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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

6 de abril de 2011

Antonio Gramsci (2)






por el R.P. Alfredo Sáenz, S.J.





Visto y tomado de Centro Pieper




I. El Marxismo en el Proceso de la Modernidad

l primer aspecto en que me voy a detener es, a mi juicio, muy interesante y manifiesta el lugar del marxismo en el proceso de la “modernidad”, término que él mismo utiliza. Porque Gramsci piensa que el marxismo no es una especie de aerolito caído del cielo, que bruscamente intercede en la historia, sino la culminación de un largo y secular proceso, de un largo itinerario histórico y filosófico.

Así leemos en uno de sus escritos: “La filosofía de la praxis –nombre con el cual siempre menciona al marxismo– presupone todo ese pasado cultural, el renacimiento, la reforma, la filosofía alemana, la Revolución francesa, el calvinismo y la economía clásica inglesa, el liberalismo laico y el historicismo que se encuentra en la base de toda la concepción moderna de la vida”. O sea, nada menos que desde el Renacimiento para aquí, un largo y secular proceso que ofrece esta fruta madura, digámoslo así, del marxismo.

Especialmente Gramsci se remite al testimonio de Hegel, adhiriendo sobre todo a aquella concatenación que el filósofo de Berlín establece entre las actividades teoréticas y las prácticas. Como Uds. saben, Hegel descubría un nexo entre el espíritu de la Revolución francesa y la filosofía de Kant, Fichte y Schelling, o, como la llama Gramsci, la filosofía clásica alemana, indicando que sólo dos pueblos, los alemanes y los franceses, por opuestos que sean entre sí, o incluso por ser opuestos, tema caro a Hegel, a su dialéctica, son los que intervinieron decisivamente en la instauración del gran Evo Moderno, del espíritu moderno –expresión, calificativo al que con frecuencia recurre Gramsci–, comenzado a fines del siglo XVIII y albores del XIX.

El nuevo principio, el principio moderno, irrumpió en Alemania –escribe Gramsci– como espíritu y concepto, mientras que en Francia se desplegó como realidad efectiva. El alemán puso la idea, el francés la acción política. Hay, entonces, una complementación de estas dos actividades, la actividad política francesa y la actividad filosófica alemana, la cual ha sido –dice Gramsci– recogida por los teóricos de la filosofía de la praxis.
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