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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

4 de mayo de 2008

Galileo Galilei (5)

Galileo el "perseguido", o la Iglesia contra el conocimiento científico

Hemos dicho que los adversarios de la Iglesia han tratado con éxito de imponer, por varios medios, una cantidad de mentiras y calumnias que tienen por objeto desprestigiarla. Luego de muchos años de insistir estas mentiras han quedado consagradas como Dogmas del Anticatolicismo.

Escribe Víctor Chéquer
ictis777@yahoo.com.ar

Cualquiera que se atreva a negarlos, recibirá de inmediato la excomunión de la sociedad moderna. Así por ejemplo será descalificado, sin posibilidad de discusión, quien trate de insinuar que la Inquisición no fue lo que la mayoría de la gente cree.

El sistema funciona tan bien, que hasta las casas de formación religiosa y los colegios católicos han hecho suyos estas verdades de la fe modernista demostrando así la perversión que aqueja a la inteligencia católica. Por eso nos ha parecido conveniente ir levantando el espeso velo que cubre la verdad histórica, en la medida de nuestras posibilidades y del escaso espacio de que disponemos; dando mayor sentido a nuestra crítica con acciones que contribuyan a solucionar la situación que aquella analiza. Empezaremos con la condena a Galileo Galilei, que ha sido inmortalizada por una frase que él jamás pronunció: “Y sin embargo se mueve” aunque el dogma moderno indique lo contrario.

I Evolución de las Teorías Astronómicas.

1 El Sistema Geocéntrico de Ptolomeo

Sabemos que desde muy antiguo le interesó al hombre escudriñar las estrellas, seguramente guiado por ese anhelo del Cielo perdido para la raza de Adán.

Veían nuestros ancestros, como lo vemos nosotros, el movimiento de los distintos astros a través del firmamento, lo cual unido a la impresión firmísima que tenemos de que la Tierra está absolutamente quieta, los habrá inducido fácilmente a pensar que era ella el centro estable del universo y que las estrellas giraban a su alrededor. Teoría que recibe el nombre de Geocéntrica.

Sin embardo ya en el siglo III A.C, Aristarcos de Samos (último alumno de Pitágoras) propone a grandes rasgos el sistema Heliocéntrico: la tierra y los demás planetas giran alrededor del sol, la tierra gira sobre sí misma y la inclinación de su eje es el origen de las estaciones.

No obstante está concepción no logró imponerse y en el siglo II de nuestra era, Ptolomeo (de Alejandría) establece firmemente la teoría Geocéntrica que habría de permanecer casi sin variaciones hasta el siglo XVII.

Ptolomeo afirma explícitamente que su sistema no pretende descubrir la realidad, siendo sólo un método de cálculo. En base a un cúmulo de observaciones registradas, creó un sistema cuya formulación matemática le permitía justificar la posición de los astros en el pasado y predecirla para el futuro.

En el siglo XIII Santo Tomás de Aquino, advierte que los epiciclos y excéntricas con que Ptolomeo tuvo que modificar las órbitas circulares de los astros en su sistema para poder explicar ciertos fenómenos, “son solamente una hipótesis que se hace para salvaguardar las apariencia de los movimientos celestes, pero no es esta una razón lo bastante probatoria, pues podrían salvaguardarse con otra hipótesis”.

De modo que, ya por su mismo autor, ya por la inteligencia de una mente perspicaz, el sistema de Ptolomeo era más bien una hipótesis que una realidad.

En la medida en que las mediciones astronómicas se fueron haciendo más precisas por la introducción de aparatos especializados, ciertas observaciones ya no pudieron ser sostenidas con esta teoría. Tal el caso de los cometas sobre los que Galileo erraría completamente como veremos luego.

2 El sistema Heliocéntrico de Copérnico

Nicolás Copérnico, sacerdote polaco (1473-1543) fue requerido en 1514 por el concilio de Letrán (Papa León X) para que aconsejara sobre la posibilidad de una reforma en el calendario.

Su respuesta fue que la duración del año y los meses y el movimiento del sol y la luna aún no eran suficientemente conocidos para intentar una reforma. El incidente, sin embargo, lo impulsó, como le escribió más tarde al Papa Pablo III, a hacer observaciones más exactas. (Éstas finalmente sirvieron, setenta años después, de base para completar el calendario gregoriano).

"Sobre los Giros de los Cuerpos Celestes" , que así se llama su obra, es el testimonio de sus incansables observaciones del sol, la luna y los planetas.

Muchos años antes de su muerte había ya concluido este libro, en el que postula la hipótesis de que es el Sol el que está quieto y todos los planetas, inclusive la Tierra giran en torno a él, pero no se atrevía a publicarlo por temor a ser ridiculizado por la gente.

Pensó en transmitirlo de boca en boca como hicieron los discípulos de Aristóteles (Peripatéticos). Sus amigos insistieron y él escribió un listado de 6 axiomas, reservándose la formulación matemática para lo que luego sería la obra principal.

Ya en 1533, Alberto Widmanstadt dio una charla ante el Papa Clemente VII sobre el sistema solar copernicano. Su recompensa consistió de un códice griego que se encuentra en la biblioteca estatal de Munich.

Tres años más tarde, Copérnico fue urgido por el Cardenal Schonberg, entonces Arzobispo de Capua, mediante una carta, fechada en Roma al 1º de Noviembre de 1536, a publicar su descubrimiento o al menos mandar a hacer una copia pagada por el Cardenal.

Pero todo esto fue inútil. Finalmente en 1541 Copérnico, sintiendo el peso de sus sesenta y ocho años, cedió, tal cual le escribió a Pablo III, por la presión del Cardenal Schonberg, del Obispo Giese de Culm y de otros hombres de ciencia para que entregara sus manuscritos para su publicación.

Pero debido a la férrea oposición protestante el libro fue publicado sólo pocos días entes de la muerte de Copérnico. Estaba dedicado al Papa Pablo III que aceptó tal dedicatoria.

La Iglesia demuestra de este modo que no estaba cerrada al Heliocentrismo siempre que fuera tratado como una hipótesis. En cambio del lado protestante llueven las condenas por hereje; un texto luterano de la época dice:

“La gente le presta oídos a un astrónomo improvisado que trata de demostrar de cualquier modo que no gira el cielo sino la Tierra. Para ostentar inteligencia, basta con inventar algo y darlo por cierto. Este Copérnico en su locura, quiere desmontar principios nuevos y antiguos de la Astronomía”.

Y el protestante Melanchton agregaba: “No toleraremos semejante fantasía”

Es decir que el primer libro que sostiene la teoría heliocéntrica es publicado a instancia del Papa y de algunos Obispos y contra la cerrada oposición Luterana.

Hay que tener en cuenta que en la obra de Copérnico no hay una demostración contundente del sistema que defendía y que luego llegaría de la mano de Kepler – Newton muchos años después.

3 Tycho, Ojos de Águila

Astrónomo danés nacido en 1546 (poco después de la muerte de Copérnico). Fue el último científico que observó las estrellas sin la ayuda de aparatos ópticos.

En agosto de 1563, cuando tenía dieciséis años, Tycho observó una conjunción entre Saturno y Júpiter. El fenómeno no hubiera tenido mayor trascendencia sino fuera porque se dio cuenta de que las tablas alfonsinas -las vigentes por entonces- predecían el acontecimiento con un mes de retraso.

Esto lo llevó a pensar que el progreso en astronomía no podía conseguirse por la observación ocasional e investigaciones puntuales sino que se necesitaban medidas sistemáticas, noche tras noche, utilizando los instrumentos más precisos posibles. Diseñó aparatos que le permitieron medir las posiciones de los astros y planetas con una precisión muy superior a la época (reitero, no eran ópticos).

Observó el cielo por más de 22 años acopiando información y en 1600, durante una estancia en Praga, conoció al brillante matemático Juan Kepler quien pasó a trabajar con él y a quien, antes de morir en 1601, entregó las anotaciones que tan sistemáticamente registrara.

4 Juan Kepler, Rey de las Matemáticas

Nacido en 1571 en Alemania en el seno de una familia protestante, era un hombre de profundo espíritu religioso que había decidido ser teólogo.

A raíz de su expulsión por hereje (es decir por sostener las ideas de Copérnico) del colegio teológico protestante de Tubinga, abandonó Alemania y se refugió en Praga en la Universidad Pontificia de Bolonia donde conoció a Tycho Brahe.

Utilizando la copiosa y única información que había heredado de él, trató afanosamente de demostrar la circularidad de las órbitas planetarias, ya que, estando influido por el concepto aristotélico y pitagórico de que la forma simple más perfecta es el círculo y por lo tanto, como partidario del sistema heliocéntrico, esperaba que los planetas se movieran alrededor del Sol siguiendo órbitas circulares, pero los datos de Tycho sólo podían ser conciliados con órbitas elípticas, las que finalmente se vio obligado a aceptar.

Fruto del legado de Tycho y de su dominio de las matemáticas, son las Tres leyes del Movimiento Planetario o de Kepler (1609-1619), que revolucionaron el conocimiento científico y permitieron predecir con asombrosa precisión el movimiento de los astros. Los reformadores protestantes lo excomulgaron por ello en 1612.

No obstante, Kepler no se cuestionaba el porqué de tales movimientos sino que, como Ptolomeo, sugirió un modelo que confirmara las observaciones, en este caso apoyado por la exacta formulación matemática.

5 Isaac Newton, la síntesis.

Todos los astrónomos de que hablamos estudiaron el movimiento de los astros sin preguntarse por la causa que lo produce. Fue Isaac Newton, nacido en Inglaterra en 1643, pocos meses después de la muerte de Galileo, quien descubrió y cuantificó esta causa en su Ley de la Gravitación Universal (1685).

A partir de esta y de las leyes del movimiento de los cuerpos sobre la tierra dedujo las leyes de Kepler, con lo cual encontró su causa (la gravedad) y unificando las leyes del movimiento de los astros con las que rigen los movimientos sobre la superficie de la Tierra. Poéticamente podríamos decir que en cuestiones de Física, Newton unió la “esfera” celeste con la terrestre.

Conclusión:

Esta breve reseña histórica tiene la intención de aclarar que en la época de Galileo la Iglesia no condenaba las teorías de Copérnico, considerándolas como lo que eran en realidad, una posibilidad sin fundamento seguro por esos años.

Recién a finales del siglo XVII queda completada la formulación matemático-causal del sistema Heliocéntrico. Sólo en 1748 se comprueba experimentalmente la rotación de la Tierra. Y se hace visible con el péndulo de Foucault en 1851.

II El caso Galileo

1 Introducción

En principio resulta extraño que no se haya mencionado el nombre de Galileo en nuestra anterior crónica. Y es que, aunque tuvo participación en la edificación de la astronomía, su intervención en este campo ha sido exagerada por los comunicadores. Sus principales méritos científicos se dan en el campo de la Mecánica, el estudio sobre la caída de los cuerpos.

Galileo nació en Pisa en 1564. Allí enseñó matemáticas desde 1589 a 1592, luego lo hace en Padua hasta 1610. Enseña también astronomía, adhiriendo en principio al sistema de Ptolomeo.

Estuvo influido por las ideas de Aristóteles sobre la simpleza del círculo y por ello defendió la hipótesis (que también obsesionara a Kepler) de que los astros seguían una órbita circular. Esto lo llevó a cometer un grave error cuando negó la existencia de los cometas descriptos por Tycho y luego por el Padre Grassi (sacerdote Jesuita del observatorio romano) que estudió tres de ellos aparecidos en 1618, diciendo que eran simples fenómenos metereológicos. Para no admitir las órbitas elípticas de los mismos, que eran evidentes.

A principios de 1609 Galileo tuvo noticias de que un óptico holandés llamado Lippershey, había producido un instrumento que permitía ver de manera ampliada objetos distantes.

Galileo estudió los procesos que estaban involucrados y sus principios, y tuvo éxito en construir un objeto capaz de aumentar tres veces la visión de objetos distantes. Esa capacidad de visión rápidamente se aumentó a treinta y dos veces.

Las observaciones que hizo con el telescopio (satélites de Júpiter, fases de Mercurio y Venus, evolución de las manchas solares) apoyaban la teoría de Copérnico a la que él ya se había pasado tiempo atrás aunque, según una confesión que le hizo a Kepler, había evitado tal identificación por temor a ser víctima del ridículo, tal y como había ocurrido con Copérnico.

Con sus descubrimientos, Galileo se sintió con la seguridad de salir en defensa de los postulados de Copérnico publicando en 1610 sus observaciones en una obra llamada "Sidereus Nuncius". Ese libro es bien acogido y lo lanza a la fama. En marzo de 1611, acude a Roma, donde explica sus resultados a varios prelados.

Se abrió así un animado debate al enfrentarse a los partidarios incondicionales de Aristóteles, que tenían mucho poder en las Universidades, quienes consideraban erróneamente que la física de Aristóteles, su filosofía y teología formaban un todo, hasta el punto de entender los fenómenos naturales de la Biblia según la física de Aristóteles y el sistema ptolomáico. Galileo ya les había ganado una batalla al demostrar el error aristotélico de pensar que la velocidad de los cuerpos al caer depende de su masa.

En 1611 estos acusaron a Galileo de contradecir las Sagradas Escrituras, de modo que el tema pasó del campo científico al terreno de la exégesis.

Según la doctrina de Iglesia, al interpretarse un texto bíblico, se debe aceptar el sentido literal (que es primero) siempre que no sea absurdo. Sólo si esto no es posible se puede interpretar en sentido simbólico u alegórico (en ese orden). Así, el siguiente pasaje de Josué 10: 12,13, en el que se insinúa que la Tierra es el centro del Cosmos, se interpretaba literalmente de acuerdo al sistema de Ptolomeo:

Entonces habló Josué a Yahveh, el día que Yahveh entregó al amorreo en manos de los israelitas, a los ojos de Israel y dijo: "Deténte, sol, en Gabaón, y tú, luna, en el valle de Ayyalón." Y el sol se detuvo y la luna se paró hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos. ¿No está esto escrito en el libro del Justo: El sol se paró en medio del cielo y no tuvo prisa en ponerse como un día entero?

Dado que el sistema de Ptolomeo era bastante adecuado (con una precisión de un cuarto de grado al fijar la posición de los astros) y el Heliocentrismo no estaba suficientemente probado, no parecía razonable cambiar la interpretación de estos textos para adecuarla a las nuevas hipótesis.

Galileo, les sigue el juego a los peripatéticos, y a pesar de que sus buenos amigos le aconsejan volver al debate científico y atenerse a él, se compromete en una campaña en favor de sus ideas y de su interpretación de la Biblia, con la falta de moderación que lo caracterizaba. Es decir hace exégesis, que es algo para lo que no tenía competencia. Apeló a criterios de San Agustín referentes a la interpretación no necesariamente literal de la Biblia. Y así, aunque el citado pasaje en el que Josué detuvo el sol en su carrera parece corroborar la idea de la tierra como centro del cosmos. No tendría por qué tratarse de una idea científica sino metafórica en orden al sentido último del universo al que se accede por la fe. Esto haría compatible el Antiguo Testamento con la teoría Heliocéntrica.

Pero mientras su razonamiento en el campo teológico era acertado, no lo era la prueba que daba de la rotación terrestre (completamente falsa, como veremos luego). Gran paradoja esta en la que el científico yerra en su campo y acierta en el ajeno.

2 Primer Proceso (1616)

Como consecuencia de eso, a principios de 1616, se generó un ambiente de mucha confusión de ideas, fomentado también por obras como las que los padres Foscarini (Carmelita) y Zúñica (Agustino) que interpretaban la Biblia desde el Heliocentrismo, que obligó a la Congregación del Santo Oficio a intervenir en febrero de ese año.

El espíritu de la Iglesia se puede ver en una carta que el Cardenal Roberto Bellarmino (*) enviara al Padre Foscarini en Abril de 1615, en la que dice lo siguiente:

“¿La astronomía copernicana, ¿es verdadera, en el sentido de que se funda sobre pruebas reales y verificables, o al contrario se basa solamente en conjeturas y apariencias?; las tesis copernicanas, ¿son compatibles con los enunciados de la Sagrada Escritura?”

Según el Cardenal, hasta que no se proporcionaran pruebas de la rotación de la tierra en torno al sol, será necesario interpretar con mucha circunspección los pasajes de la Biblia que declaran que la tierra es inmóvil.

Pero si se demostrara que la rotación de la tierra era cierta, entonces los teólogos debían, según él, revisar sus interpretaciones de los pasajes de la Biblia aparentemente en contraste con las nuevas teorías copernicanas, de modo que no se considerasen falsas las opiniones cuya verdad estuviese demostrada.

Y aunque Galileo intuitivamente había acertado, la prueba que dio de la rotación terrestre era absolutamente falsa y aún retrógrada para su época, porque indicó que a ese movimiento se debían las mareas, cuando algunos de sus coetáneos buscaban la causa del fenómeno en la influencia del Sol y de la Luna, y luego Newton aclararía demostrando que sólo depende de ésta última.

De modo que Galileo no convenció por faltas de pruebas, resultando imprudente (tanto desde el punto de vista exegético como científico) cambiar la interpretación literal de los pasajes bíblicos en discusión. Por ello el Santo Oficio puso al libro de Copérnico en el Index hasta su corrección.

Galileo no fue condenado, el Cardenal Bellarmino le pidió por medio de un monitum (advertencia) que presentara la teoría de Copérnico solamente como una hipótesis. Galileo aceptó y antes de regresar a Florencia fue recibido por el Papa Pablo V.

En 1620 el mismo Papa autoriza la lectura del libro citado, una vez realizadas unas mínimas correcciones.

3 Segundo Proceso (1633)

Así restablecida la paz, confinada la discusión al ámbito de la ciencia (donde debía estar) las situación se estabilizó hasta que el Cardenal Maffeo Barberini (amigo y admirador de Galileo) llegó al trono de San Pedro como Urbano VIII en 1623.

Siendo cardenal. lo había animado a escribir su “Carta sobre las Manchas Solares” en la que sugería el movimiento de la tierra e inclusive escribió una oda en apoyo de Galileo (L’adulatio Perniciosa”) Es a este pontífice a quien Galileo dedica su obra “Il Saggiatore”.

Galileo ve en esta circunstancia la oportunidad de que se levante la prohibición de 1616 (que solamente obligaba a hablar del Heliocentrismo en forma hipotética). Lo cual demuestra cierta testarudez o quizá soberbia, por cuanto él no había podido demostrarlo acabadamente.

Comienza así en 1624 una obra sobre los distintos sistemas astronómicos en la que trabajará durante 6 años. Para publicarla busca el imprimatur, aunque no sea necesario para obras científicas, anticipándose quizá a las objeciones que pudieran hacerles sus adversarios.

Viaja a Roma en 1630 y presenta el libro, que había titulado “Diálogo sobre el flujo y reflujo del Mar” al Papa quien lo aprueba pero le aconseja a Galileo que hable sobre los sistemas en forma hipotética y cambie el título de la obra, ya que como dijimos estaba equivocado en la explicación de las mareas que aún sostenía.

Galileo, cambia el título por “Diálogo sobre los principales sistemas del mundo, de Ptolomeo y Copérnico” pero no sigue el otro consejo.

Para lograr el imprimatur evitando hablar de hipótesis, se vale de una treta: presenta a la censura solamente el prólogo (donde se disfraza de enemigo de Copérnico), y la conclusión del libro. La autorización en concedida en 1631 y el libro aparece en Febrero de 1632. Pero en el libro ha transgredido lo acordado en 1616.

El Papa le confía al embajador de Toscana en el Vaticano: "Lo he tratado mejor de lo que él me ha tratado a mí, porque él me ha engañado".

Puede quizá consentirse el engaño personal, pero no la mentira para conseguir la autorización ni la trasgresión al monitum de Bellarmino. Además otra razón obliga a actuar rápidamente: el libro se publica en italiano (no en latín, idioma de la ciencia) con lo cual se revela la intención de dirigirlo al gran público.

Nuevamente se ve la temeridad de Galileo que pretende obligar a un debate entre ciencia y fe en un ámbito inadecuado y hace falta un freno más firme que el de 1616.

El Papa quiere evitarle comparecer ante el Santo Oficio y designa a una comisión para que dictamine al respecto. El dictamen es terminante: “Galileo ha ido demasiado lejos y debe enfrentarse a un juicio”.

En 1633 llega a Roma para enfrentar dos cargos:

Haber transgredido la orden de 1616.

Haber obtenido el imprimatur con malicia y engaño.

Pero Galileo en lugar de aceptar lo que ha hecho, con lo cual muy probablemente su libro hubiera ido al Index como anteriormente el de Copérnico hasta ser revisado y hubiera sido él sobreseído, sorprende a los jueces diciendo bajo juramento, y lo sostiene durante todo el juicio, que él no cree en la teoría de Copérnico y que en su libro se demuestra la falsedad de la misma. Esto, que evidentemente no es verdad, sostiene delante del Papa que presidió una sesión el 16 de Junio.

Finalmente es condenado a:

Recitar salmos de penitencia una vez a la semana durante tres años.

Abjurar solemnemente de sus errores.

Reclusión en una cárcel escogida por el Santo Oficio

Prohibición de su libro que será puesto en el Index.

Pero esta condena se cumple de la siguiente forma:

Obtiene permiso para que los salmos los recite por él una hija suya que es monja carmelita.

La abjuración la pronuncia en privado delante de los jueces (para no darle el gusto a sus enemigos), diciendo que no cree en la teoría de Copérnico que al fin y al cabo es lo que sostuvo durante todo el juicio.

Jamás estuvo en la cárcel, durante el proceso y hasta fines de 1633 se alojó primero en casa de Nicollini su amigo, embajador de Toscana y más tarde en la casa del Arzobispo de Siena. Luego se lo autoriza a radicarse en su villa de Arceti cerca de Florencia en la que recibía a sus discípulos y amigos donde siguió sus estudios de matemáticas (de esa época data su obra más importante) hasta el día de su muerte en 1642 (a los 78 años). Murió con la bendición pontificia, luego de haber recibido indulgencia plenaria y fue sepultado en la iglesia de la Santa Cruz de Florencia.

En 1741, luego de que se demostrara ópticamente la rotación terrestre, el Papa Benedicto XIV hizo conceder al Santo Oficio el imprimatur de la primera edición de las obras completa de Galileo la Iglesia.

Hay que aclara también que de los 10 integrantes del Tribunal que juzgaron a Galileo, tres no avalaron la condena con su firma. Galileo agradeció al Tribunal levedad de la sentencia.

Otra aclaración que vale la pena hacer es que nadie mencionó que haya dicho “Y sin embargo se mueve” luego de firmar la abjuración.

Esto ha sido inventado por un periodista en 1757, más de 120 años después de los hechos, y luego fueron repetidos por otro periodista, Giuseppe Baretti.

(*) Se trata de San Roberto Bellarmino, eminente teólogo más tarde elevado a los altares por sus virtudes.

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