Tomado de Cabildo
Primero —corrían todavía los días de la guerra— se insistía en calificarla como una maniobra política frente a la cual había que marcar una fría distancia. No faltó el oscuro periodista de Río Negro que en carta vergonzosa a un destinatario complaciente, renegó de la gesta porque “Los sentimientos nacionales —según expresaba— no han sido favorables al progreso humano”. Hoy, este sujeto ocupa el Ministerio de Educación y Justicia, y quien recibió, aprobando, semejante correspondencia, es uno de los libretistas más cotizados de la fabulación oficial sobre los derechos humanos.
Éste es sólo un ejemplo apenas, del clima de traición en el que estamos envueltos…
Es claro que la gesta del 2 de abril era una maniobra política; de política soberana, altiva, varonil y guerrera. Por eso no la pueden perdonar los cobardes y los renegados.
Después, cuando las acciones bélicas no nos fueron favorables, se empezó a justificar y a planear la derrota con argumentos tan indignos como falsos. La moral de los vencidos reemplazó al mandato de los héroes, y para consumar sus propósitos acudieron a todos los recursos, desde la sensiblería más cursi, hasta la diplomacia del gallinero. Nadie faltó al complot aún no investigado, excepto aquellos que tenían su corazón o su cuerpo peleando en Malvinas.
Ninguno de los presentes en aquella traición han sido castigado. Por el contrario, hoy gozan de poder y de cargos importantes. Los únicos castigados y perseguidos son los que pelearon con orgullo en las dos guerras justas que se libraron en este siglo: la guerra contra el marxismo y la guerra contra el enemigo anglosajón. Si esto no sacude de rabia y no arrebata los espíritus hasta la revancha y la victoria, es porque no se tiene sangre de argentino entre las venas…
Y se nos dijo entonces —y se repite por todos lados— que gracias a la derrota hoy gozamos de democracia. Si esto es cierto, define por sí al gobierno instalado: gobierno de los claudicantes en contra de la grandeza nacional. Y si se habla de la supuesta libertad recuperada, cabe reaccionar urgentemente contra esto, con la sentencia del Gral. San Martín: “Maldita sea tal libertad. No será el hijo de mi madre el que vaya a gozar de los beneficios que ella proporciona”. Quien compensa el fracaso de las armas con el éxito de las urnas, y el dolor del abatimiento con el placer del libertinaje, es un traidor a Dios y a la Patria.
Pero no era suficiente descalificar al 2 de abril considerándolo una vulgar maniobra política. Era preciso algo más grave, algo más canallesco y ruin todavía. Era preciso borrar de la inteligencia y de los ánimos el orgullo y la pasión por la gesta reconquistadora; era preciso manosear lo ocurrido, hacernos sentir culpables por haber ido al frente. En una palabra: era preciso desmalvinizar la Argentina. Este es el único genocidio por el que nadie reclama tribunales: el estar matando la gloria y el honor de un pueblo que, como pocas veces, mereció ese nombre, peleando por su soberanía…
En Malvinas hubo sangre derramada, hubo hazañas y hubo próceres cuyos nombres ya no pronuncia ni recuerda nadie, hubo oraciones compartidas al pie de la trinchera, hubo jefes que marcharon con dignidad y subalternos que se comportaron como jefes, hubo ejemplos y testimonios inolvidables, sacrificios, abnegación, desinterés y arrojo.
Y hubo algo que no podrá negarse con películas infames o libelos canallas: ninguno de los caídos, ninguno de los muertos, acabó su vida maldiciendo la guerra. Cerraron sus ojos entre rosarios, el cuerpo hundido entre la turba, pero la cara al sol buscando los luceros; y ellos están presentes con nosotros. Que nadie se confunda: los ingleses en Malvinas recibieron la paliza del siglo y pasaron los momentos más negros en la historia de su flota pirata. Otro hubiera sido el resultado sin la ayuda de los yankees y de los chilenos, otro hubiera sido el resultado de gobernar en esas islas un caudillo guerrero en vez de un repartidor de televisores.
Y otro va a ser el resultado cuando volvamos firmes y dispuestos a vencer o morir.
Tampoco vamos a negar que necesitamos auxilio y asistencia; pero nos duele y nos llena de espanto ver tantos que utilizan su condición de excombatientes para dar lástima, o para sumarse al resentimiento del marxismo, al que jamás le importó la Nación y ahora pretende interesarse por las Malvinas y sus soldados.
El comunismo es tan apátrida como ateo, y no puede entender ni asumir como propia una guerra en la que se pelea bajo el lema “Dios y Patria o muerte”. En estos días que corren tenemos que estar alertas de un modo muy especial. La desmalvinización está manejada desde el poder político y todo lo que éste realiza aumenta nuestra derrota. Ninguna ofensiva exterior soberana funciona actualmente. Si realmente les importaran las tierras australes, en vez de proyectar un descabellado traslado de la capital empezarían por atacar con aciones y no con verborragia, empezarían por movilizar al pueblo con una mística de batalla y no adormecerlo y encanallecerlo con la pornografía. Entonces, sí, se avanzaría de verdad hacia el sur, hacia el mar, hacia el frío.
Y seríamos nosotros los primeros en enrolarnos para esa marcha grandiosa. Y en estos días que se avecinan, los excombatientes y los jóvenes debemos estar en estado de alerta. Se nos va a hablar de la paz hasta la saturación, y montones de hipócritas, a quienes nada les interesa respetar las enseñanzas de la Iglesia de Cristo, serán los primeros en hablar de la paz como si supieran lo que dicen.
Nosotros le hemos escrito al Santo Padre con el afecto y el respeto que nos merece. Le hemos escrito en nombre de la verdadera paz que nace de la justicia y del orden. Le hemos pedido que bendiga nuestra guerra justa y que al igual que en Polonia, hablándole a sus compatriotas, nos anime a resistir tenazmente y esperar la hora de la victoria marcada en el reloj universal de la historia. Y le hemos recordado al Papa unos versos de un poeta polaco que gustaba repetir el Padre Popieluszko, mártir de Cristo, asesinado por los comunistas:
“Cruces y espadas, tal es nuestro destino…
Herir por doquier la perdición y el mal
de que no terminamos de librarnos…
Gritar que somos infatigables,
que nuestro corazón quebrado en nuestro pecho
no se doblegará, no cambiará…
Y leer en los siglos la suerte elegida…
La muerte es perecedera; la fe, eterna”.
Cruces y Espadas es lo que necesitan los combatientes. Cruces y Espadas es lo que necesita la Patria para hacer realidad una consigna que venimos repitiendo desde junio de 1982: