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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

12 de octubre de 2009

Obama, príncipe de la paz




por Juan Manuel de Prada



Tomado de ABC




A concesión del Nobel de la Paz al falso mesías Obama ha provocado entre sus obnubilados adoradores un rapto de entusiasmo orgiástico; y, entre quienes aún se resisten a adorarlo, una suerte de perplejidad abrumada, pues consideran que tal premio no recompensa acciones concretas, sino vagas promesas. Pero lo cierto es que son precisamente esas vagas promesas las que encumbraron a Obama, las que le concedieron autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación y lo elevaron a un trono de adoración ante el que desfilan todos los moradores de la tierra. Y siendo esas vagas promesas las que lo entronizaron, nada más natural que ahora lo premien por mantener a sus adoradores genuflexos con un despliegue de falsos prodigios. Después de todo, si Obama ha logrado que el cretinismo contemporáneo distinga a la gorilona de su señora como un epítome de la elegancia y la feminidad, ¿por qué no habría de lograr que lo distinguiese a él con el título de Príncipe de la Paz?

¡Ah, paz, qué hermosa palabra! En su estremecedora novela Señor del Mundo, Benson imagina a un falso mesías llamado Felsenburgh que se entroniza lanzando promesas de paz mundial. Felsenburgh, como Obama, es «un senador americano dotado de extraordinaria elocuencia» que, raudo como una pantera (pero con pies de oso y voz de león), se inviste de un «prestigio fuera de lo común» ante los ojos de la masa cretinizada, sin que nadie pueda explicarse de forma racional su endiosamiento. Cuando sube al estrado de los discursos, Felsenburgh «anuncia la fraternidad universal», provocando entre la multitud un gesto unánime de rendida adhesión: «Eran muchos los que lloraban en silencio, miles de personas movían los labios sin emitir ni una sílaba, todos los rostros estaban vueltos hacia esa figura, como si en ella se concentrasen las esperanzas de todas las almas. Del mismo modo se concentraron las miradas de muchos en quien hoy conoce la Historia con el nombre de Jesús de Nazaret».

Pero aquel Jesús vino a traer la espada; y el Felsenburgh de Benson viene a traer la paz. Con él, se acaban los gritos que claman por un Dios que nunca aparece; y arrecian los gritos que claman por un hombre que, ante los ojos de la multitud cretinizada, aparece investido de divinidad: «Él era el verdadero Salvador del Mundo. Allí había alguien a quien se podía seguir con entera tranquilidad, un dios sin duda, un hombre también: dios por ser humano, y humano por ser divino». Y a la adoración de Felsenburgh se dedica la multitud cretinizada, entregándole el título de monarca universal. Una vez lograda una paz engañosa durante el primer año de su mandato, Felsenburgh dedica el segundo a conseguir un falso bienestar para la humanidad, solucionando la crisis económica que la aflige; y, a continuación, dedica el tercer año de su mandato a deleitar a sus adoradores con los falsos portentos de la moderna tecnología, que permite a la masa cretinizada el dominio utilitario de la naturaleza, creando y destruyendo vida a placer. Así se alcanza el cuarto año de su reinado, en el que -tras la feliz resolución de las cuestiones política, social y científica- Felsenburgh se dispone a consumar su misión, poniendo fin al «problema religioso», que para entonces se reduce a la supervivencia de cierta religión «grotesca y esclavizadora», la única que con sus «negativas tendencias extremistas» se resiste a aceptar la adoración eufórica del hombre. Quienes profesan esa religión son contemplados como una secta de peligrosos delincuentes; de modo que su persecución es aceptada como un beneficio público que la masa cretinizada acoge con entusiasmo orgiástico. Un entusiasmo incluso mayor que el que hoy exhiben los adoradores de Obama, tras su entronización como Príncipe de la Paz.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno, pero no es. Le caben todas las cualidades del anticristo, sí. Pero como en una caricatura de la tremenda figura del mono del hombre. El caldo está listo y el puchero casi. Obama es un pedazo de panceta, pero en cualquier momento sale a flote el caracú. El rey del puchero.