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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

7 de abril de 2011

La verdadera historia de Santa Taís de Alejandría





a verdadera historia de Santa Taís de Alejandría



Es sabido que Taís fue una mala mujer de Alejandría que llegó a dominar a medio mundo, incluso al gobernador romano, y que, convertida luego a Dios, hizo una muerte santa. Las viejitas, al lado del fuego, tejieron poco a poco en torno una historia maravillosa (o mejor tres historias diferentes), que en la Edad Media Per' Abbat –o quien fuese–, en castellano naciente, puso en verso rudamente métrico. Lo malo fue que varios herejes tomaron la historia y la recontaron en forma lasciva o burlona, interesados no en la penitente sino en la cortesana, que ellos adoran y temen con el nombre de Vampiresa, y ganosos de mofarse de Simón el Bobo, que fue el instrumento de Dios para la conversión de esta alma. El último déstos fue un renegado llamado Francia o Anatolia, de linaje judío, aunque bautizado y apóstata, devoto de María Magdalena antes de su conversión, que compuso una historia fatigosa a la cual otro artífice no cristiano puso música blanda, tampoco no gran cosa, y ahora la Meditación de Taís la tocan hasta en losconventos de hermanas, no conscientes del error de que Taís jamás meditó, pues su oración nunca pasó del Mazur eintelajem arhobo que Simón le impusiera y que bastó para salvar a su endemoniada alma, que es justamente el punto sustancial y ejemplar de toda esta historia.

A Taís, cuando niña, la mandaron a vender fruta al mercado de Alejandría su madre y su padrastro, con la intención solapada de que al fin vendiese el fruto vivo y divino de su cuerpo y les trajese dinero, mucho dinero, para poder pagar al publicano el arriendo del campo en que nacieron; y lo horrible del caso es que el padrastro se oponía y la madre se empeñó en que siguiese el camino de todas sus hermanas, que era lo mejor y el único remedio. Los hombres ricos de Bizancio habían ido comprando por intermediarios todos los campos fértiles del Nilo; y lafuerte raza de tostados labriegos que allí estaba afincada de siglos, había sido batida por la usura y después degenerada por la miseria , en una forma que llamarlos brutos animales o fieras no sería exacto, porque las fieras tienen instinto y éstos tenían algo más bestial todavía: una poderosa armazón de viejas virtudes muertas, vaciadas por dentro y habitadas por impulsos ciegos. Era algo terrible de ver, triquitraques en figura humana movidos por espíritus de muerte. Toda esa raza acabó al poco tiempo, se sublevó y fue pasada a cuchillo por el ejército.

Como la flor de loto inesperada, inexplicable en el pantano, último retoño de una raíz recia, Taís era más hermosa que el ibis, que la serpiente y la cierva blanca; su voluntad era tan dura como el hierro y su corazón estaba lleno de sed y de un furor oscuro.

Muy pronto, el instinto le reveló su arma y se empezó a sentir poderosa, olvidada de la inmensa flaqueza que es el fondo de todo humano. Desde el viejo que le brilla la testa hasta el mozalbete que camina floreándose, todo varón que la viese moverse o inclinada sobre su cesta de cocos, quedaba tan herido y atado como el pájaro que los ojos del pitón fascinan. Su cuerpo, que para sí se volviera más frío que mármol, como si en su vientre estuviese extirpada toda fuente de vida, sabía imitar adrede todos los multiformes gestos del placer y danzar todas las sutiles seducciones que invisiblemente enlazan los ojos; y su risa y sus altos grititos, eran como el crótalo de la danzarina o el llamado de las sirenas.
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