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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

15 de agosto de 2009

Cristianismo y democracia


Por el R. P. Julio Meinvielle


Publicado en Revista VERBO nº 266 Año XXVIII Septiembre 1986




a presente guerra no está ajena a esta lucha y aunque la decisión militar a favor de uno de los bandos no se haya de mirar como necesariamente decisiva para imponer en el orbe una reforma universal anticristiana, no cabe duda que en la realidad concreta puede resulta decisiva. No en vano, la paz de Westfalia inaugurara la dominación del filosofismo y el Congreso de Viena el siglo del liberalismo y el Tratado de Versalles la difusión del comunismo. La reunión de Dumbarton Osaks no permite llamarse a engaño respecto al propósito del más larvado de los bandos que, en la seguridad de tener en sus manos el triunfo no oculta ya los temibles planes de dominación universal que trae escondidos bajo el embeleso de las grandes palabras de cristianismo y democracia.

Táctica secular del iluminismo, tan antigua como el mundo, cuando el enemigo del linaje humano escondía la muerte bajo la perfidia del eritis sicut dei, seréis como dioses.

Los planes de dominación anticristiana universal comunes a la Rusia de Stalin como a los Estados Unidos de Roosevelt, serán aplicados inexorablemente si el esperado triunfo se materializa. Inglaterra cada día cuenta menos y su decadente influencia puede ser motivo decisivo para que abandone, si puede, la participación en un planteo que perjudica visiblemente a sus intereses.

Si se examina con atención, puede observarse que los dos grandes vocablos cristianismo y democracia, tras la ventaja que tienen de sugerir en forma vaga e indefinida los dos grandes bienes – paz religiosa y paz civil - que los pueblos de algún modo apetecen, sirven precisamente par destruir los valores concretos y reales donde estos bienes se encuentran.

Porque no hay realmente cristianismo sino en el catolicismo. Y el catolicismo es hoy destruido en nombre del cristianismo. Y la democracia entendida como un régimen de convivencia política donde se ofrezca a todos los ciudadanos las garantías de paz civil no se encuentra sino en un Estado, jerárquico y autoritario. Estado que es hoy furiosamente combatido en nombre de la democracia.

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Una lección de Sodoma: subir o bajar


por José Antonio Ullate Fabo, (Licenciado en Derecho, escritor y periodista especializado en información y opinión religiosa, autor de El secreto masónico desvelado y La verdad sobre el Código da Vinci.)




eter Wood, profesor de antropología en la Universidad de Boston, se preguntaba por las consecuencias sociales de la «normalización» o la «institucionalización» de las conductas sodomitas. No se refería a una mayor o menor tolerancia práctica respecto a individuos marginales y asociales, como sucedía en muchas tribus norteamericanas o en la China anterior a Mao, sino que, como antropólogo, le interesaba el escenario de una sociedad que acepta ese tipo de conductas como «normales» y que regula ciertos ritos relativos a ellas. Para encontrar sociedades así, «tenemos que fijarnos en Melanesia —afirma Wood—, donde existen unas docenas de pequeñas sociedades en las que la homosexualidad masculina recibe significación ritual y está plenamente incorporada en la vida de la comunidad. Esto sucedía, por ejemplo, en Nuevas Hébridas, en Nueva Caledonia y en muchas partes de Nueva Guinea». El antropólogo desarrolla más detenidamente un ejemplo, el de la tribu de los etoro, una comunidad de unos cuatrocientos miembros, en Papúa Nueva Guinea. Entre los etoro, desde los doce años, todos los niños varones son sometidos diariamente a unas monstruosas prácticas sodomíticas, ejecutadas por un varón que se les asigna como «pareja». Más adelante, cada joven etoro recibe una «iniciación» social en una ceremonia sodomítica masiva. A partir de ese momento, el joven pasa a ser el inductor de los mismos ritos que él había padecido previamente y recibe a otro niño como «pareja». A menudo, «el pareja» sodomita adulto, se casa con la hermana del niño al que degrada. «Costumbres semejantes se dan en muchas otras tribus en las remotas montañas de Nueva Guinea —nos informa Wood—, y estos casos sirven colectivamente como prueba de que no es imposible canalizar la conducta homosexual dentro de un sistema social. ¿Pero qué tipo de sistema social?» Como indica el profesor, «los etoro ponen grandes obstáculos para la conducta heterosexual. Por ejemplo, marido y mujer sólo pueden realizar la unión conyugal fuera de su casa y para ello están prohibidos dos tercios de los días del año».

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Fuera tiquismiquis vanos



por Juan Manuel de Prada

Tomado de ABC


ARA entender en todo su alcance esas declaraciones del ministro Caamaño en las que rechaza la posibilidad de que los médicos se nieguen a perpetrar abortos, atendiendo a razones de conciencia, convendría que afrontásemos en su cruda realidad lo que está sucediendo ante nuestros ojos. La «objeción de conciencia» es, en realidad, un mecanismo que el derecho arbitra en el instante en que ha dejado de ser verdadero Derecho (esto es, cuando ha renunciado a fundarse sobre un razonamiento ético objetivo en torno a lo que es justo e injusto), pero todavía titubea y quiere guardar -por escrúpulo- cierta apariencia de justicia. Así, por ejemplo, el derecho a la objeción de conciencia que se reconoce a quienes se niegan a empuñar un arma en defensa de su patria obedece al titubeo del derecho, que habiendo otorgado previamente cobertura jurídica a guerras injustas no se atreve sin embargo a obligar a quienes se hallan bajo su mandato a participar en ellas. Porque si el derecho fuese verdadero Derecho (esto es, si sólo justificase guerras justas), a quien se negase a empuñar un arma en defensa de su patria habría que castigarlo como traidor y cobarde. El derecho a la objeción se trata, pues, de un residuo de mala conciencia que subsiste en aquellos ordenamientos jurídicos que, albergando leyes inicuas, son sin embargo conscientes -hipócritamente conscientes- de su iniquidad, de la que no se atreven a hacer partícipes a quienes se hallan bajo su mandato; pero cuando se pierde conciencia de esa iniquidad, la objeción de conciencia se convierte en un tiquismiquis vano.
La vigente ley del aborto es una ley inicua, que despenaliza la comisión de un crimen en determinadas circunstancias excepcionales (aunque luego el flagrante fraude de ley las haya convertido en habituales); pero la conciencia -mala conciencia- de su iniquidad ha permitido que hasta hoy los médicos pudieran abstenerse de perpetrar el crimen que la ley permitía. ¿Cuál es la diferencia sustancial que la inminente ley del aborto introduce? No se trata, como algunos piensan ingenuamente, de que vaya a aumentar en demasía el número de abortos; pues, en honor a la verdad, en España existe de facto el aborto libre, a través del coladero del «peligro para la salud física o psíquica de la madre». La diferencia sustancial que la nueva ley del aborto introduce consiste en convertir una despenalización en un derecho: el sacrosanto derecho a exterminar vidas inocentes porque nos da la gana, sin necesidad de invocar excusas exculpatorias, con una despepitada desfachatez homicida. Naturalmente, una ley que convierte el aborto en un derecho deja de tener conciencia -mala conciencia- de su iniquidad; desde el momento en que el aborto es encumbrado a la categoría de bien protegido por ley, ¿cómo es posible encajar un «derecho a la objeción de conciencia»? Se trata, en efecto, de algo tan incongruente como si en un régimen comunista el expoliado exigiera que se reconociese su «derecho a la propiedad». Una vez que el crimen es protegido por ley y entronizado como derecho, ya no caben titubeos; y cualquier persona que invoque la objeción de conciencia se convierte ipso facto en peligrosa, pues en las organizaciones que han institucionalizado el crimen está prohibido tener conciencia.
La nueva ley del aborto es una expresión palmaria de esa «institucionalización del crimen»: un crimen se convierte en derecho porque nos da la real gana, porque en nuestra desfachatez homicida ya ni siquiera nos detiene ese titubeo ante la iniquidad que los ordenamientos jurídicos de antaño resolvían hipócritamente arbitrando un «derecho a la objeción de conciencia». Nosotros ya no titubeamos ante la iniquidad -ha venido a decir Caamaño-, sino que nos regodeamos en ella; de modo que sobra la objeción de conciencia. Fuera tiquismiquis vanos.

15 de Agosto, Festividad de la Asunción de Nuestra Señora





a vida de la Virgen es toda ella una fulgurante sucesión de divinas maravillas. Primera maravilla: su Inmaculada Concepción. Ultima maravilla: su gloriosa Asunción en cuerpo y alma a los cielos. Y, entre la una y la otra, un dilatado panorama de gracia y de virtudes en el cual resplandecen como estrellas de primera magnitud su virginidad perpetua, su divina Maternidad, su voluntaria y dolorosa cooperación a la redención de los hombres.

La perpetua virginidad de María y su divina Maternidad fueron ya definidos como dogmas de fe en los primeros siglos del cristianismo. La Inmaculada Concepción no lo fue hasta mediados del siglo XIX. Al siglo XX le quedaba reservada la emoción y la gloria de ver proclamado el dogma de su Asunción en cuerpo y alma a los cielos.

Memorable como muy pocos en la historia de los dogmas aquel 1 de noviembre de 1950. Sobre cientos de miles de corazones, que hacían de la inmensa plaza de San Pedro un único pero gigantesco corazón —el corazón de toda la cristiandad—, resonó vibrante y solemne la voz infalible de Pío XII declarandoser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial.

Esta suprema decisión del Romano Pontífice es el coronamiento de un proceso multisecular. Nosotros gustamos el dulce sabor de ese fruto sazonado de nuestra fe, pero su savia y sus flores venían circulando y abriéndose en el jardín de la Iglesia desde la más remota antigüedad cristiana.

En la encíclica Munificentissimus Deus, que nos trajo la jubilosa definición del dogma, se hace un minucioso estudio histórico-teológico del mismo. Siglo tras siglo y paso por paso se va siguiendo con amoroso deleite el camino recorrido por la piadosa creencia hasta llegar, ¡por fin!, a la suprema exaltación de la definición ex cathedra.
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Definición del Dogma de la Asunción de Nuestra Señora







Munificentissimus Deus
Constitución Apostólica



PÍO PP. XII

Se define como dogma de la Asunción de la Virgen María,

en cuerpo y alma a la gloria celeste. 1-11-1950

1. El munificentísimo Dios, que todo lo puede y cuyos planes providentes están hechos con sabiduría y amor, compensa en sus inescrutables designios, tanto en la vida de los pueblos como en la de los individuos, los dolores y las alegrías para que, por caminos diversos y de diversas maneras, todo coopere al bien de aquellos que le aman (cfr. Rom 8, 28).

2. Nuestro Pontificado, del mismo modo que la edad presente, está oprimido por grandes cuidados, preocupaciones y angustias, por las actuales gravísimas calamidades y la aberración de la verdad y de la virtud; pero nos es de gran consuelo ver que, mientras la fe católica se manifiesta en público cada vez más activa, se enciende cada día más la devoción hacia la Virgen Madre de Dios y casi en todas partes es estimulo y auspicio de una vida mejor y más santa, de donde resulta que, mientras la Santísima Virgen cumple amorosísimamente las funciones de madre hacia los redimidos por la sangre de Cristo, la mente y el corazón de los hijos se estimulan a una más amorosa contemplación de sus privilegios.

3. En efecto, Dios, que desde toda la eternidad mira a la Virgen María con particular y plenísima complacencia, «cuando vino la plenitud de los tiempos» (Gal 4, 4) ejecutó los planes de su providencia de tal modo que resplandecen en perfecta armonía los privilegios y las prerrogativas que con suma liberalidad le había concedido. Y si esta suma liberalidad y plena armonía de gracia fue siempre reconocida, y cada vez mejor penetrada por la Iglesia en el curso de los siglos, en nuestro tiempo ha sido puesta a mayor luz el privilegio de la Asunción corporal al cielo de la Virgen Madre de Dios, María.

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Para leer la constitución apostólica completa haga click sobre la imagen del Santo Padre Pío XII.


14 de agosto de 2009

La experiencia de leer, un ejercicio de crítica experimental (6)






por C.S. Lewis




Tomado del Blog C.S. Lewis







6. Los significados de «fantasía»


a palabra «fantasía» es un término tanto literario como psicológico. En sentido literario designa toda narración que trata de cosas imposibles y sobrenaturales. La balada del viejo marinero, Los viajes de Gulliver, Erewhon, El viento en los sauces, The Witch of Atlas, Jurgen, La olla de oro, la Vera Historia, Micromegas, Planilandia y las Metamorfosis de Apuleyo son fantasías. Desde luego, se trata de obras muy heterogéneas, tanto por el espíritu que las anima como por la intención con que han sido escritas. Lo único que tienen en común es lo fantástico. A este tipo de fantasía la llamaré «fantasía literaria».

En sentido psicológico, el término «fantasía» tiene tres acepciones.

Una construcción imaginaria que de una u otra manera agrada al individuo, y que éste confunde con la realidad. Una mujer imagina que alguna persona famosa está enamorada de ella. Un hombre cree que es el hijo perdido de unos padres nobles y ricos, y que pronto será descubierto, reconocido y cubierto de lujos y honores. Los acontecimientos más triviales son tergiversados, a menudo con mucha habilidad, para confirmar la creencia secretamente alimentada. No necesito forjar un término especial para designar este tipo de fantasía, porque no volveremos a mencionarla. Salvo accidente, el delirio carece de interés literario.

Una construcción imaginaria y placentera que el individuo padece en forma constante pero sin confundirla con la realidad. Sueña despierto —sabiendo que se trata de una ensoñación— e imagina triunfos militares o eróticos, se ve como un personaje poderoso, grande o simplemente famoso, cuya imagen surge siempre igual o bien va cambiando a lo largo del tiempo, hasta convertirse en su principal consuelo y en su casi único placer. Tan pronto como se siente liberado de las necesidades de la vida se retira hacia «ese invisible desenfreno de la mente, esa secreta prodigalidad del ser». Las cosas reales, incluso las que agradan a los otros hombres, le parecen cada vez más desabridas. Se vuelve incapaz de luchar por la conquista de cualquier tipo de felicidad que no sea puramente imaginaria. El que sueña con riquezas ilimitadas no ahorrará cinco duros. El Don Juan imaginario no se tomará el trabajo de intentar agradar normalmente a ninguna mujer que se le cruce. Se trata de la forma patológica de la actividad que llamo «hacer castillos en el aire».

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14 de Agosto, Víspera de la Asunción, Conmemoración de San Eusebio, Confesor





resbítero en Roma; se desconoce su fecha de nacimiento; muerto en 357 (?). Era un patricio y sacerdote Romano, y es mencionado con distinción en martirologios Latinos. El antiguo martirologio auténtico de Usuard lo titula confesor en Roma bajo el reinado del emperador Ario Constantino y agrega que fue sepultado en el cementerio de Calixto. Algunos martirologios posteriores lo llaman mártir.

Los “Acta Eusebii”, descubiertos en 1479 por Mombritius y reproducidos por Baluze en su “Miscellanea” (1678-1715), cuentan el siguiente relato: Cuando el Papa Liberio obtuvo permiso de Constantino para regresar a Roma, supuestamente al precio de su ortodoxia, adhiriendo a la fórmula Aria de Sirminum, Eusebio, un sacerdote, ardiente defensor del Credo de Nicea, predicó públicamente contra ambos, papa y emperador, motejándolos como herejes. Cuando el grupo ortodoxo que apoyaba al antipapa Félix fue excluido de todas las iglesias, Eusebio continuó celebrando el servicio Divino en su propia casa. Fue arrestado y conducido ante Liberio y Constantino. Aquí osadamente reprobó a Liberio por desertar de la Fe Católica. En consecuencia fue puesto en una mazmorra, de cuatro pies de ancho (o fue puesto prisionero en su propia casa), donde dedicó su tiempo a orar y murió después de siete meses. Su cuerpo fue sepultado en el cementerio de Calixto con la simple inscripción: “Eusebio homini Dei”. Este acto de generosidad fue efectuado por dos sacerdotes, Gregorio y Orosio, amigos de Eusebio. Gregorio fue puesto en la misma prisión y también murió allí. Fue sepultado por Orosio, quien pretende ser el autor de los Actos. Generalmente se admite que estos Actos fueron una falsificación bien sea enteramente o por lo menos en parte, y escritos en el mismo espíritu si no por la misma mano, que la mención sobre Liberio en el “Liber Ponificalis”. Los Bolandistas y Tillemont señalan algunas dificultades históricas serias en la narración, especialmente el hecho de que Liberio, Constantino y Eusebio nunca estuvieron en Roma al mismo tiempo. Constantino visitó Roma solo una vez, y permaneció allí por cerca de un mes, y Liberio estaba entonces todavía en el exilio. Algunos, dando por sentada la presunta rendición de Liberio, vencerían esta dificultad afirmando que, a solicitud de Liberio, quien resentía el celo del sacerdote, el poder secular intervino y puso prisionero a Eusebio. No es del todo seguro si Eusebio murió luego del regreso de Liberio, durante su exilio, o incluso mucho antes de ese período.

La fiesta de San Eusebio se celebra el 14 de Agosto. La Iglesia del Equilino en Roma dedicada a él, de la que se ha dicho que fue construida en el sitio de su casa, es mencionada en las actas de un concilio celebrado en Roma bajo el Papa Símaco en 498 (Manai, VIII, 236-237), y fue reconstruida por el Papa Zacarías. Anteriormente tenía un statio en el Viernes siguiente al cuarto Domingo de Cuaresma. Una vez perteneció a las Celestinas (una orden ya extinta); León XII la dio a los Jesuitas. Una buena pintura que representa el triunfo de Eusebio, por Rafael Menge, 1759, está en el cielo raso. San Eusebio es el título del Cardenal-presbítero. El título fue transferido por Gregorio XVI, pero restablecido por Pío IX.

Am. Cath. Q. Rev., VIII, 529; STOKES en Dict. Of Chr. Biogr., a.v.; Acta SS., Aug., II, 166, y Sept., VI, 297; ARMELLINI, La Chiese di Roma (Rome 1887);c f. DUCHESNE, Liber Pontificalis (Paris 1886-92), I, s.v. Liberius, también la Introducción; DUFOURCQ, Les Gesta Martyrum Romains (Paris 1904).

FRANCIS MERSHMAN
Trascrito por C.A. Montgomery
Traducido del Inglés por Daniel Reyes V.

13 de agosto de 2009

Por el honor de San Cirilo de Alejandría



por el Dr. Antonio Caponetto



AGUINIS Y LOS DESPERDICIOS

LA FUNCIÓN FABULATRIZ

esde las páginas de “La Nación” —siempre prontas a albergar mendacidades— Marcos Aguinis ha vuelto por el tema que eternamente lo perturba y desquicia, el ataque a la Iglesia Católica.

Sucedió el viernes 7 de agosto, en una densa y declinante nota que tituló Mujer excluida… ¡qué desperdicio!, más el didáctico agregado previo de una volanta quejosa: Sigue la desigualdad de los géneros.

Aguinis viene de recibir un sopapo de su paisano Verbitsky, que el domingo 2 de agosto, desde“Página/12”, lo llamó “pavo real”, y lo desplumó como tal con el recuerdo de ingratos menesteres; entre otros, su vinculación con Massera, el cobro de una holgada jubilación de privilegio y algunas mentiras enhebradas al voleo. Dispuesto a no arredrarse por estas menudencias, y sabedor de que su perruno agresor es hombre de taleguillas sucias, Aguinis siguió con su oficio preferido, el de invertir la Cruz.

Tiene la nota de marras los tópicos remanidos del freudismo y del feminismo, y una obsecuencia hacia la mujer, que acaba degradándola; como suele pasar cuando los maridos parranderos quieren atemperar con lisonjas melifluas los desvaríos de alguna noche crapulosa. Tiene incluso el escrito curiosos reproches al cristianismo, como el de haberse dejado ganar por “el pueblo judío”, que “fue el primero en abolir el analfabetismo de los varones ¡cinco siglos antes de la era cristiana!”. Fatídico cargo, sobre todo si se piensa que cuanto no hicieron los cristianos antes de existir se debe a la horrible culpabilidad de no haber existido.

Mas en medio de naderías antes risibles que indignantes, el filósofo de Río Cuarto presenta el núcleo de su argumentación. Se trata de la historia de Hypatia de Alejandría, una científica de nota en la plenitud del siglo IV, que tras destratos varios por parte de los cristianos, habría sido asesinada en el año 415, mediante un crudelísimo linchamiento ejecutado “por un grupo de monjes” que no dejó tortura por infligirle a la desdichada sabia. Según Aguinis, “los historiadores coindicen en responsabilizar” a Cirilo de Alejandría “por el asesinato de Hypatia”; como responsable habría sido, asimismo, de“la masacre que en aquel año se realizó contra los judíos”.
Machismo, incultura y antisemitismo, he aquí un verdadero combo de acusaciones infames lanzadas impunemente contra el catolicismo, para seguir escribiendo otras diatribas después con la misma desaprensión intelectual. Ya se sabe de sobra que el diario que otrora fue de los Mitre y ahora es de los peores, no concederá análogo espacio para la réplica. También se sabe que la Jerarquía eclesiástica nada dirá, ocupada como está en conciliar las próximas tertulias interreligiosas con rabinos, imanes, sufíes, gurúes y el Padre Pepe de Paola.

No obstante, llega tarde el fabulador Aguinis con su histórico hallazgo. La historia de Hypatia —convertida en mito en la doble acepción de la palabra; esto es, como ficción y como símbolo— ha dado ya innúmeras y trilladísimas vueltas por la novelística, la cinematografía, las tablas, el ensayo, el amarillismo lésbico y hasta por el cómic de Hugo Pratt y las extravagancias cósmicas de Carl Sagan. Voltaire se le adelantó en su Examen important de Milord Bolingbroke ou le tombeau du fanatisme —sin contar con que a él mismo se le habían adelantado los gnósticos y los protestantes— y Umberto Eco, hace ya casi una década, evocó a la fémina en Baudolino.
Vueltas y piruetas tan abundantes cuanto torvas las de este personaje, pues cargan todas con el común denominador de las leyendas negras contra la Iglesia. En rigor, no hay ignorante infatuado que haya podido sortear la tentación de apelar a esta heroína para desfogar el odio anticatólico, aunque para lograr tal cometido tuvieran todos que falsificar burdamente los hechos y matar mil veces a Hypatia, como bien lo sostiene Miguel Ángel García Olmo, recientemente, en un ensayo notable a propósito del filme Ágora de Alejandro Amenábar (cfr. Las mil muertes de Hipatia, Alfa y Omega, nº 643, Madrid, 28-V-09).

Lejos, pues, del consejo bergsoniano, la función fabulatriz de Aguinis no irrumpe para atemperar el racionalismo, sino para sumarse al coro corrupto de los sepultadores de la verdad.

LOS CRISTIANOS E HYPATIA

La verdad, como siempre, es distinta y opuesta a la versión de estos incendiarios de Roma.
Se empieza por no contar con datos precisos sobre la biografía de Hypatia, a pesar —o por lo mismo— de que una vasta bibliografía ha dado cuenta de ella y de sus sucesos. Y tales son las brumas y las imprecisiones al respecto, que el historiador judío Heinrich Graetz, en el volumen segundo de su History of the Jews, aún cargándole el crimen a Cirilo, no tiene a la víctima por mujer sino por hombre.

Hypatia —mujer al fin— no fue menoscabada en vida por los cristianos, ni desecharon ellos su ciencia con orgullo a causa de su condición femenina. La misma María Dzielska, de la Universidad de Jagellónica, en su Hipatia de Alejandría —de la que hay versión castellana, por lo que puede constatarse su ausencia de toda apologética católica— narra que la filósofa contaba con cristianos entre sus alumnos, como el Obispo Sinesio de Cirene (cuyo intercambio epistolar conocemos gracias a la obra ingente de Agustín Fitzgerald, The Letters of Synesius of Cyrene, Londres, 1925), o el “digno y santo" sacerdote Teotecno, y los prestigiosos Olimpio, Herculiano e Isión.
José María Martínez Blázquez, por su parte, en su Sinesio de Cirene, intelectual –que ha tenido la gentileza de volcar digitalmente- menciona las buenas relaciones de Hypatia con el curial Amonio y el Patriarca Teófilo, así como los nombres de cristianos fervientes que, contemporáneos con los sucesos, no dudaron en defender su personalidad. Tal, por ejemplo, Timoteo, en su Historia Eclesiástica. También fue un cristiano, Sócrates Escolástico, quien en su Historia Eclesiástica(VII, 15), escrita con posterioridad a la muerte de la alejandrina, la encomió como “modelo de virtud”.
Entonces, la versión aguiniana de fanáticos católicos machistas opuestos a Hypatia por su género y por su paganismo, es puro cuento, trufa insidiosa y bola insensata echada a rodar con lamentable incultura.

LA MUERTE DE HYPATIA

Si no le es imputable a los cristianos el maltrato a esta mujer singular, tampoco lo es su muerte, ni mucho menos a San Cirilo de Alejandría.

El origen de tan amañada y dañina versión, según lo explica eruditamente Bryan J.Whittield en The Beauty of Reasoning: A Reexamination of Hypatia of Alexandra,hay que buscarlo en el desencajado Damascio, último escolarca de la Academia de Atenas, quien exiliado en Persia tras su cierre por orden de Justiniano, y dispuesto a azuzar las maledicencias contra Cirilo, a quien tuvo por rival —en un tiempo de rivalidades religiosas fortísimas y extremas— le atribuyó el homicidio sin más fundamento que sus propias conjeturas. Sin más fundamento que sus propias conjeturas, repetimos. Porque esto y no otra cosa es lo que, desde entonces y hasta hoy, siguen haciendo cuantos rivalizan endemoniadamente contra la Fe Verdadera. Han pasado siglos desde el lamentable episodio y nadie ha podido aportar otro cargo contra el gran santo de Alejandría que no fuera la sospecha, el rumor, la hipótesis trasnochada o la presunción prejuiciosa.
No hay mentira mayor que la sostenida por Aguinis, y según la cual “los historiadores coinciden en responsabilizar a Cirilo de Alejandría por el asesinato de Hypatia”.

Coinciden los enemigos frenéticos de la Iglesia Católica, no los historiadores o los genuinos estudiosos del caso, a algunos de los cuales llevamos citados en estas prietas líneas. No coinciden —y discrepan con la leyenda negra oficial impuesta finalmente por el Iluminismo— el arriano Filostorgio, el sirio Juan de Éfeso, los jansenistas Le Nain de Tillemont y Claude Pierre Goujet o el erudito Christopher Haas en su Alexandria in Late Antiquity: Topography and Social Conflict, publicado en 2006. No coincide tampoco Thomas Lewis, quien redactara ya en 1721 la célebre impugnación de la mentira a la que tituló sugestivamente “La Historia de Hypatia, la imprudentísima maestra de Alejandría: asesinada ydespedazada por el populacho, en defensa de San Cirilo y el clero alejandrino. De las calumnias del señor Toland”.

No coincide el mencionado Miguel Ángel García Olmo, quien advierte en la maniobra acusadora un “afán de mancillar la ejecutoría de un pastor teólogo de vida esforzada y ejemplar como fue Cirilo de Alejandría, venerado en Oriente y en Occidente”; y ni siquiera se atreve a coincidir Gonzalo Fernández, quien en su obraLa muerte de Hypatia, del año 1985, a pesar de la ninguna simpatía que manifiesta hacia el santo, llamando tiránico a su ministerio, concluye en que “ninguna de las fuentes sobre el linchamiento de Hipatia alude a la presencia de parabolani entre sus asesinos”. Losparabolani eran los miembros de una hermandad de monjes alistados voluntariamente para el servicio, principalmente entre los enfermos, y que en su momento respondieron incondicionalmente a San Cirilo, recibiendo la acusación de consumar el linchamiento de Hypatia. Recuérdese que también Aguinis, en el suelto que le objetamos, menciona a “un grupo de monjes”, como causa instrumental del delito.

No coinciden los hechos. Porque el mismo Cirilo, que lamentó y reprobó el crimen de Hypatia, amonestó enérgicamente en su Homilía Pascual del 419, a la plebe alejandrina dada a participar en turbamultas feroces y sanguinarias como la que puso desdichado fin a la vida de la filósofa. Si no se le cree al santo, las novelas de Lawrence Durrel —concretamente las de su Cuarteto de Alejandría— resultan una buena fuente para conocer el carácter sangriento y cruel de esas tropelías feroces del populacho alejandrino. Sin olvidarnos de que fueron esas mismas hordas las que dieron muerte a dos obispos cristianos, Jorge y Proterio, en el 361 y 457 respectivamente.
Aguinis, claro, además de la versión falseada de la muerte de Hypatia, sólo quiere recordar la expulsión de los judíos ordenada por San Cirilo, sin aclarar primero qué participacion tenían los hebreos en aquellos episodios luctuosos. Episodios que podían llegar a terribles excesos, como lo reconoce el ya citado Graetz, comentando los modos que solían tomar entonces los festejos del Purim. Porque como dice Maurice Pinay —en el capítulo VIII del segundo volumen de su Complot contra la Iglesia— los judíos “califican siempre esas medidas defensivas de los Estados Cristianos, de persecuciones provocadas por el fanatismo y el antisemitismo del clero católico”, pero son incapaces de ver las enormes vigas en los propios ojos. Tiene sobradas razones el exhaustivo Alban Butler, cuando en su voluminoso santoral, en la fecha correspondiente a la festividad del santo, el 9 de febrero, explica que Cirilo tomó legítimamente la decisión de expulsar a los judíos, tras comprobar “la actitud sediciosa y los varios actos de violencia cometidos por ellos”.

No coinciden, al fin, los juicios de la Santa Madre Iglesia, quien mucho tiempo después de agitadas las pasiones terrenas, disipadas las dudas, superadas las conjeturas malintencionadas, estudiadas las causas, investigadas las acciones, consideradas las objeciones y sopesadas las acciones, elevó dignamente a los altares a Cirilo de Alejandría, y lo proclamó Doctor de la Iglesia en 1882, bajo el Pontificado de León XIII. Años más tarde, en 1944, el Papa Pío XII, en su Orientalis Ecclesiæ, lo llamó“lumbrera de la sabiduría cristiana y héroe valiente del apostolado”. Y hace muy poco, en la Audiencia General del miércoles 3 de octubre de 2007, Benedicto XVI se abocó por entero a su encomio, recordando su defensa de la ortodoxia contra la herejía nestoriana. Para el Santo Padre, San Cirilo de Alejandría es el “custodio de la exactitud, que quiere decir custodio de la verdadera fe”;el varón justo que comprendió y predicó que “la fe del pueblo de Dios es expresión de la tradición, es garantía de la sana doctrina”.

Va de suyo que el lector honrado sabrá a quién creer al respecto. Si a la Iglesia, que para canonizar a alguien se toma siglos de estudios, pidiendo milagros y virtudes heroicas al candidato, o a un ropavejero de las letras, alucinado de odio a la Cruz, que súbitamente y sin más trámites que su audacia, declara asesino a un santo, y misógino a quien veneró a la más excelsa de las mujeres: María Santísima.

LA POBREZA DEL ESCÁNDALO

Bien está que exista el escándalo de la pobreza, porque la sangre del pobre —decía León Bloy— es el dinero mal habido de todos los rapaces. Pero a condición de que no se caiga en la pobreza del escándalo; esto es, en el raquitismo de un escándalo flaco y magro, sólo susceptible ante cuestiones terrenas, salariales o sociológicas.

Tomar en vano el nombre de Dios, profanar lo sacro, agraviar a los santos y mostrarse impiadoso y blasfemo, debería movilizar los ánimos y los actos reactivos de los católicos, antes y con mayor intensidad que las injusticias sociales. El Reino de Dios y su justicia sigue siendo lo primero. La añadidura se le ordena como lo subalterno a lo principal.

No pretendemos que lo entiendan nuestros obispos.

CONSEJOS PARA UN FEMINISTA MÓRBIDO

En cuanto a Aguinis, si anda buscando machismo en las religiones, le sugerimos una repasadita al Libro del Zoharo al Schulchan Arukh. O algo más próximo: el conocimiento descarnado y patético de las mujeres ultrajadas y prostituidas por la Zwi Migdal.

Y si su feminismo mórbido lo impulsa –como en la nota que le objetamos- a extasiarse en la descripción del linchamiento de Hypatia, para cargar las tintas y disponer las sensibilidades contra su odiado catolicismo, no le vendría mal retratar del mismo modo los horrendos crímenes rituales de Agnes Hruza y Marta Kaspar, cristianas ambas y víctimas probadas de la demencia judaica. La una desangrada salvajemente en el bosque de Brezin, el 1º de abril de 1899; la otra descuartizada en Paderborn, el 18 de marzo de 1932. Los detalles de este tipo de endemoniados acontecimientos se los dará la obra de Albert Monniot, Le crime rituel chez les juifs. Si la juzgara nazi —porque ya se sabe que, en la guerra semántica, da lo mismo que su autor la escribiera antes de la aparición de Hitler en la historia— podrá acudir a Las pascuas sangrientas del insigne judío Ariel Toaf. Y si recusara esta obra aduciendo la supuesta retractación que su autor hiciera de la misma, deberá entonces acudir a la obra de otro israelita honestísimo,El poder de la judería, de Israel Adán Shamir.

No dirá Aguinis que lo dejamos sin alternativas.

POR EL HONOR DE SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA

No; categóricamente no. La coincidencia de la historia no está en retratar un Cirilo obtuso, asesino y odiador de mujeres. Eso queda para los recolectores de desperdicios usurpando el papel de escritores; para los escribas de ascosidades elevados al podio de intelectuales; para los ignorantes de invencible memez adornados con los oropeles baratos de la decadencia posmoderna. Eso queda para los hijos del Padre de la Mentira y los sepulcros blanqueados.
En lo que coincide la vera historia sobre el santo y corajudo defensor de María como Madre de Dios, podrá contemplarlo y admirarlo el cristiano fiel y el hombre de voluntad recta adentrándose en sus escritos, que son muchos y ricos y bien sazonados en precisión, certidumbre y hondura. Quasten, Moliné, Altaner, Luis de Cádiz, Bardenhewer y la monumental obra de Migne, son sólo las principales patrologías que podrá consultar con provecho quien desee aproximarse al gran apologista.

A la derecha del Padre donde ahora se encuentra, y bajo el regazo celeste de María Theotokos, de quien fue su caballero en lisa enamorada y sapiente, no lo rozan las diatribas indoctas de un hábil especialista en cantar las gestas de la marranería.

San Cirilo de Alejandría: ora pro nobis.

13 de Agosto, San Casiano de Imola, Mártir, San Ponciano, Papa y Mártir, San Hipólito, Mártir y Santa Radegunda, Reina



an Casiano, maestro de escuela, sufrió el más cruel suplicio. Le ataron las manos atrás del cuerpo y lo entregaron a los niños, a quienes enseñaba, para que lo mataran a estiletazos. Tanto más prolongado y doloroso fue su suplicio cuanto menos fuerza tenían sus verdugos, y más gloriosa fue así su victoria.

Casiano era un maestro severo y eficiente. Enseñaba a sus niños los rudimentos de la gramática, al mismo tiempo que un arte especial: el de la taquigrafía, ese arte de condensar en breves signos las palabras. Es acusado de cristiano. Y los perseguidores tienen la maligna ocurrencia de ponerle en manos de los mismos niños, sus discípulos, para que muera atormentado por ellos, y que los instrumentos del martirio sean los mismos de que antes se valían para aprender.

El poeta Aurelio Prudencio, relata así el martirio de San Casiano:

"Unos le arrojan las frágiles tablillas y las rompen en su cabeza; la madera salta, dejándole herida la frente. Le golpean las sangrientas mejillas con las enceradas tabletas, y la pequeña página se humedece en sangre con el golpe. Otros blanden sus punzones... Por unas partes es taladrado el mártir de Jesucristo, por otras es desgarrado; unos hincan hasta lo recóndito de las entrañas, otros se entretienen en desgarrar la piel. Todos los miembros, incluso las manos, recibieron mil pinchazos, y mil gotas de sangre fluyen al momento de cada miembro. Más cruel era el verduguito que se entretenía en surcar a flor de carne que el que hincaba hasta el fondo de las entrañas".

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12 de Agosto, Festividad de Santa Clara de Asís







reciosa es en la presencia del Señor la muerte de sus santos" (Ps. 115,15). Musitando estas palabras subía Santa Clara de Asís, "verdaderamente clara, sin mancilla ni obscuridad de pecado, a la claridad de la eterna luz", en la augusta hora del atardecer del día 11 de agosto de 1253.

Cabe el pobre camastro, permanecían llorosas sus hijas, transidas de dolor por la pérdida de la amantísima madre y guía experimentada. Allí estaban los compañeros de San Francisco. Fray León, la ovejuela de Dios, ya anciano; fray Angel, espejo de cortesía; fray Junípero, maestro en hacer extravagancias de raíz divina y decir inflamadas palabras de amor de Dios. Allá arriba, los asisienses seguían conmovidos los últimos instantes de su insigne compatriota. Prelados y cardenales y hasta el mismo Papa habíanla visitado en su última enfermedad. Y todos tenían muy honda la persuasión —Inocencio IV quiso en un primer momento celebrar el oficio de las santas vírgenes, que no el de difuntos— de que una santa había abandonado el destierro por la patria. Solamente ella lo había ignorado. Su humildad no le había dejado sospechar siquiera cuan propiamente se cumplían en su muerte aquellas palabras del salmo de la gratitud y de la esperanza, que sus labios moribundos recitaban. Muerte envidiable, corona de una vida más envidiable todavía, por haber ido toda ella marcada con el sello de la más absoluta entrega al Esposo de las almas vírgenes.

Porque Clara Favarone, de noble familia asisiense, oyó desde su primera juventud la voz de Dios que la llamaba por medio de la palabra desbordante de ¿mor y celo de las almas de su joven conciudadano S. Francisco de Asís. Con intuición femenina, afinada por la gracia y la fragante inocencia de su alma adivinó los quilates del espíritu de aquel predicador, incomprendido si es que no despreciado por sus paisanos, que había abandonado los senderos de la gloria humana y buscaba la divina con todos los bríos de su corazón generoso. Y se puso bajo su dirección. Los coloquios con el maestro florecieron en una decisión que pasma por la seguridad y firmeza con que la llevó a la realidad. Renunciando a los ventajosos partidos matrimoniales que le salían al paso y al brillante porvenir que el mundo le brindaba, huyó de la casa paterna en la noche del Domingo de Ramos de 1211. Ante el altar de la iglesita de Santa María de los Angeles, cuna de la Orden franciscana, Clara ofrendó a Dios la belleza de sus dieciocho años, rodeada de San Francisco y sus primeros compañeros. Se vistió de ruda túnica, abrazóse a dama Pobreza de la que a imitación de su padre y maestro haría su amiga inseparable y se dedicó a la penitencia y al sacrificio.
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11 de agosto de 2009

Sobre la herejía del siglo XX (y del XXI)



por el Dr. Miguel Ayuso


Tomado de El Brigante







uestro admirado Brigante ha traducido unos párrafos de Jean Madiran para introducir el asunto de cómo el olvido de la doctrina social compromete la fe. Olvido que, bien entendido, comprende también la reducción o la desnaturalización, como apunta con acierto en el breve, sugestivo y esencial incipit. El texto de Madiran, que tiene la densidad y clarividencia de casi todos los suyos, constituye una excelente introducción al problema. Aunque puede que para algunos haya de resultar oscuro e incluso, no lo sé, un poco críptico.
Se me ha ocurrido por eso, querido Brigante, comenzar a ilustrar el texto y el comentario, sin más pretensión que ayudar, por más que modestamente, al esclarecimiento del problema, al que podría dedicarse quizá una jornada de estudio amical una vez que los calores se hayan ido o, por lo menos, escondido. Piénselo, amigo Brigante.
El libro en cuestión, La herejía del siglo XX, de 1968, no esconde en sus primeras palabras cuál sea: “La herejía del siglo XX es la de los obispos”. Y, para los asustadizos, aclara a continuación: “No es que sean los inventores, sino los agentes”. Y es que el episcopado francés, desde por lo menos un siglo antes, esto es, desde la oposición al Syllabus, había orillado las enseñanzas romanas, prescindiendo de un “siglo de encíclicas”, y pasando del liberalismo al socialismo. Para –esto lo añado hoy, porque no era tan visible hace cincuenta años– volver nuevamente al liberalismo. Desde el punto de vista sociológico y aun psicológico no hay duda de que es esa mentalidad la que hizo y desarrolló el Concilio, constituyendo su “espíritu”. Si en derecho en cambio no prevaleció es de ardua discusión, entre hermenéuticas varias en liza, que no puede ser traída aquí ahora. Cita seguidamente el autor un texto impresionante del Año litúrgico de Dom Guéranger, el gran abad de Solesmes, quien en la fiesta de San Cirilo (el 9 de febrero) ofrece a consideración de los lectores el ejemplo del seglar Eusebio oponiéndose al obispo Nestorio: “La doctrina desciende por lo general de los obispos al pueblo fiel, y en el orden de la fe los subordinados no han de juzgar a sus jefes. Pero en el tesoro de la Revelación hay puntos esenciales de los que todo cristiano, sin más título que el de serlo, tiene el conocimiento necesario y la guarda obligada (…). Los verdaderos fieles son los hombres que hallan en el solo bautismo, en tales circunstancias, la inspiración de su conducta; no los pusilánimes que, bajo el pretexto especioso de la sumisión a los poderes establecidos, esperan para cargar contra el enemigo u oponerse a sus empresas a un programa que ni es necesario ni debe dárseles”.
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