por el R.P. Alfredo Sáenz, S.J.
Ediciones Excalibur, Buenos Aires, 1982
II. LAS ORDENES MILITARES
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La “no aceptación del Concilio” por la Fraternidad San Pío X : una cortina de humo
Nota del Padre Claude Barthe
Después de la instrumentalización del deplorable affaire Williamson, los que se oponen a una reconciliación de la comunidad de Monseñor Lefebvre instrumentalizan ciertas torpezas para re-excomulgarla in aeternum. Ahora bien, su tema es un montaje de falacias.
1°/ La cuestión fundamental : rechazar o aceptar ¿Cuál Vaticano II?
Quiérase o no, “la aceptación del Concilio” se ha vuelto un tema ideológico bajo el cual se han hecho pasar gravísimos abusos durante 40 años. El discurso del Papa a la Curia del 22 de diciembre 2005 recordó oportunamente que desde el comienzo existen dos hermenéuticas excluyentes acerca de Vaticano II, una de “ruptura”, otra de “continuidad”. Para ser breves, la primera es aquella de Rahner y Congar, la segunda aquella de la Nota praevia agregada por Paulo VI a Lumen Gentium. Los actos del pontificado actual (Summorum Pontificum, decreto del 21 de enero 2009) dan cuenta de una tercera hermenéutica, la de la minoría conciliar, continuada por la oposición lefebrista, transformada y revitalizada hoy alrededor del Papa por una “nueva escuela romana”. De suerte que -y tomando un solo ejemplo, el número 3 de Unitatis redintegratio que parece decir que las comunidades cristianas separadas pueden ser medios de salvación en cuanto tales-, sería injusto (y paradójico) transformar en crimen contra la unidad de la Iglesia :
a)Sea el hecho de estimar en consciencia que, prout sonant, las expresiones de UR 3 no pueden ser aceptadas como magisterio de la Iglesia;
b)Sea el hecho de releerlas diciendo que son elementos católicos contenidos en comunidades separadas que pueden ser instrumentos de integración in voto a la Iglesia de Pedro.
Más generalmente, ¿se puede pretender congelar para siempre la tradición viviente de la Iglesia en expresiones manifiestamente corregibles, enunciadas hace 40 años? ¿Se puede tener miedo a priori de hacer una teología (y mañana un magisterio) actualizada, teniendo en cuenta no sólo los aportes de Vaticano II, sino también las respuestas a las “cuestiones abiertas” por este Concilio?
2°/ Ya hubo “coloquios” teológicos con la Fraternidad San Pío X sobre estas cuestiones
Además, cuando el decreto del 21 de enero abre el camino para los “coloquios” sobre de las “cuestiones todavía abiertas”, no innova de ninguna manera. Las discusiones acerca de las dificultades señaladas, entre otros por la Fraternidad San Pío X, tuvieron lugar varias veces, bajo la égida del “Groupe de Rencontre entre Catholiques”, GREC. Al fin, una sesión pública, el 21 de febrero 2008, sobre el tema : “¿Revisar y/o interpretar ciertos pasajes de Vaticano II?” mostró una convergencia que no es otra que la del sentido común : el representante de la FSSPX postulaba la pertinencia de una crítica sana y positiva de los puntos doctrinales nuevos de Vaticano II para ofrecer elementos a una futura elaboración de textos más claros, el teólogo romano estimaba que una recepción de Vaticano II fundada vigorosamente sobre el estado del magisterio anterior tenía su lugar en la Iglesia.
Sería irrealista hacer del resultado de este tipo de coloquios (cuyo resultado es evidente que reside, para comenzar, en la manera de abordar los problemas, y esto no sólo para la FSSPX), una condición previa a una reintegración canónica. El sentido común –que se acerca del sentire cum Ecclesia- quiere al contrario que sea la reintegración canónica previa de la FSSPX la que permita hacer éstos y otros coloquios, los cuales podrán aportar su piedra a la reflexión teológica, en la medida que permitirán útilmente ad intra la expresión de un pensamiento decididamente tradicional.
3°/ ¿Por qué pedir a la FSSPX más de lo que ya aceptó?
Entre otras cosas, porque todo esto ya fue virtualmente adquirido. En efecto, el 5 de mayo 1988, al comienzo de un “protocolo de acuerdo”, Monseñor Lefebvre había firmado una “declaración doctrinal” que nunca contestó. En ella declaraba aceptar la doctrina del n° 25 de Lumen Gentium sobre la adhesión proporcional al magisterio según sus diversos grados (en ningún momento se le pedía decir, cosa que nunca fue precisada por la Santa Sede, que tal o cual pasaje determinado de Vaticano II relevaba de la infalibilidad solemne u ordinaria). Reconocía también la validez de la liturgia en su nueva forma, cuando era celebrada según los libros aprobados por la Santa Sede. Finalmente, se comprometía (en el 3° de los 5 puntos de la declaración) “a propósito de ciertos puntos enseñados por el Concilio Vaticano II o concerniendo las reformas posteriores de la liturgia y del derecho, y que [le] parecían difícilmente conciliables con la Tradición, a tener una actitud positiva de estudio y de comunicación con la Sede Apostólica, evitando toda polémica”. El compromiso se basaba en “la ausencia de polémica” y de ninguna manera sobre un absurdo “nivel cero de crítica”, que después de todo no se pediría más que a los tradicionalistas.
Si se lee bien el reciente reportaje concedido por Monseñor Fellay, el 25 de febrero 2009 a Rachad Armanios, lecourrier.ch, no es un reconocimiento del Concilio lo que Monseñor Fellay rechaza; lo que niega es que este inasible “reconocimiento” le sea pedido por la Santa Sede. Todo el mundo puede verificar que, desde hace 20 años, el acto de adhesión pedido a los miembros de la FSSPX que quieren recibir una regularización canónica, individual o colectivamente (como el grupo de Campos) reproduce la declaración de Monseñor Lefebvre de 1998. Dicho de otro modo, la Santa Sede no pidió nunca al conjunto de las comunidades más tradicionales de la Iglesia, en lo concerniente a Vaticano II, más que esta declaración de sentido común.
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El problema que perduraba con la FSSPX, hasta la decisión generosa del Papa, era el resultado de la decisión de su fundador, tomada en razón de motivos que había calificado “de estado de necesidad”, de anticipar la consagración de obispos para su instituto y de realizarla sin mandato pontifical. Pero es de una manera falaz, de parte de opositores externos, haciéndose “aliados objetivos” tanto de ciertos elementos como de ciertas malas o desmañadas costumbres en el interior de esta comunidad, que fue fabricado el nuevo obstáculo de una “prerrequisito” doctrinal.
¿Porqué pretender que la tradición viviente de la Iglesia se haya detenido, no tan sólo en el Vaticano II, lo que sería ya absurdo, sino en un cierto Vaticano II?
1. Presupuestos teológicos
1.1. En la mitología griega Prometeo ha pasado a ser el símbolo más cabal de la rebelión de las creaturas contra los dioses. Sin aceptar su condición subordinada, pretende elevarse al ámbito de lo divino robando para los hombres el fuego de los dioses. Y, cuando castigado por Zeus, encadenado con cables de acero en un peñón del Cáucaso, su hígado perpetuamente regenerado es devorado cotidianamente por un águila, hija de Equidna y de Tifón, ante la oferta de perdón que le envía el Padre de los dioses por intermedio de Hermes, responde -con palabras inmortalizadas por Esquilo- esa frase demoníaca que ha quedado como ejemplo cimero de a lo que puede llegar la soberbia y el orgullo frente a Dios: "Jamás, Hermes, puedes estar bien cierto, cambiaré yo mi suerte miserable por tu servidumbre: prefiero estar clavado a esta roca en el suplicio que ser criado y siervo del padre Zeus".
1.2. Y el mito prometeico no es sino el eco del relato pleno de simbolismos del tercer capítulo del Génesis, en donde la tentación de la serpiente consiste precisamente en inducir al hombre a la soberbia, a la autodivinización: "seréis como dioses" -les dice- "vosotros mismos determinaréis cuál es el bien y cuál es el mal", "seréis autónomos", "no habréis de obedecer a nadie".
Y algo semejante nos muestra el legendario relato de la torre de Babel, con el prometeico intento del hombre de alcanzar el cielo con sus propios medios, con sus propias fuerzas.
El hombre que se niega a aceptar su condición de creatura y pretende erguirse y erigirse como Dios. Ese es el fondo de todo pecado en cuanto verdadero pecado: insubordinación, autonomía, autarquía, apoyo en las propias fuerzas, en la pura luz de la razón, en la propia capacidad de discernimiento; negación de nuestra humilde condición de seres dependientes, creados, sostenidos en una existencia que no sale de nuestra propia esencia, necesitados, "mendigos del ser y de la existencia", como decía San Buenaventura.
1.3. Porque el hombre es creatura. Su naturaleza le viene dada, no la conquista ni la crea, sino que la recibe. No se sustenta en el ser por sí solo, sino que pende sobre la nada mantenido en la existencia por el constante influjo creador de Dios. Su ser es intrínseca y esencialmente dependencia, porque es constantemente ser recibido, que le viene de otro. Solamente el ser de Dios es propio, independiente, autónomo. Nosotros, que somos pudiendo no haber sido, nos afirmamos en la existencia recibiendo, abriéndonos a la omnipotencia creadora de Dios. Cerrarnos en nosotros mismos, negarnos orgullosamente a depender, a recibir, es intentar poner pie en la nada que es lo único propio que tenemos. Por eso, cuando el hombre se autoproclama divino en el pecado cerrando su ser al influjo creante de Dios, sin necesidad de un castigo que le venga de fuera, planta por sí mismo en lo más hondo de su existir creado semillas de ruina, gérmenes de fracaso y de nada. De allí las consecuencias del pecado -de todo pecado- que pinta con pluma magistral el relato del Génesis y que también refleja el mito griego cuando narra que, en castigo por el pecado de Prometeo, Zeus envía a la humanidad a la mujer, Pandora, con su famosa caja llena de calamidades.
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por Eudaldo Forment
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Importancia de las Tesis
l mismo Canals ha puesto de relieve recientemente que esta situación o «estatuto» ha cambiado para dos proposiciones contenidas en una de ellas. Ha escrito que «la promulgación, el 11 de octubre de 1992, por el Papa Juan Pablo II, del nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nos pone ante un hecho que no puede ser ignorado en la reflexión sobre las conexiones entre el misterio revelado y sus formulaciones dogmáticas, y las verdades racionales filosóficas, en especial en el campo metafísico» (Canals, 1996, 33).
En el número 318 del Catecismo, que es de «resumen», se lee:
«Ninguna criatura tiene el poder infinito que es necesario para crear en el sentido propio de la palabra, es decir, para producir y dar el ser al que no lo tenía (llamar del no ser a la existencia)» (Catecismo, 318). Tiene además una nota que se refiere a «DS 3624» (Denzinger-Schönmetzer), que es la tesis 24 de las tesis tomistas.
Por consiguiente, nota Canals, «a una afirmación equivalente a lo que profesamos creer a cerca de Dios "Creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles", se le conexiona, en la anotación, con puntos de la "tesis" veinticuatro, que son obviamente enunciados metafísicos» (Canals, 1996, 33).
Es patente que, con ello «tenemos, pues, que la anotación puesta en el número 318 del nuevo Catecismo sugiere como explicación complementaria de su enseñanza sobre la potencia creadora una doctrina metafísica (...) que no deja de ser discutida por diversos autores escolásticos» (Canals, 1996, 34).
Reconoce Canals que «los textos citados en las notas de un documento doctrinal mantienen sólo la autoridad y el valor que tienen en sí mismos, y no participan, por el hecho de ser así citados, del mismo carácter del propio documento al que se añaden como notas. Pero que hayan sido citadas -probablemente por primera vez en un documento doctrinal- en el nuevo Catecismo, resulta muy significativo, precisamente porque su redacción y aprobación se dirigieron a delimitar y distinguir la síntesis metafísica tomista respecto de doctrinas opuestas enseñadas por otros autores eclesiásticos» (Canals, 1996, 33).
Debe aceptarse que «las tesis filósoficas afirmadas en el Catecism
El debate ético depende de la capacidad de verdad del hombre como indica el libro del Cardenal Ratzinger sobre la sociedad pluralista al cual hace referencia este artículo