- San Venancio, Mártir
- San Félix de Cantalicio, Confesor
- Beata Rafaela María del Sagrado Corazón, Virgen
- Beato Guillermo de Toulouse, Duque de Aquitania
- San Erico de Suecia, Mártir
- San Tecusa, Mártir
- San Teódoto, Mártir
R. Deo Gratias.
SAN VENANCIO
Mártir
C |
amerino, ciudad del ducado de Espoleto, junto á la Marca de Ancona, fue patria, y al mismo tiempo teatro, del glorioso martirio de San Venancio. Desde la edad de quince años empezó este santo mancebo á desear con ansia que conociesen todos y amasen á Jesucristo. Este celo suyo contribuía á la dilatación de la Iglesia y á la ruina de la gentilidad. Llegó esto á oídos de Antíoco, que gobernaba aquella ciudad por orden de Decio. Y, como Venancio supiese que le habían mandado prender, él mismo se presentó y le dijo que los dioses que adoraba no eran sino hombres y mujeres de vida estragada y disoluta, invención del diablo, para que en ellos adorasen el vicio; que no hay más que un solo Dios, Criador de Cielo y Tierra, cuyo único Hijo se hizo hombre y se dejó prender y matar para libramos de la servidumbre y dé la muerte que acarrea el pecado. Irritado el gobernador al ver que un imberbe joven osase vilipendiar en su presencia el culto de los ídolos, mandó á los soldados que le prendiesen y atormentasen del modo más cruel que imaginar pudieran. Empezaron los verdugos por azotarle con tanta fiereza, que hubiera muerto en este martirio si no enviara Dios un ángel, el cual quebrantó sus prisiones y alejó á los que le maltrataban. Pero estos desventurados, en vez de ablandarse por esta maravilla, más crueles que fieras, colgándole cabeza abajo, le quemaron el cuerpo con planchas encendidas, y le abrían la boca para que, recibiendo el humo, se ahogase. Muchos de los que presenciaban estos tormentos, viendo la constancia del mártir, se convirtieron á la fe, entre los cuales se cuenta Anastasio Cornientario, admitido después á la palma del martirio.
Antioco, admirado de que Venancio no hubiese todavía muerto, quiso ver si con promesas y halagos le arrancaría de su propósito. Viendo que nada podía conseguir, le llamó y trató de inobediente á sus órdenes, mandando que le partiesen los dientes y las quijadas, y le echasen en un muladar. Le sacó de allí un ángel; y como le hubiesen llevado ante un juez para oír su sentencia, hablándole Venancio en defensa de la religión cristiana, cayó el juez de su tribunal y murió diciendo que el Dios de Venancio era el verdadero, á quien todos debían adorar, desechando los ídolos.
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