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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

29 de octubre de 2009

La disolución de la disolución




por el Dr Aníbal D´Angelo Rodríguez



Tomado del Blog de Cabildo






odos mis lectores, memoriosos o no, habrán advertido que en los últimos números de esta combativa revista me he regodeado y especializado en mostrar testimonios de gente tanto de la izquierda como de la derecha liberal que levantan sus voces para protestar y preocuparse por el estado del mundo.

Más allá del valor de lo que dice cada uno de esos preocupados protestones, el síntoma me parece sencillamente maravilloso. Quiere decir que el agua está llegando al cuello y creando en los dueños del mundo una situación incómoda porque sucede que esas aguas miasmáticas que rondan ya el nudo de las corbatas ¡también les llegan a ellos, a sus vidas y a sus familias!

Nadie escapa a la sensación de que estamos viviendo en una burbuja de mentiras y al mismo tiempo en un pantano de disolución social. Bueno, ahora parece que hasta la disolución se está disolviendo.

Veamos, si no, el discurso que pronunció al asumir su cargo el nuevo Presidente de la Republique Française, Monsieur Sarkozy. La primera lectura es impresionante. Casi cada frase es una toma de conciencia del estado en que vive el mundo occidental.

Sarkozy se presenta como el enemigo jurado de “la frivolidad y la hipocresía de los intelectuales progresistas. El pensamiento único de los que lo saben todo…” y promete también “No vamos a permitir mercantilizar el mundo en el que no quede lugar para la cultura”.

Como comienzo, no está nada mal. Monsieur le President toma nota de los dos polos de poder que dejan al suyo propio reducido a una mínima parte: el poder cultural que a través del sistema de educación forma a las clases dirigentes y les insufla el pensamiento único y el poder económico, cuyas desmesuras ponen por un lado en peligro la vida en la tierra y por el otro dominan la mente del pueblo llano mediante la televisión y otros excretores de pornografía y estupidez.

Y sigue luego: “Desde 1968 no se podía hablar de moral. Nos habían impuesto el relativismo, la idea de que todo es igual, lo verdadero y lo falso, lo bello y lo feo, así como que el alumno vale tanto como el profesor…” Seguimos muy bien, pero ya empiezan a asomar algunas de las (graves) insuficiencias de M. Sarkozy.
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28 de octubre de 2009

28 de Octubre, Festividad de Santos Simón y Judas Tadeo, Apóstoles






l apóstol es un enviado de Jesucristo. Un hombre llamado por Jesucristo para ser un testimonio vivo de su mensaje redentor en el mundo. Así estos dos hombres: Simón y Judas.

Bien poco sabemos de Simón. Unos le identificaron con Simón el Cananeo, o el Zelotes, uno de los doce apóstoles del Señor. Otros aseguran que fue obispo de Jerusalén, sucesor del apóstol Santiago el Menor (hacia el a. 62; cf. EUSEBIO, H. E., 11 t.20 col.245 ). En esta última hipótesis hubiera sellado con su sangre la fe cristiana en la persecución del emperador Trajano, hacia el año 107. Pero esto resulta insostenible, puesto que el Simón obispo de Jerusalén fue, según Eusebio, hijo de Cleofás y no hermano de Santiago.


En la lista de los apóstoles le suelen llamar siempre Simón el Cananeo, o el Zelotes, dos términos que se identifican. Son, en efecto, dos traducciones de un mismo vocabla hebreo, qanná, que quiere decir zelotes o celoso. Así Simón, apóstol fiel de Jesucristo, encarna en su persona el gran celo del Dios omnipotente; "de hecho, el Dios de Israel se muestra como un ser "celoso" de sí mismo, que no puede en manera alguna tolerar cualquier atentado contra su trascendente majestad" (Ex. 20,5; 34,14).


En los albores ya de la era mesiánica los romanos toman definitivamente en sus manos las riendas de la administración palestinense. Los judíos, agobiados por el peso aplastante de la opresión extranjera, se esfuerzan desesperadamente por abrirse un resquicio de libertad y de esperanza. Quieren crear una fuerza de resistencia que los libere. A impulsos de Judas de Gamala y del fariseo Sadduk se organiza un partido de oposición. Los miembros que integran el partido toman el sobrenombre de zelotes.


El partido se ampara en un sentido eminentemente religioso. Quieren ser en medio de la dominación extranjera corrompida por el paganismo, un monumento vivo a la fidelidad a la ley mosaica.


Una gran preocupación mesiánica invadía el sentimiento nacional de estos hombres. La espera incontenida del gran Libertador se vivía en el partido con el alma en tensión, siguiendo la línea de los grandes profetas de Israel.


La impotencia humana para quebrar, por fin, la esclavitud, les empuja irresistiblemente a un patriotismo exaltado y zozobrante, que culmina en la guerra judía.


Simón pertenecía evidentemente a este partido, en el que se habían enlazado indisolublemente la religión y la política. No podemos olvidar que en la historia del pueblo elegido la preocupación social, religiosa y política iba siempre de la mano. Simón fue un zelotes. Es verdad que en su vida pesaba, sobre todo, el matiz religioso. El celo ardiente por la Ley le quemaba el centro de su alma israelita. Como San Pablo, es Simón un judío entregado plenamente al cumplimiento de las tradiciones paternales. Rozando en su persona el formulismo asfixiante y agobiador de los fariseos.


Pero un día, venturoso para él, se encontró con la mirada del Maestro y se convirtió sinceramente al Evangelio (Act. 21,20).


Perdido en su humildad, la Providencia ha querido dejarle olvidado en un casto silencio. De todos los apóstoles, él es el menos conocido. La tradición nos dice que predicó la doctrina evangélica en Egipto, y luego en Mesopotamia y después en Persia, ya en compañía de San Judas.


En la lista de los apóstoles aparece ya al final, junto a su compañero San Judas (cf. Mt. 10,3-4; Mc. 3,16,19; Lc. 6,13; Act. 1,13).


Simón es el Zelotes para distinguirle de Simón Pedro, el príncipe del Colegio Apostólico; Judas es llamado Tadeo (Lebbeo en algunos manuscritos de San Mateo) para distinguirle de Judas el traidor. San Juan le llama expresamente "Judas, no el Iscariote".


San Judas aparece también en el Evangelio con un gran celo apostólico. En la última cena, Jesucristo hace de sí mismo causa común con su Padre. El que le ame a Él, será amado de su Padre celestial. Acaba el Señor de proclamar el mandamiento nuevo. Y Judas siente que se le quema el alma de caridad al prójimo, y no puede aguantarse: "Señor, ¿cómo ha de ser esto, que te has de mostrar a nosotros, y no al mundo?" (Io. 14,22). La inefable dulzura del amor a Jesucristo, el testimonio caliente de la revelación del Verbo, tenía que penetrar el mundo entero. A través de estas palabras tímidas, pero selladas con el marchamo inconfundible de un apóstol, descubrimos la presencia de un alma grande y un corazón ancho.


Los evangelios no nos conservan de él ni una palabra más. La tradición, recogida en los martirologios romanos, el de Beda y Adón, y a través de San Jerónimo y San Isidoro, nos dicen que San Simón y San Judas fueron martirizados en Persia.


Afirma la leyenda que los templos de la ciudad de Suamir estaban recargados de ídolos. Los santos apóstoles fueron apresados. Simón fue conducido al templo del Sol y Judas al de la Luna, para que los adoraran. Pero ante su presencia los ídolos se derrumbaron estrepitosamente. De sus figuras desmoronadas salieron, dando gritos rabiosos, los demonios en figuras de etíopes. Los sacerdotes paganos se revolvieron contra los apóstoles y los despedazaron. El azul sereno de los cielos se enluteció de pronto. Una horrible tempestad originó la muerte a gran multitud de gentiles. El rey, ya cristiano por la predicación de los santos apóstoles, levantó en Babilonia un templo suntuoso, donde reposaron sus cuerpos hasta que fueron trasladados a San Pedro de Roma.


El nombre de Judas es muy frecuente en el Nuevo Testamento y en la Iglesia primitiva (cf. Mt. 13,55, Mc. 6,3). San Clemente de Alejandría, influenciado, sin duda, por el protoevangelio de Santiago, cuenta a Judas entre los hijos del primer matrimonio de San José. San Lucas le llama "Judas de Santiago" (6,13,16). Aquí se suelen apoyar no pocos exegetas para decir que Judas era hermano de Santiago. Así lo afirmaban los escritores eclesiásticos de los primeros siglos testificando al propio tiempo que era "hermano", es decir, "pariente" del Señor, aunque luego no se pongan de acuerdo al darle el título de apóstol. Y así se viene invariablemente repitiendo en la exégesis católica. Y, sin embargo, el genitivo suele indicar siempre relación de paternidad, más que de fraternidad. El mismo San Lucas, en el mismo contexto, habla de "Santiago de Alfeo", es decir, hijo de Alfeo.


Cuando San Judas se presento a sí mismo en su carta apostólica, parece que no se incluye en el número de los doce. Se llama humildemente "un siervo de Jesucristo". Y hasta da la sensación que se excluye positivamente del grupo apostólico (v. 17 ) .


Esto, tal vez, concordaría más con la actitud de Jesucristo, que no elige a sus familiares para ser apóstoles de su doctrina. De hecho los hermanos del Señor se colocan fuera de los doce (cf. Act. 1,13-14).


Pero los católicos han proclamado siempre para San Judas el apostolado apoyados en Mc. 6,3, donde Santiago y Judas son llamados "hermanos de Jesucristo".


A través de la breve carta, escrita con un claro sentido de polémica, contra las primeras herejías nacientes, descubrimos en San Judas un escritor de mentalidad semita, con un conocimiento exquisito de la lengua griega. El clasicismo griego alterna en él con alguna influencia popular del estilo.


Desprecian ya estos herejes primeros del cristianismo la divinidad de Jesucristo, imbuidos indudablemente por las ideas gnósticas. Quieren propalar una doctrina esoterica, con una clara tendencia al iluminismo. Se creen con el monopolio de la santidad y no vacilan en llamarse "pneumáticos" o espirituales, mientras menosprecian a los demás con el nombre de "psíquicos" o carnales. Contra ellos levanta San Judas su voz, llena de un santo celo.


La fuente de inspiración es para él el Viejo Testamento, donde descubre una serie de sentidos típicos en orden al Nuevo Testamento. Tiene San Judas un gran conocimiento de documentos extrabíblicos. Hace referencia a los Apócrifos de Henoc y a la Asunción de Moisés.


Este uso que el apóstol hace en su predicación de la Biblia y de la tradición judaica tenía, sin duda, un valor extraordinario para los convertidos del judaísnio. La fe, según San Judas, constituye el fundamento de la vida cristiana. Pero esta fe, cálida y viva, va necesariamente unida a la caridad. El cristianismo es en él una aventura. Hay que jugárselo todo por el amor de Dios y del prójimo. Así la predicación de San Judas evoca la doctrina del cuarto evangelio. Como San Juan, predica él la confianza plena en el día del juicio, como una consecuencia obligada de haberse refugiado en la misericordia de Jesucristo.


La misericordia, la paz, la caridad, son una maravillosa expresión del ritmo ternario de la epístola y de su doctrina apostólica, La doxología final tiene una gran influencia doctrinal en la literatura cristiana de los primeros tiempos, comenzando por San Pedro y San Pablo. San Policarpo, igual que San Judas, desea a los filipenses la misericordia, la paz, la caridad en abundancia.


El hecho de llamarse a sí mismo "hermano de Santiago", nos indica que San Judas se dirige a cristianos que tenían en gran estima a aquel apóstol. Y estas comunidades hemos de buscarlas en Palestina, Siria y Mesopotamia, donde, como hemos dicho, señala la tradición el campo de actividades al apóstol.


San Judas, tal vez, perteneció a la humilde clase de los trabajadores. Eusebio cuenta que fueron acusados ante el emperador Domiciano unos nietos de Judas, por ser parientes del Señor. Pero el emperador los dejó en libertad, al ver sus manos encallecidas por el trabajo.

EVARISTO MARTÍN NIETO

26 de octubre de 2009

Fray Pacual está triste...




por el R.P. Angel David Martín Rubio



Tomado de su sitio Desde mi campanario









Fray Pascual Saturio Medina es un Dominico, que publica un artículo como “firma invitada” en el “Diario de Cádiz” y que “ve con tristeza” la iniciativa del Obispo de Cádiz que no es otra que haber determinado un lugar y una hora para la celebración de la Misa en lo que ahora se denomina “Forma Extraordinaria” del Rito Romano.

Lo que entristece al Prior del Convento de Santo Domingo de Cádiz no es otra cosa que la puesta en práctica de las instrucciones del Santo Padre en su “Motu Proprio Summorum Pontificum” (7-junio-2007) en el que se reconoce que la Liturgia Romana Tradicional nunca estuvo abrogada y que es un derecho de los fieles y de los sacerdotes poder celebrarla y recibir bajo esa forma los Sacramentos.

El miembro de la antaño gloriosa Orden de Predicadores lleva a cabo una auténtica caricatura de la Misa Católica y de la propia Iglesia, tanto de lo que él atribuye a la vivencia religiosa propia de los años de su ya lejana juventud (denigrada en sus personas y en sus expresiones) como en la simpática e ingenua descripción de lo que nos ha venido tras el Vaticano Segundo. Pero no le falta razón al decir, con simpleza indigna de un teólogo, que un rito expresa una mentalidad o que un modo de celebrar resulta expresión de un modo de pensar. Sería más correcto recordar, con el adagio clásico que “La ley de la oración es la ley de la fe” (“Lex orandi, lex credendi”) o que “La ley de la oración determine la ley de la fe” (“legem credendi lex statuat supplicandi”). La ley de la oración es la ley de la fe, la Iglesia cree como ora, y los Cardenales Ottaviani y Bacci afirmaron en su “Breve Examen Critico del Novus Ordo Missae” que “el nuevo Ordinario de la Misa —si se consideran los elementos nuevos susceptibles de apreciaciones muy diversas, que aparecen en él sobreentendidas o implícitas— se aleja de modo impresionante, tanto en conjunto como en detalle, de la teología católica de la Santa Misa tal como fue formulada por la 20ª sesión del Concilio de Trento que, al fijar definitivamente los cánones del rito, levantó una barrera infranqueable contra toda herejía que pudiera atentar a la integridad del Misterio”.

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¿Me amas?





por Juan Manuel de Prada



Tomado de XLSemanal




uestro alejamiento de las lenguas clásicas –un barco a la deriva que se va hundiendo irreparablemente– nos impide disfrutar de delicadezas como la que Benedicto XVI resalta en un pasaje de su último libro, Los apóstoles y los primitivos discípulos de Cristo (Espasa), dedicado a Pedro. En griego existen dos verbos que designan la acción de amar: filéo, que expresa el amor de la amistad, tierno y entregado, pero no totalizador; y agapáo, que significa amar sin reservas, con una donación completa e incondicional a la persona amada. El evangelista Juan, cuando refiere el episodio de la aparición de Jesús resucitado a Pedro a orillas del lago Tiberíades, emplea ambos de un modo muy significativo y dilucidador. Podemos imaginarnos ese episodio como el encuentro de dos viejos amigos conscientes de la herida que se ha abierto en su relación, pero dispuestos a restañarla sinceramente, dispuestos a recibir y dar perdón, para que esa herida no ensombrezca el futuro de su amistad. Pedro sabe que, apenas unos días antes, cuando su amigo más lo necesitaba, lo ha traicionado por cobardía o por mero instinto de supervivencia, negándolo hasta tres veces después de prometerle lealtad absoluta. Y Jesús, por su parte, sabe que esa traición ha sido consecuencia de la debilidad de su amigo, consecuencia pues de la propia naturaleza humana; y sabe también que su amigo está avergonzado y mohíno por su falta de coraje. Entonces Jesús, dispuesto a olvidar ese desliz, le pregunta a bocajarro: «¿Me amas?».

El evangelista escribe agapâs-me; esto es: «¿Me amas con un amor completo e incondicional?». Es como si Jesús demandara a Pedro un amor superior al que hasta entonces le ha profesado, un amor que excluya las debilidades y que proclame una adhesión entusiasta, acérrima, tal vez sobrehumana. Nada hubiese resultado más sencillo para Pedro que responder agapô-se («te amo incondicionalmente»), satisfaciendo esa demanda de amor absoluto que Jesús le lanza; pero, consciente de sus limitaciones, consciente de que lo ha traicionado y de que en el futuro tal vez vuelva a hacerlo (aunque, desde luego, nada más alejado de su propósito), Pedro le responde con pudorosa y escueta humildad: Kyrie, filô-se; esto es: «Señor, te quiero al modo humano, con mis limitaciones». Podemos imaginar que la respuesta de Pedro por un segundo defraudaría a Jesús: ha ofrecido a su amigo su perdón sincero y algo más que su perdón, a cambio de que nunca más le vuelva a fallar; pero su amigo no desea defraudarlo con esperanzas vanas, no desea que Jesús le atribuya virtudes sobrehumanas. Entonces Jesús insiste y vuelve a usar el verbo agapáo: «¿Me amas más que éstos?», refiriéndose a los discípulos que se hallan junto a Pedro a orillas del lago. Esta segunda pregunta de Jesús debió de incorporar un matiz perentorio, incluso exasperado, algo así como: «Oye, te estoy preguntando que si me amas a muerte, no me vengas con medias tintas». Pedro sin duda captó ese tono requirente, tal vez incluso enojado de Jesús; y algo debió de temblar dentro de él, tal vez el miedo a decepcionar a su amigo; y no parece improbable que su respuesta tuviese un tono compungido, desfalleciente, lastimado, temeroso de recibir una reprimenda. Pero así y todo volvió a emplear el verbo filéo:

Entonces Jesús vuelve a interpelarlo por tercera vez, como tres habían sido las veces que su amigo lo había negado, en la noche amarga; pero, para sorpresa de Pedro, que ya estaría esperando un chaparrón de maldiciones e invectivas, Jesús emplea ahora el mismo verbo al que Pedro se había aferrado antes: Fileis-me? Es un momento de gran fuerza conmovedora, porque Jesús se da cuenta de que no puede exigirle a su amigo algo que no está en la frágil naturaleza humana; y, olvidándose de esa exigencia sobrehumana, se adapta, se amolda a la debilidad de Pedro, a la frágil condición humana, porque entiende que en su amor renqueante que tropieza y cae y sin embargo se vuelve a levantar dispuesto a proseguir sin titubeos su camino puede haber un ímpetu, una alegría de andar superior incluso a la de un amor que se cree vacunado contra todos los tropiezos. Entonces Pedro, gratificado por el perdón de su amigo que lo acepta como es, que lo abraza también en el tropiezo y en la caída, afirma con alivio, con decisión, con alborozo: «Sabes que te quiero» (filô-se).

Y fueron amigos para siempre. Tal vez porque el amor más exigente e incondicional es el que brindamos a quien no nos viene con demasiadas condiciones y exigencias.
«Señor, te quiero a mi pobre y defectuosa manera, con todas mis fragilidades a cuestas».

26 de Octubre, Conmemoración de San Evaristo, Papa y Mártir




ació por los años 60, de una familia judía asentada en tierras griegas. Recibió educación judía y aprendió en los liceos helénicos.

No se conocen datos de su conversión al cristianismo, pero se le ve ya en Roma como uno de los presbíteros muy estimados por los fieles que, lleno de celo, eleva el nivel de la comunidad de cristianos de la ciudad, entregándose por completo a mostrarle a Jesucristo. Amplio conocedor de la Sagrada Escritura, es docto en la predicación y humilde en el servicio.

Muerto mártir el Papa Anacleto, sucesor de Clemente, la atención se fija en Evaristo. Por humildad se resistió con todas las fuerzas posibles a asumir la dignidad que comportaba tan alto servicio. El día 27 de Julio del año 108 tuvo la Iglesia por Papa a Evaristo.

Atendió cuidadosamente las necesidades del rebaño: Defiende la verdadera fe contra los errores gnósticos. Establece normas que afectan a la consagración y trabajo pastoral de los Obispos y de los diáconos. Manda la celebración pública de los matrimonios. Se ocupa de la vida de los fieles, esbozándose ya una cierta administración territorial, para su mejor atención y gobierno. También escribió cartas a los fieles de Africa y de Egipto.

Murió mártir, siendo Trajano emperador, hacia el 117.

La iglesia del tiempo cada día crece en número, pero está perseguida por las leyes; es silenciosa y fuerte en la fe, oculta y limpia en las obras; vive dentro del Imperio en estado latente, desplegando poco a poco su potencialidad al soplo del Espíritu.


25 de octubre de 2009

25 de Octubre, Festividad de Cristo Rey

Tras una semana de reposo absoluto, por un desgraciado accidente automovilístico, que entre otros saldos me ha dejado una costilla rota, retomo hoy la posta.
Agradezco por este único medio la infinidad de notas, de las que se publican solamente las enviadas como comentarios, de preocupación y solidaridad por el accidente sufrido.
Recibirlas me ha proporcionado un gran solaz.
Este blog, El Cruzamante, no podía estar ausente el día en que la Iglesia, al cierre de su Año Litúrgico proclama (¿proclamaba?) la Reyecía (también social y política) de Nuestro Señor.



Cristo Rey

Pantocrator. c. 550



por el R. P. Gustavo Podestá (2005)


ún los más jóvenes recuerdan cómo tanto en la Iglesia -a cuya cabeza se le adjudicó desproporcionadamente parte del triunfo- como en las sociedades occidentales, la caída del comunismo significó un nuevo impulso de optimismo para las alicaídas doctrinas del progreso que venían imperando desde, al menos, hacía dos siglos. De hecho dichas expectativas optimistas habían vuelto a ser alentadas tan pronto terminada la segunda guerra mundial, y habían alcanzado su mayor auge en la época de Kennedy, cuando parecía que, poco a poco, el final de la guerra fría culminaba en una especie de pacto de coexistencia -por no decir colaboración- entre un comunismo ruso que disimulaba sus aspectos más inhumanos y un occidente -y lamentablemente una parte de la Iglesia - que coqueteaba sin pudor alguno con el marxismo y el tercermundismo. Llevando, en muchos lugares, como Latinoamérica y su Teología de la Liberación , a la guerrilla más sangrienta.


No hay que olvidar esta situación de la era de Kennedy para entender el clima de utopismo progresista que permeó todo el desarrollo del Concilio Vaticano II. Concilio que se cuidó bien de romper este clima de conciliación con ningún tipo de condena o reclamo doctrinal, no haciendo la más mínima mención al drama de los países en manos del marxismo y asimilando, en un lenguaje farragoso y poco preciso, todas las ideas fuerzas del universalismo pacifista, 'nación-unidista' y 'ecológico-socialista' de la época. Desde entonces los clérigos que se formaron en los seminarios fueron obligados a alimentarse de esa literatura conciliar, fruto de compromisos entre contrapuestas tendencias eclesiásticas y que, salvo allí donde repetían, fuera de contexto, afirmaciones del Magisterio anterior, no aportaban nada a la formación de las mentes ni de los corazones. Así hemos llegado a la predicación humanista actual, despojada de fibra y teología, que suele escucharse en nuestros púlpitos y cátedras episcopales.

Pero claro, lo de Kennedy tocó a su fin. Sus proyectos fracasaron lastimosamente, al menos en Latinoamérica, entre otras cosas, no por el menor motivo de que la supuesta 'ayuda americana' era tragada por la avidez de burocracias corruptas que no alcanzaban sus beneficios a la gente y porque lo único que de hecho llegaba era la ideología inmoral, siempre izquierdosa y anticristiana, que dominaba la ONU , la UNESCO, la OMS, la Banca Mundial, la CEPAL y otras 'organizaciones no gubernamentales', pero costeadas por intereses mundialistas.

De todos modos, caído el comunismo, el 'tercermundismo' llamado católico perdió uno de sus caballitos de batalla.

Es bueno recordar que ese fenómeno de mixtura entre cristianismo y marxismo militante había sido la lógica consecuencia de que el catolicismo hubiera echado por la borda -a partir de la aceptación de León XIII, a fines del siglo XIX, de las reglas de juego de la democracia liberal y partitocrática- su proyección necesaria en la política y la economía. La Iglesia oficial, renunciando a la cristiandad en contra de la naturaleza misma del catolicismo, redujo la fe a la vida puramente familiar y personal. La renuncia a aquella cristiandad y la adopción de otras praxis no específicamente católicas tomó su forma definitiva en el Vaticano II. Ya a ningún prelado significativo se le ocurrirá sostener la verdad de siempre de que, si el mundo, aún en sus estructuras temporales, debe servir al auténtico Bien Común, su única posibilidad consiste en someterse desde ya, en este tiempo, a la reyecía de Cristo. Así la fiesta de Cristo Rey que estamos celebrando hoy, trasladada al final del año litúrgico, se transformó en el festejo de una meta puramente escatológica, fuera del tiempo.

En realidad la lápida teórica a la reyecía temporal de Cristo la había suministrado el filósofo cristiano de origen judío Jacques Maritain, quien sostenía, la posibilidad y necesidad de una política puramente humanista sin referencia a lo sobrenatural -sólo basada en una ley natural que, despojada de sustento cristiano, fue suplantada prestamente por los cambiantes así llamados derechos humanos-.

De todos modos, cuando, por exigencias internas de la fe, muchos católicos sintieron la necesidad de proyectarla política y socialmente, perdida la memoria de la cristiandad y la auténtica política católica, no encontraron modelo mejor que, por una parte el liberalismo y, en su ala más comprometida, el socialismo marxista, que les parecía -erróneamente- respondía mejor a las pautas cristianas. Y así, desde el evangelio, hasta se llegó a justificar y alentar el terrorismo y la subversión.

Pero, como decíamos, fracasado el comunismo, al menos en la Unión Soviética, quedaba, aparentemente solo y triunfante, el modelo liberal. Adalid teórico o al menos propagandista 'best seller' de dicho modelo victorioso fue el mediático Francis Fukuyama, nacido en el año 1952 en Chicago, doctorado en Harvard. La obra que lo lanzó a la fama fue "El fin de la historia", del año 1992. Allí postulaba que -caídas todas las luchas ideológicas junto al muro de Berlín- el progreso había alcanzado finalmente su objetivo. El triunfo arrasador de la democracia liberal era capaz de terminar con toda guerra. Todo el mundo se iría dando cuenta ahora de las ventajas del sistema, el único apto para garantizar el crecimiento y distribución de la riqueza de las naciones y el máximo garante de las libertades individuales y felicidad de las mayorías. La historia se había cerrado.

El libro tuvo una repercusión fulminante y sustentó durante mucho tiempo las tesis sobre la globalización.

Pero el mismo Fukuyama ha debido, en obras posteriores, por cierto de menor repercusión, ir matizando sus afirmaciones. Desde dos desmañadas obras del 95 y el 99 tendientes a la defensa de 'valores', incluso familiares, como necesarios para sustentar la prosperidad y el crecimiento -que fueron la base teórica del llamado renacimiento moral americano (efímero, por cierto), hasta, en el 2002, "Nuestro futuro posthumano. Consecuencias de la revolución de la biotecnología", donde Fukuyama tomaba en cuenta las nuevas posibilidades de la ingeniería genética de intervenir en el cerebro y comportamiento humanos, cosa que crearía, a su juicio, fuentes de desigualdad no previstas en sus obras anteriores. La bioética fue en esos años su preocupación y, de hecho, es en este renglón, actual asesor del presidente Bush.

Sin embargo su último libro, recién traducido al castellano, "La construcción del estado. Hacia un nuevo orden mundial en el siglo XXI", apenas toca el tema. En realidad habla de que el fracaso, al menos temporal, de su tesis del "Fin de la Historia ", tiene su explicación en la debilidad de los estados, incapaces de imponer el verdadero orden liberal, sobre todo en los países del tercer mundo. Y así Fukuyama defiende la tutela que, mediante ejércitos globalizados, han de ejercer las organizaciones internacionales, y, mientras éstas se muestren ineficaces, la necesidad de que asuman dicha tutela Estados fuertes donde impere la libertad, como los Estados Unidos, interviniendo allí donde los estados nacionales no cumplan el papel de hacer respetar las garantías individuales.

Curioso que, en su libro, a pesar de que sus cambios de posición obedecen en gran parte al 11 N y lo de las torres gemelas, el Islam apenas aparezca mentado como 'fenómeno pasajero', excusa solo de masas pauperizadas -según F- y que desaparecerá tan pronto sus seguidores comprendan el papel benéfico del sistema global impuesto convincentemente por las armas y las inversiones. Curioso también que en sus obras no se haga nunca la más mínima alusión al papel de la Iglesia Católica sino como lejano factor histórico ya superado.

(Fukuyama anda en estos momentos por aquí, en Buenos Aires, invitado por la Universidad di Tella y acaba de dictar, en el auditorio del edificio Malba, una conferencia sobre el tema)

Pero es verdad que a los grupos -de los cuales Fukuyama, a la manera de Kissinger, no es sino un hábil mercenario-, consciente o no; e.d. a la Trilateral , al grupo Bilderberg, al Council on Foreign Relations (CFR), a las grandes empresas noticiosas, a los tejes-manejes anticristianos judeo talmúdicos y masónicos en sus miles de disfraces, lo único que les interesa es, precisamente, hacer desaparecer a la Iglesia como verdadero fin de la historia. Porque -es bueno tenerlo siempre claro-: a pesar de los fatídicos equilibrios maritainianos y conciliares, no existen más metafísicas -como afirma San Pablo en la epístola que acabamos de escuchar (I Cor 15, 20)- ni por lo tanto más políticas que la de (1) o aceptar que el hombre es criatura y, por lo tanto, ha de encaminar su vida y sus sociedades de acuerdo a la ley de su Creador expresada en las leyes naturales y en Cristo Rey, ayudado necesariamente por Su Gracia y encaminado a la Vida verdadera; o (2) el hombre es Dios y por tanto capaz de modificar las normas a su arbitrio, sin el recurso a ninguna fuerza que venga de lo alto y encerrado en los límites adamíticos, a la postre homicidas, de su naturaleza.

En esta segunda metafísica, prometeica y demoníaca, es imperioso suplir la unidad humana sublimada por Cristo y su Iglesia en el respeto de toda persona, raza, nación y cultura sanables, por un universalismo igualitario y humanista de mediano consumo, digitalmentee controlado, satisfecho en sus instancias primarias, recreado por sexo, fútbol y droga. Todas las religiones adorando al hombre y, la católica, admitida sólo como una más, y en la medida en que sirva a la democracia y a la humanidad global. Y, lamentablemente, en eso estamos: ¿Cristo Rey? Una conmemoración simbólica. Lo único verdadero: el Reino mundialista del hombre. El hombre rey, el hombre dios, la ecología entronizada, la humanidad incensada, la democracia reunida alrededor del circo y del pan elevados a liturgia dominical.

De tal modo que hoy ni siquiera cuando hombres de Iglesia son atacados o impugnados por la política podemos estar seguros de que lo sean como un factor más de poder en el cual ficticias rivalidades hacen a la estabilidad del sistema global o lo hacen realmente por oposición a lo cristiano. Todo es confuso.

Por ejemplo, cuando nuestro impresentable presidente, dueño de millones mal habidos depositados en el exterior y mentor de cuanta iniciativa corruptora y disolvente pueda proponerse en el país, ataca a hombres de Iglesia, hasta es capaz de decir cosas verdaderas. Como por ejemplo cuando afirma que la Declaración de la nonagésima Asamblea General de la Conferencia Episcopal Argentina más parece el manifiesto de un partido político que una pieza de índole religiosa y pastoral.

Lo mismo cuando insta a los obispos a que, en lugar de criticar para afuera, miren un poco qué es lo que está sucediendo dentro de la Iglesia. Y lo cierto es que, en eso de tomarlos medio en broma, como lo ha hecho algún ministro, no dejan de ser razonables, porque si nuestros dirigentes eclesiásticos tienen la misma idoneidad para dar consejos sobre la marcha de la economía del país como la que demuestran para dirigir a sus iglesias en ruinas y sus inexistentes vocaciones sacerdotales y sus fieles refugiándose en las sectas o en el ateísmo práctico -según estadísticas que alarman a la Santa Sede-, francamente no parece serio hacerles demasiado caso.

Antes, los obispos hablaban en nombre de Cristo Rey, de la Tradición católica, de siglos de gobierno inspirado por las verdades cristianas. Pero ahora que nada de ello se predica, que, para peor, aparentemente se ha pedido perdón por esa maravillosa experiencia y doctrina milenaria, ¿en nombre de qué competencia o autoridad los religiosos reivindican potestad alguna sobre problemas económicos, sociales, o políticos? Si, como sería lógico, de política y leyes se pronunciaran abogados católicos, la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Católica , la Corporación de abogados católicos; si sobre economía lo hiciera la Facultad de Economía de la misma UCA o asociaciones de empresarios católicos o corporaciones profesionales semejantes, al menos tendrían la seriedad de sus conocimientos y experiencia y cierta lejana garantía de su inspiración católica. Pero la reunión de cuatro o cinco días de religiosos que cuanto mucho han estudiado -no todos demasiado bien- algo de teología y un cristianismo adaptado a los tiempos e infiltrado por la gnosis masónica, ¿qué puede sacar de lúcido respecto de cuestiones sociales y políticas? Más, cuando sabemos que cada uno, en esas materias, no sólo no tienen grandes estudios y casi todo lo absorben de la televisión que miran a la noche y los diarios o noticiosos que leen o escuchan a la mañana, sino que, en sus opiniones, tienen entre sí tantas divergencias como la de los diversos partidos por los cuales, como cualquier integrante del padrón, votan religiosamente cuando les toca hacerlo.

Nos gustaría más escucharlos hablar católicamente de cuestiones religiosas -como irónicamente les ha sugerido el presidente 'K'-. Pero también allí, la prudencia y las nuevas doctrinas de la libertad religiosa -piedra libre para contaminar con cualquier superchería la mente ya bastante estragada de nuestros pueblos- y la de la igualdad de todas las religiones, 'dogmas' impuestos por los poderes mundiales, obliga a nuestros pastores a ser sinuosos, jamás claros, amigos de componendas, de no enfrentamientos.

Eso es lo peor, hoy: el 'enfrentamiento'. Por eso, a callar cuando algún obispo digno se atreve a hacer afirmaciones religiosas sobre una verdad moral y suscita las iras del gobierno. Por eso, a asombrarse y desmentir rápidamente -mediante 'voceros'- cuando algún pasaje acertado que por casualidad se les escapó en medio de un documento tan inocuo y sin trascendencia como el emitido por la Conferencia , toma vuelo y suscita ira y reacción. Pero, sobre todo, jamás referirse a que en la Iglesia misma hay problemas, que las cosas no van como deberían ir o que se dude de que ellos manejan infaliblemente bien a sus diócesis, más aún que las han 'renovado' venciendo la herencia vetusta que les dejaron sus predecesores.

Pero esto ya es un hecho: estamos casi peor que en épocas preconstantinianas, que en las catacumbas. Una a una han sido destruidas las esencias nacionales otrora católicas reconocedoras de Cristo Rey. Las ideas gnósticas judeo talmúdicas y masónicas han carcomido el caracú de la antigua cristiandad; dos guerras mundiales han abatido lo poco que de ella restaba; los medios y las grandes finanzas están en manos del enemigo; el ariete talmúdico del Islam avanza -como lo ha hecho desde su nacimiento salvo retrocesos temporarios- en todos los frentes.

Pocos eclesiásticos se atreven a predicar la 'entera verdad', como ha acusado el Papa Benedicto hace una semana nada menos que a los obispos de Austria. No quedan ni naciones, ni ejércitos cristianos; solo, aislados, unos cuantos soldados, algunos obispos, algunos religiosos, algunas familias, algunos que todavía ven y reconocen, al menos en sus vidas, la reyecía del Señor del Universo. Por eso la reconquista, si todavía es posible en esta tierra, habrá de ser esforzada y paulatina.

Y hay que empezar por lo más importante: por lo que acaba de decir el Papa Benedicto y les leo: "Es necesario, dar a la Iglesia un cambio de dirección. Antes que nada la confesión clara, corajuda y entusiasta de la fe en Jesucristo, -no de cualquier Dios esfuminado- el Cristo que vive aquí y ahora en su Iglesia, único en quien el hombre puede encontrar la felicidad. (.) Y hacerlo sin concesiones, como en los primeros tiempos, en clara misión de proclamar la entera verdad. (.) Aunque puede que debamos en nuestros días actuar con ponderación, la prudencia de ninguna manera ha de impedirnos presentar la palabra de Dios con total claridad, aun en aquellas cosas que el mundo no quiere aceptar o que suscitan reacciones de protesta o de burla. (.) Una enseñanza católica que se ofrece de modo incompleto, es una contradicción en sí misma y, a largo plazo, no puede ser fecunda. Sólo la claridad y belleza de la fe católica integral puede hacer luminosa la vida del hombre y de las sociedades. Sobre todo si se presenta mediante testigos entusiastas y entusiasmantes"

Siguiendo a nuestro Papa y en la solemnidad de hoy, comprometámonos, más que nunca, en esta Iglesia asediada, en este mundo y esta patria que han sido arrebatados a nuestro Rey, a cerrar filas a su vera y, al menos en el bastión de nuestros corazones, seguir proclamando, con nuestra vida y conducta, que tenemos sólo a Cristo por Rey.