por el R.P. José María Iraburu
Tomado de su blog Reforma o apostasía
Adulterio-perverso y adulterio-mal-remedio. En el post precedente cité yo intencionadamente dos casos muy especialmente escandalosos: el adulterio de Pavarotti, que termina en la apoteosis catedralicia de Módena, y las increíbles declaraciones de un Cardenal partidario de que la Iglesia cambie su doctrina y su modo de tratar a los cristianos «divorciados que han vuelto a contraer matrimonio» (sic). Lo hice para mostrar hasta qué punto el horror al adulterio ha ido derivando a una tolerancia próxima a la complicidad.
Es importante afirmar, sin embargo, que muchos cristianos que caen en situaciones estables de adulterio no lo cometen por una maldad semejante a la de Enrique VIII, Pavarotti y esas estrellas de cine que escandalizan al mundo con una serie interminable de adulterios –vuelven de hecho a la poligamia, a una poligamia sucesiva–, sino que incurren en él unas veces porque, habiendo abandonado la vida cristiana de oración y sacramentos, no han podido guardar vivo el amor conyugal en caridad y abnegación, perdón y cruz; otras veces, porque se han permitido fugas afectivas que han llevado más allá de lo que se quería en un principio; otras, por una compasión falsa, aparentemente caritativa, que trae paz y alegría, también aparentes, donde antes era todo guerra y tristeza; otras, por seguir atendiendo a los hijos habidos; etc. Son siempre adulterios-mal-remedio, en los que el remedio es mucho peor que la enfermedad.
Pues bien, no es posible describir la gama de variantes posibles entre el adulterio-perverso y el adulterio-mal-remedio. Pero en todo caso, el substantivo adulterio se da en ambos casos y en las mil situaciones intermedias posibles, es decir, se da siempre que después de la separación del matrimonio, se afirma una nueva unión estable. Entonces, la voluntad del hombre se enfrenta con la voluntad de Dios y prevalece establemente sobre ésta. El cristiano se autoriza a vivir en una situación objetivamente contraria a la voluntad de Dios. El adulterio, pues, es un pecado muy grave.
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