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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

29 de abril de 2011

Monseñor Bernard Fellay: Carta a los Amigos y Benefactores Nº 78




Queridos amigos y benefactores:

El nuevo año nos ha reservado muchas sorpresas, más bien desagradables, para no decir dramáticas. Hablamos, por supuesto, de los acontecimientos que afectan a la Iglesia, no de la serie de desastres de Japón, o los trastornos en los países árabes y en África, ¡que sin embargo deberían servir de advertencia a todos! ¿Pero quién los interpreta así?

En efecto, las catástrofes que perjudican y aniquilan las almas son mucho más perniciosas que toda catástrofe natural, con sus muertos, sus tragedias y sus sufrimientos muy dolorosos. El rostro del mundo cambiaría si los hombres se preocupasen por sus almas al igual que de sus cuerpos. Sin embargo, lo que a justo título lleva a reaccionar y buscar la curación a nivel del cuerpo humano, a causa del dolor inmediato experimentado, prácticamente no existe a nivel de nuestro espíritu. El pecado, que tanto mal causa a toda la humanidad y a cada ser humano, es muy poco sentido y por eso no se buscan los remedios adecuados. Nos referimos a una catástrofe espiritual. En efecto, ¿qué otro nombre se puede dar a un acontecimiento que descarría a una multitud de almas y que pone en peligro la salvación de millones, quizás miles de millones de almas? Ahora bien, en Roma, a comienzos de este año, se anunciaron al menos dos hechos susceptibles de acarrear la no conversión, y por ende la condenación eterna de las almas: la beatificación del Papa Juan Pablo II y la renovación de la jornada de oraciones de Asís, con motivo del 25º aniversario del primer encuentro de todas las religiones organizados en Asís por el mismo Juan Pablo II.
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