Por
Mons. Michel Schooyans
Mons. Michel Schooyans es catedrático emérito de Filosofía política y de ideologías contemporáneas de la Universidad Católica de Lovaina. Es miembro de la Academia Pontificia para la Vida, de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales y de la Academia Mejicana de Bioética. Es consultor del Consejo Pontificio para la Familia.
Visto en
Stat Veritas
Fuente: LRP-DDF
espués de las declaraciones del Papa sobre el preservativo, vertidas en el libro-entrevista realizado por Peter Seewald —declaraciones que L’Osservatore Romano sacó de contexto y que fueron explotadas mundialmente para anunciar una “modificación” de la moral sexual predicada por la Iglesia—, resulta que no sólo los enemigos del lenguaje tradicional de la Iglesia aprovechan de la brecha abierta sino también ciertos “investigadores”, moralistas y teólogos, que justifican su uso y que incluso ridiculizan a los que advierten que no puede confiarse en él para evitar embarazos o infecciones letales. Al contrario, según ellos su empleo constituiría un “mal menor”, legitimado para no infectarse con SIDA y que también podría recomendarse en caso de relaciones extramaritales para evitar “la injusticia” del nacimiento de un vástago adulterino…
El blog de Sandro Magister —“bien informado” y de tono generalmente tradicional— ha concedido últimamente un amplio espacio a estos comentarios, a fin de exponer más a los “intransigentes”, que se preguntan por qué la Iglesia debería ocuparse en enseñar de qué manera se puede pecar bien.
Es así como se instala una enorme confusión, tal como ocurrió tras los hechos de Recife. Entonces como ahora, Mons. Michel Schooyans salta a la palestra con un texto que escribió en 2005, cuya difusión promueve ya que allí se dice todo.
El SIDA y el preservativo.
Es bien sabido que algunas personas contrajeron SIDA sin ninguna responsabilidad moral de su parte. Esta enfermedad puede haber sido transmitida en razón de una transfusión de sangre, por un error médico o por un contacto accidental. Hay miembros del personal sanitario que se han infectado por haberse ocupado de enfermos seropositivos.
Aquí no examinaremos estos casos. Nos ocuparemos de las declaraciones publicadas en estos últimos años, hechas por diversas personalidades importantes del mundo académico y/o eclesiástico; se trata sobre todo de moralistas y de pastores, a los cuales llamaremos “dignatarios”. Omitiremos dar sus nombres para evitar toda personalización del debate y para focalizar la atención en la discusión moral.
Desorden y confusión.
Estas declaraciones que atañen al uso del preservativo en casos de SIDA han sembrado con frecuencia mucho desorden en la opinión pública y en la Iglesia. La mayor parte de las veces vienen acompañadas de comentarios inauditos acerca de la persona y de la función del Papa, y sobre la autoridad de la Iglesia. De paso, también se encuentra el habitual listado de quejas en relación a la moral sexual, al celibato, la homosexualidad, la ordenación de mujeres, la comunión de los divorciados vueltos a casar, los abortistas, etc. Una ocasión más para globalizar los problemas…
Estos dignatarios se han expresado con clara complacencia en los medios de comunicación. Argumentaron a favor del preservativo en caso de peligro de contagio de la pareja no infectada con el SIDA. Según ellos, la Iglesia debería cambiar su enseñanza en esta materia.
Estas declaraciones provocan gran confusión en la opinión pública; confunden a los fieles, dividen a los sacerdotes, sacuden al episcopado, desacreditan al colegio cardenalicio, socavan el magisterio de la Iglesia y apuntan frontalmente al Santo Padre. La revuelta sobre estos temas ya había sido encarada por otros, que hoy por hoy o están muertos, o están jubilados. En la actualidad, sin embargo, estas declaraciones generan a menudo consternación, porque la gente espera que los dignatarios actúen con más prudencia y con mayor precisión moral, teológica y disciplinar. Influenciados por las ideas en boga en ciertos ambientes, estos dignatarios se embarcan en la “justificación” del uso del preservativo inventando una “argumentación” con expedientes tales como el del “mal menor” o “el voluntario indirecto”.
Uno de estos dignatarios llegó al punto de decir que si se quiere evitar infringir el quinto Mandamiento, el uso del preservativo es un deber moral. En efecto —se dice—, si un infectado con SIDA no quiere la abstinencia, tiene el deber de proteger a su pareja, y el único medio de hacerlo en ese caso es recurrir al preservativo.
Semejantes afirmaciones no pueden sino ser desconcertantes; son reveladores de una comprensión parcial y trunca de la moral natural, y en particular de la moral cristiana. La manera de presentar la temática es, como mínimo, cosa sorprendente.
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