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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

5 de diciembre de 2008

Razones de una conversión



por D. Ramiro de Maeztu

Tomado de Acción Española, Tomo 62-63, pp 6-16, 1 de Octubre de 1934


Los PP. Franciscanos de Paderborn publican, reunidas en interesantísimos volúmenes, las impresiones de ilustres conversos, en que éstos explican el proceso por que han pasado hasta llegar a la fe o hasta acrecentarla y consolidarla definitivamente, cuando no del todo la habían abandonado. Intelectuales preeminentes de Londres, Dublín, Nueva York, Río Janeiro, Oslo, Estocolmo, Amsterdam, Zurich, Berlín, París, Viena, Tokio, Calcuta, &c., han accedido a la petición del «Franciskanerkloster», y esta parte de sus biografías, tan interesante espiritual y culturalmente, ha visto ya, con gran éxito, la luz pública.
Bastaría citar, para acreditar la publicación, los nombres de dos colaboradores egregios: Chesterton y Paul Claudel.
Ni españoles ni italianos había entre ellos, hasta que ahora, requerido por el claustro de Paderborn, Ramiro de Maeztu ocupa su puesto con las siguientes cuartillas que publicamos en
ACCIÓN ESPAÑOLA, al tiempo que se traducen al alemán.
No son propiamente las razones de un converso; son las palabras bien concertadas de un
hombre que, siendo católico, ha sentido un acrecentamiento de fe y un encendimiento de fervores antes desconocidos para él.



o creo que pueda llamarme converso, porque nunca se rompieron del todo los lazos que me unían a la Iglesia. Verdad que con los extravíos de la primera juventud surgieron en mi alma las primeras dudas, y que no me cuidé en muchos años de buscar persona que me las aclarase. Yo me preguntaba por qué Dios creó el diablo, y no podía contestarme satisfactoriamente. También es cierto que en mi vida de escritor, consagrado casi exclusivamente al problema de mi patria española, que fue grande y decayó después, sin que hasta ahora se hayan dilucidado con claridad las razones de su grandeza y de su decadencia, he pensado durante muchos años, y todavía lo pienso en cierto modo, que los españoles de los siglos XVI y XVII habían sacrificado a la gloria de Dios y de la Iglesia los intereses inmediatos de la patria. A pesar de este comienzo de posible conflicto entre mi religión y mi patriotismo, difícilmente se encontrará entre los miles y miles de artículos que en el curso de cuarenta años he publicado en los periódicos algún que otro párrafo contrario a las doctrinas de la Iglesia. En cambio he defendido, siquiera incidentalmente, las ideas y los sentimientos cristianos en todos los períodos de mi vida. Si recuerdo un artículo de 1901 es porque entonces le acometió al pueblo de Madrid uno de los accesos de anticlericalismo que hubo de padecer en el curso del siglo XIX. Varios sucesos concurrieron al éxito de un drama antirreligioso llamado Electra, escrito por Galdós, nuestro gran novelista. Fuí uno de los escritores jóvenes que asaltaron el escenario del teatro Español para aclamar al autor. Mas, para mostrar que mi actitud no se debía a anticlericalismo, sino puramente a respeto literario por Galdós, escribí y publiqué en aquellas semanas el elogio de las jóvenes que preferían la vida del claustro a la del mundo, tesis antagónica a la de Electra.

Si no se rompieron del todo mis lazos con la Iglesia se debe, en parte, a la influencia de tres personas: don Emeterio de Abechuco, párroco de la Iglesia de San Miguel, en Vitoria, donde fuí bautizado, quien me preparó muy especialmente para la primera comunión, haciéndome ir a su casa por las tardes, para explicarme detalladamente los dogmas de la Iglesia. El recuerdo de don Emeterio, altísimo y ascético, huesudo y grave, amigo de los libros y muy caritativo, quedó en mi mente fijo como modelo de rectitud y de bondad. La segunda persona fué una criada guipuzcoana, Magdalena Echevarría, que vivió en nuestra casa cuarenta años; trataba de tú a todos los hermanos y era tratada de usted por nosotros, que la respetábamos como a una segunda madre, porque lo curioso de aquella mujer es que sin haber aprendido a leer y escribir, ni siquiera a hablar bien el castellano, era clarividente en cuestiones de moral, se desvelaba por el honor de la familia, y aunque sólo últimamente he llegado a entender que su genio moral se debía a la intensidad de su vida religiosa, siempre la tuvimos los hermanos por santa o poco menos y nos parecía el prototipo de la abnegación. La tercera, Manuel de Zurutuza, fué un amigo de la primera juventud, en quien admiraba el juicio penetrante y la conducta de caballero cristiano, y que fué la primera persona que me mostró prácticamente la posibilidad de conciliar la inteligencia con la fe. Aquí he de decir que en el último tercio del pasado siglo reinaba en el Norte de España el prejuicio de suponer que las gentes inteligentes eran poco piadosas y las piadosas poco inteligentes. Creo que los recuerdos de estas tres almas creyentes y queridas se hubieran bastado para apartarme de la tentación materialista de negar la existencia del espíritu, pero permanecía alejado de la Iglesia, porque no veía sus remedios para los males de mi patria, y es probable que de no haberme puesto a estudiar filosofía, no hubiera llegado nunca a preguntarme en serio si era católico o no lo era, porque el periodismo es dispersión del alma, y a fuerza de ocuparme cada día de temas episódicos, se me pasaba el tiempo sin reflexionar nunca en los centrales, por lo que habré tardado unos veinte años en buscar el camino que San Agustín hizo de un vuelo en diez minutos.

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Recuerdo y homenaje al Capitán Crodreanu


por Miguel Menéndez Piñar

Tomado del Blog de Cabildo


ubo un tiempo de gloria en que la Fe formaba los cimientos de toda milicia y la milicia era la prolongación de una vida consagrada a la Fe. Un tiempo que jamás puede ser exclusivo del pasado y, si así lo fuera, nada valdría el presente y menos aún el futuro que está por venir.

A quien armoniza en su vida la Fe y la milicia es justo llamarle héroe. El heroísmo es la milicia extrema al servicio de la Fe y la esencia de la vocación juvenil que el hombre abraza. Y cuando el héroe, encarnando la Fe en la milicia, entrega la vida y la sangre testimoniando ese compromiso inalterable, decimos que ha pasado a ser mártir. Es entonces cuando culmina, con letras de oro en el libro de la Historia, el paradigma sempiterno del combatiente cristiano.

Ochenta años después, recordamos con profunda emoción, la vida y la obra de Cornelio Zelea Codreanu, maestro y capitán.

Maestro, siendo todavía universitario, de estudiantes y profesores. Predicó a los suyos con la elocuencia propia de quien domina la palabra, porque la palabra le poseía. Nadie como él supo analizar, primero, y dinamitar después, el saqueo judeo-bolchevique en que se vio envuelto el pueblo rumano. Porque no sólo les fueron robados los bolsillos, causa ya justa para levantarse, sino algo más profundo y superior. Les arrebataron la Fe y la Patria, lo más valioso, la Santa Causa por la que el hombre está dispuesto a ofrecer su vida e incluso a batirse hasta el final en el campo de batalla.

Enseñó, por todos los rincones de Rumanía el amor que se debe tributar al semejante, a la familia, a la nación; y sobretodo, amor sin fisuras a Dios. Cumplió, intachablemente, su misión de maestro, alzando la bandera, jamás arriada, de la Verdad, “oportuna e inoportunamente predicada”. La vida de Codreanu, imagen perfecta de su palabra, nos hace llamarle, justamente, héroe. Como consecuencia de su palabra y su vida, fue asesinado, junto con trece de sus legionarios, la noche del treinta de noviembre de mil novecientos treinta y ocho. Justo es, también, llamarle mártir.

Capitán. Capitán Codreanu, al frente de la Legión de San Miguel Arcángel, que él mismo fundó, donde se forjaba la mejor juventud rumana. La Fe era la exigencia necesaria para formar parte de la Guardia de Hierro junto al compromiso militante de aceptar el puesto de mayor abnegación, el más austero y sacrificado, el último y más servicial. Muchas veces, también, el más arriesgado. Supo fundar y ordenar, era, el Capitán, la referencia de todo acto y pensamiento, el líder indiscutible al que tantos siguieron hasta el final. Guía y líder del pueblo, adalid y caudillo con tan pocos años y con tanta jefatura que jóvenes y mayores, obreros y catedráticos, agricultores y abogados, se cuadraban ante él en espera de un consejo, una orden o una consigna.

La Religión frente al paganismo que estaba disolviendo el componente espiritual del hombre y el pueblo. La Patria, amada, ensalzada y defendida, contra el comunismo internacionalista, que mediante las garras de Sión, despedazaba la conciencia nacional y hasta la tierra misma de Rumanía. La verticalidad de cada acto, que tendía a la perfección, pues todo se hacía como ofrecimiento a Dios por el bien de la Patria. Héroe, sí, justamente, “combatiendo los nobles combates de la Fe” que nos describiera San Pablo. Héroe, pues la exigencia de ese espíritu empezaba por él mismo. Héroe, forjador de héroes cristianos y combatientes, y por eso le mataron. Es de justicia, otra vez, llamarle mártir.

Habiendo pasado ochenta años de su martirio se sigue escuchando sus férreas palabras, en forma de arenga, que con el eco poético de su admirable vida nos sigue repitiendo: “antes que nuestros cuerpos se consuman y se agote nuestra sangre es preferible morir en los montes peleando por nuestra Fe”.


La Sábana Santa, imagen de Cristo muerto (7)



por el R. P. Raimondo Sorgia, OP


7. La prueba que convenció a Juan



aría de Magdala acaba de llegar a casa de los amigos y, con la respiración entrecortada por la emoción, les cuenta que la tumba donde la otra noche depositaron el cadáver del Maestro ya no está cerrada por la pesada rueda de piedra: «¡Se han llevado el Señor! Y ¡quién sabe dónde lo habrán escondido!»

Superado el primer instante de sorpresa, obedeciendo a su naturaleza impulsiva, Pedro se levanta y se pone en camino. A su lado va Juan.

El más joven de los dos será también el más rápido y el primero en asomarse a la entrada de la tumba excavada en la ladera de la colina. No hay ni rastro de Jesús. No entra, pero su mirada se dirige enseguida hacia la losa sobre la que, con sus amigos, depositaron a su Maestro. «Sus ropas –escribe más tarde– estaban allí, en el suelo».

Ha llegado Pedro, que entra rápidamente; efectivamente, las vendas están por un lado; la Sábana plegada sobre sí misma, junto al paño que ha servido como sudario...

Juan está observando cada detalle. Reflexiona. Tiene un nudo en la garganta y, mientras se acerca a Pedro, comprende de repente que Jesús tiene que haber resucitado verdaderamente.

¿Por qué? –nos preguntamos–. Puede que esté aquí, en estas pocas líneas del Evangelio, absolutamente simples en apariencia, el motivo de aquella repentina conversión del más joven de los Apóstoles a la fe absoluta en la resurrección de Jesús.

[El autor propone seguir una interpretación de Jn 20,5-9, analizando el sentido de algunas palabras, como keimena y entetuligmenon, en el texto original griego, con lo que adquieren un significado más convincente las palabras del evangelista, que vio cómo estaban las cosas y creyó]

Mentalmente él debió revivir la escena final de aquel trágico viernes: «aquí encima depositamos el cuerpo del Señor, después de haberlo recubierto con esta sábana, asegurada con estas vendas; el rostro se lo cubrimos con este paño, anudándolo detrás de la cabeza; así es como lo dejamos». Juan está seguro. Pedro no estaba el otro día, pero él sí. Puede dar testimonio mejor que nadie.

Ahora sobre la superficie de la tumba están la Sábana, las vendas que la envolvían y el sudario. Todo en regla, salvo que el cuerpo ya no está. «Pero la Sábana está como doblada sobre sí misma y suelta; y lo mismo las vendas; y el sudario que habíamos atado en la cabeza del maestro está exactamente en la misma posición que la otra noche. Nadie lo ha soltado... Todo el envoltorio conserva incluso por algunos sitios como la forma del cuerpo. ¿Cómo ha podido salir el Maestro, sino espiritualizando su propio cuerpo y luego resucitando verdaderamente, como nos había dicho, aunque nosotros no lo hubiésemos entendido?»

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5 de Diciembre, Conmemoración de San Sabas, Abad





abas es el fundador de la llamada Grande Laura al lado del valle de Cedrón, a las puertas de Jerusalén. Había nacido en Mutalasca, cerca de Cesarea de Capadocia, en el 439, y después de haber pasado algún tiempo en el monasterio de su pueblo, en el 457 pasó al de Jerusalén fundado por Pasarión, pero éste no satisfizo sus aspiraciones. Y al contrario de muchos monjes que abandonaban su convento para correr a las grandes ciudades a llevar una vida poco edificante, Sabas, deseoso de soledad, durante una permanencia en Alejandría pidió y obtuvo el permiso para retirarse a una gruta, con el compromiso de regresar todos los sábados y domingos a hacer vida común en el monasterio.

Cinco años después, de regreso a Jerusalén, fijó su domicilio en el valle de Cedrón, en una gruta solitaria, a donde entraba por una pequeña escalera hecha con lazos. Según parece, esa escalera reveló su escondite a otros monjes deseosos como él de soledad, y en poco tiempo, como en un gran panal, esas grutas inhóspitas en la pared rocosa se poblaron de solitarios pero no ociosos habitantes.

Así nació la Grande Laura, esto es, uno de los más originales monasterios de la antigüedad cristiana. Sabas, con mucha paciencia y al mismo tiempo con indiscutible autoridad, gobernó ese creciente ejército de ermitaños organizándolos según las reglas de vida eremítica ya establecidas un siglo antes por San Pacomio. Para que la guía del santo abad tuviera un punto de referencia en la autoridad del obispo, el patriarca de Jerusalén lo ordenó sacerdote en el 491. Sabas, a pesar de su predilección por el total aislamiento del mundo, no rehuyó sus compromisos sacerdotales. Fundó otros monasterios, entre ellos uno en Emaús, y tomó parte activa en la lucha contra la herejía de los monofisistas, llegando al punto de movilizar a todos sus monjes en una expedición para oponerse a la toma de posesión de un obispo hereje, enviado a Jerusalén por el emperador Anastasio.

Ante el emperador de Constantinopla, San Sabas puso en escena una representación de mímicas para demostrar con la evidencia de las imágenes coreográficas la triste condición del pueblo palestino agobiado por pesados impuestos y uno en particular, correspondiente al IVA, que perjudicaba a todos los comerciantes, pero sobre todo al pueblo. Cuando murió, el 5 de Diciembre del 532, toda la región quiso honrarlo con espléndidos funerales. En Roma, en el siglo VII, por obra de los monjes griegos surgieron sobre el monte Aventino un monasterio y una basílica dedicados a él y que le dan el nombre a todo el barrio.

4 de diciembre de 2008

Algo más de Buena Música

1.- Haendel. Concerto a due cori in F Major (HWV 333)/ Rachel Podger



2.- Haendel. Concerto a due cori in F Major (HWV 333)/ Rachel Podger



3.- Haendel. Concerto a due cori in F Major (HWV 333)/ Rachel Podger



4.- Haendel. Concerto a due cori in F Major (HWV 333)/ Rachel Podger



5.- Haendel. Concerto a due cori in F Major (HWV 333)/ Rachel Podger



George Frideric Handel (1685 - 1759).

Concerto a due cori no.2 in F major (HWV 333).

5th mov.

Orchestra of the Age of Enlightenment.
Freiburg Baroque Orchestra.

Dir: Rachel Podger.

The second of George Frideric Handel's three Concerti a due cori (Concertos for strings and two wind groups), the Concerto a due cori No. 2 in F major, HWV 333, was written sometime during the first few months of 1748, or possibly the final days of 1747, and was first played to the public at Covent Garden on March 23, 1748 as part of a rich musical evening whose centerpiece was the brand new English oratorio Alexander Balus.

At that time, it was customary to bolster performances of even the largest compositions (especially oratorios, a form that the English public didn't quite yet know just what to do with) with a handful of instrumental pieces - at the premiere of the oratorio Alexander's Feast, for instance, no fewer than three of Handel's best-loved, large-scale instrumental works were first performed. Handel was an almost absurdly busy man, even during the 1740s and 1750s, when he was of an age when many composers have long been resting on their laurels, so to speak, and producing music so fast and at such volume is not at all easy. It was probably due more to this than to any other factor that so many of his instrumental pieces are in fact re-compositions, or sometimes transcriptions, of already existing works of music; sometimes, as is the case with the Concerti a due cori, the plundered works are Handel's own, but other times, as with the Ode for St. Cecilia's Day, HWV 76, he extracted themes and even whole passages from other composers' works, quite shamelessly it would seem to modern sensibilities.

Handel drew from three of his own English oratorios when putting the five-movement Concerto a due cori No. 2 in F major together: the Occasional Oratorio, Esther, and a work then rather unknown but of course now the one work upon which Handel's public fame rests, the Messiah. The Concerto is scored for an orchestra consisting of the usual strings and basso continuo, to which have been added two identical woodwind quintets (two oboes, two horns, and one bassoon each, for a total of ten wind players) that very often take over melodic lines given to singers in the original choral versions of the music Handel adapted. At times, Handel uses this unique three-fold instrumentation to create a very enjoyable kind of antiphonal effect. One will sometimes hear the Concerto a due cori No. 2 in F major performed by just two horn players as a kind of double concerto, but this is not really in keeping with Handel's intent, and of course such a performance lacks most of the antiphonal and echo effects that are so key to the piece.

The Overture is in the usual two-part form, beginning regally (Handel marks the opening Pomposo) and then proceeding with bright fanfare gestures - initiated by the horns, naturally - in the Allegro second half. The second movement is sewn from that happy, rhythmically-bouncing silk that has made Messiah so famous, while the Largo that follows is cast in a plaintive D minor; the strings begin things, the winds creep in almost unnoticed a few bars later. The Allegro ma non troppo movement is again festive (here antiphonal effects take the spotlight), the final A tempo ordinario perhaps more outwardly relaxed than some of the work's quicker movements but by no means less dramatic, as the sparkling oboe duet - competition, one might say - that breaks out twenty seconds into the movement demonstrates quite clearly.

4 de Diciembre, Conmemoración de Santa Bárbara, Vírgen y Mártir






mperando en Oriente Maximino, hubo en la ciudad de Nicomedia un caballero noble y poderoso, llamado Dióscoro, hombre feroz y muy dado al culto de sus falsos dioses. Tenía una sola hija llamada Bárbara, doncella de extremada belleza y de costumbres muy contrarias a las de su padre; el cual para apartarla de los ojos de los hombres que la codiciaban, y porque sospechó que estaba en comunicación con los cristianos la encerró en la torre de una granja, donde había mucha comodidad...
Holgóse la santa doncella con este encerramiento, porque era amiga de soledad y quietud; y fue tanto lo que Dios obró en su alma en aquel retiro, que dando de mano a todos los gustos de la carne, determinó Bárbara consagrarle su pureza.
Andando el tiempo, quísola su padre casar; mas ella se resistió, diciendo que ya tenía esposo y Esposo inmortal. No se puede creer el furor que cobró Dióscoro entendiendo que su hija Bárbara era cristiana. Por no perder la gracia del emperador, hízola prender y conducir al tribunal de Marciano, que era allí presidente, el cual con blandas palabras quiso derribarla; y trocando la blandura y suavidad fingida en crueldad verdadera, mandóla desnudar y azotar con nervios de bueyes, y luego con un cilicio fregar las heridas; con lo cual quedó su cuerpo manando por todas partes arroyos de sangre. Echada de nuevo en la cárcel, le apareció su esposo, Jesucristo y la sanó y le dio fuerzas para los restantes combates.
Otro día, llevada a la segunda audiencia, viéndola el presidente del todo sana, quedó pasmado y de nuevo con halagos procuró inducirla a que adorase los ídolos; mas como respondiese ella con el valor que a esposa de Cristo convenía, mandó a los verdugos que descarnasen sus costados con peines de hierro, y luego la abrasasen con hachas encendidas, y con un martillo golpeasen su cabeza. Estaba en estos tormentos la valerosa virgen, puestos en el cielo sus ojos y el corazón, hablando, dulcemente con su divino Esposo, pidiéndole favor y prometiendo le fidelidad. Adelantando la crueldad del tirano, hízole cortar los pechos y mandó que la sacasen a la vergüenza por las calles públicas de la ciudad, y que la fuesen azotando para mayor vergüenza y escarnio; pero el Señor, la amparó y cubrió su cuerpo con una claridad maravillosa, con que no pudo ser vista de los ojos profanos.
Volviéronla al tribunal, y el presidente la mandó al fin degollar. A todo este espectáculo había estado presente el bárbaro padre. ¡Quién lo creyera! y él fue quien con permiso del juez le dio muerte por su mano. Vengó Dios tanta crueldad, porque al poco tiempo, volviendo el padre del monte a su casa, un rayo del cielo súbitamente le mató, y le privó de la vida temporal y eterna, y lo mismo le aconteció al presidente Marciano.
El cuerpo de santa Bárbara lo recogió un varón religioso y pío, llamado Valenciano, y entre, cánticos y salmos lo colocó honoríficamente En un lugar llamado Gelasio, donde el Señor por su intercesión obró grandes milagros.

Con domicilio en Olivos


por el Dr Hugo Esteva

tomado de Nuevo Encuentro



poltronado en la quinta presidencial, Néstor Kirchner prepara su impunidad. Para eso no tiene pudor de emplear las artimañas de la mayor cobardía política: en una nueva muestra de la hipocresía con que enerva los ánimos de la nación, va a aprovechar su circunstancial domicilio para legitimar una candidatura legislativa en la provincia de Buenos Aires, sitio al que bajo ningún punto de vista representa.

Otra vez manipulando los resortes más bajos de un sistema electoral que se devora a sí mismo, para jugar un partido con final arreglado como es apuntarle al cantado capital del peronismo bonaerense. Pero demostrando, al mismo tiempo, que ni siquiera puede contar con apoyo genuino en su provincia de origen, y quizás allí menos que en ninguna parte.

Así es cómo Kirchner se prepara para ser el mayor usufructuario de 25 años de democracia en la Argentina. Años de hierro, esos sí, para el bienestar concreto de la patria y de su pueblo. Veamos, si no, qué ha significado este cuarto de siglo para la nación. Sin pretender fatigar ni fatigarse pormenorizando puntualmente lo ocurrido, observemos brevemente cuánto más débiles somos, cuánto peor nos va a cada uno de los argentinos que cuando arrancó esta experiencia nacida de la derrota de Malvinas.

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La Inmaculada Concepción de Nuestra Señora


por el Bachiller Céspedes

Enviado por
Stat Veritas




lara luz, lumbrosa estrella,
lucero de la mañana,
Madre Virgen la más bella,
la más limpia y sin querella
de nuestra miseria humana:
¿qué saber sabrá decir,
ni qué sentido sentir
vuestra excelencia infinida?
Que quien no tiene medida
muy mal se puede medir.


o no sé loor que daros,

con que más holguéis vos,
ni con qué más agradaros,

sino con siempre llamaros,
Virgen y Madre de Dios.
Deciros fuente sellada,
deciros puerta cerrada,
y de aguas vivas un pozo;
no sentiréis tanto gozo,
cuanto en ser Madre llamada.

orque por Madre ganasteis
ser de culpa preservada:
por Madre de Dios gozasteis
de un gran nombre que cobrasteis,
que es de ser nuestra abogada.
Por Madre de Dios graciosa,
sois Madre, Hija y Esposa:
por Madre de Dios que os quiso,
sois, Reina del paraíso,
después de él la más preciosa.


or Madre de Dios tenéis

la mano en nuestra concordia:
por Madre de Dios podéis
llamaros, cuando queréis,
Madre de misericordia.
Por Madre de Dios querida,
que es la vida, sois Vos vida:
por Madre, nuestra esperanza,
por Madre, nuestra holganza,
por Madre, nuestra escogida.

or Madre de Dios tenemos
en el cielo a vos por Madre:
por Madre de Dios podemos,
cada hora que queremos,
alcanzar perdón del Padre.
Del Hijo Madre os llamamos
desterrados los que estamos;
por Madre de Dios se espera,
que nos seréis medianera,
para que a la gloria vamos.


La Confesionalidad de los Estados: un deber moral universal e inmutable




por José María Permuy Rey


rente a los que opinan que se trata de un asunto opinable, la confesionalidad del Estado es un deber moral exigido por la ley natural y, por tanto, universal e inmutable. El Estado debe actuar y legislar en conformidad con la ley natural, y el primero de los preceptos de esa ley es amar a Dios sobre todas las cosas, adorándole y dándole el culto establecido por El.

El Magisterio de la Iglesia ha sido constante y unánimemente partidario de la confesionalidad del Estado, y aquello que ha sido enseñado por la Iglesia siempre y en todas partes ha de ser creído como verdad de fe.
La ley es una prescripción de la razón, en orden al bien común, promulgada por aquel que tiene el cuidado de la comunidad.
Ley natural es la ley eterna inscrita en la naturaleza.
Así pues, cuando León XIII, en su encíclica Inmortale Dei, sobre la constitución cristiana de los Estados, enseña que los Estados están obligados a dar culto a Dios porque así lo ordenan la razón y la naturaleza, está afirmando que ese deber moral de los Estados viene imperado por la ley natural.
La ley natural es universal. Obliga a todos los hombres de todos los tiempos y lugares, cualesquiera que sean sus creencias.
La ley natural es inmutable, no puede cambiar jamás, y ninguna situación o circunstancia puede modificar el contenido de la ley.
De todo ello se sigue que el deber moral que obliga a las comunidades políticas a dar culto a Dios es universal e inmutable. No es un mero consejo sostenido por la Iglesia en coyunturas distintas a la época actual, que puede ser atendido o desatendido en función de los cambios acaecidos en la sociedad. No es una opinión que pueda ser admitida o rechazada libremente.
Desde hace unas décadas, lamentablemente, muchos eclesiásticos dicen que los Estados no deben o no pueden profesar su fe en Dios. Que no es competencia del Estado creer o no en Dios, sino tan sólo permitir que las distintas confesiones religiosas puedan expresarse y actuar libremente en la vida social, sin que exista ningún tipo de coacción por parte del Estado. Es lo que el beato Pío IX condenaba en el Syllabus definiéndolo como la Iglesia libre en el Estado libre.
Sin embargo, muchos de esos mismos eclesiásticos no dejan de recordar que los Estados deben respetar la ley natural. Si es así (que lo es), ¿no es igualmente cierto que el decálogo es expresión revelada de la ley natural, y que el primero de los mandamientos es amar a Dios sobre todas las cosas, adorándole y rindiéndole el culto que le es debido? Pues si los Estados han de actuar en conformidad con la ley natural, y si adorar a Dios y darle culto es el primero de los mandamientos de la ley revelada pero al mismo tiempo natural, es evidente la contradicción en que incurren dichos eclesiásticos.
Aparte de ello, cabría preguntarse por qué adherirse a ellos y no a León XIII y a todos los papas y obispos que durante siglos y siglos han defendido la confesionalidad de los Estados. Eso sí, con una diferencia: la tesis de que los Estados no deben dar culto a Dios ni profesar religión alguna es muy reciente y no es unánime. La tesis contraria, aun cuando no haya sido definida solemnemente como dogma, cuenta con el aval de siglos de unánime magisterio, y no olvidemos que aquello que ha sido creído siempre y en todas partes por la Iglesia, aunque se trate de magisterio ordinario y no extraordinario, ha de ser tenido por verdad de fe del mismo modo que los dogmas proclamados por el Papa ex cátedra o por un Concilio ecuménico.
La confesionalidad de los Estados es –recapitulando lo hasta aquí escrito– un deber moral derivado de la ley natural y enseñado siempre y unánimemente por la Iglesia (al menos hasta hace cuarenta años). No es doctrina mudable ni discutible.
Pero demos un paso más.
León XIII, en la encíclica arriba citada, sigue enseñando que, partiendo de que la ley natural obliga al Estado a profesar la fe en Dios y darle culto, no basta con tributar un culto cualquiera, sino que ha de rendirle el culto por El mismo querido y establecido, que es el culto católico, y, para ello, el Estado no sólo no puede desentenderse de toda religión, sino que tampoco puede considerar a todas por igual. El Estado está obligado a reconocer y profesar aquella religión que ha sido revelada por Dios como única verdadera, esto es, la católica. Máxime en aquellas naciones en que la sociedad es mayoritariamente católica.
No basta, pues, con que el Estado sea confesional, sino que debe ser específicamente católico si se trata de la organización política de una sociedad que mayoritariamente profesa con entera libertad la religión católica.
En esto consiste, básicamente, el deber moral de las sociedades para con Cristo y su Iglesia del que habla el Concilio Vaticano II en la Declaración Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa, en la cual se advierte que el Concilio deja íntegra la doctrina católica tradicional al respecto. Razón por la cual, los obispos españoles presentes en el II Concilio Vaticano escribieron que éste no se oponía a la confesionalidad católica de los Estados.
Sorprende que desde entonces, transcurridas cuatro décadas, sean cada día más los católicos (políticos y obispos especialmente) que se escudan en el Concilio Vaticano II para decir precisamente todo lo contrario: que del Concilio se sigue el rechazo de la confesionalidad de los Estados.
No es verdad.
En uno de sus párrafos, la Declaración Dignitatis humanae afirma que si un Estado desea profesar una determinada religión, debe asimismo garantizar la libertad religiosa.
Ello quiere decir, obviamente, que el Vaticano II no ve incompatibilidad entre la confesionalidad del Estado y la libertad religiosa. Si así fuera, pediría que los Estados confesionales, en aras de la libertad religiosa, dejaran de serlo. Y no es así. Luego no hay rechazo ni condena del Concilio Vaticano II a la confesionalidad de los Estados. Y muchísimo menos a la confesionalidad católica, que forma parte de la doctrina tradicional que el Concilio dice dejar íntegra.
Sostener que los Estados no deben ser confesionales implica alguna de las siguientes negaciones:
1º Negar que los Estados deban reconocer la ley natural, cuyo primer mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas.
2º Negar que aquellas enseñanzas que han sido mantenidas por la Iglesia siempre y en todas partes tienen el carácter de verdades de fe católica, puesto que la confesionalidad de los Estados ha sido defendida por la Iglesia a lo largo de casi dos mil años de manera constante y unánime.
3º Negar la infalibilidad de la Iglesia, en caso de reconocer que la doctrina de la confesionalidad es una verdad de fe indiscutible por haber sido propuesta unánime y constantemente durante siglos.
4º Negar que la confesionalidad del Estado, a pesar del magisterio multisecular unánime y constante en su favor, es una verdad de fe de obligada creencia. ¿No supone ello el peligro de poner en tela de juicio muchas verdades católicas que no han sido definidas de modo extraordinario y aun el hecho mismo de que puedan ser consideradas como definitivas verdades que no cuenten con el respaldo de una definición ex cátedra o la proclamación de un Concilio Ecuménico? ¿Podrían ser revocadas en un futuro las enseñanzas de la Iglesia sobre los anticonceptivos o la clonación, por ejemplo?
Si la confesionalidad del Estado fuera opinable, lo sería tanto para impugnarla como para propugnarla. Los católicos partidarios de la confesionalidad no estaríamos obligados a adherirnos a las opiniones de obispos o Papas en contra. Pero lo cierto es que los argumentos en contra de la confesionalidad carecen de base sólida: no se hallan en la sagrada Escritura, se oponen a la Tradición y chocan con el Magisterio perenne de la Iglesia Católica. No hay ningún fundamento para pensar que se trata de una doctrina opinable.

Las grandes herejías (1)



por Hilaire Belloc
Capítulo 1

Introducción. ¿Qué es una Herejía?

¿Qué es una herejía y cual es la importancia histórica de algo así?
Al igual que la mayoría de las palabras modernas, “herejía” se utiliza tanto de un modo vago como diverso. Se la utiliza vagamente porque la mente moderna es tan adversa a la precisión cuando se trata de ideas como enamorada está de la precisión cuando se trata de medidas. Y es utilizada en forma diversa porque, de acuerdo a la persona que la utiliza, puede llegar a significar cualquiera de al menos cincuenta cosas.
Actualmente, para la mayoría de las personas (de las que utilizan el idioma inglés) la palabra “herejía” connota disputas pasadas y olvidadas, y antiguos prejuicios contrarios a un examen racional. Por consiguiente, se piensa que la herejía carece de interés contemporáneo. El interés en la herejía está muerto porque la herejía tiene que ver con cuestiones que ya nadie toma en serio. Se comprende que una persona puede interesarse en una herejía por curiosidad arqueológica, pero difícilmente resulte comprendido si llega a afirmar que la herejía ha tenido un gran efecto sobre la Historia y sigue siendo, hoy mismo, un impulso contemporáneo viviente.
Y sin embargo, la cuestión de la herejía en general tiene altísima importancia para el individuo y para la sociedad. Y la herejía en su significado particular (que es el de la herejía en la doctrina cristiana), es de especial interés para cualquiera que desee entender a Europa, al carácter de Europa, y a la Historia de Europa. Porque la totalidad de esa Historia, desde el surgimiento de la religión cristiana, ha sido la Historia de luchas y cambios, mayormente precedidos, con frecuencia aunque no siempre causados, y ciertamente acompañados por diversidades de doctrina religiosa. En otras palabras, “la herejía cristiana” es un subconjunto especial de primerísima importancia para la comprensión de la Historia europea porque, junto con la ortodoxia cristiana, constituye el acompañante y el agente constante de la vida de Europa.
Debemos comenzar con una definición, aunque el definir implique un esfuerzo mental y, por lo tanto, resulte antipático.
La herejía es la dislocación de una estructura completa y autosostenida mediante la introducción de la negación de una de sus partes esenciales.Por “estructura completa y autosostenida” entendemos cualquier sistema afirmativo en física, matemáticas, filosofía o lo que fuere, en el cual las distintas partes son coherentes entre si y se sostienen mutuamente.
Por ejemplo, la antigua estructura de la física, frecuentemente llamada “newtoniana” en Inglaterra por haber sido Newton quien mejor la definió, es una estructura de esta clase. La variedad de cosas que se afirman en ella acerca del comportamiento de la materia, y especialmente la ley de la gravedad, no constituyen afirmaciones aisladas de las que cualquiera podría ser extraída sin desordenar el resto; por el contrario, son todas parte de una misma concepción o unidad de modo tal que, si modificamos una parte, la totalidad deja de funcionar.

4 de Diciembre, Festividad de San Pedro Crisólogo, Obispo, Confesor y Doctor




an Pedro nació en Imola, en la Emilia oriental. Estudió las ciencias sagradas, y recibió el diaconado de manos de Cornelio, obispo de Imola, de quien habla con la mayor veneración y gratitud. Cornelio formó a Pedro en la virtud desde sus primeros años y le hizo comprender que en el dominio de las pasiones y de sí mismo residía la verdadera grandeza y que era éste el único medio de alcanzar el espíritu de Cristo.

Elegido Obispo de Ravena - 433 AD.
Según la leyenda, San Pedro Crisólog fue elevado a la dignidad episcopal de la manera siguiente: Juan, el arzobispo de Ravena, murió hacia el año 433. El clero y el pueblo de la ciudad eligieron a su sucesor y pidieron a Cornelio de Imola que encabezase la embajada que iba a Roma a pedir al Papa San Sixto III que confirmase la elección. Cornelio llevó consigo a su diácono Pedro. Según se cuenta, el Papa había tenido la noche anterior una visión de San Pedro y San Apolinar (primer obispo de Ravena, que había muerto por la fe), quienes le ordenaron que no confirmase la elección. Así pues, Sixto III propuso para el cargo a San Pedro Crisólogo, siguiendo las instrucciones del cielo. Los embajadores acabaron por doblegarse. El nuevo obispo recibió la consagración y se trasladó a Ravena, donde el pueblo le recibió con cierta frialdad. Es muy poco probable que San Pedro haya sido elegido en esta forma ya que el emperador Valentiniano III y su madre, Gala Placidia, residían entonces en Ravena y San Pedro gozaba de su estima y confianza, así como de las del sucesor de Sixto III, San León Magno.

Cuando San Pedro llegó a Ravena, aún había muchos paganos en su diócesis y abundaban los abusos entre los fieles. El celo infatigable del santo consiguió extirpar el paganismo y corregir los abusos. Se distinguió por la inmensa caridad e incansable vigilancia con que atendió a su grey, exponiéndoles con suma claridad doctrinal la palabra de Dios. Escuchaba con igual condescendencia y caridad tanto a los humildes como a los poderosos.

En la ciudad de Clasis, que era entonces el puerto de Ravena, San Pedro construyó un bautisterio y una iglesia dedicada a San Andrés.

Sermones
En el siglo IX, se escribió una biografía de San Pedro que da muy pocos datos sobre él. Alban Butler llenó esa laguna con citas de los sermones del santo.
Se conservan 176 homilías de estilo popular y muy expresivas. Son todas muy cortas, pues temía fatigar a sus oyentes. Explican el Evangelio, el Credo, el Padre Nuestro y citas de santos para imitación y exaltación de las virtudes del verdadero cristiano. En una homilía define al avaro como "esclavo del dinero", mientras que para el misericordioso el dinero es "siervo".

Sus sermones, al lector moderno, no le parecerán modelos de elocuencia. Pero la vehemencia y la emoción con que predicaba a veces le impedía seguir hablando. Aunque el estilo oratorio de San Pedro no sea perfecto si es, según Butler "exacto, sencillo y natural". Una vez mas se demuestra que la capacidad persuasiva de los santos no depende de elocuencia natural sino en la fuerza del Espíritu Santo que toca, por medio de ellos, a los corazones.

San Pablo: "Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios." (I Corintios 2:3-5)

San Pedro predicó en favor de la comunión frecuente y exhortó a los cristianos a convertir la Eucaristía en su alimento cotidiano. Sus sermones le valieron el apelativo "crisólogo" (hombres de palabras de oro") y movieron a Benedicto XIII a declarar al santo doctor de la Iglesia, en 1729.

Sumisión a la fe
Eutiques, archimandrita de un monasterio de Constantinopla escribió una circular a los prelados más influyentes, entre ellos a San Pedro Crisólogo. Les hacía una apología sobre la doctrina monofisita (una sola naturaleza en Cristo) en la víspera del Concilio de Calcedonia. Pedro le contestó que había leído su carta con la pena más profunda, porque así como la pacífica unión de la Iglesia alegra a los cielos, así las divisiones los entristecen. Y añade que, por inexplicable que sea el misterio de la Encarnación, nos ha sido revelado por Dios y debemos creerlo con sencillez. Exhorta a Eutiques a dirigirse al Papa León, puesto que "en el interés de la paz y de la fe no podemos discutir sobre cuestiones relativas a la fe sin el consentimiento del obispo de Roma". Eutiques fue condenado por San Flavio el año 448.

Final de su vida
Ese mismo año, San Pedro Crisólogo recibió con grandes honores en Ravena a San Germán de Auxerre; el 31 de julio, ofició en los funerales del santo francés, y conservó como reliquias su capucha y su camisa de pelo. San Pedro Crisólogo no sobrevivió largo tiempo a San Germán. Habiendo tenido una revelación sobre su muerte próxima, volvió a su ciudad natal de Imola, donde regaló a la Iglesia de San Casiano varios cálices preciosos. Después de aconsejar que se procediese con diligencia a elegir a su sucesor, murió en Imola, el 31 de julio del 451 (otras fuentes: el 3 de diciembre del 450), y fue sepultado en la iglesia de San Casiano.

San Pedro Crisólogo, ruega por nosotros para que, como tú, amemos la verdad y la demos a conocer.

Bibliografía
Butler; Vida de los Santos
Sálesman, Sálesman;
Vidas de los Santos # 3 -
Sgarbossa, Mario - Luigi Giovannini; Un santo para cada día

3 de diciembre de 2008

Los perros y la Fe


Por Juan Manuel de Prada


Tomado de ABC



an sido muchas las veces en que la fe ha sido arrojada a los perros; y, cuando ya parecía que los perros la iban a devorar, han sido los perros los que perecieron. En las deslumbrantes páginas que rematan El hombre eterno, Chesterton computa hasta cinco ocasiones (pero fueron muchas más) en que la Historia parecía que iba a presenciar el fin de cristianismo; y otras tantas en que el cristianismo volvía a alzarse de sus ruinas, mientras sus enemigos se extinguían en la noche de los tiempos. Cuando el nominalismo crece triunfante sobre los escombros de la Edad Media, aparece Tomás de Aquino en la silla de Aristóteles; cuando el Islam galopa a rienda suelta, gritan como un trueno miles de jóvenes exultantes, hijos espirituales de Francisco de Asís, que elevan al cielo un bosque de flechas; cuando el paganismo renacentista se infiltra en las mismas estructuras de la Iglesia y desemboca en la disgregación de la Reforma, surge el aguerrido Ignacio de Loyola. Y así sucesivamente en todos los crepúsculos de la Historia, una y otra vez, hasta llegar a nuestros días: cuando ya parece que la fe está a punto de sucumbir, cuando ya los hombres que la profesan parecen cansados y claudicantes, surge un movimiento que les devuelve el ímpetu; y siempre se demuestra que, cuanto más irremediable parece la claudicación, más pujante es el resurgimiento.
Y es que, como concluye Chesterton, la fe cuenta con un Dios que sabe cómo salir del sepulcro. Todas las épocas han tratado de emborrachar a sus hijos con vinos rebajados, con vinos agriados, con vinos que esconden un veneno o un somnífero; y, en todas las épocas ha terminado brotando, como una potente catarata carmesí, la fuerza nutritiva del vino original. Y los hombres que se habían resignado a emborracharse con vinos adulterados, tras probar ese vino original, han vuelto a pronunciar aquellas palabras de gratitud que pronunciaron los invitados a las bodas de Caná: «Tú has guardado el buen vino para el final». El vino adulterado de nuestra época se llama laicismo; y como todos los vinos aguachirles o ponzoñosos que se le han ofrecido a la Humanidad desde que el mundo es mundo, le dice al hombre que Dios no existe, le dice al hombre que él mismo es Dios, le promete la liberación de todas las ataduras, el Paraíso en la Tierra y un porvenir plagado de bienaventuranzas; y el hombre, engolosinado, bebe de ese vino hasta quedarse ahíto, para luego descubrir que todas esas promesas se resumen en una resaca sobresaltada de bascas y mareos.
Entonces, el hombre borracho de ese vino adulterado, mientras se deja arrastrar plácidamente por la corriente de su tiempo, mira en su derredor y descubre a lo lejos un barco frágil, zarandeado por el oleaje, que sin embargo se obstina en navegar a contracorriente. Y entonces reflexiona: «Yo tal vez esté muerto; y, puesto que nado a favor de la corriente, ni siquiera me habría dado cuenta. Pero para navegar como lo hace ese barco frágil hace falta estar vivo, porque sólo lo que está vivo puede navegar a contracorriente». Y, mientras el hombre ve pasar a su lado, arrastrados por la corriente, a todos los sofistas y demagogos que lo aturdieron con sus promesas, decide subir a ese barco al que una fuerza sobrenatural impulsa en sentido contrario. Y, subido a ese barco, vuelve a sentirse vivo.
La Iglesia es ese barco frágil que navega a contracorriente. La singladura que promete es áspera y fatigosa, a diferencia del plácido abandono que augura dejarse arrastrar por la corriente. En su sufriente itinerario, ese barco es asaltado por piratas, desgarrado por luchas intestinas, acechado por bajíos y arrecifes, zarandeado por mil tempestades, pero el timonel que lo guía jamás desvía el rumbo. Y, cuando ya parece sucumbir a las Escilas y Caribdis que le lanzan mil dentelladas, vuelve a resurgir, dejando atrás a la jauría. A veces llegan hasta la prensa ecos de ese combate sempiterno: mientras el laicismo se afana en retirar los crucifijos de las paredes, 268.000 españoles más que el año pasado han decidido colaborar a través de la declaración del impuesto sobre la renta en esa singladura a contracorriente. Son 268.000 españoles más deseosos de sentirse vivos, hartos del vino adulterado que les sirven en la taberna del laicismo. Y su número no hará sino crecer.

Juan Donoso Cortés: Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo (20)





Capítulo III

Dogma de la solidaridad.

Contradicciones de la Escuela Liberal










ada uno de los dogmas católicos es una maravilla fecunda en maravillas. El entendimiento humano pasa de unos a otros como de una proposición evidente a otra proposición evidente, como de un principio a su legítima consecuencia, unidos entre sí por la lazada de una ilación rigurosa. Y cada nuevo dogma nos descubre un nuevo mundo, y en cada nuevo mundo se tiende la vista por nuevos y más anchos horizontes, y a la vista de esos anchísimos horizontes el espíritu queda absorto con el resplandor de tantas y tan grandes magnificencias.
Los dogmas católicos explican por su universalidad todos los hechos universales, y estos mismos hechos, a su vez, explican los dogmas católicos; de esta manera, lo que es vario se explica por lo que es uno, y lo que es uno por lo que es vario; el contenido por el continente, y el continente por el contenido. El dogma de la sabiduría y de la providencia de Dios explica el orden y el maravilloso concierto de las cosas creadas, y por ese mismo orden y concierto vamos a parar a la explicación del dogma católico. El dogma de la libertad humana sirve para explicar la prevaricación primitiva, y esa misma prevaricación, atestiguada por todas tradiciones, sirve de demostración de aquel dogma. La prevaricación adámica, a un mismo tiempo dogma divino y hecho tradicional, explica cumplidamente los grandes desórdenes que alteran la belleza y la armonía de las cosas, y esos mismos desórdenes, en sus manifestaciones evidentes, son una demostración perpetua de la prevaricación adámica. El dogma enseña que el mal es una negación y el bien una afirmación, y la razón nos dice que no hay mal que no se resuelva en la negación de una afirmación divina. El dogma proclama que el mal es modal y el bien sustancial, y los hechos demuestran que no hay mal que no se resuelva en cierta manera viciosa y desordenada de ser y que no hay sustancia que no sea relativamente perfecta. El dogma afirma que Dios saca el bien universal del mal universal y un orden perfectísimo del desorden absoluto, y ya hemos visto de qué manera todas las cosas van a Dios, aunque vayan a Él por caminos diferentes, viniendo a constituir por su unión con Dios el orden universal y supremo.
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Herejes (18)




por Gilbert K. Chesterton





Capítulo XVIII.



La falacia de la joven nación







ecir de un hombre que es idealista es decir sólo que es un hombre. Aun así, sería posible realizar alguna distinción válida entre una y otra clase de idealistas. Una distinción posible, por ejemplo, podría realizarse si se afirmara que la humanidad se divide entre idealistas conscientes e idealistas inconscientes. De manera similar, la humanidad se divide en ritualistas conscientes e inconscientes. Lo curioso, tanto en ese ejemplo como en otros, es que es el ritualismo consciente el que resulta comparativamente simple, mientras que el ritualismo inconsciente es pesado y complicado. El ritual que comparativamente aparece como burdo y directo es el que la gente llama «ritualístico». Consiste en cosas sencillas, como pueden ser el pan, el vino y el fuego, y en hombres postrándose en el suelo. Pero el ritual que resulta en realidad más complejo, así como muy colorido, elaborado e innecesariamente formal es el ritual en el que la gente participa sin saberlo. No consiste en cosas sencillas, como son el pan, el vino o el fuego, sino en otras ciertamente peculiares, locales, excepcionales e ingeniosas, cosas como felpudos, picaportes, timbres eléctricos, sombreros de seda, corbatas blancas, cartas brillantes y confeti. La verdad es que el hombre moderno apenas regresa a las cosas muy viejas y muy simples, excepto cuando ejecuta alguna pantomima religiosa. El hombre moderno sólo se aparta del ritual cuando entra en una iglesia ritualista. En el caso de esas antiguas y místicas formalidades podemos decir, al menos, que el ritual no es sólo ritual; que los símbolos que se emplean son, en la mayoría de casos, símbolos que pertenecen a la poesía primaria de la humanidad. El más feroz oponente de los ceremoniales cristianos admitirá que si el catolicismo no hubiera instituido el rito del pan y el vino, probablemente lo habrían hecho otros. Cualquiera con cierto instinto poético admitirá que, para el instinto humano corriente, el pan simboliza algo que no puede simbolizarse fácilmente de ningún otro modo; que el vino, para el instinto humano corriente, simboliza algo que no puede simbolizarse fácilmente de ningún otro modo. Las corbatas blancas por la noche también son rituales, pero nada más que rituales. Nadie pretenderá que las corbatas blancas por la noche constituyen algo primigenio y poético. Nadie puede sostener que el instinto humano corriente puede tender a simbolizar, en cualquier época y en cualquier país, la idea de la noche mediante una corbata blanca. Más bien me supongo que el instinto humano corriente tendería a simbolizar la noche mediante corbatas que incorporaran alguno de los colores del anochecer, y no el blanco, tonos como el granate o el morado, corbatas de color cárdeno u oliva, o de reflejos dorados, oscuros. J. A. Kensit, por ejemplo, tiene la impresión de no ser ritualista.

3 de Diciembre, Festividad de San Francisco Javier





acido en el Castillo de Xavier, cerca de Sangüesa, Navarra, el 7 de abril de 1506; murió en la isla de Sancian, cercana a la costa de China, el 2 de diciembre de 1552. En 1525, habiendo terminado unos estudios iniciales en su país, Francisco Javier fue a París, donde entró en la escuela de Sainte-Barbe. Aquí conoció a Pierre Favre, nacido en la region de Savoya, con quien comenzó una buena relación de amistad. En esta misma escuela San Ignacio de Loyola, que ya planeaba la fundación de la Compañía de Jesús, residió durante un tiempo como invitado en 1529. Pronto se ganó la confianza de los dos jóvenes; primero Favre y posteriormente Javier se ofrecieron para la formación de la Compañía. A ellos se unieron otros cuatro: Lainez, Salmerón, Rodríguez y Bobadilla; y los siete realizaron el famoso voto de Montmartre, el 15 de agosto de 1534.

Después de completar sus estudios en París y haber ocupado allí el puesto de profesor durante un tiempo, Javier abandonó la ciudad con sus compañeros el 15 de noviembre de 1536 y volvió sus pasos hacia Venecia, donde demostró su afán y caridad atendiendo a los enfermos en los hospitales. El 24 de junio de 1537 recibió la Ordenación Sacerdotal con San Ignacio. Al año siguiente fue a Roma, y después de realizar trabajo apostólico durante algunos meses, en la primavera de 1539 participó en las conferencias que San Ignacio mantuvo con sus compañeros, preparando la fundación de la Compañía de Jesús. La orden fue aprobada verbalmente el 3 de septiembre, y antes de que fuera emitida la aprobación escrita (para lo que había que esperar un año más), Javier fue encargado de la evangelización de las Indias Orientales, a raíz de la petición en firme del rey de Portugal, Juan III. Abandonó Roma el 16 de marzo de 1540 y llegó a Lisboa hacia junio. Allí permaneció nueve meses, dando múltiples ejemplos admirables de celo apostólico.

El 7 de abril de 1541 embarcó en un navío con rumbo a la India, y después de un viaje tedioso y peligroso llegó a Goa el 6 de mayo de 1542. Pasó los primeros cinco meses predicando y atendiendo a los enfermos en los hospitales. Recorría las calles haciendo sonar una campanita e invitando a los niños a oír la Palabra de Dios. Cuando había reunido un grupo, los llevaba a la iglesia y les explicaba el catecismo. Hacia octubre de 1542 comenzó a predicar en los criaderos de perlas de la costa sur de la península, deseoso de restaurar el Cristianismo, religión que, aunque introducida años antes, había casi desaparecido debido a la falta de sacerdotes. Dedicó casi tres años a la predicación a las gentes del oeste de India, convirtiendo a muchos, y llegando en sus viajes incluso a la isla de Ceilán (Sri-Lanka. N.del t). Muchas fueron las dificultades y penas a que Javier tuvo que enfrentarse, algunas veces por motivo de las crueles persecuciones que algunos pequeños reyes del país llevaron a cabo contra los neófitos, y también porque los soldados portugueses, lejos de apoyar el trabajo del Santo, lo retrasaban con su mal ejemplo y hábitos viciosos.
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2 de diciembre de 2008

¿Degeneración? ¡Regeneración!


por José Javier Esparza


Tomado de El Manifiesto





odavía hay esperanza. Que sí. Quizá no aquí. Pero sí dentro de usted, y de su pareja, y en el vecino, y… Verá usted: yo había pensado comenzar este diario con alguna aguda reflexión, algún pensamiento brillante, tal vez alguna sentencia desgarrada. Sin embargo, el oportuno comentario de un lector de Elmanifiesto.com me ha procurado un argumento mucho mejor: la vida misma, bajo la forma de un grupo quebequés que canta a la degeneración de nuestro tiempo y, lo que es más importante, anuncia en tono de fiesta el retorno de la regeneración. Pase y vea. ¡Qué envidia!

El grupo se llama Mes Aïeux, que quiere decir “mis antepasados”. El Québec, como usted sabe, es esa fracción del Canadá colonizada por franceses desde el siglo XVI, ocupada por los ingleses a mediados del XVIII y que desde entonces ha tratado de conservar viva su identidad francesa y católica. Esta canción, titulada Degeneración, es un poema a la decadencia moderna vista a través de un linaje familiar. La letra es muy impresionante, sobre todo por lo insólito. Traducida al castellano, dice así:

Tu tatarabuelo tuvo que desbrozar la tierra
Tu bisabuelo tuvo que trabajar la tierra
Después tu abuelo tuvo que rentabilizar la tierra
Y después tu padre la vendió para hacerse funcionario
Y ahora dime, colega, qué vas a hacer tú
Con tu pequeño apartamento demasiado caro y frío en invierno
Ahora te entran ganas de ser propietario
Y por la noche sueñas con tener tu propio pedacito de tierra

Tu tatarabuela tuvo catorce hijos
Tu bisabuela tuvo casi otros tantos
Después tu abuela dijo que con tres ya era bastante
Y después tu madre no quiso tenerlos, tú fuiste un accidente
Y ahora tú, nena, cambias de pareja todo el tiempo
Cuando haces una gilipollez te salvas abortando
Pero hay mañanas en las que te despiertas llorando
Cuando por la noche has soñado con una gran mesa llena de niños

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Algo de poesía

Salmo II


uán fuera voy, Señor, de tu rebaño,
llevado del Antojo y gusto mío!
Llévame mi esperanza viento frío,
y a mí con ella disfrazado engaño.

Un año se me va tras otro año:
y yo más duro y pertinaz porfío
por mostrarme más verde mi Albedrío,
la torcida raíz de tanto daño.

Llámasme, gran Señor: nunca respondo.
Sin duda mi respuesta sólo aguardas,
pues tanto mi remedio solicitas.

Mas, ¡ay!, que sólo temo en Mar tan hondo,
que lo que en castigarme ahora aguardas,
doblando los castigos lo desquitas.