- San Bonifacio, Mártir
- San Miguel Garicoitz, Confesor
- Santa María Mazzarello, Virgen y Fundadora
- San Bonifacio de Tarso, Mártir
- Beata Magdalena de Canossa, Virgen
- San Sabino, Mártir
- San Eremberto de Toulouse
- Beato Gil de Portugal
R. Deo Gratias.
H |
acia el fin del tercer siglo, en el imperio de Galerio Máximo, se admiró en la Iglesia una de aquellas extraordinarias conversiones que obra algunas veces la mano poderosa del Señor para animar la confianza de los pecadores, y para descubrir al mismo tiempo á los hombres los tesoros de su misericordia.
Había en Roma una dama joven, noble, rica y poderosa, llamada Aglae, hija de Acacio, que había sido procónsul y de familia senatoria, tan entregada al fausto y á la vanidad, que solía dar al pueblo juegos públicos, cuyos gastos costeaba ella misma. Era, á la verdad, cristiana, pero desacreditaba el nombre y la profesión con su desarreglada vida. Ocupada toda del espíritu del mundo, se entregaba totalmente á las diversiones hasta tocar la raya de la disolución, con grande escándalo de todos los fieles.
Tenía comercio ilícito con su mismo mayordomo, joven de bella disposición, pero dado al vino y á todos los demás desórdenes.
Llamábase Bonifació, y, aunque era también cristiano, lo era sólo de nombre, deshonrando la profesión, igualmente que su ama, por la disolución de sus costumbres. En medio de estos defectos se notaban en él buenas prendas: compasión de los miserables, caridad con los pobres y hospitalidad con los extranjeros.
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