De acuerdo con la tradición, Lorenzo nació en Osca (Huesca), España, una pequeña ciudad de Aragón, ubicada en las laderas de los Montes Pirineos.
De joven fue enviado a la ciudad de Zaragoza para completar sus estudios humanísticos y teológicos. Fue entonces cuando conoció al futuro Papa Sixto II –originario de Grecia– que daba cátedra en un importante centro de estudios al que nuestro santo concurría.
Cuentan los escritos que Lorenzo sobresalía por su calidad humana, por la delicadeza de su ánimo y por su inteligencia. Poco a poco fue generando una amistad profunda con su maestro, basada en la comunión y familiaridad, que con el tiempo aumentó y se consolidó.
El interés que tenía por Roma, como centro de la cristiandad y ciudad sede del Vicario de Cristo, pronto fue contagiado a su maestro. Ambos dejaron España, con la esperanza de realizar su sueño de evangelización en la ciudad en la cual el apóstol Pedro había dado su testimonio supremo de amor a Cristo.
El 30 de agosto del año 257 Sixto II asumió su pontificado, aunque por un período menor a un año. Inmediatamente quiso junto a sí a su antiguo discípulo y amigo Lorenzo, a quien le encargó el delicado trabajo de protodiácono. Este cargo representaba la cabeza de los diáconos de Roma, que eran siete en total, y correspondía a la segunda persona en la jerarquía de la Iglesia de aquel entonces.
Cuentan los escritos que Lorenzo sobresalía por su calidad humana, por la delicadeza de su ánimo y por su inteligencia. Poco a poco fue generando una amistad profunda con su maestro, basada en la comunión y familiaridad, que con el tiempo aumentó y se consolidó.
El interés que tenía por Roma, como centro de la cristiandad y ciudad sede del Vicario de Cristo, pronto fue contagiado a su maestro. Ambos dejaron España, con la esperanza de realizar su sueño de evangelización en la ciudad en la cual el apóstol Pedro había dado su testimonio supremo de amor a Cristo.
El 30 de agosto del año 257 Sixto II asumió su pontificado, aunque por un período menor a un año. Inmediatamente quiso junto a sí a su antiguo discípulo y amigo Lorenzo, a quien le encargó el delicado trabajo de protodiácono. Este cargo representaba la cabeza de los diáconos de Roma, que eran siete en total, y correspondía a la segunda persona en la jerarquía de la Iglesia de aquel entonces.
San Ambrosio, en sus escritos titulados “De Officiis”, es quien más detalles brinda sobre el martirio de San Lorenzo, sucedido a los tres días de la muerte de San Sixto II (también mártir), su obispo y más querido amigo.
El emperador romano Valeriano, había publicado un decreto el año 257, en el cual advertía que todo aquel que se declarara cristiano sería condenado a muerte, por lo que la persecución se inició y tornó muy agresiva.
Los paganos de la época querían echar mano de los recursos que la Iglesia iba acumulando en un fondo común, a manera de cooperativa, para la asistencia de los más necesitados.
Tratando de justificar ante la opinión pública la persecución a los cristianos, se apeló a las más grandes injurias, entre las cuales destacan las versiones inventadas de grandes orgías y festines crueles realizados en medio de tesoros de oro y plata, en las que incluso se llegaba a acusar a los clérigos de celebrar sacrificios humanos.
El 6 de agosto del año 258, (cuatro días antes del martirio del archidiácono San Lorenzo) el Sumo Pontífice San Sixto (Sixto II), estaba celebrando la Santa Misa dentro de una catacumba en el cementerio de Roma. Los paganos y la policía del emperador lo apresaron para asesinarlo junto con cuatro de sus diáconos.
La antigua tradición relata un supuesto diálogo entre Lorenzo y el Sumo Pontífice, mientras éste agonizaba. Se cuenta que al encontrarlo le dijo: “Padre mío, ¿Te vas sin llevarte a tu servidor?” a lo que San Sixto respondió: “Hijo mío, dentro de pocos días me seguirás, pues Dios nos ha prometido su Santa Gloria si logramos ser pacientes y nos mantenemos fieles a sus palabras” (Cfr. De Officiis de San Ambrosio).
Cumpliendo el último deseo de su maestro y mentor, San Lorenzo se movilizó para regalar y distribuir entre los pobres de la ciudad todos los bienes de la Iglesia de Roma.
Ese mismo día, el Alcalde de Roma exhortó a Lorenzo a entregar todas las riquezas de la Iglesia romana a disposición de las autoridades del emperador, bajo amenaza de muerte.
Con gran entusiasmo, el diácono aceptó la encomienda reconociendo que, efectivamente, la Iglesia de Roma tenía riquezas incomparables, al punto que todos los tesoros del emperador no podrían igualar. Pidió un lapso de tres días para juntar y presentar todo al alcalde, tiempo que le fue concedido.
No fue leve su fatiga al reunir a cuanto pobre y enfermo pudo encontrar. Llamó a viudas, leprosos, enfermos de tuberculosis y lacerados; paralíticos y mendigos harapientos; y los reunió a todos para hacer llamar de inmediato al Alcalde y anunciarle que había cumplido su misión. Al cabo, le presentó a toda esa gente como la riqueza más grande sobre la tierra.
El emperador romano Valeriano, había publicado un decreto el año 257, en el cual advertía que todo aquel que se declarara cristiano sería condenado a muerte, por lo que la persecución se inició y tornó muy agresiva.
Los paganos de la época querían echar mano de los recursos que la Iglesia iba acumulando en un fondo común, a manera de cooperativa, para la asistencia de los más necesitados.
Tratando de justificar ante la opinión pública la persecución a los cristianos, se apeló a las más grandes injurias, entre las cuales destacan las versiones inventadas de grandes orgías y festines crueles realizados en medio de tesoros de oro y plata, en las que incluso se llegaba a acusar a los clérigos de celebrar sacrificios humanos.
El 6 de agosto del año 258, (cuatro días antes del martirio del archidiácono San Lorenzo) el Sumo Pontífice San Sixto (Sixto II), estaba celebrando la Santa Misa dentro de una catacumba en el cementerio de Roma. Los paganos y la policía del emperador lo apresaron para asesinarlo junto con cuatro de sus diáconos.
La antigua tradición relata un supuesto diálogo entre Lorenzo y el Sumo Pontífice, mientras éste agonizaba. Se cuenta que al encontrarlo le dijo: “Padre mío, ¿Te vas sin llevarte a tu servidor?” a lo que San Sixto respondió: “Hijo mío, dentro de pocos días me seguirás, pues Dios nos ha prometido su Santa Gloria si logramos ser pacientes y nos mantenemos fieles a sus palabras” (Cfr. De Officiis de San Ambrosio).
Cumpliendo el último deseo de su maestro y mentor, San Lorenzo se movilizó para regalar y distribuir entre los pobres de la ciudad todos los bienes de la Iglesia de Roma.
Ese mismo día, el Alcalde de Roma exhortó a Lorenzo a entregar todas las riquezas de la Iglesia romana a disposición de las autoridades del emperador, bajo amenaza de muerte.
Con gran entusiasmo, el diácono aceptó la encomienda reconociendo que, efectivamente, la Iglesia de Roma tenía riquezas incomparables, al punto que todos los tesoros del emperador no podrían igualar. Pidió un lapso de tres días para juntar y presentar todo al alcalde, tiempo que le fue concedido.
No fue leve su fatiga al reunir a cuanto pobre y enfermo pudo encontrar. Llamó a viudas, leprosos, enfermos de tuberculosis y lacerados; paralíticos y mendigos harapientos; y los reunió a todos para hacer llamar de inmediato al Alcalde y anunciarle que había cumplido su misión. Al cabo, le presentó a toda esa gente como la riqueza más grande sobre la tierra.
Enfurecido, el Alcalde mandó a torturar a San Lorenzo hasta la muerte. Tendieron una parrilla de acero sobre brasas ardientes y mandaron a colocar sobre ella al diácono. Lorenzo no pudo ocultar su alegría por recibir el martirio para llegar al encuentro con el Señor. Mientras lo torturaban, oró por Roma y por la difusión de la fe de Cristo por todo el mundo.
La gente de su alrededor y las autoridades que lo veían, no ocultaban su asombro al ver que no demostraba dolor mientras su carne era asada. Se dice que la gente creyente que presenciaba la tortura, no sólo no sintió el fétido olor del mártir quemado, sino que sintieron una fragancia agradable cuando el santo pedía al señor que su sacrificio fuese agradable aroma de fe y testimonio.
Cuenta la tradición que con el ánimo todavía en alto, San Lorenzo le dijo a su verdugo: “ya estoy asado de un lado. Ahora denme vuelta para que termine de asarme por el otro.” Y efectivamente fue volteado. Para sorpresa de sus enemigos, al momento de quemarse por completo, Lorenzo les dijo: “ya estoy totalmente asado, ya pueden comer”. Con la tranquilidad que lo había acompañado en su calvario, expiró orando continuamente por el pueblo de Dios. Era el 10 de agosto del año 258.
San Lorenzo fue sepultado en el cementerio de Ciriaca, en Agro Verano, sobre la Vía Tiburtina, en Roma. El Papa Constantino erigió la primera capilla a su nombre en el sitio que ocupa actualmente la iglesia de San Lorenzo extra muros, la quinta basílica patriarcal de Roma.
La gente de su alrededor y las autoridades que lo veían, no ocultaban su asombro al ver que no demostraba dolor mientras su carne era asada. Se dice que la gente creyente que presenciaba la tortura, no sólo no sintió el fétido olor del mártir quemado, sino que sintieron una fragancia agradable cuando el santo pedía al señor que su sacrificio fuese agradable aroma de fe y testimonio.
Cuenta la tradición que con el ánimo todavía en alto, San Lorenzo le dijo a su verdugo: “ya estoy asado de un lado. Ahora denme vuelta para que termine de asarme por el otro.” Y efectivamente fue volteado. Para sorpresa de sus enemigos, al momento de quemarse por completo, Lorenzo les dijo: “ya estoy totalmente asado, ya pueden comer”. Con la tranquilidad que lo había acompañado en su calvario, expiró orando continuamente por el pueblo de Dios. Era el 10 de agosto del año 258.
San Lorenzo fue sepultado en el cementerio de Ciriaca, en Agro Verano, sobre la Vía Tiburtina, en Roma. El Papa Constantino erigió la primera capilla a su nombre en el sitio que ocupa actualmente la iglesia de San Lorenzo extra muros, la quinta basílica patriarcal de Roma.
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