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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

5 de junio de 2008

5 de Junio, festividad de San Bonifacio, Obispo y Mártir



Es el Apóstol de Alemania. Antes se llamaba Winfrido, y había nacido en Inglaterra hacia el año 680. A los siete años oyó a unos monjes que se hospedaban en su casa, como era la vida en un monasterio y se emocionó tanto que obtuvo que sus padres lo dejaran irse a vivir y a estudiar al monasterio de Exeter. Allí se convirtió en el discípulo preferido del abad Winberto, que era un gran sabio. Y al terminar sus estudios se le nombró director de la escuela.

Tenía una especial habilidad para enseñar y hacerse entender y una gran simpatía que lo hacía hacerse amar de la gente, especialmente de sus discípulos. Desde que él empezó a ser director de la escuela comenzó a crecer el número de alumnos, y el aprovechamiento y progreso de todos era muy notorio.

A los 30 años lo ordenaron sacerdote y se dedicó con gran entusiasmo a la predicación. Sus sermones lo basaba todos en la S. Biblia, y este Libro Sagrado se convirtió para él en el deleite y centro de sus lecturas y meditaciones por toda la vida.

Sin embargo él sentía que su vocación era irse de misionero a otros países, y en el año 716, con el permiso de sus superiores se fue con otro compañero a misionar a Alemania. Pero aquel país estaba en tremendas guerras civiles y en luchas con otros países y él se dio cuenta de que todavía no había llegado la hora de llevar allí sus mensajes. Además, si no iba con especiales poderes del Sumo Pontífice no lo iban a recibir bien. Así que se volvió a su país, Inglaterra. Sus discípulos lo recibieron gozosos, y para tener la seguridad de que no se les volvería a ir lo nombraron Abad del monasterio, cuando murió el santo Abad Winberto. Pero Bonifacio sentía que Dios lo seguía llamando a irse de misionero.

Y en el año 618 se fue a Roma a pedir autorización al Sumo Pontífice. El Papa San Gregorio II le concedió plenos poderes para predicar y le cambió su nombre de Winfrido, por el de Bonifacio.

Al principio trabajó por tres años bajo la dirección de San Willibrordo, pero cuando se dio cuenta de que este gran apóstol quería nombrarlo como su reemplazo en el obispado se fue a otros sitios a misionar como simple sacerdote. Después escribió al Sumo Pontífice contándole los éxitos que había obtenido y el Papa lo llamó a Roma para nombrarlo obispo.

En el año 722 fue consagrado obispo y el Papa Gregorio II le concedió plenos poderes para toda Alemania y le dio una carta de recomendación y al pasar por Francia, recibió de Carlos Martel un documento sellado en el cual le concedía plenos poderes para transitar y predicar en todo sus dominios, y así, con la autoridad de la Iglesia y del gobierno, se pudo dedicar con toda libertad a misionar libremente.

Lo primero que se propuso Bonifacio en Alemania fue acabar con las supersticiones (o falsas creencias que atribuyen a los seres materiales, poderes que no tienen). Una de las más fuertes supersticiones de los alemanes era el creer que un árbol inmenso que ellos veneraban, tenían poderes divinos y que en sus ramas vivían los dioses. Bonifacio les dijo que eso era mentira, y para probarles que la tal superstición era una farsa, les anunció que tal día y a tal hora, él mismo derribaría aquel árbol tan venerado. Los paganos estaban asustadísimos creyendo que apenas alguien se le acercara al árbol para cortarlo, los dioses mandarían un montón de rayos y acabarían con esos atrevidos. Pero Bonifacio y sus colaboradores se acercaron con sus hachas al árbol y en medio de un gran gentío, en poco tiempo lo derribaron por el suelo, y no hubo ni rayos, ni truenos, ni fuego del cielo. Y así poco a poco fue acabando con un montón de supercherías, o engaños de las falsas religiones.

Para Bonifacio, cada éxito logrado en el apostolado era una llamada para emprender nuevas obras misionales, y así, cuando lograba evangelizar una ciudad o una región, se iba a otro sitio a predicar el evangelio. Y por todas partes encontraba a las gentes ansiosas de escucharle. Dios le concedía la buena voluntad de sus oyentes.

Viendo que la cosecha apostólica era cada vez más grande y que los colaboradores que tenía ya no daban a basto con tanto trabajo, escribió a sus antiguos amigos monjes de Inglaterra pidiéndoles que les enviaran refuerzos. Y la ayuda fue mucho mejor de lo que él se esperaba. Empezaron a llegar grupos y grupos de monjes llenos de entusiasmo y de fervor y para todos tenía Bonifacio abundante trabajo de evangelización. La energía y el entusiasmo del santo resultaban contagiosos y aquellos misioneros multiplicaban sus fuerzas para llevar el mensaje del evangelio al mayor número de paganos. Así logró ir evangelizando a toda Alemania.

Eran tantos los refuerzos que le enviaban que el santo tuvo que abrir tres nuevos monasterios. Y entre los colaboradores que llegaron de Inglaterra hubo tres santos (San Luis, San Bruchardo y San Wigberto) y tres Santas (Santa Tecla, Santa Walburga y Santa Lioba).

El año 731 murió el Papa San Gregorio II y entonces su sucesor, el Papa Gregorio III, nombró arzobispo a Bonifacio y le concedió plenos poderes para fundar obispados por toda Alemania. Poco después el santo viajó a Roma y allá el Papa lo nombró delegado Papal para toda Alemania. Con esos poderes, Bonifacio fue fundando obispados, y destituyendo a los sacerdotes que no tenían un buen comportamiento, y gobernando con gran sabiduría a toda la Iglesia en Alemania. Fundó también una famosa Abadía o casa de religiosos en Fulda, que llegó a ser el más importante centro para formación de monjes en Alemania, la Abadía de Fulda.

Favorecido por los plenos poderes que recibió del Sumo Pontífice y del nuevo gobernante de Francia (Pipino) emprendió Bonifacio una labor importantísima que consistió en reformar la Iglesia Católica en Francia, que estaba bastante relajada. Hizo reuniones de todos los obispos de la nación el año 747, y allí se dictaron leyes muy sabias que acabaron con muchos abusos. En premio de esto el Papa San Zacarías le dio el título de Primado de Alemania y de Delegado Apostólico para Francia. En una carta a sus amigos los monjes de Inglaterra les decía: "Si el Sumo Pontífice no me hubiera dado plenos poderes, y si el gobernante de la nación no me hubiera ofrecido todo su apoyo, no habría podido corregir los abusos que existían ni llevar a tantos a cumplir exactamente las leyes de la Iglesia". Desde entonces la Iglesia de Francia empezó una nueva era de fervor y de progreso.

Sintiéndose anciano y agotado, pidió al Sumo Pontífice que le nombrara un sucesor, y el Papa le nombró a su discípulo preferido San Lul. Entonces Bonifacio se dedicó totalmente a predicar como misionero, en los sitios más apartados y donde menos conocían nuestra santa religión.

Y se fue a donde los frisones, a un sitio donde nunca había penetrado un misionero y donde las supersticiones y las mentiras de las falsas religiones tenían muy engañados a sus habitantes. Al principio todo parecía andar muy bien y eran inmensas las multitudes que llegaban a escucharle sus sermones y sus clases de catecismo.

Y entonces el día de la fiesta de Pentecostés del año 754 dispuso Bonifacio hacer una gran ceremonia para dar el sacramento de la confirmación a muchos de los convertidos. Pero estando preparándose para empezar la ceremonia, apareció un numeroso grupo de paganos fuertemente armados y con ánimo feroz de atacar a los misioneros. Algunos de sus amigos quisieron defenderlo con las armas pero él se lo impidió diciendo: "Animo, que al alma no la podrán matar".

Y Bonifacio y 50 de sus compañeros fueron asesinados aquel día por los enemigos de la religión. Así coronaba gloriosamente con el martirio, una vida dedicada totalmente a extender el reino de Dios. Era el día de la fiesta del Espíritu Santo.

Un sabio afirmó que San Bonifacio ejerció más influencia benéfica en toda Europa que cualquier otro personaje de su siglo.

A una gran valentía para proclamar las doctrinas católicas, unía una capacidad impresionante de trabajo, una simpatía desbordante que le ganaba los corazones y una humildad y sencillez que lo hacía amigo de todos.

Alemania lo ha proclamado siempre como su santo Patrono y nosotros le suplicamos que nos obtenga de Dios un entusiasmo semejante al suyo para dedicar nuestra vida a hacer amar más a Dios y a lograr extender más y más nuestra santa religión.

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