A partir de la primera mitad del siglo XIX, con la ocupación francesa de Argelia y a medida que continuó la expansión colonial en el norte de África, los homosexuales europeos descubrieron una especie de soñada tierra prometida y corrieron en masa hacia allí. No porque entre los árabes el porcentaje de «diferentes» fuera más elevado que en otro lugar, sino porque la impenetrable barrera que en aquellos países separa hombres y mujeres, empuja a los jóvenes que esperan al matrimonio a buscarse..., ¿cómo decirlo?, una especie de «sustituto».
A esta función se prestaron con entusiasmo los homosexuales, primero europeos y después también americanos, que nos dejaron también descripciones de sus aventuras y entraron en la historia de la literatura: André Gide, Oscar Wilde, por decir solo dos nombres. Además, precisamente por este motivo muchos se enrolaron como voluntarios entre las tropas coloniales, pidiendo ser enviados a aquellas tierras, tan agradables para ellos.
Aunque empezaron siendo un número limitado, con el fenómeno del turismo de masas los occidentales se han convertido en legión. Hay quien dice que la mayoría de los jóvenes norteafricanos ha tenido al menos alguna experiencia de este tipo con europeos o americanos. De ahí el desprecio generalizado, dado que para aquellas culturas, el afeminado, el pasivo, el hombre que se reduce al papel de mujer es lo más despreciable. La pena es que precisamente a este tipo humano se reduce, para muchos, la noción de «blanco». Es decir, que en aquel mundo, Occidente se identifica con el gay que se propone y paga por por apartarse tras un matorral o en cualquier habitación de alquiler. Y la imagen que se llevan aquellos árabes no es precisamente entusiasta.
Más datos significativos: la célebre banca de negocios J.P. Morgan, una de las más poderosas del mundo, considerada el bastión de la comunidad hebrea americana, ha comenzado hace poco una campaña de contratación de directivos. Los requisitos son tener una buena titulación en una buena universidad y la declaración —sea hombre o mujer — de ser homosexual. La campaña fue presentada el pasado otoño en Londres en una rueda de prensa, en la que los dirigentes explicaron que, de esta manera, la J.P. Morgan demostraba ser «una empresa iluminada». En efecto, poco después, la otra gran banca anglosajona, la Goldman Sachs, ha anunciado una iniciativa similar. El periódico «L Unitá» comentaba: «Ser gay o lesbiana se está transformando de ser un problema a ser una oportunidad, hasta el punto de preguntarse si no estaremos yendo hacia un privilegio que penalice a los heterosexuales».
Por lo demás, en EE UU los departamentos federales para la investigación médica están ya establecidos según un criterio que respeta lo «políticamente correcto» y el privilegio homosexual es evidente en el hecho de que la suma mayor es para el sida, problema que concierne de modo particular a la comunidad gay. Como entidad de fondos puestos a disposición del Gobierno, le sigue el cáncer de útero: aquí se ha hecho sentir la presión del «lobby» feminista. Mucho menores son las cantidades dedicadas al cáncer de próstata, que estadísticamente es más difuso y que tiene unos métodos de cura que exigirían muchas investigaciones posteriores. Pero como ya sabemos, los hombres heterosexuales no son «politically correct» y, por tanto, sus problemas interesan bastante menos a los políticos americanos.
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