- San Gregorio VII, Papa y Confesor
- Santa María Magdalena Sofía Barat, Virgen
- Santa Prudenciana, Virgen
- San Urbano I, Papa y Mártir
- Hallazgo del Cuerpo de Santa Filomena, Mártir
- San Adelmo o Aldhelmo de Sherbone,
- San Cenobio de Florencia
- San Dionisio de Milán
- San León, Abad
Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes.
R. Deo Gratias.
R. Deo Gratias.
GREGORIO VII
Papa y Confesor
abía logrado la Iglesia, en su primera época, el triunfo de su existencia con persecuciones sangrientas y con la inconmovible constancia de sus mártires. Echó de sí, más tarde, los enemigos internos que la enturbiaban, y veía correr por todos los cauces su doctrina santa, que asimiló y educó a los bárbaros hasta formar con ellos las grandes naciones cristianas. Pero cuando, a lo largo de la Edad Media, se propuso impregnar de espíritu cristiano toda la vida pública y privada, un gran obstáculo le salió al paso: el de no haber sido todavía establecidas las relaciones, por Dios ordenadas, entre la potestad civil y la eclesiástica; el de hallarse la Cabeza de la Iglesia, el Vicario de Cristo en la tierra, en peligrosa dependencia del Estado, del señor temporal.
El santoral nos presenta en la fecha de hoy al coloso que removió tamaña dificultad, al gran artífice en la empresa de la independencia de la Iglesia del Estado: Hildebrando, llamado más tarde San Gregorio VII.
Nació en Soana, provincia de Siena, hacia el año 1020. Su padre, Bonizo o Bonizone, era hombre, al parecer, de condición humilde. Carpintero, según unos; según otros, cabrero. Hildebrando, pequeño de estatura y grácil de constitución, fue educado en la disciplina eclesiástica, desde su niñez, en el monasterio de Santa María, en el Aventino (Roma), donde hizo grandes progresos en la ciencia y en la virtud, hasta el punto de que Juan Graziano (posteriormente papa Gregorio VI) llegó a decir que nunca había conocido una inteligencia igual; y de que el emperador Enrique III manifestó, cuando le oyó predicar, siendo joven todavía, que ninguna palabra le había conmovido como aquélla.
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