n aire nuevo venteaba Europa. Los hombres, como viejos amigos, sentían el deseo de agruparse y de conocerse. Los reyes alcanzaban su apogeo destruyendo las fortalezas de los señores rebeldes.
Pero no todo era fácil. La situación general era extremadamente grave. El interior de Europa chirriaba con las luchas mutuas de los reyes y numerosos herejes pululaban en Francia e Italia.
A la vez, Europa era cercada por enemigos comunes. Los árabes presionaban en España. los turcos llegaban hasta Hungría, los mongoles y tártaros amenazaban las fronteras del Norte y del Este.
Eran los tiempos en que San Francisco predicaba a los pájaros y el alba sorprendía a Santo Domingo convirtiendo herejes.
La Iglesia vivía todavía en formas feudales. Obispos y abades eran grandes señores, pero la gente buscaba la realización del Evangelio en formas sencillas. A veces surgían Ordenes mendicantes y a veces grupos de reformadores que terminaban en la herejía.
Roma era fuerte, pero cada vez escapaban más cosas a su control. Sin embargo, ella debía arreglarlo todo y confiaba a espíritus gigantes la solución de cada cosa. Estos gigantes existían; a veces se les veía por los caminos, de dos en dos, con hábito blanco y negro.
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