edieval el ambiente de intrigas, de luchas y apetencias políticas, que rodearon su aristocrática cuna napolitana. Medieval el clima de renovación monástica y de contienda universitaria, en que cuajó su vocación religiosa y su formación intelectual. Medieval también la gran crisis ideológica que dividía a la cristiandad y que habría de encontrar en Tomás el más genial y supremo moderador. Pero la figura de Tomás de Aquino trasciende todo encasillamiento temporal, conquistando actualidad y vigencia siempre palpitantes, de múltiple y fecunda irradiación.
No ha sido Tomás de los santos más desfigurados por leyendas ingenuas o tradiciones biográficas, desprovistas de rigor histórico y de penetración psicológica. Mas sus dimensiones de gigante suelen hacer que sea muy fragmentariamente conocido. La preeminencia de su misión intelectual y personalidad científica, que le colocan en la cúspide del pensamiento católico, a veces le distancian de nosotros, restando atractivo y eficacia a su patronato sobre la juventud estudiosa. Por eso no quisiéramos silenciar otros aspectos muy humanos de su vida, que le sitúan ante aquellos problemas, inquietudes y luchas propias de la edad juvenil.
Se presenta —a la visión sensible— como una naturaleza vigorosa, de dimensiones atléticas en su cuerpo y de energías esforzadas en el alma. Alto, grueso, bien proporcionado, color trigueño y frente despejada, de porte distinguido y sensibilidad extraordinaria. Síntesis acabada de una herencia lombarda en la línea paterna de Aquino y normanda por la materna de los condes de Teate. Último hijo varón de familia numerosa; doce hermanos que integraron un variado panorama de trayectorias: guerreros y caballeros, poetas y teólogos, abadesas o madres.
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