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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

29 de noviembre de 2008

Cárcel para los Kirchner


por el Dr Antonio Caponetto


Tomado del Blog de Cabildo




De muchos modos —y sin necesidad de las denuncias formales cuanto oportunistas de cierta clase politica— la sociedad ha ido tomando conciencia de que los kirchner son una banda de ladrones. Y usamos con deliberadas minúsculas el ya luctuoso apellido del duplo gobernante, como quien menciona a un genérico bacilo antes que un respetable patronímico, un morbo fatal más que un gentilicio.

No en el imaginario colectivo, como dicen pedantemente ahora, sino en la cruda realidad de cada día, los sufridos habitantes de esta tierra hemos empezado a constatar que por doquier abunda el fraude y el dolo, la rapiña y la usura, el negocio turbio, la mezcla delictiva de drogas, narcos, traficantes, juegos de azar o culposas valijas. Y que tras estas mixturas de contravenciones múltiples a la ley y a la moral objetiva, asoman ineluctablemente los ejecutores oficiales de la conducción del Estado. Mencionar hoy a Julio de Vido, Claudio Uberti, Rudy Ulloa Igor, Ricardo Jaime, Cristóbal López y Lázaro Báez; mencionar acaso a los Fernández, a la Miceli, o a Moreno, equivale enunciar otros tantos nombres de kirchner, de los que diría Fray Luis de León que, a diferencia de los nombres de Cristo, “mentan las calamidades de nuestros tiempos y el hallar ponzoña antes que medicina y remedio”. No suscitan estos nombres el silencio inefable, del que nos habla Dionisio para celebrar la nomenclatura divina, sino el grito de espanto, el vituperio cósmico, la puteada lisa y llana del hombre corriente.

Es que de todas las formas posibles de robar, que sistematizara el Aquinate exponiendo el séptimo mandamiento, ninguna está ausente en esta tiranía agobiante. Primero hurtan a escondidas, aprovechándose del poder que disponen para que, entre la sorpresa y las sombras, se consumen impunemente las esquilmaciones y los despojos. En segundo lugar arrebatan por la fuerza —especialidad de los príncipes perversos, acota Santo Tomás— toda vez que necesitan ampliar la caja con que financiar su perdurabilidad politica, sin detenerse en ordenar la legalidad positiva con vistas al lucro privado. Terceramente escamotean el salario justo, a la par que los mayores ingresos se los reservan para el redil de los serviles y el aparato oficial. En cuarto lugar, cometen fraude en los negocios, dueños omnímodos como son de esa “balanza dolosa” de la que habla la Escritura, con una pesa falaz para aprovechamiento del amo. Y en quinto lugar, al fin, roban comprando dignidades, sean temporales o espirituales. Por eso cuentan con la manada de obsecuentes rentados, a quienes cada vergonzosa genuflexión les significa un subsidio, una adulación, un asiento a la derecha de la dupla proterva, en el que oficiar de bufón y proxeneta.

Roban todo el tiempo y con descaro, cada cual a su turno y con las modalidades que se les antoje conveniente en momento. Roban en lo poco y en lo mucho, nocturnamente y a la luz del día. Roba la chirusita un rango que no posee, cada vez que se hace llamar doctora, roba las cifras el Indec, y roba el decoro y la decencia el ostensible programa gubernamental a favor de la contranatura y de la cultura de la muerte.

Súmese al hurto el homicidio, en varias de sus formas posibles. Porque homicidio es el aborto, cada vez más oficialmente tolerado, extendido, promovido y justificado. Homicidio es el fruto de la inseguridad social entronizada por el garantismo de estos progresistas irresponsables. Y sabido es que se puede matar con la boca, mediante la calumnia y las acusaciones falsas, siempre presentes en el lenguaje presidencial. Homicidio, sobre todo, es el de los terroristas aposentados honorablemente en el poder, autores directos de crímenes horribles, o cómplices de los mismos, o festejantes y glorificadores de los asesinos marxistas.

Cualquiera sabe que en una situación normal, los ladrones y los criminales deberían estar en la cárcel. En nuestra desdichada patria, en cambio, son las autoridades elegidas por la democracia, bendecida por los obispos, sostenidas por los jueces, incapaces de ordenar la captura de estos malvivientes. Cualquiera sabe asimismo que se necesita un mínimo de coherencia para pedir la captura y el castigo de estos reos; por lo que aumenta el oprobio constatar al ramillete de partidócratas ahora denunciantes, que no sólo no podrían tirar la primera piedra sino el más liviano de los guijarros.

Entonces, desde algún sitio al que no roce el latrocinio ni el asesinato debe clamarse la cárcel y el castigo ejemplar para el kirchnerismo. Quede dicho desde estas páginas, y permita Dios, que es el Justo, que semejante clamor se convierta en un hecho.

Gramsci y el Buen Humor de Dios


por Juanjo Romero

Tomado de De Lapsis



El día de ayer fue de auténtico disfrute. De bochorno la rabiosa reacción contra la confirmación de la conversión en el lecho de muerte de Gramsci, y digo confirmación, porque ya hace mucho tiempo que se daba por hecha. En 1967, las monjas que lo atendieron, nos contaron su conversión, asegurando que conservaba una estampita de su niñez, de Santa Teresa del Niño Jesús.

El contexto ya lo conocéis. Yo creo a De Magistris, creo que Gramsci se convirtió, y no sólo porque monseñor es un tipo respetable, conocedor como nadie, desde su privilegiado puesto en la Penitenciaría Apostólica, de las cosas de conciencia. De la descripción que hace:

Gramsci tenía en su habitación la imagen de santa Teresita del Niño Jesús. Durante su enfermedad, las monjas de la clínica en la que estaba ingresado llevaban a los enfermos la imagen del Niño Jesús, para que la besaran. Como a Gramsci no se la llevaron, él se quejó: '¿Por qué no me la habéis traído?'

sólo puede desprenderse que ahí estaba una sonrisa del Buen Humor de Dios. La alternativa sería que nuestro querido prelado tiene una mala baba venenosa.

Hay que reconocer la ironía de que el «teórico de la praxis» (no es un oxímoron), para quien primero era la acción, y luego…la acción, fuese tan devoto de una niña monja de clausura que no salió del convento, y pasó los pocos años de vida postrada en cama rezando, amando a su Dios. Que el teórico de la 'hegemonía cultural', murió besando al Gesù Bambino. ¿Qué descubrió? Probablemente que la verdadera acción era la de Santa Teresita, que lo primero era estar muy cerca del Amor, que esas eran las verdaderas bases de la transformación, primero de la persona, y por ella la sociedad. ¿Qué descubrió? Probablemente que:

Al final de la jornada,
el que se salva sabe,
y el que no,
no sabe nada.

Eso sí, los tiempos, los del Señor. Me gustaría que se hubiese convertido antes, que hubiese tenido la oportunidad de deshacer, de desdecirse. Aunque muere en el 37, suya es la doctrina que fundamenta el cambio de estrategia contra la Iglesia. Ya no se trata de aniquilarla, el paradigma no será la Segunda República Española o la Ilustración Francesa, será la infiltración, la educación [para la ciudadanía], la cultura [de la zeja]. Y hay que reconocer que está siendo bastante exitosa; hoy podemos ponerle cara a muchos de esos cristianos maduros (en la 'edad del pavo', diría yo), a esos frutos del gramscismo. Los mismos para los que la simple existencia de Santa Teresita es un escándalo; los mismos que intentan desmitologizar la fe; los mismos para los que lo único es hacer, actuar.

Pienso que este nuevo tipo de persecución, en la que llevamos inmersos al menos medio siglo de forma reconocible, sólo podrá ser vencida del mismo modo que a Gramsci: parándonos un poco, volviendo al Amor de los Amores, pudiéndole dar al Niño un beso de niño. Y después vendrá el resto, con hombría.


Juan Donoso Cortés: Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo (19)


Capítulo II

De cómo saca Dios el bien de la transmisión de la culpa y de la pena y de la acción purificante del dolor libremente aceptado



La razón, que se subleva contra la pena y la culpa que se nos transmiten, acepta sin repugnancia, aunque con dolor, lo que nos fue transmitido, si pierde su nombre propio para tomar el de desgracia inevitable. Y, sin embargo, no es cosa ardua demostrar de una manera evidente que esa desgracia no podía convertirse en ventura sino con la condición de ser una pena; de donde resultará, por consecuencia forzosa, que en su definitivo resultado es menos aceptable la solución racionalista que la solución dogmática.

No considerando nuestra actual corrupción sino como un defecto físico y necesario de la corrupción primitiva, y debiendo durar el efecto tanto como su causa, es claro que, no habiendo modo ninguno de hacer que desaparezca la causa, no le hay tampoco de hacer que desaparezca el efecto. Siendo la corrupción primitiva, causa de nuestra corrupción actual, un hecho consumado, nuestra corrupción actual es un hecho definitivo, que nos constituye en una desgracia perpetua.

Considerando, por otra parte, que no puede darse ninguna manera de unión entre lo corrompido y lo incorruptible, síguese de aquí que por la explicación racionalista se hace imposible de todo punto la unión del hombre con Dios, no sólo en el tiempo presente, sino también en el venidero. En efecto: si la corrupción humana es indeleble y perpetua, y si Dios es eternamente incorruptible, entre la incorruptibilidad de Dios y la corrupción perpetua del hombre hay una invencible repugnancia y una contradicción absoluta. El hombre, pues, por este sistema, queda apartado de Dios perpetuamente.

Y no se me arguya diciendo que el hombre pudo ser redimido, porque cabalmente la consecuencia lógica de este sistema es la imposibilidad de la redención humana. Para la desgracia no se da redención sino en cuanto es concebida como una pena que viene detrás de un pecado: suprimido el pecado, procede la supresión de la pena, y con la supresión del pecado y de la pena se hace irremediable la desgracia.

Por este sistema es de todo punto inexplicable el libre albedrío del hombre. En efecto: si el hombre nace en el apartamiento necesario de Dios, si vive en el apartamiento necesario de Dios y si muere en el apartamiento necesario de Dios, ¿qué significa y qué es el libre albedrío del hombre?

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29 de Noviembre, Conmemoración de San Saturnino, Martir


Era de origen cartaginés.

San Saturnino fue detenido y arrojado en una prisión durante la persecución de Diocleciano. Después de haber sufrido mucho en su mazmorra, fue sacado de ella para ser extendido en el potro; pero como las torturas ordinarias no podían doblegarlo a sacrificar a los dioses, le machucaron el cuerpo a bastonazos y le quemaron los costados con antorchas ardientes. Por fin fue decapitado junto con el diácono Sisino, y sus cuerpos fueron enterrados a dos millas de Roma, en la vía Salariana, el año 309.

Oh Dios, que nos concedéis la alegría de celebrar el nacimiento al cielo del bienaventurado Saturnino, vuestro mártir, concedednos la gracia de ser asistidos por sus méritos. Por J. C. N. S. Amén

¿ Y cómo derrotarlos?



Por Juan Manuel de Prada

Tomado de abc



La matanza de Bombay vuelve a exponer ante los ojos de Occidente la vesanía del terrorismo islamista. Carlos Herrera escribía ayer en este periódico que, por mucho que incomode a las melifluas y acomodaticias mentes occidentales, estamos en guerra; y que esa guerra sólo se resolverá si el terrorismo islamista es derrotado, empresa que nos exigirá sufrimientos. Pero lo cierto es que Occidente está poco dispuesto a sufrir; y sin sufrimiento no creo que pueda haber victoria. Cada vez que el terrorismo islamista nos sobresalta con una hecatombe, proclamamos pomposamente: «No lograrán que renunciemos a nuestros valores»; pero lo cierto es que, si nos preguntaran cuáles son esos valores, balbucearíamos frases inconexas, para terminar aferrándonos a la manoseada «libertad», que es el talismán o espantajo que enarbolan quienes no tienen valores. El hombre es más libre a medida que es más fuerte -nos enseña Castellani-, y la obsesión por la libertad es la prueba de máxima debilidad, que es la debilidad de la mente. Debilidad que Occidente demuestra cada vez que se enzarza en discusiones bizantinas sobre la presunta incompatibilidad entre libertad y seguridad, como si lo que nos hace más fuertes nos hiciera menos libres.
Pero, ¿qué es lo que nos hace fuertes? No, desde luego, las apelaciones campanudas a valores que no tenemos, o que hemos arrumbado en la trastienda de un museo de cera. Esta ausencia de valores revitalizados por una profesión de fe constante es, precisamente, lo que nos torna débiles; y esa debilidad es la que el terrorismo islamista ataca, seguro de su triunfo final. Occidente ha perdido la fe en los valores que sustentan su cultura; y cuando se pierde la fe en esos principios y valores es natural que no se esté dispuesto a sufrir en su defensa. A esta debilidad creciente ha contribuido, paradójicamente, la prosperidad que tales valores ha auspiciado; porque cuando los valores degeneran en medios de consecución de una prosperidad material condenan a los pueblos que los disfrutan primero a la decrepitud y después a la mera extinción. La Historia confirma repetidamente la verdad de este aserto.
Occidente ha encontrado en el progreso material el «valor supremo» que lo distrae de su decadencia espiritual. Y el terrorismo islamista, atento a los avances de la enfermedad que nos corroe, sabe que en esa debilidad onanista se esconde la semilla de la rendición. Ni siquiera hará falta que lance contra nosotros un ejército invasor; bastarán unos cuantos atentados como el de Bombay, unas cuantas «epifanías del horror» calculadamente dosificadas, para que Occidente acabe abjurando de esos valores que invoca. Pues, ¿en qué consisten tales valores, tan pomposamente invocados? Hoy por hoy, no son sino la mascarada que disfraza la obsesión por privilegios e intereses personales (aunque la suma de intereses personales adquiera a veces la falsa apariencia de interés colectivo); y una sociedad cuyos miembros no anhelan otra cosa sino la satisfacción propia acaba destruyéndose a sí misma. Este apetito de autodestrucción lo constatamos a diario: relativización del Derecho (convertido en mero instrumento legal para la satisfacción de caprichos), fascinación por el suicidio y la eutanasia, cifras industriales de abortos, estancamiento demográfico, etcétera. Fenómenos reveladores de una desesperación que torna a Occidente impotente al esfuerzo vital y descompone los cimientos sobre los que ha erigido su cultura.
Belloc nos enseñaba -pero, ¿quién lee hoy a Belloc?- que las culturas surgen de las religiones; y en las religiones alimentan su fortaleza. El lugar que el entusiasmo cristiano ocupó en otro tiempo en Occidente fue sustituido por entusiasmos políticos («autodevociones» onanistas) que fueron agostando su fe ancestral, hasta reducirla a escombros. Y, como dice el salmista, «si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles». Esta disolución de la fe es la causa última de la debilidad de Occidente, y de la descomposición de sus valores en este barrizal impotente al esfuerzo vital en el que hoy chapoteamos. Ahora las únicas y exangües fuerzas que nos restan las empleamos en retirar los crucifijos de las escuelas: a esto se le llama morir matando; aunque -eso sí- sin provocar sufrimientos.

Perlita

Enviada por Ana Bauer

"¿Cómo es posible que muchas personas, después de haber vivido cuarenta o cincuenta años en estado de gracia y recibiendo con frecuencia la sagrada comunión, apenas den señales de la presencia de los dones del Espíritu Santo en su conducta y en sus actos, se irriten por una niñería, anden buscando los aplausos y lleven vida completamente fuera de lo sobrenatural? Todo esto proviene de los pecados veniales que, con frecuencia, cometen sin ninguna preocupación; estas faltas y las inclinaciónes que de ahí derivan, inclinan a esas almas hacia la tierra y mantienen como atados los dones del Divino Espíritu, al modo de unas alas que no pueden desplegarse. Tales almas no guardan ningún recogimiento; pasan inadvertidas; por eso permanecen en la oscuridad, no de las cosas sobrenaturales y de la vida íntima de Dios, sino en la oscuridad inferior que radica en la materia, en las pasiones desordenadas, el pecado y el error; ahí está la explicación de su inercia espiritual" (R. GARRIGOU-LAGRANGE, Las tres edades de la vida interior, Madrid 1985, p 787)

28 de noviembre de 2008

Algo más de buena Música... Trompeta barroca

Haydn "Trumpet Concert"



Ave María


Pachelbel´s Canon in D

Y, ya que estamos con Pemán... algo de poesía.


RESIGNACIÓN

Por eso, Dios y Señor,
porque por amor me hieres,
porque con inmenso amor
pruebas con mayor dolor
a las almas que más quieres

Porque sufrir es curar
las llagas del corazón;
porque sé que me has de dar
consuelo y resignación
a medida del pesar;

por tu bondad y tu amor,
porque lo mandas y quieres,
porque es tuyo mi dolor...,
¡bendita sea, Señor,
la mano con que me hieres!

Perfiles de la nueva barbarie


por José María Pemán


Publicado en Acción Española, Tomo I Nº 2, 1 de enero de 1932, dirigida por Rodrigo de Maeztu.






Proyecciones de la literatura romántica sobre la política liberal



Vengo dedicando, hace tiempo, mi atención y mi curiosidad al estudio de cuanto debe el repertorio vulgar de las ideas políticas liberales, del que, hasta hace poco, se ha venido nutriendo el hombre medio, a la abusiva generalización de los tópicos, los desplantes y las excentricidades de la literatura individualista y romántica del siglo XIX...

Y me viene pasando como a aquel infante del viejo romance que «andando de tierra en tierra–hallose do no pensaba». Porque, hallándome voy, lector, casi en las riberas, de una gran ley general, las peripecias de cuyo hallazgo son ya, en mi espíritu, tentación y promesa de libro futuro. Me he encontrado con el hallazgo gozoso de que tirando de cualquier hilo de los que forman la vasta trama del ideario liberalesco de principio de siglo, se acaba por encontrar algún tópico romántico, del siglo anterior, al que, como cable o boya, dicho hilo está amarrado. Hemos creído durante estos últimos años en la libertad individual, en el progreso indefinido, en la irresponsabilidad de las ideas y en mil cosas más, a causa de tal o cual frase ingeniosa que dijo años antes un poeta o un novelista, con pura intención individualista de señalarse y asombrar un poco: o sea con intención, totalmente antípoda, a todo propósito político, o de dirección colectiva. Mis hallazgos son múltiples y divertidos. Siento ya en mí la tentación pedante de revestirlos de letra bastardilla –que es como la voz ahuecada y solemne de la tipografía– y compendiarlos en una ley: La mitad de la política del primer cuarto del siglo XX se ha elaborado con proyecciones de la literatura del siglo anterior.

* * *

Resumiré, antes de entrar en el tema propio y concreto de estas líneas, algunos de los hallazgos, ya dados por mí a la publicidad en otros trabajos anteriores.

El primero es el que se puede cifrar en estas palabras: la mitad de nuestra política y de nuestra sociología ha venido viviendo de una generalización abusiva y tardía, de los trucos que el individualismo del siglo pasado inventó «pour épater les bourgeois»... La esencia de estos trucos consistía invariablemente en invertir totalmente los valores de la moral y de la vida. La novela, la comedia o la poesía se construía con un premeditado propósito de que las cosas fueran en ellas lo contrario de lo que debían ser. Era indudablemente un modo simplista y directo de asegurarse la originalidad. Con que la prostituta fuera inmaculada de alma, y el canalla sublime de fondo, y el mar amarillo y el cielo violeta, se tenía indudablemente ganado mucho para conseguir el asombro del lector. He aquí el precedente literario. No hay más que violentarlo con una elástica generalización y ya tenemos hecha una política: la política, romántica y liberal, que construye sus leyes un poco al modo de las comedias y las novelas del siglo XIX; la política que legisla sobre la base de que las pecadoras son inmaculadas y los canallas son sublimes; la política que convierte en cuerpo central de la ley lo que sólo debe ser el apéndice misericordioso para el error o la excepción. Las tres cuartas partes de la legislación liberal están inspiradas en la obsesión de asegurar sus fueros y garantías al error o al pecado. Se ve que al legislador, como al comediógrafo o al novelista, el pecador le es irresistiblemente simpático, y sin poderlo remediar, hace de él el protagonista de su ley, como el otro de su novela o su comedia.

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La Sábana Santa, imagen de Cristo muerto (6)




por el R. P. Raimondo Sorgia, OP



6. El encuentro con la vida


¿Que sucedió hace millones de años, en el momento preciso en que la omnipotente voz del Eterno llamó de la nada al Universo? Hasta los más expertos especialistas en los grandes cálculos confiesan no saber cómo describir aquel instante. A menos que se haga novela en vez de ciencia.

Y ¿qué sucedió hace dos mil años, al final de la noche entre el sábado y el domingo de Pascua? El hecho es conocido: un crucificado, inerte y frío, muerto hace más de un día, estrechamente envuelto en una sábana, como cualquier otro cadáver de un palestino que hubiera recibido sepultura, en un momento se reanima y revive. Desde aquél preciso instante Cristo será el Resucitado. Ahora bien, ¿quien sino el mismo Hombre-Dios, que pudo morir, pero no ser sometido para siempre al poder de la muerte, quién sino El podría contarnos desde dentro el más increíble de sus milagros? ¿Quién puede hacer la crónica de lo que, bien entendido, debe llamarse la resurrección de sí mismo?

Por eso nuestras palabras parecerán el balbuceo de un niño, pues ya el misterio de una célula viva, que palpita y se reproduce, constituye un espectáculo impresionante. Podemos intentar imaginarnos lo que sucedió; pero al final, tendremos que admitir que nos hemos quedado en la superficie, mientras que la potencia divina actuó en las profundidades del Ser y dispuso según su voluntad de las más complejas e inmutables leyes de la naturaleza. Solo nos ayudan el insuficiente relato evangélico y la reflexión sobre las obras de Dios, es decir, la teología cristiana.

En primer lugar, hay que afirmar que Jesús, trágica e irreversiblemente acabado como hombre, seguía siendo el Hombre-Dios. El alma se había separado del cuerpo, ya que El, inclinando la cabeza, había gritado: «¡Padre te confío mi vida!». La suya había sido una muerte clínica en el más estricto sentido de la palabra, confirmada también con el golpe de la lanza que penetró hasta el fondo del corazón. Pero la divinidad –su ser Dios– que provenía a Cristo de la persona del Verbo, no se resintió, no podía resentirse de ningún modo por aquel drama. Durante la espera, cargada del misterio más grande de la historia humana, la persona del Verbo se mantuvo íntimamente en contacto con aquel cuerpo inanimado encerrado en la Sábana Santa, incluso siendo cuerpo y alma separados entre sí.

Dado que estamos tocando las cotas más elevadas de la teología, es más que normal que a veces parezca desfallecer nuestra mente. La persona de Cristo es una persona eterna. Es el Verbo eterno; así que no se podía disolver ni siquiera cuando no había unión del alma con el cuerpo de Jesús.

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Herejes (17)


por Gilbert K. Chesterton




Capítulo XVII

El ingenio de Whistler


Ese escritor capaz e ingenioso que es Arthur Symons ha incluido en un ensayo de reciente publicación, creo, una apología de London Nights [«Noches de Londres»], en la que afirma que la moralidad debería estar totalmente supeditada al arte en la crítica, y para justificarlo recurre al singular argumento de que el arte, o el culto a la belleza, es el mismo en todas las épocas, mientras que la moral difiere según los periodos y los ámbitos. Parece, además, desafiar a sus críticos y a sus lectores a que mencionen algún rasgo o cualidad permanente en la ética.

Se trata, ciertamente, de un ejemplo muy curioso de ese extravagante sesgo contra la moralidad que convierte a tantos estetas ultramodernos en personajes más enfermizos y fanáticos que cualquier eremita levantino.

Constituye, sin duda, una expresión muy corriente del intelectualismo moderno afirmar que la moralidad de una época puede ser totalmente distinta a la de otra. Y, como muchas otras grandes frases del intelectualismo moderno, no significa, literalmente, nada en absoluto. Si las dos moralidades son totalmente distintas, ¿por qué llamar «moralidades» a ambas? Es como si un hombre dijera: «Los camellos de diversos lugares son totalmente distintos; algunos tienen seis patas, otros ninguna; algunos tienen escamas, otros plumas, otros cuernos; algunos tienen alas, otros son verdes, otros triangulares. No tienen nada en común». Ante una afirmación tal, cualquier hombre sensato replicaría: «Entonces, ¿qué te lleva a llamarlos a todos “camellos”? ¿Cómo distingues a un camello cuando lo ves?». La moralidad cuenta siempre, claro está, con una substancia permanente, lo mismo que hay una substancia permanente en el arte; afirmar esto es sólo afirmar que la moralidad es moralidad, y que el arte es arte. Un crítico de arte ideal sabría reconocer sin vacilar la belleza común tras cada escuela; del mismo modo, el moralista ideal sabría reconocer la ética común tras cada código. Pero en la práctica, algunos de los mejores ingleses de otrora no han sabido ver más que suciedad e idolatría en la piedad estelar de los brahmanes. Y es igualmente cierto que, en la práctica, el mejor grupo de artistas que tuvo el mundo – los gigantes del Renacimiento –, no supo ver más que barbarismo en la energía etérea del gótico.

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El mismo día, Santa Catalina Labouré, Vírgen




La capilla de las apariciones de la Medalla Milagrosa se encuentra en la rue du Bac, de París, en la casa madre de las Hijas de la Caridad. Es fácil llegar por "Metro". Se baja en Sevre-Babylone, y detrás de los grandes almacenes "Au Bon Marché" está el edificio. Una casona muy parisina, como tantas otras de aquel barrio tranquilo. Se cruza el portalón, se pasa un patio alargado y se llega a la capilla.La capilla es enormemente vulgar, como cientos o miles de capillas de casas religiosas. Una pieza rectangular sin estilo definido. Aún ahora, a pesar de las decoraciones y arreglos, la capilla sigue siendo desangelada.Uno comprende que la Virgen se apareciera en Lourdes, en el paisaje risueño de los Pirineos, a orillas de un río de alta montaña; que se apareciera inclusive en Fátima, en el adusto y grave escenario de la "Cova de Iría"; que se apareciera en tantos montículos, árboles, fuentes o arroyuelos, donde ahora ermitas y santuarios dan fe de que allí se apareció María a unos pastorcillos, a un solitario, a una campesina piadosa...Pero la capilla de la rue du Bac es el sitio menos poético para una aparición. Y, sin embargo, es el sitio donde las cosas están prácticamente lo mismo que cuando la Virgen se manifestó aquella noche del 27 de noviembre de 1830.Yo siempre que paso por París voy a decir misa a esta capilla, a orar ante aquel altar "desde el cual serán derramadas todas las gracias", a contemplar el sillón, un sillón de brazos y respaldo muy bajos, tapizado de velludillo rojo, gastado y algo sucio, donde lo fieles dejan cartas con peticiones, porque en él se sentó la Virgen.
Si la capilla debe toda su celebridad a las apariciones, lo mismo podemos decir de Santa Catalina Labouré, la privilegiada vidente de nuestra Señora. Sin esta atención singular, la buena religiosa hubiera sido una más entre tantas Hijas de la Caridad, llena de celo por cumplir su oficio, aunque sin alcanzar el mérito de la canonización. Pero la Virgen se apareció a sor Labouré en la capilla de la casa central, y así la devoción a la Medalla Milagrosa preparó el proceso que llevaría a sor Catalina a los altares y riadas de fieles al santuario parisino. Y tan vulgar como la calle de Bac fue la vida de la vidente, sin relieves exteriores, sin que trascendiera nada de lo que en su gran alma pasaba.
Catalina, o, mejor dicho, Zoe, como la llamaban en su casa, nació en Fain-les-Moutiers (Bretaña) el 2 de mayo de 1806, de una familia de agricultores acomodados, siendo la novena de once hermanos vivientes de entre diecisiete que tuvo el cristiano matrimonio.
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28 de Noviembre, San Esteban el jóven, Mártir



San Esteban el joven fue, antes de nacer, ofrecido al Señor por sus padres. Él mismo se consagró al servicio de Dios abrazando la vida religiosa lo más pronto que pudo. Pidió una habitación sin techo, a fin de estar expuesto a todas las inclemencias de la intemperie. Constantino Coprónimo le prohibió que honrara las imágenes de los santos, pero le respondió el santo que estaba dispuesto a morir antes que cumplir su prohibición. Esta generosa respuesta le mereció la corona del martirio, en el año 764.

27 de noviembre de 2008

¡¡Actualísimo!!


Por el Dr. Antonio Caponetto


Tomado del blog de Cabildo




Amigos, deseo compartir con ustedes, sin comentarios, estos dos textos del Padre Castellani. “El que pueda entender que entienda” (San Mateo, 19, 10-12).

Un abrazo.

Antonio Caponnetto

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COBOS Y LOS OBISPOS

“Así se hacían los Obispos en aquel tiempo […] y del negocio de Dios se ocupaban los Obispos de aquel tiempo […] Me hace acordar de un predicador gallego que hizo un panegírico de San Agustín en la Catedral de Santiago, en una misa solemne, el Padre Cobos; y le fue muy mal. Porque explicaba las virtudes de San Agustín, su castidad, su pobreza, su valentía, su sabiduría, su espíritu de trabajo; y después de cada párrafo se volvía hacia el trono donde estaba encapotado y con su gran mitra y báculo el Obispo, y decía: «¡Aquéllos sí que eran Obispos, Excelentísimo Señor, aquéllos sí que eran Obispos». Lo hicieron bajar; pero en España todavía hoy, para referirse a una indirecta que es demasiado directa se la llama «una indirecta del Padre Cobos»”.

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UN VIEJITO PARA EL SANTO PADRE, POR FAVOR

“El Papa es infalible, pero no en todo. Cuando declara solemnemente las cosas de la Fe, cosa que hace pocas veces, por cierto. Pero pretender como hace muchísima gente aquí que todos los Papas o tal Papa particular son maravillas de inteligencia y de rectitud, hasta llegar a renunciar al propio sentido moral, cerrar los ojos ante un error y una iniquidad manifiesta, y dar como anticatólico, o poco católico, o no católico al que no puede cerrar los ojos así, al que no puede renunciar a su sentido moral, eso es inventar un nuevo dogma, eso es rendirse a una superstición, eso es morar en plena exterioridad”.

“Los romanos que son muy religiosos y veneran mucho al Papa, también son muy inteligentes, inventaron una anécdota sobre la infalibilidad que se la colgaron a Pío XI. Contaban que el Papa se dormía por la mañana porque trabajaba de noche; y que buscó un viejito del Asilo San Michele para que le hiciera de sereno y lo despertara por la mañana a las ocho. Así que el primer día el viejito abrió la puerta y dijo: «Santísimo Padre, son las ocho y hay buen tiempo». Y el Papa contesta «Giá lo sapevo», y se levantó. Al otro día lo mismo: «Son las ocho y hay buen tiempo». «Giá lo sapevo». El tercer día ocurrió que el viejito mismo se durmió, se levantó muy apurado y fue corriendo a despertar al Papa; y con el apuro y la costumbre le dijo la misma fórmula: «Santísimo Padre, son las ocho y hay buen tiempo». Y el Papa dijo:«Giá lo sapevo». Y entonces el viejo le dijo: «¡Non lo sapevate un corno: sono le dieci e piove a finimondo!»

“En otros tiempos, cuando el Papa se equivocaba, los santos de aquel tiempo le decían tranquilamente: «Non lo sapevate un corno», y el Papa mismo rogaba que se lo dijeran. Había más caridad. Había comunión”.

Leonardo Castellani, “San Agustín y nosotros”,
Mendoza, Jauja, 2000,
págs. 244 y 256 respectivamente.

Benedicto XVI y la confesionalidad de los Estados


Por José María Permuy Rey

Tomado de Arbil

Se trata simplemente de que aquellos Estados gobernados por católicos y para una mayoría de católicos, consecuentes con la fe que el pueblo abraza y profesa, sean conformes con la ley natural tal como es enseñada e interpretada por la Iglesia Católica. Nada más y nada menos



El 1 de abril de 2005, en Subiaco, el entonces Cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, afirmó en una conferencia que el cristianismo “ha negado al estado el derecho de considerar la religión como una parte del ordenamiento estatal”, y lamentó que en otros tiempos “contra su naturaleza y por desgracia, se había vuelto tradición y religión del estado”.

León XIII, por el contrario, en la encíclica Inmortale Dei, enseña que “tiene el Estado político la obligación de admitir enteramente, y profesar abiertamente aquella ley y prácticas de culto divino que el mismo Dios ha demostrado querer”; y elogia el “tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados”; época en la que “aquella energía propia de la sabiduría cristiana, aquella su divina virtud, había penetrado profundamente en las leyes, instituciones y costumbres de los pueblos, en todos los órdenes y problemas del Estado”, yorganizada de este modo la sociedad civil, produjo bienes muy superiores a toda esperanza”.

El Cardenal Ratzinger es hoy el Vicario de Cristo en la tierra (como lo fue en su día León XIII), y no sabemos si públicamente seguirá sosteniendo lo que dijo sobre los Estados cristianos en aquella conferencia pronunciada apenas unos días antes de su elección como Papa. Aunque así fuera, como él mismo advirtió recientemente a los sacerdotes de Aosta, “el Papa no es un oráculo; como sabemos, sólo es infalible en situaciones rarísimas.”.

Alguno pensará que estas últimas palabras se pueden aplicar también al magisterio de León XIII. Sin embargo, no es del todo así. No es así, porque lo que enseñaba León XIII a favor de la confesionalidad católica de los Estados es lo mismo que habían venido sosteniendo durante siglos sus predecesores. Y lo mismo que siguieron sosteniendo sus sucesores, al menos hasta el Concilio Vaticano II. Mientras que la no confesionalidad defendida por el Cardenal Ratzinger es teoría que circula entre los jerarcas de la Iglesia desde hace tan sólo cuatro décadas, y ni siquiera avalada hasta hoy (teóricamente, al menos) por ningún Romano Pontífice.

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Hudje, Gudje y Jones


por Eulogio López

Tomado de Hispanidad



Estados Unidos vuelve a multiplicar los planes de rescate, es decir, dinero público para salvar a los especuladores de la ruina y para fomentar el consumo en lugar del empleo. La Casa Blanca fomenta el consumo y lo mismo hace el Reino Unido, y la Comisión Europea le baila el agua.

Más planes de salvamento de bancos en Estados Unidos... con dinero público. Proyectos en Europa para salvar a los fabricantes de automoción... con dinero público. Y así con todo.

Lo cual es bello e instructivo, porque nos retrotrae a una genialidad que cuenta Chesterton. El azote de la modernidad, cuenta la historia de Hudge y Gudge y Jones. Hudge es el “progresista enérgico”, socialista; Gudge es el “conservador recalcitrante” un capitalista industrial. Dicho de otro modo, Hudge es el Gran Gobierno y Gudge la Gran Empresa.

Luego está Jones, el hombre corriente “en el siglo XXI, malos tiempos para la lírica, hablaríamos de que Jones es el contribuyente”. Según Chesterton, Jones siempre ha deseado “cosas sencillas”. Por ejemplo, se ha casado por amor, ha formado su propia casita, a su medida, ha tenido hijos, está dispuesto a ser bisabuelo y su mayor aspiración no es acumular patrimonio sin fin, ni alcanzar respetabilidad, ni poder, ni pasar a la historia: se conforma con ser “un héroe local”.

Pero algo ha sucedido, advierte Chesterton: Hudge y Gudge han conspirado contra Jones para arrebatarle su propiedad, su independencia y su dignidad. A Chesterton, fallecido, para nuestra desgracia que no para la suya, en 1936, sólo le dio tiempo a advertir que si Jones era asesinado en la conspiración, la libertad desaparecería, porque Jones es el soporte de la libertad.

Hoy, la conspiración está muy avanzada: Hudge ha freído a impuestos a Jones -siempre por el bien de Jones, se entiende, bien plasmado en prestaciones públicas- mientras Gudge le ha explotado con salarios de subsistencia y horarios interminables, esto es, le ha robado su dinero y su tiempo -en nombre de la eficiencia económica por supuesto-, al tiempo que amablemente se prestaba a gestionar sus ahorros, administración en la que, desgraciadamente, nunca ha tenido mucha suerte, pero eso no es culpa de Gudge. Además, siempre está Hudge para echar una mano.

Conclusión, socialismo y capitalismo se han aliado para fastidiar al pueblo, aunque siempre en nombre del pueblo. El gran engaño de la modernidad es que Hudge y Gudge se presentan como dos opositores incasables (no hay más que escuchar a Zapatero y Rajoy, por ejemplo), pero lo cierto es que ambos se dan las mano. Si quieren ustedes la prueba empírica de ello, no tienen más que comprobar el hermanamiento entre la izquierda que gobierna España y la gran empresa. La foto de ZP con los banqueros o el salvamento de Sacyr realizado por los grandes y permitido por el Gobierno para ayudar a Gudge, son dos ejemplos de esta alianza anti-Jones, anti-hombre corriente. Y los planes de salvamento bancario (Hudge ayuda a Gudge, con el dinero de Jones) constituye la prueba del nueve de esta confabulación maldita en la que ha degenerado la cuestión social de la modernidad. Tanto Hudge como Gudge se han valido, principalmente, del control de ahorro de Jones en los mercados financieros, cuyo monopolio han obtenido, bajo la regla de oro: cara, yo gano; cruz, tú pierdes.

Cuando la bolsa caminaban al alza, el ahorro depositado en los fondos de pensiones por el modernísimo sistema de capitalización, apenas superaba, en el mejor de los casos, el IPC. Esto es, un verdadero desastre. Cuando la bolsa iba mal, los ahorros de Jones se iban por el sumidero y ahora que no sólo va mala la inversión colectiva, sino que los administradores (Gudge) de ese dinero han entrado en quiebra por lo que Hudge utiliza el dinero que Jones paga en impuestos, y a quien ha esquilmado su patrimonio, para resarcir a Gudge.

Y es que la nueva cuestión social es eso: defender al pequeño frente al grande, sea el grande público o privado.

¿Que cómo se llama la alianza entre Hudge y Gugde para robarle a Jones? Progresismo.

La Virgen María, la familia y la Patria



por el Dr Antonio Caponetto

Tomado del Caballero de Nuestra Señora


De tres modos diversos y complementarios, la Virgen María se presenta ligada a nosotros, a nuestras familias y a nuestras naciones. Por la creación, y a partir de la creación; por su vida terrena ejemplar; y por sus títulos sobrenaturales, que son otros tantos dogmas de nuestra Fe.

En el misterio creacional, el Dios que todo lo crea es Uno y Trino a la vez. Es, en rigor, una familia trinitaria, puesto que Dios es Padre y es Hijo, y es amor inescindible entre ambos, esto es, Espíritu Santo. Pues bien, en este instante inaugural y primero, ya estaba presente María, en tanto hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa del Espíritu Santo. Por eso ha dicho San Luis María Grignon de Montfort, que la devoción mariana “está profundamente radicada en el misterio trinitario”. No sólo lo está en el Origen. También lo estará al Final, cuando sean “renovadas todas las cosas” (Apo.21,5), ya que esa nueva creación consistirá en la reunión del mundo con la Trinidad. Si es cierto y lo es, aquello que enseñaban los Santos Padres, de que la Sagrada Familia es figura de la Santa Trinidad, y que la Sagrada Familia es modelo de todo hogar humano, pues entonces María –corazón de esa familia sacra- no puede sino presentársenos como arquetipo de amor conyugal, filial y materno. Con cuanta propiedad en consecuencia, Santo Tomás de Aquino, llamó a la Virgen,“Trono de la Beatísima Trinidad”. Ante ese Trono debemos prosternarnos, desde nuestra vida familiar y nacional.

Pero en tanto creatura que vivió en un tiempo y en un espacio concreto, la Virgen ha tenido una vida terrena ejemplar, jalonada de misterios, de milagros y de gracia. Todo lo que ella hace durante esa vida terrena, y todo lo que Dios hace con ella, la convierten en un ejemplo y en una guía para nuestros hogares.

Contemplemos en primer lugar su nacimiento, en una casa que parecía condenada a la infecundidad. Y valoraremos la misión de los cónyuges, abiertos a la transmisión de la vida. Veinte años, según la tradición, aguardaban descendencia los padres de la Virgen. Y cuando toda espera parecía inútil, Dios premia tanta longanimidad y perseverancia con una niña inmaculada. Su nacimiento “anunció un gran gozo a todo el mundo”, dijo San Ildefonso, y se cumplieron con él aquellas palabras del Salmista que promete la alegría a los cielos y el contento a la tierra. Frente a este nacimiento singular se impone un doble sentimiento y un obsequio. El doble sentimiento es de alegría y de gratitud. El obsequio ha de ser examinar nuestra conciencia, acercarnos más a la gracia y acercar a nuestros familiares y parientes. La festividad del Nacimiento de la Virgen no debería pasar inadvertida en la vida de las familias y de las patrias que se consideran sus hijos.

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Maravillas del Congreso



por Juan Manuel de Prada


Tomado de ABC



Si el proceso de canonización de Santa Maravillas de Jesús no hubiese concluido, el rechazo de estos congresistas del demonio a conmemorarla con una placa en el edificio donde nació habría servido al postulador de su causa como prueba de su santidad. Pues es facultad milagrosa de los santos hacer rabiar a los demonios, que como nos recuerda la Epístola de Santiago «creen y odian»; y el odio a la santidad lo expresan alejándola de sí, ya que en su proximidad sufren convulsiones y metamorfosis la mar de desagradables. Si la placa conmemorativa de Santa Maravillas se hubiese finalmente instalado, muchos congresistas habrían empezado a echar espumarajos y a mostrar las pezuñas por las bocamangas; y tampoco es plan convertir el Congreso en la cantina de aquella peli de Robert Rodríguez, «Abierto hasta el amanecer».

Las sinrazones aducidas por esos congresistas del demonio para impedir que la placa fuese instalada merecen, sin embargo, ser calificadas de pintorescas; tan pintorescas que hemos de concluir que, o bien los demonios se han vuelto memos (lo cual es harto improbable), o bien su imperio es tan hegemónico que ni siquiera han de esforzarse en aparentar razón, como los tiranos omnímodos no se esfuerzan en aparentar que sus leyes sean justas. Los congresistas del demonio han alegado que «el Parlamento es una institución de un Estado aconfesional», como si en lugar de una placa conmemorativa en honor de un personaje ilustre se fuese a erigir una capilla donde se obligara a estos congresistas a rezar el rosario. Puesto que la aconfesionalidad de un Estado, y de las instituciones que lo representan, en nada se inmuta porque se recuerde el natalicio de un personaje ilustre, hemos de pensar que estos congresistas del demonio querían decir en realidad otra cosa; pero, o bien por pereza mental no lo hicieron (el que manda omnímodamente no tiene por qué demorarse en explicaciones), o bien pensaron que esa cosa, designada desnudamente, tenía un nombre demasiado feo.

Ese nombre es odium fidei, sentimiento demoníaco que persigue a la Iglesia desde el instante mismo de su fundación y que, a lo largo de los diversos crepúsculos de la Historia, se ha manifestado bajo expresiones más o menos sañudas o sibilinas. La propia Maravillas de Jesús tuvo ocasión de probar el odium fidei en su expresión más sañuda, siendo priora del Carmelo de El Cerro de los Ángeles, donde los abuelitos de estos congresistas del demonio se entretuvieron dinamitando una imagen del Sagrado Corazón. En esta fase democrática de la Historia, el odium fidei no se muestra -¡de momento!- dinamitando imágenes del Sagrado Corazón y fusilando monjas, sino a través de una expresión más sibilina, llamada «laicismo», gato de uñas afiladas que estos congresistas del demonio pretenden hacer pasar por la liebre modosita del «Estado aconfesional».

¿Y qué es el laicismo? El gran Leonardo Castellani (de quien por fin puede leerse una antología preparada por el menda que acaba de llegar a librerías, titulada Cómo sobrevivir intelectualmente al siglo XXI) lo define así: «Laicismo consiste en la sustitución de Dios por el Estado, al cual se trasfieren los atributos divinos de Aquél, incluido el poder absoluto sobre las almas». Como en el hombre es instintivo someterse a algo superior, quien no adore a Dios habrá necesariamente de adorar a quien, según la época, se le adjudican nombres diversos: en fases pretéritas de la historia esos nombres -Mammón, Moloch, Baal- sonaban agrios, de tan evidentes; en esta fase democrática de la historia, se eligen nombres más melifluos que encubren -citamos de nuevo a Castellani- «al monstruoso ídolo hegeliano llamado Estado, Júpiter Tonante redivivo, en conjunción con el otro ídolo material y tangible, el Dinero, Plutón su hermano». Unos y otros nombres designan al mismo dios, que echa espumarajos por la boca y asoma las pezuñas por las bocamangas a poco que se le contradiga. Para distinguir a sus adoradores, basta con que se les proponga instalar en su templo una placa conmemorativa de una monja carmelita; de inmediato, veréis cómo se llenan la boca con apelaciones al «Estado aconfesional», que es la careta con la que disfrazan su odium fidei. Porque estos congresistas del demonio, como el dios al que sirven, «creen y odian».

Libro de la Orden de Caballería



Por el Beato Raimundo Lulio (1235-1313)


Dios honrado y glorioso, que sois cumplimiento de todo bien, por vuestra gracia y con vuestra bendición comienza este libro, que es de la orden de caballería.


Prólogo


A semejanza de los siete planetas, que son cuerpos celestes y gobiernan y ordenan los cuerpos terrenales, dividimos este Libro de caballería en siete partes, para demostrar que los caballeros tienen honor y señorío sobre el pueblo para ordenarlo y defenderlo. La primera parte trata del principio de la caballería. La segunda, del oficio del caballero. La tercera, del examen que debe hacerse al escudero cuando quiere entrar en la orden de caballería La cuarta, del modo como debe ser armado el caballero La quinta, de lo que significan las armas del caballero. La sexta, de las costumbres que son propias del caballero. La séptima, del honor que se debe al caballero.
1. Aconteció en un país que un sabio caballero, que había largamente mantenido la orden de caballería con la nobleza y fuerza de su gran coraje, y a quien sabiduría y ventura lo habían mantenido en el honor de caballería en guerras y en torneos, en asaltos y en batallas, escogió vida ermitaña cuando vio que sus días eran contados y la naturaleza le impedía, por la vejez, el ejercicio de las armas, abandonó entonces sus heredades y las legó a sus hijos; y en un bosque grande, abundante de aguas y de árboles frutales, hizo su habitación, y huyó del mundo a fin de que la flaqueza de su cuerpo, producida por la vejez, no lo deshonrase en aquellas cosas en las que sabiduría y ventura por tanto tiempo lo habían honrado. Y pensó el caballero en la muerte, recordando el paso de este siglo al otro, y entendió que se acercaba la sentencia perdurable que lo había de juzgar.
2. En la floresta donde vivía el caballero había, en un hermoso prado, un árbol muy grande, cargado de frutos, Bajo aquel árbol corría una fuente muy hermosa y clara que alimentaba el prado y los árboles del entorno , Y el caballero tenía por costumbre llegarse a aquel lugar todos los días con el fin de adorar y contemplar y rogar a Dios, a quien daba gracias y mercedes por el gran honor que le había concedido en este mundo durante todo el tiempo de su vida.
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Perlita

por José María Permuy

Frente a los que opinan que se trata de un asunto opinable, la confesionalidad del Estado es un deber moral exigido por la ley natural y, por tanto, universal e inmutable. El Estado debe actuar y legislar en conformidad con la ley natural, y el primero de los preceptos de esa ley es amar a Dios sobre todas las cosas, adorándole y dándole el culto establecido por El. El Magisterio de la Iglesia ha sido constante y unánimemente partidario de la confesionalidad del Estado, y aquello que ha sido enseñado por la Iglesia siempre y en todas partes ha de ser creído como verdad de fe.

27 de Noviembre, Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa


¡Oh María concebida sin pecado!,
rogad por nosotros que recurrimos a Vos

En 1830 la Santísima Virgen se apareció a una humilde novicia de la Caridad, Sor Catalina Labouré, ordenándole que se hiciese acuñar una medalla cuyas efigies le mostró. Una de las caras de la medalla lleva la imagen de la Inmaculada despidiendo rayos de sus manos, con esta plegaria: "Oh María concebida sin pecado, rogad por nosotros que recurrimos a vos".



Las curaciones y milagros de todo orden obrados por esta medalla aceleraron la definición dogmática de la Inmaculada Concepción, razón por la cual es la Medalla Milagrosa la más usada por las Hijas de María de todo el mundo y propiamente la insignia oficial de las mismas.

He aquí cómo relata la propia sor Catalina su primera aparición:

"Vino después de la fiesta de San Vicente, en la que nuestra buena madre Marta hizo, por la víspera, una instrucción referente a la devoción de los santos, en particular de la Santísima Virgen, lo que me produjo un deseo tal de ver a esta Señora, que me acosté con el pensamiento de que aquella misma noche vería a tan buena Madre. ¡Hacía tiempo que deseaba verla! Al fin me quedé dormida. Como se nos había distribuido un pedazo de lienzo de un roquete de San Vicente, yo había cortado el mío por la mitad y tragado una parte, quedándome así dormida con la idea de que San Vicente me obtendría la gracia de ver a la Santísima Virgen.

Por fin, a las once y media de la noche, oí que me llamaban por mi nombre: Hermana, hermana, hermana. Despertándome, miré del lado que había oído la voz, que era hacia el pasillo. Corro la cortina y veo un niño vestido de blanco, de edad de cuatro a cinco años, que me dice: Venid a la capilla; la Santísima Virgen os espera. Inmediatamente me vino al pensamiento: ¡Pero se me va a oír! El niño me respondió: Tranquilizaos, son las once y media; todo el mundo está profundamente dormido, venid, yo os aguardo.

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26 de noviembre de 2008

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?


¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el Ángel me decia:
"Alma, asómate ahora a la ventana,

verás con cuánto amor llamar porfía"!

¡Y cuántas, hermosura soberana,
"Mañana le abriremos", respondía,
para lo mismo responder mañana!




Lope de Vega y Carpio

Para esto he nacido...


Sermón del R.P. Alfredo Sáenz, S.J.,
en la Festividad de Cristo Rey.

Publicado por Página Católica



"Si, como dices, soy Rey. Para esto he nacido, para esto he venido al mundo"
(Jn 18, 37), respondió solemnemente el Señor ante el tribunal imperial, confirmando que se había hecho hombre para ser rey y efectuar la obra suprema de la realeza: dar testimonio de la Verdad. Jesucristo quiere reinar en nuestro interior de modo que nuestros pensamientos, afectos y odios, sean los suyos; pero, al mismo tiempo, quien ha dicho: "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra" (Mt 29, 18), desea proyectar su reyecía a la sociedad toda convirtiéndola en Cristiandad.

Así sucedió en el esplendor cristiano de la Edad Media, culminación del proceso evangelizador comenzado en 313 con el Edicto de Milán, por el cual se hicieron carne las palabras del Apóstol: "Es necesario que Cristo reine" (1 Cor 15, 25). Pero otras palabras, "No queremos que éste reine sobre nosotros" (Lc 19, 14) - "No tenemos más rey que el César" (Jn 19, 15) habrían también de encarnarse, para socavar los cimientos de la Ciudad de Dios, en la gran Revolución Anticristiana principiada en el Renacimiento paganizante y el Protestantismo luterano, y continuada con el deísmo racionalista de la revolución Francesa y el ateísmo de los Soviet, para llegar al inmanentismo de la aldea global que ha expulsado de sí a su Rey.

El beato Pío IX llamó católicos liberales a muchos hermanos que, contaminados por la ciudad del hombre y al decir del cardenal Pie, están dispuestos a obsequiar al Dioshombre el incienso y la mirra correspondientes a sus dos naturalezas, pero jamás le concederán el oro que se debe a su realeza porque, para establecer contubernio con el mundo, han debido negar esta verdad. Por eso hoy que ya no se habla de este misterio ni en los foros, ni en las familias, ni siquiera en la misma Iglesia, pidamos militar bajo las banderas de este Rey y proclamemos sin hesitación: ¡Es necesario que Cristo reine y que todo sea restaurado en Él!

Politica, el aporte de Santo Tomás



por Jorge Arancibia Clavel


Tomado de Revista Arbil



El artículo recoge las principales obras en que Santo Tomás se refiere a la comunidad política y que lo evidencian como un pensador político para, a continuación, analizar algunos de los conceptos que se estimen de mayor interés, finalizando con algunas conclusiones

Introducción.


Santo Tomás de Aquino no dejó a la posteridad un tratado sistemático de sus concepciones políticas -al contrario de lo que ocurre dentro de su gran obra respecto a otras materias de Filosofía Jurídica, como son sus tratados de la Ley y de la Justicia- sino que, por el contrario, sus ideas políticas se hallan dispersas en varias de sus obras. Por ello, es que se hace difícil, siquiera intentar, una recopilación y sistematización del pensamiento político de Santo Tomás. Sin embargo, a fin de determinar su aporte en materia política se considerará lo que él mismo formula, cuando escribe: "(...) En toda investigación es necesario comenzar por algún principio". En base a lo anterior, en primer término, se establecerán las principales obras en que Santo Tomás se refiere a la comunidad política y que lo evidencian como un pensador político para, a continuación, analizar algunos de los conceptos que se estimen de mayor interés, finalizando con algunas conclusiones.


Obras de Santo Tomás en Materia Política.


Santo Tomás expresa sus ideas políticas en distintas obras, pero singularmente en las siguientes:

1. "Comentarios a cuatro libros sentenciarios de Pedro Lombardo", que data de los años 1253 a 1255, y que a pesar de ser una obra de contenido predominantemente teológico, contiene varios textos para reconstrucción sistemática del pensamiento político Tomista.

2. "Comentarios a la ética nicomaquea de Aristóteles", de los años 1261 a 1264.

3. "Sobre el Régimen de los Judíos", que data de los años 1263 a 1267.

4. "El Régimen de los Príncipes", que procede de 1266 y que quedó interrumpida al final del Capítulo 4 del Libro II, debiendo atribuirse el resto a su discípulo y confesor, Tolomeo de Lucca; de menor calidad y no siempre de acuerdo con las apreciaciones de Santo Tomás expuestas en otras obras.

5. "Suma Teológica", la más importante de sus obras, cuya primera y segunda parte datan de los años 1266 a 1272; mientras que la tercera parte, que Santo Tomás dejó incompleta y que Reginaldo De Piperno completó con un suplemento, fue escrita en 1273.

6. "Comentario a la Política de Aristóteles", obra en que los libros I, II, III y IV pertenecen a Santo Tomás y el resto a su discípulo Pedro de Aubernia.

7. "Suma Contra Gentiles", obra en que Santo Tomás expone frente al mundo su "Weltschauung" (Visión del mundo) y que fue escrito entre 1259 y 1264.

8. "Comentarios a las Epístolas de San Pablo", escrito exégito en que sólo los comentarios a la Carta de los Romanos y a la primera de Los Corintios pertenecen a Santo Tomás, en tanto que el resto se debe también a Reginaldo De Piperno (1269 y 1273).

9. "Cuestiones Quodlibetales y Cuestiones Disputadas", siendo los primeros escritos breves que abordaban por vía de ensayo una temática teológica variada (1265-1272) y la segunda, piezas literarias que trataban monográficamente problemas fundamentales.

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Franco y las clases medias



por Rafael Casas de la Vega

Tomado de Razón Española

Se ha escrito mucho sobre Franco. Para ensalzarle y para rebajarle. Dentro de España se estilaba ensalzarle cuando estaba en el poder, a todo lo largo de su vida. Fuera de España se puso de moda rebajarle, tras la II Guerra Mundial, hasta niveles irracionales. Muerto el General, el número de los maledicentes ha aumentado en España y se mantiene en el exterior. No es rara la diversidad de opiniones sobre hombres importantes. Creo, incluso, que lo que caracteriza a la verdadera calidad de un personaje histórico, a su categoría, es precisamente la diversidad apasionada de opiniones acerca del mismo.

Hace poco, en un periódico he leído un juicio crítico del General acerca de sí mismo, que me parece sumamente adecuado. Cuenta el General Vernon Walters, del Ejército de los Estados Unidos, que su Presidente le encargó preguntar a nuestro General qué pasaría, cuando él -Franco- se muriera. ¿Quedaría todo igual? ¿Qué cree que cambiaría? ¿Quedaba un Ejército poderoso para mantener la situación? Muchas cosas cambiarían: "España irá lejos en el camino que desean ustedes, democracia, pornografía, drogas y qué sé yo. Habrá grandes locuras pero ninguna de ellas será fatal para España... porque yo voy a dejar algo que no encontré al asumir el gobierno de este país, hace cuarenta años: la clase media española. Diga a su Presidente que confíe en el buen sentido del pueblo español, no habrá otra guerra civil".

Efectivamente, éste es el gran triunfo de Franco y de su gran equipo, de sus curas, de sus militares, de sus falangistas, de sus requetés, de sus miles de asesinados por creer en Jesucristo, de los pobres, que eran mayoría y se unieron a él, porque estaban hartos de las izquierdas exigentes con la estaca levantada y de las derechas que predicaban la paciencia. Pero quizá, sobre todo, de su clase media, que podría sacudirse la miseria de los pueblos y emprender otros caminos vedados hasta entonces, caminos de verdadera libertad.
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Hacia la noche



por Juan Manuel de Prada


Tomado de XLsemanal





Coincidí hace unas semanas en la sala de espera de un aeropuerto con un hombre sexagenario, de mirada inquisitiva y rasgos enjutos, que no cesaba de escrutarme mientras yo leía una edición bilingüe de las Odas de Horacio. Poco a poco, aquel escrutinio se me hizo incómodo: cada vez que alzaba los ojos del papel, me tropezaba con los suyos, expectantes y casi anhelosos de interrumpir mi lectura. Hasta tal extremo llegó a desazonarme aquella situación que cerré el libro y me dispuse a dar un garbeo por la sala, afectando que necesitaba desentumecer las piernas.
No había dado dos pasos cuando el hombre se puso en pie, con prontitud de resorte, y me abordó sin ambages, en un idioma que me resultó a la vez abstruso y familiar. Farfullé que no le entendía, deseoso de quitármelo de encima, pero enseguida reconocí que me había hablado en latín. «Disculpe –añadió, hablando ahora en un inglés de resonancias metálicas–, al ver que leía a Horacio en una edición bilingüe pensé que dominaba la lengua del Lacio.»
Hablaba con cortesía y azoramiento, tratando de disipar la primera impresión invasora que había suscitado en mí; y comprendí que no deseaba otra cosa sino pegar la hebra. «Amo el latín –le dije en mi inglés de sintaxis rudimentaria–, pero no lo domino.» «Uno nunca llega a dominarlo del todo, no se crea. De hecho nunca llegamos a dominar del todo ninguna lengua, ni siquiera la propia», me consoló aquel hombre anónimo; y no pude por menos que concederle la razón, pues nadie sabe mejor que un escritor la resistencia que el idioma ofrece incluso a quienes nos devanamos en su conquista, o sobre todo a nosotros.
Mi interlocutor no quiso dejar pasar un minuto más sin presentarse: dirigía la sección de manuscritos e incunables de una prestigiosa biblioteca alemana; y toda su vida la había dedicado al cuidado de volúmenes que albergaban lenguas que el hombre occidental ha dejado de hablar, pero en las que se contiene su genealogía espiritual. Acababa de cumplir la edad que la legislación alemana establece para la jubilación; pero había solicitado una prórroga para poder seguir desempeñando su oficio durante cinco años más: «Me gusta mucho mi trabajo, ¿sabe usted? –me dijo, con ese sonrojo del adolescente que confiesa un amor recién estrenado; pero enseguida su voz adquirió tintes sombríos–. Aunque la razón primordial es otra...». Se abrió un silencio contrito, casi luctuoso; entendí que debía esforzarme por mostrar curiosidad: «¿Y cuál es esa razón?». El bibliotecario ensayó un rictus doloroso; en su mirada, tan inquisitiva, se había deslizado una suerte de neblina melancólica: «Ninguno de los bibliotecarios que trabajan a mi cargo conoce las lenguas en las que están escritos los libros que custodiamos. El día en que me jubile, esos libros se convertirán en libros mudos; o, mejor dicho, estarán hablando a hombres sordos que no los pueden escuchar».
Calló otra vez, esta vez oprimido por algo semejante a la angustia. Traté de aliviársela: «Bueno, seguro que si su biblioteca convoca una oposición, encontrará bibliotecarios que lean sin dificultad el griego o el latín...». Mi interlocutor chasqueó la lengua, contrariado: «Ahí está el drama. Ningún bibliotecario europeo estudia lenguas clásicas durante su carrera; les enseñan algunos rudimentos, para salir del paso, pero nada que les permita manejarse con manuscritos e incunables. A cambio, les atiborran la cabeza con métodos de conservación y catalogación informática que los convierten en excelentes custodios de... libros que les resultan absolutamente ininteligibles. Si mañana llegara a la biblioteca un incunable al que le faltasen las primeras hojas, simplemente no podrían catalogarlo, no podrían identificar a su autor, no sabrían ni siquiera de qué trata...». La voz del bibliotecario se iba adelgazando, hasta convertirse en un hilo de ensimismado dolor.
Recordé aquel cuento o pesadilla de Borges, La biblioteca de Babel, en el que el protagonista se pasea entre anaqueles atestados de volúmenes escritos en lenguas bárbaras. Aquella impresión de vasta zozobra metafísica que me había inspirado en su día la lectura del relato borgiano era la misma que me torturó en aquel momento. Pero la pesadilla que me había bosquejado aquel bibliotecario alemán era mucho más vívida e insoportable: aludía a una realidad pavorosa que ya habita entre nosotros, una realidad de hombres huérfanos que han soltado amarras con su genealogía espiritual y navegan a la deriva, extraviadas las cartas de navegación, hacia la noche sin estrellas. Y me supe parte de esa singladura trágica y sin retorno.