por Juan Manuel de Prada
Tomado de ABC
UBO muchas almas cándidas que, cuando el Gobierno empezó a promover una reforma del aborto, repitieron con fervor de loritos: «¡Es una cortina de humo para distraernos de la crisis económica!». Y, ahora que el Consejo de Ministros presenta al alimón una subida de impuestos y un proyecto de ley que convierte el crimen del aborto en «derecho de la mujer», insisten hasta desgañitarse: «¡Ya lo decíamos nosotros! ¡Es una cortina de humo!». Si estas almas cándidas hubieran vivido en la época de las guerras púnicas, al comprobar que las matanzas de niños ante el altar de Moloch se incrementaban a medida que Cartago se derrumbaba, habrían gritado también: «¡Es una cortina de humo!».
Hay, desde luego, una cortina de humo que nubla la razón de las almas cándidas. Pues, para quien mantenga la razón medianamente clara, resulta notorio que la coincidencia de ambas calamidades demuestra que comparten una naturaleza común, como las matanzas de niños ante el altar de Moloch compartían una misma naturaleza con la suerte de Cartago. Sólo que la naturaleza compartida de ambas calamidades es de índole sobrenatural: los dioses plutonianos siempre exigen a sus adeptos, a cambio de poder, que les entreguen su alma. Pero nuestra época ha excluido de sus razonamientos el orden sobrenatural; y, al excluirlo, sólo puede aspirar a juicios escindidos, fragmentarios, de tal modo que las calamidades que la afligen aparecen ante sus ojos desvinculadas entre sí, separadas por cortinas de humo que nublan su razón.
En su dilucidador ensayo La abolición del hombre, C. S. Lewis avizora el proceso que, nublando la razón, acabará por convertirnos en seres que ya ni siquiera merezcan el calificativo de humanos. Y que, expoliados de su condición humana, llegarán a aceptar como conquistas de la libertad o del progreso lo que no son sino disfraces sibilinos de su esclavitud. El aborto es un crimen que la razón repudia; y cuando el hombre se desprende de la razón es como cuando las ramas se desprenden del árbol, que no les aguarda otro destino sino amustiarse y fenecer. Cuando el aborto se acepta como una conquista de la libertad o del progreso, cuando se niega o restringe el derecho a la vida de las generaciones venideras, nuestra propia condición humana se debilita hasta perecer. «Los que moldeen al hombre en esta nueva era -vaticina Lewis- estarán armados con los poderes de un estado omnipotente y una irresistible tecnología científica: serán una raza de manipuladores que podrán, verdaderamente, moldear la posteridad a su antojo». Por supuesto, esa raza de manipuladores presentará sus manipulaciones como conquistas de la libertad humana; «sabrán -añade Lewis- cómo concienciar y qué tipo de conciencia suscitar». Y con la conciencia reformateada -con la razón nublada-, esos hombres que han dejado de serlo se guiarán por voliciones, por meros impulsos caprichosos, y dirán: «Yo quiero esto, o lo otro» (donde esto o lo otro pueden ser el aborto o cualquier otra petición irracional). ¿Y qué ofrece -e pregunta C. S. Lewis- el manipulador a los hombres que desea despojar de su condición humana? Lo mismo que Mefistófeles a Fausto: «Entrega tu alma y recibirás poder a cambio». El manipulador nos da poder para abortar; y, a cambio, nos exige que entreguemos nuestra condición humana. Pero no podemos entregar nuestras prerrogativas humanas y, al mismo tiempo, retenerlas; o somos seres racionales, o nos convertimos en marionetas en manos de los manipuladores. Hoy nos quitan el dinero y nos expolian los ahorros; mañana nos chuparán hasta la última gota de sangre. Para no comprender algo tan evidente, hace falta, en efecto, tener la razón nublada por un cortinón de humo. Y, por cierto, el cortinón apesta a azufre.
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