Este blog está optimizado para una resolución de pantalla de 1152 x 864 px.

Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

2 de junio de 2008

2 de junio, Festividad de San Marcelino y San Pedro




De entre todos los cementerios suburbanos de Roma, el de los santos Pedro y Marcelino, en la vía Labicana, es el más rico en pinturas: escenas del Antiguo y Nuevo Testamento, banquetes alegóricos, representaciones de santos en gloria... proclaman allí la fe de los cristianos en la salvación ofrecida por Cristo. Pero evidentemente que lo que atraía a los peregrinos por encima de todo, en el siglo IV, era la cripta en donde reposaban Marcelino y Pedro (+ 304 ó 305). Tales peregrinos podían leer sobre su tumba la inscripción en que el papa Dámaso ofrecía un precioso testimonio sobre la alegría de los mártires ante la muerte: «Marcelino, Pedro, recibid la memoria de vuestro triunfo. Siendo yo niño, el verdugo me refirió, a mí, Dámaso, que el furioso perseguidor había ordenado que os cortaran la cabeza en medio de los zarzales, a fin de que nadie pudiera hallar vuestra sepultura».
San Marcelino era presbítero de la Iglesia de Roma y San Pedro su exorcista. Los dos eran muy conocidos por los cristianos de su tiempo por su gran virtud y por su heroísmo en el fiel cumplimiento de sus deberes. La virtud de la fortaleza era muy necesaria en aquellos tiempos y ambos santos la vivían con generosidad.
Pedro tenía un gran poder contra los demonios y curaba toda clase de enfermedades. Las noticias de estos prodigios en tiempo del Emperador Diocleciano, llegaron hasta los oídos del impío juez Sereno quien dio órdenes para que fuera detenido y rigurosamente encarcelado.
Mandó que fuera duramente azotado y sus carnes despedazadas por terribles grillos, pero no pudieron conseguir que la alegría se ausentase del rostro de Pedro.
Sobre el cementerio, la familia de Constantino erigió una amplia basílica en honor de los dos mártires. junto a esta basílica quiso reposar la emperatriz Santa Elena.
San Pedro y San Marcelino fueron llevados al Bosque Negro para ser decapitados allí... Después fueron recogidos sus cuerpos y enterrados dentro de la ciudad. A este Bosque Negro le cambiaron el nombre por Bosque Blanco por haber sido sacrificados allí los mártires.

0 comentarios: