Este blog está optimizado para una resolución de pantalla de 1152 x 864 px.

Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

23 de mayo de 2009

Teologías Latinoamericanas de Liberación *




por el R.P. Miguel Poradowski





Tomado de La Quimera del Progresismo,
Colección Clásicos Contrarrevolucionarios,
Buenos Aires, 1981









l pensamiento político-religioso autodenominado "teologías latinoamericanas de la liberación" (en adelante TLL), formalmente aparece en América Latina algunos años después de la Segunda Conferencia Episcopal Latinoamericana, que tuvo lugar en Medellín en 1968. No obstante, según la opinión del sacerdote José Comblin, (1) compartida por el Padre Roger Vekemans, S.J., (2) este pensamiento de hecho ya se manifiesta varios años antes del mencionado evento y se hace presente en varias reuniones de carácter internacional, como por ejemplo en la Conferencia Mundial del Consejo Ecuménico de Iglesias (una institución protestante), en Ginebra en 1966 y en el "diálogo de cristianos y marxistas", celebrado en varios lugares, entre los años 1965-67.



Casi todos los investigadores de la génesis o historia de las TLL concuerdan en la opinión de que la aparición de este pensamiento político-religioso se debe, al menos parcialmente, a una especial situación social-económica-política en la cual se encontró el continente latinoamericano después del fracaso de las tentativas del Plan de Desarrollo, lanzado por el malogrado presidente J. F. Kennedy.
***************

Para leer el artículo completo (enfáticamente recomendado), haga click sobre la imagen de este modelo de sacerdote y maestro.

23 de Mayo de 844, Batalla de Clavijo




Oremus:
Deus qui Hispaniarum gentium
beato Iacóbo Apóstolo tuo
protegendam mesericórditer tribuisti
et per eum ab imminenti exítio mirabíliter liberasti,
concede, quaesumus, ut, eódem protegente,
pace perfruámur aeterna. Per Dóminum nostrun Iesum Christum...Amen.














o sé si se recuerda, si se celebra, pero el 23 de Mayo es (era?) la Fiesta de la Aparición de Santiago Apóstol en la Batalla de Clavijo. Como suena. Con su Misa propia y todo. Vuelvo a decir que no sé si se celebra en algún sitio, quizá allá por la Rioja, donde está Clavijo, al lado de Logroño.


..... Para seguir leyendo este excelente artículo publicado en EX ORBE haga click sobre el enlace (en rojo) o sobre la imagen del Matamoros.

22 de mayo de 2009

Santo Tomás y el Orden Social



por el Dr. Carlos Alberto Sacheri

Tomado de la revista Mikael Nº 5
AD 1974




SANTO TOMÁS Y EL ORDEN SOCIAL

entro del amplísimo horizonte doctrinal constituido por la síntesis filosófica de Santo Tomás de Aquino, su concepción del ordenamiento de las instituciones sociales no siempre ha merecido la debida atención, ni ha escapado a interpretaciones erróneas por parte de ciertos tomistas calificados. Por tal motivo parece conveniente presentar en forma sinóptica algunos principios rectores de su filosofía social, cuya formulación e intrínseca armonía resultan sobremanera actuales en medio de la profunda crisis de la inteligencia política contemporánea, que se debate entre los errores del liberalismo y del socialismo, sin atinar a elaborar una recta concepción del hombre y de las relaciones sociales.


1. FUNDAMENTOS ANTROPOLÓGICOS


La elaboración social y política de Santo Tomás se funda en una admirable y completa doctrina de la persona humana. Por aplicación del universalísimo principio operatio sequitur esse, el obrar sigue al ser, según concibamos al hombre, así será nuestra concepción de la sociedad humana. Esta fundamentación antropológica del orden social ha sido objeto de interpretaciones parcializadas por parte de algunos distinguidos tomistas contemporáneos, tales como el P. Schwalm y Jacques Maritain, postuladores de un personalismo secularista, o como los dominicos Congar, Chenu y Liegé, entre otros apóstoles del aperturismo marxista.


La antropología tomista parte del concepto de persona, asumiendo la clásica definición de Boecio, substancia individual de naturaleza racional, ser existente en sí mismo y por sí mismo, realidad sustantiva y subsistente abierta a la captación de toda verdad y de todo bien. Sobre la base del realismo antropológico de Aristóteles, Santo Tomás explícita la unidad substancial de cuerpo y alma humanos aplicando los riquísimos conceptos de materia y forma, y de acto y potencia.

*****************

Para leer el artículo completo haga click sobre la imagen el autor. Recomendadísimo.

Iesus Christus 121. Entrevista a Monseñor de Galarreta


Visto en Radio Cristiandad


— Monseñor, Usted es uno de los cuatro obispos consagrados por Monseñor Marcel Lefebvre el 30 de junio de 1988. Acaba de ser nombrado Visitador del Seminario de La Reja en reemplazo de Monseñor Williamson. Antes de hablar de su actual función, quisiéramos hacerle unas preguntas con respecto a los acontecimientos de las últimas semanas. El 21 de enero de 2009 el Vaticano publicó un decreto sobre las excomuniones del 1º de julio de 1988 sancionando las consagraciones episcopales realizadas por Monseñor Lefebvre. En una entrevista dada a “Nouvelles de Chrétienté” (N°115, enero/febrero de 2009) Monseñor Fellay decía, refiriéndose a las excomuniones de 1988: “Este decreto era nulo, ya que no hubo excomunión”. En su sermón del 15 de marzo de 2009, también Usted dijo: “Siempre hemos afirmado y siempre hemos mantenido que esas censuras eran absolutamen­te nulas, de hecho y de derecho”. ¿Por qué afir­man la nulidad de las excomuniones declaradas por Juan Pablo II en 1988?

Siempre que hemos escrito a Roma, hemos tenido el cuidado de precisar que lo que pedíamos era la declaración de nulidad de las excomuniones o, de una forma un poco más aceptable para ellos, que se retirase el decreto de excomuniones precisamente porque estas excomuniones no existen. El acto de las consagraciones episcopales de 1988 por Monseñor Lefebvre fue un acto absolutamente necesario para la continuidad del sacerdocio católico, de la Tradición, de la fe católica y de la misma Iglesia. Fue un acto de supervivencia, de salvaguarda de la fe católica, y por lo tanto no es una falta que deba recibir ningún tipo de condenación o de censura. Fue un acto virtuoso y a mi modo de ver supremamente virtuoso por el bien de las almas y de la Santa Iglesia.

— ¿Si no hubo excomunión, no le parece contradictorio haber pedido a Roma hacer algo respecto al decreto?

Aparentemente contradictorio sí. En realidad no. Porque una cosa es la validez o no de las excomuniones, y otra cosa la impresión que tiene el resto de la iglesia y la opinión pública en general. Es evidente que recaía sobre nosotros un estigma a los ojos de toda la Iglesia, que era como una condenación de lo que representamos: la Tradición católica. Son dos aspectos distintos. El aspecto objetivo es que no había excomunión. El otro aspecto es el subjetivo, en el espíritu de la gente, y fue en orden a éste que se pidió se retirase el decreto.

— Como respuesta, Roma publicó el decreto del 21 de enero de 2009 en que no reconoce la nulidad de las excomuniones, sino que levanta la sanción. No es lo que había pedido la Fraternidad. Sin embargo Mons. Fellay hizo cantar un “Magnificat” para celebrar el hecho. Ud. mismo dijo en su sermón del 15 de marzo que “nos alegramos y agradecimos ese decreto”. ¿Por qué alegrarse, si no se cumplió con lo pedido?

Es indudable que el decreto tal como se hizo no responde ni a la verdad ni a la justicia, por lo tanto queda pendiente una rehabilitación de los obispos, incluidos Monseñor Lefebvre y Monseñor de Castro Mayer, y, en definitiva, una rehabilitación de todos los miembros de la Tradición. Pedimos que se retirase el decreto como un signo efectivo de buena voluntad y de cambio de actitud de Roma respecto a la Tradición y a nosotros. Por eso nos alegramos. Aunque el decreto no sea lo que debe ser, ya no se trata de persecución y de ruptura. También quita un obstáculo mayor para que las almas se puedan acercar a las riquezas de la tradición y a la verdadera fe.

— Monseñor, Ud. dijo en su sermón que había subido el número de fieles en el mundo después del decreto del 21 de enero.

Sí, efectivamente, después del Motu Proprio, hubo varios miles de sacerdotes que nos pidieron el DVD que enseña cómo rezar la Misa tradicional. También después de ese decreto ha habido mucha gente nueva que nos está contactando en nuestros prioratos y seminarios.

********************


Para leer la entrevista completa haga click sobre la imagen de Monseñor de Galarreta.


21 de mayo de 2009

Iesus Christus 121 - Carta de los Padres del Seminario de La Reja


Visto y tomado de Radio Cristiandad




Cuarenta años de fidelidad

Seminario Internacional “Nuestra Señora Corredentora”

CARTA A NUESTROS FIELES DE LA PRIMERA HORA

QUERIDOS amigos:

Al final de esta carta les quedará claro, así cree­mos, por qué nos dirigimos a Ustedes, los más antiguos, y por qué nos referimos, contra nuestra costumbre, a sucesos que no sólo conciernen a la vida propia del Seminario. Un único fin nos mueve, hacerlos partícipes de la paz con que el Seminario ha vivido los últimos acontecimientos, pues sabemos que algunos de Ustedes mucho se han inquietado.

DOS ACONTECIMIENTOS, UNA ESTRATEGIA

A dos hechos nos referimos, al decreto sobre las ex­comuniones y a la pérdida de nuestro Director, Mons. Williamson. En cuanto al primero, les recordamos que se inscribe dentro de una simple estrategia planteada por la Fraternidad hace ya varios años. En el Año Santo del 2000 hicimos una peregrinación a Roma que alcanzó a mostrar ante las autoridades eclesiásticas el rostro verdadero y sincero de la Tradición. Nos permitimos decir que obró allí una gracia especial, pues desde entonces se hizo patente, aún para aquellos que no nos entienden ni nos quieren, el carácter católico de la gran familia de la Fraternidad.

A partir de ese momento, entre las autoridades romanas hubo quienes cambiaron de actitud respecto a nosotros, deseando insuflar en la atmósfera conciliar, contaminada por “el humo de Satanás introducido en el templo de Dios” (Pablo VI), un poco del aire fresco que percibían en la Tradición. Con prudencia enseñada por años de combate y que los acontecimientos posteriores nos muestran inspirada por Dios, nuestros superiores declararon ante Roma, con franqueza, cuál sería su estrategia. Primero y principal, no aceptar un arreglo disciplinar de nuestra situación si previamente no hay un esclarecimiento suficiente de los problemas doctrinales.

SOLUCIÓN CANÓNICA VS. DISCUSIÓN DOCTRINAL

Permítannos detenernos un momento en este punto, ciertamente fundamental, porque a muchos de Ustedes no se les ha explicado suficientemente lo que esto significa y basta comprenderlo para conservar la paz confiando en la Fraternidad. El católico liberal ve en la doctrina precisa y definida un obstáculo a la libertad y un factor de división —pues en la vida de la Iglesia las definiciones doctrinales fueron dejando en claro quiénes habían caído en herejía y quienes no—; por eso ha promovido el subjetivismo y la ambigüedad, buscando la unión de los hombres no en la doctrina sino en la “convivencia”, no en la fe sino en un “amor” sin verdad.

Este espíritu triunfó en el Concilio Vaticano II, y sus documentos ofrecieron la doctrina del catolicismo liberal de manera suficientemente indefinida como para que no choque frontalmente con los dogmas de la doctrina católica tradicional: una obra maestra de ambigüedad.

De allí en más, la jerarquía eclesiástica se embarcó en la moderna pastoral del “diálogo” y de la “convivencia”, que buscaría restañar todas las heridas que habrían causado las definiciones doctrinales del Magisterio anterior, excomulgando herejes y cerrando la boca a los neoteólogos.

Y el método para lograrlo, no sería otro que el utilizado en el mismo Concilio: Superar todas las diferencias doctrinales, ya sea con las comunidades separadas de la Iglesia, ya con los católicos en conflicto al interior, ya con los poderes políticos, por medio de formulaciones ambiguas que conformen a ambas partes y dejen de lado la cuestión doctrinal.

NUESTRA MISIÓN ANTE LA CRISIS

En este brumoso contexto, la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, providencialmente fundada por Monseñor. Lefebvre, fue precisando poco a poco su misión. El amor de la vida de nuestro Fundador fue la Iglesia, y la crisis de Ésta su más vivo dolor. Y siempre supo lo que había que hacer por Ella: conservar el sacerdocio verdadero, porque la fe vive del Sacrificio eucarístico y no hay Eucaristía sin sacerdocio. Por eso, ante la caída de los seminarios, no pudo negarse a fundar Ecône. Pero las aceleradas etapas de la “autodemolición” posconciliar lo llevaron a profundizar el combate, comprendiendo con claridad que defender el sacerdocio verdadero exigía defender la Misa tradicional, lo que le valió la persecución y el aislamiento por parte de las autoridades eclesiásticas.

Mas la experiencia de este doloroso combate y — hay que decirlo— especiales luces de Dios, le hicieron comprobar que, para conservar el sacerdocio católico, tampoco bastaba conservar la liturgia católica, sino que era absolutamente indispensable aferrarse a la doctrina católica. Poco antes de morir, se retiró unas semanas para dejarnos por escrito lo que él consideraba que faltaba aclarar, y escribió su Itinerario espiritual en el que nos dice: aferraos a Santo Tomás. No hay Iglesia sin sacerdocio, no hay sacerdocio sin Misa, no hay Misa sin doctrina.

La Fraternidad fue fundada por Monseñor Lefebvre para la Iglesia, no para algunos fieles ni, menos, para ella misma. Y por eso promueve el sacerdocio. Y por lo mismo defiende la Misa tradicional. Y por la misma razón tiene como última finalidad, y en cierta manera principal — pues todas las otras se siguen de ésta— el mantener encendida la lámpara de la teología católica. Decimos la teología y no simplemente el dogma, porque la teología es el dogma explicado, aplicado y defendido.

DEFENSA DE LA DOCTRINA Y DENUNCIA DEL ERROR

Alguno podría pensar que ésta es una verdad de Perogrullo, pues todo católico debe defender la fe, más aún una sociedad sacerdotal. Pero si se piensa bien, descubrir esta misión ha sido para nosotros hasta casi una sorpresa, porque el sacerdote no es necesariamente un intelectual, y nuestra Fraternidad ha sido pensada para la acción sacerdotal y no para las disputaciones escolásticas.

De hecho, nuestra misión no consiste en la alta especulación, sino en defender la validez de la doctrina tradicional y denunciar el error. Esta es nuestra específica tarea en la neblina subjetivista que ha invadido la Iglesia, en la que se permite hasta ser tomista mientras no se excluya la sentencia contraria, pues haciendo esto se hiere la amable ambigüedad con la que el Concilio soñó cumplir el deseo de Jesucristo: Ut unum sint, que todos sean uno.

AL SERVICIO DE LA ROMA ETERNA

Volvamos, entonces, a nuestro asunto. Al negarse la Fraternidad a aceptar con Roma un acuerdo práctico sin esclarecer primero la cuestión doctrinal, plantea una estrategia puntualmente opuesta a la estrategia conciliar.

La dinámica de un acuerdo puramente práctico nos pone bajo las órdenes de quienes nos mandan la demolición de la fe de la Santa Iglesia, abrazando el modernismo; nos obliga a convivir con el error sin denunciarlo, lo que implica faltar a la confesión pública de la fe y comenzar ya a ser liberales.

Nosotros quisiéramos servir al Papa, pero para la construcción de la Iglesia y no para su destrucción; por eso nos aferramos a la pastoral de siempre de la Iglesia, cuya primera preocupación fue esclarecer la doctrina: “La primordial salud consiste en guardar la regla de la recta fe” (Concilios Constantinopolitano IV y Vaticano I). No nos pondremos al servicio de Roma —y hacerlo es nuestro mayor deseo— si Roma no vuelve a la Tradición, y para ello hay que desenmascarar primero las ambigüedades con que deliberadamente se han encubierto los errores modernos en los documentos del Concilio Vaticano II.

ROMA: ALGUNAS COMPROBACIONES

La experiencia nos ha demostrado la necesidad de obrar de esta manera. Como hemos visto, la revolución conciliar, que en un principio quiso acabar totalmente con el sacerdocio tradicional, ante la catástrofe que ella misma había causado fue cediendo en muchas cosas.

Primero aceptó los sacerdotes formados en la Fraternidad, pero exigiéndoles la nueva misa; luego los aceptó con la Misa, pero exigiéndoles la aprobación de la nueva doctrina; finalmente los aceptó con su Misa y su doctrina, mientras dejaran al menos de condenar los errores conciliares. Y hemos comprobado con dolor cómo aquellos de los nuestros que, tentados por las concesiones romanas, aceptaron cerrar la boca para disfrutar en paz de sus pequeños bienes, no sólo han dejado de luchar por el bien de la Iglesia, sino que van siendo absorbidos por el ambiente conciliar. Porque si se pretende sostener la doctrina verdadera sin condenar los errores contrarios, ya se está viviendo en el pluralismo teológico moderno.

LOS DOS PRESUPUESTOS PEDIDOS POR LA FRATERNIDAD

Como la intención de esta estrategia planteada por nuestro Superior General no buscaba el bien particular de la Fraternidad San Pío X, sino el bien común de la Iglesia universal, se agregaron dos condiciones muy precisas: la Fraternidad no emprendería con Roma el esclarecimiento de la cuestión doctrinal si antes no se daba libertad a todo sacerdote de celebrar la liturgia tradicional y si no se quitaba el decreto de excomunión que pesaba sobre nuestros Obispos.

El motivo de estos dos pedidos era evidente. La Fraternidad no los pedía para sí misma ni para sus fieles porque, por gracia de Dios, ha conservado la claridad respecto de la cuestión doctrinal, siempre supo que tenía el derecho y el deber de celebrar la liturgia tradicional y sostuvo desde el principio que las supuestas excomuniones eran absolutamente nulas.

Hicimos estos dos pedidos para que nuestro testimonio pudiera servir a los demás católicos que viven en la perplejidad, porque ante los ojos de ellos ¿cómo podía presentarse la Fraternidad a defender ante el Papa una doctrina que es el alma de la liturgia tradicional, si tanto esta liturgia como la misma Fraternidad no aparecían como rehabilitadas por el mismo Papa?

Además, para acercarnos a hablar, también nosotros necesitábamos que las autoridades romanas dieran señales convincentes de una mejor voluntad, que hasta el momento faltaba. De hecho, con el transcurso del tiempo, esas dos concesiones no dejarían de operar cambios en la actitud general de los perplejos, fieles y clero, respecto a nosotros. Y por último, como no era fácil que se diera lo pedido, no dejaría de servirnos como signos providenciales para obrar o esperar.

ANUENCIA DE ROMA

En su momento, la estrategia simple y recta propuesta por la Fraternidad ante las autoridades romanas pareció más bien una cortés explicación de por qué no queríamos aceptar un arreglo canónico de nuestra situación.

Porque, dada la fortísima oposición del clero en general a todo lo que sugiera un retorno a la Tradición, las dos condiciones parecían imposibles de cumplir y porque, hasta entonces, las autoridades romanas, embarcadas en la estrategia de la ambigüedad, se tapaban los oídos ante nuestros reclamos de esclarecimiento doctrinal.

Sin embargo, el tiempo de gracia no parecía cerrado. Fue elegido un Papa cuyo pensamiento, es verdad, es la personificación misma del pensamiento conciliar, pero que estaba seriamente preocupado por la crisis de la Iglesia, que de algún modo veía que esta crisis afectaba hasta las raíces de la fe, que reconocía entre sus causas la ruptura con la Tradición —aunque en una comprensión modernista, este es el reconocimiento principal—, que había declarado públicamente que la reforma litúrgica tenía parte de la culpa, y que había manifestado privadamente su deseo de arreglar la situación de la Fraternidad. Este Papa, contra todo lo esperado, terminaría aceptando —no sin resistencias y de manera parcial— todos los puntos de la propuesta de la Fraternidad.

EL MOTU PROPRIO SUMMORUM PONTIFICUM

Siempre tentándonos con acuerdos puramente prácticos cada vez más generosos —tentaciones en las que cayeron algunas comunidades amigas y algunos de nuestros sacerdotes, demostrando prontamente lo acertado de nuestro planteo—, en julio del 2007, en un insólito gesto de firmeza contra la explícita oposición de la mayoría del episcopado mundial, el Papa promulgaba el Motu Propio Summorum Pontificum, por el que reconocía que el Misal de San Pío V nunca había sido abrogado y dejaba en libertad a todo sacerdote para seguir en privado la liturgia tradicional.

Cuando el desgaste sufrido por la Santa Sede ante la resistencia a esta medida hacía suponer que se dejaría pasar el tiempo antes de seguir adelante, apenas transcurrido un año Benedicto XVI atendía nuestro segundo pedido, quitando el estigma de las supuestas excomuniones que pesaban, ante la opinión pública, sobre nuestros Obispos.

Al mismo tiempo, faltando horas para la publicación de este acontecimiento, Roma volvía a urgirnos la firma de un compromiso en términos generalísimos por el que reconociéramos la autoridad del Papa y de los concilios, compromiso totalmente aceptable para el católico más estricto si se lo consideraba aisladamente en sí mismo, y que despejaba el camino para un arreglo canónico de la Fraternidad.

Consciente de la gran responsabilidad que implicaba la respuesta, no tanto —repetimos— respecto al bien particular de la Fraternidad, a la que le es más seguro seguir a distancia del ambiente posconciliar, sino mirando el bien común de la Iglesia, luego de pedir consejo, nuestro Superior general volvió a reafirmar la estrategia de la Fraternidad: No haremos ningún compromiso ni aceptaremos ningún acuerdo práctico hasta tanto no se esclarezca la cuestión doctrinal.

Es así que, a pesar del increíble escándalo que la astucia de ocultos enemigos supo armar en torno a la decisión papal, conmoviendo no solamente los ambientes eclesiásticos sino los mismos poderes políticos, en una reciente Carta valiente y sincera —esto al menos puede decirse de ella—, el Papa ha reafirmado su voluntad de acercamiento con la Fraternidad y, ahora sí, aceptando nuestra exigencia fundamental de la discusión doctrinal, en razón de lo cual asocia la comisión encargada de tratar con nosotros a la Congregación para la Doctrina de la Fe.

DAVID VS. GOLIAT

¿Quién es la Fraternidad para atreverse a combatir en el terreno intelectual contra la poderosa Curia romana? David contra Goliat. Somos concientes de nuestra humana fragilidad, de la escasez de nuestros recursos frente a la capacidad de acción del Vaticano.

Sabemos también que no sólo nos enfrentamos con las astutas instituciones romanas, sino con los poderes oscuros que obran por detrás, porque “no es nuestra lucha contra la carne y la sangre” (Ef. 6, 12). Ya hemos oído un rugido de este león con el asunto de las excomuniones.

Siempre hemos sabido que el día que Dios permita que la Tradición vuelva a brillar en la Iglesia, se desatará la persecución. Pero ¿podemos dudar del éxito de nuestra misión si vamos en nombre de Jesucristo? “Tú vienes contra mí con espada, lanza y escudo; pero yo salgo contra ti en el nombre del Señor de los ejércitos” (1 Samuel 17, 45).

¿EL REGRESO DEL HIJO PRÓDIGO?

Queridos fieles de la primera hora, nuestros hijos mayores, en estos precisos momentos en que los Padres que los han asistido desde hace ya cuarenta largos años se aprestan a dar una batalla tanto tiempo esperada, en que tanto hace falta apretar filas y ensanchar el corazón en el amor a la Iglesia, cuando ya podemos alegrarnos del regreso de los primeros hijos pródigos al Banquete eucarístico que Ustedes mismos ayudaron a conservarles en su rito de siempre, en momentos que deberían ser de confianza y de alegría, ¿qué les ocurre? Como en la parábola, muchos de Ustedes se han llenado de desconfianza y de inquietud. No dejamos de comprender sus motivos y por eso quisiéramos decirles con sencillez:

“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todos mis bienes tuyos son; pero era preciso hacer fiesta y alegrarse, porque este tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado” (Lc 15, 31).

¿Por qué se inquietan? Han visto caer a sacerdotes tan firmes como los Padres de Campos, el querido Padre Muñoz con su Oasis, Padres prestigiosos de la Fraternidad que fundaron el Buen Pastor, y todos ellos han dejado el buen combate por entrar en tratos con Roma. ¿Por qué no temer que la Fraternidad termine en lo mismo si se lanza por el mismo camino?

Pero después de lo dicho ya pueden comprender que todos los mencionados cometieron el error que la Fraternidad, desde el principio, quiso evitar: hicieron un acuerdo práctico sin atender primero a la cuestión doctrinal. Como habíamos previsto, comenzaron por faltar a la grave obligación de denunciar los errores conciliares y terminaron por aceptarlos ellos mismos en menor o mayor medida.

RETICENCIAS DEL HIJO MAYOR

Nacida la desconfianza, se hace difícil ponerle límites. Algunos de entre Ustedes han llegado a decir: La Fraternidad anuncia el gran combate doctrinal, pero Roma no le habría hecho tan grandes concesiones si no existiera un acuerdo secreto. Más allá de la tristeza que nos causan tan injustos temores —porque después de tantos años de sostener con nobleza el combate de la Tradición, tan fácilmente creen a nuestros Superiores capaces en bloque de tanta hipocresía—, les recordamos que la estrategia de la Fraternidad fue planteada ya en el año 2000. Desde entonces, no sólo no nos hemos callado sobre la denuncia de los errores del Vaticano II, sino que, como lo anunciamos, redoblamos nuestro esfuerzo para ir preparando las posibles discusiones doctrinales. En febrero del 2001, Monseñor Fellay dirigía a Juan Pablo II un estudio de la Fraternidad sobre El problema de la reforma litúrgica, donde se iba al fondo dogmático de los errores de la nueva misa.

En enero del 2004 se presentaba ante Roma otra fortísima denuncia, Del ecumenismo a la apostasía silenciosa, acompañada de una carta a los Cardenales firmada por todos nuestros Superiores y Obispos.

Del 2002 al 2005, la Fraternidad organizó en París unos Simposios sobre el Vaticano II, de los que han sido editados cuatro gruesos volúmenes de trabajos muy fundados y profundos. El Seminario puede decirlo porque sus Padres han participado en ellos.

A esto hay que sumarle los Congresos anuales de Sí Sí No No, los artículos de la revista de los dominicos de Avrillé, Le sel de la terre, y tantos otros libros y artículos salidos aquí y allá. No siempre nuestros fieles están al tanto de todo esto, pero Roma sí. Decir que los contactos con Roma desde el año 2000 han llevado a dejar o disminuir nuestro combate doctrinal contra los errores del Concilio es casi ridículo.

ROMA Y LA SALETTE

Otra inquietud que se escucha. Si la Virgen nos ha dicho en La Salette que Roma será la sede del Anticristo, ¿por qué ir a ella? Roma está ganada por el modernismo y con esta herejía no se puede discutir; no se puede pretender convertirla a fuerza de argumentos. Buscar la alianza con la Roma revolucionaria es cometer un error semejante a la alianza o “ralliement” que hicieron algunos Papas con las repúblicas nacidas de la revolución. No puede pactarse con un enemigo que lo único que busca es nuestra total extinción.

Queridos fieles, esta es una manera humana de pensar que va contra la fe. Jesucristo construyó su Iglesia sobre el Papa: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. La promesa de Cristo sobre la indefectibilidad de la Iglesia es también una promesa sobre el papado, de manera que, tarde o temprano, Pedro tendrá que convertirse y confirmar a sus hermanos (Lc. 22, 32). No había ciertamente ninguna necesidad de plegarse al sistema republicano, pero el Papa no es opcional. Hay que estar atentos a lo que pasa con él, pues no habrá verdadera solución de la crisis de la Iglesia hasta que no salga de Roma.

Nunca hay que juzgar la dificultad de una empresa de fe mirando las voluntades humanas sino sólo la divina, pues para Dios no hay imposibles. Y sobre todo, nunca hay que dejar de obrar por creer próximo el fin del mundo. Cuándo sea ese momento, no lo sabemos: “Velad, pues, vosotros, ya que no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor” (Mt. 24, 42).

Y Santo Tomás nos advierte que de los dos errores, es más peligroso el decir que ya está viniendo a decir que falta mucho, porque pasa el tiempo y se puede perder la fe: “Yerra más peligrosamente quien dice que Cristo viene pronto y que insta el fin del mundo” (Comentario a San Mateo).

PRUDENCIA DEL LENGUAJE

Otro asunto imposible de manejar cuando el propio rebaño se vuelve arisco —perdonen los términos pero, en confianza, es lo menos que algunos de Ustedes se merecen— es el de las comunicaciones. Dada la condición humana, es inevitable usar un lenguaje distinto para distintos interlocutores, lo que no implica necesariamente esquizofrenia o hipocresía. Miente ciertamente quien dice a uno blanco y al otro negro, pero no aquel que dice a uno “es blanco” y a otro solamente “no es negro” o, por dar un ejemplos más al caso, decir a unos “este concilio es malo” y a otros solamente “sobre este concilio tenemos reservas”.

No siempre se puede decir a todos la verdad completa, pero eso no quiere decir que no se la sostenga. ¿Acaso peca el teólogo que deja de lado la fe para discutir con el incrédulo en el terreno de la apologética? Nuestro Señor mismo habló con acertijos a los fariseos, con parábolas al pueblo y sólo a sus discípulos con la verdad completa: “¿Por qué les hablas en parábolas? Y les respondió diciendo: A vosotros os ha sido dado conocer los misterios del reino de los cielos, pero a ésos no” (Mt 13, 11). Aquel que al abrir la boca dice todo lo que piensa, no faltará ciertamente a la sinceridad, pero sí a la prudencia y a la caridad.

Ustedes ya se dan cuenta por qué decimos esto. Cuando nuestros Superiores tienen que dirigirse a Roma o hacer declaraciones a la prensa, no pueden hablar con la misma claridad con que se expresan en nuestras propias publicaciones o en nuestros púlpitos. Es una necedad juzgar lo que piensa la Fraternidad por una entrevista periodística. Ni tampoco se puede exigir —más en estos tiempos en que todos, los ajenos y los nuestros, padecen de fiebre informativa— que a cada declaración ad extra le siga una explicación ad intra. Si confiaran más en sus Padres — y nos sentimos con derecho a pedirlo— no lo necesitarían.

UNA FIDELIDAD DE CUARENTA AÑOS

Quizás convenga aplicar lo dicho a un caso más concreto, porque hasta alguno de nuestros sacerdotes se ha inquietado con ello.

La Fraternidad Sacerdotal San Pío X agradeció a Roma el decreto sobre las excomuniones, siendo que éste no las declaraba nulas por injustas, como hubiera debido, y a algunos les parece que así ha dado a entender que las considera válidas. Sería cierto si esta fuera la única vez que la Fraternidad se hubiera manifestado respecto a este asunto, pero no sólo las declaró nulas desde el principio y mil veces lo ha repetido, sino el accionar mismo de la Fraternidad lo declara a voz en cuello.

¿Cómo podríamos sostener nuestra actitud ante Roma y la Iglesia si nos consideráramos nosotros mismos excomulgados y fuera de Ella? Pero es también evidente que las autoridades romanas no van a reconocer todavía que Monseñor Lefebvre consagró nuestros Obispos por el bien de la Iglesia. Les agradecimos que nos hubieran dado lo poco que podían darnos, y tanto ellos como nosotros entendemos lo que decimos.

Los únicos que pueden creer que la Fraternidad se ha arrepentido son los católicos perplejos, que no entienden nada de nuestra posición. Pero justamente con ellos hay que tener paciencia, y no indignarse cuando ingenuamente se acercan a nuestros altares “ahora que volvimos a la Iglesia”. Pueden dar ganas de aporrearlos, pero ¿acaso no hemos combatido también por ellos?

No caigan en los celos de los viñadores de la parábola, que se quejaron al Dueño porque a los últimos venidos se les pagó lo mismo: “Estos postreros han trabajado sólo una hora, y los has igualado con los que hemos llevado el peso del día y el calor” (Mt. 21, 12). Que nuestro celo no se vuelva amargo, pues bien puede cumplirse lo que allí advierte Nuestro Señor, que los últimos venidos a la Tradición terminen siendo primeros en el Corazón de Dios.

NUESTRA CORTESÍA CON LA SANTA SEDE

Aclaremos, por fin, otro aspecto del lenguaje que ha sido ocasión de críticas. Es muy cierto que la herejía modernista es deshonesta en sí misma, pues disfraza de cordero sus lobunos sofismas para no ser expulsada del rebaño de Cristo. Pero no necesariamente todos los modernistas son deshonestos, pues sólo Dios sabe cómo fueron envueltos en esas sutiles mentiras. De allí que uno pueda discutir clara y fuertemente con ellos, pero sin faltarles el respeto. Como dice el refrán, lo cortés no quita lo valiente.

Y lo que vale para todos, vale más para el Papa, por doble motivo: por la santidad de su oficio y porque en cierta manera se ha mostrado digno.

Por eso, cuando la Fraternidad agradece al Papa el motu proprio sobre la Misa y el decreto sobre las excomuniones, actos ciertamente valientes en el contexto en que han sido puestos, no quiere decir que todo lo que hace el Papa nos parezca ahora bueno, ni que los mismos actos que agradecemos los consideremos buenos en todos sus aspectos. El Papa bien lo sabe ¿y Ustedes no? No se combate menos entre caballeros que entre rufianes, pero aquellos son capaces de matarse con estima y con respeto.

LA PAZ. LA TRANQUILIDAD DE CONCIENCIA

Queridos amigos, ¡no se inquieten tanto por lo que viene! Es de esperar que en Roma no les guste nada lo que la Fraternidad tiene para decir y pongan trabas a nuestro testimonio. Pero no les será fácil, pues nos han rehabilitado ante los católicos perplejos como interlocutores y han anunciado la discusión. De todos modos, hemos guardado la más completa libertad de expresión, pues no nos hemos comprometido a otra cosa más que a hablar. En el peor de los casos, que nos vuelvan a excomulgar. Sacudiremos el polvo de nuestras sandalias y volveremos a esperar las providenciales indicaciones de Nuestro Señor.

LA PÉRDIDA DE NUESTRO DIRECTOR

El otro acontecimiento al que nos queríamos referir, y que afectó al Seminario de manera más particular, pues llevó a que perdiéramos nuestro Director, es más delicado de tratar y por eso haremos una única observación. Se puede buscar la verdad en diversos campos y de diversos modos, más hoy cuando todo está puesto en discusión. Un fiel cristiano puede procurar que brille la verdad en el terreno científico, político, histórico, de las costumbres, de la salud, siendo diverso en cada caso el grado de certe­za con que se pueda alcanzar la verdad.

Nuestros mismos Padres pueden haber traído, de su preparación intelectual o profesional anterior, diversos intereses de este tipo y aún dejarles cierto lugar en sus lecturas como sacerdotes. Pero el combate de la Fraternidad no es propiamente ninguno de éstos, sino el de defender la Verdad revelada a la luz de la fe. Como dijimos, nacida para la Iglesia, la Fraternidad tiene como misión combatir en el terreno teológico, más en particular, tiene la misión de sostener el Magisterio tradicional y denunciar los errores modernos infiltrados en la Iglesia.

EL ÚNICO COMBATE

Ahora bien, este combate no es solamente el principal, ya que la teología es la ciencia más alta y más cierta, pues se apoya en la veracidad de Dios, sino que es además el único del que sabemos que triunfará. Porque las únicas verdades capaces de triunfar sobre el poder tenebroso del demonio son las proferidas por Nuestro Señor. Sólo Él es Luz del mundo, sólo la Doctrina revelada tiene la potencia para triunfar sobre la mentira diabólica. Por eso la Fraternidad no entra ni debe entrar en ningún debate que no tenga que ver directa y estrechamente con las verdades de fe. Fuera de ello no será asistida por la fuerza de lo Alto.

De allí que nuestro Superior General tenga pleno derecho —pues tiene la obligación— de prohibir a todo miembro de la Fraternidad el entrar en discusiones fuera del ámbito de la fe. Un capitán, por valiente que sea, no debe dejarse arrastrar a otros combates distintos del que emprendió su General, y en este caso, el General al que nos referimos no es el Superior de la Fraternidad sino el mismo Jesucristo. Nuestro Señor no les encomendó a sus Apóstoles que enseñaran todo lo que se puede enseñar, sino sólo lo que Él les había dicho.

Hemos tenido un capitán al que el Seminario le debe muchas cosas y le está muy agradecido, pero que en un asunto ajeno a sus intereses como director y como obispo se dejó llevar más allá de lo debido, y no faltaron enemigos poderosos que supieron sacar partido del desliz, causando serios daños a la obra de la Fraternidad.

Se hizo necesario disponer que dejara su cargo. Pidió perdón y sufrimos todos en paz las consecuencias.

Que nadie vea en lo ocurrido una debilidad de la Fraternidad, sino solamente la clara conciencia de su misión.

SUB TUUM PRÆSIDIUM

Sólo nos queda recordarles que quien nos lanzó en este gran combate fue Nuestra Señora del Santo Rosario, la misma que ganara en Lepanto y en tantas otras guerras.

Como hizo antes con su Hijo en las bodas de Caná, también a nosotros parece haber querido adelantarnos la hora, pues quién sino Ella podía ordenar al Papa: “Haced lo que os dicen”.

No sabemos lo que siga, si haya que esperar más o la crisis vaya a peor, pero no hay por qué descartar aún el milagro de que se convierta el agua en vino.

Al final, el Inmaculado Corazón triunfará. No pierdan la paz.

Testigo de Cargo




por el Dr. Aníbal D´Angelo Rodríguez


Visto y tomado del Blog de Cabildo





LA ESPERANZA GUARDADA EN UNA CAJA


propósito del último criminal masivo (un estudiante alemán que liquidó a quince personas) La Nación del 12 de Marzo pasado publicó un artículo que me arriesgo a calificar de importante. ¿Por qué tal calificación y tal riesgo? Porque lo importante aquí es el tema. El artículo en si es de una pobreza desalentadora. Pero a su vez esa pobreza se convierte en importante en cuanto es síntoma de nuestro tiempo.


Bueno, basta de estos circunloquios que marearán hasta a mis más fervorosos lectores y al grano. El artículo se titula “El resultado de un cóctel con efectos devastadores” y lo firma un Andrés Mega (pavada de apellido) que es médico psiquiatra y presidente de Millenium, Fundación Psiquiátrica. Y el temita se las trae. Según don Mega se trata nada menos que de responder a “la pregunta del millón” que es, a la luz de los asesinatos germánicos (que por una vez no son nazis) “¿qué está pasando en este planeta?”. Comienzo coincidiendo con él. Es la pregunta del millón y aún de los miles de millones que están en juego en las “ayudas” que tan generosamente prodigan los Estados para detener la crisis económica. Es la pregunta que, modestamente, tratamos de responder en esta sección desde hace diez años.


Veamos la respuesta del psiquiatra. Primero, no hay una sola causa de lo que está pasando. (En esto coincidimos). Segundo, se trata de un “cóctel” de causas.(hasta aquí seguimos bien). Tercero, ese cóctel se prepara con: 1) familia disgregada; 2) exposición a las drogas y al alcohol; 3) trastornos de la personalidad; 4) fácil acceso a armas y medios letales; 5) desesperanza.


El diagnóstico no es totalmente erróneo, es sobre todo pobre, insuficiente y un poco confuso. Dejemos de lado lo de los “trastornos de la personalidad” con los que Mega rinde tributo a su profesión. Aquí lo verdaderamente importante es la “desesperanza” pero no la falta de perspectivas económicas o laborales (nadie las adujo en el caso del joven alemán) sino la quiebra de la virtud teologal con la que el cristianismo elevó a la simple expectativa de futuro.


Pandora dejó escapar todos los males que acechan a los hombres del ánfora en que estaban guardados pero dejo metida en ella a la esperanza. El cristianismo la sacó de su encierro y la convirtió en la clave de nuestras vidas. El mundo moderno la volvió a encerrar, pero ahora en una caja e hizo de ella de nuevo una modesta ilusión sobre el futuro .Pero no pudo encerrar en la misma caja a la muerte y ésta quedó como la pared en la que se estrellan todas las esperanzas mundanas.


La clave de la virtud cristiana es que se proyecta más allá de la muerte y la derrota. Por eso mueren alegres los mártires: es la esperanza la que abre en la pared de la muerte la puerta de entrada a la eternidad. Es así – y sólo así – que el hombre deja de ser una “pasión inútil” y su vida ya no es más “un instante de luz entre dos sombras” (Sartre dixit)..


Y si, la sociedad actual está enferma de desesperación y no sería mal diagnóstico el de Mega si diera a la esperanza su sentido cristiano. Pero por muy mega que sea no le da para tanto. El quiere decir que la juventud actual percibe que “sus referentes mayores tiemblan al ritmo de la economía global y perciben una sensación similar a la del fin de los tiempos” lo cual no sirve para iluminar el futuro.


Lo peor es que el único futuro seguro que los jóvenes (y los viejos) tenemos es la muerte. Y es ella la que mata todas esas esperanzas devaluadas y guardadas en una caja prolijamente forrada, como de aula preescolar. No es la humedad la que mata, digan lo que digan los porteños. Lo que mata es siempre la muerte pero a unos los aniquila y a otros nos abre la puerta hacia la Vida.


REMEDIOS


Pero donde el artículo de Mega derrapa definitivamente es cuando llega a las posibles soluciones para evitar que el “cóctel de efectos devastadores” nos mate a todos. Se pregunta si “se puede hacer algo al respecto” y se contesta que si, “por ejemplo, apagar la televisión a la hora de cenar”, excelente consejo si se le quita la restricción horaria. Y “mirar a los hijos a los ojos y tratar de saber cómo les va”, cosa que requiere un “cambio previo de los padres para abrir los oídos y el entendimiento”. Todo lo cual es impecable, pero el mismo Mega advierte que es también insuficiente porque concluye “indudablemente no estamos dando un mensaje muy esperanzador” por más que agregue que “la clave es la prevención que se hace en la casa, la escuela, en el trabajo y el medio social…pero esencial y fundamentalmente insertando mensajes de esperanza para disipar el invierno del descontento de tantas personas en el mundo”. El intelectual orgánico que es Mega no pudo evitar un guiño literario en el final, citando a Shakespeare (“the winter of our discontent”). Pero lo importante es que se da cuenta de lo minúsculo que es su remedio a la crisis.


Porque aquí la cuestión es otra. La pregunta del millón es una muy distinta de la que se imagina Mega. Reza así: ¿Puede el hombre matar a Dios y pretender que no pase nada?


El inventor de la idea de la “muerte de Dios” lo advirtió con meridiana claridad. Don Federico Nietzsche contestó a esa pregunta en “La Gaya ciencia” con unas palabras que hemos citado más de una vez: “¿Qué hemos hecho después de desprender a la tierra de la cadena de su sol? ¿Dónde la conducen ahora sus movimientos? ¿Adónde la llevan los nuestros? ¿Caemos sin cesar? ¿Vamos hacia delante, hacia atrás, hacia algún lado, erramos en todas direcciones? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿Flotamos en una nada infinita? ¿Nos persigue el vacío con su aliento? ¿No veis de continuo acercarse la noche, cada vez más cerrada?”


Si yo no fuera cristiano encontraría sentido a estas palabras basándome en el todavía pertinente análisis de Comte: las sociedades necesitan una religión porque es parte de la estructura social y le agregaría lo de Chesterton: cuando los hombres dejan de adorar a Dios terminan adorando cualquier cosa. De modo que podría afirmar que el problema no es que el mundo moderno no tenga religión. La tiene, como cualquier sociedad pero es la más necia, superficial y frívola de las religiones. Es la New Age mezclada con el feminismo, la “ideología de género” y una pizca de cientificismo. Ese sí que es “un cóctel con efectos devastadores”.


LOS HIJOS DE LA MENTIRA

Qué tiempos aquellos —fines del siglo XIX— cuando los zurdos eran unos santones laicos cuyo argumento contra la Iglesia era que no necesitaban agua bendita para ser virtuosos. En 1978, al cumplirse un siglo de su fundación, el Partido Socialista español (todavía sin responsabilidades de gobierno) ostentó sus “cien años de honestidad”.

********************


Para leer el artículo completo, (enfáticamente recomendado) haga click sobre la imagen del autor.

Festividad de la Ascensión del Señor





por el R.P. Gustavo Podestá


Tomado de Catecismo










Lectura del santo Evangelio según san Marcos 16, 15-20


Jesús dijo a sus discípulos: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán» Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.


SERMÓN (1991)


omo Saúl, David reinó durante cuarenta años. El mismo tiempo reinó Salomón. La alianza con Noé se realizó cuarenta días después del diluvio. A los cuarenta años es llamado Moisés desde la zarza de fuego: cuarenta días debe permanecer luego en la cima del Sinaí. Son cuarenta los años que deben errar los judíos por el desierto preparándose para entrar en la tierra prometida. Cuarenta días y cuarenta noches debe caminar Elías por el desierto hacia el Horeb, el monte de Dios. A los cuarenta días de su nacimiento es conducido el Señor al templo. Durante cuarenta días ayuna en el desierto. Cuarenta son los meses de su vida pública. Cuarenta son los días de cuaresma. Cuarenta eran las veces que debían repetir una lección los discípulos de los rabinos para que se considerara ya aprendida. Cuarenta las horas que pasa el Señor en el sepulcro antes de su resurrección. Una cuarentena son los días que tradicionalmente hay que dejar pasar sin síntomas para declarar curada una enfermedad.

Aquellos que saben de gematría o aritmosofía -es decir la ciencia simbólica de los números- afirman que el cuarenta es un número que suele expresar el coronamiento de un ciclo, el fin de un período, el cumplimiento de una etapa, el fin de algo y el implícito comienzo de lo que sigue, de lo que viene.

Y de hecho, para Lucas -que es el único de los evangelistas que habla de un período de cuarenta días mediando entre la resurrección y la ascensión- lo importante no es dar un dato cronológico sino destacar que las apariciones frecuentes del resucitado en los primeros tiempos de la pascua no son sino el momento previo y liminar de la historia de la Iglesia que habrá de desarrollarse en una presencia del Señor a través del Espíritu que prescindirá de sus apariciones visibles.

Porque la verdad es que los primeros teólogos cristianos que dejaron sus reflexiones en los libros que hoy tenemos del nuevo testamento no distinguían resurrección de ascensión. Más aún: los cuarenta días simbólicos de Lucas solo se tomaron como días verdaderos recién a partir del año 370 cuando por primera vez se festeja una fiesta especial de la Ascensión a los cuarenta días de la Pascua. Antes la Ascensión se festejaba junto con Pentecostés y, antes todavía, todo junto el día de la Pascua.

Así pues debemos saber que la imagen de la ascensión no es la descripción de un acontecimiento puntual y fechado, sino una de las tantas metáforas utilizadas por los autores del nuevo testamento para indicar el nuevo estado que adquiere Cristo después de su muerte, es decir una de las tantos modos de considerar el acontecimiento de la Resurrección. Resurrección que, como sabemos, no es un mero recuperar de parte de Jesús su existencia terrena pasada, sino un ser promovido de lo que en él había de humano al nivel señorial de su divina filiación. Fue 'exaltado ' dicen varios pasajes, 'fue glorificado ' dicen otros, 'fue recibido en gloria' , 'entró en su gloria', 'pasó al Padre', 'regresó a Dios', 'subió como Hijo de hombre ', 'fue al Padre ', todas expresiones equivalentes, intentando expresar lo inexpresable, lo humanamente inexperimentable.

Y hay todavía otras maneras de decir lo mismo: Sobre el transfondo de los salmos 68 y 110 siéntate a mi derecha y haré de tus enemigos estrado de tus pies"), esta glorificación o exaltación de Jesús es descripta también como una marcha triunfal al cielo o como un proceso de coronación, de entronización a la derecha de Dios. Y así el Resucitado -se dice en el NT- alcanza el dominio soberano 'sobre el universo' o 'es constituido por encima de todas las cosas Cabeza de la Iglesia', como escuchamos en la segunda lectura, la de la carta de San Pablo a los Efesios. ("

Y lo mismo se expresa por medio de títulos: por su triunfo en la cruz Jesús es promovido, nombrado, 'Señor ', 'Kyrios ', 'mesías ', 'hijo ', 'intercesor ', 'guía ', 'salvador ' -así dicen diversos pasajes-, títulos que no tenía antes de la Pascua. En el siglo IV, San Hilario de Poitiers hablará todavía de la conquista del titulo de Señor y de Hijo de Dios que Jesús logra en la batalla del calvario y Marcelo de Ancira se referirá a Jesús como el hombre convertido por medio de la cruz en Señor, el ' kyriakós ánthropos '.

De tal modo que aún antes, digamos, de pensar en la resurrección, los primeros testigos de los sucesos pascuales lo que entienden haber presenciado es una verdadera transformación, metamorfosis, promoción, ascenso, del hombre Jesús a Cristo Señor, del hombre pasible y sufriente de antes de la Pascua al hombre postpascual partícipe de la gloria, de la majestad, del poder y de la divinidad de Dios. Porque, como dice la epístola a los Filipenses, porque murió en la cruz, "por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el 'Nombre-sobre-todo-nombre'; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo- y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor! para gloria de Dios Padre". Esta es la verdad de la Pascua.

En virtud de su exaltación, pues, Jesús es ascendido a Kosmocrator, Pantocrator , "Señor del universo, emperador sobre vivos y sobre muertos" como dice Pablo a los romanos. "A él están sometidas todas las cosas, todo principado, potestad y dominación y cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro", lo hemos escuchamos en la segunda lectura. Y por eso en el Apocalipsis de Juan se le llama a Jesús 'Rey de reyes y Señor de señores'.

Digamos pues que la exaltación o ascensión -que hoy festejamos- no es sino uno de los aspectos, el más importante sin duda, de la resurrección, no algo distinto de ella. Solo Lucas las separa pedagógicamente mediante estos cuarenta días simbólicos, que en su teología no son sino el prolegómeno del tiempo de la Iglesia en el cual Cristo, aunque más presente que nunca a los suyos, ya no necesitará aparecerse más. Aún cuando, todavía cuatro años después, se haga ver por Pablo camino a Damasco y conserve siempre la potestad de aparecerse cuantas veces quiera y a quien quiera en la historia de la iglesia y de los santos.

Pero lo que quiere decir Lucas es que el período de las apariciones que debían fundar el testimonio sobre la Resurrección que nos transmitirían los apóstoles había terminado. Y que el Señor de ninguna manera se alejaba de su Iglesia, sino que inauguraba un estilo nuevo de presencia, mucho más íntimo y cercano que el de la mera visibilidad corpórea y mediante el cual todo cristiano, en cualquier lugar y espacio que estuviera en el futuro, sin necesidad de acceder a Jesús atravesando a codazos la multitud, como cuando estaba entre los doce en Palestina y sin pedirle audiencia, podríamos acceder a su cercanía y proximidad en la oración, en su Iglesia, en sus sacramentos.

Lo que hoy celebramos es precisamente ello, esa ruptura del límite del tiempo y del espacio, de lo meramente corpóreo y terreno, que permite que Jesús se haga presente a todos los instante de nuestra vida cristiana desde su adquirida condición divina.

La ascensión no es, pues, el comienzo de la ausencia ni de la lejanía sino, muy por el contrario, de un estar con nosotros distinto, constante y poderoso de Cristo en su manera señorial, glorificada, espiritual y al cual aún físicamente podemos acceder mediante los sacramentos.

Que en la fé, la esperanza y la caridad podamos sintonizar lo mejor posible, con las mínimas interferencias de mundo y de pecado, esta presencia que escapa aún a nuestras percepciones terrenas, hasta el día en que, también nosotros, transformados, elevados, metamorfoseados, podamos percibirla en todo su colorido, fragancia, belleza, majestad y gozo, en el cara a cara del cielo.

20 de mayo de 2009

Ante las elecciones

Tomado de Catapulta

DECLARACIÓN DEL INSTITUTO DE FILOSOFÍA PRÁCTICA ACERCA DEL BIEN COMÚN POLÍTICO Y DE LA CONCORDIA



Cuando los impíos reinan,
es la ruina para los hombres”
Proverbios, XXVIII, 12.




La foto es un agregado del editor

I.-


l Instituto de Filosofía Práctica tiene obligaciones con la comunidad nacional de la cual forma parte. Una de ellas, en estos tiempos sombríos en los cuales abundan los “perros mudos”, es ejercer una función docente y mover a la reflexión a la inteligencia de los argentinos.

Es por eso que hoy, continuando con la línea trazada, nos ocuparemos de reflexionar acerca del bien común y de la concordia a la luz del pensamiento de Santo Tomás de Aquino, muy actual, como veremos, para evaluar a la luz de los principios nuestras circunstancias políticas e iluminar las tinieblas que nos rodean, pues como señala Ortega y Gasset “cuando alguien nos pregunta qué somos en política o anticipándose con la insolencia que pertenece al estilo de nuestro tiempo nos adscribe a una, en vez de responder, debemos preguntar al impertinente qué piensa él que es el hombre, y la naturaleza y la historia, qué es la sociedad,… el Estado, el uso, el derecho. La política se apresura a apagar las luces para que todos estos gatos resulten pardos”.

Esta consideración la hacemos en ejercicio de la prudencia política obediencial, que es reflexiva, crítica, de ningún modo mecánica ni servil.

En su obra más política, el opúsculo De regno, después llamado De regimine principum, el Aquinate señala tres elementos constitutivos del bien común político, cuya realización constituye el primer deber del gobernante en ejercicio de la prudencia política arquitectónica: instituir a la multitud en la unidad de la paz; orientarla al bien obrar a través de la palabra y del ejemplo; lograr que exista suficiencia de bienes económicos necesarios para vivir bien.



II.-


El primer elemento, paralelo a la primera obligación del gobernante, es instituir a la multitud en la unidad de la paz. Sabemos que en este mundo, la paz absoluta, la paz perpetua, título de una conocida obra de Kant, constituye una utopía. Por eso la paz es una aspiración de los hombres y en esta tierra, ella será siempre imperfecta. Ello no nos exonera del esfuerzo para aumentar las dosis de paz, de sosiego, en nosotros mismos y en los distintos grupos infrapolíticos en los cuales participamos y en el campo de la sociedad global o sociedad política e incluso, más allá de ella, en el ámbito internacional, con clara conciencia de saber que en la medida que aumenta el espacio, aumentan también los escollos.

La paz, “tranquilidad en el orden” u “ordenada concordia”, según San Agustín, es el resultado de la justicia que remueve los obstáculos que la impiden y es obra directa de la amistad en el orden natural, y de esa especie de amistad, que es la caridad, en el orden sobrenatural, y que se realiza mediante la unión de los hombres en un mismo amor.

En un texto de sabor agustiniano, Saint-Exupéry nada menos que en Pilote de guerre, se refiere a las horas de paz en las que cada uno sabe encontrar cada objeto, y nos dice que “la paz es lectura de un rostro que se muestra a través de las cosas, cuando ellas han recibido su sentido y su lugar. Cuando forman parte de algo más vasto que ellas, como los minerales dispares de la tierra una vez que ellos son anudados en el árbol”.

Es interesante destacar que Santo Tomás estudia a los vicios contra la paz, no entre los opuestos a la justicia, sino entre los contrarios a la caridad. Y aquí señalaremos el odio, la discordia, la porfía y la sedición.

En primer lugar, el odio, que puede ser la aversión a Dios, el más grave de todos los pecados y odio al prójimo, que “desordena la voluntad del hombre, que es lo mejor que tiene”, raíz de los pecados exteriores contra los demás.

En segundo lugar, la discordia. Así como la concordia es causada por la caridad en cuánto aúna los corazones, “la discordia entraña disgregación de las voluntades”.

En tercer lugar, la porfía, que “lleva contrariedad en la locución” y “sirve a la impugnación de la verdad”.

En cuarto lugar, la sedición, que se encuentra ante todo en el que siembra discordia y “se opone a un bien especial, cual es la unidad y la paz de la multitud”. Y aquí debemos destacar algo muy importante que afirma Santo Tomás: “el más sedicioso es el tirano que fomenta discordias en el pueblo para poder dominar con más seguridad: eso es tiránico, por encaminarse al bien peculiar del presidente con daño de la multitud” (Suma Teológica, 2-2, q.42, a.2).



III.-


El segundo elemento integrante del bien común político es inducir a la multitud a obrar bien, virtuosamente, a través de la palabra y del ejemplo.

La palabra está constituida por las buenas leyes, racionales, emanadas de la prudencia política arquitectónica que señalan caminos, que constituyen modelos para el bien obrar.

Sin embargo, como señala un proverbio, “las leyes deben recorrer un largo camino, mucho más directo y eficaz es el ejemplo”. Son los buenos ejemplos de los gobernantes los que edifican a multitudes; los malos las corrompen.

Sin embargo, las leyes humanas son necesarias para aquellos para quienes no bastan los ejemplos ni los consejos, ya que “hay algunos protervos, propensos al vicio, que no se conmueven fácilmente con las palabras; a esos es necesario apartarlos del mal mediante la fuerza o el temor; así, desistiendo al menos de hacer el mal, dejarán tranquila la vida de los demás; y, finalmente, ellos mismos, por la costumbre, vendrán a hacer voluntariamente lo que en un principio hacían por miedo, y llegarán a ser virtuosos. Esta disciplina que obliga con el temor al castigo es la disciplina de las leyes”(Suma Teológica, 1-2, q. 95, a. l).



IV.-


El último elemento integrante del bien común político podríamos traducirlo como el “bienestar material”, que no es lo mismo que suma de bienes materiales.

Ese bien común, es un bien humano, comprensivo de todo el hombre, de su cuerpo y de su alma, de sus necesidades materiales y espirituales. Por eso la filosofía tradicional ha sostenido en forma reiterada que un mínimo de bienes materiales es necesario para el ejercicio de la virtud.

Pueden existir muchos bienes materiales y no existir bienestar material, ya que la acumulación de bienes económicos particulares en pocas manos, constituye un crecimiento que no se ajusta al bien común político, porque constituye un atentado contra la paz, que no depende tanto de la abundancia de esos bienes como de su justa distribución. Esta consiste en que todos los integrantes de la comunidad nacional puedan alcanzar un decoroso nivel de vida atravesando la frontera que separa a la miseria de la pobreza.

Sabemos que la economía es fundamentalmente gestión de los particulares, pero es obligación de los gobernantes promover y facilitar esa gestión, e incluso encontrar los medios para que nadie se muera de hambre, tenga que vivir en la calle o tenga que mendigar para poder vivir.

En la Argentina, al despuntar el siglo XXI, nos encontramos con que la mitad de la población vive en la pobreza o directamente en la miseria. Extensas capas de nuestra otrora poderosa clase media han descendido hasta los extremos más bajos de la escala social, mientras más del veinte por ciento de la niñez y juventud no solo carece de las nutrientes esenciales para el desarrollo de sus aptitudes, sino que tampoco concurre a las escuelas. En consecuencia, están condenados a repetir la triste vida de sus padres y, con toda probabilidad, a reproducirlas en sus propios hijos.

Nadie ha hecho más que nosotros por forjar este destino. Llevamos muchos años reiterando los mismos errores y eligiendo una y otra vez a sus responsables como gobernantes, habiendo logrado que un país dotado para ser uno de los mejores del mundo, forme fila entre los peores. Un pueblo que contempla impávido y sin reacción la diaria salida nocturna de miles de hombres, mujeres y niños, para hurgar en la basura de las ciudades de un país con recursos suficientes para alimentar a casi toda la población mundial, merece estar cada día peor. El contraste injurioso entre opulencia y miseria, entre despilfarro y carencias, es cosa que los argentinos nos hemos procurado, al menos por pasiva.



V.-


Hoy en la Argentina reinan el odio, la discordia, la porfía, la sedición promovida desde las más altas esferas del poder político; se multiplican los enconos, los enfrentamientos, la histeria colectiva. Como hemos escrito en una declaración anterior la justicia ha sido sustituida por la venganza.

Nuestra patria se encuentra exasperada por la siembra de enemistad y rencor entre hermanos que se hace desde los más altos niveles del poder y desde sus portavoces, alguno de los cuales, predica directamente el odio. En este contexto la concordia política es una necesidad.

Que esto no se interprete como la pretensión de imponer un pensamiento único o de prohibir el disenso. Esto es lo que caracteriza a los tiranos, muchos de cuyos vicios exhiben sin pudor los mandones de turno. Como enseña el aristotélico Santo Tomás la amistad comporta concordancia en los bienes más importantes, “ya que disentir en las cosas pequeñas es como si no se disintiera… la discusión en las cosas pequeñas y en opiniones se opone a la paz perfecta, que supone la verdad plenamente conocida y satisfecho todo deseo; pero no se opone a la paz imperfecta, que se obtiene en la vida presente” (Suma Teológica, 2-2, q. 29 a.3).

Por eso la concordia debe ser “la unión de nuestras voluntades” respecto de bienes e intereses comunes. Y aunque pueda haber concordia y no paz genuina, como sucede en una banda de ladrones, no puede haber paz si no hay concordia. La concordia política es un elemento integrante de la paz. Si la Argentina, pues, no restablece la amistad cívica entre sus hijos, no tendrá paz.

Por todo esto consideramos a la vez urgente e importante restaurar la armonía social y una concordia básica que nos permita, sin olvidar el pasado, cerrar un capítulo oscuro de la vida argentina, poder mirar al presente y atisbar el porvenir.

Asimismo, entendemos que ante la anomia hoy existente es fundamental aplicar aquí y ahora el inmortal consejo de Don Quijote a Sancho Panza, que constituye todo un programa gubernativo en este orden: pocas leyes, que sean buenas y que se cumplan.

Por último, un país que ha recibido de Dios todos los recursos naturales imaginables, necesita de una “revolución temporal”, de la cual hablaba Charles Péguy, que haga posible, lo que no es utópico, desterrar la miseria con toda su corte de males, perversidades y corrupciones.

No olvidemos que la política es ante todo tarea de la inteligencia; tratemos con nuestro esfuerzo que recupere su señorío y dignidad.

Buenos Aires, mayo 18 de 2009.

Orlando GALLO
Secretario


Bernardino MONTEJANO
Presidente

Via Crucis de España


por Ismael Medina

Tomado de Vistazo a la Prensa




a Vía Dolorosa de Jersusalén, aquélla por la que discurrió Jesús hacia la Crucifixión, la caminé en dos ocasiones excepcionales que me dejaron huella: una, a empellones de la multitud y de la Legión Arabe, tras de Pablo VI; y la otra, junto a Luís Calvo, uno de nuestros grandes periodistas del siglo XX, y bajo escolta de Tsahal, horas más tarde de que la parte palestina de la ciudad fuera conquistada por Israel. Cada Semana de Pasión se me viene a la memoria el recuerdo imborrable de aquellas dos lejanas experiencias en que se mezclaron exigencias profesionales y profundos anclajes de fe. No es ocasión de relatar lo que ya escribí de uno y otro acontecimientos. Tampoco de reverdecer el recuerdo de lo que sentí y pensé. Las experiencias religiosas personales, aún más que las del amor largamente compartido, son caudales que se guardan en el arcón más íntimo de la memoria y que se van con uno cuando se traspone la indefinible cortina del misterio, que es la muerte.

Lo he repetido más de una vez, tomándolo del título de un libro del italiano Silone que exige conturbadora meditación: “Dios es un riesgo”. También lo es la vida desde su comienzo hasta su final. Un doble y trenzado riesgo entre realidad y trascendencia. Entre lo aprehensible y la esperanza presentida de que también hay vida más allá de la muerte. De encontrar sentido a lo que es inaccesible para metros de razón. A nuestras propias vidas como opción de libertad para enderezar o torcer los caminos a recorrer hasta un obligado final que para unos conduce a la nada y para otros trasciende a nueva vida.

Vivir la Semana Santa, la Semana de Pasión, y su final en la Pascua de Resurrección, exige ahondar más allá de la reproducción imaginera y nazarena del Vía Crucis de Jesús desde su festejada entrada en Jerusalén, bajo palmas de paz, hasta la expiración de su último aliento humano en la Cruz. Nos reclama también revivir, en íntimo diálogo con nosotros mismos, la singularidad del Via Crucis personal, con sus luces y sus sombras, sus gozos y sus pesadumbres. Y también el de nuestra Iglesia en los dos milenios transcurridos desde que Jesús, trasunto humano de Dios, vino para mostrarnos un camino espinoso de salvación.

DE CUANDO LA REPÚBLICA QUISO ELIMINAR LA SEMANA SANTA

ANDABA embebido en estas meditaciones cuando me llegó desde Cuenca, enviado por un leal amigo, un ejemplar del “Cuaderno de Semana Santa. 2009”, editado por la Real, Antiquísima, Ilustre y Venerable Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno de El Salvador, la parroquia en que fui bautizado . Y cuyas campanas doblan a muerto en la noche de Difuntos, bajo un cielo quebradizo de tan gélido, con una acompasada tristeza que de ningunas otras campanas escuché jamás tan sobrecogido. De las partes que componen el libro me ha interesado especialmente, por lo que encierra de proyección sobre nuestra cruda realidad actual, la titulada “Las manifestaciones públicas de culto durante el primer bienio republicano: el caso de la Semana Santa de Cuenca”, que firma Juan Carlos Peñuelas Ayllón. Un sólido y objetivo estudio de la colisión entre el empeño laicista de la II República en erradicar la fe católica de la sociedad y la resistencia a someterse del cuerpo social mayoritario, no sólo de los creyentes más fervorosos. Aporta Peñuelas, como respaldo a lo que sucedió, la fotocopia de documentos que se cruzaron entre las autoridades republicanas y la Hermandad hasta el logro de la autorización oficial para el desfile procesional del paso de Jesús de El Salvador. Y algunos otros igualmente expresivos, entre ellos un oficio del alcalde que prohibía la asistencia a los concejales, salvo los que él designara, si lo consideraba oportuno. También ilustra sobre el intento de un grupo izquierdista de cerrar el paso a la procesión mediante el uso de la violencia. Hubo enfrentamientos. Pero la energía de los penitentes y del público hizo posible que continuara el desfile procesional. La fuerza policial actuó con escaso entusiasmo. A que se doblegara la resistencia de las autoridades republicanas contribuyó, y no poco, la presión de comerciantes y hosteleros que se beneficiaban del atractivo que representaban las procesiones de Semanas Santa para el arribo de forasteros. Un positivo reflejo de la harto más consistente resistencia a las prohibiciones que se registró en ciudades con una Semana Santa de gran renombre, como la de Sevilla. Y asimismo el temor a perder votos en sectores populares de la izquierda para un buen número de los cuales, aún no siendo practicantes, sentían una emotiva devoción hacia las imágenes de determinadas Hermandades.

DE CÓMO EL 14 DE ABRIL DE 1931 COMENZÓ EL VIA CRUCIS PARA LA IGLESIA EN ESPAÑA

EL 14 de abril de 1931, no es ocioso recordarlo, signó el comienzo de un largo Via Crucis para la Iglesia católica en España que culminaría con el terrible Gólgota de infinidad de cruces de mártires entre 1936 y 1939. El laicismo cultural y político predicado desde plataformas intelectuales lo convirtieron los partidos y sindicatos de izquierda en odio visceral a Dios y a la Iglesia católica, trufado con la impregnación en las masas de un enfurecido anticlericalismo. El laicismo liberalista sembrado por intelectuales de renombre sería barrido por la siembra iconoclasta de la masonería, el marxismo y del anarquismo. El Gran Oriente de España introdujo en la Constitución de 1931 un radical laicismo de corte jacobino. La Iglesia católica era el objetivo a batir. Y ya en mayo conocieron Madrid y otras ciudades incendios, saqueos y profanaciones de templos. La Constitución había abierto las puertas a la ferocidad antirreligiosa, la cual adquiriría dimensiones trágicas con la revolución de octubre de 1934, prólogo y ensayo de la dantesca de 1936 en adelante. La prohibición de las celebraciones públicas de la Semana Santa no se hizo esperar. La presión social forzó al gobierno a levantar la mano. Pero con la exigencia de que cada manifestación religiosa pública debiera ser autorizada a su arbitrio por la autoridad gubernativa. El gobierno republicano también se dio de inmediato a promulgar toda una suerte de leyes que chocaban frontalmente con principios básicos de la religión católica o destinados a erradicar su influencia en la sociedad. La orden, por ejemplo, de retirada del Crucifijo o de cualesquiera otros símbolos cristianos en la instituciones públicas y, de manera específica, en los centros de enseñanza. Los resultados de las elecciones de 1933, que dieron el triunfo por mayoría relativa a la CEDA, supusieron un respiro para la Iglesia y para los católicos, aunque no amainaron las tensiones. Es innecesario recordar que partidos y sindicatos de izquierda, por boca de sus máximos dirigentes, amenazaron con la conquista revolucionaria del poder, a sangre y fuego, si la derecha accedía electoralmente al gobierno. ¡Y vaya si lo cumplieron!.

El Vía Crucis litúrgico de esta Semana Santa y la meditación en cada una de las Estaciones me indujeron a rememorar cómo vivimos chicos y grandes el trágico Via Crucis una Iglesia perseguida y catacumbal, en zona roja. Se cumplió aquello de que, años más tarde, nos alertaba el padre Llanos en una de las homilías de la Misa que oficiaba en una sala del diario “Arriba”, con dispensa episcopal, después de que el reloj marcara las doce horas de la noche del sábado: que la Iglesia se purifica, fortalece y santifica en tiempos de persecución y de martirio; y que la fe se relaja en periodos de triunfo.

DE CUANDO SER CATÓLICO PODÍA CONDUCIR AL MARTIRIO

SE haría interminable el relato de lo que presencié y conocí durante aquel Via Crucis iniciado ya en 1931 y consumado entre 1936 y 1939. No me refiero sólo a los que afrontaron el martirio con la afirmación de su fe y el perdón a los que integraban los pelotones de ejecución. Y tantas veces tras de brutales torturas e infamantes vejaciones. Aludo a esa multitud de fieles que mantuvieron intacta su fe y, de la manera que les era posible, cumplían los deberes religiosos a despecho del peligro que implicaba, fuera por delaciones, sospechas o inesperados registros. Se daba asilo a religiosas escapadas de otras provincias como si fueran parte de la familia. Sacerdotes venidos de fuera bajo apariencia de funcionarios o burócratas en oficinas militares, celebraban Misas clandestinas, administraban los Sacramentos, bautizaban, oficiaban matrimonios y asistían a los moribundos. Se rezaba el Rosario en familia, casi susurrado para que no trascendiera de puertas y ventanas afuera. Tampoco faltaron hombres y mujeres que afrontaron a cara descubierta prohibiciones, presiones e insultos a sabiendas de que podía costarles la cárcel e incluso la muerte. Crecí en aquel ambiente enloquecido, resuelto a crucificar de nuevo a Cristo y, como en tiempos de Roma, de la revolución francesa, de la revolución bolchevique o de los revolucionarios masones de Méjico, a terminar con sus seguidores. Un dura y permanente tensión psicológica para quienes por edad, que era mi caso, nos veíamos forzados a confrontar el ambiente que nos rodeaba en la calle y el religioso de nuestras familias. Ruptura tentadora de frenos morales de puertas afuera de nuestras casas y exigencia de fidelidad al mensaje evangélico de puertas adentro. La impregnación de las llamadas revolucionarias que prometían la liberación del proletariado oprimido frente al exterminio de los ricos, identificados como el todo de la Iglesia, pero que alcanzaba también a las clases medias e incluso a los de la clase obrera que eran católicos. Nos movíamos entre las ensangrentadas vaharadas del odio a Dios y el mensaje de amor de ese mismo Dios que nos inculcaban en casa. Tardaría años en percibir que ese mismo y angustiado dilema fue el que condujo hacia la primitiva Falange Española a tantos jóvenes de clase media y obrera, procedentes muchos de ellos de formaciones políticas y sindicales de izquierda. En comprender que el atractivo de José Antonio Primo de Rivera para ellos radicó en hacer positiva síntesis de lo contradictorio en que braceaban y alcanzaría su paroxismo durante la guerra. Fue sin duda la causa de la conmoción emocional que me produjo, una vez terminada la contienda, la lectura solemne de la Oración por los Caídos en un acto de las Organizaciones Juveniles. Pretendía explicar con todo lo anterior que la fe se conjuga y aprieta durante tiempos de persecución en torno a lo esencial del mensaje de Cristo, de la dogmática de la Iglesia y de prescripciones litúrgicas. También, por supuesto, de la dimensión del pecado en cuanto transgresión de los preceptos divinos y de que el perdón hemos de ganarlo a pulso con nuestras conductas. Y, asimismo, de que Dios es amor y amor es caridad. El meollo del Primer Mandamiento que nos exige “amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a uno mismo”. Hay que haber vivido tiempos de ruda persecución para ahondar hasta el tuétano de su contenido.

DE COMO EL ENEMIGO APRENDIÓ LA LECCIÓN Y NOSOSTROS NO

EL traslado de aquellas lejanas vivencias al hoy perentorio me conduce a la convicción de que el enemigo aprendió la lección y nosotros no. Ahora no se queman iglesias ni se asesina a los creyentes. Pero asistimos a una nueva persecución, harto más insidiosa y perversa que la puesta en práctica desde el mismo día de la proclamación de la II república. Una izquierda recrecida y fiel como antaño a los dictados del iluminismo, junto a una derecha que ha perdido sus señas de identidad y trampea para subsistir en el sistema con esenciales valores morales, admitiendo de manera implícita o explícita en ocasiones, que son contrarios a la idolatría de una democracia falseada y subvertida en sus mismos cimientos. Es también presa del relativismo. ¿O acaso puede admitirse desde principios cristianos, por ejemplo, que el aborto es válido en determinados supuestos y no en otros? ¿O que una supuesta corrección democrática nos veda reaccionar en defensa de la fe y de nuestras creencias asediadas y asaltadas como es el caso de quienes, desde el propio seno de la comunidad cristiana, caen en la trampa del enemigo y consideran inconveniente la campaña eclesial contra el crimen abortivo y que, personalmente o en los tronos procesionales, exhibamos el lazo blanco como expresión de nuestro repudio? ¿O que hagamos causa común con los tentáculos del poder iluminista asumiendo la falsificación interesada de las enseñanzas pontificias y, en concreto, de las palabras de Benedicto XVI en África sobre la castidad y la fidelidad matrimonial para afrontar la endemia del Sida?

Cada quien es libre de asumir o transgredir los principios de la fe y los condicionamientos que conllevan. Pero siempre será deshonesto, cuando menos, tratar de modificarlos a su gusto para eludir el aguijonazo espiritual de la culpa. Ya está anunciado que el gobierno Rodríguez, remendado con hilachas de radicalismo mediocrático, pondrá mayor énfasis, o cínico descaro, en barra libre para el crimen abortivo y en una nueva ley de “libertad religiosa”, encaminada a acentuar el cerco de la Iglesia católica. Algunos dirán que se trata de nuevas maniobras de distracción para esconder tras cortinas de polémica la gravedad del hundimiento económico y social y su impotencia para hacerle frente con racionalidad y realismo. Se equivocan. Permanecen invariables los fundamentos de la estrategias marcada por los poderes ocultos que, contra todo pronóstico, llevaron Rodríguez a la secretaría general del P(SOE), primero, y luego a la presidencia del gobierno: envilecimiento de la sociedad como premisa indispensable para convertirla en piara de cerdos y facilitar el arrumbamiento de la Iglesia católica como referencia de lucha por la libertad y la autoestima; liquidación del soporte histórico y cultural del catolicismo como supuesto de la unidad de España y de sus glorias pasadas en cuanto referencia para la recuperación; descomposición moral de las Fuerzas Armadas y su jibarización para neutralizar su eventual capacidad para cumplir el deber de salvación nacional que les encomienda el artículo octavo de la constitución; y la desmembración de España como pactada y obligada desembocadura.

DE COMO HEMOS DE ESCANDALIZAR CON LA VERDAD

TIEMPO atrás, y enlazo con lo escrito en “Cuadernos de Semana Santa” a que me refería al comienzo, circuló la noticia de que el gobierno secesionista de Cataluña, a instancias de ERC, un retorno a los tiempos de Companys, preparaba una ley de libertad religiosa en virtud de cuyas previsiones no se podrían abrir iglesias ni celebrar actividades religiosas fuera o dentro de los templos sin el permiso de la autoridad municipal, la cual podría decretar asimismo el cierre de iglesias. ¿Un globo sonda para tantear la capacidad de reacción de los católicos o un anticipo de la ley de “libertad religiosa” anunciada por Rodríguez? Estamos de vuelta por quien se proclamó “rojo” al modelote protervo laicismo que vivimos en la II y III Repúblicas. No deben engañarnos las apariencias de eso que se ha dado en llamar “normalidad democrática”. Metodología y objetivos son los mismos, aunque, al menos por ahora, no hagan sangre los puñales y las balas. Cometeremos un gravísimo error, amén de traición a la fe y a España, si no admitimos que la Iglesia y los creyentes vivimos un nuevo tiempo de persecución, de Via Crucis, y no asumimos el ejemplo de aquellos otros que ya transitaron el de los años treinta. Jesús nos enseñó a escandalizar con la Verdad.

Ha llegado la hora de que recojamos la antorcha de su Verdad y escandalicemos con ella aunque nos aguarde lo más duro del Via Crucis. Y conscientes de que al final de esa purificadora Vía Dolorosa nos aguarda, si sabemos ganarla, la Pascua de Resurrección.