P. G. Wodehouse
(de “Mr Mulliner speaking”)
n una asamblea mixta como el pequeño grupo de serios pensadores que se reúne cada noche en el salón-bar de "El Reposo de los Pescadores", es difícil esperar que siempre prevalezca una perfecta armonía. Todos somos hombres de carácter; y cuando hombres de carácter con opiniones propias se encuentran juntos, las discusiones están a la orden del día. Por consiguiente, aun en tal oasis de paz, a veces se oyen voces excitadas, golpes sobre la mesa, tenoriles "Permítame que le informe, caballero..." o baritonales "Y tenga la bondad de permitirme que le informe a usted...". A veces he visto propinar puñetazos y en una ocasión emplearse la palabra "estúpido".
Afortunadamente el Sr. Mulliner siempre está allí, dispuesto a calmar las borrascas con el mágico poder sedante de su personalidad, antes que las cosas vayan demasiado lejos. Cuando entré aquella noche, lo encontré mediando entre dos amigos cuyos pareceres, a juzgar por sus rostros enrojecidos, tenían que diferir notablemente.
-Caballeros, caballeros -estaba diciendo, en su suave tono diplomático-. ¿Qué sucede?
Uno de los dos, señaló con la boquilla de su pipa a su adversario, con aire amenazador.
-Está diciendo tonterías a propósito de la costumbre de fumar.
-Estoy diciendo cosas sensatas.
-No le oí ninguna.
-Dije que el fumar es dañino para la salud, y lo es realmente.
-No es cierto.
-Lo es. Puedo probarlo con mi experiencia personal. Hace tiempo -dijo-, yo también fui fumador, y el vicio me redujo a una ruina humana. Mis mejillas se hundieron, mis ojos parecían muertos y tenía la cara chupada, amarilla y horriblemente arrugada. Fué sólo al dejar de fumar cuando sobrevino en mí el cambio.
-¿Qué cambio? -dijo el otro.
El enemigo del humo, que parecía haber quedado ofendido por algo, se levantó, se dirigió con altanería hacia la puerta y desapareció en la noche. El Sr. Mulliner emitió un pequeño suspiro de alivio.
-Me alegro de que nos haya dejado -dijo-. Sobre el tema de los fumadores tengo unos puntos de vista fuertemente arraigados. Considero el tabaco como uno de los mejores dones de la naturaleza y me molesta que alguien lo denigre. ¡Cuán insulsos son sus argumentos y cuán fáciles de refutar! Dicen los detractores que si se ponen dos gotas de nicotina sobre la lengua de un perro, el animal muere instantáneamente, y cuando les pregunto si nunca han pensado en la infantil estratagema de no poner la nicotina sobre la lengua de un perro, no saben qué contestarme. Quedan desorientados. Se marchan refunfuñando algo a propósito de no haber pensado nunca en ello.
Aspiró su cigarro en silencio, durante unos momentos. Su afable rostro habíase tornado grave.
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