me atrevo a vaticinar que no será la última.
— El Discípulo: Maestro, como no conocía la palabra “surrealista”, busqué en el diccionario y allí me informé de que el surrealismo es un movimiento literario y artístico que prosperó entre la segunda y la tercera décadas del siglo pasado. Quedé asombrado. ¿Es verdad que Cabildo pertenece a ese movimiento?
— El Maestro: Un poco difícil porque el surrealismo, al menos el literario, desapareció en la segunda mitad del siglo XX. Pero no es por ahí por donde tienes que indagar. En las intenciones de sus epígonos, el movimiento quería superar la razón burguesa, por eso se llamaba “suprarrealismo”: estaba por encima de la forma de entender la realidad por una razón, la burguesa, cuya época tocaba a su fin.
— El Discípulo: Maestro ¿y qué es la razón burguesa?
— El Maestro: Muy buena pregunta, pero tendrías que hacérsela a Eluard, a André Breton o a cualquiera de los surrealistas que combatían contra ese sujeto —la razón burguesa— que nunca terminaron de definir. El surrealismo fue un movimiento de izquierda, aunque en la década del treinta sufrió una escisión que alejó a los comunistas más politizados como el famoso Aragón. Bueno, los surrealistas no sabían o no podían identificar a ese enemigo, la razón burguesa, lo mismo que los socialistas de todos los pelajes son incapaces de definir con precisión a su principal enemiga, la clase burguesa.
— El Discípulo: Bien, Maestro, pero ¿por qué llama “Página/12” una revista surrealista a “Cabildo”?
— El Maestro: Los escribas de ese diario son periodistas. Entonces saben de todo un poco, pero en general muy poco de todo. Usan el sentido vulgar de la palabra, que quiere decir “irreal, alejado de la realidad”. La Academia Española, hasta la vigésima primera edición de su Diccionario —que es la que tengo— no acepta este significado que poco, aunque algo, tiene que ver con el de los fundadores del movimiento. Los cuales, como te he dicho, no se proponían romper con la realidad sino con “la interpretación burguesa de lo real”. Por eso los pintores surrealistas —Chirico, Magritte, Dalí— pintaron cosas que deformaban la realidad y por eso en el cine se intentaron también argumentos e imágenes que pretendían prescindir de lo real, “al menos en la forma en que la burguesía lo pintaba”.
En síntesis, querido discípulo y amigo, acusarnos de surrealistas es, para “Página/12”, una forma de pintarnos como una especie de extraterrestres o de seres que viven en una burbuja en la que la realidad no entra.
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