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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

20 de septiembre de 2009

20 de Septiembre, San Eustaquio y Compañeros, Mártires



rotes de fe rompen en floración de mártires como manzano en primavera. El ejército romano es testigo de este retoñar cristiano; en las filas de sus legiones germina la fe. El orgulloso vencedor muere mansamente en la arena.

En la vida de San Eustaquio hay mucho de mano divina y no poco de piadosa invención humana. Muy extrañas coincidencias. Su nombre, Plácido, cortado a la medida para patricio circunspecto, morigerado, afable, crisol de virtudes humanas; el Eustaquio cristiano —fortaleza, solidez y firmeza—, predicción de una existencia movida bajo el signo de la cruz.

Algunas páginas de su crónica parecen arrancadas de la Sagrada Escritura: conversión con fulgores de camino de Damasco; Antiguo Testamento rememorado en pruebas, réplica de las de Job y escena de jóvenes del horno de Babilonia.

Que muchos detalles de la vida de nuestro Santo —por más interesantes que parezcan— no tengan visos de realidad, no altera la substancia. Lo que no se puede negar, sopena de correr la aventura de enfrentarse con los hechos, es ese hilo de verdadero amor que, sin saber cómo ni dónde, salta de las profundidades del tiempo y marca toda una ruta devocional. Una ferviente e ininterrumpida, a veces vibrante y otras tenue, admiración por el soldado Eustaquio. En días de cristianismo heroico, martirial, brilla en Oriente y Occidente, en la aurora cristiana, como un símbolo de fortaleza y un estimulante del espíritu. Cuando la santidad andaba por el mundo cubierta de ornamentos rojos —días de mártires—, estos símbolos de fortaleza adquieren un valor de plena vigencia.
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