P. Juan Croisset, S.J.
Camerino, ciudad del ducado de Espoleto, junto á la Marca de Ancona, fue patria, y al mismo tiempo teatro, del glorioso martirio de San Venancio.
Desde la edad de quince años empezó este santo mancebo á desear con ansia que conociesen todos y amasen á Jesucristo. Este celo suyo contribuía á la dilatación de la Iglesia y á la ruina de la gentilidad.
Llegó esto á oídos de Antíoco, que gobernaba aquella ciudad por orden de Decio. Y, como Venancio supiese que le habían mandado prender, él mismo se presentó y le dijo que los dioses que adoraba no eran sino hombres y mujeres de vida estragada y disoluta, invención del diablo, para que en ellos adorasen el vicio; que no hay más que un solo Dios, Criador de Cielo y Tierra, cuyo único Hijo se hizo hombre y se dejó prender y matar para libramos de la servidumbre y dé la muerte que acarrea el pecado. Irritado el gobernador al ver que un imberbe joven osase vilipendiar en su presencia el culto de los ídolos, mandó á los soldados que le prendiesen y atormentasen del modo más cruel que imaginar pudieran. Empezaron los verdugos por azotarle con tanta fiereza, que hubiera muerto en este martirio si no enviara Dios un ángel, el cual quebrantó sus prisiones y alejó á los que le maltrataban. Pero estos desventurados, en vez de ablandarse por esta maravilla, más crueles que fieras, colgándole cabeza abajo, le quemaron el cuerpo con planchas encendidas, y le abrían la boca para que, recibiendo el humo, se ahogase. Muchos de los que presenciaban estos tormentos, viendo la constancia del mártir, se convirtieron á la fe, entre los cuales se cuenta Anastasio Cornientario, admitido después á la palma del martirio.
Antioco, admirado de que Venancio no hubiese todavía muerto, quiso ver si con promesas y halagos le arrancaría de su propósito. Viendo que nada podía conseguir, le llamó y trató de inobediente á sus órdenes, mandando que le partiesen los dientes y las quijadas, y le echasen en un muladar. Le sacó de allí un ángel; y como le hubiesen llevado ante un juez para oír su
sentencia, hablándole Venancio en defensa de la religión cristiana, cayó el juez de su tribunal y murió diciendo que el Dios de Venancio era el verdadero, á quien todos debían adorar, desechando los ídolos.
Antioco, luego que llegó esto á su noticia, mandó que Venancio fuese arrojado á los leones, los cuales, olvidados del hambre y de su natural fiereza, se postraron á sus pies lamiéndole la cara, predicando el mártir entre tanto la fe de Jesucristo al pueblo que había concurrido á aquel espectáculo, y exhortándolo á que obedeciesen al verdadero Dios, supuesto que hasta las
bestias fieras se amansaban reconociéndole como á su Señor, traspasando las leyes de la naturaleza por cumplir en todo su divina voluntad. Desesperados con esto los verdugos, volvieron al Santo á la prisión.
Al día siguiente, un santo sacerdote, llamado Porfirio, se presentó á Antioco y le dijo que aquella noche había visto en sueños á todos los que bautizaba Venancio cercados de gran resplandor, y á Antioco en tinieblas.
Enfurecido Antioco, mandó luego que le degollasen, y que á Venancio arrastrasen por lugares llenos de cardos y espinas. Medio muerto salió Venancio de este martirio; á otro día le despeñaron, y tampoco quiso Dios muriese su esforzado confesor. El gobernador, ciego ya de ira y de cólera, y cada vez más empedernido y desatinado, dispuso que nuevamente le arrastrasen por lugares ásperos y pedregosos á mil pasos de la ciudad. En este martirio consiguió su corona; obrando antes el santo mártir un prodigio, que fue con la señal de la cruz sacar agua de una piedra para apagar la sed de sus verdugos.
Muchos se convirtieron á la fe á vista de esta maravilla, a los cuales, juntamente con Venancio, mandó degollar el gobernador en el mismo sitio.
A la ejecución de los Santos se siguieron grandes terremotos, y una tempestad de truenos y rayos tan espantosa, que Antíoco, aterrado, huyó, mas no pudo escapar de la venganza divina, pues al cabo de pocos días murió desastrosamente. El cuerpo de San Venancio y los de sus compañeros sepultaron honrosamente los fieles, y hoy día se veneran en una iglesia que se dedicó á San Venancio en Camerino.
Celébrase hoy la fiesta de San Venancio por decreto del papa Clemente X. Baronio dice que las actas de este santo mártir, que vio en Camerino, están llenas de inexactitudes, de las cuales ha entresacado la Iglesia lo que hay de verdad para ponerlo en su Oficio. No debe confundirse este Santo con otro del mismo nombre, obispo y mártir, de que habla el Martirologio el día 1.° de
Abril. Los que dicen que el nuestro fue obispo, no advirtieron que tenía sólo quince años cuando fue su glorioso triunfo; que fue el año 253, en la sexta persecución de la Iglesia por el emperador Decio.
Escriben de San Venancio Pedro de Natalibus y Ferrari en Los Santos de Italia.
Camerino, ciudad del ducado de Espoleto, junto á la Marca de Ancona, fue patria, y al mismo tiempo teatro, del glorioso martirio de San Venancio.
Desde la edad de quince años empezó este santo mancebo á desear con ansia que conociesen todos y amasen á Jesucristo. Este celo suyo contribuía á la dilatación de la Iglesia y á la ruina de la gentilidad.
Llegó esto á oídos de Antíoco, que gobernaba aquella ciudad por orden de Decio. Y, como Venancio supiese que le habían mandado prender, él mismo se presentó y le dijo que los dioses que adoraba no eran sino hombres y mujeres de vida estragada y disoluta, invención del diablo, para que en ellos adorasen el vicio; que no hay más que un solo Dios, Criador de Cielo y Tierra, cuyo único Hijo se hizo hombre y se dejó prender y matar para libramos de la servidumbre y dé la muerte que acarrea el pecado. Irritado el gobernador al ver que un imberbe joven osase vilipendiar en su presencia el culto de los ídolos, mandó á los soldados que le prendiesen y atormentasen del modo más cruel que imaginar pudieran. Empezaron los verdugos por azotarle con tanta fiereza, que hubiera muerto en este martirio si no enviara Dios un ángel, el cual quebrantó sus prisiones y alejó á los que le maltrataban. Pero estos desventurados, en vez de ablandarse por esta maravilla, más crueles que fieras, colgándole cabeza abajo, le quemaron el cuerpo con planchas encendidas, y le abrían la boca para que, recibiendo el humo, se ahogase. Muchos de los que presenciaban estos tormentos, viendo la constancia del mártir, se convirtieron á la fe, entre los cuales se cuenta Anastasio Cornientario, admitido después á la palma del martirio.
Antioco, admirado de que Venancio no hubiese todavía muerto, quiso ver si con promesas y halagos le arrancaría de su propósito. Viendo que nada podía conseguir, le llamó y trató de inobediente á sus órdenes, mandando que le partiesen los dientes y las quijadas, y le echasen en un muladar. Le sacó de allí un ángel; y como le hubiesen llevado ante un juez para oír su
sentencia, hablándole Venancio en defensa de la religión cristiana, cayó el juez de su tribunal y murió diciendo que el Dios de Venancio era el verdadero, á quien todos debían adorar, desechando los ídolos.
Antioco, luego que llegó esto á su noticia, mandó que Venancio fuese arrojado á los leones, los cuales, olvidados del hambre y de su natural fiereza, se postraron á sus pies lamiéndole la cara, predicando el mártir entre tanto la fe de Jesucristo al pueblo que había concurrido á aquel espectáculo, y exhortándolo á que obedeciesen al verdadero Dios, supuesto que hasta las
bestias fieras se amansaban reconociéndole como á su Señor, traspasando las leyes de la naturaleza por cumplir en todo su divina voluntad. Desesperados con esto los verdugos, volvieron al Santo á la prisión.
Al día siguiente, un santo sacerdote, llamado Porfirio, se presentó á Antioco y le dijo que aquella noche había visto en sueños á todos los que bautizaba Venancio cercados de gran resplandor, y á Antioco en tinieblas.
Enfurecido Antioco, mandó luego que le degollasen, y que á Venancio arrastrasen por lugares llenos de cardos y espinas. Medio muerto salió Venancio de este martirio; á otro día le despeñaron, y tampoco quiso Dios muriese su esforzado confesor. El gobernador, ciego ya de ira y de cólera, y cada vez más empedernido y desatinado, dispuso que nuevamente le arrastrasen por lugares ásperos y pedregosos á mil pasos de la ciudad. En este martirio consiguió su corona; obrando antes el santo mártir un prodigio, que fue con la señal de la cruz sacar agua de una piedra para apagar la sed de sus verdugos.
Muchos se convirtieron á la fe á vista de esta maravilla, a los cuales, juntamente con Venancio, mandó degollar el gobernador en el mismo sitio.
A la ejecución de los Santos se siguieron grandes terremotos, y una tempestad de truenos y rayos tan espantosa, que Antíoco, aterrado, huyó, mas no pudo escapar de la venganza divina, pues al cabo de pocos días murió desastrosamente. El cuerpo de San Venancio y los de sus compañeros sepultaron honrosamente los fieles, y hoy día se veneran en una iglesia que se dedicó á San Venancio en Camerino.
Celébrase hoy la fiesta de San Venancio por decreto del papa Clemente X. Baronio dice que las actas de este santo mártir, que vio en Camerino, están llenas de inexactitudes, de las cuales ha entresacado la Iglesia lo que hay de verdad para ponerlo en su Oficio. No debe confundirse este Santo con otro del mismo nombre, obispo y mártir, de que habla el Martirologio el día 1.° de
Abril. Los que dicen que el nuestro fue obispo, no advirtieron que tenía sólo quince años cuando fue su glorioso triunfo; que fue el año 253, en la sexta persecución de la Iglesia por el emperador Decio.
Escriben de San Venancio Pedro de Natalibus y Ferrari en Los Santos de Italia.
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