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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

26 de mayo de 2008

R.P. Alberto Ezcurra. In Memoriam



El 26 de mayo de 1993 murió de un cáncer el cura Alberto Ignacio Ezcurra Uriburu. Había nacido el 30 de julio de 1937. Todo su intenso paso por este mundo estuvo signado por un versículo del Libro Job (7, 1): “Milicia es la vida del hombre sobre la tierra”. En sus últimos años fue el confesor, capellán y guía espiritual del editor responsable de la Agenda de Reflexión, pobre pecador.

Ex seminarista, Ezcurra fue fundador y jefe del Movimiento Nacionalista Tacuara, una multitudinaria organización de militancia juvenil hegemónica de fines de los ’50 y los ’60. Por entonces definía a la democracia como "una señora gorda, mal vestida, y con acento extranjero".

Tacuara terminó dividiéndose y disolviéndose y entonces Alberto retornó al seminario y terminó consagrado al sacerdocio, primero en Paraná, Entre Ríos, y luego en San Rafael, Mendoza.

Orador nato, de sabia elocuencia, claridad de estilo, precisión de lenguaje y conocimiento de situaciones y personas, tanto en un discurso político como en un sermón fogoso. Hombre de convicciones, capaz de contagiar y encender voluntades haciendo amar lo que él amaba. Admirado y cuestionado, ya que no tenía pelos en la lengua, llamaba a cada cosa por su nombre y no se casaba con nadie. Para él la verdad no era sólo un acto de caridad, sino un deber de justicia.

Fue el responsable de rezar un Responso fenomenal en la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas.

Misionero y predicador, lúcido, fiel e inflexible en la doctrina, de una caridad exquisita y un humor extraordinario, su apariencia sencilla y tímida bajo su infaltable sotana y su boina, ocultaba una riqueza interior simplemente superior.

Opuesto al clericalismo de sacristía desentendido de las tareas del orden temporal, tanto como del liberalismo fariseo que reduce la religión al orden individual y privado, fue un verdadero maestro. Un maestro a tiempo y destiempo.

Tomado de Agenda de Reflexión. Editor responsable Alejandro Pandra.

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