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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

13 de septiembre de 2008

VII Arquetipo: Santa Teresa de Jesús


Por el R.P. Alfredo Sáenz. S.J.


El 28 de septiembre de 1970, el papa Pablo VI declaró a Santa Teresa, Doctora de la Iglesia Universal. No fue un acto que llamase en exceso la atención a no ser por el hecho de haberse elegido por vez primera a una mujer para esa dignidad.

Decimos que no fue extraño por cuanto en la praxis de la Iglesia ya era considerada como una auténtica maestra del espíritu, la Doctora mística, según se la llamaba. La misma oración de su fiesta litúrgica nos invitaba a «alimentarnos de su doctrina celestial». En 1922, la Universidad de Salamanca le había conferido el Doctorado honoris causa en Teología, y la reina Victoria, esposa de Alfonso XIII, había colocado en su estatua una insignia y birrete académicos, como ya aparecía ornada en no pocas imágenes suyas. Antes incluso, en 1910, San Pío X, en una carta al General de los Carmelitas, le había hecho notar que lo que los Padres de la Iglesia enseñaban confusamente y al margen de cualquier tipo de sistema, esta santa lo había reducido con suma maestría y elegancia a un cuerpo de doctrina, llegando a decir el mismo Papa en 1914:

«Fue tan a propósito esta mujer para la formación cristiana, que en poco o en nada cede a Padres y Doctores de la Iglesia».

Como se ve, la resolución de Pablo VI por la que entronizó a Santa Teresa en la galería de los Doctores de la Iglesia no resulta nada chocante. En la homilía de la Misa en que la proclamó tal, dijo que su acto se unía al reconocimiento general que le había conferido el pueblo cristiano a lo largo de siglos:

«Todos reconocíamos, podemos decir que con unánime consentimiento, esta prerrogativa de Santa Teresa de ser madre y maestra de las personas espirituales... El consentimiento de la adición de los santos, de los teólogos, de los fieles y de los estudiosos se lo había ganado ya. Ahora lo hemos confirmado Nosotros, a fin de que, nimbada por este título magistral, tenga en adelante una misión más autorizada que llevar a cabo dentro de su Familia religiosa, en la Iglesia orante y en el mundo, por medio de su mensaje perenne y actual: el mensaje de la oración».

Pareció, pues, un merecido broche de oro cuando, en la ceremonia oficial, luego que un Prelado español leyó las alabanzas que Santa Teresa había recibido de Papas y maestros, Pablo VI agregó: «Por lo tanto, declaramos a Santa Teresa de Jesús, virgen de Avila, Doctora de la Iglesia Universal».


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Juan Donoso Cortés: Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo (4)


Capítulo IV

El Catolicismo es amor


Entre la Iglesia católica y las otras sociedades derramadas por el mundo hay la misma distancia que entre las concepciones naturales y las sobrenaturales, entre las humanas y las divinas.

Para el mundo pagano la sociedad y la ciudad eran una cosa misma. Para el romano la sociedad era Roma; para el ateniense, Atenas. Fuera de Atenas y de Roma no había más que gentes bárbaras e incultas, por su naturaleza agrestes e insociables. El cristianismo reveló al hombre la sociedad humana; y como si esto no fuera bastante, le reveló otra sociedad mucho más grande y excelente, a quien no puso en su inmensidad ni términos ni remates. De ella son ciudadanos los santos que triunfan en el cielo, los justos que padecen en el purgatorio y los cristianos que combaten en la tierra.

Léanse atentamente una por una todas las paginas de la historia; y después de haberlas leído, y después de haberlas meditado todas, se verá con asombro que esa concepción gigantesca viene sola, y que viene sin aviso, sin antecedente ninguno; que viene como una revelación sobrenatural, comunicada al hombre sobrenaturalmente. El mundo la recibió de un golpe, y no la vio venir; como quiera que, cuando la vio, ya era venida. La vio con una sola iluminación y con una simple mirada. ¿Quién, sino Dios, que es amor, podía haber enseñado a los que combaten aquí que están en comunión con los que padecen en el purgatorio y con los que triunfan en el cielo? ¿Quién, sino Dios, pudo unir con amorosa lazada a los muertos y a los vivientes, a los justos, a los santos y a los pecadores? ¿Quién, sino Dios, pudo poner puentes en esos inmensos océanos?

La ley de la unidad y de la variedad, esa ley por excelencia, que es a un mismo tiempo humana y divina, sin la cual nada se explica y con la cual se explica todo, se nos muestra aquí en una de sus más portentosas manifestaciones. La variedad está en el cielo, porque el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres personas; y esa variedad va a perderse, sin confundirse, en la unidad, porque el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, y Dios es uno. La variedad está en el paraíso, porque Adán y Eva son dos personas diferentes; y esa variedad va a perderse, sin confundirse, en la unidad, porque Adán y Eva son la naturaleza humana, y la naturaleza humana es una. La variedad está en Nuestro Señor Jesucristo, porque en Él concurren, por una parte, la naturaleza divina y por otra, la naturaleza corpórea, y la espiritual en la naturaleza humana; y la naturaleza corpórea y la espiritual y la divina van a perderse, sin confundirse, en Nuestro Señor Jesucristo, que es una sola persona. La variedad, por último, está en la Iglesia que combate en la tierra, y padece en el purgatorio, y triunfa en el cielo, y esa variedad va a perderse, sin confundirse, en Nuestro Señor Jesucristo, cabeza única de la Iglesia universal, el cual, considerado como Hijo único del Padre, es, como el Padre, el símbolo de la variedad de las personas en la unidad de la esencia, así como en calidad de Dios hombre es el símbolo de la variedad de las esencias en la unidad de la persona; siendo considerado a un tiempo mismo como Dios hombre y como Hijo de Dios, el símbolo perfecto de todas las variedades posibles y de la unidad infinita.

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12 de septiembre de 2008

Educación y Política



Enviado por María Luz López Pérez (corresponsal española). Largo, pero esclarecido y esclarecedor.
Muchas gracias, una vez más.



Por José LOIS ESTÉVEZ.

Tomado de RAZÓN ESPAÑOLA, núm. 34, marzo 1989

I. LA EDUCACIÓN COMO FIN POLÍTICO

1. El credo pedagógico de filiación política.


Una de las concepciones más en boga sobre la educación está determinada por el propósito latente de convertirla en instrumento político.

Resulta una incidencia o un corolario de la tentación absolutista inherente a los incentivos psicológicos que mueven a los gobernantes.

El apetito de poder lleva, en efecto, a los políticos a organizar las cosas de tal modo que puedan asegurarse la mayor discrecionalidad y la perpetuación de su hegemonía. Pronto descubren que la inducción de hábitos, consubstancial a la educación, es la mejor arma que les cabe para conseguir ese objetivo primordial. Y la convierten, así, en el medio, más o menos solapado, para mantener el statu quo.

Tradición y conservadurismo son entonces sus tácitas consignas. El político, por supuesto, no se descara hasta el punto de hacer patentes los verdaderos móviles que lo impulsan. Impersonaliza sus hechos y los presenta en la sociedad como inspirados por la más aséptica conveniencia pública, aunque sea él —huelga decirlo— su infablible definidor e intérprete. Lo que se predica con profusión debidamente orquestado y aderezado por las sabias técnicas de los Ministerios de Información o Propaganda, es que la educación, para merecer este nombre, debe cumplir el cometido de hacer al ser humano útil en grado máximo al Estado o a la comunidad; pero, entre líneas, hay que leer —y los hechos lo prueban— que el hombre educado según las consignas políticas es el que se conduce con servil docilidad a los fines particularísimos que se han propuesto los gobernantes.

La teoría individualista de la educación, antipodalmente opuesta a la que estamos exponiendo, suele presentarse por los que mantienen este antagónico punto de vista, como una consagración del egoísmo y de las miras estrechas, mientras que su antítesis (la «teoría» defendida por ellos) representa el sentir altruista, noble y progresivo.
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Las gafas de Castellani


por Juan Manuel de Prada




Tengo un amigo porteño muy querido, Fabián Rodríguez Simón, lector omnívoro y librepensador recalcitrante, con quien me gusta enzarzarme en arduas (y broncas) disputas teológicas, cada vez que nos reunimos en Buenos Aires.


En cierta ocasión, mientras pasábamos revista a los grandes escritores católicos del siglo XX, de Chesterton a Lewis, de Bloy a Tolkien, mi amigo incorporó a la lista el nombre de un compatriota del que no tenía noticia (y eso que me precio de conocer a fondo la literatura argentina): Leonardo Castellani.

Confesé que jamás había oído hablar del tal Castellani; mi amigo, tras zaherirme y declararse escandalizado, me procuró unos cuantos libros suyos, repescados de los tumultuosos estantes de su biblioteca. Nunca se lo agradeceré bastante: Leonardo Castellani (Santa Fe, 1899-Buenos Aires, 1981) es un escritor extraordinariamente vigoroso, dotado por igual para la diatriba y el pensamiento sentencioso, la sátira y la exégesis bíblica, con un estilo que nace de manantiales cervantinos para discurrir, en arrebatado torrente, por todos los géneros: novela y ensayo, poesía y crítica literaria, cuento policial y artículo de prensa.

Apasionado polemista, formidable detractor de la modernidad, poeta con un áspero ramalazo profético, profeta con un ensimismado ramalazo lírico, Castellani es sobre todo un campeón de la ortodoxia, única forma posible de heterodoxia en nuestra época.

Disfruté como un enano leyendo a Castellani, y espero seguir disfrutando por mucho tiempo, pues localizar algunas de sus obras, de tan recónditas y postergadas por la desidia editorial, es tarea propia de sabuesos. En mi existencia de lector he saboreado muchos deslumbramientos; pero nunca el tamaño de ese deslumbramiento había sido tan gigantesco, en comparación con el diminuto reconocimiento de un autor.

Castellani se distinguió siempre por sostener –y no enmendar– aquellas posturas estéticas, filosóficas o religiosas que los repartidores de bulas del cotarro cultural han decidido anatemizar; y esta vocación felina de singularidad lo ha expulsado a esos arrabales de descrédito donde la moderna censura del pensamiento hegemónico sepulta a quienes tienen la gallardía de llevar la contraria sin desmayo. En honor a la verdad, esta condena en muerte no es demasiado diversa a la que padeció en vida: expulsado de la Compañía de Jesús, Castellani sufrió todo tipo de iniquidades y tropelías, hasta morir, viejo y achacoso, sin más refugio que su fe montaraz y la lealtad acérrima a sus dos vocaciones, tan íntimamente desposadas entre sí: la sacerdotal y la literaria.
Hace unos días, invitado por el Colegio Mayor Universitario San Pablo en Madrid, hablé a unos jóvenes del descubrimiento gozoso de Castellani. Descubrí entonces, con sorpresa y júbilo, que había entre ellos un par de argentinos que compartían mi devoción por aquel cura quijotesco y trabucaire. Ambos eran hijos de discípulos de Castellani, hombres que habían compartido las tribulaciones del maestro y lo habían acompañado en los años de la tribulación (que fueron casi todos), cuando apenas encontraba quien editara sus libros.

Uno de esos jóvenes, Mariano Jora, me confió que en su habitación guardaba, a modo de reliquia, las fatigadas gafas que Leonardo Castellani gastó en sus postrimerías, antes de cerrar los ojos, o de abrirlos a la única Gloria que persiguió en vida. Le rogué a Mariano, con secreto temblor y rendido alborozo, que me las mostrara; y Mariano corrió a su habitación para traérmelas.

Eran unas gafas de montura pobretona, unas gafas tan menesterosas que parecían como en parihuelas o cabestrillo, con las patillas flojas y liadas de esparadrapos costrosos. Eran las gafas de un hombre que vive en el alambre de la pura supervivencia, las gafas de un hombre que no tiene dinero para cambiárselas, las gafas de un hombre que ni siquiera piensa en cambiárselas, porque ha hecho de la pobreza su escuela, su avío, su consuelo, su nobleza, su más íntima sustancia. Me quedé mirándolas un largo rato, con emoción compungida, como si en aquellas gafas se cifrase una dolorosa enseñanza moral.

Y pensé que aquellas gafas casi mendicantes, testimonio de una vida de privaciones e infortunios, eran también la metáfora de una época miope que gasta a sus mejores hombres sin siquiera reparar en ellos, demasiado engolfada en modas y vanidades filibusteras. Pero está de Dios que Leonardo Castellani sea redescubierto: con que sólo una de las personas que lean este artículo rebusque sus libros y se asome a sus páginas, picada por el gusanillo de la curiosidad, seré el hombre más feliz de la Tierra.

12 de Septiembre, Festividad del Dulce Nombre de María


Ha sido Lucas en su evangelio quien nos ha dicho el nombre de la doncella que va a ser la Madre de Dios: "Y su nombre era María". El nombre de María, traducido del hebreo "Miriam", significa, Doncella, Señora, Princesa.

Estrella del Mar, feliz Puerta del cielo, como canta el himno Ave maris stella. El nombre de María está relacionado con el mar pues las tres letras de mar guardan semejanza fonética con María. También tiene relación con "mirra", que proviene de un idioma semita. La mirra es una hierba de África que produce incienso y perfume.

En el Cantar de los Cantares, el esposo visita a la esposa, que le espera con las manos humedecidas por la mirra. "Yo vengo a mi jardín, hermana y novia mía, a recoger el bálsamo y la mirra". "He mezclado la mirra con mis aromas. Me levanté para abrir a mi amado: mis manos gotean perfume de mirra, y mis dedos mirra que fluye por la manilla de la cerradura". Los Magos regalan mirra a María como ofrenda de adoración. "Y entrando a la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, lo adoraron y abriendo sus cofres, le ofrecieron oro, incienso y mirra". La mirra, como María, es el símbolo de la unión de los hombres con Dios, que se hace en el seno de María. Maria es pues, el centro de unión de Dios con los hombres. Los lingüistas y los biblistas desentrañan las raíces de un nombre tan hermoso como María, que ya llevaba la hermana de Moisés, y muy común en Israel. Y que para los filólogos significa hermosa, señora, princesa, excelsa, calificativos todos bellos y sugerentes.


EL NOMBRE Y LA MISION

En la Historia de la Salvación es Dios quien impone o cambia el nombre a los personajes a quienes destina a una misión importante. A Simón, Jesús le dice: "Tú te llamas Simón. En adelante te llamarás Kefá, Pedro, piedra, roca, porque sobre esta roca edificaré mi Iglesia". María venía al mundo con la misión más alta, ser Madre de Dios, y, sin embargo, no le cambia el nombre. Se llamará, simplemente, MARIA, el nombre que tenía, y cumple todos esos significados, pues como Reina y Señora la llamarán todas las generaciones. María, joven, mujer, virgen, ciudadana de su pueblo, esposa y madre, esclava del Señor. Dulce mujer que recibe a su niño en las condiciones más pobres, pero que con su calor lo envuelve en pañales y lo acuna. María valiente que no teme huir a Egipto para salvar a su hijo. Compañera del camino, firme en interceder ante su hijo cuando ve el apuro de los novios en Caná, mujer fuerte con el corazón traspasado por la espada del dolor de la Cruz de su Hijo y recibiendo en sus brazos su Cuerpo muerto. Sostén de la Iglesia en sus primeros pasos con su maternidad abierta a toda la humanidad. María, humana. María, decidida y generosa. María, fiel y amiga. María fuerte y confiada. María, Inmaculada, Madre, Estrella de la Evangelización.

11 de septiembre de 2008

En el día que se recuerda a Sarmiento



Este fué un país católico.
Forjado por la Espada y por La Cruz que España nos trajera y nos legara.
Pero tan grande es nuestra caída, que turbios personajes como el que hoy nos preocupa, ocuparon, (y ocupan), los puestos de Gobierno.
Si hay algún personaje siniestro, anticatólico, antihispano, de un descarado,visceral y ostensible odio a la Iglesia Católica, que me produzca un rechazo descarado, visceral y ostensible, (y eso que en estas tierras hemos visto y padecido ¡muuuchos! sujetos de de esa laya), es este insigne Hijo de... San Juan (provincia), que ningún santo lo apañaría.
Lo detesto cordialmente desde los 8 años, cuando mi maestro de 3º, el entonces Hermano Marista Remigio Sachs, nos leía los escritos del ilustre sanjuanino.Vaya desde aquí mi agradecimiento a aquel maestro que me abrió los ojos con sus lecturas y enseñanzas, con sus visitas guiadas al Museo Sarmiento, en las inmediaciones del Colegio, que a mi madre (santa mujer pero Maestra Normal) tantos disgustos y sobresaltos causó, a pesar que era bisnieta de uno de los lugartenientes del Chacho Peñaloza, lo que me hace mí tataranieto. (... y orgulloso).
Si algo caracterizó al caballero cristiano fue el ser protector de los desamparados, de los huérfanos y viudas.

Solamente en un país de lacayos y cipayos se puede rendir homenaje a estos sujetos.
Oigamos la opinión de D.F. Sarmiento: recordémoslo, por lo que dijo y predicó.
Para muestra, unos botones:
“Los sacerdotes son de baja extracción. Hay exceso, por lo que habrá que matarlos y expatriarlos”.(tomo 9 de sus Obras Completas)
(Las misiones jesuitas fueron) “misiones de maldición”.(tomo 38 de sus Obras Completas)
“El catolicismo es cruel, rencoroso, tiránico, perseguidor, expoliador y opresor de los débiles”.(tomo 48 de sus Obras Completas)
“Los milagros son un cuento del tío, se hacen siempre en la campaña entre gentes rudas y ante chicuelos que suelen ser tan taimados como los que acompañan a los rateros en Lourdes”.(tomo 48 de sus Obras Completas)
“Abajo el matrimonio católico, romano, bárbaro”.(“La Nación Argentina”, 7 de julio de 1867, haciendo referenciaa una carta aparecida en “El Mercantil” de La Plata)
“Se están introduciendo de Europa compañías de mujeres [N. de la R.: se refería a las Hermanas Educacionistas] para explotar comercialmente el ramo de la educación. Mi deber es indicaros ese peligro que amenaza esterilizar las escuelas normales. Estas congregaciones docentes son la filoxera de la educación, y el cardo negro de la pampa que es necesario extirpar. ¿Qué vienen a enseñar a nuestras niñas estas figuras desapacibles, hermanas de caras feas, aldeanas y labriegas de su tierra? ¿Qué pueden enseñarles a nuestras niñas estas ignorantes? Así se mata la civilización. Aquellas formas de mortaja no pueden servir para educar damas y señoritas. Vienen de todos los rincones de Europa, donde están barriendo y echando a la calle las basuras”.(Conferencia pronunciada en la Escuela Normal de Mujeres de Montevideo, en el año 1883)
“Los gobiernos civiles están abandonando las escuelas y con la introducción de inmigrantes religiosas, hemos de tener en las provincias las Misiones de Paraguay, gobernadas por los «reverendos padres» y rehaciendo la barbarie antigua. Las hermanas que van llegando han dejado de embrutecer chicuelas en las aldeas de Francia, y vienen ahora a cumplir esta triste misión entre nosotros”.(“El Nacional”, del 17 de abril de 1883).
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Citas tomadas del blog de Cabildo (2007).
Para leer el artículo completo, haga click, con un poco de repudio, sobre la imagen del "estadista".

Tolerancia y cronolatría


por el Prof. Rubén Calderón Bouchet

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Tomado del Blog de Cabildo
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La tolerancia es la gran virtud liberal y, como todas las virtudes liberales abre un amplio crédito al error, los vicios y los males. Pensándolo bien, no solamente no es una virtud, es decir un hábito bueno que refuerza una disposición natural, sino que puede ser todo lo contrario: un vicio inspirado por el temor de corregir o de señalar los inconvenientes de una actitud molesta o agresiva. En el mejor de los casos puede ser prudente tolerar un mal que no se puede evitar, pero ¿hasta cuándo y hasta dónde? Son los límites que la propia prudencia determina y a partir de los cuales la tolerancia penetra en el terreno de una permisividad blanda y perniciosa.


El liberalismo nace en los cerebros burgueses cuando el reinado de los financieros comienza a reemplazar las antiguas potestades, y como esta substitución no se puede hacer sin emplear un poco de astucia, nada mejor que declarar libres a las opiniones políticas, económicas y religiosas y hacer de esos terrenos un “no man’s land” donde se instale el arbitrio de las oligarquías plebiscitarias bajo el soborno sagaz de las finanzas. ¿Quién dice eso? El Dr. don Carlos Marx, un especialista en revoluciones y un excelente conocedor de la historia europea, además de ser el mejor discípulo de Hegel y un falso profeta. Pero estas últimas notas, que harían rabiar al finado Padre Sepich y sus discípulos de la Universidad Nacional de Cuyo, podrán ser objeto de un comentario aparte que prometemos realizar con el superficial esmero que ponemos en todas nuestras reflexiones.


Si no hay ninguna verdad política, ni económica, ni religiosa, la tolerancia es el naipe obligado en estos juegos de azar, donde se trata de engañar al mensaje y obtener el poder que da el consenso de las masas manipuladas por la publicidad. Para que tal actitud pueda imponerse hay que terminar con la sabia organización de las sociedades naturales y con el orden impuesto a las finanzas y a la política misma por la influencia del saber religioso. ¡Santo Dios! ¿De dónde diablos saca usted todas esas perimidas sandeces? ¿Quién le ha dicho que hay un orden natural práctico impuesto por el juego espontáneo de las desigualdades sociales?


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Razón de la Historia


por Gonzalo Fernández de la Mora


El relato histórico ideal no sería la imagen ofrecida por un espejo colocado ante un acontecimiento humano. Esa imagen virtual sería inabarcable por la riqueza de sus detalles; sería atemporal porque reflejaría momentos y no procesos; sería superficial porque no revelaría motivaciones sino resultados; sería irracional porque no esclarecería causas. Tendría, en cambio, la ventaja de ser una información minuciosa y fidedigna.La obligación primaria del historiador es la búsqueda de datos ciertos y suficientes. No a la tentación fabuladora para colmar lagunas de las fuentes. No a la falacia para demostrar hipótesis o prejuicios. El pasado es inamovible; lo acontecido no puede ser deshecho y hay que aceptarlo tal como fue. Cabe reescribir una narración, incluso reconstruir un suceso, pero no rehacerlo. Es la apodíctica sentencia medieval: Quod factum est infactum fieri nequit. La exigencia de información exacta es ardua porque en todo testimonio laten elementos de subjetividad, y porque hay acontecimientos importantes sobre los que no aparece ningún testimonio fiable.


El segundo mandamiento es seleccionar lo significativo y relegar lo insignificante. A medida que se retrocede en el tiempo, van escaseando los testimonios hasta un punto en que todo resulta revelador. Pero, inversamente, en la contemporaneidad el volumen de los materiales informativos no cesa de crecer, y lo difícil es cribarlos para extraer lo realmente esencial. El anecdotario porteril es cada día más asequible al cronista; pero rara vez es iluminador del curso de la Humanidad. Todo pasado es histórico, pero no todo es Historia. Después de averiguar, hay que ordenar y triar.


El tercer imperativo es dar razón de lo acontecido. Esa tarea es ímproba porque todo hecho es individual e irrepetible, y toda acción humana es libre por lo que ambos son de difícil racionalización. La indeterminación y la infinita complejidad del acontecer humano no permiten conceptuarlo como las órbitas de los astros. Dar razón de sucesos con altas dosis de arbitrariedad, como son los del hombre, no es mostrar su necesidad, sino su imbricación dentro de un contexto. No se trata de justificar los crímenes, las guerras o las instituciones perversas como la esclavitud, sino de explicarlos desde las circunstancias en que se produjeron. No se trata de reducir a ecuaciones las conductas de minorías y masas, sino de establecer correlaciones que hagan no sólo intuibles, sino inteligibles, aquellos sucesos que condicionan el presente y el futuro. Por ejemplo, ni España se comprende sin la romanización, ni Hispanoamérica sin la hispanización.


El cuarto mandamiento es la neutralidad axiológica o abstención de canonizar o anatematizar en función de subjetivismos. Desde el modelo institucional de Locke y de Rousseau ninguna forma política preilustrada se salvaría de la condenación; desde la ortodoxia coránica casi ningún régimen aprobaría el examen. La Historia es maestra de la vida porque enseña que unas causas produjeron ciertos efectos; pero el historiador carece de títulos para erigirse en juez universal. Relatar y dar razón de los sucesos no es sentenciar y separar a buenos de malos. La más soberbia y gratuita de las pretensiones historiográficas es la tan frecuente de exaltar y reprobar, la de predicar en vez de contar.


El quinto imperativo es la independencia. Los líderes siempre han buscado cronistas áulicos complacientes en el uso de la palabra y del silencio. Las sociedades gustan de que los relatos aparezcan calificados, según los criterios dominantes. Es difícil encontrar historiadores que se hayan mantenido completamente independientes del poder o de la presión social. Cuando se hace la crítica de testimonios del pasado hay que depurarlos de prejuicios personales o colectivos. Es arquetípico el caso de las biografías mitificadas de Alejandro, en menor escala tan repetido.


El sexto mandamiento es no caer en la manipulación de futuribles, un conocimiento que los teólogos dudan que lo posea Dios. ¿Qué habría acontecido en la cuenca mediterránea si Julio César no hubiera sido asesinado, o en el mundo si los Estados Unidos no hubieran intervenido en el último conflicto mundial? Hay efectos inmediatos que son previsibles con una cierta probabilidad. Por ejemplo, lo que habría sido el catolicismo español si hubiesen triunfado en la guerra civil los protagonistas de la persecución religiosa. Pero, a medio plazo y a gran escala, tales extrapolaciones son vanas cuando no perversas.


Estos mandamientos no han dejado de violarse desde los tiempos del padre Herodoto; pero quizás nunca se ha llevado tan lejos como ahora la politización de la Historia. Los poderes, cada vez más poderosos, aspiran, como en la fábula famosa de Orwell, no sólo a que se les describa según sus deseos, sino a que el pasado se reinvente a su gusto y se demonice a unos y se beatifique a otros en función de disimilitudes o de parecidos, y de conveniencia o inconveniencia con lo presente. ¿Hay una sola crónica estalinista con elogios a Nicolás II? Han tenido que pasar tres cuartos de siglo para que la vida del zar pueda ser contada en ruso sin odio. Aunque con menos radicalidad, la situación se da en nuestros días.


Tal aberración intelectual no descalifica a las víctimas, sino a los ejecutores, a los que blanden la Historia como una tea o un látigo.Los relatos con odio o a sueldo son un atentado al logos porque no dan razón, sino sinrazón; pero no suelen perdurar. Los hechos son tercos y sobreviven a los manipuladores. Tiempo al tiempo.
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11 de Septiembre, Conmemoración de San Proto y San Jacinto, Mártires


Los dos hermanos Proto y Jacinto, esclavos de Santa Eugenia, y bautizados con ella por el obispo Hilario, se dedicaron al estudio de las Sagradas Escrituras. Después de haber permanecido algún tiempo en un monasterio de Egipto, edificando allí a todos por su humildad y santidad, siguieron a Santa Eugenia hasta Roma. Llegados a esta ciudad bajo el reinado de Juliano, fueron detenidos, cruelmente flagelados y finalmente decapitados.

10 de septiembre de 2008

Evangelizar desde la Cátedra


por el R.P. Alfredo Sáenz S.J.


No olvidemos que debemos formar para nuestro tiempo. Algunos interpretan esta afirmación como si debiéramos preparar a nuestros jóvenes para "adaptarse" al mundo moderno, para integrarse en él. Nada más lejos del ideal de la educación católica. Hay dos maneras de ser modernos: haciendo lo que hacen todos, y sabiendo enfrentar los errores del propio tiempo con espíritu creador. Será preciso formar personalidades fuertes, capaces de discernir lo bueno de lo malo, que amen la justicia y odien la iniquidad, que abracen la verdad y aborrezcan el error. Eso es lo que necesitamos. Por ello, hoy menos que nunca tenemos derecho a formar mentalidades gregarias, católicos flanes.El título de nuestra exposición es, sin duda, demasiado vasto. Vamos a limitarnos a algunos aspectos que juzgamos sustanciales.
Breve historia de la educación
El tema de la educación es un tema perenne. Ya los griegos se preocuparon por la formación del hombre integral. Y lo pensaron sobre todo con base en dos actividades, la gimnasia y la música. La gimnasia para la formación del cuerpo, y la música (o bellas artes) para la educación del alma. Así trataban de lograr el hombre de la "areté", de la virtud.
Llegada la época del cristianismo, se planteó enseguida en la primitiva Iglesia el problema de la vinculación de las materias profanas con la revelación cristiana. Ello fue motivo de largas discusiones que tuvieron por protagonistas a algunos Santos Padres y escritores eclesiásticos; discusiones que versaron acerca de la relación entre el Evangelio y la cultura griega o, al decir de Tertuliano, entre Pablo y Aristóteles. Razón y Revelación, filosofía y cristianismo, naturaleza y gracia: he ahí los dos elementos que a veces pudieron ser considerados en relación dialéctica.
El hecho es que con el tiempo se fue produciendo la anhelada síntesis entre la Revelación - que provenía del ámbito del pueblo elegido - y la cultura del mundo greco-romano - derivada del ámbito de lo que los judíos llamaban "las naciones" o los gentiles. Ambas cosas: la revelación y la cultura, aunque de distintos modos, brotaban de la misma Providencia divina. Al fin y al cabo, Cristo no era sino la plenitud de los tiempos, no sólo la plenitud de la revelación sino también la plenitud de la sabiduría, el Logos encarnado.
Tras las invasiones de los bárbaros y la ruina consiguiente, resurge la idea patrística gracias, principalmente, a los intentos de la escuela palatina de Carlomagno, dirigida por Alcuino. Allí se fue organizando la primera educación católica que alcanzaría un momento de apogeo en la Edad Media.
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Tomado de Revista Arbil

10 de Septiembre, Festividad de San Nicolás de Tolentino



El sobrenombre Tolentino le vino de la ciudad italiana donde trabajó y murió.

Sus papás después de muchos años de matrimonio no tenían hijos, y para conseguir del cielo la gracia de que les llegara algún heredero, hicieron una peregrinación al santuario de San Nicolás de Bari. Al año siguiente nació este niño y en agradecimiento al santo que les había conseguido el regalo del cielo, le pusieron por nombre Nicolás.

Ya desde muy pequeño le gustaba alejarse del pueblo e irse a una cueva a orar. Cuando ya era joven, un día entró a un templo y allí estaba predicado un famoso fraile agustino, el Padre Reginaldo, el cual repetía aquellas palabras de San Juan: "No amen demasiado el mundo ni las cosas del mundo. Todo lo que es del mundo pasará". Estas palabras lo conmovieron y se propuso hacerse religioso. Pidió ser admitido como agustino, y bajo la dirección del Padre Reginaldo hizo su noviciado en esa comunidad.

Ya religioso lo enviaron a hacer sus estudios de teología y en el seminario lo encargaron de repartir limosna a los pobres en la puerta del convento. Y era tan exagerado en repartir que fue acusado ante sus superiores. Pero antes de que le llegara la orden de destitución de ese oficio, sucedió que impuso sus manos sobre la cabeza de un niño que estaba gravemente enfermo diciéndole: "Dios te sanará", y el niño quedó instantáneamente curado. Desde entonces los superiores empezaron a pesar que sería de este joven religioso en el futuro.

Ordenado de sacerdote en el año 1270, se hizo famoso porque colocó sus manos sobre la cabeza de una mujer ciega y le dijo las mismas palabras que había dicho al niño, y la mujer recobró la vista inmediatamente.

Fue a visitar un convento de su comunidad y le pareció muy hermoso y muy confortable y dispuso pedir que lo dejaran allí, pero al llegar a la capilla oyó una voz que le decía: "A Tolentino, a Tolentino, allí perseverarás". Comunicó esta noticia a sus superiores, y a esa ciudad lo mandaron.

Al llegar a Tolentino se dio cuenta de que la ciudad estaba arruinada moralmente por una especie de guerra civil entre dos partidos políticos, lo güelfos y los gibelinos, que se odiaban a muerte. Y se propuso dedicarse a predicar como recomienda San Pablo. Oportuna e inoportunamente". Y a los que no iban al templo, les predicaba en las calles.

A Nicolás no le interesaba nada aparecer como sabio ni como gran orador, ni atraerse los aplausos de los oyentes. Lo que le interesaba era entusiasmarlos por Dios y obtener que cesara las rivalidades y que reinara la paz. El Arzobispo San Antonino, al oírlo exclamó: "Este sacerdote habla como quien trae mensajes del cielo. Predica con dulzura y amabilidad, pero los oyentes estallan en lágrimas al oírle. Sus palabras penetran en el corazón y parecen quedar escritas en el cerebro del que escucha. Sus oyentes suspiran emocionados y se arrepienten de su mala ida pasada".

Los que no deseaban dejar su antigua vida de pecado hacían todo lo posible por no escuchar a este predicador que les traía remordimientos de conciencia.

Uno de esos señores se propuso irse a la puerta del templo con un grupo de sus amigos a boicotearle con sus gritos y desórdenes un sermón al Padre Nicolás. Este siguió predicando como si nada especial estuviera sucediendo. Y de un momento a otro el jefe del desorden hizo una señal a sus seguidores y entró con ellos al templo y empezó a rezar llorando, de rodillas, muy arrepentido. Dios le había cambiado el corazón. La conversión de este antiguo escandaloso produjo una gran impresión en la ciudad, y pronto ya San Nicolás empezó a tener que pa convertir a los pecadores, y llevando la paz a los hogares desunidos.

En las indagatorias para su beatificación, una mujer declaró bajo juramento que su esposo la golpeaba brutalmente, pero que desde que empezó a oír al Padre Nicolás, cambió totalmente y nunca la volvió a tratar mal. Y otros testigos confirmaron tres milagros obrados por el santo, el cual cuando conseguía una curación maravillosa les decía: "No digan nada a nadie". "Den gracias a Dios, y no a mí. Yo no soy más que un poco de tierra. Un pobre pecador".

Murió el 10 de septiembre de 1305, y cuarenta años después de su muerte fue encontrado su cuerpo incorrupto. En esa ocasión le quitaron los brazos y de la herida salió bastante sangre. De esos brazos, conservados en relicarios, ha salido periódicamente mucha sangre. Esto ha hecho más popular a nuestro santo.

San Nicolás de Tolentino vio en un sueño que un gran número de almas del purgatorio le suplicaban que ofreciera oraciones y misas por ellas. Desde entonces se dedicó a ofrecer muchas santas misas por el descanso de las benditas almas. Quizás a nosotros nos quieran pedir también ese mismo favor las almas de los difuntos.

9 de septiembre de 2008

El agravio de los puercos



Por el Dr. Antonio Caponetto,

tomado de Arbil 76

A propósito de un ataque a la revista Maritornes



"Aquellos que han prescindido de la poesía en esta tierra, lo han ignorado todo"
Paul Claudel


Discurrían mansamente Don Quijote y el buen Sancho –que la oportunidad y el tema poco importan ahora- cuando "más de seiscientos puercos", conducidos para su venta por "unos hombres", se dieron al "gruñir y al bufar" de modo por demás horrísono. No conforme con ello, "y sin tener respeto a la autoridad de Don Quijote ni a la de Sancho", "la extendida y gruñidora piara" se abalanzó sobre ambos, pisoteándolo todo. Pidió entonces el escudero la espada a su amo, "diciéndole que quería matar media docena de aquellos señores y descomedidos puercos", mas señorialmente lo contuvo el caballero. Sus siempre bien sazonadas palabras, le hicieron ver que no era oficio de hidalgos desenvainar estoques para lidiar con los cerdos; antes bien, la cristiana hidalguía, obligaba a reconocer que aquella porcina embestida servía para purificar pecados y recordar la vencida condición de la andante caballería. Sacudióse pues el Manchego, instó a Panza al natural dormir, y continuó él con su nocturna vela, contemplando y copleando, pues tenía en la memoria "un madrigalete" que deseaba desfogar antes de que irrumpiera el alba (Quijote, II, LXVIII).
Bien sabía Don Quijote que "entre el agravio y la afrenta hay esta diferencia: la afrenta viene de parte de quien la puede hacer y la hace y la sustenta; el agravio puede venir de cualquier parte sin que afrente" (Quijote II, XXXII). De afrentas caballeriles habrá que defenderse; de agravios verracos apenas limpiarse el salpicado pringoso y seguir andando.

Tales cervantinas reflexiones advienen a nuestro magín a propósito de un artículo que –entre indignado y contrito- nos hiciera llegar un entrañable amigo, aposentado hoy en las tierras de Neuquén. Apareció el mismo en el número 22 (el loco, según arrabaleras hermenéuticas) de EIR-Resumen Ejecutivo, que así da en llamarse uno de los tantos placartes del señor La Rouche o laruy, en fonológica confianza; y está fechado en la segunda quincena de noviembre de este año 2003 que fenece. Su autora es la señora Gretchen Small, en quien se cumple una vez más el verso marechaliano aquél: "mira que al dar un nombre se recibe un destino".

En efecto, la pequeña Gretchen, con una audacia literaria digna de Pacho O’Donnell o de Marcelo Tinelli, empieza por usar la palabra puta en el intitulado de su escrito contra la revista Maritornes, que de esto se trata, acabemos. Y resulta entonces su completo rótulo: "La defensa del rancio feudalismo de la puta Maritornes" (ibidem, p.23-24).
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España no es democrática

Imagen: "Escuadrón de Guipúzcoa...", de Ferrer Dalmau.

Tomado, una vez más del excelente blog Libro de Horas y Hora de Libros

ESPAÑA NO ES DEMOCRÁTICA

En su magnífico ensayo “Anti-España 1959”, Mauricio Carlavilla establecía, con su privilegiado sentido metahistórico, un juicio que merece ser meditado: “España no es democrática”. Para comprender esta aseveración tan firme -y, al principio, tan escandalosa para el biempensante-, pido del lector que por un momento prescinda de lo que piense sobre la “Democracia”, si es que piensa acorde con lo que se nos ha inculcado desde 1975. Esto es: deshagámonos del prejuicio que pugna por arraigarse en la mentalidad: el "dogmatismo democrático", ese que considera que la “Democracia” es divina, sagrada, intocable… No sabe ni lo que es, pero no se la puede cuestionar.

La "Democracia" creen los "dogmáticos democráticos" es digna de toda adoración, como si fuese un nuevo ídolo puesto en su altar, un ídolo engreído que ansía muchedumbres de feligreses, que se vanagloria de constituir una religión en la que la "Democracia" es ídolo, diosa o diosecillo al que se le rinde culto. Una religión cívica en la que se procura no blasfemar diciendo, por ejemplo: “¡Mierda de democracia!”; una confesión de fe en la que se procura cumplir devotamente con el precepto cuatrienal de colar por una rendija, caritraspuesto, un sobre en una urna de cristal; una liturgia que tiene a sus sacerdotes y sacerdotisas, siempre ensalzando al ídolo que les da de comer; unos creyentes que mirarán mal a aquel que tenga el atrevimiento de dudar sobre las virtudes, las bondades y maravillas de la democracia… Y todo ello, con su corolario inquisitorial: quien la ponga en cuestión, sea delatado a la inquisición laicista que fríe a los infieles y herejes; quien dude de ella, sea anatema: "¡Fascista!" -gritan los familiares del nuevo oficio de la Inquisición democrática. Y si no hay hoguera, ya habrá forma de aislar al "reaccionario" como a un apestado.Abandonemos, digo, ese falso prejuicio y esa idolatría. Somos personas maduras y críticas, y por eso nos ponemos frente a la realidad de la democracia; o mejor dicho, frente al supuesto de una España “democrática”.
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El escándalo de la niñez, hoy



por Sebastián Sánchez

Tomado de Revista Arbil

Los "Derechos del niño", tal como se gestionan y por quien se gestionan, son el nombre que hoy recibe el escándalo de la niñez. Estos derechos, emanación pura de los llamados Derechos Humanos, sufren también la sorprendente contradicción que marcara en su día Juan Pablo II, pues mientras más se los anuncia, más se los conculca. De hecho, son meras declamaciones que se repiten ad nauseam mientras se multiplica y se hace efectiva la continua legitimación de los atentados contra la vida.

El escándalo es el impulso de caer en el pecado, en la pérdida y ofensa de Dios. Y el que escandaliza se convierte por ello en tentador de su prójimo y atenta contra la virtud y el derecho. Hay, sin embargo, dos sentidos del escándalo: el primero, el de aquél que proviene del mismo Dios, de Cristo o de la Iglesia y que se origina en el rechazo culpable del amor salvífico por parte del mundo y en la voluntad rebelde de los hombres. Al respecto, dice santo Tomás que hay escándalo también cuando una persona honesta hace una buena acción que suscita la envidia pecaminosa del que está mal dispuesto. Dios mismo fue "piedra de obstáculo", por ejemplo, cuando se produjo el escándalo de los fariseos ante Cristo. Porque el fariseo odia la Verdad y sus epifanías temporales y desde el momento en que la reconoce se ocupa de destruirla invirtiendo todo, como con Jesús ante el Sanedrín: "la Escritura en su labios será blasfemia, la verdad será sacrilegio, los milagros serán obra de magia" (Leonardo Castellani: Cristo y los fariseos). Por eso se decreta su muerte que, para mayor escándalo farisaico, deviene en un nuevo 'obstáculo', el de la Cruz Redentora.

Sin embargo, aquí tomamos el segundo sentido del escándalo, esto es, el pecado que en sí mismo busca la ruina espiritual del prójimo. Es por ello el pecado de los pecados, directamente opuesto a la caridad, en tanto atenta contra la salvación eterna del otro.
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9 de Septiembre, Conmemoración de San Gorgonio, Mártir




Gorgonio, chambelán de Diocleciano, viendo un día a su señor torturar a un cristiano, exclamó: "¿De dónde procede, emperador, que de dos hombres culpables del mismo crimen, no has castigado sino a uno solo? La fe de este hombre es la mía; participo de su resolución". Irritado Diocleciano, lo hizo azotar con tal violencia que su carne volaba en jirones; ordenó después que se le echase sal y vinagre en las llagas. Por fin, después de haberlo hecho asar a fuego lento en una parrilla, lo condenó a ser ahorcado.

8 de septiembre de 2008

Cuentos píos (pero estremecedores)


Una vez más de uno de mis corresponsales voluntarios, que me atosigan con sus envíos...
Enviado por Aldo H. Delorenzi .
Me gustó tanto que no tardé en publicarlo...

AHORA BIEN , ESTIMADO ALDO, ¿PORQUÉ NO ARMA SU PROPIO BLOG, Y DESDE ESTA BITACORA , COMPLEMENTARIA, LE SERVIMOS DE LANZAMIENTO?.
REITERO, SERIAMOS COMPLEMENTARIAS, NO COMPETENCIA. QUE EL TIEMPO NO ALCANZA PARA AGOTAR LA BIBLIOGRAFÍA DE LAS MUNIFICIENCIAS DE DIOS.


Extractado del Libro Negro . Autor Giovanni Papini 1934.

El cuento como bien lo dice el autor es de Robert Browning y alaba a Dios y su misericordia.


Conversación 66
LA CONVERSION DEL PAPA
(DE ROBERTO BROWNING)

Dakar, 6 de abril.

Ninguno de los autógrafos inéditos que se hallan en la colección Everett, ahora propiedad mía, me invita más frecuentemente a una nueva lectura que el poemita de Roberto Browning. Fue Browning menos célebre que Cervantes y que Goethe, también de éstos tengo manuscritos en mi caja fuerte portátil, pero me doy cuenta de que estoy más próximo a él que a los otros. Se trata de uno de los imaginarios soliloquios que figuran entre los más felices inventos del poeta, y me asombra que jamás lo haya publicado. Su título es extraño: La Conversión del Papa. Creo que es una idea genial.

En el poema habla el hijo único de un ignoto hereje bohemo de la Edad Media, hereje a quien Browning llama Jan Krepuzio; por haber profesado públicamente algunas teorías blasfemas sobre los motivos de la Redención, la Inquisición lo hizo apresar, torturar y finalmente fue quemado vivo en una plaza de Praga. Su hijo, el niño Aureliano, fue escondido en Alemania por algunos parientes lejanos, pero jamás pudo olvidar el fuego que había consumido a su padre. Una vez adulto y libre decidió vengarse de la Iglesia de Roma, empleando un nuevo sistema de venganza jamás ideado por otro.
Con nombre fingido se fue a un convento de Milán, y solicitó ser recibido como hermano lego. Su obediencia y bondad le valieron el premio deseado se le recibió entre los novicios. Su celo por la vida monástica y por la Sagrada Teología pareció ser tan ardoroso y sincero, que al cabo de sólo tres años fue ordenado sacerdote. Obtuvo entonces ser enviado a predicar la verdad católica a países de infieles y cismáticos, y con su palabra y ejemplo logró convertir a ciudades enteras. Fue encarcelado por los enemigos de la verdadera fe, pero pudo huir de entre sus manos, y hasta se dijo que lo logró con la ayuda de un ángel.
Su nombre llegó a oídos del Pontífice reinante, que lo llamó a Italia y le confirió un obispado.
También como obispo y en breve tiempo, llegó a ser famoso en los pueblos. La austeridad de sus costumbres en medio de un clero corrompido, la victoriosa elocuencia de su palabra, la perfecta ortodoxia de sus enseñanzas teológicas, todo hizo de él uno de los prelados más ejemplares e ilustres de su siglo.
Pero esto no le bastaba, precisaba obtener otros honores y dignidades para consumar la venganza premeditada.

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VI Arquetipo: San Ignacio de Loyola





















por el R.P. Alfredo Sáenz

I. San Ignacio y el espíritu de la caballería

No vamos a relatar la vida del santo, que damos por conocida, al menos en sus líneas generales. Pero sí tratar de exponer algunas facetas de su rica personalidad –con especial miramiento a su ideal caballeresco– , que hacen de él un verdadero arquetipo para todo el que no se haya resignado a la mediocridad. La estampa de San Ignacio fue esencialmente la de un caballero durante lo que él llamó «su vida desgarrada y vana», lo siguió siendo luego de su conversión, y hasta el fin de su existencia.

1. El ambiente del joven Ïñigo

Para mejor comprender esta gran figura nos convendrá considerar el ambiente que le vio nacer y en donde transcurrió su niñez y juventud. Los Loyola pertenecían a una familia de nobles, una de las diez principales familias del país vasco, que eran llamados parientes mayores, lo que implicaba un derecho reconocido por escritura a que el Rey los invitase en ciertas ocasiones a la corte. Por parte de su madre, doña María Sáenz de Licona, Ignacio provenía también de una familia noble de Guipúzcoa.

Pero los Loyola no eran simplemente nobles sino también aristócratas de provincia, con lo que queremos decir que estaban en permanente contacto con la gente labriega del pueblo vasco. De ahí que la infancia y la adolescencia del joven Iñigo transcurrieran entre la relativa elegancia del castillo solariego o casa-torre y la alquería aldeana de Eguíbar. Hasta el fin de su vida será advertible esta influencia campesina, por ejemplo en el español defectuoso de sus cartas...

Bebió asimismo del ambiente su inclinación militar. Refiriéndose a la juventud de Iñigo en el castillo paterno escribiría su secretario y confidente, el P. Jerónimo Nadal: «Pronto se encendió en él una especie de fuego noble, y no pensaba en ninguna cosa, sino en distinguirse en la fama militar». Ello era, al parecer, una herencia recibida.

El P. Pedro de Leturia, excelente historiador de San Ignacio, señala que en base a las fuentes históricas que poseemos, es posible afirmar que la tradición militar de los Loyola no arranca inicialmente de gloriosas hazañas contra los moros, que jamás llegaron a sus montañas, sino de una contienda de menor nivel, casi aldeana, entre Guipúzcoa y Navarra, pueblos hermanos por sangre y religión. Cuando los Reyes Católicos suben al poder, al tiempo que se fueron extinguiendo las luchas intestinas, se encendieron ideales universalistas, ausentes hasta entonces en la tradición militar de los Loyola. Y así, a partir de 1480, la familia, trascendiendo los reducidos marcos de los conflictos pueblerinos, se dispersó en pocos decenios por el viejo y nuevo mundo.


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En Honor de Nuestra Señora (¿Qué mejor que el Ave María?)

Ave María - Schubert- Luciano Pavarotti (Latín)



Ave María - Schubert - Andrea Bocelli (Italiano)



Ave María - Schubert - Barbara Bonney (Alemán)



Ave María - Caccini - Andrea Bocelli (Latín)

8 de Septiembre, Fiesta de la Natividad de Nuestra Señora


Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado


De los sermones de san Andrés de Creta, obispo


Cristo es el fin de la ley: él nos hace pasar de la esclavitud de esta ley a la libertad del espíritu. La ley tendía hacia él como a su complemento; y él, como supremo legislador, da cumplimiento a su misión, transformando en espíritu la letra de la ley.

De este modo, hacía que todas las cosas lo tuviesen a él por cabeza.

La gracia es la que da vida a la ley y, por esto, es superior a la misma, y de la unión de ambas resulta un conjunto armonioso, conjunto que no hemos de considerar como una mezcla, en la cual alguno de los dos elementos citados pierda sus características propias, sino como una transmutación divina, según la cual todo lo que había de esclavitud en la ley se cambia en suavidad y libertad, de modo que, como dice el Apóstol, no vivamos ya esclavizados por lo elemental del mundo, ni sujetos al yugo y a la esclavitud de la ley.

Éste es el compendio de todos los beneficios que Cristo nos ha hecho; ésta es la revelación del designio amoroso de Dios: su anonadamiento, su encarnación y la consiguiente divinización del hombre. Convenía, pues, que esta fulgurante y sorprendente venida de Dios a los hombres fuera precedida de algún hecho que nos preparara a recibir con gozo el gran don de la salvación.

Y éste es el significado de la fiesta que hoy celebramos, ya que el nacimiento de la Madre de Dios es el exordio de todo este cúmulo de bienes, exordio que hallará su término y complemento en la unión del Verbo con la carne que le estaba destinada. El día de hoy nació la Virgen; es luego amamantada y se va desarrollando; y es preparada para ser la Madre de Dios, rey de todos los siglos.

Un doble beneficio nos aporta este hecho: nos conduce a la verdad y nos libera de una manera de vivir sujeta a la esclavitud de la letra de la ley. ¿De qué modo tiene lugar esto? Por el hecho de que la sombra se retira ante la llegada de la luz, y la gracia sustituye a la letra de la ley por la libertad del espíritu. Precisamente la solemnidad de hoy representa el tránsito de un régimen al otro, en cuanto que convierte en realidad lo que no era más que símbolo y figura, sustituyendo lo antiguo por lo nuevo.

Que toda la creación, pues, rebose de contento y contribuya a su modo a la alegría propia de este día. Cielo y tierra se aúnen en esta celebración, y que la festeje con gozo todo lo que hay en el mundo y por encima del mundo. Hoy, en efecto, ha sido construido el santuario creado del Creador de todas las cosas, y la creación, de un modo nuevo y más digno, queda dispuesta para hospedar en sí al supremo Hacedor.

7 de septiembre de 2008

Cartas a un escéptico en materias de Religión (2)


Enviado por nuestra correponsal "extranjera" (casi me siento un director de un diario moderno), María Luz López Pérez, desde la España peninsular. (Señora, no me atosiguéis). ¿Les suena?


Carta I


Cuestiones importantes sobre el escepticismo.

Carácter de la autoridad ejercida por la Iglesia católica. La fe y la libertad de pensar. Vano prestigio de las ciencias. Un pronunciamiento científico. Naufragio de las convicciones filosóficas. Sistema para aliar cierto escepticismo filosófico con la fe católica. El escepticismo y la muerte. El escepticismo origen de un tedio insoportable. Es una de las plagas características de la época. Motivos de la permisión divina. La fe contribuye a la tranquilidad de espíritu.

Mi estimado amigo: Difícil tarea me ha deparado usted en su apreciada, hablándome del escepticismo: éste es el problema de la época, la cuestión capital, dominante, que se levanta sobre todas las demás, cual entre tenues arbustos el encumbrado ciprés. ¿Qué pienso del escepticismo; qué concepto formo de la situación actual del espíritu humano, tan tocado de esta enfermedad? ¿cuáles son los probables resultados que ha de acarrear a la causa de la religión? Todo esto quiere V. que le diga; a todas estas preguntas exige usted una respuesta cabal y satisfactoria; añadiéndome que «quizás de esta manera se esclarezcan algún tanto las tinieblas de su entendimiento, y se disponga a entrar de nuevo bajo el imperio de la fe».

Deja V. entrever algunos recelos de que mis respuestas sean sobrado dogmáticas y decisivas; haciéndome, la caritativa. advertencia de que «es menester despojarse por un momento de las convicciones propias, y procurar que la discusión filosófica se resienta todo lo menos posible de la invariable fijeza de las doctrinas religiosas». Asomaba a mis labios la sonrisa al leer las palabras que acabo de transcribir, viendo que de tal manera vivía V. equivocado sobre la verdadera situación de mi espíritu; pues se figuraba hallarme tan dogmático en filosofía como me había encontrado en religión. Paréceme. que, a fuerza de declamar contra la esclavitud del entendimiento de los católicos, han logrado en buena parte su dañado objeto los incrédulos y los protestantes, persuadiendo a los incautos de que nuestra sumisión a la autoridad de la Iglesia en materias de fe, quebranta de tal suerte el vuelo del espíritu y anonada tan completamente la libertad de examinar, hasta en los ramos no pertenecientes a religión, que somos incapaces de una filosofía elevada e independiente. Así tenemos por lo común la desgracia de que sin conocernos se nos juzgue, y sin oírnos se nos condene. La autoridad ejercida por la Iglesia católica sobre el entendimiento de los fieles, en nada cercena la libertad justa y razonable que se expresa en aquellas palabras del Sagrado Texto: entregó el mundo a las disputas de los hombres.

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Progresismo y violencia de género



por Miguel Ángel Loma



Por enésima vez saltan las alarmas tras una nueva oleada trágica de mujeres asesinadas en sucesos encuadrados dentro de la denominada "violencia de género", un problema de difícil solución porque, a la luz de la doctrina progresista y feministoide oficial, se sigue errando tanto respecto al análisis de los hechos, como en el tratamiento a aplicar sobre su posible prevención.

Como ejemplo de este erróneo planteamiento rescato unas palabras de Manuel Chaves, presidente del PSOE y de la Junta de Andalucía, pronunciadas este mismo año con motivo del Día Internacional de la Mujer, durante la entrega de los premios de Igualdad, Clara Campoamor. Decía Chaves que «en pleno siglo XXI la lucha que protagoniza el colectivo femenino tiene como coste insoportable la violencia de género, un arma al que algunos hombres recurren cuando ven que la mujer está asumiendo parcelas de la vida cotidiana a las que antes no tenía acceso».

Recupero las palabras del político ceutí porque, quien le escribiera el discursito, sintetizaba con ellas el meollo argumental de la doctrina políticamente correcta sobre el problema de la violencia sobre la mujer, doctrina repetidamente difundida pese a que la cruda realidad se empeñe en demostrar otra cosa. Pero al progresismo zetaperino las demostraciones palmarias le resultan indiferentes; lo que importa es machacar el argumento hasta que inunde y cale en la opinión pública transformándose finalmente en un nuevo dogma sociológico. Convencidos de que nos están construyendo un mundo felicísimo, nunca admitirán que se equivocan en un problema como éste, que crece y se dispara hasta extremos insoportables.
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Tomado de Revista Arbil

Sueño en San Lorenzo del Escorial




Su Sacra y Católica Majestad D. Felipe II, representación de los caballeros del Rey Arturo sentados a la Mesa Redonda, banderola de Borgoña.

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Tomado del excelente blog Libro de Horas y Hora de Libros que recomiendo enfáticamente visitar
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LUZ FILIPINA QUE TODAVÍA REVERBERA
Hay hombres grandes que prestigian una institución, proyectando sobre ella sus virtudes y su grandeza por siglos y siglos. Así fue Su Católica Majestad, nuestro Rey más grande, Felipe II. Los Reyes de España que vinieron después se pudieron dormir en los laureles, el pueblo seguía venerándolos por el recuerdo indeleble del Gran Monarca Católico Felipe II. Así se entiende que el pueblo pudiera rendir devoción a Felipe III, a Felipe IV… O que, en plena epopeya de nuestra guerra contra Napoleón, el pueblo muriera dando vivas al Rey, siendo -¡horror!- el Rey no era otro que el despreciable y felón Fernando VII.
Felipe II es el Rey de España que más se ha aproximado al Ideal de Perfecto Monarca. Mi devoción por él es privada, pero compartida por todos los que avaloran la gloria de nuestro pasado espléndido. Y para mí sería una alegría muy grande que la Iglesia Católica lo canonice en el porvenir, para que así los que todavía nos consideramos sus súbditos y vasallos podamos venerarlo a nuestras anchas.
Cuenta Julián del Castillo que cuando Felipe II con su séquito español estuvo en Inglaterra, para desposarse nuestro Rey con María Tudor, a Felipe le mostraron la Tabla Redonda del mítico Rey Arturo: “…en el año de mil y quinientos y cuarenta y cuatro, estando viudo el Católico Rey nuestro señor Don Filipe, por ser muerta la princesa de Portugal […] se casó en Inglaterra, y ciudad o villa de Hunchistre, donde está la tabla redonda de los veinticuatro caballeros que instituyó el Rey Artus de Inglaterra […] y es fama común que el rey Artus está encantando en aquella tierra, en figura de cuervo, y hay entre ellos grandes penas para el que mata cuervo, y que ha de volver a reinar. Y cierto dicen que su majestad el Rey don Filipe nuestro rey juró que, si el Rey Artus viniese en algún tiempo, le dejaría el reino…” (“Historia de los reyes godos que vinieron de la Scithia de Europa contra el Imperio Romano y a España…”, Julián del Castillo, Burgos, Felipe de Junta.)
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La Ciencia contra la Fe



por el Dr. Raúl Leguizamón

Tomado de Monfort Associação Cultural


Introducción

Los dogmas de fe son muy difíciles -si no imposibles- de refutar con argumentos científicos. La historia de la humanidad lo atestigua sobradamente.
Nuestro tiempo no escapa, por cierto, a esta regla, ya que en la actualidad, como en to­das las épocas, una buena cantidad de personas sigue obstinadamente creyendo cosas, no sólo desprovistas de todo fundamento científico, sino que, además, están en franca con­tradicción con el conocimiento científico que hoy poseemos.
Para dar un ejemplo, entre cientos, de lo expresado, me referiré a la insólita creencia actual de mucha gente -curiosamente, muchos de ellos científicos- de que el hombre desciende del mono.
Porque ha de saberse que el tan mentado y manoseado "antecesor común" del hombre y del mono, de quien hablan muchos científicos y divulgadores, no es ni puede ser otra cosa que un mono. El supuesto "antecesor común” sería llamado ciertamente mono por cualquiera que lo viese, afirmaba el ilustre paleontólogo de la Universidad de Harvard, George G. Simpson. Es pusilánime si no deshonesto, decir otra cosa, agregaba Simpson. Es deshonesto, agrego yo.
De manera que todos los esfuerzos de los antropólogos e investigadores en este tema, no se dirigen, en absoluto, a dilucidar, objetivamente y sin prejuicios, de qué modo se originó el hombre, sino de qué mono lo hizo.
En otras palabras: el postulado de nuestro origen simiesco es una convicción de la que se parte, y no una conclusión a la que se arriba.
Ahora bien, esta convicción, que muchos científicos y divulgadores sostienen encarni­zadamente (¡hasta el punto de mostrarla al público como un hecho científico y demostrado!), es -por definición- algo que está fue­ra del campo de la ciencia experimental, que se basa, precisamente, en la observación y reproducción experimental del fenómeno bajo estudio. Cosas evidentemente imposi­bles en este caso.
De manera que, y a poco de respetar el significado de las palabras, esta creencia en el origen del hombre a partir del mono, es sólo una hipótesis de trabajo, una suposición, una conjetura, más o menos razonable, más o menos coherente, más o menos disparata­da, pero siempre de carácter hipotético. No sólo no demostrada, sino, aún más -por definición-, indemostrable. Y la ciencia es de­mostración.
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