4 de octubre de 2008
¿Qué está pasando? Una hipótesis.
por el Dr. Aníbal D´Angelo Rodríguez
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Tomado de Catapulta
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Es demasiado temprano para sacar conclusiones definitivas sobre lo que significa la presente crisis en Estados Unidos y su presumible desemboque. Sin embargo, me parece oportuno esbozar una hipótesis que intenta comprender lo que sucede a la luz de la filosofía de la Historia.
En el siglo XVIII nació una ideología: el progresismo que significaba, en sustancia, la rebelión del hombre contra Dios y la certeza de construir un mundo perfecto – el paraíso sobre la tierra - a partir de la tecnología basada en la ciencia. La cual, a su vez, develaría todos los secretos del Universo. La humanidad sería, pues, un Dios colectivo: lo sabría todo, lo podría todo.
Un siglo después, a fines del XIX, toda esa profecía del progresismo parecía a punto de cumplirse. La segunda revolución industrial ponía bajo dominio humano a la naturaleza y el darwinismo explicaba qué cosa es el hombre. La democracia laica enseñaba el secreto de la convivencia y Nietzsche resumía el todo en su más célebre frase: “Dios ha muerto”. Es verdad que el pensador germano advertía sobre los riesgos de un mundo sin Dios pero el mundo no quería oír esa parte. Atrás quedaba la Inquisición, la caza de brujas, la ignorancia y la superstición. El siglo XX se presentaba maravilloso a los ojos del progresismo. Lleno de tolerancia y de adelantos técnico- científicos que harían mejores y más felices a los hombres.
¡Ay! No fue así sino todo lo contrario. En poco tiempo se mostró que las condenas de la Inquisición y la cacería de brujas eran una ráfaga de verano al lado de las matanzas ejecutadas por todos los protagonistas de la modernidad. En medio siglo se asesinó más gente inocente que en el resto de la historia. Y en la segunda mitad del XX continuó el crimen colectivo con millones y millones de niños abortados por el egoísmo más helado que el Ártico en que se había convertido el individualismo propiciado en la mentalidad moderna. Una proporción enorme de los abortos se basan en la negativa a soportar las molestias de los nueve meses de embarazo a pesar de las ofertas concretas de personas e instituciones que ofrecen hacerse cargo del niño que se prefiere asesinar.
Mi hipótesis es Dios se ha cansado. Primero hirió a las naciones culpables con la simple consecuencia de sus acciones: la población europea y la norteamericana original disminuye año a año, llevando a la extinción autoprovocada a los pueblos culpables.
Pero no solo eso. La ideología progresista produjo dos modelos: el socialista y el liberal o capitalista. El primero se basaba en la estúpida creencia que suprimiendo a los ricos (la burguesía) los pobres serían felices y se gobernarían a sí mismos. Esta necia creencia fue sostenida – aunque hoy sea difícil creerlo – por los intelectuales modernos, el “cerebro” del sistema. Por supuesto el fracaso de tal estupidez se hizo evidente en tan solo setenta años. (Históricamente, un minuto) La supresión (asesinato y fuga) de la burguesía no puso en manos de los pobres los instrumentos de producción y de mando político sino que los depositó en as manos de una banda de asesinos que monopolizó ambas posesiones “en nombre del pueblo pobre”. El chiste costó cien millones de muertos y todavía tiene sostenedores que ahora pretenden hacernos creer que donde fracasaron Ulianov (Lenín) y Djugasvili (Stalin) triunfarán Evo (Morales) y Hugo (Chaves).
En cuanto al modelo liberal, sus autores intelectuales y propiciadores fueron los otros protagonistas de la modernidad: los ricos, los atesoradores de riqueza. Todo ese modelo está basado en lo que los griegos llamaban la hybris, la desmesura. Aquí no se trataba de suprimir a los ricos sino todo lo contrario: hacer que todos fueran ricos. Y, en consecuencia, felices. Para eso pusieron en marcha una loca bicicleta: una economía que solo se mantenía en pie si corría, corría y corría, aunque no se supiera hacia donde. La cuestión era crecer, producir siempre más. Pero claro, un siglo después Ford se dio cuenta de que la ecuación no cerraba si no se consumía más y un consumo diametralmente contradictorio con el instinto humano de posesión: había que poseer cosas que se hacían instantáneamente obsoletas para volver en seguida a desear más, a poseer más, a desilusionarse más y a volver a desear más. Para eso hacía falta crear una humanidad estupidizada. De manera que los estúpidos que creaba el sistema podían optar por creer las estupideces que decían los marxistas o las que decía la publicidad. O ambas, porque no había verdadera divergencia entre ellas.
Entonces, como el sistema requería un combustible único: el dinero y como el dinero real no alcanzaba para una empresa que crecía locamente, se inventaron las finanzas. O sea recursos varios para hacer dinero de la nada. Pero ese dinero se insubordinó y comenzó a creerse en serio que era algo y que los financistas que lo manejaban eran todopoderosos y podían hacer fabulosos negocios jugando con dinero inexistente.
Bueno, ahora se terminó. Aparece Dios y castiga todos los que creyeron que podían prescindir de El, dejándolos simplemente ahorcarse con la soga que construyeron. A los socialistas con su sociedad tiránica y más injusta – aun – que la otra. A los capitalistas con su dinero sacado de la nada. Esa es la crisis que comenzamos a vivir.
Al menos en su apariencia, porque Dios debe reírse de los mundos sin Él que construyeron marxistas y capitalistas. Lo que realmente clama al cielo es la sangre inocente que derramaron y siguen derramando (por ejemplo, ayer en Bahía Blanca, que se tiñó del rojo de la sangre del bebé asesinado). Eso ya no es un chiste, eso Dios no lo va a perdonar.
Si esta hipótesis es cierta, teman, los que no temen a Dios, porque se acerca el día de su juicio. No teman los que temen a Dios. Aunque crucen por oscuras quebradas, no teman. Él defenderá a los suyos.
4 de Octubre, Festividad de San Franciscode Asís, Confesor
Giotto se inspiró precisamente en esta obra para pintar, a fines del siglo XIII, la galería de frescos de la Basílica superior de Asís, que relata veintiocho episodios de la vida de San Francisco.
Haciendo click sobre la imagen podrá acceder al texto de San Buenaventura y a las imágenes de los frescos.
Cartas a un escéptico en materia de religión (4)
por el R.P. Jaime Balmes
Enviado por María Luz López Pérez, desde la España Peninsular, a la que una vez más agradecemos su colaboración.
Carta III Cartas a un escéptico en materia de religión
Jaime Balmes
Sencilla demostración de la existencia de Dios. Eternidad de las penas del infierno.
Errado método que suelen seguir en las disputas los enemigos de la religión. Método que debiera observarse. Dogma de la Iglesia sobre la eternidad de las penas. La misericordia no excluye la justicia. El sentimiento. Abuso que de él se hace. Reflexión sobre su influencia en los errores de nuestra época. Aplicación al dogma de la eternidad de las penas. Razones naturales que apoyan al dogma. Imposibilidad de comprender los misterios. Nuestra ignorancia hasta en las cosas naturales. La duración eterna y la temporal. El purgatorio. Observaciones sobre un carácter distintivo del hombre en esta vida con respecto a las cosas futuras. Necesidad de una impresión aterradora. La explicación filosófica. Los frailes y los poetas. Magnífico pasaje de Virgilio.
Mi querido amigo: Cuando, según me indica V. en su última, veo que llegaremos a entablar una seria disputa sobre materias religiosas, me ha llenado de indecible consuelo la seguridad que me da V. de no haber llegado su extravío al extremo de poner en duda la existencia de Dios: esto allana sobremanera el camino a la discusión, pues que no es posible dar en ella un solo paso sin estar de acuerdo sobre esta verdad fundamental. Y no sin motivo he querido cerciorarme de las ideas que sobre este particular profesaba usted; pues que nunca podré olvidar lo que me sucedió con otro escéptico, de quien sospechando yo si tal vez hasta ponía en duda la existencia de Dios, o si al menos no la concebía tal como es menester, y dirigiéndole en consecuencia algunas preguntas, me salió con una extraña ocurrencia, que fuera chistosa, a no ser sacrílega. Advirtiéndole yo que ante toda discusión era necesario estar los dos de acuerdo sobre este punto, me respondió con la mayor serenidad que imaginarse pueda: «me parece que podemos pasar adelante; porque opino que es de poca importancia el aclarar si Dios es una cosa distinta de la naturaleza, o si es la misma naturaleza».¡A tanto llega la confusión de ideas trastornadas por la impiedad, y este hombre, por otra parte, era de más que mediana instrucción, y de ingenio muy despejado!
Desde luego le doy a V. mil satisfacciones por haberme atrevido a indicarle mis recelos en este punto, bien que difícilmente me arrepiento de semejante conducta, porque cuando menos ha producido un gran bien, cual es, el que V. se explica sobre este particular de tal modo, que, revelando mucho buen sentido, me hace concebir grandes esperanzas de que no serán estériles mis esfuerzos. Una y mil veces he leído aquellas juiciosas palabras de su apreciada, en las que expone el punto de vista desde el cual considera esta importante verdad. Permítame V. que se las reproduzca en la mía, y que le recomiende encarecidamente que no las olvide jamás. «Nunca me he devanado mucho los sesos en buscar pruebas de la existencia de Dios; la historia, la física, la metafísica, servirán para esta demostración todo lo que se quiera; pero yo confieso ingenuamente que para mi convicción no he menester tanto aparato científico. Saco la muestra de mi faltriquera, y al contemplar su curioso mecanismo y su ordenado movimiento, nadie sería capaz de persuadirme de que todo aquello se ha hecho por casualidad, sin la inteligencia y el trabajo de un artífice: el universo vale, a no dudarlo, algo más que mi muestra; alguien, pues, debe de haber que lo haya fabricado. Los ateos me hablan de casualidad, de combinaciones de átomos, de naturaleza, y de qué sé yo cuántas cosas; pero, sea dicho con perdón de estos señores, todas estas palabras carecen de sentido.» Nada tengo que advertir a quien con tanto pulso aprecia el valor de los dos sistemas; estas palabras tan sencillas como profundas, las estimo yo en más que un tomo lleno de razones.
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3 de octubre de 2008
X arquetipo: Gabriel García Moreno
por el R.P. Alfredo Sáenz. S.J.
Nos adentraremos ahora en la consideración de un personaje eminentemente político, García Moreno, quien se nos revelará como un magnífico arquetipo del estadista católico en el seno del mundo moderno.
Fue el Ecuador su patria amada. La cordillera de los Andes, que en dos ramas paralelas corre de norte a sur, divide a dicha nación en tres partes. La primera lo ocupa la llanura, que se extiende desde el océano Pacífico hasta la primera de esas ramas. Entre ambas secciones de la cordillera se encuentra la segunda, una gran meseta. La tercera parte, cubierta por bosques casi vírgenes en los tiempos de nuestro homenajeado, cubre el terreno que va desde el segundo ramal de la cordillera hacia el este, zona habitada por indios, muchas veces salvajes. Gran parte de la población vive entre montañas gigantescas y volcanes, a grandes alturas sobre el nivel del mar. Primitivamente existió un reino indígena en Quito, que luego conquistarían los Incas. Finalmente llegaron los españoles. Tal fue el escenario histórico-geográfico donde se desenvolvió la vida de García Moreno.
I. Niñez candorosa y juventud intrépida
Nació Gabriel en Guayaquil, el 21 de diciembre de 1821. Eran años arduos y bravíos. Al independizarse de España sus provincias de ultramar, el Ecuador siguió el destino de Colombia, que por aquel entonces se llamaba Nueva Granada, formando con ella y con Venezuela una sola nación. Fue Simón Bolívar el creador de esta confederación, a la que llamó la Gran Colombia, gobernándola durante varios años. En 1830, por exigencia de un grupo de ingratos y traidores, debió dejar el poder, y se retiró a Cartagena, con la idea de trasladarse a Europa. No pudo hacerlo, ya que murió en aquella ciudad el mismo año, como si hubiese comprendido que la Gran Colombia no subsistiría. De hecho, veinte días antes, se había consumado la separación de Venezuela.
El padre de Gabriel, Gabriel García Gómez, era español, nacido en Castilla la Vieja. Vivió varios años en Cádiz, donde estudió y trabajó con uno de sus tíos, que había sido en otro tiempo secretario del rey Carlos IV. En 1793 se trasladó a América, estableciéndose en Guayaquil. Allí se casó con una joven de prosapia, Mercedes Moreno, hija de don Ignacio Moreno, caballero de la Orden de Carlos III. Un hermano de Mercedes, Miguel Juan Moreno, fue padre de Ignacio, quien llegaría a ser Cardenal Arzobispo de Toledo. Como se ve, tratábase de una familia de alcurnia.
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3 de Octubre, Festividad de Santa Teresita del Niño Jesús, Vírgen
María Francisca Teresa nació el 2 de Enero de 1873 en Francia. Hija de un relojero y una costurera de Alençon. Tuvo una infancia feliz y ordinaria, llena de buenos ejemplos. Teresita era viva e impresionable, pero no particularmente devota.
En 1877, cuando Teresita tenía cuatro años, murió su madre. Su padre vendió su relojería y se fue a vivir a Lisieux donde sus hijas estarían bajo el ciudado de su tía, la Sra. Guerin, que era una mujer excelente. Santa Teresita era la preferida de su padre. Sus hermanas eran María, Paulina y Celina. La que dirigía la casa era María y Paulina que era la mayor se encargaba de la educación religiosa de sus hermanas. Les leía mucho en el invierno.
Cuando Teresita tenía 9 años, Paulina ingresó al convento de las carmelitas. Desde entonces, Teresita se sintió inclinada a seguirla por ese camino. Era una niña afable y sensible y la religión ocupaba una parte muy importante de su vida.
Cuando Teresita tenía catorce años, su hermana María se fue al convento de las carmelitas igual que Paulina. La Navidad de ese año, tuvo la expeirencia que ella llamó su “conversión”. Dice ella que apenas a una hora de nacido el Niño Jesús, inundó la oscuridad de su alma con ríos de luz. Decía que Dios se había hecho débil y pequeño por amor a ella para hacerla fuerte y valiente.
Al año siguiente, Teresita le pidió permiso a su padre para entrar al convento de las carmelitas y él dijo que sí. Las monjas del convento y el obispo de Bayeux opinaron que era muy joven y que debía esperar.
Algunos meses más tarde fueron a Roma en una peregrinación por el jubileo sacerdotal del Papa León XIII. Al arrodillarse frenta al Papa para recibir su bendición, rompió el silencio y le pidió si podía entrar en el convento a los quince años. El Papa quedó impresionado por su aspecto y modales y le dijo que si era la voluntad de Dios así sería.
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2 de octubre de 2008
Juan Donoso Cortés: Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo (7)
La Iglesia católica, considerada como institución religiosa, ha ejercido la misma influencia en la sociedad que el catolicismo, considerado como doctrina, en el mundo; la misma que Nuestro Señor Jesucristo en el hombre. Consiste esto en que Nuestro Señor Jesucristo, su doctrina y su Iglesia no son en realidad sino tres manifestaciones diferentes de una misma cosa; conviene a saber: de la acción divina obrando sobrenatural y simultáneamente en el hombre y en todas sus potencias, en la sociedad y en todas sus instituciones. Nuestro Señor Jesucristo, el catolicismo y la Iglesia católica son la misma palabra, la palabra de Dios resonando perpetuamente en las alturas.
Esa palabra ha tenido que superar los mismos obstáculos y ha triunfado por los mismos medios en sus encarnaciones diferentes. Los profetas de Israel habían anunciado la venida del Señor en la plenitud de los tiempos, habían escrito su vida, habían lamentado con tremendas lamentaciones sus tremendos infortunios, habían dicho sus dolores, habían descrito sus trabajos, habían contado una por una las gotas que componían el mar de sus lágrimas, habían visto sus congojas y vilipendios, habían levantado el acta de su pasión y de su muerte; a pesar de todo esto, el pueblo de Israel no le conoció cuando vino, y cumplió todas las profecías olvidado de sus profetas. La vida del Señor fue santísima; su boca había sido la única boca humana que se había atrevido a pronunciar en presencia de los hombres estas palabras, insensatamente blasfemas o inefablemente divinas: «¿Quién me argüirá de pecado?». Y a pesar de esas palabras, que ningún hombre había pronunciado antes, que no pronunciará después ninguno, el mundo no le conoció, y le llenó de ignominias. Su doctrina era maravillosa y verdadera, y lo era tanto, que iba como perfumándolo todo con su extremada suavidad y bañándolo todo con sus apacibles resplandores. Cada una de las palabras que caían blandamente de sus sacratísimos labios era una revelación portentosa; cada revelación, una verdad sublime; cada verdad, una esperanza o un consuelo. Y, a pesar de todo, el pueblo de Israel apartó la luz de sus ojos y cerró su corazón a aquellas portentosas consolaciones y a aquellas sublimes esperanzas. Obró milagros nunca vistos de los hombres ni oídos de las gentes, y a pesar de esto se apartaron de Él con horror, como si estuviera inficionado de la lepra o como si llevara en la frente una maldición estampada por la cólera divina, las gentes y los hombres. Hasta uno de entre sus discípulos, a quien amó con amor, fue sordo al reclamo dulce de sus dulcísimos amores, y cayó en el abismo de la traición desde la eminencia del apostolado.
La Iglesia de Jesucristo venía anunciada por grandes profetas y representada en símbolos o figuras desde el principio de los tiempos. Su mismo divino Fundador, al abrir sus zanjas inmortales y al modelar en un molde maravilloso sus divinas jerarquías, puso ante los ojos de sus apóstoles su historia advenidera; allí anunció sus grandes tribulaciones, sus persecuciones sin ejemplo; vio pasar uno por uno y unos en pos de otros, en sangrienta procesión, sus confesores y sus mártires. Dijo cómo las potestades del mundo y del infierno ajustarían contra ella, en odio a él, paces horribles y sacrílegas alianzas, y de qué manera triunfaría, por su gracia de todas las potestades del mundo y del infierno. Tendió por toda la prolongación de los tiempos su vista soberana, y anunció el fin de todas las cosas y la inmortalidad de su Iglesia, transformada en aquella Jerusalén celestial vestida de luz y de piedras resplandecientes, llena de gloria y empapada en perfumes de suavísimas fragancias. A pesar de esto, el mundo, que la vio siempre perseguida y siempre triunfante, que ha podido contar y ha contado por sus tribulaciones sus victorias, le da perpetuamente nuevas victorias con sus nuevas tribulaciones, cumpliendo así ciegamente la grande profecía, al mismo tiempo que se olvida de lo profetizado y del Profeta. La Iglesia es perfecta y santísima, así como su divino Fundador fue perfecto y santísimo. Ella también, y sólo ella, pronuncia en presencia del mundo aquella palabra nunca oída: «¿Quién me argüirá de error? ¿Quién me argüirá de pecado?». Y a pesar de esa extraña palabra que ella sola pronuncia, el mundo ni la desmiente ni la sigue sino con sus vituperios. Su doctrina es maravillosa y verdadera, porque es la enseñada por el gran Maestro de toda verdad y el gran Hacedor de toda maravilla, y, sin embargo, el mundo cursa estudios en la cátedra del error y pone un oído atento a la elocuencia vana de impúdicos sofistas y de oscuros histriones. Recibió de su divino Fundador la potestad de hacer milagros, y los hace, siendo ella misma un milagro perpetuo; y, sin embargo, el mundo la llama vana superstición y vergonzosa y es dada en espectáculo a los hombres y a las gentes. Sus propios hijos, amados con tanto amor, ponen su mano sacrílega en el rostro de su ternísima Madre, y abandonan el santo hogar que protegió su infancia, y buscan en nueva familia y en nuevo hogar no sé qué torpes delicias y qué impuros amores; y de esta manera va siguiendo el anunciado camino de su dolorosa pasión, no conocida del mundo y desconocida de los heresiarcas.
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Santa María
Santa María, estrella do día,
Móstranos vía
Pera Deus et nos guía,
Da onsadía que lles fazía
Fazer folía mais,
Que non devería.
Ca veer faze los errados
Que perder foran per pecados
Entender de que mui colpados
Son mais perdidos son perdoados.
Alfonso X el Sabio
2 de Octubre, Festividad de los Santos Angeles Custodios
"La existencia de los ángeles está atestiguada casi por cada una de las páginas de la Sagrada Escritura." Así habla San Gregorio Magno, a quien se da el título de Doctor de la milicia celeste. Podemos añadir nosotros que el mismo alto origen ha de reconocerse para el culto de estos celestiales espíritus. La devoción a los ángeles aparece casi con espontaneidad en los primeros años de,nuestra vida y ya no nos abandona jamás. En una inscripción del cementerio de San Calixto se lee: Arcessitus ab angelis, que viene a decir: "fue llamado por los ángeles" para presentarle al Señor. "Salid al encuentro suyo, ángeles del Señor, para ofrecer su alma en la presencia del Altísimo", canta la Iglesia en el oficio de difuntos.
La fiesta de los ángeles custodios tiene ya existencia multisecular. Se ha recordado que ya en el siglo V se celebraba en España y en Francia, como fiesta particular. Suprimida por San Pío V, fue restablecida por un decreto de Paulo V el año 1608, fijándola para el primer día libre después de San Miguel. Clemente X fue quien la introdujo definitivamente en la liturgia de toda la Iglesia, determinando que se celebrara el día 2 de octubre.
El nombre de "ángel" significa mensajero. Es nombre que significa ministerio y oficio. Pero la perfección de su naturaleza va de acuerdo con ese sublime oficio, que ellos ejercen de una manera más permanente que los demás seres de la creación. Son los "mensajeros" de Dios, por excelencia. Son seres creados, intelectuales, superiores a los hombres, dotados por el Señor de especial virtud y poder.
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1 de octubre de 2008
Herejes (2)
por G.K. Chesterton
II. Del espíritu negativo
Mucho se ha dicho, y con razón, de lo enfermizo de la vida monacal, de la histeria que con frecuencia se asocia a las visiones de eremitas o monjas. Pero no olvidemos que esa religión visionaria es, en cierto sentido, necesariamente más completa que nuestra moderna y razonable moralidad. Y lo es porque toma en cuenta la idea del éxito o del triunfo en la desesperada batalla hacia el ideal ético, porque considera lo que Stevenson llamaba con su habitual y pasmosa facilidad de palabra «la batalla perdida de la virtud». Una moralidad moderna, por otra parte, sólo puede señalar con absoluta convicción los horrores siguen al quebrantamiento de la ley; su única certeza es una certeza de lo malo. Sólo puede señalar las imperfecciones. No tiene una perfección para señalar. Pero el monje que medita sobre Cristo, o sobre Buda, tiene en su mente una imagen de salud perfecta, algo de colores vivos y aire limpio.
Tal vez contemple ese ideal de plenitud mucho más de lo que debiera; tal vez lo contemple hasta olvidarse o hasta excluir otras cosas; tal vez lo contemple hasta convertirse en soñador o en charlatán; pero, aun así, lo que contempla es plenitud y es felicidad. Tal vez se vuelva loco; pero se vuelve loco por el amor a la cordura.
Por el contrario, el estudiante moderno de ética, incluso si se mantiene cuerdo, permanece sano por un insano temor a la locura.
El anacoreta que se revuelca sobre las piedras en su trance de sumisión es, fundamentalmente, una persona más sana que muchos de esos hombres sensatos que, tocados con sombrero de seda, caminan por Cheapside.
Pues muchos de ellos son buenos sólo a través de un desvaído conocimiento del mal. No defiendo en este momento, para el devoto, nada más que esa ventaja primaria: que, aunque personalmente se esté debilitando y convirtiéndose en alguien patético, sigue anclando sus pensamientos, en gran medida, en una fuerza y en una felicidad gigantescas; en una fuerza que carece de límites y en una felicidad sin fin. Sin duda, existen otras objeciones que pueden hacerse, no sin razón, contra la influencia de dioses y visiones en la moral, ya sea en las celdas o en las calles. Pero esa ventaja, la moral mística la tendrá siempre, siempre será más alegre. Un joven puede mantenerse alejado del vicio pensando sin cesar en la enfermedad. También puede mantenerse alejado de él pensando continuamente en la Virgen María. Se puede cuestionar cuál de los dos métodos resulta más razonable, e incluso cuál de los dos es más eficaz. Pero de lo que no puede ponerse en duda es cuál resulta más pleno.
****Para leer el capítulo completo haga click sobre la imagen del gordo Abanderado del Sentido Común.
Tretas y fantasmas
La "ciencia de las finanzas" no es ciencia. ¡La ciencia de los "créditos"!
El crédito es el fantasma del dinero y el dinero el fantasma de los bienes reales; y nos venden esos fantasmas como si fuesen bienes reales.
Para lograr eso, han inventado una terminología detrás de la cual no hay cosas sino tretas; que no depende del intelecto sino de la astucia.
La mayoría desas tretas son secretas; y en el fondo dellas está la Usura, que consiste en ordeñar al dinero como si fuese una vaca y no un mero signo.
Mambrú compró cuatro diarios para leer el FONDO MONETARIO INTERNACIONAL con sus 106 naciones "representadas". Y no entendió nada, me vino a preguntar qué diablos quería decir "créditos stand by" o "disponibilidad del convertible" o "liberalización de la economía". Yo le conteste lo que queda arriba.
La ciencia de las finanzas consiste en el manejo de los signos de signos; la realidad de las cosas signadas queda detrás y acaba por perderse de vista.
- ¿Por qué las naciones que no están "altamente industrializadas" son atrasadas? ¿Y si el mundo consistiera todo en naciones "altamente industrializadas" (lo cual es imposible) ¿sería todo feliz?- las preguntas ingenuas de Mambrú.
Yo tomé uno de los diarios y le marqué 5 palabras de la mitad de una perorata:
"ESTE PROCESO REQUIERE CAPITAL"
Estos organismos internacionales, el FMI, el BIMF, el APP y TAL, son tretas de los vendedores, (alquiladores) de capital; o sea, alquiladores de créditos, o sea alquiladores de ficciones - no de bienes o de valores o de productos.
Perdé cuidado que no te van a dar calce para que te conviertas en uno dellos; o sea, un alquilador de créditos; o sea, de cifras en un libro; o sea, para vivir sin producir; o sea, sin trabajar.
Trabajarás eternamente para ellos por este camino, caro Mambrú.
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Imitación de Cristo (3)
1. No se debe dar crédito a cualquier palabra ni a cualquier espíritu; mas con prudencia y espacio se deben, según Dios, examinar las cosas. ¡Oh dolor! Muchas veces se cree y se dice más fácilmente del prójimo el mal que el bien ¡Tan flacos somos! Mas los varones perfectos no creen de ligero cualquier cosa que les cuentan, porque saben ser la flaqueza humana presta al mal y muy deleznable en las palabras.
2. Gran sabiduría es no ser el hombre inconsiderado en lo que ha de hacer, ni porfiado en su propio sentir. A esta sabiduría también pertenece no creer a cualesquiera palabras de hombres, ni decir luego a los otros lo que oye o cree. Toma consejo del hombre sabio y de buena conciencia; y apetece más ser enseñado de otro mejor, que seguir tu parecer. La buena vida hace al hombre sabio, según Dios, y experimentado en muchas cosas. Cuanto alguno fuere más humilde en sí y más sujeto a Dios, tanto será más sabio y sosegado en todo.
5.- De la lección de las Santas Escrituras
2. De diversas maneras nos habla Dios sin acepción de personas. Nuestra curiosidad nos impide muchas veces el provecho que se saca en leer las escrituras, cuando queremos entender y escudriñar lo que llanamente se debía pasar. Si quieres aprovechar, lee con humildad fiel y sencillamente, y nunca desees nombre de letrado. Pregunta de buena voluntad y oye callado las palabras de los Santos; y no te desagraden las sentencias de los viejos, porque no las dice sin causa.
6.- De los deseos desordenados
1. Cuantas veces desea el hombre desordenadamente alguna cosa, luego pierde el sosiego.
El soberbio y el avariento nunca están quietos; el pobre y el humilde de espíritu viven en mucha paz.
El hombre que no es perfectamente mortificado en sí, presto es tentado y vencido de cosas pequeñas y viles.
El flaco de espíritu y que aún está inclinado a lo animal y sensible, con dificultad se puede abstraer totalmente de los deseos terrenos.
Y cuando se abstiene recibe muchas veces tristeza, y se enoja presto si alguno le contradice.
Pero si alcanza lo que desea, siente luego pesadumbre por el remordimiento de la conciencia; porque siguió a su apetito, el cual nada aprovecha, para alcanzar la paz que busca.
En resistir, pues, a las pasiones se halla la, verdadera paz del corazón, y no en seguirlas.
No hay, pues, paz en el corazón del hombre carnal, ni del que se entrega a lo exterior, sino en el que es fervoroso y espiritual.
Cambio de sexo
por Juan Manuel de Prada
Pero escribí antes que no quería terciar en un asunto que sólo admite una lectura esperpéntica. Más interesante me parece establecer la naturaleza de las operaciones de cambio de sexo. ¿Son un remedio terapéutico o una atrocidad quirúrgica? Conocida es de las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan mi opinión sobre la cirugía estética, que considero una variante del delito de lesiones, perpetrada para más inri con el consentimiento de la víctima; un consentimiento, habría que matizar, forzado por inescrutables traumas o complejos. Pero, aun suponiendo que dicho consentimiento fuese emitido libremente, la naturaleza delictiva de estas operaciones me parece igualmente incuestionable. A fin de cuentas, ¿qué diferencia existe entre la amputación (consentida) de un dedo meñique y la implantación de una prótesis? ¿No son ambas mutilaciones? ¿O es que, antes de dictaminar el carácter delictivo de una lesión, hemos de establecer si posee un carácter «estético»? No creo que la licitud o ilicitud de una conducta puedan determinarla razones tan banales: para mí, inflar tetas de silicona constituye un delito de lesiones, exactamente igual que amputar dedos.
Por supuesto, considero las operaciones de cambio de sexo como la más grave modalidad del delito de lesiones. Aquí el cirujano ya no se limita a satisfacer una petición que nace de la debilidad de carácter (extirpar un grano o eliminar unos michelines), sino que se aprovecha de los trastornos de personalidad de su víctima, infligiéndole daños irreparables y condenándola, además, a la marginación. Porque -seamos sinceros- todos sabemos que el destino de un transexual, salvo que Pedro Almodóvar lo incorpore al reparto de su próxima película, es poco benigno. Con un poco de suerte, quizá consiga ingresar en alguna troupe de artistas nómadas, o figurar en el elenco de un programa televisivo especializado en la recolección de freaks; pero el decurso del tiempo suele dictarle una misma sentencia de sordidez y ostracismo social. Los modernos de casino podrán disfrazar su defensa de estas operaciones con ropajes de un humanitarismo postizo y «tolerante»; pero no podrán fingir que ignoran dicha sentencia.
Si nos restase una pizca de piedad, nos avergonzaría que personas con trastornos de identidad sexual sean convertidos en mutantes de quirófano con la misma facilidad con que uno se alivia de la melena en la barbería. ¿Desde cuándo las enfermedades del alma se curan con un bisturí? Pero esta atroz profanación del hombre no encontraría respaldo sin el fermento de una sociedad capaz de abjurar de unas mínimas convicciones de humanidad antes que ser motejada de retrógrada o cavernícola. ¡Y yo que pensaba que las cavernas se hallaban allí donde se permite el expolio del hombre, la vejación de su vida y su dignidad!
Los derechos del hombre (2)
Vamos a tratar entonces de esclarecer el tema, tan inflado desde hace algún tiempo, de los «derechos del hombre», tal como se entienden en la Declaración de 1789 y en la de las Naciones Unidas de 1948.
1 de Octubre, Festividad de San Remigio, Obispo
Nacido en Laon, hacia el año 437, de padres galos, hizo tan considerables progresos en su formación, y particularmente en la elocuencia, que, según el testimonio de San Sidonio Apolinar, compañero suyo en los primeros años, llegó a superar a todos sus iguales. Contando sólo veintidós años de edad, al quedar vacante en 459 la sede de Reims, fue él destinado para la misma, y los hechos probaron bien pronto que con su celo y fervor de espíritu suplía lo que le faltaba de experiencia.
No poseemos muchas noticias sobre la actividad de San Remigio durante la primera etapa de su vida, desde su elevación a la sede de Reims, en 459, hasta el gran acontecimiento de la conversión de Clodoveo, hacia el 496, en que tan directamente intervino San Remigio. Pero lo poco que conocemos nos lo presenta como un prelado eminente, consciente de sus deberes y entregado de lleno a la instrucción y gobierno de su pueblo. Sabemos por Sidonio Apolinar que desarrolló gran actividad en convertir a muchos entre los invasores francos y someterlos al yugo de Cristo. El mismo atestigua que poseyó un volumen de los sermones de Remigio, cuya suavidad, belleza de expresión y plenitud de doctrina pondera extraordinariamente. Con esta elocuencia, a la que se juntaba su eminente santidad, contribuyó eficazmente a poner el fundamento de la conversión del pueblo de los francos.
Entre los pocos documentos que de este tiempo se nos han conservado es digna de memoria una carta, dirigida por San Remigio, hacia el año 482 a Clodoveo, en la que lo felicitaba por su feliz principio como rey de los francos en la región de Tournai y le daba excelentes orientaciones y consejos para el gobierno de su pueblo. Así le dice: "Debéis mostrar deferencia con los sacerdotes y recurrir siempre a su consejo. Si reina armonía entre vos y ellos, vuestro reino sacará de ello mucho provecho... Que todos os amen y os respeten... Que vuestro tribunal sea asequible a todos y que nadie salga triste de él. Emplearéis todas las riquezas de vuestros padres en librar cautivos y desatar las cadenas de los esclavos..."
A los lectores del blog
30 de septiembre de 2008
De cómo una moto, un chancho, una novela de Jaques Perret y la Santa Iglesia Católica me explicaron a mi padre.
Pequeña biografía de D. Rubén Calderón Bouchet (y que conste que con el D., le hago mayor homenaje que con las iniciales de sus títulos académicos).
por Dardo Juan Calderón (hijo del biografiado)
Tomado de ARGENTINIDAD
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Para leer la biografía completa haga click sobre la imagen del Gran Maestro Argentino biografiado.
Invitaciones
Presentación del libro de Nicolás Kasanzew
La pasión según Malvinas
A cargo del Teniente de Navío (RE) Owen Guillermo Crippa, Aviador Naval V.G.M., condecorado con la Cruz de la Nación Argentina al Heroico Valor en Combate
El 21 de mayo de 1982, el Teniente de Navío Owen Guillermo Crippa, al mando de un Aeromacchi MB-339, fue el primer piloto que llegó a la zona del Estrecho San Carlos en momentos en que se producía el desembarco británico. Aunque su misión era de exploración y su aeronave no estaba en condiciones de enfrentar aviones británicos, atacó a la flota descargando todo el poder de fuego de su aparato, logrando averiar seriamente al destructor Argonaut. Crippa logró escapar al fuego antiaéreo y dio aviso de la presencia de la flotilla británica, que recibió graves daños en la denominada Batalla Aeronaval de San Carlos.
A continuación, el Sr. Nicolás Kasanzew
recordará junto a nosotros su inolvidable experiencia en la guerra
por la recuperación de nuestras queridas Islas:
Malvinas: Los dos rostros
de una guerra silenciada
Cerrará el acto el cantor Carlos Longoni,
quien interpretará un par de canciones
dedicadas a la Gesta de Malvinas,
cuya letra pertenece a Nicolás Kasanzew.
El martes 7 de octubre, a las 19:00, en Av. Callao 226, Ciudad de Buenos Aires.
Centro de Estudios Nuestra Señora de la Merced
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Alexandr Solyenitsyn y Antonio de Oliveira Salazar
"Por la observancia se respeta y honra a las personas constituídas en dignidad"
Santo Tomás de Aquino, S.Th.II,IIae,q.102,1.
El Instituto de Filosofía Prácticatiene el agrado de invitar a sendos homenajes.
El primero estará a cargo del R.P. Alfredo Sáenz, de la Dra.María Delia Buisel de Sequeiros y del Sr. Nicolás Kasansew,el próximo jueves 9 de octubre a las 19:00.
En ambos casos la cita es en la sede del Instituto,Viamonte 1596, 1º.
Dr. Bernardino Montejano
Secretario
España en nuestro ser
CIMAS Y SIMAS DE LA PIEL DE TORO
Publicado por El Blog de Cabildo
El hecho de suprimir de la enseñanza la religión es privar al hombre de la máxima verdad que lo realza
por José Lois Estévez.
Un poeta ha escrito: "Hacer más hombre al hombre es el camino y dar con Dios nuestra mayor proeza". La idea desarrollada en estos dos versos puede parecer de una simplicidad monótona, pero propugna la expansión de lo que verdaderamente dignifica al hombre. Pues, y por encima de todo lo único que de verdad nos sublima, haciéndonos superiores a todos los seres de nuestra experiencia, es la demostración científico filosófica de la existencia de Dios.En la Filosofía clásica, se ofrecían seis vías que implicaban esa demostración, aparte de muchas otras pruebas particulares, basadas todas en hechos concretos que se reputaban insostenibles sin la existencia de ese ser supremo. Existían, se afirmaba en el universo, seres contingentes cuya inexistencia era intrascendente para la evolución universal. Podían suprimirse sin que al mundo le ocurriera nada. Un ser contingente -se decía- podría existir o no. Eliminarlo era indiferente al cuadro cósmico. Esto era predicable de todos los seres de nuestra experiencia. No conocíamos ser alguno cuya supresión supusiera la abolición completa del mundo físico. Cuando meditando sobre esto nos preguntábamos si habría algún ser cuya existencia fuera de tal significado que sin él fuera imposible comprender el universo, llamándose por ello el Ser.
30 de Septiembre, Festividad de San Jerónimo, Sacerdote, Confesor y Doctor
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El universitario frente a la doctrina marxista
Definir en el corto tiempo de una exposición qué es el marxismo es parte fácil y en parte difícil. El marxismo doctrinariamente hablando es una doctrina simple, simplista. Es un monismo filosófico de signo materialista. De ahí que la primera caracterización que hagamos del marxismo es la de un materialismo dialéctico e histórico. Lo primero a retener es que el marxismo no es una doctrina como cualquier otra doctrina. No es una mera “teoría”. Como lo dicen coherentemente desde el mismo Marx hasta el actualísimo Mao es una “guía para la acción”. La teoría marxista no tiene ningún sentido en sí misma en cuanto mera teoría. Es un esquema de acción, más aún un esquema de la acción o praxis revolucionaria. Uno de los caracteres más negativos del marxismo, y más negador de lo mejor de la tradición cultural del occidente greco-latino y cristiano, es, precisamente, esa supremacía permanente de la acción sobre el pensamiento, de la praxis sobre la teoría. El marxismo desprecia la teoría como tal. Es una actitud vital, una actitud ciega (por las razones que veremos), surgida en la acción por la acción misma.
En primer lugar, entonces, consideremos el marxismo en cuanto esquema materialista. En la historia de occidente ha habido muchas doctrinas materialistas a lo largo de 25 siglos. Pero Marx y Engels despreciaron en repetidos textos a todos los materialistas anteriores, calificándolos de materialistas ingenuos.
Ellos se presentan como los postuladores del único y verdadero materialismo científico (sobre todo Marx, no habla nunca del materialismo dialéctico). Siempre hablan de materialismo científico, es decir, de un materialismo fundado, según ellos, en las últimas conclusiones de las ciencias positivas, que tanto auge comenzaron a cobrar en la primera mitad del siglo XIX. Este anhelo era bastante lógico, y merece cierto aplauso; sin embargo, la elaboración teórica del materialismo dialéctico se resiente del positivismo que caracterizó el clima científico y cultural del siglo pasado (XIX), sobre todo en lo que hace a las ciencias sociales, tanto a la sociología de Augusto Comte, como a la antropología cultural de Morgan y otros autores.
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29 de septiembre de 2008
Juan Donoso Cortés: Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo (6)
Capítulo VI
Que nuestro señor Jesucristo ha triunfado del mundo exclusivamente por medios sobrenaturales
Ego veni in nomine Patris mei, et non accipitis me: si alius venerit in nomine suo, illum accipietis (Io 5,43). En estas palabras está anunciando el triunfo natural del error sobre la verdad, del mal sobre el bien. En ellas está el secreto del olvido en que tenían puesto a Dios todas las gentes, de la propagación asombrosa de las supersticiones paganas, de las hondas tinieblas tendidas por el mundo, así como el anuncio de las futuras crecientes de los errores humanos, de la futura disminución de la verdad entre los hombres, de las tribulaciones de la Iglesia, de las persecuciones de los justos, de las victorias de los sofistas, de la popularidad de los blasfemos. En aquellas palabras está como encerrada la historia, con todos los escándalos, con todas las herejías, con todas las revoluciones. En ellas se nos declara por qué, puesto entre Barrabás y Jesús, el pueblo judío condena a Jesús y escoge a Barrabás; por qué, puesto hoy el mundo entre la teología católica y la socialista, escoge la socialista y deja la católica; por qué las discusiones humanas van a parar a la negación de lo evidente y a la proclamación de lo absurdo. En esas palabras, verdaderamente maravillosas, está el secreto de todo lo que nuestros padres vieron, de todo lo que verán nuestros hijos, de todo lo que vemos nosotros; no; ninguno puede ir al Hijo, es decir, a la verdad, si su Padre no le llama; palabras profundísimas que atestiguan a un tiempo mismo la omnipotencia de Dios y la impotencia radical, invencible, del género humano.
Pero el Padre llamará, y le responderán las gentes: «El Hijo será puesto en la cruz y atraerá a sí todas las cosas»; ahí está la promesa salvadora del triunfo sobrenatural de la verdad sobre el error, del bien sobre el mal; promesa que será del todo cumplida al fin de los tiempos.
Pater meus usque modo operatur: et ego operor sieut Pater... sic etfihus quos vult vivificat (Io 5-17.21). Expedit vobis ut ego vadam: si enim non abiero, Paraclitus non veniet ad vos: si autem abiero, mittam eum ad vos (Io 16,7).
Las lenguas de todos los doctores, las plumas de todos los sabios no bastarían para explicar todo lo que esas palabras contienen. En ellas se declara la soberana virtud de la gracia y la acción sobrenatural, invisible, permanente, del Espíritu Santo. Ahí está el sobrenaturalismo católico con su infinita fecundidad y con sus maravillas inenarrables; ahí está explicado, sobre todo, el triunfo de la cruz, que es el mayor y el más inconcebible de todos los portentos.
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Villancico
Vivo ya fuera de mí,
¡Ay, qué larga es esta vida!
Schez. de Cepeda Dávila y Ahumada.
Los derechos del hombre
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(este artículo, primero de una serie de cuatro, no es actual, pero no ha perdido nada de actualidad).
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Mirando la televisión francesa (se ve bien en Milán), voy a parar al mismo debate de siempre sobre los «derechos humanos».
Participa también un sacerdote, un teólogo. En realidad, escuchándolo, parece uno de esos intelectuales transalpinos más preocupados por su imagen de personas inteligentes y al día, que solidarios (o por lo menos coherentes) con su Iglesia. Uno de esos que corren el riesgo de hacer de la «ciencia de Dios» -la que Tomás de Aquino practicaba metiendo, para inspirarse, su gran cabeza en un tabernáculo- una ideología a plasmar según los gustos de la época, como si tuviesen ante todo un fin: obtener la aprobación («¡Bravo! ¡Bien!») de aquel Constantino de hoy que es el tirano mediático, sin la cual le niegan a uno el sitio en las mesas redondas.
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29 de Septiembre, Festividad de San Miguel Arcángel
-Protector de la unidad católica de España y de las Naciones Hispanoamericanas,..
Oremos
San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes. Y tú, Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno con el divino poder , a Satanás, y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén.
28 de septiembre de 2008
Herejes (1)
por G.K.Chesterton
A mi padre
I. Comentarios introductorios sobre la importancia de la ortodoxia
Curiosamente, nada expresa mejor el enorme y silencioso mal de la sociedad moderna que el uso extraordinario que hoy día se hace de la palabra «ortodoxo».
Antes, el hereje se enorgullecía de no serlo. Herejes eran los reinos del mundo, la policía y los jueces. Él era ortodoxo.
Él no se enorgullecía por haberse rebelado contra ellos; eran ellos quienes se habían rebelado contra él. Los ejércitos con su cruel seguridad, los reyes con sus fríos rostros, los decorosos procesos del Estado, los razonables procesos de la ley; todos ellos, como corderos, se habían extraviado. El hombre se enorgullecía de ser ortodoxo, de estar en lo cierto. Si se plantaba solo en medio de un erial ululante era algo más que un hombre; era una iglesia. Él era el centro del universo; a su alrededor giraban los astros. Ni todas las torturas sacadas de olvidados infiernos lograban que admitiera que era un hereje. Pero unas pocas frases modernas le han llevado a jactarse de ello. Hoy, entre risas conscientes, afirma: «Supongo que soy muy hereje»; y se vuelve, esperando recibir el aplauso. La palabra «herejía» ya no sólo no significa estar equivocado: prácticamente ha pasado a significar tener la mente despejada y ser valiente.
Ello sólo puede indicar una cosa: que a la gente le importa muy poco tener razón filosófica. Pues sin duda un hombre debería preferir confesarse loco antes que hereje. El bohemio, con su corbata roja, debería defender a capa y espada su ortodoxia. El terrorista, al poner una bomba, debería sentir que, sea o no otra cosa, al menos es ortodoxo.
Por lo general, resulta una necedad que un filósofo prenda fuego a otro en el mercado de Smithfield por estar en desacuerdo con sus teorías sobre el universo. Eso se hacía con frecuencia en el último periodo de decadencia de la Edad Media, y se erraba por completo en el objetivo. Pero hay algo infinitamente más absurdo y poco práctico que quemar a un hombre por su filosofía, y es el hábito de asegurar que su filosofía no importa, algo que se practica universalmente en el siglo XX, en la decadencia del gran período revolucionario. Las teorías generales se condenan en todas partes: la doctrina de los derechos del hombre se contrapone a la doctrina de la caída del hombre. El propio ateísmo nos resulta demasiado teológico hoy día. La revolución misma es demasiado sistemática; la libertad misma, demasiado restrictiva.
No deseamos generalizaciones. Bernard Shaw lo ha expresado en un epigrama perfecto: «La regla de oro es que no hay regla de oro». Cada vez más nos ocupamos de los detalles en el arte, la política, la literatura.
Importa la opinión de un hombre sobre los tranvías, sobre Botticelli. Pero su opinión sobre el todo no importa.
Puede mirar a su alrededor y explorar un millón de objetos, pero no debe, bajo ningún concepto, dar con ese objeto extraño, el universo, pues si lo hace tendrá una religión, y se perderá. Todo importa, excepto el todo.
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Para leer el capítulo completo haga click sobre la imagen del gordo y alegre escritor, que en mis fueros más íntimos espero sea alguna vez canonizado.